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Channel: voyerismo – PORNOGRAFO AFICIONADO
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Relato erótico: Conociendo a Pamela 5 (POR KAISER

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Conociendo a Pamela
 

Mientras su prima se da una ducha él pone en el horno una pizza para los dos. “Esta estuvo cerca demasiado cerca” piensa él, “deberé ser más cuidadoso”.

En el living pone la mesa cuando aparee ella, con su cabello envuelto en una toalla y usando una delgada polera de tirantes y pantalones cortos. “Saca unas cervezas del refrigerador quieres”, “¿y si los tíos se enojan?”, “¡ay si no se van a enojar!” le dice ella, al final Pamela saca las cerveza y los dos se instalan a comer.
“No hallaba la hora de salir de clases estaba realmente hastiada, necesitaba relajarme un poco” dice ella que come y bebe como condenada, Sebastián esta asombrado. Los tíos de Sebastián llegaran tarde así que ambos aprovechan de salir a dar una vuelta y en la noche se instalan a ver tele juntos. Pamela saca unas cervezas otra vez y en el living se instalan cómodamente.
Sebastián se siente algo nervioso al tener a su prima tan cerca, ella se apoya en él y por el escote de la polera Sebastián observa sus pechos, su prima se le pega más aun. “Deja sentarme aquí” le dice ella y antes que Sebastián reaccione ella se le sienta encima, “¿que te pasa, ya se te olvido cuando veíamos tele así?”, Sebastián esta algo incomodo con el culo de su prima encima de su verga, ella le toma los brazos y lo hace abrazarla por la cintura, “¡eso es así estamos mucho mejor!”.
Pamela actúa con toda calma mientras él esta que hierve, ella se mueve un poco y la verga de su primo esta que explota. Ella se recuesta hacia él y Pamela le habla acerca de la película, ella se ríe y se mueve bastante, Sebastián hace lo que puede para disimular su erección pero no es suficiente, solo espera que su prima no se de cuenta.
A eso de las doce se van a dormir, Sebastián esta entrando en su habitación decidido a hacerse una paja cuando Pamela le habla, “¿oye te molesta si dormimos juntos esta noche?”, Sebastián solo atina a decirle que si, más por reflejo innato que por otra cosa. Sebastián esta acostado cuando ella se mete a su cama, “aun me acuerdo cuando nos tocaba dormir juntos en la casa de los abuelos” dice ella “lo pasábamos tan bien en ese lugar”, Sebastián también lo recuerda con la salvedad que Pamela no era la misma de ahora.
Ella se duerme como una roca, pero esta inquieta en la cama, Sebastián aun esta despierto y ella se pega a su lado. De pronto apoya una de sus manos muy cerca de su verga. Después apoya su cabeza en su pecho y luego pone su pierna derecha encima de él, en ese momento Pamela se queda finalmente quieta. Sebastián le quita su mano que ya estaba casi encima de su miembro y respira algo más aliviado.
Mientras ella esta dormida Sebastián decide aprovechar la ocasión y discretamente le soba su culo, siente sus nalgas firmes y su piel suave, también se las arregla para palparle los pechos, se impresiona por la firmeza y el tamaño de los mismos. En ese instante Pamela se mueve, él se queda quieto y teme ser descubierto. Ella se da media vuelta y le da la espalda, después se queda quieta otra vez. Sebastián al cabo de un rato se le acerca, el tenerla tan cerca lo hace correr el riesgo y se pega a ella discretamente comienza a puntearla, a rozar su culo, su miembro se pone más duro que nunca. A cada instante se lo hace con más fuerza mientras ella duerme, al final se termina corriendo casi encima de Pamela, como puede Sebastián trata de limpiar todo para impedir que su prima se de cuenta.
Por la mañana Sebastián despierta y Pamela no esta, no ve nada raro así que respira con alivio, “menos mal no me descubrió”, se dice a si mismo. De inmediato se levanta y se va al baño a hacerse una paja, después de dormir con ella realmente necesita hacerse una con más calma.
Sebastián esta en la casa cuando su prima aparece de improviso más temprano de lo habitual, por poco lo sorprende en su habitación. “Esta noche habrá una fiesta en el colegio y quiero que vengas conmigo” le dice ella. Sebastián lo duda un momento, él no va a fiestas y más encima no sabe bailar, algo que le avergüenza mucho, “¡no te hagas problemas, yo te voy a enseñar y me vas a acompañar aunque tenga que llevarte a la fuerza!” le advierte ella.
Ya en la noche Sebastián se arregla un poco, Pamela le dijo como debía ir vestido. “¿Estas listo?” le pregunta ella que aparece usando una diminuta mini falda y un peto con un escote más que revelador, su cabello lo lleva tomado en un simple moño, “¿Cómo me veo?” dice ella, Sebastián la observa de arriba abajo como si se la fuera a comer con la mirada, “pues, muy hermosa” le responde él.
 

La fiesta es en el gimnasio del colegio, la música es ensordecedora y las luces brillan en todos lados, Pamela esta en su ambiente. De inmediato se ve rodeada de chicos pero ella los rechaza, lleva de la mano a Sebastián donde están sus amigas, en un instante él se ve rodeado de algunas de las chicas más guapas del colegio, se ve tímido en esta situación y más aun cuando ellas empiezan a bromear con él, “Pamela nos ha hablado mucho de ti” le dice una de ellas.

Pamela se divierte, conversa y bebe bastante, Sebastián le sigue el camino y también se toma unas copas que rápidamente se le suben a la cabeza, “no bebas tanto, no tienes costumbre de esto” le advierte su prima, al verlo algo afectado por el alcohol.
“Ven aquí vamos a bailar”, ella lo lleva a la pista de baile donde Sebastián se siente, y en realidad se ve, más torpe que nunca. Su prima mueve su cuerpo al ritmo de la música y trata de enseñarle, pero Sebastián es bastante tieso para ello. Pamela agita sus caderas al ritmo de la música, Sebastián observa sus pechos moverse bajo su peto y ella se pega a él restregando su culo de forma descarada. Pamela sigue bailando de forma cada vez más desinhibida, Sebastián va tomando confianza y la toma de las caderas, él sube sus manos pero antes de llegar más arriba ella se aleja, “ven vamos a sentarnos un rato” le dice dejándolo con los crespos hechos.
Sebastián nuevamente se toma unas copas y pronto el alcohol se le sube a la cabeza, “será mejor que te quedes aquí no te ves nada bien” le dice su prima, ella lo acompaña un instante y le aconseja que no beba más, “¡te dije que se te iba a subir a la cabeza!” le dice ella riéndose al ver a su primo algo ebrio, “lo siento, no salgo de fiesta muy a menudo” le responde él, Pamela lo acompaña un instante, Sebastián le asegura que esta bien y en todo caso no planea ir a ninguna parte en estas condiciones.
Pamela sale a bailar con unas amigas, se divierte de lo lindo en la pista de baile, ella mueve su cuerpo sin importarle con quien baila. Sebastián se mueve un poco para observarla, con su mini falda de mezclilla y su peto luciendo su esplendida figura luce irresistible sumado a los provocadores movimientos de su cuerpo Pamela deja hirviendo a cualquiera. Sebastián la pierde de vista un instante y decide buscarla, como puede se pone de pie, bastante mareado y la observa en la pista de baile agitando su cuerpo salvajemente al ritmo de la música, pero ella no esta sola ahora, hay unos sujetos a su alrededor, mayores que ella por lo demás. Pamela sigue bailando con ellos casi encima, a ella no le molesta y se les insinúa reiteradamente, Sebastián trata de no perder detalle de lo que ocurre.
Él se las arregla para tener una mejor vista, Pamela lo esta pasando bastante bien, uno de los sujetos le soba el culo por encima de su mini falda, ella no le dice y se deja hacer, los otros dos se le acercan y Pamela se ve rodeada por los tres los cuales de inmediato le empiezan a meter mano mientras ella sigue bailando, a la situación no le molesta en absoluto.
 
Sebastián tiene problemas para acercarse por el tumulto de gente y las luces que se prenden y apagan desde todas direcciones, la música es ensordecedora y pronto la pierde de vista de nuevo.

Mareado como esta él consigue pasar por un pasillo donde hay varias parejas en lo suyo. “¡Viste a esa zorra se lo va a montar con los tres!” le escucha a una chica que va pasando, de inmediato estima adonde pudo haber ido Pamela y se mete por un pasillo que da hacia una bodega cuya puerta esta a medio cerrar. Dentro esta Pamela.

Casi se cae por la puerta al abrirla, el alcohol se le fue bien a la cabeza, pero a pesar de todo ellos no lo ven ya que tienen sus manos llenas con su prima. Pamela esta intercambiando besos y lamidas con los tres, ella lo hace con uno y otro mientras no dejan de meterle mano. Le soban su culo y sus pechos parece que se los van a estrujar. Sebastián observa a uno de ellos meterle la mano por detrás subiéndole su minifalda y sobandole el culo descaradamente sin que ella se oponga o se resista, al contrario da todas las facilidades para ello.
A pesar del mareo se las arregla para acercarse un poco más, Sebastián se esconde tras unos muebles y de ahí sigue observando como se follan a su prima ante sus ojos, de nuevo.
Entre los tres le subieron su peto y ella luce sus grandes pechos al descubierto, uno de los chicos se los chupa y se los lame ansiosamente mientras los otros dos le devoran su culo y su sexo, ella los carga contra su cuerpo disfrutando de cada caricia y lamida que le dan. Su primo ya esta verga en mano, ebrio aun, disfrutando del espectáculo.
“¿Por qué no nos muestras que puedes hacer con esos carnosos labios?” le dice uno de ellos a Pamela que de inmediato se pone a trabajar. Ella se sienta sobre unas colchonetas apiladas y pronto tiene frente a su hermoso rostro tres vergas completamente erectas a su disposición. Sebastián observa una picara sonrisa en su rostro. Con sus manos ella sujeta dos vergas y comienza a hacerles una paja, lentamente, delicadamente buscando darles el máximo placer posible. Pamela se acerca a la otra y se la pasa por su rostro, le da un beso con sus carnosos labios y juguetea con su lengua, el tipo trata de metérsela a la fuerza pero ella no lo deja, “se hará a mi manera” le responde.
Una a una aquellas vergas comenzaron a pasar por su boca, Pamela les demuestra lo bien que sabe hacer una mamada, a Sebastián ya le gustaría estar en el lugar de cualquiera de ellos con tal de sentir los carnosos labios de su prima envolviendo su verga. En ese instante Pamela tiene una bien metida en su boca, ella la chupa y la recorre con su lengua como si se tratara de un helado que se derrite en sus ardientes labios, luego otra toma su lugar y ella repite aquella caricia que con los años aprendió a hacer tan bien, “¡envidio al suertudo que fue el primero en poner su verga aquí!” dice el chico al cual Pamela se la esta mamando, Sebastián mueve la cabeza encontrándole completamente la razón.
Uno de ellos se sienta en las colchonetas y Pamela de inmediato se le monta encima, Sebastián observa aquel miembro desaparecer en su sexo y como de inmediato sus pechos comenzaron a agitarse salvajemente. Los otros dos la besan y le lamen sus senos mientras ella esta bien empalada, Pamela le hace un gesto a uno de ellos y de inmediato se la empieza a chupar mientras el otro pasa su miembro entre sus pechos. Pamela le da todo un espectáculo a su primo que no se pierde detalle alguno.
 
A Pamela le dan con todo y ella ciertamente lo disfruta una enormidad. Sebastián se sorprende y se excita aun más de lo que ya esta cuando de pronto ve como otro de los que se folla a su prima comienza a meter su verga por su coño, justo donde Pamela ya tiene otra. “¡Que bien los quiero a los dos en mi coño!” les dice ella en medio de sus gemidos. Al sentir ambos miembros recorriendo su sexo Pamela se retuerce y sus quejidos solo son ahogados cuando el otro chico se la mete en la boca y ella se la empieza a mamar.
Luego de un rato ella cambia de lugar, con rudeza toma al chico que se la estaba mamando y lo tira sobre las colchonetas para después montarse sobre él, Sebastián esta hipnotizado al ver sus impresionantes pechos agitarse ante las embestidas que ella recibe. Pamela degusta ambas vergas chupándolas incansablemente una y otra vez hasta que uno de ellos empieza a juguetear con su culo, se ve como sus dedos desaparecen entre las perfectas nalgas de Pamela y en su rostro se refleja el placer que ello le causa.

“¡Que esperas, follame por el culo, te quiero aquí!” le dice ella separando sus nalgas y mostrando su agujero. Aquel tipo toma su verga que esta bien gruesa y dura y empieza presionar sobre el culo de Pamela, Sebastián se muere de ganas por estar ahí dándole a su ardiente prima. “¡Ay, ay la tienes bien dura!” exclama ella a medida que se lo van metiendo, luego de un par de acometidas ella la recibe por completo y entre los tres le dan hasta dejarla exhausta.

Pamela gime totalmente fuera de control, sin importarle en lo más mínimo si alguien la escucha o no. Desde su escondite Sebastián observa como aquellas vergas entran y salen de Pamela ya sea de carnosa boca, de su coño o de su culo que es follado sin contemplación. Su prima se lo monta con los tres a la vez y busca satisfacerse no solo ella, también a sus tres amantes los cuales se turnan para darle por el culo.
Con un hilo de voz Pamela les pide que se corran en su culo y uno a uno ellos le obedecen sin dudarlo llenadole su culo de semen. Sebastián se corre también y ahora comienza a ver como salir de ahí sin ser visto. Los sujetos le proponen a Pamela seguir la fiesta en otro lugar pero ella se rehúsa, “solo disfruten de los recuerdos ahora” les dice ella.
Sebastián a duras penas trata de regresar a la mesa donde estaban pero Pamela lo encuentra a mitad de camino. “¿Y tu que rayos haces aquí, estas ebrio lo recuerdas?”, “eh yo lo siento, buscaba el baño”, “como sea nos vamos será mejor que descanses por que mañana tendrás una resaca horrenda”, “al parecer sabes bastante de esto” le dice Sebastián a su prima, Pamela sonríe, “¡ni te imaginas como me divierto cuando salgo de fiesta y eso que ahora me voy temprano pero en otras ocasiones…!”.
Cerca de las 3 de la mañana llega a la casa, en silencio se va a su habitación, se empieza a sacar la ropa cuando Pamela entra, “oye encontré una nota sobre la mesa, tus viejos llamaron, quieren que te regreses mañana en la tarde”, Pamela luce algo apenada, y Sebastián también.
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Relato erótico: Conociendo a pamela 6 Capítulo final (POR KAISER)

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Conociendo a Pamela
 

Al recibir el recado Pamela y Sebastián se quedan en silencio, “esperaba que te quedaras hasta el fin de semana por lo menos” dice ella algo triste, “no importa, igual lo pase bien contigo” responde él. Ella se le acerca y le da un beso en la frente, “duérmete mejor será, mañana entro algo más tarde y tal vez podamos estar un rato juntos”, Pamela sale de la habitación y Sebastián se duerme profundamente a causa del cansancio y del alcohol.

Por la mañana Sebastián despierta con una resaca de aquellas, “¡que horror, esto es una resaca!” dice él sobandose la cabeza que le duele como nunca, “¡hola como amaneciste!” le grita Pamela en el oído a su primo que parece que su cabeza le va a estallar, “¡te escucho claramente, no me grites!, que me duele la cabeza” responde él, Pamela se ríe, “tu primera resaca, disfrútala mientras puedas, levántate luego mejor, te tengo un café bien cargado abajo en la cocina”.
Ambos comparten el desayuno, Pamela entra más tarde hoy y no tiene ningún apuro por llegar a clases. Ambos conversan un rato y ella le dice que lo va a extrañar, Sebastián la invita a que lo vaya a visitar pero ella no sabe si podrá, “por mis notas los viejos me tiene castigada, solo por que estabas tu pude ir a la fiesta anoche” le dice ella.
Cerca de las 11 de la mañana Pamela toma sus cosas y se va, se despide de Sebastián dándole un beso en la boca que lo deja más que sorprendido, “esto es en despedida como no nos vamos a ver la tarde, dale saludos a mi tía y a la Francisca, realmente lo pasaba super bien con tu hermana” agrega después y ella sale corriendo a tomar el bus.
Sebastián se queda solo en la casa y decide hacer algo de aseo antes de irse, mal que mal lo recibieron con los brazos abiertos y pretende hacer hora para ver si puede alcanzar a leer algo más del diario de Pamela antes de irse.
Almuerza con sus tíos y Sergio, su tío, le dice que lo va a ir a dejar a su casa a eso de las 6, esto no le gusta mucho a Sebastián que esperaba poder estar con Pamela antes de irse y ella sale a las siete de clases, “bien, que se le va a hacer” piensa él.
Ya después de almuerzo Sebastián se va a dar una ducha para reaccionar un poco, aun se siente algo afectado por la resaca y no quiere que sus padres se den cuenta o de lo contrario va a tener problemas. Sale del baño y va a su habitación a vestirse cuando al pasar frente a la habitación de su prima observa su ropa interior tirada encima de su cama, algo bastante habitual ya que ella es muy desordenada.
Sebastián decide aprovechar la oportunidad que tiene y se tira encima de la cama de su prima y empieza a hacerse una paja con su ropa interior, de nuevo. Sabe que esta será la última vez que tendrá esta oportunidad, ella lo tiene hirviendo y él ya se imagina su verga desapareciendo entre los carnosos labios de su prima o en su ardiente o entre sus magnificas nalgas, Sebastián esta en lo mejor disfrutando de lo que será su ultima paja en la habitación de Pamela.
“¡Vaya, vaya, vaya pero que tenemos aquí!”, al oír esa voz Sebastián abre los ojos espantado y con horror ve a su prima junto a un par de amigas de pie alrededor suyo, él trata de pararse pero Pamela se lo impide y se monta sobre él. “Ahora ya veo el por que esas manchas en mi ropa interior” dice ella sonriendo, “te lo dije, tu primo tiene una cara de degenerado” dice una rubia que se llama Catalina, “¡es cierto, hay que castigarlo!” agrega Sara.
 

Pamela roza con sus calzones el miembro de su primo, ella se endereza sobre él y observa su verga, “aun estas bien empalado, eso me gusta, ya estaba cansada que me espiaras y que leyeras mi diario de vida”, Sebastián se queda sin habla al escuchar esto, “¿que acaso crees que no me daba cuenta de que leías mi diario?, te vi esa noche cuando me lo monte con el hermano de Catalina en el auto, o como me espiaste cuando me masturbe aquí el otro día, o que cuando dormimos juntos crees no me daba cuenta de cómo me manoseabas y frotabas tu verga contra mi, acaso crees que yo no sabia que me seguías en la fiesta de anoche, se ve que no me conoces, la idea de que me vieras teniendo sexo con otros me excitaba de sobremanera por eso me asegure de dejarte ver harto de mi”, “¿pero no se supone que deberías estar en clases a esta hora?” pregunta muy nervioso Sebastián que aun esta desnudo sobre la cama de su prima, ellas se largan a reír al escucharlo.

“Te aseguro que escaparnos de clases fue algo bastante fácil, quería sorprenderte pero jamás pensé que te sorprendería así”, Pamela se apoya sobre él y le toma las manos ella se estira sobre Sebastián y le pasa sus pechos sobre su rostro, él no sabe que hacer, sin embargo de pronto reacciona cuando las amigas de Pamela lo toman por sorpresa y lo amarran a la cama, no alcanza a hacer nada y después lo amarran de los pies, él ahora esta a completa merced de ellas.
“¿Qué hacemos con él ahora?” dice Catalina, Sebastián esta más asustado que nunca, “podríamos sacarle fotos y subirlas a Internet” propone Sara, Sebastián se horroriza al escuchar esto, pero Pamela lo tranquiliza, “él quiere saber como lo hicimos para escaparnos de clases, ¿Por qué no le enseñamos?” propone Pamela, sus amigas se muestran de acuerdo.
“En el colegio hay un inspector, el viejo es un desgraciado pero decidimos hacerle un pequeño favor y nos dejo salir antes”. En ese momento Catalina y Sara rodean a Pamela y comienzan a meterle mano a diestra y siniestra, sobre su blusa y bajo su falda de colegio. Ellas se besan entre si y Pamela es el centro de atención, Sara le soba el culo y Catalina le abre su blusa descubriendo sus pechos que se aprecian bastante más grandes que los de sus amigas, Pamela sonríe al ver a Sebastián, a pesar de estar amarrado, bastante excitado, la expresión de su rostro lo delata.
 

Pamela atrapa con su boca los pechos de Catalina, se los chupa ansiosamente mientras Sara le frota su entrepierna a Pamela y presiona sus dedos contra su sexo, la escena es todo un espectáculo para Sebastián que ve a su prima montárselo con dos de sus amigas. Sara toma a Pamela y la empuja sobre la cama, ella cae encima de Sebastián y sus amigas se le van encima, Sara la abre de piernas y le sube completamente su falda metiendo su rostro entre ellas, Pamela empieza a gemir al sentir la lengua de su amiga deslizarse de forma vigorosa por su sexo, ella la sujeta de la cabeza y la carga contra su coño. Catalina no deja de lamer los pechos de Pamela pasa su lengua sobre ellos y con su boca atrapa los erectos pezones que se ven. Pamela se mueve encima de su primo el cual ya no das de caliente ante semejante espectáculo que ellas le dan.

Pamela se pone sobre él haciendo un 69, Sebastián tiene frente a su rostro el coño de su prima, él no sabe que hacer y de pronto las amigas de Pamela comienzan a meterle los dedos por su sexo y por su culo, Sebastián esta asombrado y terriblemente excitado, sin embargo pronto se lleva una sorpresa aun mayor cuando los carnosos labios de Pamela comienzan a envolver su verga, él respira agitado mientras ella le hace una mamada, “Mira su cara el pobre esta en el cielo” comenta Catalina.
 

“No te quedes ahí aun puedes usar tu boca” le dice Sara, ella toma a Pamela con fuerza y la hace poner su coño sobre el rostro de Sebastián y él tímidamente empieza a pasar su lengua sobre el mismo, a Pamela esto la excita y mueve su sexo contra Sebastián.

“Déjanos ayudarte” dice Catalina y junto a Sara se unen a Pamela y pasan sus lenguas por todo el miembro de Sebastián que ya no sabe que hacer, trata de liberarse pero ellas lo amarraron bastante bien a la cama. La sensación de sentir tres lenguas recorriendo al mismo tiempo su verga fue demasiado para él y comenzó a correrse para deleite de ellas.
“¡Vaya pero si es un pequeño degenerado míralo se ha corrido sobre nosotras!” se ríe Pamela al verlo, “pero fíjate que aun esta bien erecto y duro” le hace ver Catalina, Pamela sonríe picaramente, “veamos que más puede hacer”. Las tres se desnudan por completo y Pamela se monta una vez más sobre su primo, Sara sujeta derecha la verga de Sebastián y Pamela comienza a rozar su coño contra su verga. Ella se besa con Sebastián que no sabe como responderle, “vamos no seas tímido, acaso no me querías tener así” le dice ella.
Luego de jugar con él por un instante Pamela lentamente se deja caer sobre su verga, ella cierra sus ojos y su respiración se agita notablemente, Sebastián esta totalmente extasiado mientras ella se mueve lentamente sobre él, Catalina y Sara se besan apasionadamente con Pamela y le soban sus majestuosos pechos mientras ella esta empalada sobre su primo. Sara se pone sobre Sebastián restregándole su coño en la cara para que él se lo pueda lamer, las tres chicas se dan un festín con el pobre de Sebastián el cual se ve completamente sometido a sus caprichos, aunque él no se queja en absoluto de ello.
Al cabo de un instante Sara se levanta dejando el miembro de Sebastián aun bien duro, Pamela nuevamente toma su lugar pero ahora ella se le monta separando ampliamente sus piernas mostrando completamente su coño, “ya saben” les dice a sus amigas. Ellas dirigen esta vez la verga de Sebastián directamente al culo de Pamela para sorpresa de él, ellas se la lubrican con su saliva y Pamela la recibe completamente en su culo que Sebastián siente bastante estrecho.
“¡Así es se siente tan bien tu verga en mi culo!” le dice ella que se mueve rítmicamente sobre él metiéndosela más adentro cada vez, sus amigas no se quedan solo mirando y continuamente le lamen y le meten los dedos a pamela, Sebastián tiene una vista privilegiada de ello, pero aun hay más.
Pamela sigue moviéndose sobre la verga de su primo, se la mete una y otra vez dándole con todo, en ese instante las amigas de Pamela aparecieron portando dos consoladores que de inmediato se los ponen en la cara a Pamela, ella los chupa y los saborea como si fuesen de verdad, sus amigas le ayudan y después se los deslizan entre sus pechos, Sebastián se queda atónito cuando se los empiezan a meter por el coño, no uno sino que ambos a la vez y aun con su verga bien enterrada en el culo de su prima.
Catalina y Sara le dan con todo a Pamela, se los meten una y otra vez y se los retuercen en su sexo para el total deleite de la ardiente muchacha, Sebastián mueve sus caderas y la penetra con más fuerza aun mientras observa con lujo de detalles como se follan a su prima.
Pamela sigue gozando como loca, ella misma sujeta uno de los juguetes mientras sus amigas se follan entre ellas con el otro, Sebastián ya no da más y Pamela lo intuye en el momento en que ella se levanta Sebastián se corre de nuevo salpicándola de semen. Las chicas se encargan de atenderlo como se debe y finalmente lo liberan de sus ataduras.
“Espero que para la otra seas más activo” le dice Pamela a Sebastián, “siempre y cuando no me vuelvas a amarrar de nuevo” le responde él. Los cuatro se quedan ahí recuperando el aliento, Sebastián espera poder volver a follarlas esta vez a su manera cuando de pronto sienten el ruido de un auto afuera, es Sergio, el papa de Pamela, de inmediato los cuatro se arreglan y ellas se esconden para no ser descubiertas, Pamela le da un ultimo beso de despedida a su primo, “te prometo que te iré a visitar algún día” le dice ella. Sebastián recoge sus cosas y se va con su tío mientras ellas lo observan tras una ventana.
Dos meses han pasado y Sebastián no ha vuelto a ver a su prima, una tarde esta en recreo en su colegio cuando recibe un mensaje de texto en su celular. “Estoy en tu casa te vengo a visitar por unos días, te espero, ven enseguida, ventana de la cocina, Pamela”. Esto despierta la curiosidad de Sebastián, de inmediato se pone manos a la obra e inventa una supuesta enfermedad para salirse de clases y regresar antes de la hora a su casa.
Tal como dice el mensaje él entra por el patio saltando la cerca, en silencio se aproxima a la ventana de la cocina, voces y ruidos se escuchan cada vez con más fuerza a medida que se acerca. Discretamente se asoma por la ventana y ve a dos personas, dos mujeres, Pamela y alguien más. Ambas están en el piso de la cocina, Pamela encima de la otra, semidesnudas se besan apasionadamente, Pamela le mete su lengua en su boca y casi no le da tregua. Sebastián se percata además que entre ambas se follan con un consolador entre si, este entra y sale de los coños de ambas, Pamela se carga con fuerza sobre la otra enterrándoselo hasta el fondo.
“Pamela, Pamela, espera un poco, ya es muy tarde Sebastián puede llegar en cualquier momento” le dicen, Pamela la besa ardientemente y se carga con mas fuerza aun, “no se preocupe tía, Sebastián nunca sabrá nuestra pequeño secreto, así que sigamos, aun tenemos tiempo para seguir cogiendo”, Pamela abraza a su tía y ambas ruedan por el piso quedando la tía encima de su sobrina, Pamela observa a la ventana y ve una silueta familiar, a Sebastián con su verga en la observándolas, “estas dos semana serán increíbles” agrega ella después mientras sigue follando con su tía.
 
 
 

Relato erótico: Memorias de un exhibicionista parte 1 ( POR TALIBOS)

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MEMORIAS DE UN EXHIBICIONISTA (Parte 1):

Por fin soy feliz. Hubo un tiempo en que pensé que jamás lo sería, debido a mi particular condición. ¿Que cuál es esa condición? Amigo mío, ¿no has leído el título? Creí que hablaba por si solo.
Sí. Lo soy. Un exhibicionista. Ya conoces mi secreto. Quizás pienses que soy un enfermo, un pervertido. No te falta razón. Pero no puedo hacer nada por evitarlo. Soy así.
Pero no te equivoques, no ando por ahí persiguiendo crías para enseñarles el pajarito, traumatizando de por vida a tiernas niñas. No. A mí me excita que me miren auténticas mujeres. Ver el deseo, la lujuria brillando en la mirada de la chica para la que me exhibo. No pretendo darles miedo, asco o incomodarlas. No, cuando disfruto de verdad es cuando ellas también disfrutan. Un poco retorcido ¿verdad?
Pues eso. Mi condición me ha limitado durante toda mi existencia, aunque yo he acabado por aprender a sacarle partido. Bueno, toda mi existencia es exagerar un poco, más bien desde la pubertad, cuando mis instintos sexuales despertaron y descubrí cuales eran mis inclinaciones.
No, no, no me malinterpretes. No es que no disfrute con el sexo. Me encanta follar, por supuesto. Y he follado todo lo que he podido. Pero cuando me exhibo… Cuando siento los ojos de una hermosa mujer sobre mí… no puedo describirlo, me faltan palabras.
¿Cómo? ¿Que por qué soy feliz ahora? ¡Ah, amigo, ese es el quid de la cuestión! ¿Por qué ahora sí soy feliz?
Porque la conocí a ella.
Alicia.
CAPÍTULO 1: EL HÉROE:
Todo comenzó hace 3 meses. Mi vida trascurría alternando entre la monotonía del trabajo y la de la vida en pareja, combinadas con los intensos momentos en que me sentía auténticamente vivo, cuando daba rienda suelta a mis verdaderos deseos.
Trabajo como gerente comercial en una importante empresa, lo que me obliga a viajar continuamente por todo el país. La empresa siempre se mostró dispuesta a pagarme los desplazamientos de larga distancia en tren o avión, pero yo prefería el coche, pues me daba mayor libertad y movilidad para poner en práctica mis “incursiones exhibicionistas”.
En cuanto a mi vida familiar… No, no estoy casado. Tengo novia, Tatiana, con la que llevo saliendo ya 2 años, los últimos 8 meses viviendo bajo el mismo techo.
Siendo sincero, no puedo decir que la ame. Lo siento, pero es así. Ella es todo lo que un hombre podría desear; es dulce, tranquila, amable, hacendosa… Y está buenísima.
Pelirroja, 100 de pecho, unos muslazos imponentes, unos labios carnosos que hacen que todos los hombres se pregunten qué se sentirá al tenerlos rodeando su… ya sabes. Su perfil de mujer no es diabolo, cilindro, campana, ni ostias. El suyo es jamona. Es la mejor manera de describirla. Tremendamente voluptuosa.
Y es genial en la cama, se entrega al sexo con toda el alma, uno disfruta porque ve que ella está disfrutando también, no le dice que no a nada y, además, es super sensible, cualquier caricia la enardece, se pone a mil… es una diosa del sexo…
Sin embargo, hay cosas en ella… Joder, está muy feo lo que voy a decir, pero es la verdad. Tatiana no es demasiado… despierta. No destaca por su inteligencia precisamente. Y eso se refleja especialmente en su forma de actuar, se comporta de manera demasiado dependiente de mí y eso es algo que, a la larga, cansa.
Y además, no comparte para nada mis “aficiones”. En casa es una auténtica leona, pero fuera… le da vergüenza absolutamente todo. Si se hubiera enterado entonces de las cosas que hacía…
Pero bueno, ya basta de hablar de ella. En este capítulo la protagonista es otra.
Sí. Alicia.
Retomando el hilo. Aquella tarde de hace 3 meses, había salido pronto de trabajar. Me sentía bien, relajado, pues el balance trimestral había salido mejor de lo esperado y los jefes estaban contentos, con lo que pude aparcar un poco el stress, así que se me ocurrió que podía divertirme un poco, pues hacía tiempo que no lo hacía.
Ya sabes, hacer un poco el guarro.
Tranquilamente, conduje hasta el otro extremo de la ciudad, lo más alejado posible del barrio en que vivía, para minimizar el riesgo de tropezarme con algún conocido.
Tenía elegido mi destino, un parque enorme que se despliega en el lado oeste de la urbe, donde, con un poco de suerte, podría calmar mi excitación con una discreta sesión de exhibicionismo en  el paseo con la que calmar mi libido.

Aparqué el coche como a medio kilómetro de mi destino, a suficiente distancia como para que nadie viera donde lo había dejado, pero lo suficientemente cerca por si tenía que realizar una retirada estratégica.

Aunque estábamos a finales de otoño, hacía un poco de calor, así que dejé la gabardina en el coche junto con la corbata, que había empezado a agobiarme y cogí un libro de la guantera que siempre llevaba para estos menesteres, pues permitía cubrirme en caso de necesidad.
Y me dirigí al parque.
Mi idea esa tarde no era hacer nada especial. Simplemente quería hacer lo que muchas otras veces. Conocía un sendero que atravesaba el parque que estaba un poco apartado del camino principal, pero que era bastante transitado pues servía como atajo para cruzar el recinto. Como había hecho muchas otras veces, había planeado sentarme en uno de los bancos que había junto al sendero y masturbarme, procurando eso sí que el espectáculo fuera disfrutado por alguna encantadora dama.
De hecho, yo sospechaba que algunas mujeres sabían perfectamente que de vez en cuando un exhibicionista se apostaba allí y era por eso que utilizaban ese sendero, pues más de una ocasión me había parecido reconocer a alguna de mis “víctimas”. Quizás fueran imaginaciones mías, no sé.
Poco después me sentaba en uno de los bancos, uno que quedaba parcialmente oculto por un seto, lo que me permitía ver a quien se aproximara antes de que ellos me vieran a mí, lo que ofrecía ventajas obvias a la hora de no exhibirme ante la persona equivocada.
Abrí el libro y me puse a simular que leía, con el corazón atronándome en el pecho, como me sucedía siempre que me embarcaba en una de estas aventuras. No importaba cuantas veces lo hubiera hecho, la emoción era siempre la misma.
Mi pene comenzó a endurecerse inmediatamente, a pesar de que no había ninguna moza en el horizonte, lo que me hizo sonreír al pensar que estaba hecho un pervertido de cuidado.
Esperé un rato. La erección no se me bajaba, como me sucedía invariablemente cuando estaba en esas situaciones, formando un notorio bulto en la entrepierna del pantalón, que yo ocultaba hábilmente con el libro, a la espera de que se aproximara alguna señorita a la que brindarle el espectáculo. La expectación era máxima, la tensión insoportable.
En un banco que había a mi izquierda, como a 15 o 20 metros, se sentó un señor bastante mayor que se apoyaba en un bastón. No me importó, pues, aunque podía resultar un estorbo para lo que yo pretendía hacer, estaba seguro de que si el viejo echaba a correr detrás de mí, no me pillaba. Sonreí en silencio.
La verdad es que casi nadie me habría pillado, yo era rápido corriendo. A pesar de ir con traje y todo. Ya lo había comprobado.
Y es que me mantenía en forma, no sólo porque deseaba ofrecer una imagen atractiva para las damas para las que me exhibía, sino también porque, con mis aficiones, era necesario estar en forma por si había que salir por piernas. Y qué demonios, la verdad es que la rutina del gimnasio me gustaba. Si no fuera así, no habría aguantado 20 años practicando karate. No es broma, estoy cachas.
Estaba tan perdido divagando en mis pensamientos que al principio no la vi, pero cuando lo hice… no pude sino maldecirme en silencio al ver que semejante oportunidad se desaprovechaba. Ella era justo lo que iba buscando, una chica joven, veintitantos, guapísima, caminado tranquilamente por el paseo… y sola.
Si la hubiera visto a tiempo, hubiera abierto la bragueta el pantalón, extraído mi durísimo falo y habría empezado a masturbarme lentamente, cubriéndome al principio con el libro, pero haciéndolo de manera que fuera obvio lo que estaba haciendo. Cuando sus ojos se clavaran en mí, si no veía en ellos miedo, enfado o ganas de ponerse a gritar, hubiera apartado el libro y…
Joder, se me había escapado. Y estaba seguro de que hubiera sido una víctima propicia, pues, al pasar por delante de mi banco, la chica me había dirigido una mirada apreciativa, contemplándome durante unos segundos, así que seguro que le hubiera gustado el espectáculo.

Pensé en levantarme y seguirla, pero experiencias previas me habían demostrado que no era buena idea. Que un tío se levantara repentinamente de un banco para seguir a una mujer sola por el parque… menudo susto se iba a llevar la pobre. Y si ese tío encima le enseñaba la chorra…

Inesperadamente, la chica se sentó, justo en el banco que había enfrente del ocupado por el vejete. Con expresión nerviosa, miró al viejo unos segundos y luego hacia los lados, lo que me pareció extraño.
Simulé seguir concentrado en la lectura, pero mi intuición me decía que allí pasaba algo raro, aunque no sabía qué. La chica, a la que yo vigilaba desde detrás del libro, parecía estar muy nerviosa, agitada, mirando una y otra vez a su alrededor, como asegurándose de que no venía nadie.
Y de repente lo hizo. La joven, que seguía dando muestras de nerviosismo, colocó sus manos junto a sus muslos y, tirando de ella, subió su falda unos centímetros, hasta que podían verse sus rodillas. El vejete, sentado tranquilamente en su banco, no parecía haberse dado cuenta de nada, rebuscando tranquilamente en su cartera, sin prestar atención a la hermosa mujer que se había sentado enfrente suyo y que aparentaba estar…
No podía ser. Estaba soñando. La chica no podía estar haciendo lo que parecía…
Pero sí que lo hacía. Una vez más miró a los lados, asegurándose de que nadie venía, vigilándome especialmente a mí, que seguía disimulando con mi libro. Cuando se aseguró de que nadie más la veía, se subió la falda un poco más, a medio muslo y separó bien las piernas.
El viejo sí que se dio cuenta entonces, pues la cartera se le cayó al suelo. Muy lentamente, sin acabar de creerse el espectáculo que le estaba siendo ofrecido, el anciano se agachó con torpeza para recoger su billetera del suelo, sin apartar ni un segundo la mirada de la joven, a la que debía estar viéndole hasta los pensamientos.
Y ella, aunque bastante acongojada, no cerró las piernas en absoluto, sino que las separó descaradamente, con lo que la falda se le subió más todavía.
Justo entonces, ella se dio cuenta de que yo también la miraba alucinado y, durante un instante, pareció estar a punto de levantarse y largarse pitando de allí. Pero no lo hizo. Siguió sentada, mirándome. A pesar de la distancia, pude percibir que sentía vergüenza por lo que estaba haciendo, que estaba ruborizada… pero no dejó de hacerlo.
Tenía la boca seca, el corazón me iba a estallar. Me veía reflejado en ella, era como yo, aquella mujer… Procurando disimular lo mejor que pude, extraje el teléfono móvil de mi chaqueta y empecé a grabar a escondidas el espectáculo que la joven estaba ofreciendo. No me fue difícil, pues tenía bastante experiencia en hacer ese tipo de grabaciones, sólo que el protagonista solía ser yo mismo.
Repentinamente, decidida a brindarnos el show de nuestras vidas, la joven levantó un pié y lo subió al banco, despatarrándose por completo. La falda se le subió hasta la cintura y pude apreciar perfectamente que iba sin ropa interior. Libidinosamente, se chupó los dedos y los deslizó hasta su entrepierna, donde empezó a frotarlos voluptuosamente, mientras nos miraba con lujuria al anciano y a mí.
Conocía esa sensación, sabía perfectamente lo que ella experimentaba, lo que estaba buscando. Me sentí eufórico, transportado, había encontrado a alguien como yo, tenía que conocerla, confesarle que éramos iguales, decirle…
Justo entonces los vi. Concentrados como estábamos los tres en nuestro show privado, no los vimos acercarse.
Inmediatamente supe que iba a haber problemas.
–         ¡Pero mira que pedazo de puta! – aulló uno de los niñatos que venían por el sendero – ¡Si está enseñando el coño!
El fulano que había hablado y sus dos amigos se acercaron riendo al banco donde estaba la joven. Eran tres macarras de barrio, del tipo que todos conocemos, con litronas de cerveza en la mano y todo, para encajar perfectamente en el perfil; pero estos no eran niñatos descerebrados sin más, sino que debían rondar ya los 30 años, lo que los volvía infinitamente más peligrosos, aunque igualmente descerebrados.
–         ¡Venga, guarra, no te cortes, que yo también quiero verlo! – gritó otro de los simios.
Ni que decir tiene que, en cuanto percibió la presencia de los tres primates, la joven se había colocado bien el vestido y había tratado de poner pies en polvorosa, consciente de estar metida en un buen lío.
Sin embargo, los macarras la habían pillado en el peor momento posible y de allí no podía salir nada bueno.
–         ¿Qué dices puta? – le espetó otro.
La chica contestó algo que no pude oír e intentó marcharse por el sendero.
–         ¿Adonde vas guapetona? ¿Te parece bien enseñarle el coño a un viejo y no a nosotros? ¡Venga guapa, que nosotros sí sabríamos lo que hay que hacer con él!
La joven hizo un nuevo intento de largarse de allí, pero volvieron a detenerla, esta vez con peores modos. De un empujón, la tiraron encima del banco. La pobre chica manoteó desesperada, hasta que uno de los tipejos la sujetó por las muñecas. Entonces, de un tirón, el cerdo desgarró el vestido de la chica, de forma que un perfecto seno quedó completamente a la vista, mientras los otros dos bestias jaleaban a su amigo.
–         ¡Fíjate qué zorra, si no lleva sujetador ni bragas! ¡Ésta está deseando un buen pollazo! – gritó uno.
–         ¡Pues se va a llevar unos cuantos!
Uno de los hijos de puta ya se había sacado la picha del pantalón y con fiereza empezó a restregarlo en la cara de la chica, intentando que ella abriera la boca para recibir su asquerosa cosa entre sus labios.
–         Venga puta, ¡chúpamela! ¡Si estás deseándolo! ¡AGHHHH!
El gilipollas ni me vio venir. Como dije antes, llevo 20 años en el gimnasio practicando karate. Y lo siento, yo soy español, así que lo mío no son las doctrinas budistas del señor Miyagi; eso de “karate para defensa sólo” no va conmigo. ¡Nah! A mí me va más el refranero español y aquí decimos que el que da primero, da dos veces…
No me dolió en absoluto atacarlos a traición. Ni el más ligero remordimiento, puedo jurarlo. Pateé con ganas las pelotas del desgraciado que se había sacado la polla, desde atrás, con la puntera del zapato. Algo sonó a roto y el tipo se derrumbó.
Agarré por el cuello de la camisa a su colega y le propiné tres golpes secos en el pecho, hasta dejarle sin aire. Por desgracia, el tercero fue más rápido de lo que yo me esperaba y logró golpearme con la botella de cerveza en el rostro, haciéndome un corte en la ceja. Yo se lo devolví con una rápida patada circular que me salió de lujo, ni en los entrenamientos me salían mejor, alcanzándole en toda la jeta y haciéndole salir volando por encima del banco.
–         ¡Vamos, larguémonos de aquí! – apremié a la joven, tendiéndole una mano.
Ella dudó menos de un segundo antes de tomar mi mano y permitir que la ayudara a levantarse. Sin poder evitarlo, mi mirada se clavó en el exquisito seno expuesto y ella se dio cuenta, aunque no dijo nada, sin molestarse en intentar cubrir su desnudez.
–         Abuelo, será mejor que se largue también, no vayan a tomarla con usted ahora – le dije al anciano del otro banco.
El viejo, boquiabierto, asintió con la cabeza y, ayudado por su bastón, siguió su camino.
–         Hijo de putaaa… – jadeó uno de los simios mientras se retorcía en el suelo.
La mano de la chica apretó la mía, asustada, así que tiré de ella y la hice salir corriendo por el sendero, largándonos de allí lo más deprisa que pudimos.
En un par de minutos, salimos del parque, deteniéndonos un instante, para decidir a donde ir. La joven jadeaba ligeramente, pero no parecía nada cansada, lo que me confirmó que también estaba en forma.
–         ¡Oh, Dios mío! ¡Tu ojo! – exclamó de repente al darse cuenta de que el corte en la ceja estaba sangrando.

Madre mía, hasta su voz era sensual. Las rodillas me temblaron.

–         No te preocupes, no es nada, un arañazo. El tipo no me dio de lleno.
–         Pero estás sangrando.
–         Ya, bueno, una tirita y listo…
No pude evitarlo, volví a mirar su seno desnudo. Era hermoso, de piel pálida, con un delicioso y erecto pezón brillando en una areola sonrosada…
–         Perdona, no me había dado cuenta de que te habían roto el vestido – mentí, como ambos sabíamos perfectamente – Toma.
Me quité la chaqueta y se la alargué.
–         Gracias. Eres muy amable – dijo ella poniéndosela.
Estaba bellísima, con el rostro sudoroso, vestida con mi chaqueta, que le quedaba enorme.
–         Venga, vamos a buscar una cafetería. Allí podré curarme esto. Además, seguro que esos mierdas nos buscan en cuanto se recuperen.
–         Vale – respondió la joven simplemente.
Sentí un gran alivio, pues durante un segundo pensé que quizás se negaría a acompañarme y yo estaba deseando conocerla mejor.
CAPÍTULO 2: PRIMERA CITA:
Caminamos unos minutos, alejándonos del parque. Ya no íbamos cogidos de la mano, lo que lamenté profundamente. Me sentía muy nervioso, pensando en qué decirle para lograr saber más de ella.
Por fin, encontramos una cafetería tranquila y entramos, sentándonos en una de las mesas, una que estaba apartada de las ventanas, por si acaso los energúmenos nos buscaban por la zona.
Con gran aplomo, la joven le explicó a la camarera que habían intentado robarnos y le pidió que nos dejara el botiquín, cosa que la chica hizo con gran diligencia.
Fui al baño a limpiar la herida, descubriendo que era poca cosa, como había sospechado. Lo lamenté bastante, pues pensaba que, si hubiera sido grave, ella habría tenido que cuidarme. Si seré imbécil.
Poco después, sentados de nuevo en la mesa, la joven se encargaba de desinfectar la herida y ponerle una tirita. El contacto de sus manos me enervó tremendamente. Alcé la mirada y mis ojos se encontraron con los suyos un instante, aunque ella los apartó enseguida, avergonzada. Sabía perfectamente en qué estaba pensando.
Habría querido decirle que no sintiera vergüenza, que yo era como ella, que había disfrutado enormemente con su show en el parque… quería decirle tantas cosas… Pero lo único que se me ocurrió decir fue:
–         ¿Qué quieres tomar?
–         Un café americano.
Instantes después, regresé a la mesa tras haber pedido dos cafés americanos y de haber devuelto el botiquín a la camarera, dándole las gracias efusivamente. Me senté y me quedé callado unos segundos, tratando desesperadamente de saber qué decir. Pero fue ella la que habló.
–         Te doy asco, ¿verdad?
Me quedé atónito. Con la boca abierta, literalmente.
–         ¿Có… cómo? – balbuceé.
–         Vamos, no disimules. Me has visto antes en el parque. Has visto la clase de enferma que soy…
Y se echó a llorar, tapándose el rostro con las manos. Me quedé petrificado, no sabía qué hacer. Torpemente, intenté consolarla, aunque sabía que era mejor que se desahogara un poco, pues el susto que se había llevado había sido importante.
–         ¿Se encuentra bien? – preguntó la camarera mientras dejaba los cafés encima de la mesa.
–         Sí, sí – me apresuré a responder – Son sólo nervios por lo que ha pasado. Hasta le han roto el vestido…
–         Pobrecita – dijo la joven mirando con compasión a mi llorosa compañera – No me extraña. Creo que le vendrá bien una dosis extra.
Mientras decía esto, la chica sirvió una generosa ración de licor en el café, llenando la taza hasta el borde. Tras dedicarme un guiño cómplice, la guapa camarera regresó a su puesto en la barra, mientras yo pensaba que me encantaría sentir sus hermosos ojos azules clavados en mi verga.
Sacudí la cabeza, alejando tales pensamientos y volví a concentrarme en mi compañera.
–         Vamos, tranquilízate – dije alargándole un pañuelo – Ya ha pasado todo. Te aseguro que eso tíos se lo pensarán dos veces antes de volver…
–         ¡Eso me da igual! – exclamó ella mirándome con ojos furiosos – ¡Me hubiera estado bien empleado si me hubieran violado! ¡Es lo menos que se merece una pervertida asquerosa como yo!
Comprendí perfectamente lo que le pasaba. Aquella chica no había aceptado aún su condición. Se sentía culpable por actuar siguiendo sus instintos. Y supe lo que tenía que hacer.
–         Espero que no hayas dicho eso en serio – dije.
–         ¡¿Y por qué no?! ¡Es lo que me merezco! – respondió ella descargando su rabia en mí.
–         No te conozco de nada – dije con tranquilidad – Ignoro por completo lo que te mereces y lo que no. Pero, si lo que estás diciendo es que te mereces que te hagan daño por hacer lo de antes…
–         ¡Sí! ¡Por ser una enferma, una pervertida asquerosa! ¡Me merezco eso y más!
–         Vaya – dije bebiendo calmadamente de mi café – Pues ahora sí que has logrado ofenderme, pues si estás diciendo que los pervertidos merecen que les pasen cosas malas… me doy por aludido.
Ella me miró fijamente, sin comprender.
–         ¿Qué quieres decir?
–         Que según tú, me merezco que me pasen cosas malas, pues yo soy también… ¿cómo has dicho antes! ¡Ah, sí! Un pervertido asqueroso.
La joven me miró fijamente, con los ojos brillantes por las lágrimas, repentinamente nerviosa y asustada.
–         ¿Cómo? – preguntó con voz temblorosa.
–         Tranquila, chica. No me refiero a que sea un violador, ni nada de eso.
–         No… no te entiendo – insistió ella.
–         Quiero decir… Que soy exhibicionista. Como tú.

Se quedó alucinada, boquiabierta. Aún así, estaba guapísima con el rostro empapado de lágrimas. Sonrió entonces, más calmada, encajando lo que acababa de decirle en sus esquemas.

–         Madre mía tío. He escuchado historias raras para ligar, pero tú te llevas la palma – me soltó.
–         ¿Eso crees que hago? ¿Inventármelo para ligar contigo?
–         Bueno…
–         Te lo tienes muy creído tú – le espeté para confundirla.
Se ruborizó muchísimo, cosa que me encantó. Poco a poco, me sentía más seguro.
–         Eres muy guapa, lo admito – continué – Pero si me crees capaz de inventarme semejante historia para meterme en tus bragas… me has juzgado muy mal. Además, si ni siquiera llevas…
Se puso aún más roja si es que eso era posible. Por lo menos, había logrado que dejara de llorar, que era lo que en realidad pretendía.
–         Bueno, yo – dijo titubeante – Perdona, pero creo que debería marcharme…
–         ¿No me crees? – dije en voz alta, atrayendo de nuevo su atención hacia mí.
Ella no contestó.
–         No importa. Puedo demostrártelo.
Metí la mano en mi chaqueta y, por un segundo, ella pensó que iba a desnudarme allí en medio, por lo que se le pusieron los ojos como platos por la sorpresa. Pero mi intención era otra. Simplemente saqué mi móvil y me puse a buscar un fichero en la memoria.
–         ¡Ajá! ¡Aquí está! – exclamé cuando hallé lo que estaba buscando – Échale un vistazo a esto.
Le pasé el móvil con un vídeo en marcha. Con mano temblorosa, la chica cogió el teléfono, miró la pantalla y pude ver perfectamente cómo sus pupilas se dilataban con estupor.
Alucinada, la bella señorita se quedó con la boca abierta mirando el vídeo en silencio, lo que me permitió observarla a placer.
Madre mía, qué bonita era. Rubia, ojos claros, rasgos dulces y encantadores, piel suave, sin mácula. Una mujer guapa de verdad, de las que necesitan muy poco maquillaje, pues no tiene defectos que esconder.
Ella seguía mirando el vídeo, hipnotizada. Yo sabía perfectamente lo que estaba viendo, al fin y al cabo lo había filmado yo. Deseando hacer nuestro contacto más íntimo, me cambié de silla y me senté a su lado, para poder ver la pantalla yo también.
Miré el teléfono y vi mi propia polla, completamente erecta, siendo masturbada suavemente por mi mano derecha. El plano se abrió un poco, permitiendo ver que iba sentado en el interior de un autobús público, pajeándome tranquilamente, con el móvil escondido bajo una chaqueta, de forma que podía grabar el espectáculo a escondidas.
En pantalla sólo se me veía del pecho hacia abajo, no la cara, pues lo que me interesaba grabar estaba en realidad al otro lado del bus, en la fila de asientos posterior a la que yo ocupaba. Allí estaba sentada una guapa señorita de unos 20 años, que, inclinada hacia delante, no se perdía detalle de la paja que yo me estaba haciendo, con los ojos clavados en mi erección, casi sin parpadear.
–         ¿Ves? – le dije en voz baja a la chica – No te he mentido. Y ahora viene lo mejor.
Justo en ese momento, la joven del vídeo, bastante excitada por la situación, se mordía el labio inferior de forma harto erótica y poco después, se acariciaba un seno por encima de la ropa.
–         Te juro que cada vez que lo veo me excito terriblemente – le susurré a mi compañera al oído.
Ella clavó su mirada en mí un segundo, pero enseguida volvió a desviarla hacia la pantalla. Y justo en ese momento, mi polla entró en erupción en el vídeo, vomitando semen que resbalaba por mis dedos y manchaba el asiento de delante, mientras la joven del bus daba un gracioso respingo.
–         ¡Oh! – exclamó sensualmente mi compañera, excitándome muchísimo.
–         ¿Te ha gustado? – le dije sonriendo.
Ella clavó sus hermosos ojos en los míos, todavía alucinando por lo que acababa de ver. Sin embargo, recobró la compostura inmediatamente y me alargó el teléfono.
–         Esto no demuestra nada. Podría ser cualquiera, no se ve la cara…
–         Mira un poco más – respondí sencillamente.
Volvimos a mirar la pantalla justo a tiempo de ver cómo la joven se levantaba de su asiento y caminaba hacia la salida del bus, pasando a mi lado. Mientras lo hacía, me miró detenidamente y sonrió, siguiendo su camino. Entonces la filmación se agitaba hacia los lados, mientras yo movía el móvil hasta que mi rostro apareció mirando a cámara, diciendo algo que no se entendió.
Mi acompañante, anonadada, sólo atinó a preguntar:
–         ¿Qué fue lo que dijiste?
–         “Espero que se haya grabado bien”
Ambos nos reclinamos en nuestros asientos, mirándonos el uno al otro. El corazón me latía desaforado, mientras me preguntaba si a ella le pasaría lo mismo.
–         No puedo creérmelo – dijo ella por fin.
–         ¿Por qué no? No es tan raro. Hay por ahí mucha gente con nuestras mismas inclinaciones, no es tan extraño que dos…
–         ¿Inclinaciones? – me interrumpió ella – Querrás decir depravaciones, somos enfermos, pervertidos…
–         Como quieras. Si lo prefieres, somos pervertidos. Pero entendiendo la perversión simplemente como una desviación del comportamiento normal, no como algo malo.
–         ¿No te parece malo? ¿Te parece bien masturbarte en un autobús para que una chica te mire? ¿Para asustarla?
–         ¿Te pareció asustada? Chica, pues a mí no me lo pareció para nada.
Ella no respondió, reacia a darme la razón.
–         Hay quien piensa que los homosexuales son enfermos, pervertidos – continué – Y no es así, simplemente su sexualidad los aparta del comportamiento habitual. Hay gente a la que le gusta la dominación, el bondage, el voyeurismo… Pues lo mismo. Para mí, no son “pervertidos” como tú dices, simplemente son personas con una sexualidad diferente. Desde luego, yo no me tengo por un enfermo…
–         Pues no estoy de acuerdo – dijo ella con testarudez.
–         Lo que te pasa a ti es que todavía no has aceptado lo que eres. Sólo eso. Cuando lo hagas, disfrutarás mucho más. Serás tú misma y dejarás de sentirte culpable.
–         ¿Disfrutar con esas cosas? – profirió ella indignada.
–         Pues claro. No irás a decirme que no estabas excitada mientras te exhibías en el parque…
Volvió a quedarse callada.
–         Entiendo que, por ser mujer, todo esto es más difícil para ti, pero…
–         ¿Cómo que “por ser mujer”? – exclamó enfadada.
–         No, tranquila – dije alzando las manos en gesto de paz – No es un comentario machista, Dios me libre, me refiero a que para ti es más difícil que para mí poder poner en práctica esos instintos.
–         No te entiendo.
–         A ver, me explico – dije – Verás, cuando yo me exhibo (y que te quede claro que me gusta hacerlo frente a mujeres, no niñas ni nada por el estilo), es bastante habitual que la cosa salga mal; que la chica se asuste y se largue, que se monte un follón, que intente atizarme (aunque esto no pasa muy a menudo). Lo más habitual es que haga como que no me ha visto y me ignore; algunas veces, simplemente disfruta del espectáculo, como la del vídeo y otras, las más lanzadas, se animan a participar…
–         ¿En serio? – dijo la chica con incredulidad.
–         Algunas veces – asentí – Lo que no me ha pasado nunca, es que, al verme exhibirme, una mujer haya decidido violarme.
–         Creo que ya sé por donde vas.
–         A eso me refería con lo de “ser mujer”. Si a ti, con lo guapa que eres, se te ocurre exhibirte delante de un hombre, lo normal es que lo interprete como una invitación y vaya a por ti, aunque no sea lo que tú quieres y en casos extremos… te encuentras con bestias como los de antes.
Ella apartó la mirada, confirmándome que le había pasado en más de una ocasión.
–         Yo… Yo intento luchar contra esos impulsos – me dijo con desesperación – Y a veces lo logro, pero al final siempre…
–         Acabas sucumbiendo – asentí – Es normal, está en tu naturaleza.
Volvió a mirarme con desesperación.
–         Lo que tienes que hacer es aceptarlo y aprender a comportarte de forma que puedas disfrutar, sentir el placer de que te miren, pero de forma segura, con cuidado.
–         ¿Cómo?
–         Usando la cabeza – respondí – Debes aprender cómo, cuando y donde.
–         ¿Y cómo puedo aprender? No es algo que se aprenda en la escuela…
–         Bueno… Quizás haya sido el destino el que nos ha reunido…
La chica me miró fijamente, callada como una muerta. Podía percibir perfectamente el debate en su interior, deseando por un lado que la ayudara a liberar sus instintos y por otro, el lógico miedo a que un desconocido hubiera descubierto su secreto.
¿Desconocido? En ese instante me di cuenta. Con el cerebro totalmente concentrado en todo lo que acababa de pasar, no había caído siquiera. Me eché a reír, desconcertándola más si cabe.
–         ¿Se puede saber de qué te ríes? ¿Es que te has vuelto loco?
–         No, no – negué con la cabeza – Es que acabo de caer en que los dos nos hemos visto muy bien el uno al otro, con todo lujo de detalles… y ni siquiera sabemos cómo nos llamamos.

Se quedó sorprendida un instante, mirándome con desconcierto, hasta que acabó por echarse también a reír. Entonces, bruscamente, se tapó la boca con las manos y me miró con estupefacción.

–         ¡Dios mío! – exclamó – ¡Acabo de darme cuenta de que ni siquiera te he dado las gracias por salvarme!
–         Pues sí, es verdad. Ya estaba pensando que eras una desagradecida – bromeé – Anda mujer, no le des más importancia. Te aseguro que ha sido un placer. Ya sabes, rescatar a la damisela en apuros…
Ella me dirigió una sonrisa capaz de derretir un iceberg.
–         Aún así… muchas gracias.
–         De nada – dije guiñándole un ojo – Por cierto, me llamo Víctor.
–         Alicia. Encantada.
Nos estrechamos la mano.
–         Mi héroe – dijo Alicia sonriéndome.
Seguimos charlando un rato, tras pedir un par de combinados. La conversación giró sobre nuestra vida personal. Yo le hablé de mi trabajo y de Tatiana y ella me contó que trabajaba como diseñadora de interiores y que estaba prometida con un tal Javier. Su rostro se ensombreció un poco al mencionarle, así que decidí no insistir en el tema.
Pero ella quería hablar de otra cosa.
–         Bueno, y volviendo a lo del vídeo… ¿Lo haces muy a menudo?
–         De vez en cuando. No sé, una o dos veces al mes.
–         ¿Y siempre en el autobús?
–         No, no. En muchas partes. En el cine, en el coche, en tiendas…
Ella me miraba boquiabierta.
–         ¿En serio?
–         Claro. Es sólo cuestión de saber escoger el momento, minimizar los riesgos y tener buen ojo para elegir. Por ejemplo, el vídeo de antes. Esa es una forma ideal de hacerlo. Como la chica está en la fila detrás de la mía, piensa que no puedo verla. Así, se siente segura y puede dar rienda suelta a sus impulsos. Para ella yo era un tipejo al que le gusta pajearse en el bus, pero no que estuviera haciéndolo para ella, pues no se daba cuenta de que la veía.
–         Pero, ¿cómo la veías? Si estabas de espaldas a ella…
–         Por el reflejo de la ventana – respondí – Estaba anocheciendo y con la iluminación interior del bus, los cristales actúan como espejos.
–         Ya veo. ¿Y cómo lo grabaste?
–         Con el móvil. Lo llevaba tapado con la chaqueta. Soy un experto grabando a escondidas.
Ella asintió con la cabeza. Y yo me decidí a atacar a fondo.
–         De hecho, antes te grabé a ti.
Se quedó petrificada, mirándome sin saber qué decir. Sin darle tregua, activé de nuevo el móvil y se lo alargué. Como un autómata, Alicia cogió el aparato y miró la pantalla, viéndose a sí misma, despatarrada en el banco del parque, frotándose el coñito con voluptuosidad.
–         ¿Te gusta? – le susurré.
Ella no dijo nada. Se limitó a observar atónita el vídeo hasta que éste terminó. Aparentando estar enfadada, me devolvió el móvil.
–         Bórralo inmediatamente – me ordenó con voz temblorosa.
Yo sonreí, pues sabía que no deseaba que lo hiciera. Si hubiera querido, podría haberlo borrado ella misma en vez de devolverme el teléfono, pero no lo había hecho.
–         De eso nada – respondí – Luego voy a usarlo para masturbarme.
Volvió a quedarse anonadada, sin saber qué decir, con sus incrédulos ojos clavados en los míos. Yo había apostado fuerte, creyendo que la había calado bien, pero, aún así, su reacción me sorprendió.
–         Demuéstramelo.
Esta vez fui yo el que se quedó parado, sin saber qué responder. Con una insinuante sonrisa, se reclinó en su asiento y se mordió levemente el labio inferior, como la chica del vídeo, sólo que de una forma mil veces más erótica. Me estremecí.
–         ¿Ahora? – dije sin acabar de creérmelo.
Ella asintió en silencio.
Miré a mi alrededor, calibrando la situación. La cafetería estaba casi vacía y nuestra mesa estaba completamente al fondo, apartada del resto de clientes, con lo que no había mucho riesgo. El único problema era la camarera, pero la idea de que ella me viera… me gustaba.
–         De acuerdo.
Mi súbita aceptación la pilló por sorpresa y esta vez fue ella la que miró a nuestro alrededor con nerviosismo. Mientras, la excitación que yo tan bien conocía ya se había apoderado de mí y mi miembro, que llevaba un rato semi erecto por lo erótico de la conversación, se puso duro de golpe, apretando con fuerza contra la bragueta del pantalón.
Un segundo después, me bajaba la cremallera y mi pene surgía majestuoso, durísimo, aunque oculto bajo la mesa. Eché la silla un poco hacia atrás y, para mi infinito placer, Alicia se asomó disimuladamente, echando un buen vistazo a mi erección con ojos brillantes. En cuanto sentí su mirada sobre mí, un ramalazo de placer recorrió mi cuerpo y, sin pensármelo dos veces, empecé a deslizar mi mano sobre el erecto falo.
–         ¿Te gusta? – le susurré sin dejar de pajearme, sintiendo su ardiente mirada sobre mi piel.
Ella no respondió, limitándose a disfrutar del espectáculo sin perderse detalle.
Guiado por la excitación, incrementé el ritmo de la paja, mientras emitía suaves gruñidos de placer, provocados por la mirada de Alicia. Creo que hubiera bastado con que ella me mirara la polla un rato para acabar por correrme, sin necesidad de masturbarme.
Entonces me di cuenta de que Alicia no era la única espectadora. La camarera, bastante sorprendida, nos miraba de reojo desde la barra, simulando estar ordenando unos vasos. Reconocí sin dificultad su expresión de excitación contenida. La había visto muchas veces.
Sin cortarme un pelo, levanté un poco el culo de la silla, para que la punta de mi cipote asomara por encima de la mesa. La camarera dio un respingo y fingió estar superconcentrada en la vajilla, pero yo sabía que no se estaba perdiendo detalle.
–         ¿Qué haces? – preguntó Alicia en voz baja.
–         Nuestra amiga también tiene derecho a disfrutar del espectáculo – siseé – Ha sido tan amable…
Comprendiendo, Alicia miró con disimulo a la camarera, comprobando que nos estaba espiando.
–         Joder, es verdad. Te está mirando…
Y yo ya no pude más. La voluptuosidad, el morbo del momento fueron demasiado. Me corrí con ganas, gimoteando, apuntando mi pene hacia el suelo con cuidado de no manchar a mi acompañante, pues intuía que nuestra relación no había llegado aún a ese punto.
Cuando me descargué, miré a Alicia, que me dedicó una sonrisa temblorosa. Podía leer la lujuria en su mirada.
–         No puedo creer que lo hayas hecho – me dijo simplemente.
–         ¿Por qué no? Seré un pervertido, pero no un mentiroso.
Alicia me dedicó una encantadora sonrisa, que me hizo estremecer de nuevo. Por desgracia, justo entonces regresó al mundo real y miró hacia los lados, como si no supiera muy bien donde estaba.
–         ¡Dios mío! ¡Que tarde es! – exclamó mirando su reloj – ¡Se me ha ido el santo al cielo! ¡Y tengo que pasar por la tintorería a por los trajes de Javi! ¡Oh!
Sabiendo que lo bueno había acabado, le hice un gesto a la camarera pidiéndole la cuenta. La chica, roja como un tomate, nos la trajo instantes después. Pagué dejándole una buena propina, al fin y al cabo muy probablemente iba a tener que encargarse de limpiar los restos de nuestra aventurilla que habían quedado bajo la mesa.
Alicia, una vez de vuelta a la vida real, parecía estar deseando largarse de allí y perderme de vista, lo que me dolió un poco. No quería que se fuera, pero no veía el modo de retenerla. Me sentía un poquito angustiado mientras salíamos de la cafetería. Como era final de otoño, a esas horas ya había anochecido.
–         Vamos – le dije – Te acompaño a tu coche.
–         No… no es necesario.
–         No seas tonta. No me iría tranquilo sin saber si habías vuelto a tropezarte con esos tíos. Además, si me llevo la chaqueta irás por ahí con una teta al aire…
Ella sonrió por mi broma, más relajada y aceptó que la acompañara.
–         Es por aquí – dijo – Está cerca del parque.
Caminamos en silencio. Yo estaba que me moría por volver a verla, pero no se me ocurría qué decir. Allí en medio de la calle, los dos solos, sabiendo de mis aficiones particulares, me daba miedo decir algo y asustarla.
–         Éste es – dijo ella deteniéndose junto a un Audi gris.
–         ¡Oh! Vaya… – dije angustiado porque pensaba que no volvería a verla.
Ella se quedó un instante junto al coche, remoloneando, como vacilando en subir. Me armé de valor y se lo solté:
–         Quiero volver a verte.
Alicia me miró fijamente, sin decir nada. Su intensa mirada provocó que la boca se me quedara seca.
–         No sé si sería una buena idea – respondió tras unos instantes.
–         Como quieras – dije suspirando – Pero opino que es una pena. Podría enseñarte mucho y ayudarte a que te aceptes a ti misma…
–         ¿Y qué sacarías tú? – dijo ella, interrumpiéndome.
–         ¿Yo? – dije pensándomelo unos segundos – No tengo palabras para describirte lo muchísimo que me he excitado esta tarde. Lo he pasado tan bien como hacía mucho tiempo. Por fin he conocido a alguien que es como yo, que podría comprenderme y compartir mis experiencias…
–         ¿Y nada más?

La miré fijamente a los ojos, comprendiendo perfectamente a qué se refería.

–         Si lo que preguntas es si me siento atraído por ti… Por supuesto. Eres bellísima y además, compartes mis aficiones. Pero te juro que yo jamás intentaré nada… a no ser que tú quieras…
Volvió a mirarme en silencio. Sentí miedo de que se negara.
–         Pero mira, no me contestes ahora – dije tratando de aparentar indiferencia – Déjame tu número, o si lo prefieres te doy yo el mío…
–         No sé… – dijo ella dudando todavía – Entiende que no te conozco de nada…
–         Lo comprendo. Bueno, como tú quieras – dije resignado.
En sus ojos leí perfectamente la decepción, ella quería que insistiera, pero le daba vergüenza admitirlo. Entonces se me ocurrió la solución.
–         Espera – le dije – Entiendo que no quieras darme tu número, por si soy un psicópata o algo así.
Ella sonrió avergonzada, demostrando que tal idea ya había pasado por su cabeza.
–         ¿Qué propones? – preguntó con impaciencia, indicándome que ella también quería volver a saber de mí.
–         Dame un correo electrónico. Seguro que tienes alguno que no sea de trabajo. Así podremos mantener el contacto y, si finalmente no quieres volver a saber nada de mí, no tendré forma de localizarte. Por si soy un acosador… – dije riendo.
Se lo pensó sólo un segundo.
–         De acuerdo. A ver, apunta – accedió para mi infinita alegría.
Tomé nota de su mail y, por si acaso, le apunté el mío en un papel, que ella apretó en su puño.
–         Bueno – dijo – Me voy ya. Le prometí a Javier que pasaría a recoger unos trajes y ya se ha hecho tarde.
–         Pues deberías buscar algo para taparte el… ya sabes – dije sonriendo – Aunque, a lo mejor prefieres no hacerlo y darle al de la lavandería un bellísimo regalo…
Ella sonrió y agitó la cabeza, divertida. Entonces, respiró profundamente, como armándose de valor y, bruscamente, se quitó la chaqueta, devolviéndomela.
Su delicioso seno, con el pezón todavía enhiesto, quedó expuesto a mi vista nuevamente. Esta vez no me anduve con disimulos y recreé mi vista con el hermoso paisaje sin cortarme un pelo. Alicia toleró mi mirada sin decir nada, exhibiéndose para mí.
–         De nuevo, muchas gracias – dijo rompiendo el hechizo – Si no llega a ser por ti, no sé qué habría pasado. Bueno, sí lo sé, pero…
–         Pero ¿qué dices loca? ¿No viste que el anciano estaba a punto de liarse a bastonazos? – bromeé – ¡Anda que no se cabreó cuando los capullos aquellos le interrumpieron el show!
Alicia volvió a dedicarme una de sus luminosas sonrisas y abrió la puerta del coche. Justo antes de meterse, apoyó una de sus manos en las mías y me acarició suavemente, provocando que se me erizasen los pelos de la nuca.
–         En serio. Gracias.
Subió al coche y cerró la puerta, dejándome espantosamente excitado. Pero, como soy maniático de tener la última palabra, quise rematar la escena, así que di unos golpecitos en el cristal para que ella lo bajara.
–         Dime – me dijo desde su asiento tras accionar el elevalunas.
–         Tienes unos senos preciosos – le dije guiñándole un ojo – Bueno, al menos uno de ellos.
Ella se rió.
–         Te aseguro que el otro es igual.
–         ¿En serio? Me encantaría verlo…
Volvió a sonreírme seductoramente.
–         Otro día.
–         Te tomo la palabra – respondí.
Y me alejé del coche. ¡Bien! La última palabra había sido mía.
CAPÍTULO 3: PREPARANDO LA SEGUNDA CITA:
No tengo palabras para describir el estado de extrema excitación que experimentaba en mi camino de regreso a casa. Ni siquiera el tener que concentrarme en la conducción sirvió para que se borraran de mi mente las voluptuosas imágenes de todo lo que me había acontecido esa tarde.
Llegué a casa con la sangre hirviéndome en las venas, caliente como hacía mucho tiempo no me sentía. Obviamente, tenía que sacarme del cuerpo aquella calentura que no me dejaba ni pensar y, por supuesto, iba a ser Tatiana la que pagara el pato.
Sin embargo, lo que en realidad estaba deseando era contactar de nuevo con Alicia; saber si iba a aceptar encontrarse de nuevo conmigo o no, era incapaz de pensar en otra cosa.
Abrí la puerta y penetré en mi piso con todas estas ideas atronándome en la cabeza. Tati, como siempre, salió a recibirme en cuanto escuchó el sonido de la llave en la cerradura, dedicándome una de sus encantadoras sonrisas. Iba descalza, vestida con un vestido ligerito con estampado  de flores que solía ponerse en casa, con la falda a medio muslo, que realzaba espectacularmente sus sensuales curvas, ya que le quedaba un poco estrecho en el pecho. Para no pasar frío, tenía conectada la calefacción de casa.
–         ¡Hola cariño! – me saludó con entusiasmo, besándome en los labios – ¡Qué tarde vienes! ¿Se ha alargado la reunión?
–         Sí, guapa – le mentí devolviéndole el beso y dándole una ligera palmada en el trasero – ha sido agotador.
–         Pobrecito – dijo ella rodeándome el cuello con los brazos y apretando sus turgentes senos contra mi pecho, volviendo a darme un besito – Luego podemos hacer algo para relajarte.
Sonreí para mí. Estupendo. Ella también tenía ganas de marcha. Pues yo le iba a dar marcha.
–         ¿Quieres cenar? – me preguntó.
–         Es a ti a quien quiero comerme – respondí pellizcándole el culo.
–         ¡Ay! ¡Guarro! – exclamó riendo y dando un gracioso saltito.

Sin embargo, a pesar del tonteo con Tatiana, en mi cabeza seguía flotando todavía la imagen de Alicia. Decidí que lo primero era escribirle un mail. Quizás con ello me mostrara demasiado ansioso, pero la realidad era que así me sentía: con ansia.

–         Cariño, primero tengo que escribir un par de correos para el trabajo. Cenamos más tarde ¿vale?
Ella hizo un delicioso mohín de contrariedad, pero, como siempre, no protestó y se plegó a mis deseos.
–         Como quieras. Voy a ver la tele. Date prisa, que la cena está en el horno.
–         Vale – respondí, besándola de nuevo.
Sonriéndome con dulzura, Tatiana me despojó de la chaqueta para colgarla en el perchero y regresó al salón. Yo me fui a mi estudio, tremendamente excitado, rogando mentalmente que Alicia se mostrara receptiva a quedar conmigo. A Tatiana ya me la follaría luego…
Cerré la puerta del despacho, encendí el ordenador y, en cuanto arrancó el sistema, conecté el móvil y descargué el vídeo que había grabado con el show de Alicia en el parque.
Joder, qué cachondo me puse cuando la vi aparecer en la pantalla del ordenador, abierta de piernas sobre el banco, mostrándonos el coñito al afortunado vejete y a mí, acariciándoselo con lujuria. La polla se me puso tan dura que noté cómo se apretaba contra la parte inferior del escritorio.
A pesar de la distancia a que estaba grabado, el vídeo se veía bastante bien. Qué demonios, mi buen dinero me había costado el maldito móvil. El que tenía integrada la mejor cámara del mercado. Mucho cuidado que había puesto en eso.
No pude evitarlo, estaba medio hipnotizado, así que reproduje el vídeo 4 o 5 veces, poniéndome cada vez más caliente. Tatiana se iba a cagar.
Por fin, abrí el correo electrónico y empecé a escribirle a Alicia. Traté de parecer razonable, intentando que no trasluciera mi desesperación por volver a verla, tratando de aparentar estar sereno.
Le escribí esgrimiendo mis mejores argumentos para convencerla, haciendo hincapié en que podía ayudarla a conocerse mejor a sí misma y a aceptar su sexualidad. Además, le adjunté una copia escaneada de mi DNI, para que se quedara tranquila y se convenciera de que yo no era ningún asesino en serie.
Entonces se me ocurrió una idea. Adjunté también los vídeos, el mío en el autobús y el suyo en el parque. De esta forma, también se eliminaba la posibilidad de que yo fuera un chantajista, pues, si yo tenía pruebas de su secretillo, ella también las tendría del mío.
Mientras la barra de proceso de los archivos adjuntos se movía lentamente, pegaron a la puerta del despacho. Obviamente era Tatiana, que sabía perfectamente que debía llamar antes de entrar en ese cuarto. Como dije antes, era muy obediente.
–         ¿Cariño? ¿Te queda mucho? – preguntó desde el otro lado de la puerta.
–         Un poco todavía.
Entonces me poseyó el diablillo de la lujuria.
–         Pero pasa, ven un segundo – le indiqué.
La puerta se abrió y mi sensual noviecita penetró en el cuarto, un tanto cohibida como siempre que venía allí, pues sabía que el despacho era mi reino particular y que no me gustaba que entrara nadie.
Tatiana caminó hasta quedar de pie a mi lado, mirando la pantalla del ordenador. Yo había abierto unos documentos del trabajo y había dejado el correo electrónico en segundo plano, sabiendo perfectamente que ella no entendía nada de informática y que no iba a darse cuenta de que estaba haciendo otra cosa.
En cuanto la tuve junto a mí, deslicé una mano a su espalda y, metiéndola por debajo de su falda, la planté directamente en los rotundos molletes del culito de mi novia, empezando a estrujarlo y amasarlo con deleite. Ella soltó un gracioso gemidito y se apoyó en mi hombro, sin protestar ni quejarse en absoluto.
–         Joder, Tati… ¡Qué buena estás! – siseé estrujando su culo con más ganas – Si no tuviera que terminar esto, te follaba ahora mismo.
Ella no dijo nada, limitándose a sonreírme y a dejar que le metiera mano donde se me antojara.
–         Nena… si tú quisieras… – dije dejando la frase en el aire.
–         ¿Qué? – preguntó inmediatamente, deseosa como siempre de complacerme.
–         Nena, mira como la tengo – le dije retirando un poco la silla del escritorio para que pudiera apreciar el bulto de mi pantalón – Anda, cari, ¿por qué no me haces una mamadita mientras termino de enviar estos informes?
Me  miró un poco sorprendida, mostrando cierta reticencia a hacer lo que le pedía, aunque yo sabía perfectamente que iba a acabar por acceder a mis deseos, como hacía siempre.
–         Ay, ¿por qué no esperas a después de cenar? Si quieres luego te doy un masaje en el cuarto y…
–         Bueno. Como quieras – dije simulando estar molesto y sacando la mano de debajo de su falda – Entonces déjame que acabe con esto. Ya te avisaré cuando esté listo para la cena.
Ella se quedó callada un segundo antes de ceder.
–         Anda, no seas tonto – dijo haciendo un puchero – No te enfades. Si tanto te apetece…

Que levante la mano al que no le apetezca que le chupen la polla.

Con una sonrisa de oreja a oreja, aparté la silla del escritorio y mi novia, toda hacendosa, se arrodilló en el suelo, metiéndose bajo la mesa. Yo tardé menos de un segundo en  abrirme la bragueta y en sacar mi polla, completamente dura, gorda y amoratada, rezumando líquidos preseminales debido a la extrema excitación que sentía.
Justo antes de que Tatiana empezara la faena, me di cuenta de que la carga de los ficheros había terminado, así que pulsé enviar y le mandé el correo a Alicia, aparcando momentáneamente ese asunto de mi mente y pudiendo por fin dedicarme a disfrutar de las atenciones de mi voluptuosa novia.
Tatiana, perfectamente conocedora de cómo me gustaba que me la mamase, empezó a lamerme suavemente las bolas, mientras su cálida manita acariciaba el duro tronco lentamente, dándole cariñosos apretoncitos que provocaban que la sangre me hirviera en las venas. Cuando mis pelotas estuvieron bien ensalivadas, empezó a deslizar la lengua por todo el nabo, desde la base a la punta, lubricándolo bien antes de hundirlo entre sus carnosos labios.
Yo, con los ojos cerrados, disfrutando como un enano, le acariciaba el cabello con ternura, lo que la hacía ronronear como un gatito. Entonces se me ocurrió que la experiencia podía mejorar, así que decidí poner el vídeo de Alicia en marcha, para verlo mientras Tatiana me comía la polla. Total, mi chica estaba bajo la mesa y no podía ver la pantalla, concentrada como estaba en su tarea.
Pero entonces vi que tenía un nuevo correo. Era de Alicia.
No podía creerlo, el corazón se me disparó en el pecho. Por un instante, me olvidé de que Tatiana me la estaba chupando, me olvidé de todo, con mi mente completamente ocupada por Alicia.
No me atrevía a abrir el correo. ¿Y si decía que no? Pero entonces pensé que, para responder de forma tan inmediata, Alicia debía estar sentada delante de su ordenador. Quizás pensando en escribirme.
Abrí el correo.
No he podido dejar de pensar en lo que ha pasado esta tarde. Me siento confusa, has alterado mis esquemas. No estoy segura de que tengas razón en lo que me has dicho, pero no tengo más remedio que aceptar que he disfrutado mucho.
Creo que más que nunca.
Está bien. Estoy de acuerdo en que volvamos a vernos.
Te agradezco que me hayas mandado tus datos, aunque no era necesario.
Y los vídeos… No sé cual me ha excitado más, si el tuyo o el mío… Me siento extraña.
Di cuando quieres que volvamos a vernos. Me vendría bien el sábado. Podríamos quedar para almorzar…
Dime si estás de acuerdo.
Me sentí eufórico. Exultante. Estuve a punto de gritar de felicidad. Le contesté inmediatamente. Me parecía bien. El sábado. Cuando ella quisiera.
Entonces me asaltó una súbita inspiración y añadí una frase al mail que iba a enviarle.
–         ¿Tienes Messenger?
Segundos después me llegaba la respuesta. Alicia seguía sentada delante de su PC. Cojonudo.
El correo únicamente contenía el enlace para añadirme como contacto a su cuenta de Messenger. La configuré inmediatamente.
Mientras, Tatiana seguía chupa que te chupa, redoblando sus esfuerzos mamatorios sobre mi nabo, quizás un poco extrañada porque estuviera aguantando tanto. No era tan raro, pues durante unos instantes hasta me olvidé de que me la estaban chupando, concentrado únicamente en contactar con Alicia.
Pero Tati es muy buena en esos menesteres y poco a poco iba aproximándome al orgasmo. Pero yo no quería acabar todavía, así que le puse la mano en la cabeza y le hice aflojar el ritmo, obligándola a deslizar más suavemente mi duro falo entre sus lujuriosos labios.
–         Chúpame un poco más las pelotas, cariño – le susurré – No quiero acabar todavía.
Obediente, mi chica liberó mi polla de su enloquecedora boca y volvió a dedicarse a acariciar y lamer mi escroto, gimiendo y jadeando como si fuera a ella a quien estuvieran comiéndole el coño. Tatiana es genial para el sexo, disfruta absolutamente con todo.
De pronto, se inició en pantalla una sesión privada de Messenger. Con el corazón a punto de salírseme por la boca, conecté a la sesión.
–         ¿Estás ahí? – preguntó Alicia.
–         ¿Tú que crees? No, no estoy – respondí.
–         Muy gracioso. No tengo mucho tiempo. Javier debe estar a punto de llegar. ¿Cuándo quieres quedar?
–         El sábado me va bien.
Intercambiamos unas cuantas frases y acabamos citándonos a las dos de la tarde en un restaurante de un pueblo cercano, donde no había riesgo de que alguien nos conociera.
Entonces se me ocurrió una idea picarona.
–         ¿A que no sabes lo que estoy haciendo? – escribí.
–         ¿Es una pregunta con trampa?
–         Más o menos. ¿Lo adivinas?
–         Ni idea.
–         ¿Seguro?
Pasaron unos segundos antes de que Alicia me respondiera.
–         Te estás masturbando.
–         Casi. Pero no. Tatiana está bajo la mesa, chupándomela.
Nueva pausa en los mensajes.
–         No me lo creo.

No le respondí. Simplemente, encendí la webcam y la conecté al Messenger. En una ventanita de la pantalla apareció mi rostro sonriente. Sin pensármelo dos veces, cogí la webcam y la moví hasta enfocar el espectáculo de debajo de la mesa, pudiendo disfrutar en el ordenador de un espectacular primer plano de mi novia, completamente entregada a la tarea de chupármela.

–         ¿Me crees ahora? – escribí sin dejar de filmar la escenita.
Nada. No hubo respuesta. Pasó un minuto sin que apareciera nada en pantalla. Me puse hasta nervioso. ¿Se habría cabreado?
Justo entonces se activó una sesión de webcam y en mi pantalla apareció Alicia. No puedo describir lo feliz que me sentí.
Se apartó un poco del ordenador, alejándose de la mesa, con lo que el plano se amplió. Y entonces, sin cortarse un pelo, se subió la falda hasta la cintura, volviendo a exhibir su delicioso coñito, que esta vez pude ver con más detalle.
Lo llevaba afeitadito, bien cuidado, con un pequeño mechoncito de vello en la parte superior de la rajita. Los labios se veían hinchados, excitados, brillantes por los flujos que brotaban de sus entrañas.
Entonces Alicia mostró a cámara lo que llevaba en la mano. Un pequeño vibrador. Sin perder un instante, se separó los labios vaginales con dos deditos, mientras su otra mano encendía el aparatejo y empezaba a frotarlo lujuriosamente en su clítoris.
Estuve a punto de correrme en ese instante, pero, por fortuna, Tatiana se dio cuenta de que estaba grabándola y dejó de chupármela, protestando sin demasiada convicción.
–         Pero, ¿qué haces, cari? ¿Me estás grabando?
–         Nena – jadeé – No te pares. Es que estabas haciéndolo tan bien. Me ha parecido una idea excitante, sigue, sigue, por favor.
Mientras hablaba, posé mi mano en su cabeza y la empujé de nuevo contra mi polla, con la doble intención de que siguiera chupando y de evitar que le diera por echar un vistazo a la pantalla.
Como siempre, Tatiana obedeció y volvió a tragarse mi polla hasta el fondo.
En mi vida había estado más excitado. Estaba disfrutando como nunca.
Y por fin estallé. Me corrí como una bestia. Con miedo a que Tatiana saliera de debajo de la mesa y viera a Alicia masturbándose, hice lo único que se me ocurrió: sujeté su cabeza con mis manos, obligándola a permanecer con mi verga incrustada hasta la garganta mientras mis pelotas vaciaban su carga directamente en su estómago.
Me encantó hacerlo.
Tatiana se resistió un poco, apoyando sus manos en mis muslos y tratando de apartarse. Pero yo no la dejé, me volvía loco de excitación que Alicia viera cómo me corría en la boca de mi novia.
Entonces Alicia también alcanzó el orgasmo, sus caderas se movieron de forma espasmódica, mientras ella boqueaba descontrolada. De pronto, un chorro de líquido salió disparado de su coño, no sé si se meó o qué fue, sólo sé que me excitó terriblemente.
Cuando acabé de correrme, liberé por fin a la pobre Tatiana, que salió de entre mis piernas con los ojos llorosos y dando arcadas. Por la comisura de sus labios se escurría un grueso pegote de semen, aunque yo sabía perfectamente que la mayor parte de mi corrida había ido a parar a su estómago.
¡Hala! Ya se había tomado el primer plato de la cena.
–         ¡Tonto! – gimoteó Tatiana dándome un débil golpe en el hombro con la mano – ¿Por qué has hecho eso?
Un poco enfadada, salió del estudio disparada, sin mirar siquiera a la pantalla, aunque yo había tenido la precaución de minimizar las ventanas comprometedoras.
En cuanto salió, volví a maximizarlas y le escribí a Alicia.
–         Ha estado genial. He disfrutado como nunca.
–         No me extraña – contestó ella con filosofía.
–         Y ahora voy a follármela.
De pronto, Alicia alzó la vista repentinamente, como sorprendida.
–         Mierda. Javi acaba de llegar. Te dejo.
–         Nos vemos el sábado. No te olvides.
Y cerró la sesión, cosa que yo imité enseguida. Tras hacerlo, apagué el ordenador y salí en busca de Tatiana, pues mi libido no estaba ni mucho menos calmada.
La encontré en la cocina, inclinada sobre el fregadero, tomando agua directamente del grifo para enjuagarse la boca, que a continuación escupía por el desagüe. Como no llegaba bien al fregadero, se ponía de puntillas, lo que me resultaba harto erótico, al ver cómo el vestido se le subía y mostraba la parte trasera de sus esculturales muslos.
Me acerqué por detrás y pegué mi entrepierna a su tierno culito, colocando mis manos en sus caderas. Ella, todavía enfadada, sacudió el cuerpo tratando de librarse de mí, pero lo único que logró fue que me apretara con más ganas.
–         Perdóname, cari – le susurré dándole un besito en el cuello – Me he vuelto loco de caliente que estaba. Te juro que ha sido la mejor mamada que me has hecho en mi vida, no he podido resistirme, se me ha ido la cabeza…
Mientras le susurraba, mis manos se habían deslizado hasta sus pechos, amasándolos con pasión por encima del vestido, sintiéndolos endurecerse bajo mis caricias. Yo sabía que ella no iba a resistírseme mucho rato, pero decidí que le debía una pequeña disculpa.
–         Vamos amor, perdóname… No te enfades – dije sin dejar de sobarle las tetas.
–         Me has hecho daño, idiota. Me has torcido el cuello. Has sido muy bruto.
–         ¿Dónde? ¿Aquí? – dije apartando su cabello y dándole tiernos mordisquitos en la nuca, que la hicieron retorcerse contra mi cuerpo
–         Ay, quita – gimió, aunque yo sabía perfectamente que no quería que lo hiciera.
Gruñendo como un perro en celo y apretando con ganas mi erección contra su grupa, deslicé una de mis manos hasta volver a colarla bajo su falda, incrustándola esta vez entre sus muslos.
Tatiana gimió estremecedoramente, apretando con fuerza las piernas, mientras mi inquieta mano se colaba dentro de sus braguitas y se ponía a bucear en la inmensa humedad que allí había.
Cuando tuve los dedos bien empapados de su esencia, saqué la mano, brillante por sus flujos y la situé frente a sus ojos.
–         ¿Seguro que quieres que me vaya? Entonces dime por qué está esto así de mojado…
Tatiana apartó la mirada, avergonzada, aunque yo sabía por lo agitado de su respiración y por la forma en que apretaba con disimulo su culito contra mí, que estaba a punto de caramelo…
–         No, tonto, déjame… – suspiró.
–         De eso nada.
Súbitamente, la rodeé con mis brazos y la levanté, haciéndole dar un gritito de sorpresa. Haciendo gala de mi fuerza, la transporté por la cocina y la senté encima de la mesa, mientras ella pataleaba fingiendo que estaba raptándola.
Sin perder un segundo, la atraje hasta el borde de la mesa y me arrodillé entre sus piernas, sepultando mi cabeza bajo su falda, provocando que ella diera un auténtico grito de estupor.
Deseando complacerla, hundí mi rostro entre sus muslos y empecé a chuparla, a morderla como loco, mientras ella daba grititos y reía, tratando infructuosamente de sacarme de debajo de su vestido.
–         ¡No, para, quieto! – gritaba riendo – ¡Ay! ¡Me has mordido!
Era verdad. Acababa de darle un pequeño mordisco en el chochito, por encima de las bragas.
Tatiana se resistía sin verdadera convicción, gimiendo y disfrutando con mi apasionado tratamiento. Sus braguitas estaban a esas alturas completamente empapadas, tanto por sus jugos como por mi propia saliva.

Sin pensármelo más, se las bajé de un tirón hasta medio muslo y volví a enterrar mi cara entre sus muslos, deslizando mi serpenteante lengua por su coño, logrando que dejara de fingir resistencia, para empezar a apretar mi cabeza contra si.

Pero yo estaba a punto de reventar. No podía más, así que salí de debajo de su vestido, sin que Tatiana acertara a reprimir un gemido de frustración. No tenía por qué preocuparse, yo estaba decidido a darle lo suyo y lo del inglés.
–         Nooo. ¿Adónde vas? – gimoteó.
Con cierta rudeza, volví a atraerla hacia mí y le subí el vestido hasta la cintura, dejando expuesto su coño chorreante. Con violencia, le quité las bragas del todo, desgarrándolas y las arrojé a un lado, sin que ella protestara lo más mínimo.
Por fin, embrutecido por la pasión, se la clavé hasta los huevos en el coño logrando que mi querida Tatiana, que ya estaba en plena ebullición, se corriera como una burra empapando la mesa de la cocina.
–         ¡AAAAAAAHHHH! ¡DIOOOSSSSSS! ¡NOOOOOOOOO! – gemía la pobre dedicando sus gritos a los vecinos.
No me extrañaba que, cuando me los tropezaba en el ascensor, los vecinos me miraran como a un dios, debían de pensar que las cosas que le hacía a Tatiana eran para hacerme un monumento.
Empecé a follármela con ganas, sujetándola por los muslos, mientras ella se derrumbaba sobre la mesa de la cocina, quedando tumbada. Al hacerlo, derribó con el brazo un frutero que teníamos allí, que se hizo añicos contra el suelo, cosa que me importó una mierda.
Seguí bombeándola enfebrecido, follándomela con todo, aunque mi mente no estaba llena con imágenes de mi novia, sino que rememoraba una y otra vez los sucesos de la tarde. Y lo que podía pasar el sábado…
–         Enséñamelas tetas – gemí siseando por el esfuerzo – Tus tetas…
Tatiana, obediente, se desabrochó los botones de la pechera del vestido y dejó sus senos al aire. Sabiendo lo que yo quería, desplazó las copas del sostén hacia arriba, liberando sus dos magníficos pechos, que se agitaban y bamboleaban al ritmo de los culetazos que yo le propinaba.
Me sentí exultante, poderoso, aquel estaba siendo uno de los mejores días de mi vida. Sentí que mi orgasmo se avecinaba, pero yo quería retrasarlo, alargar el placer del momento.
Soñando con que era Alicia la que tenía ensartada, rodeé la cintura de mi chica con los brazos y la levanté de la mesa, sin desclavarla en ningún momento. Ella, acostumbrada a que la manejara a mi antojo, se abrazó a mi cuello sin quejarse, estrujando sus tetas contra mí, dejándome hacer lo que me diera la gana.
Con ella empalada en mi polla, caminé pisoteando los trozos del frutero roto y salí de la cocina, llevando a mi novia hasta el salón.
–         Quiero correrme en tus tetas – le susurré al oído sin que ella pusiera la más mínima objeción.
De no ser por el frutero roto, lo habría hecho directamente en el suelo de la cocina, pero, como no podía ser, la llevé hasta el sofá del salón donde la hice tumbarse, sin sacársela en ningún momento. Para volver a estar a punto, le propiné unos cuantos pollazos más y cuando sentí que estaba a punto de correrme, se la saqué del coño, me subí al sofá y me senté en su estómago, ubicando mi enhiesto rabo entre sus espléndidas montañas. Ella, sabiendo perfectamente lo que yo pretendía, se apretó los pechos con las manos, estrujando mi polla en medio, con lo que yo sólo tuve que mover las caderas hacia delante y hacia atrás para follarme sus magníficas tetas, hasta que acabé por correrme con violencia.
Espesos lechazos impactaron en su cara, pringándola por completo, sin que ella se quejara en absoluto. La embadurné por completo de semen, la boca, la nariz, los ojos… todo pegoteado, en una de las corridas más espectaculares de mi vida, lo que me llenó de orgullo al ser la tercera del día. Estaba hecho un chaval.
Cuando acabé, me bajé de encima de Tatiana, mientras ella permanecía tumbada, recuperando el resuello. Agotado, me senté a sus pies e hice que colocara sus piernas sobre las mías. La miré y me deleité con su belleza. Estaba matadora, con el vestido enrollado en la cintura, el coño palpitante e hinchado, las tetas al aire y la cara completamente embadurnada de semen.
–         ¿Te has corrido? – le pregunté.
Ella sabía perfectamente que a mí me gustaba que fuera sincera, así que admitió que sólo una vez, cuando se la metí en la cocina.
–         Mastúrbate – le dije.
Y ella, acostumbrada a obedecerme, lo hizo. Con voluptuosidad, empezó a deslizar una mano por su coñito, frotándose con delicadeza el clítoris, mientras su otra mano empezó a acariciar su pecho.
No tardó ni un minuto en correrse, jadeando y convulsionándose sobre el sofá. Me gustó verla, aunque en el fondo no le presté mucha atención, pues una vez vaciadas mis pelotas, había vuelto a centrar mis pensamientos en Alicia.
Deseé que fuera ya sábado.
CONTINUARÁ
TALIBOS
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ernestalibos@hotmail.com

Relato erótico: “Memorias de un exhibicionista parte 2” (POR TALIBOS)

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MEMORIAS DE UN EXHIBICIONISTA (Parte 2):
CAPÍTULO 4: LA SEGUNDA CITA:
A la mañana siguiente me marché al trabajo mucho más temprano de lo habitual, deseando tener que concentrarme en otra cosa y evitar así pensar en Alicia. Además, Tatiana me estaba agobiando un poco, pues se dio cuenta de la herida de mi ceja y empezó a insistirme en que fuéramos al médico, así que me largué.
El resto de los días de la semana fueron clónicos, los recuerdo como un borrón, sin acertar a precisar donde terminaba uno y empezaba el siguiente, pues en mi cabeza sólo tenía cabida una cosa: la cita con Alicia.
Me sentía en un estado de excitación permanente, repasando una y otra vez todo lo que quería decirle a Alicia, todo lo que necesitaba contarle.
Innegablemente me sentía atraído por ella, tendría que haber estado ciego para no encontrarla irresistible, pero, si se hubiera tratado de mera atracción física, te aseguro que no me habría sentido tan nervioso.
Pero es que no era así, me encontraba emocionado. Por fin había encontrado a alguien con quien compartir mi secreto, alguien que me entendería y no me juzgaría por lo que hacía, sino que me ayudaría a llevar la excitación a nuevos niveles. O eso esperaba yo.
Me moría por contactar con ella y volver a repetir el numerito de la webcam, pero ella no parecía estar muy por la labor, así que no insistí. Me sentía ansioso, estaba deseando irme a trabajar por las mañanas, para así mantener la cabeza ocupada en algo que me impidiera fantasear con Alicia. Por las noches, me follaba a Tatiana de todas las formas que se me ocurrían, disfrutando del voluptuoso cuerpecito de mi novia como se me antojaba, pero con la imagen de Alicia grabada a fuego en mi mente, pensando en ella hasta el último segundo.

Pasé unos momentos de pánico cuando, el viernes, Alicia me envió un correo diciéndome que tenía el coche averiado. Pensé que era una excusa para cancelar la cita, así que le escribí diciéndole que yo podía recogerla sin problemas. El alivio que sentí cuando ella aceptó inmediatamente fue infinito.

Por fin llegó el gran día. Le conté a Tati no sé qué rollo acerca del trabajo. Algo de una reunión creo. No me esforcé mucho con la excusa, pues ella se lo creía todo. Me vestí con sencillez, unos pantalones chinos, camisa y una cazadora, sin ropa interior, pues tenía la esperanza de continuar con nuestras experiencias exhibicionistas.
Llegué al lugar de la cita con 15 minutos de adelanto, aparcando el coche en doble fila y quedándome sentado al volante, no me fueran a multar. Miré a mi alrededor observando la zona, gente acomodada, de alto poder adquisitivo, sin llegar a ser millonarios, pues todo eran pisos de lujo, pero nada de chalets ni mansiones.
En eso estaba cuando la vi salir de un portal, con lo que el corazón me dio un vuelco. Me sentí feliz al comprobar que aún faltaban 10 minutos para la hora acordada, con lo que comprendí que ella también se sentía ansiosa. Genial.
Hice sonar el claxon y ella me vio inmediatamente. En su rostro se dibujó una sonrisa y alzó la mano a modo de saludo, cruzando la calle con rapidez. Mientras se acercaba, pude admirarla a mis anchas. Estaba preciosa.
Se había puesto un conjunto de lana de color gris, compuesto de falda a medio muslo y jersey de cuello alto, bastante apropiado pues, aunque el día había amanecido despejado, hacía un poco de frío. Sus piernas estaban enfundadas en unas medias oscuras, que hacían juego con el resto del atuendo. En el brazo llevaba además una gabardina doblada, por si refrescaba aún más.
Se había recogido el pelo en un moño, despejando por completo su cara, permitiendo así admirar lo bonita que era. Por supuesto, el maquillaje era muy ligero, pues Alicia no lo precisaba. Elegante y sensual.
–         Hola – me saludó tras abrir la puerta del pasajero.
–         Hola – respondí yo – Estás preciosa. Ese conjunto te queda realmente bien.
Su expresión cambió momentáneamente. Pareció dudar un segundo en entrar en el coche tras escuchar mis palabras.
–         Oye. Que era un simple cumplido – le dije – No pretendía flirtear contigo ni nada. Ya te dije que no he quedado contigo para ligar. No es eso lo que busco.
Sonriendo levemente, Alicia entró en el coche y cerró la puerta.
–         ¿Y qué es lo que buscas entonces?
–         Ya te lo dije. Alguien con quien compartir mi secreto. Alguien con quien disfrutar con mayor profundidad de mis inclinaciones, alguien…
–         Vale, vale, ya lo pillo.
–         Te aseguro que estás completamente a salvo conmigo. No haré nada que tú no quieras.
Te aseguro que lo dije completamente en serio, aunque mis afirmaciones perdieron fuerza cuando ella se percató de que mis ojos estaban clavados en sus torneados muslos. Sin embargo, lejos de decir nada, Alicia se limitó a cruzar las piernas, de forma que el vestido se le subiera unos centímetros y me dejara ver una porción mayor de cacha.
Con una sonrisa de oreja a oreja, arranqué el motor y nos pusimos en marcha.
–         La verdad es que no esperaba que me citaras en tu casa – le dije tras incorporarnos al tráfico – Ya sabes, por si soy un acosador y eso…
–         Con eso estoy tranquila. He dejado tus datos a Javier y si no regreso…
–         ¿En serio? – pregunté sorprendidísimo.
Ella se echó a reír.
–         No, tonto. Le he dicho que iba a comer con unos amigos y que uno de ellos venía a recogerme por lo de la avería del coche. Total, tampoco es que fuera a preocuparse demasiado…
Noté un inconfundible tono de amargura en su voz, pero no insistí en el tema, pues no quería que se pusiera de mal humor.
–         ¿Y tú que tal? ¿Cómo tienes el ojo?
–         Bien – respondí girando la cabeza para que pudiera apreciarlo – ya te dije que era sólo un arañazo.
–         Me alegro. ¿Y tu novia que tal? ¿No se ha enfadado porque su novio la deje sola un sábado?
Aproveché la pregunta para soltárselo todo. Le hablé de Tatiana, de su dependencia y de que no la amaba realmente. Ella escuchó en silencio, sin juzgarme. Me hizo mucho bien poder contarle mis problemas a alguien. Fue todo un desahogo que además permitió que mi relación con Alicia se hiciera más estrecha. Empezábamos a intimar.
Tardamos como una hora en llegar a nuestro destino, un pueblecito a unos 50 kilómetros de la ciudad, donde me habían hablado de un restaurante donde se comía muy bien. Lo suficientemente lejano como para que el riesgo de tropezarnos con algún conocido fuera mínimo. Teníamos mesa para las 14:00 y faltaban unos 15 minutos, con lo que puede decirse que llegamos justo a tiempo.
Aparqué y entramos al restaurante. El camarero nos condujo al comedor y nos llevó a nuestra mesa, aunque yo pedí que nos cambiara a una que estuviera más apartada, para poder charlar con mayor intimidad. Alicia me miró, pero no dijo nada.
Finalmente nos sentamos en una de las mesas del fondo, un poco retirada. Cerca de nosotros sólo había dos mesas ocupadas, una de una pareja de cincuentones y otra con unos novios bastante jóvenes, de veintipocos. No pude evitar echarle un vistazo apreciativo a la jovencita. Era bastante guapa.
Nos sentamos y ambos pedimos un vermouth. Mientras lo traían, nos pusimos un poquito nerviosos, pues ninguno sabía muy bien cómo empezar la conversación. Finalmente, me decidí a coger el toro por los cuernos y di el primer paso.
–         ¿Has pensado en lo del otro día? – pregunté sabiendo perfectamente cual iba a ser la respuesta.
–         No he hecho otra cosa. ¿Y tú? – respondió Alicia, para mi infinito goce.
–         Lo mismo. No he dejado de pensar en ti y en lo que pasó. ¿Y qué has decidido?
Se lo pensó un segundo antes de contestar.
–         Que quizás tengas razón. Puede que haya estado agobiándome sin necesidad. Mi educación, mi pareja, la sociedad, me dictan unas normas de comportamiento que debo seguir, pero… ¿quién me asegura que sean las correctas?
Me sentí exultante. Estaba a punto de lograr mi sueño. Alguien con quien compartir mis experiencias.
–         ¿Y qué quieres hacer? – dije con el corazón en un puño.
–         ¿Hacer? – preguntó sin entender.
–         Ya sabes. Si quieres que te dé algunos consejos, si te cuento alguna anécdota, si quieres que te pase algún vídeo más de los que tengo grabados…
–         ¿Tienes más? – preguntó con interés.
–         Alguno hay. Aunque no es lo que suelo hacer habitualmente.
–         ¿Por qué no?
–         Ya sabes. Si tienes que estar pendiente de grabar, no puedes concentrarte en disfrutar del morbo de las situaciones.
–         Pero podrías verlo luego en vídeo.
–         Sí. Pero no es lo mismo. Dime, el otro día ¿cuándo te excitaste más, mientras te toqueteabas en el parque o cuando lo viste después en mi móvil?
Alicia no respondió, aunque se notaba perfectamente que me había entendido. Justo entonces llegó el camarero con la carta y las copas.
Pedimos enseguida, apenas miramos el menú. Yo entrecot y ella pescado. Daba igual la comida. Habíamos venido a otra cosa.
–         ¿Tienes más vídeos en el móvil? – me preguntó tras marcharse el camarero a ordenar nuestro pedido.
–         Ahora mismo no. Los descargué en el ordenador.
–         ¿No puede encontrarlos tu novia?
–         Tengo las carpetas protegidas con un programa de encriptación. Además, ella no sabe nada de ordenadores, ni distingue el teclado del ratón, así que….
–         Comprendo.
–         ¿No quieres saber nada más? ¿No hay nada que quieras preguntarme?
Alicia me miró fijamente un instante, en silencio. Entonces, se inclinó sobre la mesa y me dijo en voz baja:
–         Quiero saberlo todo. Necesito que me ayudes a ser como tú. He comprendido que no puedo negar mi naturaleza y necesito tu ayuda, tu experiencia para poder conseguirlo. Necesito tu consejo.
Me sentí feliz. Aquello era justo lo que yo quería.
–         Pues dispara. No te cortes – asentí – A estas alturas no vamos a andarnos con vergüenzas ni remilgos. Pregunta lo que quieras, que te aseguro que te contestaré a todo con sinceridad.
–         De acuerdo. Dime. ¿Disfrutaste el otro día?
No hacía falta preguntar a qué día se refería.
–         Fue uno de los mejores días de mi vida.
–         ¿Te acostaste con tu novia?
–         ¿Después de que me la chupara? Por supuesto, me la follé en la cocina y en el salón.
Yo sabía perfectamente que lo que Alicia estaba haciendo era calibrar mi afirmación de ser sincero en cualquier cosa que me preguntara.
–         No sé si lo pudiste apreciar en la webcam, pero tiene unas tetas cojonudas. Acabé corriéndome entre ellas y pringándole toda la cara de leche.
Decidí ser todo lo descarado que fuera posible. Quería el morbo de la situación la encendiera.
–         ¿Y tú? ¿Te acostaste con tu novio? – le pregunté sin cortarme.
–         Sí – respondió – Estaba muy excitada y lo hicimos. Estuvo bien.
Poco entusiasmo en su respuesta.
–         ¿Y siempre te ha salido bien? – me preguntó – ¿Siempre que “te exhibes” tienes éxito?
–         Pero, ¿qué dices chiquilla? – reí – Por supuesto que no. No creas que todos los días encuentras chicas tan dispuestas como la del vídeo. Lo normal es que pasen de mí, simplemente me ignoran.
–         ¿Y ninguna te ha echado la bronca?
–         Alguna vez. Incluso en un par de ocasiones me han gritado diciéndome que habían avisado a la poli.
–         ¿Y tú que hiciste?
–         ¿Tú que crees? Salir pitando de allí.
Ella sonrió.
–         Pero, no hemos venido aquí para hablar de mis fracasos, ¿no? – dije bebiendo de mi copa.
–         Supongo que no. De lo que quiero hablar es de cómo lo haces. Cómo sabes en qué situaciones puedes hacerlo sin que te pillen y con posibilidades de éxito…
–         A ver, Alicia…
–         Llámame Ali – me interrumpió.
Me encantó que me pidiera que la llamara así.
–         De acuerdo. Pero tú no me llames “Vic” – respondí – Lo odio.
Ella volvió a dedicarme una sonrisa electrizante.
–         Vamos a ver. Supongo que es algo que te da la experiencia. Poco a poco vas aprendiendo a reconocer los lugares y situaciones en que puedes hacerlo, así como calibrar a las chicas que pueden colaborar…
–         ¿Y qué me aconsejas?
–         Bien. Creo que debes empezar con situaciones de muy bajo riesgo.
–         ¿Por ejemplo?
–         Ya sabes. Situaciones en las que puedas exhibirte y disfrutar con que te miren, pudiendo disimular en caso de necesidad.
–         No te entiendo.
–         Puedes empezar usando ropa atrevida. Ya sabes, escotes pronunciados, minifaldas…
–         Eso ya lo he hecho – dijo Ali.
–         Vale. Entonces pasamos al siguiente paso. Topless en la playa…
–         Hecho. Reconozco que he disfrutado cuando los hombres me miraban, pero yo quiero otra cosa… algo como lo de tu vídeo…
–         Vale. Te entiendo. El topless es algo corriente. Tú quieres algo más… intenso.
–         Exacto. Y que no me pase como el otro día. No quiero acabar violada en una cuneta.
–         ¿Has probado en enseñar “al descuido”?
–         ¿Qué quieres decir?
–         Por ejemplo, te abrochas mal la camisa cuando vas sin sostén. Seguro que más de mil veces has notado cómo los tíos te miran el escote. Todos lo hacemos. Pero si tú enseñas un poquito…
Aquello le gustó más.
–         Después puedes pasar a ir sin bragas, pongamos…. en un transporte público. Te sientas enfrente de algún tío, abres las piernas como si no te dieras cuenta…
–         ¿Y si me asalta?
–         El riesgo es mínimo. Estarías en un autobús, no va a violarte allí mismo. Y al bajar, puedes hacerlo cerca de una parada de taxis, te subes en uno y te largas.
–         Y le enseño el chumino también al taxista – dijo ella riendo.
–         ¡Ja, ja, exacto! Pero cuidado, que si el taxista se pone verraco…
–         Jo. Tienes razón. Para los tíos es más fácil. A ti no va a violarte nadie…
Me quedé en silencio unos segundos, tratando de pensar una situación en la que Alicia pudiera exhibirse con cierta seguridad. Entonces me acordé de unas experiencias que tuve un par de años antes.
–         ¡Ya lo tengo! – exclamé – Se me ocurre una manera de que puedas hacerlo sin peligro alguno. Sólo tienes que buscar situaciones en las que el tío no pueda hacer nada.
–         ¿Cómo cuales?
–         El trabajo.
–         ¿El trabajo? ¡Estás loco! ¡Anda que iban a tardar mucho en despedirme si me pusiera a hacer esas cosas en la agencia!
–         No, no, Ali, no me has entendido. En tu trabajo no. En el de ellos.
Alicia se quedó callada, mientras la idea de lo que acababa de decirle penetraba en su mente.
–         Imagínate que vas sin bragas a una zapatería de esas caras, en las que el vendedor te ayuda a probarte los zapatos. Cuando se agache frente a ti, separas un poco los muslos…
Una sonrisilla lasciva se dibujó en los labios de Alicia. Algo se agitó inquieto en el interior de mi pantalón.
–         El tipo no podría hacer nada, no iba a arriesgar su trabajo…
–         Comprendo – dijo ella pensándoselo.
–         O también podrías ir a un masajista.
–         ¿Un masajista?
–         Sí. Yo lo hice hace algún tiempo.
Ella clavó sus ojos en mí.
–         Cuéntamelo – dijo simplemente.
En ese instante nos sirvieron la comida, interrumpiéndonos. Le devolví la mirada, sintiendo la complicidad que se establecía entre nosotros mientras el camarero servía los platos. Era muy excitante.
En cuanto el tipo se fue, le conté la historia a Alicia.
–         Este es uno de los que considero mis éxitos, aunque fuera a medias. En esta historia la cosa salió bastante bien. A ver, no llegué a follármela ni nada, pero tuvo un morbo…
–         Cuenta, cuenta – dijo ella acercándose un poco a la mesa, para poder hablar con mayor intimidad.
–         Fue hace un par de años. Un poco antes de conocer a Tatiana. Yo acudo con regularidad a un gimnasio y un compañero me había recomendado a una masajista que era muy buena. La pobre estaba en el paro y se sacaba unas perrillas dando masajes por libre. Como andaba un poco fastidiado de la espalda, la llamé y concerté una cita.
–         ¿En tu casa?
–         No. En la suya. Y eso me vino bien, pues ya sabes, en su casa se sentía más relajada.
–         Comprendo.
–         Pues eso. En cuanto la vi… supe que tenía que intentarlo. Era muy guapa; bajita, poquita cosa, con las tetitas pequeñas pero respingonas. Iba vestida con un top de lycra y unos leggins, muy deportiva ella…
–         ¿Y cómo supiste que ella no iba a montarte un follón?
–         Cariño. No lo supe hasta que no lo intenté. El riesgo es parte del morbo de exhibirse…
–         Vale, vale, continúa.
–         Pues bien. Ella me condujo al salón, donde tenía colocada una camilla de masajes. Me dejó a solas para que me desnudara y yo lo hice por completo, tumbándome y tapándome con una toalla. Ella volvió y empezó el masaje por la espalda, mientras yo iba excitándome cada vez más al pensar en que iba a verme…
–         Lo entiendo – asintió Ali.
–         Entonces me di la vuelta, tapado por la toalla. Pero el bulto que se veía en ella…
–         No se podía disimular – dijo Ali con una sonrisa.
–         Ni yo quería hacerlo. Obviamente, ella se dio enseguida cuenta de mi estado, pero hizo como si nada. Estoy convencido de que no era la primera vez que le pasaba algo semejante.
–         Seguro que no.
–         Ella siguió con el masaje, los tobillos, los muslos, acercándose cada vez más a la zona de conflicto. Yo, como el que no quiere la cosa, le indiqué que subiera un poco por los muslos. Ella, para hacerlo, me enrolló la toalla en la ingle, tapando a duras penas mi erección, que era hasta dolorosa. Estoy seguro de que, por debajo de la tela, la chica tenía un buen primer plano de mis huevos, lo que me excitó más todavía.
–         Ya.
–         Ella continuó el masaje como si nada, pero yo veía que, de vez en cuando, echaba disimuladas miraditas al bulto, lo que me volvía loco de excitación. Sus manos, que masajeaban con fuerza mis muslos, subían cada vez más y noté cómo rozaban levemente mi escroto. Estaba a punto de estallar.
–         ¿Y qué hizo?
–         Seguimos así un rato, varios minutos de hecho, bastante más de lo que era necesario, cosa de la que me di cuenta enseguida. Ella no estaba pasándolo nada mal. En su top se marcaban perfectamente dos pequeños bultitos que indicaban que la masajista no era inmune a la excitación que flotaba en el ambiente, así que, cuando ella decidió cambiar y empezar a masajearme el pecho, no me corté en pedirle que mejor continuara con los muslos, que los tenía muy tensos.
–         No eran los muslos lo que tenías tenso precisamente.
–         Ya te digo.
–         ¿Y te hizo caso?
–         Por supuesto. Yo era el cliente que pagaba. ¿Qué iba a decir?
–         Es verdad.
–         Seguimos un par de minutos. Yo ya no podía más, así que me jugué el todo por el todo y aparté la toalla, quedando completamente desnudo sobre la camilla, con la polla al rojo vivo apoyada sobre mi vientre. Ella profirió una pequeña exclamación de sorpresa, lo que me resultó inmensamente erótico. Como si fuera lo más natural del mundo, me puse las manos detrás de la nuca y le indiqué que siguiera con el masaje.
–         ¿Y lo hizo?
–         Dudó sólo un segundo. Pensé que iba a protestar, a mandarme a la mierda o algo así. Pero finalmente continuó. Ya no volvió a intentar masajearme el torso, se dedicó exclusivamente a los muslos, llegando cada vez más arriba…
Miré un segundo a Alicia, que me escuchaba con atención, el rostro arrebolado por la excitación, hermosa como un ángel.
–         ¿Y qué hizo?
–         Para mi decepción no hizo nada. Siguió masajeándome los muslos con intensidad. Cuando lo hacía, mi polla daba botes y se movía al compás del masaje y ella ya no se cortaba un pelo en mirarla con descaro, aunque sin llegar a hacer nada inapropiado.
–         ¿Y no pasó nada más?
–         Pues sí. Le dije que le pagaría el doble “si acababa el trabajo”.
–         ¿En serio? – exclamó Alicia mirándome boquiabierta.
–         Y tanto. Y te juro que no se lo pensó ni un segundo. Dijo la cantidad de euros y cuando dije que sí, me agarró la polla y empezó a meneármela.
–         ¡Madre mía!
–         No se le daba mal el asunto. Su manita, embadurnada de aceite para el masaje se deslizaba por mi tronco con bastante habilidad. Y claro, yo estaba a mil por hora por el morbo de la situación, así que acabé enseguida. Cuando me corrí, ella me envolvió la polla con la toalla y dejó que se vaciaran mis pelotas. Al final me la limpió un poco y dio por concluido el masaje.
–         Joder. Increíble. ¿Y eso fue “un éxito a medias”?
–         Pues claro. Tuve que pagarle.
Alicia me miró un segundo antes de volver a preguntar.
–         ¿Quieres decir que alguna vez más has conseguido que…?
–         Claro. Ya te hablaré de mis éxitos. Pero ahora vamos a comer, que esto se está quedando frío.
Era verdad. Ninguno de los dos había probado bocado.
Con desgana, pues ambos estábamos deseando continuar, nos dedicamos a vaciar nuestros platos. Estaba todo muy bueno, la carne en su punto y el vino que nos sirvieron era excelente. Mientras comíamos, la pareja mayor, que acababa de pagar la cuenta, se levantó y se marchó. Enseguida acudió un camarero a despejar su mesa.
Seguimos charlando, de temas más banales, pero la curiosidad que sentía Alicia se impuso finalmente y volvió al ataque.
–         Y esa chica… la masajista. ¿La volviste a ver?
–         Seguí siendo cliente suyo unos meses. Y todas las sesiones incluyeron masaje y paja.
–         Ja, ja – se rió Ali.
–         Me salió carillo, pero lo pasé bien.
–         ¿Y por qué lo dejaste?
–         Bueno… empecé a salir con Tatiana. Ya no tenía sentido pagar porque me menearan la polla cuando tenía una chica que lo hacía gratis. Pero sobre todo fue porque, después de la primera sesión, la cosa perdió un poco de interés para mí. Me excitaba que me mirara, pero, perdida la novedad, ya no era lo mismo.
–         Comprendo. ¿Y alguna otra vez te has exhibido para alguien conocido?
–         Bueno… – dudé en responder – Un par de veces con la peluquera de mi barrio. Yo era joven entonces y me faltaba experiencia y ella era la típica cuarentona de muy buen ver.
–         ¿Qué hiciste?
–         Nada espectacular. Lo que hacía era ir a la peluquería en pantalón corto y sin ropa interior. Ella gustaba de usar jerseys bastante escotados y apretaditos, lo que era bastante sexy. Cuando me sentaba en la butaca y ella empezaba a tocarme la cabeza, su cuerpo se arrimaba al mío… ya sabes, me empalmaba enseguida, ofreciéndole un buen espectáculo en la bragueta. Y ella me miraba, vaya si lo hacía. Yo podía verla perfectamente gracias al espejo que teníamos delante y me ponía malísimo. Pero, por desgracia, nunca fuimos más allá. Nunca me dijo nada, ni protestó, ni me llamó la atención. Los dos lo pasábamos bien. Por desgracia se casó y cerró la peluquería.
–         ¿Y ninguna conocida más? – preguntó Ali, que había detectado perfectamente mi anterior vacilación a la hora de responderle.
La miré un segundo, fijamente, con intensidad. ¿Debía confiar en ella? ¿Debía confesarle todos mis secretos?
–         Hay otra historia que podría contarte – le dije – Es mucho más intensa y bueno… no sé si te resultará demasiado escandalosa…
–         ¿En serio crees que a estas alturas voy a escandalizarme? – dijo sonriendo.
–         Me da un poco de miedo confesártelo… Es la historia de mi primera vez, cuando descubrí mis inclinaciones. Y fue con… alguien de mi familia.
Alcé los ojos y los clavé en los de Alicia, temeroso de que el tema del incesto fuera tabú para ella. Para mi sorpresa, ella se inclinó sobre la mesa y hablándome en voz baja me dijo:
–         Yo he sido educada en el seno de una familia bastante tradicional y te aseguro que eso es decir poco. De niña estuve en un colegio de monjas, casi sin contacto con chicos.
–         Ya bueno, pero… – dije sin saber muy bien adonde quería ir a parar.
–         Cuando tenía catorce pasé un verano en casa de mis abuelos, junto con varios primos. Había dos de mi edad, hermanos, Carlota y Joaquín, que mantenían una relación… bastante estrecha.
La boca se me secó, así que bebí un poco de vino.
–         En cuanto tuvimos confianza, me incluyeron en sus juegos. Ya sabes, a médicos, cosquillas…
Empezaba a intuir por donde iban los tiros.
–         De ahí, pasamos bastante pronto al “si tú me enseñas lo tuyo, yo te enseño lo mío” Y te aseguro que no les costó nada convencerme de que me levantara las faldas y les enseñara el coñito… me encantó hacerlo…
Yo miraba a Alicia con los ojos como platos. Mi polla era un auténtico leño que apretaba desesperado dentro de mi pantalón.
–         ¿Tuvisteis sexo? – le pregunté.
–         Relaciones completas no.
–         ¿Completas? – pregunté.
–         La de Joaquín fue la primera polla que me comí. Y descubrí que me gustaba mucho más hacerlo cuando Carlota nos miraba… Pero no llegamos a follar. Al menos yo no. Como ves, el incesto no es un problema para mí…
–         ¿Y no me vas a dar más detalles? – indagué con avidez – Tu historia me ha puesto a tono…
–         Otro día – dijo ella para mi desilusión – Hoy hemos venido a que me ilustres tú a mí…
La miré en silencio, sonriente, mientras ella apuraba su copa de vino. Se la rellené inmediatamente. Me sentí feliz, pues había dicho “otro día”. Iba a haber más…
–         ¿Y bien? – me interrogó Ali – ¿Me cuentas ahora esa historia?
–         Aún no – respondí sonriendo enigmáticamente – Falta algo…
–         ¿El qué?
–         Tus bragas. Dámelas. Ahora mismo.
Ella me miró atónita, sin saber qué decir. Pero su perplejidad duró sólo un segundo.
–         ¿Y si te digo que no llevo? – me respondió.
–         Sabría que mientes. Cuando hemos entrado al comedor te he mirado el culo y se notaba el contorno de tu ropa interior bajo la falda…
Ali esbozó una sonrisilla.
–         Yo sí que de verdad no llevo – continué – Así estaremos los dos igual…
Eso acabó de convencerla. Miró a un lado y al otro, pero los únicos que estaban cerca eran la pareja de jóvenes. Con una expresión indescifrable en el rostro y ligeramente ruborizada, Alicia escondió sus manos bajo la mesa. Levantando un poco el trasero del asiento, se subió el vestido lo suficiente para que sus dedos se colaran por debajo y alcanzaran la cinturilla de su ropa interior. Contorsionándose levemente, fue logrando que sus braguitas se deslizaran por sus muslos.
Mientras lo hacía, yo controlaba a la pareja de jóvenes. El chico, de repente, se dio cuenta de lo que estaba sucediendo en nuestra mesa y se inclinó hacia su compañera para susurrarle algo. La chica también nos miró entonces con disimulo y, a pesar de la distancia, pude notar perfectamente cómo sus pupilas se dilataban.
–         Te están mirando, ¿te has dado cuenta? – le susurré a mi acompañante.
El rubor de su rostro se acentuó cuando, con el rabillo del ojo, comprobó que le estaba diciendo la verdad. Sin embargo eso no la detuvo en absoluto y pude leer perfectamente en su mirada que estaba muy excitada.
Por fin, Alicia consiguió librarse de sus braguitas y, encerrándolas en un puño, me las alargó para que yo pudiera guardarlas en un bolsillo de mi cazadora.
–         Buena chica – dije sonriéndole.
Ella me devolvió la sonrisa, dándole un buen trago a su copa.
–         Me debes una historia – me dijo cuando estuvo más recuperada.
–         Desde luego – asentí.
Y empecé a contársela.
CAPÍTULO 5: MI PRIMERA VEZ:
–         Esto fue hace bastantes años, cuando yo tenía casi 17 años. Como ves, yo no fui tan precoz como tú en materia de sexo, fui más bien de pubertad tardía.
–         ¿A los 17?
–         A ver, no es que con esa edad me llegara la adolescencia. Es sólo que tardé más que otros chicos. Recuerdo a muchos amigos que con 13 ya andaban detrás de las faldas pero yo no me interesé por las chicas hasta los 15 o 16.
–         Ya veo. Lentito – dijo Ali riendo.
–         Es decir, que a pesar de mi edad, casi no tenía experiencia con mujeres.
–         Vale. Lo pillo – asintió ella.
–         Pues bien. Era verano y yo andaba en la fase rebelde, así que me había negado a irme de vacaciones con mis padres, pues iban a ir con un matrimonio que me caía bastante gordo, así que me escaqueé. Mis padres y mi hermana se fueron de viaje y, como no se fiaban de dejarme solo en casa, me hicieron irme a pasar 15 días en el pueblo, en casa de mi tía Aurora y de su hija Carolina. A mí me pareció muy bien, me gustaba ir al pueblo y no veía a mi familia desde el verano anterior, así que pillé un tren y me planté en el pueblo.
–         A casa de tu tía y tu prima. ¿No tenías tío?
–         Tía Aurora era viuda desde 10 años antes. No había vuelto a casarse y no por falta de candidatos. Por lo visto salió un poco escaldada de su matrimonio. Mi tío era un poquito cabrón y nadie lamentó demasiado cuando se estampó con el coche.
–         Comprendo – dijo Ali muy seria.
–         Aurora y su hija estaban (bueno y están) realmente buenas. Morenas, de senos bien grandes, macizas… espera, será más fácil si las ves en foto.
Saqué el móvil y le enseñé una foto de unos meses atrás, tomada durante la boda de otro primo. Las dos estaban guapísimas vestidas de fiesta. Mi tía, ya con más de 50 en la foto, aún estaba de muy buen ver y mi prima, que era una versión más joven de su madre, había sido el auténtico centro de atención durante el banquete.
–         ¿Y quién fue la afortunada, la hija o la madre? – preguntó Alicia devolviéndome el móvil.
–         Deja que te cuente. No nos adelantemos. Como te decía, me fui al pueblo dispuesto a disfrutar de las vacaciones y dormir bajo el mismo techo que aquellas dos mujeres era un aliciente más.
–         Ya lo supongo.
–         Al principio todo fue muy bien, las dos me recibieron efusivamente, como siempre y empecé a disfrutar de las vacaciones. Reanudé viejas amistades con los chicos del pueblo, salía por ahí con Caro, disfrutaba de la cocina estupenda de mi tía… Lo único que resultaba un poco extraño era que la relación entre madre e hija parecía un poco tensa. Algo había pasado entre ellas antes de mi llegada, pero nunca me enteré de qué fue.
–         ¿Discutían?
–         No, no. Simplemente no se mostraban tan cariñosas la una con la otra como otros años. Ya te digo, se notaba cierta tensión. Pero ninguna me dijo nada.
–         Vale, vale – dijo Ali deseando que me metiera en materia.
–         Bueno, pues ya sabes. Un adolescente… bajo el mismo techo que dos bellas mujeres…
Alicia sonrió, comprendiendo a qué me refería.
–         Te la machacabas como un mono – sentenció.
–         Pues prácticamente – asentí riendo – Un buen par de pajas caían todos los días. No me va el fetichismo, así que no me dedicaba a cogerles la ropa interior ni nada de eso, me limitaba, ya sabes, a pelármela siempre que podía. Me aliviaba, claro, pero siempre sentí… que me faltaba algo.
–         Exhibirte.
–         Exacto. Sólo que entonces aún no lo sabía. Pero lo descubrí pronto.
Alicia se inclinó sobre la mesa, prestándome toda su atención.
–         Una tarde, mi tía salió de compras y Caro estaba en casa de una amiga. Quedándome solo en casa, bajé un poco la guardia y harto de hacerme pajas encerrado en el baño, pensé que estaría bien variar un poco y cascármela en el salón.
–         Ja, ja – rió Ali.
–         Ni corto ni perezoso, me senté en el sofá y me bajé los pantalones hasta los tobillos, iniciando tranquilamente la paja. Para motivarme, encendí la tele, a ver si salía alguna moza de buen ver. Tuve suerte, pues estaban echando “Los vigilantes de la playa”, así que me puse a meneármela a la salud de las socorristas, que salían corriendo en bañador cada dos minutos.
–         Ja, ja. Cuantas pajas habrán provocado esas carreras…
–         Millones – asentí – Pues bien, concentrado en lo que hacía, no me di cuenta de que mi tía había regresado, pues se había olvidado el monedero. Ella lo cogió y debió de escuchar ruido, pues se asomó al salón.
–         Y se encontró con el espectáculo.
–         Y tanto.
–         ¿Te echó la bronca?
–         De eso nada. Se quedó callada como una muerta, sin hacer ni un ruido… Y se dedicó a disfrutar del show.
Alicia me miró sorprendida, con la boca abierta por la sorpresa.
–         ¿En serio?
–         Te lo juro. Yo seguía dale que te pego al invento, no me había dado cuenta para nada de que mi tía estaba asomada a la puerta, medio escondida, así que seguí pajeándome tranquilamente. Pero entonces, no sé, quizás fue un ruido, quizás percibí su presencia… lo cierto es que me di cuenta de que no estaba solo y, por el rabillo del ojo, vi que tita Aurora me estaba espiando.
–         Joder.
–         No sé qué me sucedió. La cabeza me daba vueltas. Me excité como nunca antes. Ya te imaginarás que, a mis 17, me la había machacado cientos de veces, pero ni una sola vez se acercaba al placer que experimenté simplemente por saberme observado. Se me puso más dura que nunca, la sentía vibrar en mi mano. Todo el cuerpo me sudaba, la respiración se me alteró… no sé cómo, pero reuní la suficiente presencia de ánimo para continuar masturbándome, simulando no haberme percatado de la presencia de mi tía.
–         ¿Y ella no se dio cuenta?
–         No. Estaba absolutamente hipnotizada por lo que yo estaba haciendo. Yo seguí pajeándome, loco de excitación, tratando de observarla de reojo, rezando para que no se diera cuenta de que la había visto. Por desgracia, aquello me había puesto tan caliente que no aguanté ni un minuto. Mi polla pegó un taponazo y te juro que la corrida casi impacta en el techo.
–         Ji, ji.
–         Como pude, me las apañé para coger los kleenex que había dejado preparados y conseguí contener los últimos lechazos, si no, lo habría puesto todo perdido. Cuando recuperé el aliento, me puse a limpiarlo todo, frenético, pensando en que mi tía iba a pegarme la bronca de mi vida. Pero, cuando alcé la vista, ella ya no estaba allí. Había vuelto a marcharse.
–         Joder. Qué situación tan morbosa – dijo Alicia mirándome con ojos ardientes.
–         Cariño, eso no es nada. La historia sigue.
Ali volvió a sonreírme pícaramente y me instó a continuar.
–         Esa noche, cuando nos reunimos para cenar, yo estaba que la camisa no me llegaba al cuerpo. Estaba acojonado por si mi tía me decía algo. Pero se comportó con absoluta normalidad, con lo que, poco a poco, fui tranquilizándome.
–         Hizo como que no había visto nada.
–         Exacto – asentí – Más tarde, ya en mi cama, me sentía completamente excitado al rememorar los sucesos del salón. Empecé a entender que mi tía también había disfrutado mirándome y que era eso precisamente lo que me había puesto tan cachondo. Que me mirara.
–         Ya veo.
–         Pensé que quizás había sido porque era mi tía quien lo había hecho, ya sabes, por lo prohibido y eso. El morbo del incesto. Más adelante descubriría que no era así, que simplemente era un exhibicionista, pero esa noche, la única conclusión que saqué era…
–         Que querías que se repitiera.
Le sonreí a Alicia de oreja a oreja.
–         Bingo – dije guiñándole el ojo a mi compañera.
Ella me devolvió el guiño.
–         Y la oportunidad se presentó a la mañana siguiente. No había pasado muy buena noche, pues la inquietud y la excitación no me dejaron dormir, pero aún así me levanté temprano. Caro, que es bastante dormilona, seguía sobando en su cuarto, pero mi tía llevaba levantada un buen rato. Ya sabes, la gente del campo…
–         Sí, ya sé. Yo también tengo familia en un pueblo y no veas cómo madrugan.
–         Y yo contaba con eso. Salí de mi cuarto con cuidado, procurando no tropezarme con ella y me colé en el baño. Dejé la puerta entreabierta, espiando por la rendija hasta que mi tía, que andaba por allí, se acercó al baño. Como un rayo, me situé delante del espejo, me saqué la chorra y empecé a masturbarme lentamente, procurando gemir y jadear un tanto exageradamente.
–         Para hacer que se acercara.
–         Así es. Y no me costó mucho lograrlo… Segundos después, gracias al espejo, pude ver cómo mi tía se asomaba por la rendija de la puerta y volvía a espiar a su sobrino mientras se pajeaba.
–         Tu tía estaba hecha toda una voyeur.
–         Todos estamos hechos unos voyeurs. A todos nos gusta mirar.
Alicia me miró muy seria, sopesando mi afirmación.
–         Todas las sensaciones del día anterior, la excitación, el ansia, la lujuria, regresaron en cuanto vi que mi tía estaba mirándome. Empecé a gemir y a jadear intensamente, esta vez sin exagerar un ápice, pues el placer que sentía no se puede describir.
Ali bebió de su copa, sin dejar de mirarme.
–         Mis caderas se movían espasmódicamente, sintiendo un placer que nunca antes había experimentado. La cabeza se me quedó en blanco. Y me corrí. Un lechazo salió disparado e impactó en el espejo y yo lo seguí con los ojos. Al hacerlo, mi mirada se encontró de repente con la de mi tía a través del reflejo. Ambos nos quedamos paralizados, mirándonos; yo con mi polla vomitando semen a diestro y siniestro y ella absolutamente petrificada. Y ese fue el momento en que más excitado me sentí: cuando ella se dio cuenta de que la había pillado.
–         ¿Y qué pasó? – preguntó Ali completamente cautivada por la historia.
–         Cuando recuperó un poco el sentido, tía Aurora se largó como alma que lleva el diablo. Yo, recuperando el resuello, abrí el grifo y arreglé el desastre lo mejor que pude, regresando después a mi cuarto. Seguía excitadísimo, pero bastante inquieto pues no sabía qué iba a pasar.
–         ¿Y qué hiciste?
–         Esperar hasta que Caro se levantó y bajamos juntos a desayunar. Me daba miedo enfrentarme a solas con mi tía.
–         ¿Y ella?
–         No dijo ni pío. Se comportó con absoluta normalidad. Lo único raro fue que no se atrevía a mirarme a los ojos, apartando continuamente la mirada.
–         Menuda situación – dijo Ali.
–         Esa tarde volví a intentarlo, pero esta vez mi tía no apareció. Ni tampoco a la mañana siguiente.
–         Sabía que la habías pillado.
–         Justo eso. Le daba vergüenza, así que no volvió a caer en mi trampa.
–         Pues te quedarías bien fastidiado, ¿verdad?
–         Ni te cuento. Pero fue precisamente el ansia por repetirlo, las ganas irresistibles de volver a experimentar aquella sensación, las que me dieron el valor para dar el siguiente paso.
–         ¿Qué hiciste? – indagó Ali muy interesada.
–         Si Mahoma no va a la montaña…
Ali abrió los ojos como platos, cuando comprendió a qué me refería.
–         Joder, cuéntamelo, que no puedo más – dijo entusiasmada.
–         Al día siguiente, tras haber intentado de nuevo el numerito del baño y haber fracasado estrepitosamente, me sentía inmensamente frustrado, triste y desesperado.
–         Ja, ja. Qué exagerado eres – rió Alicia.
–         No te creas. No ando muy lejos de la verdad. Y, a medida que la frustración subía, la vergüenza y la preocupación por las consecuencias caían en picado, así que me armé de valor y pasé al ataque.
Esta vez fue Ali la que llenó las copas, haciendo un gesto al camarero para que trajese otra botella.
–         A media mañana, Caro salió de casa para ir con unos amigos. Me dijo que la acompañara, pero le contesté que no me encontraba muy bien, así que me quedé a solas con mi tía.
–         Sigue, sigue – me apremió la chica.
–         Tía Aurora estaba en la cocina, preparando el almuerzo, ajena a que yo había entrado y estaba sentado junto a la mesa. Al poco, se volvió a coger algo y me vio, dando un respingo de sorpresa. Inmediatamente se puso muy roja, hablándome con nerviosismo, sin mirarme a la cara, mientras yo sabía perfectamente en qué estaba pensando. Empecé a excitarme.
–         ¿Y qué hiciste?
–         Ella trató de disimular, me preguntó que qué hacía allí y yo le dije que nada, que descansar un poco. Estaba visiblemente alterada y eso, curiosamente, contribuyó a serenarme a mí. Mi polla fue creciendo dentro del pantalón y yo procuré que el bulto fuera bien visible, lo que aturrulló todavía más a mi tía. Temblorosa, decidió ignorar nuevamente lo que estaba pasando y me dio la espalda, volviendo a liarse con las cacerolas. En cuanto lo hizo, ya dejadas atrás todas las dudas, me bajé los pantalones hasta los tobillos y empecé a masturbarme lentamente.
–         ¿Y qué pasó?
–         Ella se resistía a darse la vuelta, no podía creerse lo que estaba pasando. Escuchaba perfectamente los rítmicos movimientos de mi mano deslizándose sobre mi falo, así como mis jadeos de placer. Por fin, no resistiendo más, se volvió, encontrándose frente a frente con su sobrino, que se masturbaba con voluptuosidad. No importó que estuviera esperándoselo, del sobresalto que se llevó se le cayó el plato que llevaba en la mano al suelo, donde se hizo añicos.
–         Dios, qué morbo… –  siseó Alicia.
–         Yo seguí masturbándome, experimentando un placer indescriptible al sentir sus ojos clavados en mí. Queriendo incrementar la excitación, me puse en pié, sin dejar de pajearme y di un paso hacia mi tía. A ella le fallaron las fuerzas y cayó de rodillas al suelo, pero sin dejar de mirarme, cosa que me encantó. Yo me acerqué hasta que mi nabo quedó justo frente a su cara y seguí masturbándome sin dejar de mirarla, sintiendo cómo su mirada ardía sobre mi piel.
–         ¿Y no dijo nada?
–         Ninguno de los dos habló. Sobraban las palabras. Yo seguí pajeándome, con ella arrodillada frente a mí, sin perderse detalle, los ojos vidriosos admirando mi erección, los labios entreabiertos, jadeando, absolutamente poseída por la lujuria.
–         ¿Y no hizo nada?
–         Nada de nada. Se limitó a disfrutar del espectáculo en silencio, hasta que me corrí como una bestia. Como pude, me las apañé para colocar la picha en el fregadero y descargarme allí aullando de placer. Cuando me calmé, me subí los pantalones y salí de la cocina, dejándola arrodillada entre los cristales rotos.
–         ¿No intentaste nada más?
–         No. Me sentía satisfecho. Había disfrutado como nunca y, además, me faltaba experiencia.
–         Podrías habértela follado allí mismo.
–         Sin duda. Pero, como te digo, me faltaba experiencia. Y estaba empezando a descubrir que mi instinto primario era dejar que me miraran, más que el sexo propiamente dicho.
–         ¿Sucedió más veces?
–         Y tanto. Ella comprendió que le gustaba mirar y yo que me mirasen. Así que volvimos a repetirlo los siguientes días. Esa misma noche ella se presentó en mi dormitorio, vestida sólo con un camisón. Yo estaba esperándola, no me preguntes cómo, pero sabía que iba a venir. En cuanto entró, aparté la sábana y dejé expuesto mi cuerpo desnudo. Ella permaneció de pie, junto a la cama, mirándome hasta que me corrí.
–         Madre mía.
–         Y lo repetimos varias veces en los días siguientes. El morbo era tan intenso, la excitación tan alta y el placer tan indescriptible que empecé a obsesionarme, no le prestaba atención a nada más. Eso hizo que empezara a rechazar todas las invitaciones de Caro a salir por ahí. Me pasaba el día encerrado en casa, suspirando por disfrutar de otra tórrida sesión con mi tía.
–         Y tu prima descubrió el pastel.
–         Vaya si lo hizo. Pero no como tú crees. Una tarde, tía Aurora y yo estábamos en el salón, disfrutando de una de nuestras aventurillas. Caro había fingido marcharse, pero no lo había hecho, así que nos pilló en plena faena. Pero, como había hecho su madre, permaneció en silencio y se quedó espiándonos a escondidas.
–         ¡No puede ser!
–         Y lo mejor fue que la descubrí muy pronto. Y estar allí masturbándome delante de mi tía, mientras mi prima también me miraba…
–         Disfrutarías como nunca.
–         Ya puedes jurarlo. Sin embargo duró poco, pues Caro se marchó enseguida, enfadada.
–         ¿Se cabreó?
–         Bastante. Aunque no dijo absolutamente nada de lo que había visto. Esa noche, durante la cena, estuvo especialmente arisca con su madre, que estaba muy sorprendida con la actitud de su hija, pues ella no se había dado cuenta de que nos habían pillado.
–         ¿No se lo dijiste?
–         Ni de coña. Me daba miedo que, al saberse descubierta, decidiera poner fin a nuestra relación.
–         Comprendo.
–         Pues espera que lo mejor está por llegar.
–         No fastidies – dijo Ali mirándome admirada.
–         Como te lo cuento. Esa noche, desnudo bajo las sábanas, esperaba a que tía Aurora viniera de nuevo a hacerme una visita. Estaba muy excitado y no paraba de recordar el rostro de Carolina mientras nos espiaba. Entonces se abrió la puerta y una mujer penetró en la habitación. Pero no era mi tía…
–         ¡No fastidies! ¿Tu prima?
Asentí con la cabeza.
–         Sin decir nada caminó hasta quedar junto a mi cama, mirándome con intensidad. A pesar de estar la habitación en penumbras, pude ver que tenía los ojos brillantes.
–         ¿Y qué hizo?
–         Traté de incorporarme y de decir algo, pero ella me lo impidió poniendo un dedo en mis labios. Me quedé parado, sin saber qué hacer y entonces ella, sin pensárselo un segundo, se libró del camisón y quedó completamente desnuda junto a mi cama.
–         ¡Oh! – exclamó atónita mi interlocutora.
–         Sin decir nada, Caro agarró el borde de la sábana y la apartó de un tirón.
–         Y tú estabas desnudo, esperando a tu tía…
–         Desnudo y con la polla como una roca.
–         No me extraña.
–         Caro me sonrió y, lentamente, se deslizó en la cama junto a mí, pegando su cuerpo contra el mío. Cuando sentí cómo su mano me acariciaba y se apoderaba de mi miembro… joder. Fue la ostia.
–         ¿Y lo hicisteis?
–         Te dije que era mi primera vez. Tanto en el exhibicionismo como en el sexo…
–         Ja, ja – rió Alicia.
–         Yo estaba bastante alucinado como comprenderás, no acertaba a hacer nada, por lo que ella tuvo que tomar la iniciativa. Empezó a pajearme muy lentamente, pegando su cuerpo contra el mío, permitiéndome sentir cómo se apretaban sus tetas contra mi pecho. Sin saber muy bien qué hacer, intenté besarla y me sorprendió la intensidad con que su boca correspondió a la mía.
–         Sigue. No te pares – dijo Ali mientras yo echaba un trago.
–         Sin dejar de besarme y sin soltarme la polla, fue deslizando su cuerpo hasta quedar tumbada sobre mí. Entonces sus labios me abandonaron y yo traté de volver a alcanzarlos haciéndola sonreír. Pero ella no me dejó y me obligó a seguir tumbado.
–         Quería controlar la situación.
–         Y bien que hizo – coincidí – Incorporándose, se sentó encima de mi estómago, provocando que mi erección se apretara contra su culo, haciéndome gemir. Entonces me pidió que le acariciara las tetas, cosa que hice sin perder un segundo, sobándolas con torpeza y ansia, pero aún así logré que jadeara de placer. Empezó entonces a deslizar su culito adelante y atrás, sobre mi cuerpo, frotándose, permitiéndome sentir su calor, su humedad. Se echó más para atrás, hasta que su coñito quedó encima de mi polla y allí volvió a restregarse.
–         Debías estar a punto de estallar.
–         Imagínate. Por fin, decidió que ya estaba bien de calentarme y, agarrándome la polla, la colocó en su coñito y se la clavó hasta el fondo, dando un fuerte gemido. Yo no me había sentido igual en mi vida, tenerla metida en un coño era la ostia, pero aún así, no podía evitar pensar que había sido más excitante cuando me había espiado por la tarde.
–         Te comprendo – asintió Ali.
–         Empezó a mover las caderas sobre mí, con las manos apoyadas en mi pecho, mientras yo no dejaba de acariciarle los senos. Qué quieres que te diga. No duré ni un minuto. Me corrí como un verraco dentro de su coño, llenándola de leche.
–         No la dejarías embarazada, ¿verdad?
–         ¡No! – exclamé – Por fortuna no. Aunque ella me reprochó que lo hubiera hecho, mientras yo me deshacía en disculpas.
–         Menuda primera vez.
–         Espera. Que aún queda. Caro, muy lejos de estar satisfecha, se tumbó a mi lado, volviendo a besarme y acariciando mi rezumante falo con la mano, tratando de volver a ponerlo en forma, cosa que no le costó demasiado. Yo me sentía un poco avergonzado por haber acabado tan rápido. Había visto películas y leído historias en las que se hablaba de los monumentales orgasmos femeninos y desde luego no se parecía en nada a aquello. Caro me daba besitos, me acariciaba y me susurraba que había estado muy bien para ser la primera vez.
–         Pero tú no estabas satisfecho.
–         Por supuesto que no. Cuando estuve otra vez a punto, decidí que esa vez iba a llevar yo la voz cantante, así que me puse encima, en la postura del misionero. Caro se abrió de piernas, guiando mi polla hasta ponerla en posición y me hizo que empujara, clavándosela de nuevo. Enseguida empecé a bombearla, siguiendo sus indicaciones, hasta que le fui cogiendo el ritmo y empezamos a disfrutar los dos.
–         ¿Y esta vez sí se corrió?
–         Espera, que ya llego. En esas estábamos, en plena follada, cuando, sin saber por qué, alcé la vista y me di cuenta de que la puerta del dormitorio no estaba cerrada.
Alicia me miró boquiabierta.
–         Tu tía… – siseó.
–         Mi tía. Estaba espiándonos desde la puerta. Nuestras miradas se encontraron enseguida, pero ella no dijo nada, limitándose a seguir mirándonos. Imagínate, me puse como una moto.
–         Te excitó que te mirase…
–         Y tanto. Empecé a follarme a Caro a lo bestia, encendido de nuevo como una antorcha; Carolina resoplaba bajo mi cuerpo, abrazándome con fiereza, anudando sus piernas a mi espalda, mientras mi polla, que parecía haber activado el turbo, la martilleaba una y otra vez, haciéndola llorar de gusto.
–         ¿Y tu tía seguía mirando?
–         Sin perderse detalle. Creí que iba a perder el juicio, a medias por el placer, a medias por la excitación. Y entonces Carolina sí que se corrió. Logré llevarla al orgasmo y la exaltación que sentí fue sencillamente increíble. A duras penas logré sacársela del coño justo antes de correrme. Mi miembro quedó atrapado entre nuestros cuerpos, vomitando semen y empapándonos a los dos. Agotado, me derrumbé al lado de Carolina jadeando, mientras ella apoyaba su cabecita en mi pecho y se relajaba. Pocos minutos después se quedó dormida.
–         ¿Y tú?
–         ¿Yo? Yo no podía dejar de pensar en mi tía.
–         ¿Y qué hiciste?
–         Con cuidado de no despertar a mi prima, logré deslizarme fuera de la cama y, desnudo, salí de mi habitación.
–         ¿Fuiste a su dormitorio?
–         No hizo falta. Mi tía estaba en el pasillo, sentada en el suelo, apoyada en la pared. Se había subido el camisón hasta la cintura y estaba masturbándose furiosamente, con los ojos cerrados.
–         Madre mía.
–         Bastó verla para empalmarme nuevamente. Y, sin pensármelo, volví a situarme frente a ella, empezando yo también a pajearme. Aurora percibió enseguida mi presencia, abriendo los ojos y encontrándose de bruces con mi cipote. Eso no la alteró en absoluto, se limitó a clavar sus ojos en los míos y seguimos masturbándonos, sin decir nada.
–         Joder. Increíble. ¿Y no hicisteis nada? ¿No la tocaste?
–         No. No era eso lo que queríamos el uno del otro. Nos pajeamos hasta llegar al orgasmo. Pero esta vez hubo algo diferente.
–         ¿El qué? – pregunto Alicia con ansiedad.
–         Cuando estuve a punto de correrme, tía Aurora se abrió la pechera del camisón, dejando sus formidables ubres al descubierto, ofreciéndomelas. Yo comprendí lo que quería, así que, cuando me corrí, lo hice directamente sobre sus tetas, empapándolas de semen, mientras mi tía alcanzaba su propio orgasmo.
–         Menuda historia.
–         Te lo advertí.
–         Aunque creo que tu tía estaba deseando que te la follaras. Eso de hacer que te corrieras en sus tetas…
–         No te falta razón. De hecho, me la follé al verano siguiente.
–         ¿En serio?
–         Te lo juro. Esa vez fue ella la que vino a casa de mis padres, pues tenía que arreglar unos papeles en la ciudad, así que se quedó en casa. En cuanto pudimos, nos quedamos solos y yo intenté volver a repetir el numerito… pero esta vez, creo que habiendo aceptado por completo lo que había pasado, mi tía buscaba algo más y, cuando me quise dar cuenta, estaba chupándomela como una aspiradora. Y claro, acabamos en la cama.
–         Impresionante. No sabes cuanto me he excitado con tu historia – me dijo Ali haciéndome muy feliz.
–         Pues bien, termino ya. Después de la corrida, regresé al dormitorio y me colé en la cama junto a Caro. Entonces, en la penumbra del cuarto, mi prima me preguntó en un susurro:
  • ¿Acabas de acostarte con mamá?
  • No – le respondí – Nunca me he acostado con ella.
–         Caro me abrazó con fuerza y nos quedamos así, juntitos. Nos dormimos enseguida.
–         ¿Te acostaste más veces con ella?
–         No. Creo que aquello no lo hizo porque se sintiera especialmente atraída por mí. Fue para fastidiar a su madre. Ya te dije que andaban peleadas. O al menos eso fue lo que pensé.
–         Pues vaya palo. Una vez que habías probado el sexo…
–         No fue para tanto. El día siguiente era el último de estancia en el pueblo, así que no lo pasé demasiado mal. Tuve que regresar con mis padres. Y fin de la historia.
Alicia me miraba con admiración. Se reclinó en su asiento, mirándome sonriente y me dijo en voz alta:
–         No puedes ni imaginarte lo increíblemente mojada que estoy.
–         No me extraña – respondí – Yo la tengo tan dura que parece que me va a explotar.
Nuestras frases fueron oídas perfectamente por los chicos de la mesa vecina, que nos miraban atónitos. Alicia, con descaro, les sonrió abiertamente, logrando que apartaran la vista, avergonzados.
Feliz y satisfecha, me dijo que fuéramos a tomar un café a otro sitio, que quería estirar las piernas.
Pedí la cuenta y, tras pagar, salimos cogidos del brazo, mientras la parejita de novios nos miraba con los ojos como platos.
TALIBOS
Si deseas enviarme tus opiniones, mándame un E-Mail a:
ernestalibos@hotmail.com 

Relato erótico: “Memorias de un exhibicionista parte 3” (POR TALIBOS)

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MEMORIAS DE UN EXHIBICIONISTA (Parte 3):
 
CAPÍTULO 6: PRIMEROS JUEGOS:
Parecíamos una parejita de enamorados mientras salíamos del restaurante, con Alicia prendida de mi brazo, apretándose contra mí mientras bromeábamos en susurros el uno con el otro, indiferentes a todo el mundo que nos rodeaba: sólo estábamos ella y yo.
Así, cogidos del brazo, seguimos caminando por la calle, deleitándonos con nuestra proximidad, evocando la intensidad de las sensaciones que habíamos experimentado en el restaurante… Deseando más…
–         ¿Y bien? – preguntó Alicia – ¿Adónde vamos?
–         ¿No querías tomar café? Antes, cuando pasamos con el coche, me fijé que hay una tetería un poco más abajo. ¿Te apetece? Creo que ya debe de estar abierta.
Alicia asintió con la cabeza y se apretó con más fuerza contra mí, en busca de calor, pues se había levantado un vientecillo bastante fresco. En menos de dos minutos nos plantamos en la tetería. Tuvimos suerte, acababan de abrir y las dos chicas que la regentaban estaban afanándose en colocar unas mesas en la puerta.
Tras preguntar si podíamos entrar, penetramos en el local en busca de un poco de calor, el día no invitaba a sentarse en la calle. Era un sitio bastante íntimo, con poca luz y que desprendía un agradable aroma a flores.
Como éramos los primeros clientes, pudimos escoger el sitio que quisimos, decantándonos por una especie de sala anexa separada del local principal por unas cortinas. Allí dentro había varias mesas y, si nos decidimos por ese sitio, fue tanto por la intimidad como por los cómodos sofás que había instalados, en vez de sillas o taburetes.
–         ¡Ah! – exclamó Ali con un suspiro de satisfacción mientras se derrumbaba sobre uno de los sofás – ¡Me gusta este sitio!
Yo me senté junto a ella, sonriendo, pensando en que, incluso en aquella penumbra, la belleza de Alicia parecía iluminar el cuarto.
La camarera acudió enseguida con las cartas de bebidas. Ambos nos decidimos por té con leche, yo de vainilla y Ali de cardamomo, lo que Dios quiera que sea eso.
Esperamos unos minutos, hablando de tonterías, hasta que la camarera regresó con las teteras. Ali, muy hacendosa, nos sirvió a ambos y guiñándome un ojo se puso cómoda en el sofá, demostrándome que quería que siguiera con mis historias.
–         ¿Y bien? – me dijo mirándome por encima de su taza – ¿Qué vas a contarme ahora?
–         No sé – respondí – ¿No te apetece mejor contarme cómo se la chupaste a tu primo?
Ali hizo un delicioso mohín y me sacó la lengua.
–         De eso nada. Hoy eres tú el que cuenta las historias. Estoy aquí para aprender.
–         ¡Eso! – pensé en silencio – Si me dejaras te iba a enseñar yo lo que es bueno…
Pero lo que dije fue:
–         Pues entonces pregunta lo que quieras.
–         Vale. ¿Alguna vez has tenido sexo con alguna mujer para la que te has exhibido?
–         Alguna vez – respondí evasivamente – Ya sabes, mi tía…
–         Víctoooor – me regañó Alicia haciéndome sonreír.
–         Vale, vale. Te contaré la historia de la señora del cine.
–         Estupendo – dijo Ali sonriéndome y prestándome toda su atención.
Me senté un poco más erguido en el sofá, bebí un trago de té y empecé la narración.
–         Esto fue hace algunos años, cuando tenía 22. Ya tenía bastante experiencia exhibiéndome y había empezado a aprender, como tú dijiste antes, a percibir si una mujer se iba a mostrar receptiva o no. Quiero decir que me sabía ya un par de trucos.
–         Comprendo – asintió Ali.
–         En esa época, me había dado por probar suerte en lugares cerrados, lo intentaba de vez en cuando en tiendas, centros comerciales… sitios así.
–         “¿En esa época?”
–         Sí. Verás, como todos los artistas, he atravesado diferentes “fases” – bromeé – Durante un tiempo probé en medios de transporte público, otro periodo en la playa… ahora suelo hacerlo al aire libre.
–         Ja, ja – rió Ali – ¿Y en bares no?
–         No. Los bares son muy arriesgados. Hay muchos tíos y el riesgo de que te calcen una hostia es demasiado elevado.
–         Pero si tú estás hecho un Bruce Lee…
–         Ya. Pero eso no significa que me guste estar todo el día dándome de leches.
–         Vale, vale.
–         Bueno. A lo que iba. Se me había ocurrido probar en un cine. Me parecía un sitio ideal, discreto, íntimo y con poco riesgo, pues si la chica formaba follón, me bastaba con largarme disparado.
–         Bien pensado. Aunque a mí no me serviría.
–         No. Si tú lo haces en un cine al lado de un tío… No tardas ni dos minutos en tenerle encima.
–         Lo sé – asintió Ali con una expresión indescifrable en el rostro.
–         Pues bien, había tenido un par de intentos fallidos en cines, pero yo no me desanimaba…
–         ¿Fallidos?
–         Sí. Lo había intentado un par de veces con idéntico resultado: la chica se asustaba y se cambiaba de asiento.
–         ¿No la seguías?
–         Ni de coña. Yo quiero disfrutar exhibiéndome, no asustar a las mujeres.
–         Entiendo, si un tío con el pene al aire se dedicara a seguirme por la sala de cine…
–         Exacto. Pues eso, estaba un poco frustrado por no haber tenido éxito ni una sola vez, a pesar de que el sitio me parecía ideal. Pero, una tarde… la vi. Y supe que iba a salirme bien.
–         Cuenta, cuenta.
–         Era una mujer madura, debía de rondar los 40, o sea casi el doble que yo. Muy atractiva, elegante y sofisticada. Recuerdo que vestía un conjunto rojo oscuro, con la falda por encima de las rodillas y escote de pico. Llevaba un collar de perlas al cuello que debía de costar una pasta… se notaba que tenía dinero.
–         Jo, parece que estés describiendo a mi madre…
–         ¿Es morena y de mi estatura? Porque si es así… – dije riendo.
–         No, es rubia y más baja que yo.
–         ¡Ah! Vale. Por un momento pensé que me había follado a tu madre.
–         Capullo – dijo Alicia sonriendo.
–         Bueno, sigo. La señora iba acompañada de otra mujer, más o menos de su edad, también atractiva, aunque no me llamó tanto la atención. Me las ingenié para estar cerca cuando compraron las entradas y pude adquirir una para la misma sala. La peli venía ni que pintada; un tostón de cinemateca en versión original, en la que seguro no iba a haber mucha gente. La cosa empezaba bien.
Alicia me miraba fijamente, atenta hasta la última de mis palabras.
–         Entré en la sala, una de esas pequeñas que hay en los multicines y ubiqué enseguida a las dos señoras. Volví a salir hasta que empezó la proyección y entonces regresé.
–         ¿Te sentaste junto a ellas?
–         Sí. Al lado de la que me interesaba, pero dejando un par de asientos libres en medio. Piénsalo, si me hubiera sentado directamente a su lado, con prácticamente toda la sala vacía…
–         Se habrían cambiado de sitio.
Hice un gesto con la mano, indicándole a Ali que había dado en el clavo.
–         Esperé un rato, con los nervios royéndome por dentro, deseando averiguar si había calibrado bien a la señora. Estaba excitadísimo, con la polla a punto de reventar, pero logré controlar las ganas y esperé a que pasara como media hora de peli. Por cierto, menudo rollazo.
Alicia me sonrió.
–         De vez en cuando, echaba disimuladas miraditas a la mujer que estaba a mi lado, deleitándome con su belleza, concentrada en la película, mientras la luz de la pantalla la iluminaba suavemente.
–         ¿Te miró?
–         No me hizo ni puto caso. De todas formas, hasta ese momento fui muy discreto, no hice nada descarado. Hasta que no pude más.
–         Y te la sacaste.
 

–         Je, je. Precisamente. Había colocado mi abrigo estratégicamente, sobre el brazo de mi asiento, de forma que no permitía que la mujer notara nada raro. Me saqué la polla, que estaba al rojo vivo y, armándome de valor, empecé a masturbarme lentamente, vigilando a la mujer todo el rato por el rabillo del ojo.

–         ¿Te vio?
–         Al principio no. Yo era muy cuidadoso y me masturbaba muy despacito, completamente tapado por el abrigo. Poco a poco fui ganando confianza y empecé a mover la mano más descaradamente. Seguía tapado, pero los movimientos que hacía no dejaban lugar a duda respecto de lo que estaba haciendo.
–         ¿Y ella?
–         Al principio no se dio cuenta, pero enseguida percibió que algo raro pasaba a su lado, así que empezó a dirigirme miraditas nerviosas, confirmando así que el tipo que estaba a su lado se estaba haciendo una paja.
–         Joder. Continúa. Qué cachonda me estoy poniendo – dijo Ali, estremeciéndome.
–         Sí. Y yo – coincidí – La señora me miraba cada vez más frecuentemente, observándome unos segundos para enseguida volver a concentrarse en la pantalla. Pero yo sabía que ya era mía, estoy seguro de que no se enteró de nada de lo que pasaba en la peli.
–         No me extraña.
–         Y entonces, ya completamente seguro de que la mujer no iba a formar ningún escándalo, aparté el abrigo y dejé mi polla completamente expuesta a sus ojos. La pobre se quedó atónita unos segundos, mirándomela fijamente, olvidada por completo cualquier intención de simular estar viendo la película. Entonces, alzó la vista y sus ojos se encontraron con los míos. A pesar de la oscuridad de la sala, te juro que brillaban como joyas.
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–         Jodeeer. Sigue, sigue.
–         Yo seguí masturbándome tranquilamente, de forma ostentosa, deslizando la mano muy despacio por todo el tronco, tirando de la piel al máximo para que la brillante cabecita asomara por completo y subiéndola después lentamente hasta ocultarla por completo en mi mano, dedicándole a mi espectadora el mejor show que era capaz de ofrecer.
–         ¿Y ella?
–         No se perdía detalle, con los ojos fijos en mi polla. Incluso vi cómo se pasaba lentamente la lengua por los labios, lo que me encendió todavía más.
–         ¿Y su amiga? ¿No se dio cuenta?
–         En ese momento no. Estaba concentrada en la peli y su compañera estaba en medio, así que no se dio cuenta de que pasara nada raro. Yo seguí con lo mío, pajeándome voluptuosamente y entonces la mujer…
–         ¿Qué hizo?
–         Cruzó las piernas y, disimuladamente, se subió la falda todo lo que pudo, brindándome el espectáculo de sus esculturales muslos, hasta que el borde de sus medias quedó perfectamente a la vista. Además, se colocó su propio abrigo en el regazo, para que su amiga no se diera cuenta de lo que había hecho.
–         Una franca invitación – dijo Ali.
–         Y tanto. Y yo la acepté de inmediato. Con cuidado, me levanté y me deslicé en el asiento de su lado, quedando sentado junto a la señora. Pareció ponerse un poquito nerviosa, pero no hizo nada, así que yo reanudé la paja, esta vez bien juntito a la preciosa mujer.
–         ¿Y no hizo nada?
–         No. Fui yo el que pasó a la acción. Estaba sentado a la derecha de la mujer y su amiga, que no podía vernos, a su izquierda. Como la paja me la estaba haciendo con la diestra, la izquierda quedaba libre, así que pensé que sería una buena idea emplearla en algo útil.
–         Le metiste mano.
–         Vaya si lo hice. Le planté la zarpa directamente en la cacha y empecé a acariciarla suavemente. En cuanto lo hice, la mujer se puso super tensa, pero se relajó enseguida bajo mis caricias. Me encantó sobar sus magníficas piernas, tenía unos muslos cojonudos, que recorrí a placer mientras ella seguía mirándome la polla. Entonces, envalentonado, traté de deslizar la mano bajo su falda, en busca de su coñito, pero eso fue demasiado y, dando un respingo, sujetó mi mano, impidiéndome llegar a su entrepierna.
–         ¿Y qué hiciste?
–         No me alteré lo más mínimo. Lo que hice fue sujetarla a mi vez por la muñeca y, tirando suavemente, llevé su mano hasta mi polla.
–         ¿Te masturbó? – exclamó Ali, atónita.
–         Impresionantemente bien. La señora dudó sólo un instante antes de que su mano ciñera con fuerza mi instrumento, que yo abandoné inmediatamente, dejándola a cargo de las operaciones. Con firmeza y habilidad, la mujer empezó a pajearme diestramente y, cosa curiosa, apartó la vista de mí mientras lo hacía, volviendo a clavar la mirada en la pantalla.
–         Joder, Víctor. Estoy cachonda perdida. Esta noche voy a hacerme una paja recordando tus historias.
La miré fijamente antes de darle la respuesta obvia.
–         ¿Y por qué no ahora? Por mí no te cortes. Yo bien que lo hice el otro día en la cafetería.
Ali se quedó muda, mirándome sin saber qué decir.
–         ¿Qué pasa? ¿Te da miedo? Pues menudo panorama, si te da vergüenza exhibirte a solas conmigo, ¿cómo vas a hacerlo cuando haya otra gente?
La verdad es que me moría por volver a verla tocándose el coñito.
–         No me digas que no te atreves…
Ali alzó bruscamente la cabeza, con una expresión decidida en el rostro.
–         Tienes razón. Si me apetece hacerme una paja. ¿Por qué voy a cortarme?
Jesucristo en carroza por los cielos. Toma ya. Con un par.
Ni corta ni perezosa, Ali se retrepó en el sofá y subió una pierna sobre el asiento, despatarrándose a gusto. Al hacerlo, el vestido de lana se le subió, permitiéndome disfrutar una vez más del hermoso paisaje que se ocultaba entre los muslos de la chica. Sus bragas estaban en mi bolsillo, así que su chochito se me mostró en todo su esplendor. Bajo la falda tan sólo llevaba un sexy liguero sujetando sus medias, lo que  me excitó todavía más. Leyendo la admiración en mi mirada, Ali me dedicó una sonrisa y, lentamente llevó una mano a su entrepierna, donde empezó a frotar suavemente, deslizándola por su vulva con voluptuosidad.
–         Fíjate – dijo enseñándome la mano – Te decía la verdad cuando te dije que estaba cachonda. Estoy empapada.
Era verdad. Sus dedos estaban brillantes por los flujos que habían extraído de su coñito. Hasta percibí el enloquecedor aroma a hembra caliente. Me costó dominarme y no acabar violándola allí mismo.
–         Anda, sigue – dijo reanudando la paja – Me encanta escucharte.
Yo, con los ojos saliéndose de las órbitas, logré serenarme lo suficiente para seguir con mi historia.
–         A ver por donde iba. ¡Ah, sí! La mujer se había aferrado a mi instrumento y estaba meneándomela. En cuanto lo hizo, yo volví a plantarle la mano en la cacha. Esta vez no se resistió tanto cuando le metí mano en el coño.
–         ¿Estaba mojada? – preguntó Ali con la voz alterada por la paja que se estaba haciendo.
–         Chorreando.
–         ¿Tanto como yo?
–         No lo sé. No he podido comprobar cómo de mojada estás tú.
Ali me miró fijamente, sopesando mi explícita invitación. Yo tenía el corazón saltando desbocado en el pecho, deseando que me diera permiso para ir un paso más allá. No dijo nada, siguió muda y yo pensé que el que calla otorga, así que me acerqué a ella en el sofá, dispuesto a verificar cómo de mojado tenía el coño.
Ali no se apartó, se limitó a seguir mirándome fijamente, sin decir nada, frotándose suavemente el clítoris con la mano. Yo estiré la mía muy despacio, metiéndola entre sus muslos abiertos…
Y entonces se abrió la cortina de la sala. Yo me quedé petrificado, pero Ali reaccionó con rapidez, sentándose correctamente, con el rostro arrebolado. Por fortuna la mesa, que estaba frente al sofá, la tapaba bastante bien, así que no la pillaron.
Mientras me cagaba mentalmente en todos los muertos de quien hubiera venido, así como en los de todos sus ancestros de las últimas 26 generaciones, me senté correctamente y miré enfadado a nuestros inoportunos visitantes: eran los jóvenes del restaurante, lo que me sorprendió un poco.
Con un simple buenas tardes, se sentaron en una mesa al otro extremo de la habitación y, aunque no supe por qué, algo en su actitud me resultó extraño. Me acerqué a Ali y le dije en voz baja…
–         Qué raro. Si nos han reconocido, me extraña que se hayan quedado. Parecían muy cortados en el restaurante.

Ali, para mi sorpresa, volvió a subir la pierna al sofá y a despatarrarse. Aprovechando que la mesa la tapaba de nuestros vecinos, empezó a masturbarse de nuevo, con la cara roja por la excitación. Yo le sonreí, admirado.

–         Joder, nena. Hay que reconocer que aprendes deprisa.
–         Tengo un buen maestro – susurró libidinosamente – Y ahora sigue con la historia, que estaba a punto de correrme.
En voz baja, procurando que nuestros vecinos no me escucharan, reanudé mi relato. Ellos, mientras tanto, no dejaban de dirigirnos furtivas miradas, lo que me inquietaba un poco.
–         La tía me acariciaba la polla lentamente, mientras yo le tocaba el coño con dificultad, debido tanto a su ropa como a que seguía con las piernas cruzadas.
–         ¿No se abrió de piernas? Yo me habría despatarrado enseguida. Como ahora… – dijo Ali con una sonrisilla maliciosa.
–         Creo que era para que su amiga no notara nada; pero, aún así, la otra mujer empezó a percibir que algo raro pasaba. En cierto momento, escuché cómo le decía a mi pareja algo al oído y ella, lejos de asustarse, le contestó con tranquilidad, sin soltarme la polla ni un instante.
–         ¿Acabaste corriéndote?
–         Por supuesto. El morbo era tan intenso que no sé cómo aguanté tanto rato. Cuando no pude más, me corrí como una bestia, dando un bufido que resonó en toda la sala. Mi polla vomitó litros de leche, que la mujer atrapó con la mano, si no, estoy seguro de que habría alcanzado la pantalla. Le puse la mano perdida de semen, pero ella no se preocupó en absoluto.
–         ¿Y qué pasó?
–         Miré jadeante a mi compañera, mientras me vaciaba por completo en su mano. Y entonces me encontré con la mirada de la otra mujer, que me miraba boquiabierta mientras me corría en la mano de su amiga.
–         ¿Y no dijo nada? ¿No hizo nada?
–         ¿Qué iba a hacer? Su amiga estaba haciéndole una paja a un desconocido. ¿Qué iba a decir? Sus ojos nos miraban alternativamente a mí y a su amiga, sin dar crédito a lo que estaba viendo. Cuando mi polla dejó de expulsar semen, la mujer, muy tranquilamente, sacó un pañuelo del bolso y empezó a limpiarse. Yo pensé que el show había acabado, pero entonces, la mujer se inclinó hacia su amiga y le dijo en voz perfectamente audible que iba al baño a limpiarse. Se levantó y me pidió permiso para pasar, mirándome con ojos brillantes. Yo la miré alucinado, mientras se abría paso entre los asientos y caminaba majestuosamente hacia la puerta.
–         ¿Y su amiga?
–         La miré tratando de recuperar el resuello, mientras ella me observaba atónita. Me encantó que la señora me mirara subrepticiamente la polla, que seguía fuera del pantalón, así que le dije: “Otro día, señora”, me la guardé en la bragueta y salí en busca de mi deliciosa compañera, que me esperaba tranquilamente delante de unos servicios de señoras.
–         ¿Estaba en la puerta?
–         Claro. No olvides que eran unos multicines y había muchos aseos. Así me indicaba en cual se había metido.
–         ¡Ah! Claro – siseó Ali sin dejar de masturbarse.
–         Me colé allí dentro como un rayo. La tipa estaba lavándose las manos en el lavabo y cuando entré, alzó la vista y nuestras miradas se encontraron en el espejo.
–         Qué morbo. Sigue, sigue – gimió Ali incrementando el ritmo de su paja.
Pero volvieron a interrumpirla. La camarera acudió con el pedido de nuestros vecinos. Al parecer habían pedido nada más entrar. Ali ahogó un gruñido de frustración y se contuvo hasta que la camarera se hubo marchado.
–         Tú sigue, que yo estoy casi a punto – gimió volviendo a hundir la mano entre sus piernas.
Joder. Yo sí que estaba a punto. De lanzarme encima suya.
–         Me abalancé sobre ella, poseído por el frenesí. Ella se volvió bruscamente, recibiéndome como una leona y sus labios, que eran fuego, se apropiaron de los míos. Le hundí la lengua hasta la tráquea, besándola con pasión, mientras mis manos se apoderaban de sus nalgas, estrujándolas con ganas, mientras ella apretaba y frotaba lujuriosamente su pelvis contra mí.
–         ¡Ah! ¡Joder, ya casi, ya casi…! – gimoteaba Ali con los ojos cerrados, incrementando el ritmo de sus dedos.
Miré de reojo a nuestros vecinos, que hacían lo mismo con nosotros. Aunque no podían verlo, estaba clarísimo lo que Alicia estaba haciendo, pero, lejos de escandalizarse, la parejita cuchicheaba entre sí, espiándonos con disimulo. Me resultó excitante y apuesto a que a Ali mucho más.
–         Sin dejar de besarnos, nos metimos en uno de los retretes y en menos que canta un gallo la mujer tuvo el vestido enrollado en la cintura y mi mano metida dentro de sus bragas, acariciando su coño a placer, esta vez sin ningún tipo de obstáculos. La señora, bien curtida en esas lides, se las apañó para volver a sacar mi cipote y acariciarlo con ansia, devolviéndole todo su vigor en un instante.
–         ¡AAHHH! ¡JODEEER! – siseó en voz baja Ali, mordiéndose los labios, mientras sus caderas experimentaban ligeros espasmos, a medida que el orgasmo se abría camino por su cuerpo – ¡Qué bueno! ¡DIOSSSSS!
Yo estaba que me moría porque mi polla ocupara el lugar de sus dedos, pero había prometido que no haría nada que ella no me pidiese, así que aguanté como un campeón las ganas de follarla.
–         Yo quería que me la chupara, sentir sus carnosos labios rodeando mi verga, pero ella no estaba por la labor y me suplicaba una y otra vez que se la metiera. Deseando complacerla por la extraordinaria tarde de placer que me estaba brindando, no me hice de rogar y, apartándole un poco las bragas, se la metí hasta las bolas, levantándola del suelo. Ella gimió poseída y se abrazó con fuerza a mí, rodeándome con brazos y piernas al mismo tiempo. Embrutecido, la apoyé contra la pared y empecé a follármela a lo bestia, gruñendo como un animal en celo con cada empellón, mientras ella gemía y jadeaba descontrolada por el placer.
–         La entiendo perfectamente – susurró Ali, desmadejada en el sofá, haciéndome sonreír.
–         Seguí follándola con ímpetu, con tantas ganas que la pobre tuvo que sujetarse a la parte superior de las paredes del baño, mientras yo le martilleaba el coño como un animal. Se corrió en menos de un minuto, gritando tan fuerte que temí que alguien viniera a ver qué pasaba. Su entrepierna se inundó, los líquidos brotaban de su coño como de una fuente. Queriendo probar otra cosa, se la saqué de un tirón y la obligué a apoyarse en el water, inclinada un poco hacia delante, para follármela desde atrás. Se la clavé de nuevo hasta el fondo, casi empotrándola con la pared y me la follé cuanto quise hasta que me corrí dentro de su coño, llenándola de semen hasta arriba.
–         Joder, tío, no te cortas ni un pelo al correrte dentro de las mujeres. Como me lo hagas a mí…
Me quedé sin habla al comprender el alcance de lo que acababa de decir Ali. La miré sorprendido y ella, al darse cuenta de lo que acababa de decir, apartó la vista, avergonzada. No insistí en el tema e hice como si nada.
–         Tienes razón. Se me fue un poco la olla. Aunque, en el fondo, creo que lo hice porque me daba igual. Total, no iba a verla nunca más…
–         Jo. Pues a lo mejor tienes por ahí un par de críos pululando.
–         Pues que le sirvan de recuerdo a la buena señora. Del polvo de su vida…
–         Ja, ja… “El polvo de su vida” ¿Qué sabrás tú de los polvos que habría echado esa mujer? Inexperta no era precisamente – dijo Ali, más recuperada ya del orgasmo experimentado – ¿Y qué hiciste luego?
–         ¿Tú que crees? La besé y me largué de allí. La dejé tirada en el water, con el vestido enrollado en la cintura y con el coño rezumante de semen y de sus propios flujos. Te digo que le hice pasar la mejor tarde de su vida.
Entonces me di cuenta. Aunque durante un rato había procurado hablar en voz baja, me había ido emocionando poco a poco y había subido el tono de voz, acabando por hablar en voz alta. Sin duda, nuestros vecinos habían disfrutado sin problemas del último capítulo de mi historia.
Los miré un poco avergonzado, aunque en el fondo me importaba un huevo que nos hubieran escuchado. La chica se veía un tanto aturrullada, sin mirarnos directamente, pero el chico ya nos observaba abiertamente, casi con descaro.
Le hice un gesto con la cabeza, sin saber muy bien por qué y él, a modo de respuesta, se levantó y se acercó a nuestra mesa. Ali se llevó un buen susto y rápidamente se sentó erguida en el sofá, mientras nos miraba con nerviosismo.
–         Buenas tardes – saludó educadamente el joven – Verán, no quiero molestarles, pero no hemos podido evitar escuchar su historia y bueno… queríamos…
Me sentía desconcertado, no sabía qué cojones pretendía aquel chico.
–         Siéntate, por favor – dije llevado por la curiosidad – Y dile a tu novia que venga. No mordemos a nadie.
El chico, sonriendo con timidez, me hizo caso, mientras su novia, roja como un tomate, se acercaba temblorosa y se sentaba a su lado.
–         Me llamo Saúl – se presentó – Y ella es Gemma, mi novia.
–         Encantado – respondí estrechándoles la mano – Yo soy Víctor y mi acompañante…
–         Alicia – dijo ella más tranquila, estrechándoles la mano a su vez.
Tras las presentaciones, el chico, visiblemente nervioso, trató de reunir ánimo para decir lo que quería.
–         Verán. Antes, en el restaurante, hemos visto como la señorita… Alicia…
–         Se quitaba las bragas – dije con tranquilidad, provocando la vergüenza de mis interlocutores.
–         Sí, eso – asintió el joven – Hemos comprendido que son ustedes una pareja muy liberal y nosotros… bueno… hemos hablado a veces… de que nos gustaría iniciarnos en el intercambio de parejas. Pero nunca hemos podido, porque no conocemos a nadie que… Y yo…
Gemma estaba avergonzadísima, parecía estar deseando que la tierra se la tragara. Miré a Alicia, que les miraba divertida, habiendo comprendido por fin qué buscaban los jóvenes.
–         Vale, vale, vale – intervine – A ver si lo he entendido. Sois novios y queréis probar con el intercambio de parejas y como habéis visto que somos bastante desinhibidos, os habéis decidido a hablar con nosotros…
–         Exacto – asintió el chico – Hace tiempo que queremos probar cosas nuevas en materia de sexo, pero no conocemos a nadie que pueda orientarnos. Y al ver cómo se comportan ustedes, contándose sus aventuras y eso, hemos pensado que podrían darnos algún consejo, indicarnos algún local al que podamos ir, o quizás…
Mientras hablaba, el chico parecía dirigirse más a Ali que a mí mismo, sin dejar de mirarla en ningún momento. Adiviné cuales eran sus intenciones y Alicia también lo hizo…
–         Podríais realizar el intercambio de parejas con nosotros – terminó Ali la frase por él – Era eso lo que queréis proponernos, ¿no?
Un tanto avergonzado, el chico asintió con la cabeza, mientras su novia, toda colorada, me miraba furtivamente. Me gustó que lo hiciera.
–         No pretendemos ofenderles – siguió Saúl – Pero nos pareció que quizás…
–         Tranquilo. No nos has ofendido en absoluto – dije riendo por dentro – O sea que os ha parecido buena idea pedirnos que intercambiemos las parejas. Vaya, que te gustaría follarte a Alicia mientras yo me tiro a este bomboncito que tienes por novia.
–         Bueno… – dijo Saúl un tanto confuso – Sí. Eso es. Siempre he pensado que sería muy excitante ver cómo Gemma lo hace con otro hombre. Y ella también quiere verme con otra mujer. Y bueno… Os hemos visto… Y Alicia es una mujer muy bella y Gemma piensa que tú eres guapo…
–         ¿En serio? – exclamé mirando a la joven – ¿Me encuentras atractivo?
La joven, un poco más serena, quizás tras comprobar que no nos escandalizábamos por su proposición, reunió el valor suficiente para contestar.
–         Sí. Me pareces un hombre interesante. Y siempre he querido hacerlo con alguien mayor que yo…
Joder. Qué morbo tenía la niña. Si poco dura la tenía ya por haber estado viendo cómo Ali se pajeaba, aquella frase casi provoca la explosión de la bragueta de mi pantalón.
–         Vaya. Te agradezco el cumplido – sonreí – Yo también pienso que eres una preciosidad. Y tienes una boquita deliciosa. Me encantaría sentir esos carnosos labios chupando mi polla. Seguro que lo haces genial.
Fui todo lo descarado que pude, consiguiendo que Gemma se ruborizara de nuevo. Me encantaba verla avergonzada, tenía mucho morbo. Su novio, por otra parte, ya se veía a si mismo incrustado entre las piernas de Ali tras mi prometedora respuesta, así que decidí cortar por lo sano y no seguir dándoles falsas esperanzas. Aunque la verdad es que me hubiera gustado mucho que aquella chiquita me la chupase, je, je.
–         Bueno, chicos. Siento decepcionaros, pero en vuestro plan hay un fallo bastante importante…
–         ¿Cómo? – exclamó el chico un tanto agobiado – ¿A qué te refieres?
–         Verás. Ali y yo no somos pareja. Somos dos amigos a los que les gusta compartir ciertas experiencias, pero nada más. Yo tengo novia y ella está prometida con un hombre, así que…
Saúl nos miraba atónito. No encajaba en sus esquemas que dos personas que no eran pareja, hablaran entre sí de sexo con tanta naturalidad.
–         Pero… – insistió – Lo que le estabas contando antes… Creí que erais una pareja liberal, que se acostaban con otras personas y luego se lo contaban el uno al otro…
–         Pues no es así. Te has precipitado en tu juicio. Pero no te preocupes, no pasa nada, no nos habéis molestado en absoluto. Yo, por lo menos, me he sentido muy halagado – dije sonriéndole a Gemma – Sólo que… no puede ser.
–         ¿Y por qué no? – intervino entonces Gemma – A mí me da igual que no seáis pareja. Se trataría sólo de sexo.
¡Coño! La verdad es que la nena tenía razón. Qué más daba que Ali no fuera nada mío. Me di cuenta de que les había juzgado mal, pues en todo momento había tenido la sensación de que la idea del intercambio era de Saúl, mientras que Gemma se limitaba a hacer lo que decía su novio. Pero ahora comprendía que quizás no era así…
–         Pues es verdad – dije mirando a Ali – La verdad, no me había parado a pensarlo… ¿Ali?
La miré esperanzado. Lo cierto es que me estaba apeteciendo cada vez más calzarme a la jovencita. Pero un simple vistazo al rostro de Alicia me bastó para comprobar que ella no estaba por la labor. Y los chicos también se dieron cuenta.
–         Bueno – dijo Saúl con aire abatido – Si no les parece bien, no les molestamos más. Les pido disculpas si les hemos ofendido con este lío, pero nosotros…
–         No, no te preocupes – le tranquilizó Ali – La verdad es que yo también me he sentido halagada. Pero no me siento preparada para algo así… Lo siento.
Los chicos, un poquito cortados, se levantaron para marcharse. Saúl fue hasta su mesa y empezó a recoger los abrigos, mientras Gemma seguía disculpándose por las molestias. Entonces se me ocurrió algo.
–         Oye, Gemma. ¿Me darías tu dirección de mail? Quizás más adelante cambiemos de opinión.
La joven me miró un segundo y, sonriéndome, me dio su dirección, que yo apunté en una tarjeta de mi cartera. Joder, la verdad es que me sentía un poquito frustrado. Me hubiera encantado que me la chupara aquella nenita con su novio mirándome…
Los chicos se fueron y nos quedamos de nuevo solos. Ali me miró muy seria, parecía un poco molesta. Quizás se había cabreado conmigo por haber sugerido aceptar la oferta de los jóvenes. Decidí romper el hielo.
–         Me debes una mamada – le dije mirándola muy serio.
Ella se echó a reír.
–         No te rías –insistí – Esa pivita estaba a punto de chuparme el rabo y, si no lo ha hecho, ha sido porque tú no has querido. Culpa tuya.
Ali, más relajada, seguía riendo.
–         Anda, vámonos, idiota – dijo sin dejar de sonreír – Son casi las 17:30 y me apetece hacer otra cosa.
–         ¿El qué? – pregunté intrigado.
–         Ahora lo verás.
Nos pusimos los abrigos y, tras pagar la consumición, caminamos hacia el coche, de nuevo cogidos del brazo. Llegamos demasiado rápido para mi gusto. Me encantaba caminar pegadito a ella.
–         ¿Y bien? – pregunté una vez estuvimos sentados dentro del auto – ¿Qué hacemos?
–         ¿Has hecho esto alguna vez?
Tras decir esto, Alicia me alargó su móvil, mostrándome un video que había descargado de Internet.
–         Veo que venías con la lección preparada – dije mientras miraba la pantalla.
Pude ver un vídeo de los que ya había visto unos cuantos. Un tipo pajeándose en su coche, se para al lado de una mujer, baja la ventanilla y le pregunta una dirección. La chica se acerca (como hacemos todos en esas situaciones) y se encuentra de bruces con las maniobras del personaje. A veces, las reacciones de las chicas de esos vídeos son bastante… sugerentes.
–         No, no lo he hecho nunca. Es arriesgado – respondí devolviéndole el teléfono.
–         ¡Venga ya! ¿Arriesgado? Si vas en coche…
–         Ya. En MI coche. Si la tía se cabrea y coge el número de matrícula…
–         ¡Bah! Quien va a molestarse en ir a poner una denuncia porque un tipo esté pajeándose dentro de su coche. Vamos a probar.
–         No sé Ali… No me parece buena idea…
–         Llevo toda la semana pensando en esto – dijo Ali con tomo muy serio – Me apetece y vamos a hacerlo.
La miré sorprendido. Hasta ese momento no se había mostrado en ningún momento autoritaria. Aunque, si lo pensaba un momento, siempre habíamos acabado haciendo lo que ella quería…
–         Venga, no seas tonto… Verás qué bien lo pasamos. Además, tú me has visto antes masturbándome y ahora me apetece ver cómo lo haces tú…
–         ¿En serio?
–         Claro… Me encanta mirar tu polla…
Al decir esto, Ali se inclinó hacia mi asiento y me susurró las palabras al oído, provocando que se me pusieran los vellos de la nuca de punta. La mala puta estaba acostumbrada a salirse con la suya…
–         Joder. Vale. Pero, como acabe en la cárcel, tú también vas a pringar – dije resignado.
Ali, entusiasmada, me dio un besito en la mejilla, que hizo que se me quitara el frío por completo.
–         ¡Genial! ¡Un exhibicionista en la cárcel! ¡Ibas a ser muy popular!
La madre que la parió.
Conduje un rato por el pueblo, que era bastante grande, lo que sin duda nos brindaría alguna oportunidad de complacer a Ali. Ella, bastante ilusionada, me indicó algunas chicas con las que nos cruzamos, pero siempre iban acompañadas y, por experiencia, sabía que no era buena idea abordar a un grupo de chicas, pues las posibilidades de que se formara algún follón eran más altas.
–         Mira. Esa servirá – dije parando un momento al lado de una acera.
Una joven de veintitantos años estaba sentada en una parada de autobús leyendo un libro. No podía distinguir si era guapa o fea, aunque eso no era tan importante, pues la excitación depende del morbo de exhibirse, aunque claro, mejor si la mujer es atractiva.
Empecé a sentir el familiar cosquilleo de expectación que siempre experimentaba cuando me disponía a exhibirme. Tragué saliva y respiré hondo, tratando de serenarme. Como siempre que estaba en esas situaciones, tenía los nervios a flor de piel. Empecé a sentir cómo mi pene se endurecía dentro del pantalón.
–         ¿A qué esperas? – Me apremió Alicia, presa de la lujuria.
–         Espera, nena. Dame un segundo a que esto se ponga en posición de firmes – respondí mirando hacia mi bragueta.
Ali también me miró la entrepierna, provocando que un escalofrío me recorriera de la cabeza a los pies.
–         ¿Ayudará si hago esto? – dijo dirigiéndome una sonrisa estremecedora.
Mientras hablaba, Alicia se subió la falda del vestido hasta la cintura, volviendo a enseñarme el coñito. La boca se me quedó seca, todo lo contrario que su entrepierna, que se mostraba brillante, no sé si por el sudor o porque volvía a estar chorreando.
–         Sí – acerté a balbucear con la lengua pegada al paladar.
–         ¿Y esto?
Entonces lo hizo. Alicia deslizó su mano izquierda y la colocó justo encima de mi paquete, apretando ligeramente. Creí que me volvía loco de deseo, el corazón iba a explotarme en el pecho.
–         Leches, creo que sí que sirve – dijo ella sonriendo ladinamente mientras me daba un nuevo estrujón – Esto se ha puesto como una piedra…
Joder. La muy cabrona. Iba a hacerme sudar sangre. Me estaba convirtiendo en un juguete en sus manos…
–         Ali, por favor – me apañé para susurrar manteniendo la calma – Me he comprometido contigo a no intentar nada… Pero si haces esas cosas…
Alicia pareció recobrar el sentido y darse cuenta de lo que estaba haciendo. Rápidamente retiró la mano de mi entrepierna y se puso bien el vestido. Yo lamenté profundamente que lo hiciera, pero era completamente cierto que empezaba a sentir que, si seguíamos así, iba a acabar por violarla de verdad, y yo no quería acabar comportándome como los cerdos del parque.
Arranqué el coche y me dirigí hacia donde estaba la chica sentada. Aparqué junto a la acera, justo delante de ella y, sin pensármelo dos veces, me saqué la chorra del pantalón, mientras Ali se deleitaba mirándola a gusto. Me encantó que lo hiciera.
Mi polla estaba tan caliente que juro que bastó para caldear el interior del auto, ni siquiera importó que bajara la ventanilla del conductor, permitiendo que entrara el aire frío del exterior. Hasta vapor salía.
–         Oye, disculpa – dije tratando de atraer la atención de la chica de la parada – ¿Podrías indicarme cómo se va al ayuntamiento?
Sabía que estaba a la otra punta del pueblo, así que era una buena dirección para preguntar (no pensé que a esas horas estaría cerrado, pero qué coño importaba). La joven alzó la vista de su libro y pude comprobar que era bastante guapa. Morena, con gafas y un aire intelectual que tenía su morbillo.
–         Sí, claro – dijo la chica con amabilidad – Tiene que seguir por ahí y meterse por aquella calle del fondo.
–         ¿Por cual? ¿Por aquella? – dije señalando una vía equivocada.
–         No. No. Espere…
Y la chica hizo justo lo que yo esperaba. Dejó el libro en el asiento, se levantó y se acercó al coche para darme indicaciones. Y se encontró de bruces con el espectáculo.
Qué caliente me sentí. Que indescriptible sensación de exaltación recorrió mi cuerpo cuando la chica se quedó parada, sin saber qué decir, con la vista clavada en mi miembro desnudo, erecto, que era masturbado suavemente por mi mano derecha. Aparentando total normalidad, seguí pajeándome mientras volvía a interrogar a la chica.
–         ¿Por aquella dices?
–         No, no… – balbuceó ella sin mirar a cual me refería, los ojos clavados en mi erección – La de la izquierda…
–         ¿Aquella?
La joven miró a donde yo le indicaba, comprobando que esta vez sí era la correcta. Enseguida volvió a mirar mi polla, creo que porque temía que, si dejaba de vigilarla un segundo, saldría disparada por la ventanilla y la atraparía.
Me sentía excitadísimo y Ali, que estaba callada como una muerta, seguro que se sentía igual. Seguí insistiéndole a la joven, preguntándole por el camino y ella, para mi infinito placer, siguió dándome instrucciones junto al coche, mirando cómo me masturbaba frente a ella, asustada y nerviosa… pero también excitada…
Justo entonces llegó el autobús, poniendo punto y final a nuestra aventurilla. El chófer hizo sonar el claxon para que me quitara de la parada del bus y no tuve más remedio que mover el coche. Ali me miraba divertida mientras yo, con la polla fuera del pantalón, me despedía cortésmente de nuestra cooperadora amiga y después empezaba a jurar en arameo a costa del conductor del bus, de su padre y del caballo que los trajo a ambos.
Todavía excitado, pero no queriendo tentar a la suerte, conduje hacia las afueras del pueblo, de regreso a la ciudad. Además, como ya eran casi las 19:00, había oscurecido, con lo que las probabilidades de disfrutar de un nuevo show disminuían.
–         ¿Vas a ir todo el tiempo con eso al aire? – me preguntó Ali con tono jocoso.
–         ¿Te molesta? Porque a mí me encanta que me la mires – le respondí con descaro.
–         Y a mí me encanta mirarla.
Joder con la tía. Iba a acabar conmigo. A pesar de ir ya por la autovía, aparté la vista de la carretera y la clavé en mi acompañante.
–         Ali. Me tienes malo. Yo trato de portarme bien, pero si seguimos así… vamos a acabar follando. Te juro que cada vez me cuesta más resistirme…
–         Es posible – asintió ella, haciéndome estremecer de nuevo.
Decidí echarle valor al asunto.
–         Pues si estás de acuerdo… Recuerda que me debes una mamada – dije volviendo a clavar los ojos en los suyos.
Ella sonrió.
–         ¿Eso quieres? ¿Que te la chupe mientras conduces?
–         Me encantaría.
Se quedó callada unos instantes, como sopesando la idea, mientras yo rezaba suplicando que se animara a hacerme aquel pequeño favor…
–         Lo siento, pero no. Tengo mucho en qué pensar. En mi prometido. En todo lo que ha pasado… No he decidido todavía qué voy a hacer.
Joder. Me sentó un poco mal. Ali estaba resultando ser una calientapollas de cuidado. La reina de las calientapollas. La emperatriz.
–         ¿Y una pajita? – preguntó, haciendo que el corazón se me desbocara de nuevo – ¿Saldaría eso la deuda?
–         No del todo – respondí emocionado – Pero como primer plazo…
Entonces Ali se inclinó hacia mí, forcejeando levemente con el cinturón de seguridad. Su cálida manita se deslizó hacia mi entrepierna y agarró mi rezumante falo, haciendo que en mis ojos estallaran lucecitas de colores. Me las apañé para mantener el control del auto, simulando una serenidad que estaba muy lejos de experimentar.
Lentamente, Alicia empezó a deslizar su manita por mi polla, enviando enloquecedoras descargas de placer a mis sentidos. No puedo juzgar si era buena o mala haciéndolo, pues la excitación y el morbo eran tan elevados, que tenía los sentidos completamente descontrolados. Desde luego, a mí me pareció la mejor pajeadora del mundo.
Toda la voluptuosidad del día, el restaurante, la tetería, el parque… todo se concentró en mi polla, llevándome a unos niveles de exaltación sencillamente insoportables, precipitando mi orgasmo de forma imparable. Pero, justo cuando estaba a punto de estallar, Alicia dejó de pajearme.
–         ¿Qué? ¿Qué haces? – resoplé – ¡Sigue!
–         ¿Quieres que acabe? – preguntó con voz juguetona – ¿Tu pollita mala quiere correrse?
–         ¡Joder, sí! ¡Coño, Alicia, no te pares por favor!
La emperatriz de las calientapollas atacaba de nuevo.
–         Entonces tienes que hacer algo por mí.
A esas alturas yo no estaba para juegos. Cada vez me parecía mejor idea aparcar en cualquier cuneta y follármela como me viniera en gana. Afortunadamente me contuve.
–         ¿Qué quieres que haga? – gemí.
–         Quiero que esta noche te folles a tu novia y lo grabes. Y luego quiero ver el vídeo. La sesión completa, no sólo una mamada. Y tiene que ser esta noche, en cuanto llegues.
La miré de nuevo, encontrándome con sus ojos, brillantes y decididos. Sabía que estaba jugando conmigo y tirando de mis hilos como le venía en gana pero… ¿qué podía yo hacer?
–         De acuerdo. Lo haré. Lo grabaré todo.
–         Estupendo.
Y volvió a pajearme. Me sentía un poco enfadado, no me gustaba que me manipularan de aquella forma, con lo que mi libido se calmó un poco y me alejé del orgasmo. Entonces se me ocurrió que, ya que estábamos, podía sacar un poquito más.
Como íbamos por la autovía, con una marcha larga metida y no tenía que cambiar, mi mano derecha estaba ociosa, así que decidí darle un buen uso. La planté en el muslo de Alicia y empecé a acariciarla, subiendo cada vez más hasta que pude ver el borde de sus medias.
–         Ábrete de piernas – le dije – Quiero acariciar tu coño.
–         ¿Y si no quiero? – dijo ella juguetona.
–         ¿No dijiste antes que en una situación así te despatarrarías enseguida? A ver, que se vea.
Y lo hizo. No se cortó ni un pelo. Separó sus torneados muslos, mostrándome su empapado coñito por enésima vez. Yo estaba que me moría por catarlo, pero me tuve que conformar con acariciarlo un poco… y pude constatar que estaba mucho más mojado que el de la mujer del cine…
–         UMMMMM – gimió estremecedoramente Ali cuando empecé a acariciar su vagina.
Su mano incrementó el ritmo de la paja, deslizándose a toda velocidad sobre mi enfebrecido falo. Y claro, no pude más. Seguir aguantando era pedirme demasiado. Me corrí a lo bestia, reuniendo en aquel orgasmo toda la excitación acumulada a lo largo del día. Alicia recogió parte del semen con la mano, pero no todo, así que pringué el suelo de mi coche, así como el volante y el salpicadero… hasta la radio se llevó su ración de leche.
–         Joder, sí que ibas cargadito. ¡Cuidado! – gritó Ali.
Coño. Por poco nos salimos de la carretera. Por fortuna recuperé el control, aunque para hacerlo tuve que abandonar el coñito de Ali, cosa que lamenté profundamente. Tras el susto, la joven me regañó por descuidado y percibí que el momento de las caricias había pasado.
Seguimos charlando mientras la llevaba a su casa. Yo había sugerido ir a algún otro sitio, pero me dijo que no, que iba a cenar en casa de los padres de su prometido, así que quería ducharse y cambiarse de ropa. No me extrañaba, esa tarde había sudado mucho.
La llevé al mismo sitio donde la recogí por la mañana y ella se despidió con un beso en la mejilla.
–         No te olvides de tu promesa – me dijo tras bajarse del coche.
–         Claro que no.
Entonces hice la pregunta del millón.
–         ¿Quedamos otro día?
No tardó ni un segundo en contestar.
–         Pues claro. Tienes que darme el vídeo con Tatiana. Mándame un mail el lunes.
–         ¡BIEN! – grité en mi interior.
–         Estupendo – dije tratando de aparentar indiferencia.
–         Y Víctor…
–         Dime.
–         Fóllatela hasta el fondo – me dijo Ali.
Y se largó.
¡Mierda! Esta vez había dicho ella la última palabra.
Y me dispuse a obedecerla.
CAPÍTULO 7: EL CAPRICHO DE ALI:
Conduje hasta mi casa, dándole vueltas a cómo iba a apañármelas para complacer el deseo de Alicia. Además, había dejado bien claro que tenía que ser esa misma noche, no tenía tiempo para preparar nada especial.
¿Sería capaz de convencer a Tatiana de que me dejara grabarnos follando?
Estaba seguro de que la idea no le gustaría, pero sabía que, tratándose de Tati, acabaríamos haciendo lo que yo quisiera.
No me di cuenta de que, en realidad, haríamos lo que Alicia quisiera.
Por fin llegué a mi piso, metí el coche en el garaje y subí a casa. Y, como siempre, Tatiana salió a recibirme entusiasmada en cuando escuchó la llave en la puerta.
–         ¡Hola, cari! – exclamó arrojándose en mis brazos – ¿Cómo te ha ido el día? ¡Te he echado un montonazo de menos!
Tati llevaba puesto el mismo vestido que la noche en que conocí a Alicia, lo que me pareció un buen presagio. Además, que sus tetas se apretaran contra mi pecho contribuyó notablemente a que el plan de Ali me pareciera cada vez mejor idea.
–         Hola guapísima – le respondí besándola con entusiasmo – Vengo reventado. Menuda mierda de día. Había una zorra en la reunión que se ha pasado el día dándome el coñazo. No veas cómo me ha tocado los huevos…
Qué quieres. Tenía el ánimo juguetón.
–         ¿Te preparo algo para picar? El fútbol está a punto de empezar.
¡Coño! Era verdad, sábado de liga. Otra cosa  buena que tenía Tati era que le gustaba el fútbol y, además, era de mi mismo equipo. O eso decía ella. Muchas veces pensé que lo veía sólo para complacerme.
–         Estupendo cari, un par de sándwiches me irían bien. Tráete unas cervezas y yo pongo el partido.
Dándome un besito, Tati salió disparada a la cocina mientras yo iba al dormitorio a ponerme cómodo. Dejé la cazadora en una silla y me puse un pantalón corto y una camiseta. Tatiana había puesto la calefacción, como siempre y hacía incluso calor.
A continuación fui a mi despacho y busqué la cámara digital en un cajón. Maldije en voz baja al comprobar que la batería estaba prácticamente descargada, pero entonces se me ocurrió una idea.

Me llevé la cámara y el cargador al salón y la coloqué encima del mueblecito de la tele, apuntando hacia el sofá. La enchufé a una toma eléctrica y la encendí, comprobando en la pantalla que el encuadre era correcto. Justo cuando acababa, Tatiana entró con un plato con los sándwiches y un par de latas de cerveza.
–         ¿Qué haces con la cámara? – preguntó mientras se sentaba en el sofá.
–         La pongo a cargar. La necesito el lunes en el curro y la batería está muy baja. Mejor hacerlo ahora, no sea que se me olvide y el lunes no la tenga preparada.
–         ¡Ah! Vale.
Y ya está. Tatiana se creía todo lo que yo le decía. Sin dudas, sin preguntas. Si le hubiera dicho que el sol salía por el oeste, se lo habría creído sin dudar. Aunque quizás fuera que simplemente no sabía por dónde sale el sol…
Me dejé caer en el sofá a su lado, encendiendo la tele y el canal plus para ver el partido. Tati me dio el plato con los sándwiches y me abrió la lata de cerveza. Después abrió la suya y se repegó contra mí como siempre hacía cuando veíamos la tele. Algunas veces me agobiaba al hacerlo, pero esa noche, con lo caliente que iba, agradecí mucho el contacto de su cálido cuerpecito.
Empecé a comer y a beberme la cerveza mientras emitían la previa del partido, aunque yo no prestaba mucha atención a la tele, rememorando los sucesos del día. Empecé a fantasear también en cómo iba a follarme a Tatiana a continuación, excitándome al pensar en que Alicia disfrutaría también con la sesión de sexo que se avecinaba.
Y claro, mi amiguito empezó a despertar.
–         Ji, ji, Víctor… ¿debo empezar a preocuparme? – me preguntó Tati con voz juguetona – ¿Es que ahora te excitas mirando a los futbolistas?
Tenía razón. En el pantalón corto se apreciaba un enorme bulto delator.
–         Pues claro. ¿No has visto lo buenísimos que están?- respondí en el mismo tono – Y además tiene un montón de pasta…
–         ¿En serio? ¿Y les dejarías tu culito a cambio de dinero?
–         No. ¡Les dejaría el tuyo! – exclamé dándole un buen pellizco en una nalga a mi novia.
–         ¡Ay! ¡Cabrito! – gritó ella sorprendida – ¡Quieto!
Al saltar sobre el sofá, Tati agitó la lata de cerveza, con el resultado de que me manchó la camiseta y el pantalón.
–         ¡Dios mío! ¡Perdona! – exclamó mi novia sobresaltada.
–         Tranqui, cariño, no pasa nada. Ha sido culpa mía.
Pero ella no se tranquilizó. Como siempre que metía la pata, se agobió muchísimo y empezó a tratar de secar la mancha con una servilleta, frotándola frenéticamente. Y a mí no me molestaba que lo hiciera, sobre todo porque estaba dándome unos refregones sobre el bulto del pantalón de aquí te espero. Y todo se estaba grabando en la cámara…
–         Espera, cari… Por ahí mejor… – dije cuando apartó su mano de mi entrepierna y se dedicó a la camiseta.
Y para otras cosas sería un poco espesita, pero para aquello…
–         ¿Por aquí? – dijo juguetona volviendo a frotar mi erección.
–         Umm – gruñí por toda respuesta.
Agarré su mano y la empujé hasta que sus dedos se deslizaron por la cinturilla del pantalón. Tati, muy hacendosa, no tardó ni un segundo en agarrar mi polla dentro del short y apretarla deliciosamente. Un gemido de placer escapó de mis labios al sentir el intenso frío de su piel sobre la mía. Tenía la mano helada, probablemente por sostener la lata de cerveza.
–         ¿Al señor le apetece una pajita? – canturreó empezando a pajearme lentamente.
–         No – respondí – Simplemente quédate así.
Y así nos quedamos, sentados muy juntitos en el sofá, con su mano dentro de mi pantalón aferrando mi instrumento, mientras yo daba buena cuenta del segundo bocadillo y me tomaba tranquilamente mi cerveza. En la tele, el árbitro dio comienzo al partido.
En cuanto acabé de comer, mi ánimo estaba más que juguetón, así que decidí divertirme un poco con Tati antes de follármela. Como el que no quiere la cosa, planté una mano en su rotundo trasero por encima del vestido y le apreté la nalga con ganas. Me encantaba estrujar el culazo de mi novia.
Ali gimió, pero no protestó en absoluto, aunque la verdad es que le estaba apretando el culo con bastante fuerza. Además, siguió empuñando mi hierro con soltura, logrando que permaneciera completamente enhiesto, a pesar de no estar moviendo la mano ni un milímetro.
Segundos después, mi mano se colaba bajo su vestido y volvía  a estrujar la nalga desnuda, haciéndola gimotear de nuevo. Yo estaba cada vez más verraco, así que levanté un poco el culo del sofá y me bajé los pantalones hasta los tobillos, dejando expuesto mi erecto falo empuñado por la manita de mi novia.
–         Chúpamela, nena – le susurré al oído a Tatiana.
La joven, sin hacerse de rogar en absoluto, se colocó de rodillas sobre el sofá y, en menos que canta un gallo, la tenía lamiéndome la polla con todo su arte. Como siempre empezó por la base, pero esa noche tenía ganas de marcha, así que acabó por engullirla enseguida.
Mientras tanto, yo había recogido la falda del vestido en su cintura, dejando a la vista sus excelsas nalgas y mi inquieta mano se había colado dentro de sus braguitas, buscando su coño desde atrás. Cuando hundí un par de dedos en su rajita, Tati dio un suspiro tan enorme con mi polla entre sus labios, que casi logra que me corra.
Con habilidad, sabiendo lo que más le gustaba, procedí a masturbarla lujuriosamente, marcando el ritmo que sabía más encendía a mi chica, pulsando en los lugares donde más placer experimentaba. Se corrió como una burra.
–         Ummm, umfff, gagg – gorgoteaba la dulce joven, con mi polla enterrada hasta las amígdalas.
Como parecía estar a punto de ahogarse, la obligué a sacarse mi rabo de la boca y seguí estimulándole el clítoris, para que disfrutara bien a gusto de su orgasmo. Sin embargo, me extrañaba que hubiera tardado tan poco en correrse.
–         Tú te has estado tocando antes de que yo llegara, ¿verdad guarrilla?
Sujeté su rostro por la barbilla e hice que me mirara a los ojos. Ella, por toda respuesta, hizo un delicioso mohín y me sacó la lengua. Era super excitante.
–         Serás zorrilla. Anda y sigue chupando – dije riendo.
Y ella, como siempre, obedeció.
En el salón sólo resonaban los chupetones que mi novia le estaba propinando a mi rabo, pues había puesto la tele en silencio para disfrutar a placer de esos sonidos. Me encanta cómo suena una buena mamada. Sobre todo si me la están haciendo a mí.
Pero esta vez yo no quería acabarle en la boca a Tatiana.
–         Tati, para, por favor – gimoteé – Arrodíllate delante de mí.
Lo hizo con presteza. Se bajó del sofá y se situó entre mis muslos, deseosa de continuar chupando.
–         No, cari, de espaldas. Apóyate en la mesa, quiero metértela ya.
Obediente, Tati se las apañó para darse la vuelta delante de mí, apoyando las manos en una mesita baja que teníamos entre el sofá y la tele.
Volví a subirle el vestido hasta la cintura, descubriendo de nuevo su espectacular trasero. Sin detenerme un segundo, le bajé las bragas y, sin poder contenerme, aferré con fuerza sus nalgas, una con cada mano y las separé con cierta violencia, permitiéndome deleitarme con un exquisito primer plano del culito cerrado de mi novia y de su hinchado y excitado coñito…
–         Tati, ¿puedo metértela por el culo? Hace tiempo que no lo hacemos y tengo ganas…
Ella se volvió hacia mí, con una expresión un tanto triste. Se veía que no le apetecía mucho que la sodomizara.
–         Víctor, porfi, esta noche no… Se acabó la vaselina y no hemos comprado más. No me apetece…
Si hubiera insistido, me habría salido con la mía. Incluso habría hecho que Tati fuera a la cocina en busca de mantequilla o de un yogurt para usarlo de lubricante, pero me sentía muy contento con ella y quería que disfrutase al máximo, quizás sintiéndome un poco culpable por mi historia con Alicia.
–         Vale, nena… Si tú no quieres, no hay más que hablar.
La luminosa sonrisa que Tatiana me dedicó me conmovió de verdad.
Pero eso no iba a impedirme follármela.
No tuve ni que bajarme del sofá, me bastó con sentarme al borde y atraer un poco a Tati hacia mí. Como la mesa en que se apoyaba era muy baja, su culo quedaba perfectamente en pompa y su coñito bien expuesto y preparado para ser usado.
Y yo lo hice. Con habilidad, se la metí desde atrás de un solo viaje, haciéndola gemir de una manera tan erótica que hasta las paredes del salón se estremecieron.
En cuanto la tuve metida en caliente, empecé a mover el culo muy despacio, hundiéndome en Tatiana una y otra vez, ensanchando su coñito, adaptándolo progresivamente al volumen del intruso que la penetraba una y otra vez. Y ella disfrutó hasta el último segundo del proceso.
Poco después, mi vientre aplaudía alegremente contra el trasero de Tatiana, mientras la follaba con infinito placer. Ella se sujetaba sobre la mesa como podía, con la cara escondida entre los brazos, recibiendo mis pollazos y disfrutando de todos ellos.
Tati se corrió nuevamente, poniéndose a aullar como loca. Yo, que estaba un poco incómodo por estar sentado al borde del sofá, decidí cambiar de postura y, agarrándola por la cintura y sin sacársela del coño, me eché hacia atrás levantándola al mismo tiempo. Tati, comprendiendo lo que yo pretendía, colaboró apoyando los pies en el suelo e incorporándose, dejándose caer a continuación sobre mí, completamente empalada en mi polla.
–         Muévete, nena – le susurré al oído mientras Tatiana empezaba a cabalgar lánguidamente sobre mi estaca.
En poco segundos el frenesí volvió a apoderarse de ella y empezó a botar desbocada en mi hombría, metiéndosela una y otra vez hasta el fondo. Yo llevé mis manos hacia delante y, de un tirón, hice saltar todos los botones de la pechera de su vestido, dejando sus melones al aire.
Aferré el sostén por el punto de unión de las copas y tiré hacia arriba, liberando sus tetazas de su encierro, de forma que empezaron a brincar descontroladamente al ritmo de la cabalgada. Yo me apoderé de ellas con las manos, estrujándolas a placer, tironeando y pellizcando sus pezones, mientras su dueña jadeaba y gemía sin dejar de cabalgarme.
–         Joder, Tati – gimoteé – No puedo más. Voy a correrme.
–         Espera, cari, espera, que casi estoy. Hagámoslo a la vez. A la vez amor míooooo.
Y nos corrimos al unísono. Pude sentir perfectamente cómo mi semen se desparramaba en su interior, llenándola hasta arriba. Sus cálidos flujos parecieron brotar como de un surtidor, empapándome el pecho y la entrepierna. Su corazón, cuyos latidos podía sentir, pues seguía aferrado a sus tetas, amenazaba con estallar. Y yo me sentía más o menos igual.
Derrengada, Tati se dejó caer de costado sobre el sofá, desenfundando mi rezumante polla, brillante por la mezcla de fluidos que la empapaba.
–         Mira, cariño – dijo Tatiana jadeando – hemos marcado.
Era verdad. El marcador del partido iba 1 a 0.
 
TALIBOS
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Relato erótico: “Memorias de un exhibicionista 4” (POR TALIBOS):

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CAPÍTULO 8: DOMINGO:
Me sentía eufórico. Por fin lo había conseguido. Estaba follándome a Alicia.
Estábamos sentados en el parque, justo donde la había conocido, ocupando el mismo banco en que ella se había exhibido para el anciano y para mí. Bueno, la verdad es que era yo el que ocupaba el banco, pues Alicia estaba en cuclillas entre mis muslos abiertos, devorando mi polla con un ansia tal, que parecía estar a punto de comérsela de verdad.
Y la gente nos observaba. Joder. Menudo espectáculo estábamos brindando a la afición. Todo el que pasaba se nos quedaba mirando y yo devolvía las miradas con descaro, sintiendo cómo los hombres me envidiaban y cómo las mujeres suspiraban por ser ellas las que ocupasen el puesto de Alicia…
Ali, al parecer harta ya de chuparme la verga, se puso en pié mirándome con una expresión de lascivia tal, que se me erizaron los vellos de la nuca. Con una devastadora sonrisa libidinosa en los labios, se subió la falda hasta la cintura, revelando que, una vez más, iba sin ropa interior y, situándose a horcajadas sobre mis muslos, fue bajando las caderas hasta que mi polla empezó a enterrarse en…
………………………….
Como siempre me pasa, me desperté justo cuando mejor se ponía el sueño. Es una especie de maldición que padezco. No te rías, es así, siempre me despierto cuando estoy a punto de echar a volar, cuando mi número va a salir premiado en la lotería, cuando por fin descubro quien es el asesino… y, por supuesto, cuando por fin iba a calzarme a la moza. Qué se le iba a hacer. Siempre pasaba igual.
Me revolví ligeramente en la cama, solazándome con el delicioso calorcito que desprendía el lecho. Al moverme, mi trasero rozó con el de Tatiana, que yacía durmiendo como un tronco a mi lado. Sin ser consciente de ello, en mis labios se dibujó una sonrisa satisfecha a medida que los recuerdos de la noche anterior regresaban a mi mente. La verdad era que Tatiana me había hecho pasar un buen rato. Y yo a ella, qué demonios.
Sintiéndome muy feliz, me di la vuelta en el colchón y me abracé al cálido cuerpecito de mi novia, repegándome bien a ella, asegurándome de que mi incipiente erección quedara perfectamente alojada entre sus carnoso glúteos. Ella se revolvió suavemente, suspirando en sueños y siguió completamente dormida. Deslicé mi mano por su cadera y la abracé por la cintura, atrayéndola hacia mí, apretando su cuerpo contra el mío. Aspiré el aroma de su cabello, que olía deliciosamente a coco, a limpio, pues Tati no quiso ni oír hablar de acostarnos sin duchar la noche anterior, tras los acontecimientos del partido de fútbol.
Los dos teníamos la costumbre de dormir echados sobre un costado, pues a ninguno le gustaba hacerlo boca arriba. Normalmente era ella la que se abrazaba a mí, pero esa mañana de domingo invertí los papeles. Me sentía muy feliz. En ese momento sí que amaba de verdad a mi chica. Lo sé porque en ningún momento pensé en Alicia, la mujer que ya había empezado a apoderarse incluso de mis sueños. Sólo pensaba en Tati y en lo a gusto que me sentía allí con ella.
Y en lo a gusto que se sentía mi polla mientras crecía apretadita contra su culo.
Joder, qué caliente me puse. Sin poder evitarlo, en mi mente se dibujaron las imágenes de la velada anterior, de lo bien que me la había chupado, del polvazo impresionante que echamos en el salón…
Me excité. No pude evitarlo. La mano que la abrazaba por la cintura adquirió voluntad propia y, cuando quise darme cuenta, estaba magreando suavemente las tetas de mi novia, con cuidado, con cariño, procurando que no se despertara.
Podía sentir por el tacto que ella disfrutaba con mis caricias, sus tetas se endurecían bajo mi mano, sus pezones se ponían enhiestos y Tatiana, a pesar de seguir dormida, empezó a jadear y a gemir suavemente, poniéndome todavía más cachondo.
Mi polla latía completamente erecta dentro del pantalón del pijama, frotándose suavemente contra el cálido culito de mi novia. Cada vez más excitado, decidí que no era mala idea echarle un polvo sin que se despertara. A ver si era capaz de no importunarla.
Con una sonrisa de diablillo en los labios, le subí subrepticiamente el camisón y le bajé las bragas hasta medio muslo. Con cuidado, deslicé la mano entre sus piernas, descubriendo entusiasmado que la zona estaba bastante húmeda y dispuesta. Con cariño, empecé a acariciar dulcemente la vulva de Tatiana, separando los labios vaginales y estimulando la zona.
Pronto no pude más y, con algo más de brusquedad, me bajé el pijama y los calzoncillos de un tirón, volviendo una vez más a frotar mi endurecido falo contra la grupa de mi novia, esta vez sin que el estorbo de las ropas impidiese el contacto directo. Me encantó sentir el calor que desprendía la piel de Tati contra mi polla, casi me corro con sólo frotarla contra ella.
Con cuidado, la deslicé entre sus muslos y sonreí al sentir el abrasador calor que brotaba de su gruta contra mi rabo. Gruñendo un poco embrutecido, empecé a mover las caderas adelante y atrás, restregando mi verga entre sus apretados muslos.
–         Ummmm – gimió entonces Tatiana – ¿Se puede saber qué haces?
–         Shsssssss – le susurré al oído- Sigue durmiendo cariño, que yo termino esto enseguida.
Aunque estaba de espaldas a mí, noté perfectamente que Tatiana sonreía. Ronroneando como una gatita, echó su cuerpo hacia atrás, apretándose contra mí. Justo entonces noté cómo su mano se deslizaba entre sus piernas hasta encontrarse con mi instrumento, que acarició y estrujó cariñosamente, haciéndome rugir de placer. Cuando sentí cómo sus uñas rozaban y arañaban delicadamente el glande, no pude más y, con un bramido, eyaculé abundantemente entre los muslos de mi novia, sin haber llegado siquiera a penetrarla.
Tatiana, deseosa de incrementar mi placer, no dejó de acariciar mi pene en ningún momento, mientras mi semilla se derramaba entre sus piernas, manchando nuestros cuerpos, las sábanas y los pijamas. Nos dio exactamente igual.
Cuando por fin acabé, me derrumbé boca arriba al lado de Tatiana, no sin antes darle un beso a su hombro desnudo, agradeciéndole el placer que me acababa de administrar.
Ella se tumbó a mi lado, también boca arriba, ya completamente despierta. Entonces sacó su mano de bajo las sábanas y la alzó para que pudiera verla a la luz de la mañana. Estaba completamente pringosa de semen.
–         Creo que vamos a tener que ducharnos otra vez – sentenció riendo.
Yo me incorporé y la besé, mientras ella me correspondía con entusiasmo.
…………………………………………..
Tras asearnos, le dije a Tatiana que esa mañana iríamos a donde ella quisiera, lo que la alegró muchísimo. Por mi trabajo, me pasaba mucho tiempo fuera de casa, así que los fines de semana me gustaba quedarme tranquilito en el piso, por lo que no salíamos tanto como a Tatiana le habría gustado.
Pero ese día amanecí con muchas ganas de tenerla contenta, me sentía feliz a su lado, así que me apetecía que lo pasara bien. Aunque, siendo sincero, el remordimiento por mi historia con Alicia tuvo bastante que ver en querer compensarla, aunque fuera sólo un poco. Me sentía culpable.
A pesar de que no me gusta mucho salir por ahí los domingos, he de reconocer que lo pasamos bastante bien. Fuimos al parque, donde habían instalado una especie de feria, con un tiovivo de estilo vintage y todo, en el que Tatiana logró convencerme para que nos montásemos. Nos hicimos un montón de fotos en las que se la ve simplemente risueña.
Yo, aunque no me gustan mucho las aglomeraciones de gente, disfruté simplemente sintiendo las miradas de envidia que me dirigían los hombres con los que nos cruzábamos y es que Tati estaba guapísima con sus pantalones ajustados y su suéter blanco, que realzaba sus curvas. Incluso el anorak sin mangas que llevaba le daba un aire desenfadado muy atractivo, lejos del aspecto de leñador que yo le había dicho que tenía cuando salimos, recibiendo a cambio un golpecito en el hombro y una mueca de burla. Y es que si de algo sabía Tatiana era de vestir bien. Todo lo que se ponía le sentaba estupendamente. Quizás por ello trabajaba en una boutique.
Como he dicho, pasamos un día maravilloso, en el que logré mantener alejada a Alicia de mi mente. Mérito de Tatiana, no mío.
Cuando volvimos a casa, ya anochecido, picamos algo en la cocina, vimos un rato la tele y, como el día había sido bastante ajetreado, Tati se acostó temprano, pues al otro día tenía turno de mañana en el trabajo.
En cuanto me quedé solo, el recuerdo de Alicia regresó con fuerza.
Fui a mi despacho, pues aún no había descargado el vídeo voyeur de mi anterior velada con Tatiana. El encargo de Alicia.
Como el archivo era grande, mientras se transfería abrí el correo electrónico. Para mi sorpresa, había un montón de mails de Alicia, en los que me interrogaba insistentemente sobre su encargo.
–         Pues sí que le ha dado fuerte – pensé, sintiendo cierto regocijo.
Le contesté inmediatamente indicándole que sí, que había cumplido su encargo al pie de la letra y que la semana siguiente encontraría un hueco para darle el vídeo.
Menos de un minuto después de haber enviado mi respuesta, se inició una sesión de Messenger. Alicia.
Yo arranqué mi programa e inmediatamente recibí respuesta de la mujer.
–         ¿Dónde has estado? ¿Por qué has tardado tanto en responderme?
Me molestó un poco tanto interrogatorio. Pero bueno, no me enfadé, me bastaba con recordar el ansia que yo sentí cuando quedamos el día anterior. Si ella se sentía igual, era para sentirse orgulloso, no cabreado.
–         He salido con Tatiana. Hemos pasado el día fuera. Acabo de ver tus mensajes.
–         Ya veo. ¿Has grabado el vídeo?
–         Sí. Estoy descargándolo ahora mismo.
–         Envíamelo.
–         Imposible. El archivo va ya por más de un giga. No se puede mandar por mail. Esta semana quedamos y te lo paso en un pendrive.
–         Mañana.
Joder con Alicia. Pues sí que la tenía loquita. Sonreí al imaginármela desnuda frente a su ordenador, loca de excitación, muriéndose por mis huesitos. Seguro que, de haber podido quedar con ella al día siguiente, mi sueño de por la mañana se habría hecho realidad.
–         Imposible. Mañana tengo reunión con el jefe regional y un almuerzo con los de compras. No voy a tener un minuto libre – contesté.
–         Apáñatelas. Si quieres volver a verme, quiero ese vídeo mañana.
Me quedé atónito. Vaya con Alicia. Le había dado más fuerte de lo que yo creía.
–         Bueno. Podría mandarte el pendrive por mensajería a tu casa – respondí.
–         A casa no. Al trabajo.
Y me indicaba el nombre de su empresa y la dirección, así como su nombre completo.
–         Vale. Mañana lo tienes ahí. Mensajería urgente.
–         Estupendo. Muchas gracias.
Y cerró la sesión.
Me sentía un poco desconcertado por lo que acababa de pasar. Joder, a ver si al final iba a resultar que era ella la que se estaba obsesionando conmigo y no al revés. La verdad es que me parecía estupendo.
Cuando la descarga terminó al fin, usé un editor de vídeo para disminuir el tamaño del archivo, simplemente cortando el principio (antes de que Tatiana llegara al salón) y el final (después de que acabáramos de follar). Aún así, quedó un archivo de tamaño bastante respetable.
Lo copié en un pendrive, lo metí en un sobre acolchado con los datos de envío que me había dado Alicia (con un CONFIDENCIAL bien visible en el sobre) y lo guardé en mi maletín junto con la cámara, que me llevé para mantener la historia que le había contado a Tatiana de que tenía que usarla en el trabajo.
Y me puse a ver el vídeo. Joder, qué bien salíamos. Parecía una peli porno de bajo presupuesto, sólo que follábamos mejor.
Me excité tanto que tuve que masturbarme. Aunque la verdad es que la razón de que me calentara fue el saber que, al día siguiente, aquellas imágenes serían disfrutadas por Alicia.
Tardé poco en correrme.
CAPÍTULO 9: ALICIA SE DESMADRA:
El lunes. El martes. El miércoles. Días agotadores y frustrantes. Problemas en el trabajo. Falta de concentración. Alicia ocupando mi mente a todas horas…
No quiero aburrirte. Para qué entrar en detalles.
Lo único reseñable fue que le mandé el pendrive tal y como le había prometido. Esperé un correo para darme las gracias, para decirme qué le había parecido.
Nada. Me molestó un poco. No me sentó bien.
Pero entonces llegó el jueves. Y un mensaje en mi correo. Y todo el enfado que sentía se esfumó instantáneamente. Y regresaron el ansia y la avidez. La lujuria.
–         Quedemos para comer. A las dos y media.
Y la dirección de un restaurante.
–         Ok – respondí yo
Para qué más. No importaba que aquel día fuera de cabeza. Ni el follón de papeles que había en mi mesa. No importaba que esa semana no hubiera tenido tiempo de hacer visitas, teniendo que pasármela encerrado en la oficina, con lo que odiaba eso. No podía pensar en nada más.
Sólo importaba Alicia.
…………………..
A las dos y cuarto yo ya estaba esperándola impaciente en la barra del restaurante. No sabía si teníamos reserva, o si estaba a nombre de ella o del mío, así que tuve que esperarla tomándome un vermouth en el bar.
Cuando la vi aparecer con puntualidad inglesa, el corazón me dio un brinco en el pecho. Estaba guapísima, vestida con un elegante conjunto de oficina, con falda y medias negras. Todos los hombres alzaron la vista para verla pasar.
–         Hola – me saludó simplemente, mientras yo hacía un gesto al camarero pidiendo una copa para ella.
–         Hola – respondí sin saber qué más decir.
Joder, habían bastado unos días sin verla para volver a convertirme en un quinceañero aturrullado.
–         Sírvanosla en la mesa – le dijo Alicia al camarero, dirigiéndose tranquilamente al comedor.
Yo la seguí como un perrito faldero, me faltaba únicamente mover el rabo (cosa que estaba deseando hacer). El maitre, que sin duda conocía a Alicia, nos condujo a nuestra mesa charlando amigablemente con ella (tras haberme saludado también a mí con exquisita educación).
Tras sentarnos y una vez con nuestras copas por delante, no pude resistirme a interrogar a Alicia.
–         ¿Por qué hemos quedado aquí? Se ve que te conocen… Tu prometido podría enterarse de que estás almorzando con otro hombre y, bueno…
–         Pues que se entere – respondió Ali con sequedad.
Se notaba que estaba un pelín cabreada, así que pensé que lo mejor era no insistir.
–         Además, hay otro motivo para quedar aquí.
–         ¿Cuál es? – indagué.
–         Pues que, cuando estoy contigo, me descontrolo. Y hoy quiero tan sólo hablar. Aquí seré capaz de estarme tranquilita, no voy a montar ningún escándalo donde conocen hasta a mis padres…
La decepción se dibujó tan claramente en mi rostro que la chica no pudo menos que reírse.
–         ¿Tan desilusionado estás? ¿Qué esperabas? ¿Que quedaríamos en cualquier bar de mala muerte y acabaríamos follando encima de una mesa?
–         Bueno – titubeé – Más o menos.
Mi franca respuesta la hizo reír.
–         Creí que no ibas  a intentar ligar conmigo.
–         No. Lo que dije fue que no haría nada que tú no quisieras – respondí.
–         Bien. Pues hoy lo que quiero es hablar. Esta vez quiero que seas tú el que escuche.
Resignado, asentí en silencio mientras apuraba mi copa. No quería contrariarla en lo más mínimo. Si quería hablar… hablaríamos.
–         ¿Y qué querías contarme?
Los labios de Ali esbozaron una sonrisilla seductora y sus ojos me miraron con picardía. Mientras lo hacía, jugueteaba distraídamente con la aceituna ensartada en un palillo que venía dentro de su copa. Fue entonces cuando me fijé en que le habían servido un martini en vez del vermouth que yo había pedido. Se notaba que era cliente habitual.
–         He sido muy mala – dijo ella sonriéndome sugerentemente por encima de su copa.
La garganta se me quedó seca. Sin poder evitarlo tosí un par de veces para recuperar el resuello.
–         ¿Muy mala? – conseguí articular a duras penas.
Alicia asintió lentamente con la cabeza.
–         Mucho. Merecería que me dieran unos azotes.
Joder. Allí estaba otra vez. La reina de las calientapollas. Decía que no quería jugar, que sólo íbamos a charlar un rato y ya había logrado ponérmela como el palo mayor.
–         ¿Qué has hecho? – pregunté muerto de curiosidad.
–         De todo.
Y la muy zorra se calló, dejándome con la miel en los labios. A un simple gesto suyo, un camarero acudió disparado a tomarnos nota. Ella pidió por los dos. Ni me di cuenta.
–         ¿Y bien? ¿No vas a contármelo? – pregunté cuando el camarero se hubo marchado, conteniendo la impaciencia a duras penas.
–         Pues claro. A eso he venido.
Sentí un inmenso alivio, no sé por qué. No entendía qué me pasaba, total, ya me había dicho que no iba a pasar nada de nada y allí bailábamos al son que ella tocaba, pero aún así… me moría por enterarme de qué había hecho.
–         El lunes estaba bastante nerviosa por saber si habrías hecho lo que te había pedido. Apenas pude pensar en nada más hasta que apareció el maldito mensajero. No me gusta reconocerlo, pero estaba cachonda perdida sólo de esperar por el maldito vídeo.
Mi ego se inflamó al oírla decir esas cosas.
–         Pero luego se fastidió todo, pues la dueña de la agencia, que nunca aparece por allí, decidió pasarse esa misma mañana, así que no pude ver el vídeo a solas en mi despacho, como me había propuesto. No te puedes ni imaginar lo largo que se me hizo el día, deseando poder largarme a mi casa para poder disfrutar de tu regalo.
Sí que podía imaginármelo.
–         Y lo peor fue que se le metió en la cabeza invitarme a comer, así que ni siquiera tuve la oportunidad de aprovechar la hora del almuerzo. Me sentía frustrada y enojada, apenas si hice caso de nada de lo que me dijo.
–         Te entiendo – asentí.
–         Pero por fin, por la noche, ya en casa… madre mía Víctor, no sabes cómo me puse viendo el vídeo. No sé ni cuantos orgasmos disfruté masturbándome mientras lo veía. Os quedó impresionante.
–         Me habría encantado verlo – dije sugerentemente, haciéndola sonreír.
–         Pero no es de eso de lo que quería hablarte…
–         No, no, Alicia, por mí no te cortes. Detalles, dame detalles – bromeé.
Ella me sonrió de nuevo, divertida, haciéndome estremecer. Me tenía en la palma de su mano.
–         Pues bien, a pesar de todo, me sentía un poco insatisfecha. Sentía envidia de ti y…
–         ¿Envidia de mí? – exclamé sorprendido, interrumpiéndola.
–         Sí. Envidia. Quería ser capaz de tener lo que tú tienes, de hacer esas cosas… Y decidí que iba a hacerlo.
La boca volvió a quedárseme seca. Era incapaz de percibir nada de lo que ocurría a nuestro alrededor. Mis cinco sentidos estaban centrados en Alicia.
–         Estuve tentada a poner en práctica alguna de las ideas que me diste el otro día, lo de la zapatería, lo del bus… pero no sé. Me faltaba valor. ¿Y si el vendedor me montaba una escena? ¿Y si se montaba un escándalo en el autobús y acababa en los periódicos?
–         Alicia… – traté de decir.
–         No, no – continuó ella sacudiendo la cabeza – No me malinterpretes. Estaba completamente decidida, sólo quería escoger el método mejor para mí y entonces me acordé de algo que me había comentado mi amiga Paqui hace un par de semanas.
–         ¿Qué te dijo Paqui? – pregunté aunque no tenía ni puñetera idea de quien sería la tal Paqui.
–         Me habló de un masajista italiano muy guapo que trabajaba en su gimnasio.
Empecé a intuir por donde iban los tiros.
–         Las dos somos socias de la misma cadena de gimnasios, no sé si la conoces, %&$/(·$$%& (trademark – copyright).
–         Sí, sí que la conozco – asentí.
–         Si eres socia, puedes ir a cualquiera de sus establecimientos y, aunque yo siempre voy al que me pilla más cerca de casa, pensé que podía pasarme por otro y buscar al tal Giancarlo…
–         Y darle un buen espectáculo – concluí haciéndola sonreír de nuevo.
–         Bingo. Además, como sabía que Paqui está de vacaciones con su marido en Holanda, allí no iba a encontrarme con ningún conocido…
–         Vaya, vaya, ya estás aprendiendo…
–         Soy buena alumna – me dijo guiñándome un ojo – Pues bien, sin pensármelo más y, aunque tenía encima un acojone de proporciones bíblicas, me armé de valor y me planté en el gimnasio. El tal Giancarlo estaba muy solicitado, pero con una buena propina a la recepcionista, conseguí cita para un par de horas más tarde.
–         ¿Dos horas? Jo, menuda espera.
–         Sí, bueno. No se podía hacer otra cosa. Pero me dio igual, aproveché para hacer sesión de máquinas, un ratito de sauna, una buena ducha…
–         Y a por el italiano – dije un poco cortante.
Ella hizo como que no se dio cuenta de mi tono y continuó.
–         Exacto. Una joven muy educada me condujo a la sala y me indicó que podía, desnudarme allí, que el masajista vendría enseguida, bla, bla, bla, ya sabes cómo va eso…
–         Sí, claro – asentí.
–         Jo, tío, no puedo describirte lo nerviosa que me sentía. No paraba de repetirme que me había vuelto loca, que había dejado que me enredaras y que iba a acabar envuelta en un escándalo tremendo por culpa tuya…
–         ¿Mía? – exclamé sorprendido.
–         Pues claro que tuya. No sabes la de veces que te maldije en silencio mientras me desnudaba. Me sentía asustada, excitada, nerviosa, cachonda, impaciente… todo a la vez.
–         Te entiendo perfectamente. Es lo que se siente cada vez. Todo eso y más.
Alicia asintió mirándome fijamente.
–         Por fin estuve completamente desnuda. Sola, en el interior de la habitación, traté de serenarme un poco. Me miré en el espejo, me contemplé durante unos segundos, soñando, anhelando que todo fuera como yo lo esperaba… que el placer que me habías dicho que iba a sentir fuera real…
–         ¿Y lo fue? – pregunté sin poder resistirme.
–         Ay, amigo. Ya lo creo que sí.
Justo entonces llegó el camarero con la comida, poniendo punto y aparte a la conversación. Alicia, sin alterarse lo más mínimo, charló educadamente con el joven, llamándole por su nombre y bromeando sobre la comida. Apenas me enteré de nada, sólo deseaba que Ali siguiera con su relato, aunque como pude me las apañé para dar el visto bueno al vino que nos habían traído.
–         Venga, sigue – la apremié cuando el camarero se hubo marchado.
–         Como te decía – continuó Ali sin hacerse de rogar – me encontraba allí de pié, desnuda, mirándome en el espejo. Me di cuenta de que tenía los pezones erectos, rígidos y, sin darme cuenta, llevé las manos a mis pechos, acariciándolos y sopesándolos, comprobando que estaban duros como rocas.
–         Ni la mitad de dura que tengo yo lo polla ahora mismo – pensé para mí.
–         Y Víctor, mi vagina… estaba mojada por completo, me ardían las entrañas, estaba cachonda perdida y todavía no había pasado nada en absoluto. Eso fue lo que acabó de decidirme. Si estaba tan excitada sin que hubiera pasado nada, cuando pasase…
–         ¿Lo ves? Ya te lo dije. La expectación es placentera por sí misma. El corazón bombeando como loco, la sangre zumbándote en los oídos, las endorfinas recorriéndote el cuerpo…
Alicia me sonrió, demostrándome que era eso justo lo que había sentido. El nexo que nos unía se hizo todavía más estrecho.
–         Justo entonces llamaron a la puerta – continuó Ali – Cogí una sábana y me la eché por encima, pero, justo en el último momento, la abrí por delante, cubriéndome únicamente por detrás. Me di la vuelta, me puse de espaldas a la puerta y entonces di permiso para que entraran; la puerta se abrió y un morenazo de ojos verdes, insultantemente guapo penetró en la estancia. Durante una fracción de segundo, mantuve la sábana abierta, permitiéndole un primer vistazo de mi cuerpo gracias al reflejo del espejo.
–         ¿Te vio?
–         Sí, sí que lo hizo – susurró Alicia inclinándose hacia mí en la mesa – En el espejo pude ver que había podido echar un buen vistazo a mi cuerpo desnudo antes de cubrirme con la sábana y te juro por Dios Víctor que estuve a punto de correrme sólo con eso. Las rodillas me flaquearon, la excitación azotó mi cuerpo como una descarga eléctrica y, si no llego a sujetarme a la camilla, me habría caído de bruces.
–         Es normal, Ali. Es tu primera vez, con todo lo que eso conlleva…
Dije eso sobre todo porque no quería pensar en que su excitación se debiera al “morenazo de ojos verdes insultantemente guapo”. Me sentía celoso.
–         Sé que el chico me dijo algo, aunque no me enteré de nada, porque, como dijiste antes, “la sangre me zumbaba en los oídos”. Supuse que me estaba dando las instrucciones de siempre, así que me tumbé toda temblorosa en la camilla, boca abajo, cubriéndome con la sábana, temiendo de veras estar a punto de sufrir un infarto.
–         Ja, ja. Te entiendo perfectamente.
–         Sí, tú ríete, pero en ese momento volví a acordarme de ti. Si te pillo en ese momento, te mato, estaba acojonadísima…
–         ¿Y no te sentías excitada? – inquirí sabiendo perfectamente la respuesta.
–         Como nunca antes.
Y se quedó callada, empezando a comer con toda la tranquilidad del mundo. Yo estaba deseando que continuara, pero ya la conocía lo suficiente para saber que no lo haría hasta que ella quisiera. Así que me puse también a comer.
Por fortuna, poco después retomó el relato.
–         Al principio todo fue muy normal, un masaje como tantos otros. Apenas si me di cuenta del contacto de sus manos, pues mi mente era un torbellino centrado en otras cosas. Podría haber estallado una bomba que yo no me habría enterado. Poco a poco fui serenándome, tratando de decidir si iba a seguir con aquello o no. Si me atrevía a dar el paso.
–         Y por supuesto lo hiciste.
Ali volvió a sonreír.
–         Aproveché que el chico se giraba a coger algo del carrito para subirme la sábana hasta el culo. Obviamente, él se dio cuenta, así que farfullé algo de que tenía mucha tensión en los muslos.
–         En los muslos y en todo lo demás – intervine.
–         Y tanto. Me acordé de ti, de lo que me contaste de la chica del masaje, la que te veía los cascabeles bajo la sábana…
Me reí al escucharla hablar así de mis testículos.
–         El chico empezó a masajearme las piernas, los gemelos, subiendo por los muslos. Era un masaje intenso, firme, no como a mí me gustan, que los prefiero un poco más delicados, pero la verdad es que me daba lo mismo. Lo único que quería era saber si estaría viéndome el coño bajo la sábana…
Asentí en silencio, completamente atrapado por la historia.
–         Fue infernal, te lo juro. No me había dado cuenta al tumbarme, pero el espejo quedaba a los pies de la camilla, con lo que no podía usarlo para espiar a Giancarlo y ver si estaba disfrutando o no del espectáculo. Nerviosa e inquieta, separé un poco más los muslos, para que pudiera mirar a sus anchas, pero, el no saber si estaba haciéndolo o no, me tenía frustrada y enfadada.
–         Tranquila, te aseguro que, si no era ciego, el tal Giancarlo estaba mirando con total seguridad.
Ali me sonrió, agradeciendo el cumplido.
–         Sí, supongo que sí – admitió – Pero yo quería verlo, quería disfrutar de su mirada sobre mí, quería…
–         Exhibirte para él.
–         ¡Exacto! – exclamó en voz alta, contenta de que yo comprendiese perfectamente lo que quería decir.
Joder, qué celoso me sentía. La historia de Ali me tenía nervioso y excitado, estaba deseando que continuara, pero, viendo el brillo en sus ojos, me temía que allí iba a haber mucho más que una simple sesión de exhibicionismo. Y eso no me gustaba…
–         Los siguientes minutos se me hicieron eternos. Sus fuertes manos se deslizaban por todas partes, untando mi piel de aceite, recorriendo mi cuerpo hasta el último centímetro, pero aquellas caricias no me enardecían, ni me relajaban como se supone que debe hacerlo un masaje. Lo único en que podía pensar era: “¿Me estará mirando?”
–         Por supuesto que sí  – pensé, aunque sin decir nada para no interrumpirla.
–         Y ya no pude más. Me armé de valor e, incorporándome en la camilla, me di bruscamente la vuelta, mientras farfullaba algo de que quería que continuara por delante.
Ali se tomó un respiro, bebiendo tranquilamente de su copa.
–         Estaba acojonadísima, el corazón parecía querer salírseme por la boca. Tan nerviosa estaba, que ni me di cuenta de que la sábana se había movido y las tetas se me habían quedado al aire, brindándole al italiano el espectáculo de toda mi anatomía, tanto el norte como el sur…
Aquella frase me hizo sonreír.
–         Entonces nuestras miradas se encontraron y te juro que tuve que apretar fuerte los muslos para contener la excitación. Sentía cómo el rubor teñía todo mi cuerpo, mi mente gritaba en silencio que me había vuelto loca, pero, cuando vi cómo me miraba, cómo sus ojos se deslizaban por mi piel… Dios. Creí que iba a enloquecer de excitación.
–         Y yo también – pensé en silencio, notando cómo mi erección amenazaba con hacer estallar la bragueta del pantalón.
–         Me recliné otra vez, dejándole continuar con el masaje. Él no dijo nada, se limitó a posar sus manos en mi cuerpo y reanudar las friegas. Y entonces, ni corto ni perezoso, sus manos empezaron a recorrer mi torso, rodeando estremecedoramente mis senos pero sin llegar a tocarlos. Yo estaba que me moría porque se decidiera a dar el paso, que se atreviera a cruzar la línea… pero él no hacía nada, seguía sin tocarme en ningún sitio inapropiado, aunque yo estaba ardiendo, deseando que lo hiciera de una vez…
–         Y por supuesto que lo hizo – intervine un poco picado.
–         Sí. Por fin lo hizo. Pudo ser sin querer, si embargo, pues simplemente rozó levemente uno de mis pechos, pero el gemido que escapó de mis labios fue prueba suficiente de qué era lo que yo quería. Cuando sus firmes manos se apoderaron por fin de mis senos, cerré los ojos y me abandoné al placer, mientras sus cálidas palmas describían movimientos circulares sobre mis tetas, cada vez más cerca de los pezones, hasta que estos se pusieron tan duros y sensibles que el más ligero roce estremecía mi cuerpo.
–         Que estabas muy cachonda, vaya – dije en tono cortante mientras vaciaba nuevamente mi copa.
Alicia me miró un segundo, sonriendo. Ambos sabíamos perfectamente lo que estaba sucediendo en mi interior, pero eso no la afectó en absoluto, así que siguió con su historia.
–         Cuando abrí los ojos, miré al lado, deseando comprobar si él estaba tan excitado como yo. Y lo estaba. Víctor, no te imaginas el enorme bulto que se apreciaba en su pantalón de hilo. Y no me contuve. Estiré una mano y la posé directamente en su entrepierna, ciñendo su poderosa erección por encima de la tela. El pobre no pudo reprimir un gemido de placer, lo que me hizo sonreír y sus manos apretaron con fuerza mis tetas, provocando que diera un gritito de sorpresa.
Joder con Alicia. La reina de las calientapollas estaba en su salsa. Se estaba riendo de mí a placer, convirtiéndome poco a poco en su esclavo. En ese instante habría sido capaz de matar simplemente por haber podido ocupar el sitio del cabrón de Giancarlo.
–         Y ya no se contuvo más, Víctor, estoy segura de que el italiano se había visto mezclado en ese tipo de escenas más de una vez. Antes de que me diera cuenta, se había desabrochado el pantalón, dejándolo deslizarse por sus piernas. Junto a mí apareció una hermosísima polla de dimensiones impresionantes. Dura, vigorosa, rezumando por el glande… y estaba así sólo por mí.
–         ¿Hermosísima? ¿Qué hacía ese bastardo, se la maquillaba? – mascullé para mí muy cabreado.
–         Giancarlo se movió un paso a la derecha, de forma que su entrepierna quedó junto a mi cara. Echando las caderas hacia delante, ubicó su polla frente a mis ojos, suspendida a escasos centímetros sobre mi rostro, con lo que pude admirarla en primer plano. Qué bonita me pareció, hasta la última vena, hasta el más ínfimo pliegue me pareció hermoso y deseable…
–         Vale, vale, ya lo pillo. Tenía una buena polla – la interrumpí con sequedad.
Pero Ali no pareció molestarse en absoluto con mi exabrupto y no dijo nada, limitándose a sonreír levemente. La cosa salía tal y como ella había planeado.
–         Entonces Giancarlo hizo algo inesperado. Bueno, bien pensado no era tan inesperado, pero con mis ojos clavados en su polla no me di cuenta de que llevó una de sus manos a mi entrepierna y, repentinamente, sentí cómo uno de sus dedazos se introducía entre los labios de mi sobreexcitado coñito y empezaba a acariciarlo suavemente. Sorprendida por el placer inesperado, boqueé nerviosa y entreabrí la boca, jadeando, momento que él aprovechó para colocar su enhiesto falo entre mis labios y deslizarlo entre ellos, permitiéndome saborear su dureza.
–         Que te la metió en la boca para que se la chuparas, vaya – dije carcomido por los celos.
–         No. No me has entendido. No la deslizó dentro de mi boca, sino que la ubicó entre mis labios, como si fuera una salchicha entre las dos mitades de un bollo de perritos calientes.
–         Muy gráfica tu imagen – dije con aridez, haciéndola sonreír de nuevo.
–         Muy lentamente, empezó a mover las caderas adelante y atrás, deslizando su miembro entre mis labios, pero sin llegar a meterla en mi boca. Mi lengua no permaneció ociosa y empecé a lamerla y chuparla por debajo, haciéndole gemir esta vez a él, mientras sus hábiles dedos exploraban entre mis piernas, incrementando la excitación y la humedad si es que eso era posible.
Coño con el puto italiano. Tenía morbo el invento del tipo. Pensé que me apetecería probar eso alguna vez.
–         Pero a esas alturas yo ya no podía más. Sentía cómo el orgasmo se aproximaba inexorablemente, mis caderas bailaban convulsivamente sobre su mano, mientras mi lengua recorría su dura polla con frenesí. Bruscamente, me incorporé en la camilla y agarrándosela con fuerza, la atraje hacia mí y la engullí de un golpe, empezando por fin a chupársela como es debido. Cuando sentí su firme mano apoyándose en mi cabeza, marcándome el ritmo de la mamada, ya no pude más y el volcán entre mis piernas entró en erupción.
–         ¿Te corriste? – pregunté un tanto estúpidamente.
–         Como nunca antes. El sexo nunca había sido para mí tan bueno.
Los celos volvieron a azotarme.
–         ¿Se corrió en tu boca? – pregunté sin poderlo evitar.
Alicia me miró fijamente unos instantes antes de contestar.
–         No. En cuanto me corrí, Giancarlo la sacó de entre mis labios, mientras sus dedos seguían estimulando delicadamente mi vulva, alargando mi orgasmo. Así me permitía entregarme por completo al éxtasis, sin tener que preocuparme de darle placer a él al mismo tiempo. Se ve que entiende a las mujeres. Es un gran amante. – dijo Ali tratando de zaherirme.
–         O simplemente tuvo miedo de que le dieras un mordisco por estar “tan entregada al éxtasis” – respondí tragándome el anzuelo a lo bestia.
La joven volvió a sonreír, sin sentirse ofendida en absoluto.
–         En cuanto me recuperé, le atraje hacia mí y le besé con pasión. Estaba deseando sentirle dentro de mí ya de una vez. Su polla se apretaba contra mi  cuerpo, sin haber perdido un ápice de dureza por la pausa y yo me estremecí al pensar que enseguida tendría ese enorme émbolo martilleando mi cuerpo.
–         “¿Enorme émbolo?” – pregunté irónicamente.
–         Sí, la tenía así de grande – dijo Ali separando las manos una buena distancia.
Maldito cabrón italiano.
–         Y él también estaba decidido ya. Como dije antes, estoy segura de que no era la primera vez que Giancarlo se veía en una de esas situaciones.
–         Pues claro – la interrumpí – pregúntale a tu amiga Paqui…
Nuevamente, Ali ignoró por completo mi desplante.
–         Con firmeza, hizo que me diera la vuelta y apoyara las manos en la camilla, colocándose detrás de mí.
–         ¿Te sodomizó? – exclamé sorprendido.
–         No, tonto – respondió Ali riendo.
–         Sería porque no le apeteció. Porque tú no ibas a decirle que no a nada…
Esta vez quizás me pasé un poco. Ali pareció acusar el golpe, mirándome muy seria. Ya iba a disculparme cuando ella reanudó el relato como si tal cosa.
–         Con habilidad ubicó su hierro entre mis piernas y me penetró de un tirón, haciéndome gemir y resoplar de placer. Los brazos me flaquearon y a punto estuve de derrumbarme encima de la camilla, pero entonces sus manos volvieron a apoderarse de mis senos, estrujándolos y sosteniéndome en pie al mismo tiempo.
–         Y te folló a lo bestia – intervine, deseando que el relato terminara de una vez.
–         Vaya si lo hizo. Me folló como nunca antes. Su polla, como dije antes, era un émbolo que se abría paso en mi carne sin misericordia, penetrándome y horadando cada vez más profundamente. No tengo palabras para describirte el placer que sentí, Víctor, ni lo fuertes e intensos que fueron los orgasmos que experimenté. El polvo de mi vida.
–         Ya me imagino – dije con sequedad, sin mirarla a la cara.
–         En cierto momento, Giancarlo hizo que subiera uno de los pies a la camilla, mientras el otro permanecía en el suelo, obligándome a ofrecerme a él por completo, sin tapujos ni inhibiciones. Alzando la mirada, podía vernos follando desbocados en el espejo y te juro que a duras penas pude reconocerme en el reflejo. La mujer que estaba allí, siendo penetrada una y otra vez, no era yo, era otra que se me parecía…
–         Vaya, que te sacó el alma del cuerpo a pollazos. Tuviste una experiencia astral a base de cipotazos – dije a punto de estallar de ira.
Entonces Alicia se echó a reír y fue una risa musical, dulce y cristalina, mucho más próxima a la imagen de Alicia que yo tenía en mente, que a la de la puta ninfomaníaca que había estado torturándome durante la última hora.
–         Ay, Víctor – dijo con los ojos brillantes de lágrimas de risa – Si pudieras verte la cara…
–         ¿Qué? – dije sin comprender.
–         Cariño, perdona, no he podido evitarlo…
–         ¿Qué? – farfullé nuevamente.
–         Ay, hijo. Pues que he estado exagerando un poco, la cosa no fue del todo así…
–         No comprendo.
–         A ver. Desde que te conozco, has estado torturándome con tus historias, poniéndome a mil por hora y hoy he visto la ocasión de devolvértela…
–         ¿Quieres decir que te lo has inventado todo? – exclamé súbitamente esperanzado.
–         No, no, para nada. Todo es verdad.
No entendía a aquella mujer.
–         Entonces, ¿a qué te refieres? – pregunté completamente perdido.
–         Bueno… Pues que quizás haya exagerado un poco respecto a lo guapo que es Giancarlo… o sobre el tamaño descomunal de su miembro… o sobre lo bien que folla…
Aunque parezca una gilipollez, aquellas palabras significaron un enorme consuelo para mí. Me sentí mucho más sereno que en todo el almuerzo.
–         No, si ya me parecía a mí que tanta perfección no era posible…
–         Ja, ja – rió Alicia – ¿A que te has puesto celoso?
La miré fijamente a los ojos, muy serio. Mi orgullo masculino me empujaba a mentir, pero para qué, si ella sabía perfectamente lo que pasaba por mi mente.
–         Por supuesto que sí. Muerto de celos. Porque el mejor sexo de tu vide será el que tengas gracias a mí. No con ningún masajista italiano – sentencié.
–         Vaya, vaya – dijo Ali mirándome enigmáticamente por encima de su copa – ¿Y tu promesa de no intentar nada conmigo?
–         Al carajo con ella – respondí, haciéndola reír de nuevo.
Nos quedamos callados unos instantes, mirándonos. Entonces nos interrumpió el camarero, preguntando si necesitábamos algo y mirando un tanto extrañado nuestros platos, que estaban casi sin tocar.
–         ¿Está todo bien señores? – nos preguntó.
–         Uy, sí, perdona Iñigo. Hacía tanto tiempo que no veía a mi amigo Víctor que nos hemos puesto a hablar y casi no hemos comido. Está todo exquisito.
Más tranquilo, el camarero se marchó y nosotros reanudamos el almuerzo. Al calmarme un poco, descubrí que, efectivamente, estaba hambriento.
Tras un rato comiendo y charlando de cosas intrascendentes, retomé el tema sin poder esperar un minuto más.
–         Pues qué quieres que te diga Alicia, lo que me has contado tiene poco que ver con el exhibicionismo. Simplemente me has narrado con todo lujo de detalles cómo le has puesto los cuernos a tu novio.
–         Ya te dije que había sido muy mala –  dijo ella con su sonrisilla maliciosa en los labios.
Le devolví la sonrisa sin poderlo evitar.
–         Y la verdad es que, aunque experimenté varios orgasmos en aquella habitación, estaba mucho más excitada cuando no sabía si él me miraba o no que cuando finalmente lo hicimos. Lo que pasó fue que, a esas alturas, yo estaba tan caliente que me hubiera corrido con sólo rozarme. Además, he de admitir que, mientras lo hacíamos, estuve pensando en ti.
La boca se me quedó seca. Clavé mis ojos en su rostro, donde se dibujaba aquella sonrisilla maliciosa que había empezado a conocer tan bien.
–         Joder, Ali – susurré – Yo trato de resistirme, pero qué difícil me lo pones…
–         Ojalá otros lo encontraran tan difícil como tú – dijo Ali muy seria.
–         Te refieres a tu prometido, ¿verdad? – indagué decidido a tomar el toro por los cuernos.
Alicia se encogió de hombros y, asintiendo con la cabeza, empezó a hablar de nuevo.
–         Sí, has acertado. Se trata de Javier. No sé lo que le pasa últimamente. Siento que no me desea.
Y empezó con una larga retahíla de lamentaciones. Al parecer, el tal Javier, abogado de profesión y haciendo sus primeros pinitos en política, tenía bastante abandonada a Alicia en los últimos tiempos. Según ella, nunca había sido muy fogoso, pero desde hacía unos meses prácticamente tenía que obligarlo para hacer el amor. Llevaban ya tiempo prometidos y ella comprendía que era normal que la pasión se enfriase un poco, pero el tal Javier estaba llevando las cosas al extremo.
Alicia sentía que, para él, su trabajo era lo primero y ella ocupaba con suerte el sexto o séptimo lugar en su lista de preferencias. Se sentía desdichada.
Yo, a esas alturas, sabía lo que le pasaba a Javier. Si no deseaba a esa chica es que simplemente era gilipollas. O quizás…
–         ¿Has pensado si no será gay? – la interrumpí.
–         ¿Cómo?
Se quedó callada por la sorpresa, rumiando en silencio mi respuesta.
–         No, no puede ser – argumentó – Hemos hecho el amor muchísimas veces…
–         ¿Y qué? No sería el primer gay que se acuesta con mujeres. Además, si está metido en política… A lo mejor está buscando una esposa florero…
La verdad es que lo dije medio en broma, pero la expresión pensativa de Alicia me demostró que ella no estaba de cachondeo precisamente. Mis palabras la habían impresionado y dado mucho en qué pensar.
–         Será posible – murmuró – No, no puede ser… Pero…
Yo la dejé desahogarse. Intuía que lo que ella necesitaba era un poco de apoyo.
Seguimos charlando una hora más. No te aburriré con los detalles. No creo que Alicia estuviera convencida de que su prometido fuera homosexual, pero lo que sí quedó claro fue que algo raro le pasaba. Con repetidos piropos y menciones a las miradas que todos los machos del restaurante le dirigían, logré mejorar el ánimo de Alicia, lo que nos hizo sentir mejor a ambos.
A las cuatro, Ali anunció que tenía que regresar al trabajo y yo suspiré recordando la montaña de papeles atrasados que me aguardaba.
–         Oye, gracias de verdad por escucharme. No sabía a quien acudir. Todos mis amigos de la ciudad son amigos también de Javier. Me ha venido muy bien desahogarme – me dijo Alicia al despedirse.
–         Tranquila, guapa, para eso est… amos.
Había estado a punto de decir “están los amigos”. Pero qué cojones, yo no quería que fuésemos amigos. Yo quería otra cosa.
–         ¿Quedamos el sábado para comer? – me dijo mientras se ponía el abrigo.
–         Claro – respondí sin pensar.
–         Esta vez elige tú el restaurante. Que sea uno donde no nos conozcan – añadió en voz baja guiñándome un ojo.
A mí también me subió el ánimo.
……………………
Tras una tarde agotadora en el trabajo, conduje hacia casa dándole vueltas en la cabeza a todo lo acontecido ese día.
Por fin Alicia se había mostrado inclinada a tener una relación conmigo y no me había rehuido cuando insinué que estaba deseando acostarme con ella.
Pero yo no iba a conformarme con eso. No era sólo sexo lo que yo buscaba. La quería a ella. Sentía que había encontrado a mi media naranja. Y si, finalmente resultaba que el tal Javier era en realidad gay… el camino quedaba libre.
Bueno. No del todo. Aún me faltaba Tatiana…
Joder. Pobre Tatiana. La iba a matar del disgusto. Ella me quería a rabiar y tenía sentimientos hacia mí mucho más intensos que los que yo tenía hacia ella. Me maldije por no haber sido capaz de haberle puesto remedio antes, pues hacía tiempo que yo sabía que ella no era la adecuada para mí, incluso antes de conocer a Ali.
Yo la amaba, a mi manera y por nada del mundo quería hacerle daño, así que continué en la relación porque era más fácil y cómodo que ponerle fin y hacerla sufrir. Y ahora iba a pagarlo muy caro.
Tenía que ser honesto y poner fin a todo aquello. Al menos, la infidelidad aún no se había producido… del todo. No, no te creas, no soy tan cabronazo como para que esa excusa de mierda me hiciera sentir mejor. No fue así.
Y cuando llegué a casa, la cosa empeoró.
–         ¿Hola? ¿Tati? – pregunté extrañado cuando, tras abrir la puerta, Tatiana no salió a recibirme como había hecho todos los días desde que vivíamos juntos.
Aquello debía haberme indicado que algo no marchaba bien. Pero, tonto de mí, no sumé dos y dos hasta que entré en el salón y vi a Tatiana sentada en el sofá, el rostro rojo e hinchado por las lágrimas que corrían por sus mejillas. Me quedé atónito.
–         Tatiana, nena, ¿qué te pasa? ¿Te encuentras bien? ¿Ha pasado algo? ¿Tu madre es…
Las palabras murieron en mi boca cuando miré en el regazo de Tatiana y vi lo que sostenían sus manos… las bragas de Alicia que, imbécil de mí, había dejado en mi chaqueta tras almorzar con ella el sábado anterior.
Tatiana alzó sus ojos anegados por las lágrimas y los clavó en los míos, preguntándome en silencio por qué le había hecho eso.
Quería morirme.
TALIBOS
Si deseas enviarme tus opiniones, mándame un E-Mail a:
ernestalibos@hotmail.com

Relato erótico: “Memorias de un exhibicionista (parte 6)” (POR TALIBOS)

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MEMORIAS DE UN EXHIBICIONISTA (Parte 6):
CAPÍTULO 11: SIN CONTROL SOBRE MIS ACTOS:
 
Tirado en el sofá salón, con la persiana bajada y las luces apagadas, escuché la puerta de casa cerrarse. Tatiana acababa de marcharse al trabajo. Respiré hondo, tratando de volver a enfocar mis sentidos, de borrar la terrible sensación de irrealidad que me embargaba y que el mundo dejara de estar cabeza abajo.
Llevaba allí tirado un rato. Me las había apañado para arrastrarme al sofá tras la ducha y había escuchado a Tatiana trastear por la casa mientras yo me esforzaba únicamente en respirar. La chica, tan deseosa de agradar como siempre, se había empeñado en limpiar el agua derramada en el baño antes de irse, ignorando mis débiles protestas. Seguro que llegaba tarde por mi culpa.
Cuando entró en el salón a despedirse, me hice el dormido. No quería enfrentarme de nuevo a ella. No quería verla.
Sentí cómo me daba un tenue besito en la mejilla, pero yo no moví ni un músculo. Me daba asco a mí mismo… Y luego la puerta se cerró…
Estaba cansado. Lo que más me apetecía era volver a dormirme. Sí. Eso iba a hacer. Me pasaría el resto del sábado durmiendo. A tomar por saco todo.
 
Pero no. No podía tomar el camino fácil otra vez. Tenía que retomar el control de mi vida. Esa tarde hablaría con Alicia. Le pondría fin a aquello. Aunque eso significara no volver a verla. Y luego hablaría con Tatiana… O quizás no. No estaba seguro…
Me pasé dos horas dándole vueltas al coco, desvelándome. No pegué ojo, sin tener ni idea de qué hacer a continuación. Mis tripas tomaron la decisión por mí, rugiendo como fieras, exigiendo que las alimentara y me dejara de gilipolleces de una puta vez, recordándome que no probaba bocado desde el almuerzo con Alicia el día anterior. Y entonces no comí mucho…
Me arrastré hasta la cocina. Tatiana me había dejado la comida preparada. Volví a sentirme mal. Siempre estaba pensando en mí y yo…
Comí con apetito. No estaba muy bueno, la cocina no era el punto fuerte de Tatiana. Pero daba igual, barriga vacía no entiende de estados de ánimo. Me sentí mejor tras comer. Ya no me dolía tanto la cabeza, pero, aún así, me tragué dos aspirinas más.
Empezaba a volver a ser un hombre…
Uno bastante débil, pues, cuando quise darme cuenta, ya estaba vistiéndome para acudir a la cita con Alicia.
………………………………………..
La cita era a las cinco y media, pero yo ya estaba sentado en el café un rato antes de las cinco. El local estaba casi puerta con puerta con la boutique donde trabajaba Tati, ambos negocios ubicados en la segunda planta de un populoso centro comercial.
Desde mi mesa, podía observar perfectamente la puerta de la tienda de ropa, aunque no llegaba a ver el interior, con lo que no vi a mi novia. Pedí un café y traté de prepararme psicológicamente para lo que vendría a continuación. No tenía idea de lo que iba a pasar, pero comprendí que había alguien que sí sabía perfectamente lo que iba a ocurrir. Y eso me ponía muy nervioso.
–          Vaya, pues sí que has venido pronto – dijo de repente una voz conocida.
Sorprendido, aparté la vista de mi café y me encontré con Alicia, que me miraba sonriente de pie junto a la mesa. Iba vestida con un pantalón de color claro y una camisa blanca, con una gabardina doblada sobre el brazo. Guapa y elegante, como siempre.
–          Pues nada, hijo – dijo Ali mientras se sentaba – Buenas tardes a ti también.
–          Ho… hola, Alicia – balbuceé reaccionando por fin – Perdona, no te había visto.
–          Ya. Estaba dentro, charlando un rato con tu novia. He pensado que, ya que iba a venir al centro comercial, podía darme un garbeo por las tiendas. Y oye, para ser una tienda unisex, tienen algunas cosas bastante monas, luego les echaré un ojo.
–          ¿Estabas con Tatiana? – pregunté con rigidez.
–          Claro. He almorzado por aquí cerca y, como no tenía nada que hacer, he venido antes. Estaba hablando con ella, pero, como tenía que atender a un cliente, me he asomado a la puerta y te he visto.
–          Ah – dije, haciendo gala de mi intelecto.
Alicia pidió un café y me miró con un brillo divertido en los ojos.
–          Jo, tío. La verdad es que pesas bastante más de lo que creía – me dijo.
–          ¿Cómo? – respondí sin comprender.
–          Que pesas como un muerto. No veas lo que nos costó moverte anoche. Te quedaste grogui en el sillón y de pronto, despertaste amenazando con vomitar. Tuvimos que llevarte a rastras y meterte la cabeza en el water…
Ali me contó con pelos y señales mi humillante actuación de la noche anterior. Pero, no sé si fue su tono relajado o que no parecía sentirse molesta en absoluto, lo cierto es que la conversación contribuyó a serenar un poco mi ánimo.
–          Te pido mil perdones – dije por fin – Cuando por fin logro llevarte a mi dormitorio, me quedo dormido. No tengo perdón.
Ella seguía con la sonrisa traviesa bailando en sus labios.
–          Y encima casi me vomitas encima.
–          Perdón, perdón, perdón – repetía yo haciéndole reverencias.
Sin conocerla, es difícil que comprendas la facilidad que tiene Ali para hacerte pensar en otra cosa. No sé cómo lo hace, pero no le cuesta nada desviar una conversación hacia donde le interesa. De un plumazo, me había hecho olvidar mis dudas y mis problemas, reduciéndolo todo a una agradable charla entre dos amigos tomando un café.
Hasta que ella quiso, por supuesto.
–          Bueno – dijo de repente, cambiando de tema – ¿Te ha contado la conversación que tuvimos anoche? ¿Te dijo que está deseando unirse a nosotros en nuestros juegos?
¿Deseando? Sí, ya. Deseando. Alicia estaba intentando manipularme como había hecho con Tatiana. Pero conmigo no iba a salirle bien, yo no iba a dejarme liar.
–          Mira, Ali, no sé muy bien lo que pretendes. Pero no intentes convencerme de que ella quiere participar en estas cosas. Eres tú la que quieres que lo haga, aunque no entiendo por qué…
–          ¿Estás seguro de eso?
–          Pues claro. Te has aprovechado de los sentimientos de Tatiana hacia mí para lograr que participe en esto, pero yo no voy a permitir…
–          ¿Que tú no vas a permitir? – exclamó mirándome divertida – ¿Tú quién eres, su dueño? Te recuerdo que ya es mayorcita.
–          No me refería a eso, lo que quiero decir…
–          Lo que yo quiero decir – me interrumpió de nuevo Alicia – es que la chica es perfectamente capaz de tomar sus propias decisiones y que hará lo que le dé la gana, sin que venga ningún machito a decidir qué es lo mejor para ella. Si Tatiana quiere participar en nuestros juegos para así resultarte más atractiva… pues lo hará.
Me quedé sin palabras, totalmente confuso. No sabía cómo, pero Alicia le había dado la vuelta a todo para convertirme en un machista controlador. No sé si serían los restos de la resaca, pero la cabeza me daba vueltas, mientras notaba cómo perdía el control de la situación.
–          Además, eso de que ella no quiere participar no sé de donde lo habrás sacado. Yo la veo muy entusiasmada. Y si no me crees, pregúntaselo tú mismo, ya viene.
Alcé la vista sorprendido y vi cómo Tatiana caminaba hacia nosotros, visiblemente nerviosa y con una sonrisilla tímida en los labios. Iba vestida bastante sexy, con medias negras y falda del mismo color por encima de las rodillas, un jersey blanco de cuello alto bastante ceñido y una chaqueta a juego con la falda. Llevaba el pelo recogido, como siempre en el trabajo. Estaba guapísima, como demostraban las miradas disimuladas que le dedicaron todos los varones que andaban por allí.
Esos mismos varones me miraron con odio cuando Tatiana me saludó con un dulce besito en los labios y se sentó junto a nosotros. Los ojos de todos parecían decir: “Hijo de puta, no te basta con una…”
 
Tati le hizo un gesto a la camarera, que obviamente la conocía, pidiéndole un café.
–          Víctor piensa que estoy obligándote a unirte a nosotros – soltó Alicia en cuanto le hubieron servido el café a la chica – Que no quieres hacerlo y que estoy coaccionándote para que lo hagas.
Que tía, con aquel ataque directo lograba que Tatiana se pusiera a la defensiva y negara las acusaciones con vehemencia.
–          No…  Víctor, no – dijo mirándome con auténtico pánico – ¿No te lo he explicado todo esta mañana? Ya te dije que hago esto porque te quiero y quiero que estés feliz conmigo…
Mierda. Aquel asalto era de Alicia. Me había derrotado sin llegar a combatir. Insinuándole a Tatiana que podía volver a perderme, le provocó a la pobre chica la angustia necesaria para que dijera justo lo que ella quería.
Tatiana, visiblemente agobiada, trataba de explicarme lo que sentía y que estaba completamente dispuesta a unirse a nosotros, hablando con nerviosismo y bastante atropelladamente. Intenté un par de veces detener el torrente de palabras, pero parecía que Tati lo interpretaba como una tentativa de volver a librarme de ella, con lo que redoblaba sus esfuerzos por demostrar que nadie estaba obligándola a nada. Casi me lo creí.
Y entonces Alicia hizo su siguiente movimiento.
–          Pero, da igual. Como digo siempre, es mucho mejor verlo que explicarlo. Dime, Tatiana, ¿lo has hecho?
La boca se me secó de golpe. Comprendí de qué habían estado hablando en la tienda antes de mi llegada. ¿Qué le habría dicho Alicia? De repente, dejé de percibir todo lo que sucedía a mi alrededor. En mi atención estaba únicamente Tatiana, no veía nada más, que su rostro, súbitamente rojo como la grana, los ojos clavados en la mesa, sin atreverse a mirarnos a ninguno de los dos. Mi corazón se había detenido en el pecho… y, cuando Tatiana asintió levemente con la cabeza, pensé que se había parado para siempre.
–          Dámelo – dijo Ali simplemente.
Tatiana me miró, avergonzada. Pude leer el amor en ellos, lo que hizo que volviera a sentirme mal. Por un instante, fui a abrir la boca para decirle que se detuviera, que no hiciera nada, pero algo en su mirada me hizo callar, comprendiendo que sólo le haría daño deteniéndola.
Y también porque quería saber qué iba a pasar…
Metiendo la mano en un bolsillo, Tatiana sacó un delicado sostén de color blanco y se lo alargó a Alicia, que lo tomó entre sus manos y lo agitó en el aire, enseñándomelo divertida, dejándolo en su regazo a continuación.
–          Lo que estamos haciendo, querido Víctor, es una pequeña iniciación para Tatiana, como tú hiciste conmigo. Pero claro, yo llevaba tiempo sabiendo que soy exhibicionista y había probado algunas cosas inocentes… y eso es lo que vamos a hacer, empezar con algo sencillito. Ahora la chaqueta, querida.
Colorada como un tomate, Tatiana se irguió en la silla y se quitó la prenda, dejándola en la silla que quedaba libre, junto con la gabardina y el bolso de Alicia. Al principio, no noté nada extraño, pero entonces me di cuenta de que sus pezones se marcaban, extraordinariamente erectos, en su apretado jersey.
Me quedé con la boca abierta, los tenía duros como pitones, marcados perfectamente en la ceñida tela, apuntando al frente desafiantes y excitados.
–          Veo que me has hecho caso y los has estimulado. ¿Cómo lo has hecho?
Miré a Tatiana, cachondo y con la boca abierta, olvidada cualquier idea de interrumpir. Me moría por saber lo que había hecho.
–          Pu… pues he entrado en uno de los probadores, como me dijiste y me he quitado el sostén…
–          ¿Te has acariciado los pezones? – preguntó Ali mirándola con lascivia.
–          S… sí… Con los dedos… Me he acariciado hasta que se han puesto duros…
–          ¿Sólo con los dedos?
Tatiana bajó la mirada, avergonzada y, por un instante, pareció a punto de salir escopetada de allí.
–          Venga, nena, dínoslo.
Para mi sorpresa, fue mi propia voz la que interrogó a Tatiana. Estaba deseando saber los detalles, olvidada toda idea de sacar a la chica de aquel lío.
–          No – dijo ella mirándome como un cachorrillo – También… he usado la lengua…
Joder. Mi polla empezaba a empinarse bajo la mesa.
–          ¿Cómo? – preguntó Alicia, con la clara intención de obligar a Tati a dar más detalles.
–          Bueno… Ya sabes… Coges el pecho así, con la mano y empujas hacia arriba…
Mientras lo decía, su mano derecha se posó en un seno y lo empujó levemente, haciéndonos una pequeña demostración. Con ese simple gesto, la joven logró que la cremallera de mi pantalón amenazara con reventar y provocó también que un chico que pasaba por allí, diera un tropezón y no se cayera de bruces por puro milagro.
–          ¿Has visto cómo te miran? – dijo Alicia sonriendo – Tienes a todos los tíos medio locos.
Era verdad. Mirando a mi alrededor, me di cuenta de que todos los que pasaban junto a la mesa (y muchos de los que estaban sentados) miraban con disimulo a Tatiana, que seguía con las largas puestas. La pobre, al darse cuenta, se aturrulló por completo, poniéndose más colorada si es que era posible e hizo ademán de volver a coger la chaqueta.
–          Quieta – dijo Ali sujetando la prenda con firmeza sobre la silla – Si no eres capaz de hacer algo tan sencillo… ¿cómo vas a darle a Víctor lo que necesita?
La madre que la parió. Cómo la manejaba a su antojo. Y yo no hacía nada por impedirlo. Resignada, Tatiana volvió a reclinarse en la silla, permitiendo que todo el mundo gozara con el erótico espectáculo de sus pezones duros como rocas, bien marcados en el jersey.
–          Haré lo que haga falta – dijo con una firmeza que me conmovió.
–          Estupendo.
Seguimos charlando unos minutos, bueno, más bien charlaron ellas, de ropa especialmente, con Ali preguntándole a mi chica por varias prendas que había visto en la tienda. Mientras tanto, yo miraba a Tatiana con disimulo, sin que mi excitación disminuyera un ápice, plenamente consciente de cómo se la comían con los ojos todos los tíos que pasaban por allí. Me sentí importante, eufórico, mientras imaginaba que esa noche iba a follármela otra vez. Por la mañana, cuando hubiera recobrado el juicio, quizás me plantearía de nuevo todo aquello e intentaría hacer lo correcto. Pero esa noche, me la follaba fijo. Con el jersey puesto.
 
–          Vaya, vaya, nena – oí que decía entonces Alicia – Veo que después de todo puede que sí que seas una exhibicionista…
–          ¿Cómo? – preguntó Tati sin comprender.
–          Llevamos aquí ya 20 minutos y tus pezones siguen como rocas. Veo que te gusta que te miren…
Coño. Era verdad. Las tetas de Tatiana seguían rígidas y con los pezones como escarpias. La chica seguía excitada. Por primera vez me saltó la duda. ¿Sería verdad?
–          ¿Ves lo que te decía antes? – continuó Alicia – Todos somos un poquito exhibicionistas. A todos nos gusta estar guapos y que nos miren.
–          No, si yo… – balbuceó Tati.
–          Mira a tu alrededor. ¿Ves aquella chica con el pantalón tan corto que casi se le ven las bragas?
Miré hacia donde indicaba Ali y vi a una jovencita que caminaba mientras charlaba por el móvil, con un pantalón vaquero cortado tan arriba, que efectivamente se le veía la parte inferior de los glúteos.
–          O esa otra, que va como tú, sin sostén…
Cierto. Y además era bien guapa.
–          O mira a esa preciosidad que viene hacia aquí. Tiene las tetas más grandes que tú y como verás, no se corta en usar un top bien apretado…
Miré a la chica que se acercaba a la mesa. Era guapísima, con el pelo moreno cortado a lo paje y con un lunarcillo justo encima del labio que resultaba super erótico. Efectivamente, pude constatar que tenía unos melones realmente impresionantes, que ella lucía con evidente orgullo, enfundados en un top que dejaba su estómago al aire. Puro vicio.
–          La conozco – dijo Tati avergonzada, evitando mirarla directamente.
–          ¿Cómo? – preguntó Ali sorprendida.
En ese momento la joven se detuvo junto a nuestra mesa. Con una sonrisa de oreja a oreja, nos miró con picardía, recreándose un instante en los erectos pezones de mi novia.
–          Buenas tardes – dijo saludándonos – Hola, Tati, ¿Qué? ¿Echándote un café?
–          Ho… hola Yoli. Sí, ahora tengo que volver a la tienda. Estoy en mi descanso.
–          Ah, claro. Pues nada, te dejo. Seguro que hoy vendes un montón.- dijo riendo y guiñándole un ojo.
La preciosa chica se alejó, dedicándonos una última mirada divertida. Me gustó aquel encuentro. Me habría encantado encontrarme a aquel bomboncito en un lugar apropiado y haberle enseñado la polla. Y seguro que ésa no habría salido corriendo.
–          Es la hija de la dueña de la boutique de abajo.
–          ¿Es de la competencia?
–          Sí, más o menos. Aunque ellos venden género más caro que el nuestro… y sólo a mujeres.
Bebimos un poco más de café y Tati empezó a echar nerviosos vistazos a su reloj. Se le acababa el descanso.
–          Tranquila –le dijo Alicia – ¿No me has dicho que hoy la jefa no está y estás tú de encargada?
Me sorprendió un poco que dejaran a Tati al cargo de la tienda, pero enseguida me sentí mal, ya estaba subestimándola como siempre.
–          Sí, bueno, pero…
–          Tú tranquila. Hazme caso – concluyó Alicia, dueña de la situación – Como te decía, a todos nos gusta sentirnos observados, deseados. No estoy diciendo que todo el mundo disfrute exhibiéndose, como Víctor o yo, pero… ¿No me dirás que nunca has notado cómo los hombres te miran con deseo?
Tati se mostraba aturrullada, sin saber qué decir, aunque la respuesta era obvia.
–          ¿Nunca has sorprendido a un tipo mirándote el escote? ¿O te has dado la vuelta y has pillado a alguno mirándote el culo?
–          Sí… alguna vez – admitió la chica.
–          ¿Y cómo te sentiste?
–          Bueno… yo…
–          Cuando me pasa a mí… Me pongo cachonda…
Tati y yo la miramos sin decir nada.
–          Antes, cuando estabas en el probador… – susurró Alicia echándose hacia delante – ¿Te tocaste el coñito? ¿Te subiste la falda y te diste un buen masaje entre las piernas?
Mi novia, toda colorada, negó con la cabeza…
–          No. Sólo me estimulé los pezones como me dijiste – dijo con un hilo de voz.
–          Pues peor para ti – dijo Alicia sonriendo y sentándose bien en la silla.
Tatiana miró una vez más el reloj. No pude evitar fijarme en que sus pezones seguían como rocas.
–          Tengo que irme ya – dijo con timidez, como pidiéndonos permiso para irse.
–          Claro, nena. Nos vemos luego. Sales a las diez ¿no? – dijo Ali con sencillez.
–          Sí. Bueno, el centro cierra a las diez, pero nosotros cerramos un poco antes para hacer caja.
–          Perfecto. Luego te recogemos y vamos a cenar.
–          Vale.
Tatiana se inclinó para coger su chaqueta, pero Alicia se lo impidió, posando una mano en su muñeca.
–          Y Tati, quiero que no te pongas la chaqueta en toda la tarde…
–          ¿Cómo? – exclamó mi novia mirándola con nerviosismo.
–          Que no te pongas la chaqueta. Te estarás toda la tarde sólo con el jersey, sin nada debajo.
–          Pero… las compañeras…
–          ¿No eres tú la encargada? ¿Quién va a decir nada? Además, verás como tu amiga tiene razón y hoy vendes mucho más… sobre todo entre los caballeros…
Tatiana me miró compungida; por un momento, pensé que iba a pedirme ayuda, pero lo que estaba haciendo era mirarme para armarse de valor, para recordar por qué estaba haciendo todo aquello.
–          De… de acuerdo – asintió cogiendo la chaqueta y colgándosela del brazo.
–          Y Tati…
–          ¿Sí?
–          Quiero ver esos pezones bien duros cuando vengamos esta noche…
Tatiana se puso coloradísima, me besó en la mejilla y regresó al trabajo. Yo miré a Ali, que me observaba divertida.
–          ¿Se acabaron las dudas? – me preguntó.
–          Ali, no sé…
–          ¿Otra vez vas a empezar? No me digas que esto no te apetece, ya he visto cómo se te iban los ojos hacia sus tetas…
–          Mujer, claro, yo…
–          Apuesto a que estabas pensando que luego te las comerás enteritas…
–          ¿Tú qué crees? – respondí divertido, dejándome arrastrar a su juego.
–          Estoy segura de que sí.
Yo sonreí sin decir nada.
–          Entonces, ¿qué? ¿Estás de acuerdo en que juguemos los tres?
Continué intentando resistir.
–          Alicia, no sé. Conociéndola, creo que en el fondo ella no quiere hacer esto ni muerta….
–          Y yo te digo que te equivocas. Y además… ¿Qué es lo que quieres tú?
–          ¿Yo? – pregunté sin comprender.
–          Sí. Tú. No me dirás que la situación no te excita… – dijo inclinándose hacia mí.
–          Mujer, qué quieres que te diga. Por supuesto que resulta morboso estar aquí hablando con dos bellas mujeres de estas cosas, pero, en el fondo, Tati no…
–          Vale, vale – dijo ella agitando la mano, como apartando mis protestas – Entonces dime, si todo esto no te gusta, ¿por qué tienes la polla tan dura?
Mientras decía esto, deslizó la mano bajo la mesa y la posó directamente en mi erección, apretando deliciosamente mi durísimo falo por encima del pantalón. La miré a los ojos y vi el refulgente brillo de la lujuria en ellos. Una pareja sentada en una mesa cercana nos miraba bastante alucinada, pues Ali no se cortaba un pelo y me sobaba el rabo sin disimulo. Yo gemí, estremeciéndome de placer, pero ella, la reina de las calienta pollas, decidió que ya tenía suficiente premio.
–          Anda, paga y vámonos, que quiero ver unas tiendas – dijo soltando repentinamente mi polla y recogiendo el abrigo y el bolso.
Yo la miré suplicante, rogándole que volviera a sentarse a mi lado y siguiera acariciándome. Pero sabía que no iba a hacerlo. Haríamos lo que ella quisiese. Suspiré resignado y me puse en pié, regalando a la pareja vecina un buen primer plano del bulto en mi pantalón.
–          No fastidies. Con lo que odio ir de compras con Tatiana, ¿ahora tengo que ir contigo? – dije riendo.
–          Vamos, tonto – me dijo mirándome enigmáticamente – Seguro que conmigo lo pasas mejor.
Pagué como un rayo.
 
CAPÍTULO 12: DE COMPRAS:
 
–          Venga. Vamos. No te hagas el remolón. Quiero comprarme un bañador.
–          ¿Un bañador? Si casi estamos en invierno…
–          Ya. Es para la piscina del gimnasio.
–          Ah, vale.
–          Y tú vas a comprarte otro.
–          ¿Yo?
–          Sí. Por si algún día me acompañas a la piscina – dijo Ali mirándome fijamente.
–          ¡Ah! Claro. Estupendo. Cuando quieras – dije aturrullado, haciéndola sonreír – Pero ya tengo bañador, un par de ellos en realidad.
–          Me da igual si lo compras o no. Lo que quiero es que te lo pruebes…
Empezaba a intuir lo que maquinaba la cabecita de Ali. Y me parecía bien.
 
Ali me condujo hasta una enorme tienda de deportes perteneciente a la franquicia que tú sabes. Seguro que has estado alguna vez en uno de sus establecimientos.
Durante un rato, vagamos por los pasillos, atestados de ropa de deporte y de todo tipo de aditamento deportivo. Yo dedicaba más tiempo a mirar a Alicia, que estaba guapísima, que a cualquier otra cosa y ella, que sin duda notaba mi mirada, no decía nada, aunque la sonrisilla traviesa no abandonó ni un instante sus labios.
Cuando llegamos a la sección de deportes acuáticos, Ali estuvo mirando bañadores un rato, hasta que acabó escogiendo 5 o 6 modelos, que cogió para probarse. Yo, mientras tanto, había cogido uno azul y punto, pero ella, moviendo la cabeza, escogió por mí varios modelos más, me los echó en los brazos y se dirigió a la zona de probadores, conmigo siguiéndola como un perrillo faldero.
Aunque había zonas de probadores por toda la tienda, Ali me llevó a los del fondo, a los que se accedía por una puerta que conducía a un pasillo largo, con 7 u 8 habitáculos a cada lado cerrados por cortinillas.
Ali, sin pensárselo un segundo, se metió en uno que estaba más o menos en el centro del pasillo y, sujetando la cortina abierta, me invitó a reunirme con ella.
El corazón se me iba a salir del pecho.
Penetré en el habitáculo rectangular y Ali cerró la cortina aislándonos del pasillo. Obedeciendo a un gesto suyo, me senté en un pequeño banco que había, recostando la espalda en el espejo, mientras ella se situaba frente a mí, apoyada en la pared, cerca de la cortina, mirándome.
Los dos estábamos muy serios, ambos plenamente conscientes de la presencia del otro. Para relajar un poco el ambiente, Ali me lanzó el bolso, que yo logré atrapar a duras penas. Tras hacerlo, colgó su gabardina de uno de los ganchos que había en la pared.
–          Toma – dijo alargándome los bañadores que había escogido – Decide tú cual me pruebo primero.
El corazón me latía con fuerza. Se me había pasado un poco la excitación de la charla con Tatiana, pero allí, encerrado con aquella belleza, la sangre volvió a acelerarse en mis venas y noté que estaba poniéndome muy caliente.
–          Ali – le dije tratando de poner cara de seductor – Si te desnudas delante de mí, quizás acabe por violarte…
–          Pues contrólate. Estás aquí para protegerme….
–          ¿Protegerte? – exclamé perplejo.
Súbitamente, la comprensión se abatió sobre mí. No nos habíamos encerrado allí dentro para echar un polvo, sino para que Ali diera rienda suelta a sus impulsos.
–          De acuerdo – asentí resignado – Como tú quieras. Pero te advierto que, si seguimos así, me van a explotar los huevos.
–          Ja, ja, muy gracioso – dijo ella sonriendo – ¿No has tenido bastante con follarte esta mañana a tu novia?
–          Pero, ¿tú te has visto? Aunque hubiera echado diez polvos esta mañana, seguiría apeteciéndome echarte un par a ti.
Ali agitó la cabeza, suspirando resignada, aunque yo sabía que el piropo, aun siendo bastante zafio, le había gustado.
–          Oye, ¿y tú cómo sabes que esta mañana he follado con Tatiana? – pregunté al caer repentinamente en la cuenta.
–          ¿Tú qué crees? Me lo ha dicho ella.
Aquello me sorprendió bastante. No imaginaba que Tati fuera capaz de hablarle a una completa extraña de esas intimidades.
–          ¿Y bien? ¿Por cual empiezo? – me preguntó juguetona.
–          Por éste – respondí eligiendo el primero que pillé, uno rojo y blanco.
–          Vale.
Tomándolo de mi mano, Ali colgó el bikini junto a su gabardina y, sin cortarse un pelo, empezó a desabotonar su camisa, con lo que pronto pude disfrutar del excitante espectáculo de sus deliciosos senos cubiertos por un bonito sostén de lencería fina.
Sonriendo, ligeramente turbada al percibir la admiración en mi mirada, Alicia siguió desnudándose lentamente, dedicándome una especie de parsimonioso striptease, permitiendo que mi mirada se recreara en sus esculturales curvas, que ella mostraba para mí y sólo para mí… al menos de momento.
Pronto estuvo casi desnuda frente a mí, vestida únicamente con el sostén y las braguitas a juego, ligeramente ruborizada, mientras yo la contemplaba con asombro. Mi pene era de nuevo una dura barra que clamaba por escapar del encierro del pantalón y juro que me costó Dios y ayuda resistir las ganas de abalanzarme sobre ella y follármela contra la pared.
–          ¿Y bien? – dije tratando de aparentar una calma que estaba muy lejos de sentir – ¿No sigues? Ha estado flojo el espectáculo…
–          Idiota – respondió ella sacándome la lengua, lo que me excitó todavía más.
El broche del sostén estaba a la espalda, así que Ali se inclinó un poco hacia delante, llevando las manos hacia atrás, permitiéndome deleitarme con su esplendoroso canalillo y sus soberbios senos aún embutidos en el sujetador.
Por fin, Ali logró abrir el broche y el sujetador se deslizó suavemente por sus brazos, hasta caer al suelo. Por un segundo, ella pareció ir a cubrirse, pero se lo pensó mejor y se irguió por completo, dejando sus exquisitos pechos completamente expuestos a mi mirada.
Tatiana las tenía más grandes, eso es verdad, pero las tetas de Ali eran simplemente perfectas, de piel suave, areolas sonrosadas y unos deliciosos pezones, completamente erectos, que me miraban desafiantes, como retándome a abalanzarme sobre ellos y devorarlos… por poco pierdo el desafío.
–          Cof, cof – tosí tratando de llevar aire a mis pulmones – Tenías razón…
–          ¿En qué? – preguntó Ali un poco extrañada.
–          Tu otra teta es tan hermosa como la que vi el otro día en el parque…
–          Idiota – volvió a repetir Ali, apartando la vista un poquito ruborizada.
–          ¿Y el resto?
Joder. Estaba que me moría por ver el resto. Ali sonrió y, sin pensárselo un segundo, deslizó los dedos por la cinturilla de las braguitas e, inclinándose, fue bajándolas por sus piernas imprimiendo a sus caderas ese vaivén tan erótico que hacen las mujeres al quitarse las bragas. Ni que decir tiene que el cohete entre mis piernas estaba más que listo para despegar y el que sus tetas colgaran frente a mí, como racimos de fruta madura, a escasos centímetros de mi cara mientras ella se inclinaba, estuvo a punto de provocar que el despegue fuera espectacular.
Ali volvió a incorporarse y, poniendo los brazos en jarras, exhibió su tremendo cuerpazo para mí, permitiéndome deleitarme hasta en el último centímetro de su piel. Su bello rostro, sus hermosos senos, sus torneados muslos, su delicado coñito…
Madre mía. Qué coñito. Qué ganas me dieron de saborearlo. Sonrosadito, tierno, precioso, bien depiladito, con un pequeño y perfectamente cuidado mechón de vello encima de la rajita… se me agotan los adjetivos. Los labios, ligeramente hinchados, incitadores…
–          Eres hermosa – dije con un hilo de voz.
–          Gracias – dijo ella sonriéndome – Tú tampoco estás mal.
–          Date la vuelta, por favor.
Y ella lo hizo, mostrándome que su escultural trasero estaba sin duda alguna al mismo altísimo nivel que el resto de su anatomía. No pude evitar preguntarme qué se sentiría clavando mi estaca dentro de aquel formidable trasero. Me moría por saberlo…
Yo ya estaba a punto de arrojarme sobre ella, pero entonces, Ali apartó la mirada, fijándose en la cortina. Subrepticiamente, abrió una pequeña rendija y se asomó al pasillo, con lo recordé que el auténtico motivo de nuestra presencia allí.
 
 
–          Bueno – dijo respirando hondo y mirándome – El primer espectáculo ha sido sólo para ti, pero ahora…
Mierda. Ya estaba claro que ese día tampoco me la follaba. Qué se le iba a hacer. Ya me tomaría la revancha con Tatiana. Si no me estallaban las pelotas antes, claro.
–          Espero que estés en forma. Por si tienes que defenderme – dijo Ali medio en broma.
–          Tranquila, guapa. Si algún tipo intenta propasarse contigo me sacaré la verga y le daré con ella en la frente. La tengo como el acero.
Fue sólo un segundo, pero Ali no pudo evitar que su mirada se desviara a mi entrepierna, justo como yo quería, lo que me provocó un nuevo ramalazo de placer.
La chica volvió a respirar hondo y, finalmente, se atrevió a abrir un poco la cortina del probador. No demasiado, sólo una rendija de 15 o 20 centímetros, lo justo para que el que pasara pensase que se trataba de un descuido.
Ali, un poquito nerviosa, miraba de reojo hacia el pasillo, simulando estar probándose el bañador. Completamente desnuda, colocó ambas partes del bikini frente a su cuerpo, como si estuviera mirando en el espejo cómo le quedaba.
–          ¡Joder! – siseó en voz baja, poniéndose súbitamente en tensión – ¡Ha pasado un tío!
–          ¿Te ha mirado? ¿verdad? – pregunté de forma completamente innecesaria.
Ella sintió con la cabeza. Sus ojos brillaban.
Como el tipo no debía haberse atrevido a detenerse a disfrutar del show, Ali continuó poniéndose el bañador. Le quedaba de muerte. El sujetador le alzaba las tetas con descaro, con el objetivo claro de soliviantar a todo el personal que la viera con él puesto y la braguita era tan escueta, que a duras penas lograba cubrir el escaso vello de su entrepierna.
–          Joder, tía. Es casi como si no llevaras nada. A poco que te muevas con eso en la piscina se te va a salir una teta… Y puedo leerte los labios sin problemas…
Ella se miró entre las piernas, comprobando que, efectivamente, en el bañador se le  marcaba la vagina con todo lujo de detalles.
–          Me encanta – dijo sonriéndome – Éste me lo llevo.
–          A mí también me encanta.
–          Ya lo veo – dijo ella divertida, echando un nuevo vistazo al bulto de mi pantalón.
La madre que la parió.
Una vez puesta en marcha, ya no había quien la parara. Siguió probándose lo bañadores, pero lo hacía lentamente, recreándose en mi admiración, disfrutando con mi mirada, pero también con la de los afortunados compradores que entraban en el pasillo.
Yo no podía verlos desde mi posición, pero sabía perfectamente cuando alguno se detenía un instante a espiar subrepticiamente por la rendija de la cortina, pues Ali se ponía un poquito nerviosa, aunque enseguida se relajaba.
Entonces se me ocurrió una idea.
–          Oye, Ali. Si no te importa, creo que voy a inmortalizar el momento – dije sacando el móvil del bolsillo.
–          Claro. Adelante, no te cortes.
En cuanto empecé a grabar, Ali comenzó a adoptar poses sugerentes. Se inclinaba para que sus pechos colgaran con voluptuosidad, se los cubría con las manos, se apoyaba en la pared ofreciéndome un fenomenal primer plano de su culo… Y todos los que pasaban por el pasillo disfrutaban del mismo espectáculo que yo, con lo que Ali se ponía cada vez más cachonda y yo… ni te cuento.
–          Joder, Ali. Luego voy a tener que hacerme tres pajas mirando este vídeo – siseé sin dejar de filmar.
–          ¿Luego? ¿Y por qué no ahora?
Me quedé con la boca abierta. No sé por qué, no era tan raro que aquello sucediera, pero, aún así, su franca invitación me cogió por sorpresa. Pero no me lo pensé dos veces.
Levantándome de un salto, puse la grabación en pausa y en menos de cinco segundos, me bajé los pantalones y los slips hasta los tobillos, con lo que mi erección, libre por fin de su encierro, cimbreó en libertad olfateando el coño caliente que andaba por allí cerca. Aunque por desgracia iba a tener que conformarse con mi mano inquieta.
Me dejé caer sentado de nuevo en el banco, sujetando con ansia mi ardiente verga con la mano, empezando a masturbarla lentamente, deseando alargar el momento, sintiendo un placer indescriptible simplemente por sentir su mirada clavada en mi polla.
Nos sonreímos mutuamente, como idiotas, cada uno admirando la desnudez del otro… cada uno disfrutando con la mirada del otro…
–          Mastúrbate – dije con voz ahogada.
No era una orden, más bien una súplica. Y ella obedeció.
En ese momento llevaba puesto un bikini azul. Era menos atrevido que el primero, así que la cubría más, pero eso no impidió que Ali, con dedos hábiles, apartara la braguita a un lado, dejando expuesto su coñito y, dando un estremecedor suspiro, empezó a deslizar suavemente los dedos por su vulva.
–          Joooo. Qué mojada estoy – siseó Ali apartando un instante los dedos de su coño y mirándolos, constatando que estaban pegajosos y empapados.
–          Sigue tocándote – supliqué con voz lastimera.
Y ella, sonriendo, retomó la paja, manteniendo el bikini apartado con una mano mientras la otra frotaba delicadamente su coñito, haciéndola gemir de placer cada vez que rozaba su sobreexcitado clítoris.
–          Joder, me están mirando, me están mirando – susurraba la bella joven mientras veía por el rabillo del ojo como algún afortunado hijo de puta se regalaba con el soberbio espectáculo.
Yo seguía masturbándome, cada vez más excitado, sin apartar los ojos de ella ni un segundo y procurando por todos los medios no parpadear. Mi mano libre palpó hasta encontrar el móvil y puse la grabación de nuevo en marcha. Improvisé algunos planos artísticos, colocando el móvil en mi ingle, de forma que se viera mi erección en primer plano y a Ali masturbándose en segundo término.
–          ¡No! ¡Imbécil! No te vayas – gimoteó de repente Ali, haciéndome comprender que al voyeur le había faltado valor y había abandonado su privilegiado puesto.
Me reí sin poder evitarlo. La situación era bastante surrealista, pero ni la risa impidió que mi mano acelerara sobre mi rabo, precipitándome hacia un orgasmo que prometía ser de época.
–          ¡Leñe!  -siseó Ali de repente – ¡Putas niñatas!
–          ¿Cómo? – respondí sin comprender.
–          El tipo se ha largado porque han venido unas chicas. Se han metido en el probador de enfrente.
–          ¿Te han visto?
–          Por supuesto.
 
Ali parecía haberse calmado un poco y había sosegado el ritmo de la mano entre sus piernas. Aunque miraba al frente, hacia mí, se notaba perfectamente que estaba controlando el pasillo de reojo.
–          ¡Serán guarras! – exclamó – ¡Me están espiando desde el probador! ¡Han abierto una rendija! ¡Me parece que las escucho reírse!
Entonces una súbita idea irrumpió en mi mente. Excitado, mi polla dio un brinco en mi mano.
–          Espera – dije tratando aparentar serenidad – Déjame a mí.
Ali me miró sorprendida, pero enseguida comprendió mis intenciones y me sonrió con lascivia. Me puse en pié y me aproximé a ella, andando como los patos, con los pantalones en los tobillos y con la polla bamboleando frente a mí, amenazando con empitonar a la chica al primer descuido. Ali, sin dejar de sonreírme lujuriosamente, pegó su cuerpo contra el mío, estrujando mi falo entre los dos, haciéndome estremecer.
–          A por ellas tigre – me susurró al oído un instante antes de morderme el lóbulo de la oreja con voluptuosidad.
Lamenté con toda el alma cuando nuestros cuerpos se separaron, pero tuve que dejarla marchar. Ali ocupó mi lugar en el asiento y yo me apoyé en la pared, resistiendo a duras penas el mirar directamente por la rendija de la cortina, para verificar que las chicas estuvieran mirando.
Por el rabillo del ojo, pude ver cómo la tela del otro probador se agitaba, volviéndome loco de excitación.
No pudiendo aguantar más, aferré de nuevo mi erección y reanudé la paja, con mi atención dividida entre Ali, que se había despatarrado en el banco y se frotaba vigorosamente el coño y la cortina del probador de enfrente, desde donde sabía me estaban espiando las chicas.
Joder. Qué placer. Fue una de las mejores pajas de mi vida. Superaba con creces las que me hice con mi tía, estaba excitadísimo.
Y Alicia no lo estaba menos, pues, de repente, empezó a bufar como loca, apretando salvajemente los muslos, con la mano atrapada en medio. Su piel brillaba por el sudor, sus ojos relampagueaban mientras la preciosa joven se corría como una bestia.
Ya no podía más, mientras las caderas de Ali bailaban, experimentando espasmos de placer, noté que mi propio orgasmo se avecinaba. Por un loco momento soñé con lanzarme al pasillo, irrumpir en el probador de enfrente y vaciar mis pelotas sobre las incautas jovencitas, pero me quedaba suficiente sentido común para no hacerlo. No tenía mucho sentido culminar la aventura entre rejas.
–          Joder, Ali – siseé – Yo también me corro. Aparta de ahí, que te voy a poner perdida.
Era verdad. En el reducido espacio que ocupábamos si la leche salía disparada hacia delante iba a poner a Ali hasta arriba de semen. Y no era eso lo que ella quería.
Levantándose como un resorte, se incorporó y se colocó a mi lado, pegando su cuerpo al mío. Inesperadamente, su cálida manita apartó la mía, obviamente sin encontrar oposición alguna. Sus dedos aferraron con firmeza mi herramienta y bastaron un par de sacudidas para hacerme estallar.
–          Ughhghhh – gimoteaba yo arrasado por el placer.
Alicia, experta en estas lides, sujetó mi polla y siguió pajeándola lentamente, permitiendo que mis pelotas se vaciaran por completo. Tal como había supuesto, el primer disparo salió con una fuerza inusitada, impactando con un sonoro chapoteo en el espejo. Me quedé mirándolo medio hipnotizado, observando como el tremendo lechazo comenzaba a deslizarse hacia el suelo lentamente, dejando un pringoso reguero en el cristal.
El resto de la corrida fue a parar directamente al piso, bien dirigido por Ali para que no pringara mis pantalones, que seguían enrollados en mis tobillos. Con una sonrisa estúpida en la boca, miré directamente al probador donde se ocultaban las chicas y saludé con la mano, mientras la habilidosa joven terminaba de ordeñarme. Me encantó ver cómo la cortina se agitaba con nerviosismo, cerrándose por completo, poniendo punto y final al espectáculo. Pero ya no importaba, yo ya había dado el do de pecho.
–          Madre mía. Menuda corrida te has pegado – dijo Ali soltando por fin mi polla y mirándose la mano embadurnada de semen.
–          Pues anda que tú – respondí divertido, mientras cerraba también nuestra cortina.
Ali me miró sonriente.
–          Menudo par de pervertidos estamos hechos – me dijo.
–          Desde luego que sí.
Nos miramos a los ojos, medio desnudos los dos. Por un instante, sentí que Ali estaba esperando que la besara, pero el momento pasó deprisa y ella se incorporó, rebuscando entre los bañadores hasta encontrar su ropa interior para empezar a vestirse.
–          No – dije deteniéndola – Guárdala en el bolso.
Sonriendo de nuevo, Ali me obedeció y guardó la lencería en el bolso, empezando a continuación a ponerse los pantalones. Yo, mientras tanto, me quité los míos y me libré de los slips, para ir a pelo como ella. Como no podía guardarlos en el bolsillo del pantalón y me daba vergüenza pedirle que los metiera en el bolso, me limité a arrojarlos en un rincón.
–          Total, qué más da – dije mirando la prenda – Ya hay ADN mío por todo el probador así que…
Ali sonrió de nuevo.
Minutos después, vestidos y arreglados y con un par de bikinis que Ali había decidido comprarse (incluido el primero que se probó) salimos del probador, dejando el desastre que habíamos organizado oculto tras la cortina. Las chicas seguían escondidas, sin duda temerosas de encontrarse con nosotros, pero ya me daba igual. Ya había obtenido de ellas lo que quería.
–          Me habría encantado haberlas grabado a ellas también mientras nos espiaban – dije mientras nos alejábamos por el pasillo.
–          Ji, ji, pues espera a la semana que viene y verás. He encargado unos juguetitos que te van a dejar alucinado.
–          ¿El qué? – pregunté con curiosidad.
–          De eso nada, nene, es una sorpresa…
Aunque insistí, no logré sonsacarle nada a Alicia, quien, sorprendentemente, se mostró muy cariñosa, entrelazando su brazo con el mío mientras nos dirigíamos a una de las colas para pagar.
–          ¿Qué hora es? – me preguntó cuando salimos.
–          Las siete pasadas.
–          Nos quedan 3 horas hasta que salga tu novia. ¿Qué hacemos?
–          Podríamos echar un polvo – dije medio en broma, aunque no del todo.
–          Idiota – dijo ella dándome un cariñoso apretón en el brazo – Mejor nos vamos de compras.
–          Pero… ¿de compras de verdad o como antes?
–          De verdad. Quiero ir a un par de tiendas.
–          No me jodas – exclamé resignado.
–          Venga, idiota, acompáñame. Podemos ir a la tienda que nos dijo Tatiana, la de la chavala de las tetas enormes.
–          ¡Ah! Vale. Ahí me parece bien.
–          Idiota – repitió Ali meneando la cabeza.
–          Bueno. Por lo menos me dejarás que te mire mientras te pruebas los trapitos ¿no?
–          Vale. Si prometes ser bueno y no intentas nada…
–          Te lo prometo. Como mucho, me haré otra paja.
Con la risa de Ali como música de fondo, caminamos hasta la escalera mecánica y bajamos de planta.
TALIBOS
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Relato erótico: “REC(…) PLAY” (POR VIERI32)

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-REC-
Una cámara escondida en lo más recóndito, muestra un reloj indicando las ocho y media de la noche, apunta luego la puerta de una habitación llena de peluches, numerosos portarretratos con forma de corazones, bonito alfombrado, bien ordenado, en fin, el cuarto de una típica adolescente, dicha puerta se abre;
Una jovencita vestida de colegiala entra presurosa con un vaso de agua en mano, cierra la puerta y la asegura. Reposa sobre la misma, su rostro está empapado de sudor, brillando a la luz blanca y potente del fluorescente que ilumina desde el techo. Da unos pasos rumbo a la cama, lanza su mochila, desprendiéndose de su camisa de escolar, lanzándola al suelo, quedándose así con una remerilla blanca que denotaban el buen tamaño de sus senos y marcaba sus aureolas, desnudando su ombligo.
Su rostro está ciertamente raro, sus rojizos y ondulados cabellos se dispersan tras ella, algo le sucede. Tiene la certera sensación de que en su entrepierna se está dando una placentera revolución. No es la primera vez que siente aquello.
Se sienta sobre la cama, reposa el vaso en la mesita de luz, cierra los ojos y muerde sus labios, la impresión de calentura la invade desde su feminidad, recorriéndole la columna, explotando luego en su pequeña boca que traduce la sensación en un leve gemido de placer. Le encanta sentir aquello. Ella no sabría explicar esos ataques que suele tener.
Ya no daba más, llevó sus manos bajo las finas telas de la remerilla y empezó a palparse con las yemas de sus dedos las aureolas que de a poco rebosaban y se notaban estallando por los tactos.
Leves lágrimas llenas de placer surcan sus rojizas mejillas, la sensación era tremenda, bordeaba los costados de sus senos, palpándolos levemente, amasándolos juntos, subiéndolos y bajándolos, le encantaba por lejos. En aquella habitación ella no era la chica tímida del colegio con contados amigos, no era la nena de su padre, en aquel cuarto, ella se era el ser más sensual del mundo.

Seguía manoseándose, haciendo movimientos circulares. Decide quitarse la tan ajustada remerilla de algodón, revelando así unos pequeños pezones rosados alojados en sus dotados senos. Vuelve una mano a la mesa de luz, agarra un cubo de hielo que estaba en el vaso, y con dicho objeto, recorre placentera las aureolas, la sensación del frío invadiéndola la hicieron tiritar. Vuelve a morderse los labios, gime mientras sigue con los indecorosos movimientos circulares del cubo. Suspira, las lágrimas de placer siguen corriendo.
Vuelve a levantarse, extrae los zapatos, y luego, con total delicadeza las medias. Baja las manos dentro de la falda a cuadros del colegio religioso en donde cursa ya el último año, extrayendo su blanca ropa interior, lo palpa, sus sospechas quedan más que confirmadas, desde hace cuestión de minutos está con bastantes sensaciones que hicieron de dicha ropa impregnarse de los jugos de placer que su cuerpo osó de derramar. Lo palpa, lo huele, arruga el rostro, todavía le repugna, todavía.
Baja la falda, alza una pierna, luego la otra, y ya está sumida en bella desnudez. De su feminidad se notan los líquidos levemente, esa sensación la acosa desde que tiene memoria. Excitante sensación.
Sube a la cama, decide colocarse en perruna posición, sabe que nadie la ve, por lo que decide utilizar su cuerpo como le plazca. Arquea la espalda, y lleva un brazo bajo ella, dirigiéndolo a su sexo. Siente los vellos, con dos dedos bordea su vagina, empezando una lenta pero satisfactoria masturbación. Su ritmo se mantiene, pero de su boca salen dulces gimoteos. Se mueve para adelante, pegando su cabeza contra la cabecera de la cama, vuelve a moverse para atrás, y así sucesivamente, imaginándose ser dulcemente penetrada, siempre sumida en su auto-placer inflingido en sus ya expertos dedos que continúan con la rítmica vibración, aumentando el placer, los gemidos… las lágrimas.
Decide ir un paso más delante de lo que ya había experimentado. Recorre con el índice los labios vaginales hasta el final, lentamente lo introduce. Su rostro es la clara muestra de estar haciendo las cosas demasiado bien. No es su primera vez, desde muy pequeña ha sentido estas sensaciones, incluso ha creído que se había desarrollado más rápido que sus compañeras.
Retorcía sus muslos, aprisionando la mano allí, quien seguía metiendo en lo más profundo el dedo, haciéndola vibrar fuertemente, su punto G se hincha, palpita, le encanta, como una corriente eléctrica recorriéndola, uniéndose en su sexo, y explotando en un intenso chillido de placer.
Se había llegado, sus gritos eran acallados con su puño que mandó en la boca, a fin de que su padre, un viudo de más de 50 años, no la escuchase. Cayó en la cama totalmente agotada. Pero la sensación no se iba, por el contrario, estaba más y más ardiente en su vellosa intimidad.
La jovencita estaba cansada a tan sólo minutos de haber comenzado, pero ni aún así se sentía satisfecha, estaba harta de poder llegarse solo tras horas de auto-placer, algo en ella le decía que debía continuar hasta el final, y pese a que nunca quiso seguir, siempre caía rendida en las garras del goce, continuando con sus ardientes manoseos y juegos. Nunca entenderá a su ardiente cuerpo, siempre deseando placer.
Se vuelve a dirigir a la mesa de luz, agarra el vaso de agua fría. Se dirige a una esquina de su cuarto, y casi sollozando, se derrama el vaso desde el rostro, recorriéndole las aguas por todo el cuerpo, esperando que aquello aplaque sus ansias de sexo. Cayó arrodillada y con el rostro más y más sumido en lágrimas; las aguas no hacían efecto, nunca lo hacían, siempre seguía aquel ardiente deseo de ser fieramente penetrada. No pudo más, y dirigiéndose al armario, consigue un consolador rosado transparente de plástico.
Volvió a la cama, sentándose con la espalda pegándose en la cabecera, abriendo lentamente las ya mojadas piernas, meciéndose mansamente el aparejo. Metía apenas unos centímetros, más… más… sus ojos se cerraban fuertemente, no quería abrir la boca, sabía que si lo hacía estallaría en armonioso chillido de júbilo. Dirigió un dedo a la base de aquel aparato, encendiéndolo, empezaba a vibrar ahora dentro de ella.
No daba más, con un elemento de placer haciendo de las suyas, cayó impotentemente en otro grito de placer. Se retira el consolador de entre las piernas, lo observa; totalmente mojado. Y vuelve a sollozar, sabe que lo quiere probar, lo desea fervientemente, lo mira, lo acerca a sus labios, ofreciéndole un leve lengüetazo. Otro más, uno más fuerte y ya se la metió en la boca, lo lengüeteaba tan bien como podía, sintiendo sus propios jugos mezclarse con sus salivas y lengua en aquella pequeña cavidad bucal. Las lágrimas seguían surcándola, la tristeza la invadía por que no veía forma de frenar esa sensación que siempre toma las riendas de su ser, pero por sobre todo por que le gustaba, continuaba lamiendo con más intensidad el consolador con los ojos ya cerrados, lo único que se escuchaba de aquella lujuriosa habitación eran los sonidos de chupadas que la joven se arriesgaba a hacer. Era el único sonido…
 
-STOP-
-Su hija es hermosa señor.
-Gracias. Pon a retroceder la cinta
-Ella siempre es así?
-Sólo cuando le adhiero esto a su cena –le muestra un paquete
-Una droga?
-Digamos que le levanta el ánimo…
-Conque eso la pone así?.-y el muchacho observa nuevamente la azulada pantalla, la jovencita sigue succionando con fervor y el rostro sollozante.
-Así es. Su costo vale la pena. Quiera o no, se pone así, y nada detiene sus ansias.
-Mmm… Este video tendrá éxito señor.
-Lo crees?
-Bueno, no creo que supere la grabación de cuando perdió la virginidad con su novio, o cuando tuvo su primera masturbación hace años.
-Mi preferido fue la ducha que se tomó hace unas semanas, cuando logró meter tres dedos.
-Y una de las mías también. Algún día le dirá que la filma?
El hombre sonríe, saca el video, entregándola al muchacho.
-Con las ventas masivas en el mercado negro y Asia, más todo el dinero por delante… lo dudo, no creo decírselo nunca.-le entrega el video.
-Cómo llamará a este capítulo señor?
El padre sonríe;
-Encárgate tú del título…
 
-EJECT-
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Relato erótico: “Prostituto por error 7: Bob, un marido cornudo y mirón” (POR GOLFO)

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NUERA4
Bob me contrata:
 
Es curiosa la cantidad de formas que hay en español para definir a una prostituta: puta, ramera, cortesana, meretriz, buscona, fulana, furcia, zorra, , coima, pelandusca, buscona, pingo, mantenida, mesalina, hetaira, mujerzuela, pendón o siendo técnicos sexoservidora… y en cambio de todos esos apelativos solo unos pocos se pueden aplicar a un prostituto heterosexual. Por eso quiero reconocer ante todos que soy un gigoló, orgulloso de mi trabajo.
Sé que está mal visto pero, como dicen en mi barrio, me la suda. Muchos de los que me están leyendo, os cambiaríais de inmediato por mí. No solo tengo las mujeres que quiero sino que encima, gracias a ellas, vivo de puta madre. Desde que me dedico a esto, he descubierto aspectos de la sexualidad que jamás creí que iba a protagonizar. El caso más claro me ocurrió un lunes en el que Johana me llamó muerta de risa.
Recuerdo que acababa de salir del gimnasio, cuando sonó mi móvil y al ver que era la mujer que me conseguía las citas, contesté enseguida:
-Alonso, ¿Tienes algo que hacer a la hora de comer?-  preguntó sin siquiera saludarme.
Al contestarle que no, me soltó que me había concertado una reunión con un cliente. Por su tono supe que tenía gato encerrado y al darme cuenta que había dicho un y no una, me negué diciendo que no era bisexual.
-Tranquilo que lo sabe pero aun así quiere conocerte. Me ha pagado mil dólares solo por comer contigo, por lo visto quiere hacerte una proposición un tanto extraña-
-¿Mil dólares por comer? ¿Sabes que quiere plantearme?-
-No, ha sido muy específico. Solo te lo dirá a ti. Lo que te puedo decir es que está forrado y que nos lo ha mandado una antigua clienta tuya-
Tanta opacidad me mosqueó pero como la pasta es la pasta y a lo único que me comprometía era a oírle, decidí aceptar pero avisando a mi “madamme” que ante cualquier insinuación o avance por su parte me levantaría sin más. Johana se mostró de acuerdo y cerrando el trato, me dio la dirección del restaurante al que tenía que ir.
Como os podréis imaginar durante las dos horas que quedaban para mi extraña cita, pasaron por mi cabeza todo tipo de ideas desde que me iba a encontrar con un viejo maricón, a un transexual e incluso divagué sobre si todo era una broma de mi jefa, pero contra todo pronóstico al llegar al restaurante, me topé con que el tipo que me había contratado era un ejecutivo con muy buena pinta de unos cuarenta y cinco años. Un tanto cortado me acerqué hasta su mesa y sin saber realmente cómo actuar o qué decir, le saludé diciendo:
-Disculpa, ¿Eres Bob?-
El rubio, bastante avergonzado, me pidió que me sentara y antes de entrar al trapo llamó al camarero y preguntándome qué quería de beber, se encargó un whisky. Me di cuenta que estaba nervioso porque al ponérselo, se lo bebió de un golpe y sin que se hubiese retirado el empleado del restaurante, le pidió otra ronda.
-Tranquilo. Cómo sigas a este ritmo, te la vas a coger cuadrada- solté tratando de serenarlo.
-Tienes razón- contestó apurando los hielos de su vaso.
Mirándole me percaté que ese cuarentón no era gay y por eso, decidí permanecer callado para no incrementar su turbación. Se notaba a la legua que estaba pasando un mal rato. “Es la primera vez que contrata a un prostituto”, pensé mientras removía mi copa. Tengo que confesaros que estaba intrigado. Si no era homosexual: “¿Qué coño quería de mí?”.
Como sabía que no iba a tardar de salir de dudas, no me importó esperar.
-¿Te preguntaras que es lo que quiero?- preguntó al cabo de unos segundos.
-La verdad que si- respondí sin darle importancia.
-Verás, mañana martes es el cumpleaños de mi esposa y quiero hacerle un regalo especial-  lo estaba pasando mal y tomando otro sorbo de su whisky, prosiguió diciendo: -Mary lleva fantaseando con que la vea siendo poseída por otro hombre desde hace años y por eso he decidido complacerla. ¡Quiero que te acuestes con mi mujer!-
-Solo con tu esposa, ¿He entendido bien?-
-Sí-
Me quedé alucinado. Me parecía inconcebible que un hombre al que se le notaba acostumbrado a mandar, me estuviera pidiendo que me tirara a su señora pero, como me veía capaz de realizar ese trabajo, acepté sin tenerle que regatear ya que encima me iba a pagar espléndidamente.  Tratando de cerrar los flecos, pregunté:
-¿Y cómo quieres hacerlo?-
-Deseo que sea sorpresa, por eso le he dicho que desgraciadamente ese día tengo que invitar a cenar en casa a un inversor muy importante para mi empresa. Se ha enfadado pero al decirle que era un compromiso y que mi puesto dependía de complacerle, aceptó-
-No comprendo. ¿No le vas a decir que me has contratado?-
-Ahí está la gracia, deseo que la seduzcas sin que sepa nada y aprovechando que para ella, nuestro futuro dependerá de ti, quiero que la fuerces a acostarse contigo-
-Cuando dices forzar, ¿No querrás que la viole?-
-Para nada, la conozco y si cree que su bienestar está en peligro, será ella la que se lance-
-Una pregunta: ¿Estás seguro?, no quiero que luego te entren celos y me montes un numerito-
Increíblemente, el tipo me soltó:
-Antes te mentí. Soy yo el que lleva imaginándose que alguien se tira a mi esposa. No comprendo porqué pero ahora que te he puesto cara, me excita aún más que seas él que se la folle. Hasta ahora era una fantasía pero te puede asegurar que estoy deseando ver como la despatarras –
-¿Vas a mirar?-
-Sí, no sabes cómo me pone pensar en oír sus berridos mientras otro hombre la penetra-
-Tú mismo- contesté y buscando el evitar malos entendidos, le insistí: -Otra única cuestión: ¿Oral?, ¿Normal?, ¿Anal?-
-Hasta donde se deje. Si consigues desvirgarle el culo, ¡Pago doble!-
Soltando una carcajada, le respondí:
-¡Vete preparando la cartera!-
Como no teníamos nada más que hablar, me terminé la copa y despidiéndome, me marché. Nada más salir, llamé a Johana quejándome amargamente, en plan de guasa, de que cada día me lo ponía más difícil.
-No sé de qué te quejas, gracias a mí, te estás granjeando la reputación de ser el chulo más codiciado de Nueva York. A este paso tendré que agenciarme una secretaria para organizarte las citas-
-Perdona, pero creo que he puesto algo de mi parte. Tú en cambio te comprometes con cosas que cualquier otro se negaría. Si te hago un recuento, me has presentado a todo tipo de mujeres, no te ha importado que fueran gordas o flacas, maduras o jovencitas. Para ti todo es negocio y ahora has tenido las narices de cerrar un trato con un marido cornudo y mirón, pero nunca me has conseguido la que realmente quiero, mi máxima prueba-
Un tanto picada, me preguntó:
-A ver, guapo, ¿qué tipo de mujer quieres beneficiarte que todavía no te haya puesto en bandeja?-
-Fácil, una pelirroja de veinticuatro años que trabaja en la tienda de un hotel-
-¡Vete a la mierda!- contestó cabreada al saber que me refería a ella y sin darme tiempo a reaccionar me colgó.
 
La cena.
 
Al día siguiente, seguí con mi rutina normal que consistía en ir gimnasio, pintar y recorrer esa ciudad que me tenía enamorado. Estaba cerca de Central Park cuando mirando al reloj, comprendí que debía de volver a casa a prepararme para la cena. Siguiendo el plan preconcebido por el marido, me vestí para la ocasión con un traje negro de lana fría, uniforme habitual de los inversores de Wall Street y cogiendo un taxi, me dirigí al encuentro del matrimonio.
Estaba nervioso, jamás en mi vida me había tirado a una mujer con el consentimiento de su esposo y menos se me había pasado por la cabeza, el hacerlo con él enfrente. Como Bob y Mary vivían en un lujoso dúplex de la novena, el trayecto me llevó pocos minutos y antes de estar mentalmente preparado, me vi frente a su portal. Haciendo uso de lo aprendido durante unas clases de yoga, me relajé vaciando mi mente de los temores y prevenciones que ese encargo tan raro me provocaba y con determinación, marqué a su telefonillo. Me contestó el marido y abriéndome la puerta, cogí el ascensor hasta la decimonovena planta.
Enclaustrado en el estrecho habitáculo, no dejé de pensar en mi cliente. El muy cabrón lo tenía todo, trabajo, riqueza y según él una mujer bellísima y aun así no estaba contento. Cualquier otro se hubiera pegado con un canto en los dientes y en cambio él, me había contratado en busca de nuevas sensaciones.
“Nunca lo llegaré a comprender”, me dije mientras se abría la puerta que daba a su piso.
Al salir al descansillo, observé que me estaban esperando en la puerta. Viendo a su esposa, todavía comprendí menos a ese sujeto. Mary era más guapa de lo que me había dicho. Con una melena morena y la piel muy blanca, esa mujer era un bellezón. No solo tenía un tipo estupendo  y unas piernas de ensueño que el vestido azul con raja a un lado realzaba sin disimulo sino que sus ojos negros conferían a su mirada de una dulzura difícil de superar.
“Este tío es gilipollas”, pensé nada más verla.
Al acercarme a ella, me percaté de su altura. Esa preciosidad debía de medir cerca del uno ochenta, lo que no aminoraba su hermosura. Mary era perfecta. Incluso sus pechos, siendo pequeños, eran una delicia que llamaban a proteger y nunca a subastar al mejor postor. Cabreado por la pareja con la que se había casado, no pude abstraerme a que si todo iba según lo planeado esa mujer iba a estar en mis brazos. Bastante excitado, la saludé de un beso en la mejilla. Entonces fue cuando aspiré su aroma a violetas. Desde niño me había gustado la fragancia de esas flores y sin saber el porqué, le pregunté el nombre de su colonia.
-Daisy de Marc Jacobs- contestó con una voz grave pero profundamente femenina.
Creí desfallecer al escucharla. Reconozco que fue poco profesional y que me comporté como un puto novato (y nunca mejor dicho) pero no pude evitar que mi pene se revelara bajo mi pantalón, mostrando sin recato una erección de caballo. Sé que ella se dio cuenta porque se separó de mí al instante sin ser capaz de mirarme a los ojos.
“¡Puta madre! ¡Qué buena está!” exclamé mentalmente sin dejar de mirarle el culo mientras les seguía al interior de su vivienda.
Mary tenía un trasero hipnótico, nadie que hubiese fijado sus pupilas en semejante monumento podía retirar su mirada fácilmente y para colmo al verla menearlo por el pasillo, no me quedó ninguna duda que esa mujer, esa noche, se había puesto un tanga.
Aprovechando que se había separado unos metros, Bob me susurró al oído que todo marchaba a la perfección y que su  mujer estaba convencida que del éxito de esa cena dependía el futuro de él en la compañía.
-Perfecto- mascullé entre dientes mientras mi cerebro intentaba sosegarse porque lo que realmente me apetecía era pegarle dos hostias al marido y contarle a su mujer el plan que había urdido para satisfacer sus pervertidas necesidades.
Me estaba todavía reconcomiendo, por dentro, el papel que tenía que protagonizar en esa opereta cuando escuché que Mary me decía:
-¿Qué quieres?-
Juro que no lo había planeado pero con mi habitual forma de meter la pata, le solté:
-¿Se puede pedir una mujer tan bella como tú?-
Como habréis anticipado, Mary se quedó completamente cortada y tras unos momentos de turbación, pensó que era broma y soltando una carcajada, se rio de mi ocurrencia. Lo que no me esperaba y creo que ella tampoco, fue que bajo su vestido dos pequeños bultos hicieran su aparición. Incomprensiblemente mi piropo había conseguido su objetivo y esa señora de alta alcurnia no pudo evitar verse estimulada.
Su marido  creyó que era el inicio de mi ataque y sin recatarse, me contestó:
-Como dicen en la biblia, pedid y se os dará-
Mary completamente alucinada, fulminó con la mirada a su marido pero recomponiéndose al instante, me dijo:
-En serio, ¿qué deseas de beber?-
-Con una copa de vino me doy por satisfecho- contesté.
Desde mi lugar no pude dejar de contemplar ensimismado la gracia con la que abría la botella y me servía, de manera que al girarse para traerme la bebida, me pilló mirándole el trasero. Nuevamente la turbación apareció en su rostro y bastante incomoda, me alargó la copa. No sé si fue por el encargo o por la natural atracción que sentía por ella pero no fui capaz de contenerme y sin prever las consecuencias, acaricié su mano antes de retirar el vino y llevármelo a la boca.
-Delicioso- dije intentando romper el silencio que se había instalado en el salón.
-Pues espera a probar la cena- contestó Bob, un tanto intranquilo por lo lento que se estaban desarrollando los acontecimientos – Mi mujer, entre otros talentos, es una estupenda cocinera-
Supe a qué se refería y buscando que él fuera quien metiera la pata para de esa forma librarme de cumplir el acuerdo sin que me pudiera achacar a mí el resultado, pregunté sin retirar mis ojos de la aludida:
-¿Cuál son tus otros talentos?-
Aunque había realizado la pregunta a Mary, fue su marido quien contestó:
-Es una fiera en la cama-
Absolutamente sorprendida pero sobre todo indignada, su mujer se sonrojó y comportándose como debe hacer una dama,  pidió a Bob que la acompañase a la cocina sin hacer un escándalo. 
Tuve claro que iba a ocurrir y así fue…
Desde el salón escuché los gritos de la mujer quejándose al marido de su falta de tacto y de que parecía que me la estaba ofreciendo. También me esperaba su contestación y por eso no me extraño oírle contestar que de mi visita dependía su puesto y que ya que parecía que me sentía atraído por ella, no vendría mal que fuera un poco afectuosa conmigo. Como también fue lógico, alcancé a distinguir el sonido de un tortazo y creyendo que había acabado mi labor, esperé sentado a que Bob me confirmara ese extremo.
Tuve que aguardar al menos cinco minutos y cuando ya me empezaba a desesperar, vi a Mary entrando sola por la puerta:
-Disculpa mi tardanza. Mi marido se ha sentido indispuesto y no podrá acompañarnos pero me ha pedido que vayamos cenando los dos solos y que luego si se siente bien, nos acompaña-
-Por mí no hay problema pero no quiero ser una molestia, si lo prefieres lo dejamos para otro día- contesté encantado de cómo iba discurriendo la noche.
-No, por favor, quédate- suplicó pensando quizás en que mi partida repercutiría en su nivel de vida.
Conociendo de antemano que esa mujer no se negaría pero ante todo convencido de mi capacidad para seducirla, la seguí hasta el comedor. Se la veía asustada por la aberración que le había pedido su marido y temblando de miedo, me pidió que me sentara a su lado. Sonreí al reconocer en su actitud que esa mujer estaba luchando contra los principios que había mamado desde niña y sin provocar más aun su consternación, decidí esperar a que ella diese el primer paso.
No me acababa de terminar de aposentar en mi asiento cuando desde la puerta de la cocina salió la criada trayendo la cena. Al verla enfundada en un traje excesivamente estrecho para su talla y mostrando alegremente sus formas, no pude más que mirarla. Para ser latina, era una mujer alta pero lo que más me sorprendió fue que parecía una fulana de barrio bajo y no una doncella de un piso de la novena avenida.
Mary, que no era tonta, se fijó en mi mirada y sin poderse contener, me soltó en cuanto hubo desaparecido su empleada:
-¿Te gusta?-
-No es mi tipo-
-Pues a mi marido le encanta y creo que por eso la contrató. Se cree que no me he dado cuenta de que es su amante-
Eso sí que me pilló desprevenido y soltando una carcajada, la miré diciendo:
-Yo que tú lo mataría-
-¿Por ponerme los cuernos?-
-No, por andar con eso, teniéndote a ti –
-¿No entiendo?- me preguntó con los ojos entornados esperando un piropo.
Conociendo como conocía la naturaleza femenina, busqué en mi repertorio uno que fuera ad-hoc con la situación y cogiendo su mano entre las mías, le dije:
-Es como comparar el vuelo de un águila con el aletear de una gallina-
-¿Me estas llamando águila?-
-No pero a tu lado, me siento un ratón esperando ser devorado-
-Bobo- me contestó encantada de que la considerara peligrosa y antes de que me diera cuenta, me besó.
Fue un beso tímido casi se podría decir casto pero imbuido en una sensualidad sin límites que me hizo desear levantarme y tirar todo lo que hubiera en la mesa para hacerla el amor. Mary se puso colorada al reparar en lo que había hecho y sin ser capaz de mirarme a los ojos, me pidió que probara la sopa. Para el aquel entonces, mi mente pero ante todo mis sexo no podía concentrarse en la comida sino en cómo llevármela a la cama. Dándole tiempo al tiempo, empecé a cenar mientras miraba de reojo a mi anfitriona. La mujer de mi cliente seguía luchando contra sus valores pero en cambio sus pezones totalmente excitados estaban ansiosos por que los pellizcara.
“Esta belleza está a punto de caramelo” pensé sabiendo que se desmoronaría como un azucarillo ante cualquier ataque por mi parte y por eso mientras con mi mano le acariciaba una de sus piernas, le dije:
-Siento que tu marido se haya puesto malo pero la verdad es que lo prefiero así porque pocas veces tengo la oportunidad de cenar con una mujer como tú-
-Gracias- respondió con la voz entrecortada por la sorpresa de sentir mi caricia pero sin hacer ningún intento por retirarla.
Esta vez fui yo quien la besó. Al comprobar su aceptación la traje hacía mí y sin importarme que a buen seguro su marido nos estuviera viendo, rocé con mis dedos uno de sus pechos. Mary gimió como gata en celo al sentir mis yemas recorriendo su aureola y como impelida por un resorte se levantó de la mesa, rumbo a la cocina.
“La he cagado”, pensé al verla marchar pero antes de darme tiempo a seguir comiéndome la cabeza, la vi llegar sonriendo con el resto de la cena. Sin saber a qué atenerme, aguardé a que se sentara y entonces  con una expresión entre pícara y sensual, me dijo:
-He mandado a dormir a la sirvienta. No quiero que nadie nos moleste- y acercándose a mí, me soltó:-¿Dónde estábamos?-
No tuvo que insinuármelo dos veces, cogiéndola entre mis brazos la volví a besar pero en esta ocasión mis manos se apoderaron del trasero que llevaba casi media hora volviéndome loco. Ella, lejos de enfadarla mi magreo, se retorció pegando su vulva contra mi sexo y sin esperar a que yo se lo pidiera, dejó caer los tirantes de su vestido, liberando sus pechos. No os podéis imaginar lo que sentí al ver sus dos rosados botones a mi disposición y sin esperar a que me diera permiso, bajé mi cabeza hasta ellos y sacando la lengua empecé a jugar con sus bordes.
-Son tuyos- exclamó la mujer en cuanto sintió la humedad de mi boca.
Nada se puede comparar a una mujer deseosa de caricias restregándose contra ti mientras le mamas los senos y por eso, mi pene rebotando de  gozo se irguió inhiesto contra su entrepierna. Mary al sentir la presión contra su sexo, se levantó de la silla mientras dejaba caer su vestido al suelo. Me quedé sin resuello al disfrutar de su cuerpo desnudo y venciendo cualquier formulismo, hice lo que tanto deseaba: le pedí que se quitara el tanga y tras retirar los platos, la senté en la mesa frente a mí y  empecé a recorrer con mis besos sus piernas.
Tenía un objetivo claro, esa vulva perfectamente depilada cuyos escasos pelos parecían formar un árbol de navidad y alternando  de un muslo a otro, me fui acercando a mi meta. Mientras iba recorriendo los escasos centímetros que me separaban de su tesoro, no dejé de escuchar su gozo. Mary completamente entregada no pudo aguantar su excitación y pellizcándose los pezones me gritó:
-¡Cómeme el coño!-
Levanté mi mirada porque me extrañó oír de sus labios tan abrupta exclamación y al vislumbrar su deseo, dejé los preparativos y cogiendo su clítoris entre mis dientes, los mordisqueé suavemente.
-¡Qué gusto!- exclamó separando aún más sus rodillas.
Reforzando mi dominio, introduje un dedo en su interior sin dejar de recorrer con mi lengua el hinchado botón de su sexo. Mi doble caricia la volvió loca y forzando el contacto, presionó mi cabeza contra su vulva. Convencido de que esa mujer necesitaba desfogarse y de esa manera castigar a su esposo, aceleré mis maniobras mientras le introducía una segunda falange en su interior.
-Sigue por favor- chilló temblando por la pasión que la consumía –necesito correrme-
Lamida tras lamida de mi lengua, incursión tras incursión de mis dedos, sus defensas fueron cayendo una a una hasta que desplomándose sobre la mesa, la morena no pudo más y retorciéndose en el mantel, se corrió sonoramente. Sabiendo que había vencido la batalla pero necesitando salir victorioso de la guerra, seguí torturando su sexo mientras la esposa de mi cliente se derretía en mi boca.
-¡Qué maravilla!- articuló casi llorando al sentir que su orgasmo se prolongaba más allá de lo razonable.
Abstraído en la dulzura de su flujo, no me percaté de las cotas a las que estaba llegando esa mujer hasta que de improviso un chorro líquido se estrelló contra mi cara. No me costó reconocer la eyaculación femenina y como un poseso, hice que mi boca absorbiera ese maná que Mary expelía a espuertas, de manera que, orgasmo tras orgasmo me fui bebiendo su placer hasta que completamente agotada, me pidió que parara.
Levantándola, la senté en mis piernas y como si fuera su amante, la besé tiernamente mientras descansaba.  Tras unos minutos de caricias y mimos, mis arrumacos fueron más allá y queriendo satisfacer mis propias necesidades, volví a tocarla con una clara intención:
“Necesitaba tirármela”.
Fue entonces cuando la morena me soltó  mientras se levantaba:
-¡Acompáñame!-
-¿Dónde vamos?- pregunté extrañado del cambio de ubicación.
Mary con una triste pero firme determinación me contestó:
-Mi marido me ofreció como moneda de cambio y ahora quiero que vea que no solo le he complacido sino que disfruto con ello-
Analizando sus palabras, comprendí que esa mujer quería castigar a su marido, sin saber que lo que iba a hacer era darle gusto y facilitarle las cosas. Estuve a un tris de explicarle la verdadera situación pero temí que de decírselo me iba a quedar con las ganas de disfrutar de esa hermosura y por eso, la seguí sin hablar. Descalza y completamente desnuda llegó a la escalera que subía a las habitaciones y dándose la vuelta, mirándome, me pidió que me desnudara. No puse objeción alguna y lentamente me fui desabrochando la camisa mientras ella no perdía detalle desde la alfombra granate que cubría los escalones. Fue al quitarme la camisa y empezar a despojarme del pantalón cuando ella se sentó  y sin recato, comenzó a acariciarse con el ánimo de calentarme.
Aunque no lo necesitaba porque estaba de sobra estimulado, me encantó observarla pellizcándose los pezones mientras sus ojos se mantenían fijos en mí:
-¿Te gusta los que ves?- pregunté a la mujer pero sabiendo que desde el piso de arriba, escondido tras un sillón, su marido nos observaba.
-Si- contestó y soltando un suspiro de deseo, protestó diciendo: -Date prisa-
No quise complacerla, deseaba incrementar el morbo de su pareja y por eso, dejando lentamente mi pantalón en el suelo, le dije:
-Pídeme que quieres verme desnudo-
-No te basta con saber que estoy cachonda-
-No- respondí mientras me ponía de perfil para que valorara el tamaño de mi erección.
Mary, al comprobar con sus ojos el enorme bulto que se escondía bajo mi bóxer, no pudo más y llevando la mano a su entrepierna, se empezó a masturbar mientras me decía:
-Quiero ver el pene con el que voy a poner los cuernos a mi marido-
Su cara reflejaba a las claras lo salvajemente caliente que estaba esa morena. Con la boca entreabierta, se relamía pensando en mi extensión mientras en su frente unas gotas de sudor hicieron su aparición. Sabiendo que de nada me servía hacerla esperar, acercándome a Mary, puse mi cuerpo a su disposición. La mujer, al ver que me tenía a su alcance, cogió la tela de mi calzón  y la fue bajando lentamente mientras acercaba sus labios a mi piel. Nada más liberar mi miembro, se lo fue metiendo en el interior con una lentitud que me hizo temblar.
Comportándose como una zorra insaciable, no cejó hasta que su garganta lo absorbió por entero y entonces usando su boca, lo fue sacando y metiendo a una velocidad creciente mientras con la mano reanudaba la dulce tortura de su clítoris. Sintiéndome en el paraíso, levanté mi mirada deseando comprobar que mi cliente nos observaba. Aunque resulte ridículo y patético, ese tipejo se estaba haciendo una paja viendo cómo su mujer le estaba mamando el pene a un prostituto.
No me expliquéis porque al confirmar que el marido de esa preciosidad se estremecía con la entrega de su pareja, me cabreé. Con ganas de terminar, cogí a su parienta y tras darle la vuelta, la ensarté de un solo golpe. Lo imprevisto de mi actuación lejos de molestar a Mary, la terminó de enloquecer y berreando como una histérica, me rogó que la tomara. Satisfaciendo su lujuria, la tomé de los hombros y usándolos como agarre, la penetré una y otra vez. A cada estocada, la morena me respondía con un grito de pasión, por lo que pensé que era imposible que alguien que estuviera en esa casa no se enterara de lo que estaba ocurriendo en la escalera.
-¿Quieres que siga?- pregunté a la mujer dándole un sonoro azote en el trasero.
-Sí, ¡me encanta!- contestó moviendo sus caderas.
Con el propósito de satisfacer nuestras mutuas necesidades, incrementé tanto el ritmo como la profundidad de mis ataques de tal manera que, para no perder el equilibrio, Mary se afianzó agarrándose a la barandilla de la escalera. Al hacerlo, la nueva posición me permitió sumergirme aún más en su interior y con mi glande chocando contra la pared de su vagina, seguí  machacando su sexo mientras buscaba liberar la tensión acumulada. Paulatinamente, sus gemidos y sollozos se fueron transmutando en verdaderos aullidos hasta que convulsionando, la morena se corrió sobre la alfombra. Saturadas mis papilas con su olor a hembra y  con mi miembro a punto de explotar, seguí ampliando su orgasmo con prolongadas estocadas durante unos minutos. Cuando comprendí que estaba a punto y que mi eyaculación no tardaría en llegar, le pregunté si quería que me corriera en su interior.
-Lo necesito-
Su afirmación me liberó y descargando mi simiente dentro de ella, pregoné a voz en grito mi placer mientras anegaba su sexo con húmedas y blancas andanadas.
-¡Dios mio! – vociferó la morena al sentir que todo su cuerpo se estremecía y que sus piernas le fallaban por el placer acumulado  -¡Soy tuya!-
Exhaustos pero satisfechos nos dejamos caer sobre los escalones cuando de pronto, desde el piso de arriba, nos llegó el sonido de alguien corriéndose. Fue entonces cuando Mary se percató que no solo su marido había sido espectador de nuestra pasión sino que al muy maldito le había encantado verla follando. Hecha una furia, me pidió que la siguiera. Sin saber ni que hacer, la acompañé en silencio. Nuestra inoportuna llegada sorprendió a Bob con los pantalones bajados y con su pene en la mano.
Cabrada y humillada, la mujer le miró con desprecio y girándose hacía mí, me preguntó si tenía prisa:
-No- respondí cortado por la escena.
-Bien, ¿Puedes quedarte toda la noche?-
-Si- contesté sin saber a ciencia cierta que opinaría mi cliente.
Mary, soltando un sonoro bofetón a su esposo, le dijo:
-Ya que te gusta tanto mirar mientras me follan, ahora tendrás que soportar que le entregue a Alonso lo que nunca te he dado ni te voy a dar- y dirigiéndose a mí, me soltó: -¡Quiero que me desvirgues el culo!-
Llevándome a empujones hasta su cama, no tuve más remedio que satisfacerla. Esa noche no solo me acosté con una de las mujeres más bellas que conozco sino que al desflorarle su trasero, vi incrementada mi tarifa. Tarifa que aunque parezca imposible, su marido pago gustoso ya que según él, había sido la mejor experiencia de su vida. Desde entonces, sigo con el papel de inversor forrado y una vez al mes, ese matrimonio me invita a cenar, tras la cual, disfruto de Mary mientras su marido nos observa desde el sofá.


Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 

Relato erótico: “Prostituto 18 Follando en el Central Park” (POR GOLFO)

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SOMETIENDO 4
En contra de lo que se considera una norma no escrita sobre el sexo, hay personas que busca incrementar el morbo de una relación haciendo participes de sus andanzas a mucha gente. Estoy hablando de los exhibicionistas. Durante mi vida he hallado a muchas mujeres que les pone que alguien las contemple desnudas o haciendo el amor pero este no es el caso que os voy a narrar hoy sino el de una morena que solo conseguía excitarse viendo a otros en plena faena.
Pensareis que es raro pero no es así, todos tenemos algo de voyeur, pensad en si no os habéis puesto como una moto alguna vez con la mera observación de una película porno.
¡Qué tire la piedra quién no se haya hecho una paja viendo una escena subida de tono en la televisión!
Todos y cada uno de nosotros  somos de alguna manera unos mirones, pero jamás me encontré con nadie en la que esta inclinación estuviese tan marcada como en Claire por eso os voy a narrar los tres primeros días con ella.
 
 
1er día: La descubro.
Curiosamente no la conocí a través de Johana, mi jefa, sino un día que estaba corriendo en el Central Park. Normalmente nunca usaba ese lugar para correr, pero ese día decidí ir allí. Acababa de empezar a estirar cuando vi a un portento de la naturaleza haciendo lo mismo que yo. No os podéis imaginar su belleza. Con un cuerpo atlético producto de entrenamiento, esa monada era todo lo que uno puede desear de una mujer. Guapa hasta decir basta, estaba dotada por dios de un par de `pechos de ensueño, de esos que nada más contemplarlos uno ya desea hundir la cara en su canalillo. Al mirar hacía mi alrededor vi que al menos uno docena de corredores estaban tan embelesados como yo.
“¡Qué buena está!” exclamé mentalmente al verla agacharse y tocarse la punta de sus zapatillas.
Si su  rostro era precioso que os puedo decir de ese culo que involuntariamente puso en ese momento a mi disposición. Si quisiera describirlo tendría que gastar todos los seudónimos de bello y aun así me quedaría corto. Era sencillamente espectacular y para colmo, las mallas que llevaba lejos de taparlo, lo hacían aún más atractivo.
Desde mi posición, me quedé absorto disfrutando de los estiramientos de esa mujer. Os parecerá una exageración pero aunque he visto a muchas y he disfrutado de buena cantidad de ellas, ese primor era diferente. Parecía sacada de un concurso de belleza pero encima la forma en que se movía incrementaba el morbo de todos los que la observaban. Era una mezcla de pantera y gatita. Algo en ella te advertía del peligro pero a la vez al observarla uno solo podía pensar en cuidarla y protegerla. Mis hormonas estaban ya disparadas cuando habiendo terminado de calentar, esa cría salió corriendo y aunque yo no había hecho más que empezar, decidí seguirla aunque eso significara una lesión. No podía permitirme el lujo de perderla antes de conocerla y por eso trotando fui tras ella.
Su modo de correr tampoco me decepcionó porque marcando un ritmo lento esa criatura era impresionante. A cada zancada sus pechos rebotaban suavemente bajo su top, dando a su carrera una sensualidad sin límites. Incapaz de abordarla, seguí su estela durante media hora y digo su estela, porque manteniéndome a cinco metros de distancia, el aroma que desprendía me traía loco. No sé cuál era el perfume que llevaba pero, para mí en esos instantes, era un cúmulo de feromonas que me traían como perro en celo.
En un momento dado, se salió del camino  principal y se metió por una vereda entre árboles. Dudé en perseguirla porque bajo el amparo de los otros deportistas no había forma que me descubriera pero en mitad del bosque, sin duda se iba a dar cuenta de mi seguimiento. Afortunadamente  me dejé llevar por mi naturaleza y dándole una ventaja considerable, la seguí a campo través.
“¿Dónde Irá?” pensé al percatarme que esa mujer iba buscando algo por que de vez en cuando se paraba tras un árbol como si estuviera oteando una presa.
Su actitud me hizo incrementar mis precauciones y como un auténtico acosador, fui tras ella escondiéndome de su mirada. Llevaba unos cinco minutos en la arboleda cuando la vi pararse y esconderse detrás de una roca. Para el aquel entonces la curiosidad me había dominado por lo que imitándola, hice lo mismo pero buscando la protección de unos arbustos.
¿Qué coño está haciendo?” mascullé interiormente justo cuando descubrí que, unos metros más allá de la mujer, se encontraba una pareja haciendo el amor.
Os imaginareis mi sorpresa al comprender que esa maravilla se había internado en esa zona poco frecuentada para observar a la gente que, aprovechando la penumbra, daba rienda suelta a su pasión. Aunque estaba a menos de veinte metros de su posición, deseé tener unos prismáticos cuando creyendo que estaba sola, la morena se empezó a acariciar los pechos por encima de la tela.
No estoy muy orgulloso de mi actitud pero creo que disculpareis que me haya quedado agazapado allí, en cuanto os diga que esa muchacha se fue calentando poco a poco viendo a ese par follando hasta que sin poderlo evitar metió sus manos por debajo del pantalón y se empezó a masturbar.  Lo que en un inicio fueron leves toqueteos se fueron convirtiendo en una paja a toda regla, llegando incluso a tener que bajarse el pantalón para permitir que sus dedos recorrieran con más libertad su sexo. Su striptease involuntario me dio la oportunidad de disfrutar de ese culo formado por dos duras nalgas y un ojete rosado que desde ese momento supe que tenía que hollar.
“¡Dios!” rumié en silencio mientras mi propia mano se deslizaba por debajo de mi short.
Curiosamente mientras liberaba mi miembro, me percaté que estaba haciendo lo mismo que ella: Me estaba masturbando como un puto mirón y no me importó. El morbo de verla abierta de piernas, torturando con los dedos su hinchado clítoris mientras su otra mano pellizcaba alternativamente cada uno de sus pezones era demasiado para dejarlo pasar y por eso no tardé en sincronizar los movimientos de mi muñeca con los de sus yemas.
Gracias a que estaba tan enfrascada mirando a la pareja y a que esos dos berreaban con cada penetración, no se dio cuenta que al tratarme de acomodar pisé una rama e hice un ruido descomunal. Paralizado creí ser descubierto pero me tranquilicé al confirmar que esa monada seguía masturbándose como si nada. Desgraciadamente todo tiene un final y al escuchar que la mujer se corría calladamente, decidí escabullirme de allí, no fuera ser que me pillara.
Ya en la senda principal del parque y rodeado de una docena de corredores que garantizaban mi anonimato, giré mi cabeza hacia atrás y descubrí que la belleza había salido también del bosque y que como si nada había reiniciado su marcha. Pero lo que me dejó francamente impactado fue que al mirarle la cara, creí reconocer una mirada cómplice en ella y creyendo que todo era producto de mi imaginación, aceleré mi paso alejándome de ella.
Alejándome físicamente porque no mentalmente, ya que, incluso en la soledad de mi piso y cuando ya estaba bajo la ducha, mi cerebro seguía en mitad del Central Park soñando con estar entre sus brazos. El agua al caer sobre mi piel consiguió limpiar mi sudor pero no pudo alejar su recuerdo por lo que nuevamente, al ver la tremenda erección de mi sexo, me tuve que recrear en el placer onanista mientras tomaba la decisión de al día siguiente volver a ese parque.
 2º día: Vuelvo a donde la descubrí.
 

No os sorprenderá saber que a la misma hora y en el mismo sitio, estaba la mañana después. La verdad es que os tengo que confesar que llegué veinte minutos antes porque no quería perderme a esa belleza. Como no estaba, me puse tranquilamente a calentar los músculos contra una valla pero lo que realmente fue tomando temperatura fue mi mente con la perspectiva de volverla a ver.

Al llevar un buen rato allí, me empecé a desesperar al temer que no fuera a venir. La noche anterior cuando tomé la decisión pensé en que como toda corredora, lo más normal era que tuviese una rutina y que ese fuera el lugar donde usualmente hacía ejercicio y más cuando tratando de recordar, no encontré otro parque donde a primera hora del día hubiese parejitas follando pero su ausencia me llevó a pensar en lo peor y que su presencia hubiese sido solo producto de la casualidad.
Ya estaba a punto de darme por vencido cuando la vi llegar con un pantaloncito azul y un top rosa con el que se la veía más atractiva si cabe. Realmente mirándola bien, tuve que reconocer que me daba igual como viniera porque esa tipa estaría de infarto incluso con un burka. Lo único que difería del día anterior es que en esta ocasión, llevaba una cartuchera. Pero si algo me dejó impactado es que al pasar a mi lado y antes de ponerse a calentar me saludó con una sonrisa.
“¿Me habrá visto espiándola?” pensé creyendo que me había pillado pero tras pensarlo durante unos instantes, recapacité al advertir que si así fuera, su saludo no sería tan afectuoso.
Aunque yo ya estaba listo para salir a correr, me entretuve disimulando que estaba todavía frío mientras ella terminaba de estirar, de forma que nuevamente la seguí cuando ella empezó a correr.  La mujer volvió a coger el mismo ritmo pausado al trotar, de manera que sentí una especie de deja vu al irse desarrollando la mañana como cuando la descubrí.  Metro a metro, minuto a minuto, parecía una repetición y por eso al irnos acercando a donde ella había dejado la senda principal, me empecé a poner nervioso:
“Ojalá quiera espiar igual que ayer” pensé sin darme cuenta que ese deseo era exactamente lo que yo estaba haciendo.
Cuando la vi internarse en el bosque, mi corazón saltó de alegría y como un vulgar acosador la seguí en su carrera. Como ya sabía sus intenciones, permanecía alejado pero sin perderla de vista. No llevábamos más de tres minutos inmersos en la espesura cuando advertí que la morena había hallado a quien mirar y que sin temer si alguien la seguía se habría ocultado tras un enorme árbol.
Al fijarme en la pareja del medio del claro, descubrí con disgusto que eran un par de gays dándose por culo pero eso no fue óbice para que aprovechando una zanja del terreno me tumbara a observar a la mujer. Centrado únicamente en ella, me sorprendió que casi sin darme tiempo a acomodarme, la morena se hubiese desnudado completamente y sin recato alguno se empezara a masturbar.
“¡Le deben poner los maricones!” pensé mientras bajándome la bragueta yo hacía lo propio.
Si no llega a ser porque era imposible, hubiera pensado que se estaba exhibiendo ante mí ya que separó sus piernas en dirección a donde yo estaba, dejándome disfrutar de su sexo inmaculadamente depilado. No pude más que relamerme soñando con un día en que mi lengua recorriera los pliegues de esa obra de arte, antes que ella abriendo la cartuchera que había dejado en el suelo, sacara un consolador.
“¡No me lo puede creer!- pensé al mirar como con sus dedos apartaba los labios de su sexo para, sin más preparativo, meterse ese falo artificial hasta el fondo de sus entrañas.
Sin dejar de mirar a los homosexuales y usándolo a modo de cuchillo, se lo fue clavando en su interior mientras con los dedos se pellizcaba los pezones. Lo morboso de la escena, me volvió a cautivar y sin demora, saqué mi miembro y uniéndome a esa locura, me empecé a tocar con los ojos fijos en la belleza de esa chavala.
“Puta madre” exclamé mentalmente cuando esa cría se dio la vuelta y poniéndose a cuatro patas, se enfrascó el dildo por el ojete.
Esa acción derrumbó mi esperanza de ser yo el primero en darla por culo pero incrementó de sobremanera mi excitación y juro que de no estar paralizado por el miedo al rechazo, hubiera ido hasta ella y sacando ese invasor de su culo, lo hubiera sustituido por mi pene. Esa nueva postura enfatizó aún más si cabe su propia lujuria y sin importarle el ser oída por los dos hombres empezó a berrear de placer mientras desde mi  escondite, yo seguía erre que erre intentando liberar mi tensión.
Sus gritos alertaron a la pareja y cogiendo sus cosas del suelo, salieron huyendo del lugar pero su espantada no produjo el mismo efecto en la mujer que incrementando la velocidad con el que se metía una y otra vez el aparato siguió dándome un maravilloso espectáculo. No me expliquéis que fue lo que me motivo a levantarme de la zanja pero lo cierto fue que incorporándome y con mi polla entre las manos seguí pajeándome disfrutando de esa visión.
No llevaba más de un minuto en pie cuando ella llegó al orgasmo y mirándome a los ojos, me sonrió:
-Termina o tendré que masturbarme otra vez- dijo en voz alta para que lo oyera.
Asustado al haber sido descubierto, salí corriendo mientras escuchaba su carcajada a mis espaldas. Os reconozco que fui un cobarde pero no giré la cabeza hasta que salí de ese parque. Ya en mi casa me arrepentí de mi cobardía y mientras terminaba lo empezado, decidí volver al día siguiente.
3er día: Usado y follado en el Central Park.
Aterrorizado pero confieso que dominado con la idea de volver a verla, llegué  al día siguiente al Central Park. Me había pasado toda la noche pensando en ella y por mucho que intenté satisfacer mi lujuria a base de pajas, esa mañana me levanté con un mástil entre mis piernas. Ella ya estaba calentando cuando crucé las puertas de ese lugar. Al llegar me miró brevemente y sin hacer ningún comentario siguió estirando. Extrañado por su falta de reacción, di inicio a mis estiramientos de manera que cinco minutos después estaba listo.
Fue entonces cuando pasando por mi lado, me soltó:
-¿Me acompañas?-
No pude responderla. Ella ni siquiera lo esperaba porque sin mirar atrás salió corriendo por la vereda. Tras unos instantes de confusión, salí tras ella y gracias a su ritmo pausado no tardé en alcanzarla. Al llegar a su lado, le pregunté su nombre. Ella con un reproche en su rostro me contestó:
-Claire. Pero te pediría que no hables, estoy corriendo y no quiero distracciones-
Sus frías palabras me dejaron helado pero sumisamente seguí trotando a su lado pero esta vez siendo incapaz de mirarla. Mi mente intentaba analizar su actitud. No conseguía entender que me hubiera pedido que la acompañase y en cambio se mostrara tan reacia a entablar conversación. Tras pensarlo mientras corría, decidí que le seguiría la corriente y esperaría a ver qué ocurría. En silencio recorrimos los primeros kilómetros y cuando vi que nos acercábamos al lugar donde esa mujer se desviaba del camino, me empecé a poner nervioso sobre todo al comprobar de reojo que sus  pezones se marcaban bajo el top.
Al llegar a la curva, sin avisar, Claire se salió del camino. Al internarse en el bosque, me pidió que no hiciera ruido y sigilosamente fue en busca de alguien al que espiar. El frio de esa mañana en Nueva York hizo que tardáramos más de lo habitual en encontrar a alguien retozando en la espesura y cuando lo hayamos resultó ser un par de adolescentes. Recién salidos de la pubertad, un chaval y una chavala estaban besándose tranquilamente en un claro sin saber que en esos instantes eran objeto de nuestro escrutinio.

Mi acompañante al verlos, se dio la vuelta y me dijo:

-Menuda suerte. Conozco a esos críos y son unas máquinas-
Al decírmelo, me los quedé mirando y nada en ellos me hacía suponer ese extremo por lo que acomodándome al lado de Claire, dejé que transcurrieran los minutos. La lentitud con la que el muchacho se lo tomó, me permitió estudiar a la mujer que tenía a mi lado. Sentada sobre un tronco, no perdía comba de lo que esos críos estaban haciendo unos metros más allá pero lo más raro de todo es que parecía haberse olvidado de mi presencia.
-Mira, ahí van- me alertó.
Girándome hacia el claro, observé que el chaval estaba acariciando los pechos de su novia por encima de la camisa y al no ver nada extraordinario en ello, me quedé callado. Ajeno a estar siendo espiado, el muchacho se fue  desabrochando los botones de la camisa ante la mirada ansiosa de su novia, la cual esperó a que terminara de hacerlo para ella misma  irle despojando de su pantalón. Cuando ya tenía los pantalones en el suelo, el criajo se sacó el miembro y poniéndoselo en la boca, le exigió que se lo comiera. La rubita no espero a que se lo repitiera y con una sensualidad sin límites, sacó su lengua y mientras recorría con ella los bordes de su glande, cogió entre sus manos los testículos del chaval.
-¡Como me ponen estos críos!- susurró la voyeur acomodándose en el tronco.
Totalmente absorta contemplando a ambos niños, Claire empezó a acariciarse sus propios pechos mientras su rostro reflejaba que la excitación le empezaba a dominar. En ese momento dudé entre seguir observando a mi acompañante o centrarme en la cojonuda mamada  que esa bebé le estaba realizando a su pareja pero fue la mujer la que me sacó de dudas al decirme sin dejar de mirar hacia el claro:
-Tócame-
Supe lo que quería y no pude negarme. Colocándome en su espalda me senté tras ella y sin darle tiempo a negarse, empecé con mis manos a recorrer su cuerpo, mientras esa colegiala usaba su boca para darle placer a su enamorado. Claire al sentir mis yemas acariciando su piel, gimió calladamente con la mirada fija en la pareja. Su aceptación me permitió ser más osado y metiendo mi mano  por debajo de su top, cogí una de sus aureolas entre mis dedos.
Su pezón ya estaba erecto cuando llegué hasta él y como si fuera una invitación, lo pellizqué mientras mi otra mano se dirigía hacia la entrepierna de la mujer. Esta, sin girarse, separó sus rodillas dándome entrada a su vulva, la cual acaricié sin dudar, sacando sus primeros  suspiros. Entre tanto, el chaval había agarrado la cabeza de su novia y moviendo las caderas, le metía el falo hasta el fondo de su garganta.
-Me encanta- sollozó la voyeur y no contenta con ello, sin pedirme mi opinión se despojó del short y pasando su mano hacia tras, empezó a frotar mi miembro.
Haciendo lo propio, me quité el pantalón, tras lo cual, la levanté de su asiento y atrayéndola hacia mí, puse mi verga entre sus piernas. Ella se lo esperaba porque acomodándose sobre mí, dejó que mi glande forzara los pliegues de su sexo y de un solo arreón, se empaló sobre mí. Ni siquiera pestañeó al notar que mi extensión se abría camino por su interior y con la mirada fija en los muchachos, me dejó claro que tenía que ser yo quien tomara la iniciativa.
-Eres una puta pervertida- susurré a su oído mientras le pellizcaba los pezones –estoy seguro que te has corrido en multitud de ocasiones, mirando a esos críos follando-

-Sí- gimió moviendo su culo e iniciando un suave cabalgar, me pidió que siguiera diciéndole lo puta que era.

Comprendí al instante que a esa zorra le enloquecía el lenguaje mal sonante y por ello, le di un azote en el culo mientras le decía:
-¡Zorra! ¡No te da vergüenza excitarte viendo a alguien tan joven! ¡Deberían llevarte a la cárcel y ahí te violara una interna mientras las otras miraban-
La imagen de ella siendo usada por una mujer teniendo a un grupo numeroso observando, consiguió su objetivo y pegando un grito amortiguado, aceleró sus movimientos. Allá en el claro, el chaval ya había eyaculado en la boca de la niña pero gracias a su juventud, seguía con el pene totalmente tieso. Su novia no perdió la oportunidad y levantándose la falda, se quitó las bragas, para acto seguido ponerse a cuatro patas.
-Fóllame- gritó casi gritando.
El aludido obedeciendo se puso tras ella y tras tantear con su pene en los labios  de su sexo, forzó su entrada mientras yo hacía lo mismo con Claire. Mi acompañante al ver al adolescente penetrando a su pareja no pudo más y sin previo aviso se corrió entre mis piernas. Yo al sentir su flujo por mis muslos, le agarré la cabeza y llevándola hasta mi boca, le dije:
-Eres una guarra. Cuando termine de follarte, te daré por culo y después te exigiré que limpies con tu lengua tus meados-
Claire al oírme, aulló como una loba y retorciéndose sobre mi polla, prolongó su éxtasis.
-Dios- chilló al sentir mi dedo en su ojete- Dale a esta puta lo que se merece-
Su entrega me hizo cambiar de posición y obligándola a apoyarse contra una roca, empecé a tomarla olvidándome de los chavales. Usando mi pene a modo de garrote, fui golpeando su sexo con tanta dureza que mis huevos rebotaban contra su clítoris convertido en frontón.
-¡Más!, ¡dame más!- berreó a voz en grito.
Ese alarido descubrió nuestra presencia pero no me importó y obviando las miradas alucinadas del par, le agarré las tetas y usándolas como apoyo, proseguí martilleando su vulva.
-¡Me encanta!- sollozó llevando una de sus manos hasta su sexo -¡Folla a esta guarra mirona!-
Acelerando mi ritmo, lo convertí en infernal hasta que derramando mi simiente me corrí en las profundidades de su vagina. La voyeur chilló desesperada al sentir su interior sembrado y temblando desde la cabeza a los pies, se unió a mi gritando:
-¡Me corro!-
Habiendo vaciado mis huevos, la obligué a arrodillarse a mis pies y le solté mientras acercaba su boca a mi falo:

-Reanímalo que te voy a dar por culo-

Increíblemente, en ese instante, descubrí que los niños se habían acercado a donde estábamos y que sin dejar de mirarnos habían reiniciado su lujuria. Aunque suene rocambolesco, el muchacho se estaba follando a su novia nuevamente pero esta vez a escasos metros y sin dejar ninguno de los dos de tener los ojos fijos en lo que hacíamos.
-¡Mira puta! ¡Tenemos compañía!- le grité señalando a la dos –Ni se te ocurra defraudarlos-
Claire al comprobar mis palabras se dio más maña si cabe en avivar a mi miembro y tras haberlo conseguido, se dio la vuelta y separando sus nalgas, me imploró que la tomara. No fue necesario que insistiera porque mojando mi pene en el interior de su coño, usé su flujo como lubricante y de un solo empujón, clavé toda mi extensión en su culo.
-Ahhh- aulló de dolor al sentir forzada su entrada trasera pero no hizo ningún intento por evitar semejante agresión sino que esperó  a que yo imprimiera el ritmo.
Había decidido dejar que se habituara a tenerlo incrustado en sus intestinos cuando desde su posición escuche que la colegiaba me gritaba:
-¡Rómpeselo a lo bestia!-
Sus palabras azuzaron mi deseo y sacando y metiendo mi miembro con velocidad cumplí el deseo de esa rubita mientras mi acompañante se derretía siendo forzada hasta lo imposible.
-¡Azótale el culo! ¡Seguro que le gusta!- gritó esta vez el crío mientras su pene desaparecía una y otra vez en el sexo de su acompañante.
Cumpliendo su sugerencia, di una sonora cachetada en la nalga de la desprevenida Claire, sacando un berrido de su garganta. Alternando fui marcando un ritmo cada vez más veloz en las ancas de la mujer, mientras ella chillaba a los cuatro vientos su placer hasta que no pudiendo más se dejó caer sobre el suelo. Verla indefensa no aminoró mi lujuria y volviéndole a insertar mi extensión en su ojete, busqué mi liberación sin darle pausa.
La mujer volvió a convulsionar de gusto, al experimentar otra vez horadada su entrada trasera y con lágrimas en los ojos, me pidió que no me corriera aún. Pasado un minuto, comprendí su deseo cuando desde donde estaban los niños, escuché que la rubita se corría y entonces uniéndose a ella, se volvió a correr diciendo:
-Ahora, ¡córrete ahora!-
Impactado por el cumulo de sensaciones y en gran manera por los chillidos de la colegiala, mi pene explotó anegando el culo de la corredora.  Agotado me desplomé sobre la mujer, la cual me echó a un lado e incorporándose se empezó a vestir.
Sin comprender todavía lo que había pasado, me la quedé  mirando mientras se ponía el top. Fue entonces cuando el propio chaval me despejó mis dudas, diciendo:
-¡Hasta luego Claire!, ¡Nos vemos!-
La mujer sonrió y dirigiéndose a mí, me dijo antes de salir trotando del parque:
-A ti te espero mañana, no me falles o tendré que buscar otro mirón que me acompañe-
Alucinado por la situación, le dije adiós tras prometerle que allí estaría, tras lo cual y sin mirar atrás, esa mujer desapareció de mi vista. Convencido que había terminado por ese día, me empecé a vestir cuando, con una risa infantil, la niña me soltó:
-Nosotros no hemos terminado, si quieres puedes quedarte-
Aunque jamás lo creí posible, algo me obligó a quedarme en el sitio durante más de una hora viendo a esos dos follando una y otra vez pero lo más absurdo de todo es que me masturbé mientras lo hacían.

Relato erótico: “Memorias de un exhibicionista (Parte 7) ” (POR TALIBOS)

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MEMORIAS DE UN EXHIBICIONISTA (Parte 7):
CAPÍTULO 13: NOS VAMOS DE CENA:
A veces no hay quien comprenda a las mujeres. Tanto quejaros de que vuestros novios no quieren acompañaros de compras, cuando la solución es bien sencilla. Alicia la conocía perfectamente. Le bastó con pasearse por el centro comercial sin ropa interior e invitarme a acompañarla a todos los probadores que visitamos, permitiéndome disfrutar de sus femeninas curvas cada vez que se probaba algún trapito.
Ni una sola protesta hice. No me habría importado que se probara 10, 20 vestidos distintos y que al final hubiera comprado ninguno (cosa que no hizo). Me daba igual. No, igual no, de hecho, cuantos más conjuntos escogía para probarse… mejor.
No, en serio. Las siguientes horas fueron para mí un estado de empalmada permanente. Alicia jugó conmigo tanto como quiso, aunque, por desgracia, no se decidió a volver a repetir nuestro numerito de la tienda de deportes, limitándose a ofrecerme como recompensa la visión de su excelsa anatomía. Y nada más.
Siendo sincero, la verdad es que su postura era la más razonable, pues las tiendas que visitamos eran mucho más pequeñas y el riesgo de que un dependiente o cliente nos formara un lío era demasiado alto. Pero, aún siendo consciente de que Ali tenía razón en querer portarse bien, no lograba librarme de la molesta sensación de que, si no nos montábamos un show, era porque ella no quería, completamente decidida a dedicarse a comprar ropa y nada más, y que, de haber querido ella, habríamos actuado exactamente igual que cuando nos masturbamos un rato antes.
Pero bueno. Tampoco podía quejarme. Y es que el cuerpazo de Alicia era un espectáculo que no me cansaba de ver.
Cuando salimos de comprar los bañadores, Alicia decidió que quería visitar la boutique de la jovencita que había saludado a Tati en el café. Me pareció una buena idea, pues existía la posibilidad de volver a ver a aquel bomboncito de pechos exuberantes… Y a quien no le apetece regalarse la vista con una obra de arte así…
Por desgracia no tuvimos (más bien no tuve) suerte y la chica no apareció por ningún lado. Aún así, pude recrearme admirando a una mujer que estaba por lo menos tan buena como la jovencita. Unos cuarenta, muy bien llevados, tremendas tetas embutidas en un elegante traje sastre negro y una pinta de ser una verdadera fiera en la cama que tiraba de espaldas. Creí percibir cierto aire familiar con la joven de antes y, recordando que Tati comentó que la madre era la dueña de la boutique… no me cupo duda de quien era.
La mujer, muy profesionalmente, atendió a Ali, resolviendo sus dudas y buscando los modelos de su talla para que pudiera probárselos. De vez en cuando, su mirada se desviaba hacia mí, cosa que me encantaba y yo le devolvía la mirada con tranquilidad, deleitándome con su cuerpazo con escaso disimulo.
Pero Ali, no sé si un poquito molesta (¿celosa?) porque los ojos se me iban detrás de la maciza señora, me arrastró enseguida al probador y, tras volver a obligarme a sentar en un banco, arrojó en mi regazo toda la ropa que pensaba probarse.
Por un momento pensé en burlarme un poquito de ella, pues se notaba que estaba ligeramente cabreada, pero, en cuanto se abrió la camisa y empezó a desnudarse, me olvidé hasta de mi nombre.
Cuando salimos del probador, la cabeza me zumbaba ligeramente y notaba un fuerte cosquilleo en la bragueta. La dependienta tetona nos atendió amablemente y Ali compró un par de conjuntos que tuve que transportar como buen burro de carga. La señora me dedicó un par de miraditas cómplices, seguro que imaginándose que en el interior del probador había pasado de todo. “Qué más quisiera yo”, le respondí con la mirada.
Y el resto de la tarde fue igual. Visitamos dos o tres tiendas más y en todas permanecí en mi doble papel: silencioso admirador y puteado porteador. Ali no parecía dispuesta a concederme nada más. Bueno, no pasaba nada, las molestias que suponía el segundo trabajo quedaban más que compensadas por las ventajas del primero, así que no puedo quejarme.
Cuando por fin dieron las nueve, Ali dijo que íbamos a pasarnos también por la tienda de Tati, que quería probarse un par de cosas que había visto. Yo, cargado como un mulo, la seguí sin rechistar. De qué iba a servirme protestar a esas alturas. Ya había asumido que, al menos ese día, Alicia estaba a los mandos de la situación. Hasta que no pudiera hablar tranquilamente con Tatiana a solas, no podría librarla del control que Ali estaba empezando a ejercer sobre ella.
Y, además, después de toda una tarde disfrutando de stripteases privados, me encontraba en un permanente estado de semi excitación, que provocaba que estuviera deseando averiguar qué planes había maquinado aquella perversa cabecita para esa noche.
Cuando entramos a la tienda, miré a mi alrededor con curiosidad, pues no conocía demasiado el establecimiento. Sólo había venido en un par de ocasiones para ver a Tatiana, no muy a menudo, pues ella parecía aturrullarse un poco cuando yo andaba por allí, así que, los días que venía a recogerla al salir del trabajo, la esperaba en el coche en el aparcamiento y no subía al local.
La tienda era un poco más grande que las otras que habíamos visitado, dividida en dos secciones claramente diferenciadas, una de ropa de hombre y otra para mujer. A esas horas, a punto de cerrar, no había ya demasiados clientes y pude ver que algunas de las dependientas habían empezado a recoger.
En ese momento, Ali me dio un ligero codazo en las costillas, extrañado, me volví hacia ella y vi que la sonrisa traviesa había retornado a sus labios. Siguiendo la dirección de su mirada, descubrí el paradero de mi novia, a la que todavía no había visto.
La chica estaba detrás de un mostrador, atendiendo a dos hombres que parecían estar comprando unas camisas. Lo gracioso del caso era que, aunque el resto de la tienda estaba casi vacío, delante de su mostrador esperaban 4 o 5 hombres más, aguardando su turno para ser atendidos.
Y la razón era obvia. Bueno, más bien las razones, concretamente dos, que podían observarse perfectamente marcadas en el jersey de Tatiana.
–          ¿Lo ves? – me susurró Ali acercándose – Sigue cachonda como una perra. Te dije que a tu novia le gustaba este rollo.
Coño. Era verdad. A pesar de que habían pasado 3 horas desde que nos separamos de Tati, sus tetas seguían en posición de firmes. No pude menos que preguntarme si habría vuelto a meterse en un probador a acariciarse los pezones o si habría permanecido empitonada toda la tarde.
En ese momento Tati nos vio y nos saludó tímidamente con la mano, sin dejar de atender a sus clientes. Ali, juguetona, se lamió ligeramente dos dedos y simuló acariciarse un pezón con ellos. Al verla, Tati apartó la mirada, avergonzada y pude ver que volvía a ponerse colorada.
–          ¡Qué mona! – rió Ali.
Como Tatiana estaba bastante ocupada, otra chica acudió a atendernos. Yo la conocía de vista de mis anteriores visitas y ella a mí, así que nos saludamos con educación, pero nada más. Ali pidió un par de cosas para ver cómo le quedaban y esta vez no pasé con ella al probador, limitándome a quedarme por allí fingiendo mirar ropa, aunque en realidad lo que hacía era observar a los tipos que se comían a mi novia con los ojos.
Tengo que reconocerlo. Me resultó excitante. Aquellos tíos, unos con más disimulo que otros, desnudaban con ansia a Tatiana con los ojos. Sin poder evitarlo, sus miradas se desviaban irresistiblemente hacia los dos excitantes bultitos que se marcaban en el jersey de la chica. Todos llevaban prendas en las manos e, invariablemente, cuando alguno pagaba la prenda adquirida se quedaba rondando por allí un poquito más, vigilando de reojo que los pezones siguieran en su sitio.
Tras estar un rato así, regocijándome por dentro al pensar que por la noche iba a comerme ese bombón, me sentí juguetón y quise alardear un poco delante de aquellos babosos.
Como el que no quiere la cosa, dejé las bolsas de Ali en el suelo, me acerqué tranquilamente al mostrador y, rodeándolo, me acerqué a Tatiana, que me miraba con sorpresa.
–          Hola cariño – dije dándole un besito que ella devolvió más por inercia que por otro motivo – ¿Te queda mucho para salir?
Mientras decía esto, deslicé mi mano por la cintura de Tatiana, abrazándola ligeramente, atrayéndola hacia mí. Un segundo después, retiré la mano, pero procurando que los clientes percibieran perfectamente cómo recorría con impudicia el tierno culito de la dependienta.
Tati, avergonzada, no atinó ni a protestar, colorada como un tomate, mientras los clientes me observaban con envidia. Ay, si las miradas matasen…
–          Entonces ¿qué? ¿Te queda mucho? – insistí.
–          U… un poco. Tengo que terminar con estos señores.
–          Vale. Te espero por aquí.
Y, con todo el descaro del mundo, le di un suave azote en el culo a Tatiana, que dio un respingo y salí de detrás del mostrador. Los hombres me miraban con mal disimulado odio, pero al menos logré que dejaran de mirar a Tatiana con tanta desfachatez, con lo que la velocidad de la cola aumentó bastante. En menos de 10 minutos, Tati se los había ventilado a todos.
Cuando estuvo sola, me acerqué de nuevo, mientras ella me miraba ligeramente molesta.
–          Víctor, yo… En el trabajo no hagas esas cosas… – me dijo.
–          Vamos nena. No me digas que no viste cómo se te comían con los ojos. Yo simplemente les hice ver que no estabas libre. Si alguno llega a decirte alguna grosería, te juro que le hubiera partido la cara…
Tatiana me sonrió dulcemente. Mirando a los lados para comprobar que no nos veía nadie, se echó en mis brazos y me plantó un amoroso beso que yo devolví con ganas.
–          Vaya, ¿te has puesto celoso?
Me quedé sin palabras. Coño, no me había dado cuenta. Pero era verdad. Me había gustado que aquellos hombres se deleitaran mirándole las tetas a Tatiana, pero, en el fondo, me había sentido molesto. ¿Serían celos? Me di cuenta de que, por primera vez desde el día anterior, había admitido que seguíamos siendo pareja. Me sentía confuso.
Por fortuna, justo en ese momento regresó Alicia, con una bolsa de la tienda con otro vestido que acababa de comprarse. Seguro que había dejado la tarjeta temblando. Aunque, pensando en quien era su prometido… quizás no.
–          Hola Tatiana – dijo saludando.
–          Ho… hola Alicia.
–          Vaya – dijo Ali sonriendo ladinamente – Veo que eres una chica muy obediente.
Mientras hablaba, miraba con descaro a los enhiestos pezones de mi novia, que seguían perfectamente erectos y marcaditos en el jersey. Tati, un tanto turbada, apartó la mirada.
–          Vamos, niña, no me seas mojigata – continuó Alicia – Esto no es nada comparado con lo que vas a tener que hacer a partir de ahora.
Tatiana me miró un instante y, al hacerlo, pareció recobrar la convicción y alzó la vista, desafiante.
–          Así me gusta – rió Alicia – Y dime, ¿has vendido más de lo habitual esta tarde?
Una sonrisilla juguetona se dibujó en los labios de Tati, que acabó asintiendo con la cabeza.
–          Ja, ja, ¿lo ves? ¡Ya te dije que sería así! ¡Los hombres tiene el cerebro entre las piernas y ahí no hay demasiado sitio!
Pensé en decir algo, pero quien era yo para rebatirlo. A pesar de que se trataba de mi novia y de que la había visto desnuda mil veces, mis ojos no podían evitar desviarse y disfrutar del sensual espectáculo que brindaban los duros pezones de la chica.
–          ¿Te queda mucho? – dijo Ali mirando su reloj.
–          Un poco. Hay que cuadrar las cajas y tengo que esperar al guardia que viene a recoger el dinero.
Ali y yo nos quedamos charlando por allí, mientras Tati iba pasando por todas las cajas para que las dependientas le entregaran el dinero y las cuentas. Me sorprendía aquella faceta de Tatiana, profesional y segura de sí misma, bastante alejada de la imagen que tenía de ella. Debería haberme sentido mal, por subestimarla como siempre, pero no fue así, pues a esas horas y después de la tardecita que llevaba, una sensación se imponía sobre todas las demás: la excitación sexual.
Mientras hablaba con Ali me di cuenta de que, entre los dos, flotaba una especie de aura de tensión carnal acumulada, los dos estábamos cachondos, excitados y ni mucho menos pensábamos en dar por finalizada la velada tras la cena. Seguro que Ali tenía algo en mente.
Por fin parecía que Tati estaba terminando con las cajas, cuando entró en la tienda un guardia de seguridad. Me fijé en que había otro más, que esperaba en el exterior.
Tras saludar amigablemente a Tatiana, los dos dedicaron unos minutos a rellenar unos papeles y la joven le entregó unos paquetes con la recaudación del día. Al pobre tipo, se le iban los ojos sin querer hacia el jersey de la chica, pero he de reconocer que supo mantener la compostura bastante bien.
–          Entonces, ¿qué? Ya vais a cerrar ¿no? – preguntó el guarda estúpidamente.
–          Sí, claro. Echamos el cierre y hasta el lunes.
–          Ya sabes, si quieres te acompañamos hasta el coche – se ofreció el tipo.
–          No, no, gracias Fernando. He venido en autobús. Además, están ahí mi novio y una amiga que han venido a recogerme. Vamos a salir a cenar – le contestó Tati con toda inocencia.
El guarda me miró un instante y me saludó con frialdad, devolviéndole yo el saludo con idéntico tono.
–          Bueno, pues nada, nos vemos el lunes – empezó a despedirse el tal Fernando levantando las bolsas de dinero.
–          No, bueno… el lunes tengo turno de mañana, así que…
–          Oh, vale, pero seguro que nos vemos por aquí.
El tío, que a cada minuto que pasaba me caía más gordo, se despidió de Ali y de mí con un gesto de la cabeza y salió a reunirse con su compañero. Ali no tardó ni un segundo en lanzarse a degüello.
–          Ji, ji, vaya, vaya, Tatiana. Si le tienes comiendo en la palma de la mano. Quien lo diría.
–          No… no te entiendo – respondió Tatiana ruborizándose, demostrando que sí que la entendía perfectamente.
–          Venga ya, niña, no te hagas la tonta. El guarda ese está que se muere por meterse dentro de tus bragas. No me dirás que no has visto cómo se le salían los ojos cuando ha visto tus pezones.
Tatiana parecía avergonzada, pero yo empezaba a descubrir que había ciertos aspectos del carácter de mi novia que desconocía por completo. Por imbécil.
Las últimas compañeras de Tatiana se despidieron y se fueron marchando. Tati nos hizo salir para activar la alarma y tras cerrar las puertas con llave, bajó la persiana con un mando a distancia que luego guardó en el bolso.
Nos quedamos los tres allí parados, mirándonos; yo cargado con todas las bolsas de Alicia mientras mi novia me observaba divertida.
–          Bueno, ¿qué? ¿Nos vamos? – dijo Ali – No sé vosotros, pero yo me muero de hambre.
–          Vale – asentí – Tengo el coche el aparcamiento. Pensad donde os apetece cenar.
–          Anoche me dijiste que te gustaba la comida china, ¿No Tati?
–          Sí – asintió la joven.
–          Pues nada. A un chino. Además, iba a ser difícil encontrar mesa en otro sitio sin reserva. Y no me apetece ir a un burguer.
Minutos después salíamos del sótano del centro comercial en mi coche. Curiosamente, ninguna de las chicas ocupó el asiento del copiloto, sino que ambas se sentaron atrás, para charlar tranquilamente.
Cuando quise darme cuenta, Alicia estaba contándole el numerito del probador, pero, a esas alturas, ya no me alteraba.
A mitad de narración, Ali me pidió el móvil, para enseñarle a Tatiana el vídeo que habíamos grabado. Mi chica lo miraba con atención y en cierto momento alzó la vista, encontrándose nuestras miradas en el espejo retrovisor. No supe apreciar cómo se sentía. ¿Celosa? ¿Excitada? ¿Enfadada? Bueno, ya lo averiguaría.
A eso de las diez y media conseguimos aparcamiento y, tras darle un euro al gorrilla de turno (no me fuera a arañar el coche) nos metimos los tres en un chino que Ali conocía. Todas las bolsas con las compras de Alicia se quedaron en el maletero, menos una que ella insistió en llevar colgada del brazo.
Me gustó el sitio, una sala bastante amplia y decorada al estilo occidental, nada de dragones de plástico y adornos asiáticos de cartón piedra.
Había bastantes clientes, pero no estaba abarrotado, así que nos dieron mesa sin problemas, junto a una pared. Yo me senté a un lado y las chicas al otro. Como teníamos bastante hambre, no nos entretuvimos mucho en pedir, cada uno lo que nos apeteció.
A pesar de que no combina mucho con la comida china, Ali insistió en pedir una botella de vino y tanto Tati como yo aceptamos. En menos de cinco minutos, estábamos cenando.
Charlamos durante un rato mientras comíamos, de cosas intrascendentes. Tatiana nos confirmó, entre risas, que era cierto que sus ventas se habían incrementado esa tarde y que todas habían sido en la sección de caballeros.
–          En serio, si me llego a quedar en la sección femenina, no vendo nada – dijo riendo.
Me di cuenta de que estaba un  poquito achispada y que Ali procuraba mantenerle la copa siempre llena. Entendí cuales eran sus intenciones.
Seguimos hablando y comiendo con tranquilidad, hasta que nos sirvieron los segundos platos. Yo ya estaba hasta arriba de arroz, así que me limitaba a juguetear con el pollo, ya sin muchas ganas y, por lo que pude ver, a las chicas les pasaba tres cuartos de lo mismo.
Entonces Ali se puso en marcha.
–          Oye, Víctor – me dijo – ¿Por qué no nos cuentas alguna historia? Yo he intentado contarle a Tatiana las que me narraste, pero tú lo haces mucho mejor. Además, me apetece una nueva…
Miré a Tatiana, un poco cortado. Tenía las mejillas sonrosadas y los ojos brillantes, lo que yo sabía bien era señal de haber bebido un pelín demasiado.
–          Sí, venga, cari. Cuéntanos algo – asintió ilusionada.
–          Bueno – concedí – ¿Qué queréis que os cuente?
–          Uno de tus éxitos por supuesto – dijo Ali – Espera, se me ocurre algo. Cuando nos conocimos, dijiste que yo era la primera mujer con inclinaciones exhibicionistas que habías conocido, pero, ¿es verdad? ¿Nunca conociste a otra chica con tus mismos gustos?
–          Sí, sí que es verdad – afirmé – Aunque hubo una vez…
–          ¡Cuenta, cuenta! – exclamó Tatiana en voz demasiado alta.
–          Vale, vale, tranquila – dije riendo – Es algo que considero, como ha dicho Ali, uno de mis éxitos, aunque quizás quedéis decepcionadas cuando os lo cuente, pues, en realidad, no pasó nada de nada.
–          No importa, tú cuéntanoslo y nosotras decidiremos – dijo Ali – Aunque, primero, si me disculpáis un momento, quiero pasar por el tocador.
Alicia se levantó y se dirigió al baño, llevándose consigo la bolsa que había traído. Yo clavé la mirada en Tatiana, cuyos pezones, curiosamente, habían empezado a calmarse por fin. Se la veía bastante tranquila y relajada.
–          Tatiana, no quiero ser un coñazo, pero, ¿estás segura de todo esto?
–          Víctor. Ya te lo he dicho. Si me preguntas si hace dos días habría imaginado que iba a hacer algo así, a meterme en estas cosas, te habría dicho que no, pero si me hubieras preguntado si lo habría hecho por ti, mi respuesta habría sido la misma que ahora: por supuesto que si. Yo haría cualquier cosa por ti.
Tatiana estiró la mano sobre la mesa y yo la así, estrechándola con cariño. Ella no se daba cuenta, pero al demostrarme tanta devoción, tanto amor, en el fondo estaba haciéndome daño, pues yo me sentía vil y ruin a su lado, en absoluto a su altura.
–          Además – continuó bajando el tono de voz hasta un susurro – Te mentiría si te dijera que lo de esta tarde no me ha resultado excitante…
Sentí la boca seca, así que bebí un poco de vino.
–          ¿De veras? ¿Te ha gustado que te miraran esos hombres? ¿Qué se te comieran con los ojos?
–          Al principio lo pasé mal, lo admito. Estaba nerviosísima y me costó mucho concentrarme, pero luego… dejó de importarme que me miraran y descubrí… que me gustaba. Pero sobre todo, lo que más me ha gustado es cuando has llegado tú y has espantado a los moscones – dijo la chica entrelazando sus dedos con los míos.
–          Tati, te lo juro, si en algún momento quieres dejar esto, me lo dices y punto. Alicia es muy dominante y te puede arrastrar a hacer cosas que no quieres. No se lo permitas.
–          Ya te he dicho que hago esto porque quiero. Haré cualquier cosa por ti.
Si sólo hubiera dicho la primera frase, me habría quedado más tranquilo.
En ese momento, Ali regresó del baño. Se detuvo junto a la mesa y, al vernos con las manos entrelazadas, sonrió en silencio. Tati se echó un poco para delante, para permitir que Alicia regresara a su silla, que estaba junto a la pared, justo delante de mí. Entonces me di cuenta de que se había cambiado de ropa, sustituyendo los pantalones que llevaba antes por una minifalda que había comprado por la tarde.
–          Te has puesto falda – dije sonriendo, empezando a intuir lo que tenía en mente.
–          Muy observador – respondió en tono jocoso mientras tomaba asiento.
–          ¿Y por qué? – pregunté siguiéndole el juego.
–          Verás – dijo ella con ojos brillantes – Antes has dicho que no sabías si la historia que ibas a contarnos iba a resultarnos satisfactoria o no… y he pensado en una manera de… calibrarla.
–          ¿Ah sí? – dije divertido – ¿Y qué manera es esa?
–          Saca el móvil.
No tardeé ni un segundo en obedecer.
–          Saca una foto bajo la mesa.
No hicieron falta más instrucciones. Sabía que lo que ella quería no era una foto del suelo precisamente…
Con cuidado, procurando que nadie se diera cuenta de lo que hacía, metí las manos bajo la mesa y orienté el objetivo hacia delante. Como no podía ver adonde apuntaba, hice varios disparos para asegurarme.
Cuando acabé, saqué de nuevo el móvil y accedí a la galería de fotos… Allí estaba.
Había obtenido varias tomas bastante buenas del coñito desnudo de Alicia. La chica, sin cortarse en absoluto, se había abierto de piernas todo lo que había podido bajo la mesa, posando para la foto. No contenta con eso, en las últimas instantáneas aparecía su mano entre sus muslos, separando al máximo los labios vaginales, exhibiendo para la cámara su vagina completamente expuesta.
Sonriendo, me recreé admirando las fotografías, pasándolas lentamente una a una en la pantalla del móvil. La excitación había regresado con fuerza y notaba perfectamente cómo algo se agitaba dentro de mis pantalones.
–          Déjame verlas – dijo Alicia.
Sin decir nada, le alargué el teléfono por encima de la mesa. Ella miró la pantalla con ojos brillantes, inclinándose hacia un lado para permitir que Tatiana disfrutara también del espectáculo. Tati, se asomó inmediatamente, quedándose boquiabierta al ver el coñito desnudo de la otra chica.
Sin acabar de creérselo, sus ojos alternaban entre la pantalla y mi rostro, como pidiéndome confirmación de que aquello era real. Era lógico, era su primer contacto auténtico con el exhibicionismo. Antes sólo había visto unos vídeos, pero, al no estar presente cuando se grabaron, sin duda le parecían menos auténticos que aquellas fotos que acababa de tomar.
Cuando las hubieron visto todas, Alicia me devolvió el móvil y, mirando a mi novia, le dijo con sencillez.
–          Ahora tú.
Tatiana dio un respingo en su silla, sorprendida, mirando alucinada a la otra chica. Por un instante, pensé que iba a mandarnos a los dos a paseo, pero no, ella estaba más que decidida a hacer lo que fuera con tal de retenerme a su lado.
–          Vale – asintió levantándose – Enseguida vuelvo.
La mano de Ali salió como un rayo para aferrar la muñeca de Tatiana, impidiéndole que se pusiera en pie.
–          ¿Adónde crees que vas? – le preguntó sin soltarle la mano.
–          Yo… Al baño – dijo mi novia ruborizada.
–          ¿A quitarte las bragas?
Tati asintió con la cabeza.
–          De eso nada, niña. Te las quitas aquí mismo.
La pobre chica se puso coloradísima, pero no protestó, dejándose caer de nuevo en la silla. No dijo nada, ni siquiera me miró esta vez, sino que echó un vistazo alrededor, intentando asegurarse de que nadie veía sus maniobras.
Obviamente, me acordé de días atrás, cuando yo le había dado la misma orden a Alicia. Nuestras miradas se encontraron y supe que ella estaba pensando en lo mismo.
Lentamente y con gran disimulo, Tatiana metió las manos bajo la mesa y empezó a forcejear con su falda. Con mucho cuidado, procurando no atraer la atención de las mesas vecinas, me trasladé a la silla de al lado, la que quedaba frente a mi novia y empecé a hacer fotos bajo la mesa con el móvil como loco, mientras ella me miraba con el rostro encarnado.
Segundos después logró su objetivo y, levantándose unos centímetros del asiento, empezó a deslizar sus braguitas por los muslos, agachándose hasta librarse por completo de ellas.
Cuando terminó, se sentó recta en la silla y le alargó la prenda de lencería a Alicia, que la guardó en la bolsa donde estaban sus pantalones. Ali la observaba con una sonrisa satisfecha en los labios, mientras Tatiana ni se atrevía a mirarnos a los ojos a ninguno de los dos, observando el mantel como si fuera lo más interesante del mundo.
Yo no les prestaba mucha atención, mientras repasaba en la pantalla del teléfono la nueva tanda de fotos. No habían salido tan bien como las de Alicia, pues, obviamente, para quitarse las bragas Tati había cerrado las piernas, no las había abierto, pero, aún así, tenían un morbo para morirse.
Le enseñé las fotos a Ali, que las miró divertida.
–          Bueno, ahora te toca despatarrarte, cielo – le dijo a mi novia.
A esas alturas yo ya portaba una empalmada de notables dimensiones y, cuando Ali empezó a decirle guarradas a mi novia, pensé que la bragueta iba a saltar por los aires.
–          Muy bien nena, y ya sabes, tienes que abrirte bien el coñito para que salga guapo en la foto.
Por la expresión de mi novia, se veía que daba gracias porque la mesa tuviera mantel, pues eso la tapaba de las mesas vecinas. Por suerte para ella, nadie pareció darse cuenta de que entre nosotros estuviera pasando nada raro, así que pudo obedecer mientras yo no paraba de sacar fotos.
–          Vale. Ya está bien. Enséñamelas – dijo Ali poniendo punto y final a la sesión.
Obviamente, antes de entregarle el móvil me regalé la vista con las primeras instantáneas exhibicionistas de Tatiana. La pobre seguía bastante colorada, pero pude notar que sus pezones habían vuelto a endurecerse y se apreciaban claramente en el jersey.
No sé cómo, pero a pesar de que sólo se veían sus muslos abiertos y su chochito expuesto, las fotos transmitían la sensación de que la chica estaba realmente avergonzada por exhibirse. Y precisamente por eso resultaban más morbosas.
Cuando estuve satisfecho, le entregué el móvil a Ali, que contenía su impaciencia a duras penas. Al principio, Tatiana no hizo ademán de ver las fotos, pero tras unas cuantas exclamaciones admirativas y comentarios jocosos, cedió finalmente a la tentación y pronto ambas jóvenes estuvieron con las cabezas juntas y los ojos clavados en la pantalla del aparato.
Y mientras yo me acariciaba la polla por encima del pantalón.
Cuando se dieron por satisfechas, Ali dejó el teléfono encima del mantel y dijo:
–          Ahora puedes empezar con tu historia.
–          Vale – asentí – Pero antes, aclárame una cosa.
–          Dime.
–          ¿Cómo van a servir estas fotos para calibrar si mi relato es bueno o no?
Ali me miró unos segundos con su sonrisilla traviesa antes de contestar.
–          Es fácil. Cuando termines, nos fotografías de nuevo.
–          ¿Y? – dije intuyendo por donde iba la cosa.
–          Si nuestros coñitos se han mojado, habrá sido una historia excitante.
–          ¿Y cual será mi premio?
–          Una de nosotras obedecerá una orden tuya. Y si no nos hemos puesto cachondas, serás tú el que cumpla una orden.
–          Me parece justo.
–          Pues empieza.
CAPÍTULO 14: LA JOVEN DEL BUS:
–          Bueno. De esto hace ya la tira de años, recuerdo que tenía 18 recién cumplidos.
–          Sí que ha llovido, sí – dijo Ali.
–          En ese entonces había empezado a ponerme en forma, ya iba al gimnasio y había empezado con las artes marciales, ya sabéis, como hobby, para mantenerme en forma.
Las dos me observaban en silencio, interesadas.
–          Era verano y, en cuanto se acabase, iba a empezar la universidad. Como aún no trabajaba, no tenía nunca un duro y demasiado que mi pobre padre me pagaba el gimnasio. Así que, para mejorar de forma, me aficioné a correr un poco por las tardes.
–          ¿Sigues haciéndolo? – preguntó Ali.
–          Sí. No tanto como antes, pero aún salgo con frecuencia a correr.
–          Estupendo. Algún día iré contigo.
Tati la miró un segundo, pero no dijo nada.
–          Pues bien, aquel día hacía calor, pero aún así salí a correr. Me di una buena caminata, desde donde vivían mis padres hasta el pabellón de los almendros, ya sabéis donde está.
–          Son muchos kilómetros – intervino Tati.
–          Bueno, a lo que iba. Cuando llegué allí, decidí que era suficiente, descansé unos minutos, bebí agua… y pisé una puta piedra y me torcí el tobillo.
–          Ji, ji, anda que… – rió Ali – Ya no estoy tan segura de querer ir a correr contigo.
–          Sí, bueno. Le puede pasar a cualquiera. Así que allí estaba yo, tirado en un banco, examinándome el tobillo. No era grave, podía apoyar el pie, pero ni pensar en volver a casa andando. Menos mal que siempre que salía a correr me llevaba la riñonera y tenía algo de dinero. Pero claro, ni de coña suficiente para un taxi (además que no me iba a gastar las pelas en esos lujos), así que, cojeando, me fui a la parada del bus.
–          ¿Por qué no llamaste a tus padres? – preguntó Tatiana – ¿No llevabas el móvil?
–          ¿Hace 20 años? ¿Qué móvil? – respondí divertido.
–          No… Es verdad. ¿Y no había ninguna cabina? Si tenías dinero…
–          Sí, sí, ya pensé en eso. Pero, a esas horas, mi padre seguía en el curro y mi madre no tenía carnet, así que…
–          ¡Ah, claro!
–          Pues nada. Esperé al solano al bus durante un rato hasta que apareció. Por fortuna, el vehículo que vino era de los más modernos por aquel entonces y tenía aire acondicionado, pues todavía quedaban muchos que no tenían.
–          Sí me acuerdo de esos – dijo mi novia, aunque por esa época debía ser muy niña.
Ali nos miraba a ambos. Por su expresión, se deducía que probablemente no había pisado un autobús en su vida.
–          Pagué al conductor, cogí el ticket y entré. Había 10 o 12 personas, con lo que quedaban asientos libres. Iba a sentarme en cualquier sitio, pero entonces la vi. Sentada casi al fondo, había una chavalita realmente preciosa y claro, me decidí a sentarme junto a ella.
–          Jo, pues yo, cuando el bus va medio vacío y un tío viene derecho a sentarse a mi lado, me asusto un poco – dijo Tati.
–          Ya. Y apuesto a que te pasa bastante a menudo – dijo Ali riendo.
Mientras hablaba, volvió a servirle vino a la otra chica. Ella también se echó un poco, pero yo me negué, pues luego tenía que coger el coche.
–          No, no me he explicado bien. Veréis. La chica estaba sentada en un grupo de 4 asientos que hay al fondo en ese tipo de autobuses, enfrente de la puerta de salida. Dos de esos asientos están orientados en el sentido de la marcha y los otros dos justo delante, en dirección opuesta.
–          ¡Ah, ya sé los que dices! – dijo Tati con entusiasmo, animada por el vino.
–          O sea, como las sillas donde estamos sentados ahora mismo – dijo Ali haciendo un gesto con las manos.
–          Exacto. La chica iba sentada mirando hacia el frente, en el asiento junto a la ventanilla y yo me ubiqué en sentido opuesto, pero no en el asiento delante de ella, sino en el otro.
–          O sea, yo estaría sentada donde ella y tú donde estás ahora mismo – dijo Ali señalándome mientras Tati asentía con la cabeza.
–          Precisamente.
–          ¿Y qué hiciste? ¿Te la sacaste y se la enseñaste?
–          No, hija. Ni mucho menos. Verás, no olvides que yo era bastante joven y aún no tenía mucha experiencia. Te aseguro que, cuando me senté junto a ella, no tenía nada truculento en mente. Simplemente vi una chica guapa y me senté cerca.
–          Ya. Claro. Estabas un poquito salido – dijo Ali riendo.
–          Por supuesto. Sigo igual – dije guiñándole un ojo – Pues bien, cuando me acerqué ella me miró con franco interés.
–          Es que estás buenísimo – bromeó Ali haciendo sonreír a mi novia.
–          No. Creo que se fijó en que yo cojeaba.
–          ¡Ah, claro!
–          Me senté y le eché un vistazo disimulado. Era guapísima. Rubia, ojos claros, con un buen par de… – dije haciendo el signo internacional de las tetas grandes – Debía tener mi edad, o quizás un poco más joven. Llevaba un vestido veraniego, fresquito, que permitía ver perfectamente su sostén asomando y la faldita le llegaba a medio muslo. Iba masticando chicle con aire distraído mientras escuchaba música en un discman. Era super sexy.
–          Y tú babeando.
–          Por supuesto. Pero os aseguro que no hice nada. En cuanto me senté, ella dejó de prestarme atención y se puso a mirar por la ventana. Como iba con los auriculares puestos, ni siquiera podía intentar entablar conversación, así que, conformándome con haberle podido echar un buen vistazo, decidí volver a examinar mi tobillo.
En ese momento vino la camarera  a retirar los platos. Pedimos el postre y seguí con la historia.
–          Aunque sea una falta de educación, el pie me dolía, así que lo subí al asiento de delante, el que quedaba libre junto a la chica, apoyando la suela en el borde y me puse a examinarlo. Estaba un poco hinchado, pero bien.
–          ¿Qué pie era? – preguntó Alicia, creo que intentando hacerse una imagen mental de la situación.
–          El derecho.
–          Y ella estaba a tu derecha.
–          Correcto.
–          O sea, que con la pierna encogida, por tener el pie apoyado en el asiento de delante, ella no podía ver tu entrepierna.
–          Lo has entendido perfectamente.
–          Vale. Sigue.
–          Pasaron unos minutos, el autobús paró y se bajaron un par de personas. Los dos éramos los únicos viajeros que estábamos en los asientos del fondo. Yo, disimuladamente observaba a mi compañera de viaje, mientras mi imaginación empezaba a volar soñando con todas las cosas que podía hacer con ella.
Tati bebió de su copa, poniendo los ojos en blanco como diciendo: “Hombres”
–          Qué queréis que os diga. Siniestros pensamientos empezaron a formarse en mi mente. Recordé mis anteriores experiencias exhibicionistas y fui poniéndome cachondo.
–          A esa edad no hace falta mucho.
–          Y tanto que no. Con disimulo y ya que, como tú muy bien has señalado, mi entrepierna quedaba oculta a su mirada (además de que ella no apartaba los ojos de la ventanilla) empecé a acariciarme suavemente la polla por encima del pantalón corto. Ella no se daba cuenta de nada y mientras, mi verga crecía y crecía dentro de los slips.
Las dos, inconscientemente, se habían inclinado sobre la mesa, acercándose a mí, pendientes de mis palabras.
–          De vez en cuando miraba por encima del hombro, para asegurarme de que nadie fuera a pillarme, pero dentro del autobús parecía haber una atmósfera de paz que no sé describir. No se movía ni un alma. Más tranquilo, empecé a frotar un poquito más vigorosamente mi erección.
–          ¿Y ella?
–          Hasta entonces no se había dado cuenta de nada, estoy seguro, pero, de repente, algo llamó su atención y volvió la cara hacia mí. Aunque mi pierna la tapaba, los movimientos de mi mano eran lo suficientemente obvios como para saber perfectamente lo que estaba haciendo. Me puse en tensión, preparado para arrojarme hacia la puerta al primer signo de escándalo.
–          ¿Y si llega a gritar?
–          Lo tenía todo estudiado. Alguna vez había pensado en hacer algo así en un autobús, pero nunca me había atrevido. Piénsalo, si una pasajera grita, lo lógico es que el conductor detenga el bus y, en aquel entonces, las puertas tenían un cierre manual de emergencia justo al lado, así que habría podido escapar sin problemas, aunque fuera a la pata coja.
–          Claro. Y entonces no había cámaras en los autobuses – añadió Tatiana.
–          Es verdad – confirmé, haciéndola sonreír – Pero bueno, que me estoy desviando. Lo cierto es que la chica no chilló, ni protestó, ni me largó un guantazo. Tras la sorpresa inicial, se limitó a volver a reclinarse en su asiento y a ponerse a mirar otra vez por la ventanilla.
–          Una franca invitación.
–          Espera que lo mejor está por venir – continué – Dejé pasar un par de minutos, hasta que el autobús llegó a otra parada y se bajó más gente, tras lo que reanudé el sobeteo de polla. Estaba muy pendiente de la joven, que parecía no hacerme caso, pero entonces, cuando el movimiento de mi mano se hizo más notorio, la chica no pudo reprimir una sonrisilla que asomó en sus labios.
–          Te estaba mirando de reojo.
–          Bingo. Joder, no sabéis qué cachondo me puse cuando sonrió. Y eso no es todo, pues, segundos después, la chica subió su pie izquierdo (el que estaba pegado a la ventanilla) al asiento que había a mi lado, con lo que la faldita se le subió unos centímetros, permitiéndome admirar su hermoso muslo.
–          ¡La madre que la trajo! – exclamó Tati sin poder contenerse.
–          Eso pensé yo – asentí – Y esa sí que fue una franca invitación – dije mirando a Ali – así que no me lo pensé más y bajé el pie al suelo, ofreciéndole un buen primer plano del bulto en mis pantalones.
–          ¿Te miró?
–          Un segundo. Y cuando lo hizo estuve a punto de correrme, os lo juro.
–          No me extraña – dijo Ali admirada.
–          La nena volvió a clavar la vista en la calle y yo, ya completamente envalentonado, subí el pie izquierdo al asiento, para taparme de alguien que viniera por el pasillo y apartándole pantalón corto, saqué mi polla al aire y empecé a sobármela despacito.
La camarera vino entonces con los postres, interrumpiéndonos. Ninguno dijo nada, deseando que acabara y se largara deprisa. Cuando lo hizo, retomamos la conversación como si la interrupción nunca hubiera pasado.
–          ¿Te bajaste los pantalones en el bus? – preguntó sorprendida Tatiana.

–          No, no me has entendido. El pantalón de deporte era de tela ligera, de estos de atletismo. Lo que hice fue subirme la pernera derecha (que total, era cortísima) y, apartando el slip, me saqué la chorra por el hueco.
–          Ja, ja – rió Tati al escuchar “chorra”.
–          Estaba excitadísimo. La polla parecía a punto de reventarme. Lentamente, seguí con la paja, ofreciéndosela a la chica, haciéndolo para ella. La sonrisilla traviesa había vuelto a sus labios, pero ella seguía sin mirarme directamente.
–          Joder, sigue – dijo Ali al ver que yo paraba para echar un trago.
–          Y entonces hizo algo increíble. Muy despacito, llevó la mano hasta su falda y tirando con suavidad, la enrolló en su regazo, permitiéndome ver sus braguitas.
–          Vaya con la niña – dijo Ali con los ojos brillantes.
–          Cuando lo hizo me volví medio loco. Ya no me pajeaba lentamente, sino que mi mano se deslizaba a buen ritmo por mi tronco, haciéndome jadear de placer. Eché un par de miradas por encima del hombro, pero el resto del autobús parecía estar a  años luz de nosotros. En el universo estábamos sólo ella y yo.
–          ¿Y te corriste? ¿Le echaste la lefa encima? – preguntó Ali sin poder contenerse.
–          No seas bruta – dije riendo – Yo estaba a punto de caramelo, con las pelotas casi en erupción y entonces…
–          Cuenta, cuenta – dijo Ali mientras las dos se inclinaban todavía más sobre la mesa.
–          La chavala agarró el borde de sus braguitas y las apartó ligeramente, brindándome el exquisito espectáculo de su conejito.
–          ¡No fastidies! – exclamó una de las dos.
–          Os lo juro. Y todo esto sin dejar de otear por la ventanilla, sin mirarme directamente. Su chochito era delicioso. Yo ya había visto unos cuantos, pero aquel… uf, qué coñito. Sonrosado, brillante, sedoso… los labios bastante hinchados y abiertos, demostrando que ella también se había puesto cachonda… Recuerdo que tenía bastante vello, rubio y suave, pues entonces aún no se habían puesto de moda los chochetes depilados entre las jovencitas.
–          Madre mía.
–          Y ya no pude más y me corrí. Con un gemido, el semen salió disparado de mi polla, aterrizando en el asiento de enfrente. Y, cuando mi rabo entró en erupción, la chica me miró por fin directamente, los ojos como platos, la boca entreabierta mientras respiraba jadeando y fue su mirada la que hizo que me corriera como una bestia. Mi polla vomitaba chorro tras chorro de espeso semen. Como pude, apunté hacia abajo, derramándolo por el suelo, mientras la joven, aún abierta de piernas y con el coñito expuesto, ni siquiera parpadeaba, sin perderse detalle.
–          La leche. ¿Y no pasó nada más?
–          No. A partir de ahí la cosa se torció. Cuando por fin mi polla dejó de vomitar semen, volví a guardarla en el pantalón y ella, como despertando de un sueño, bajó la pierna al suelo y se puso bien el vestido.
–          Qué pena.
–          Ya te digo. Deseando hablar con ella, le sonreí e intenté cambiarme de asiento, para estar a su lado.
–          En el de la lefa – dijo Ali.
–          Sí, bueno. Ni siquiera lo pensé. Pero dio igual, pues, en cuanto hice ademán de acercarme, la pobre chica puso una expresión de nerviosismo que me detuvo por completo. No sé, quizás pensó que iba a lanzarme encima para violarla. Puso una cara tan rara que levanté las manos en gesto de paz y me senté de nuevo en mi asiento.
–          La fastidiaste – dijo Ali.
–          Si. El encanto ya estaba roto. Quizás lo habría intentado de nuevo en cuanto se hubiera calmado un poco, pero enseguida se levantó de su asiento, tocó el timbre y se bajó en la parada siguiente.
–          ¿No la seguiste? – preguntó Tati.
–          No. Cuando se bajó me miró, como asegurándose de que no iba tras ella. No quería asustarla.
–          ¿Volviste a verla?
–          Por desgracia no. Y mira que lo intenté. Cogí varias veces ese mismo autobús a la misma hora, pero nada. Incluso una vez me bajé en la misma parada que ella y di una vuelta por el barrio a ver si la veía, pero no hubo suerte.
Nos quedamos callados, mirándonos en silencio. Los ojos de las dos chicas brillaban y Tati tenía de nuevo las mejillas encarnadas, a medias por el alcohol, a medias por la calentura. Yo, a pesar de conocer la historia al dedillo, no podía resistirme al erotismo que flotaba en el ambiente, así que mantenía una erección de campeonato.
Entonces, sin decir nada, Alicia tomó mi móvil de encima de la mesa y, metiéndolo bajo el mantel, se hizo una foto de la entrepierna ella solita. En cuanto lo hubo hecho, deslizó la mano hacia el lado de mi novia y dijo:
–          Vamos nena, abre bien las piernas.
E hizo una nueva foto. A continuación, las examinó con sonrisa traviesa y se las enseñó a Tati, que se puso todavía más colorada. Por fin, me alargó el móvil a mí.
–          ¿Tú que crees? ¿Nos ha gustado la historia o no?
Yo miraba las fotos, sonriendo complacido. Sus coñitos estaban inequívocamente excitados, hinchados y brillantes. Me había ganado mi premio.
–          Yo creo que sí que os ha gustado. Estos coños están empapados – dije con lascivia.
–          Tienes razón. Así es como me siento – dijo Ali mirándome intensamente – Empapada.
TALIBOS
Si deseas enviarme tus opiniones, mándame un E-Mail a:
ernestalibos@hotmail.com

Relato erótico: “Animando a mi prima hermana, una hembra necesitada (POR GOLFO)

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MI LLEGADA

Lo que en teoría debía de haber sido una putada de las gordas, resultó ser un golpe de suerte. Un día de junio  tuve una reunión con el jefe de recursos humanos . Nada más entrar a su oficina, el muy cabrón me informó que debido a la crisis iba a haber una criba brutal en el banco y que si no quería ir a engrosar la lista del paro, tenía que aceptar un traslado. Al preguntarle a donde me tendría que desplazar, me contestó que había una vacante en la sucursal de Luarca.  Aunque sabía que eso significaba un retroceso en mi carrera, decidí aceptar porque mi madre y sus hermanos mantenían la antigua casona familiar.
“Al menos, no tendré que pagar un alquiler”, pensé. Al preguntar cuando tenía que incorporarme,  ese capullo me respondió con su peculiar tono de hijo de puta que el día uno, lo que me daba quince días para la mudanza.
Esa misma tarde, hablé con mi madre. La pobre se quedó triste al oírme pero se comprometió a hablar con mis tíos para que pudiera vivir en ella. Al poco rato, me llamó y me dijo que no había problema pero que tendría que compartir la casa con mi prima María. Al enterarme que iba a tener que vivir con ella, extrañado pregunté:
-Pero ¿mi prima no vivía en Barcelona?-.
-Eso era antes- me contestó,- se divorció hace dos años y tratando de rehacer su vida, volvió al pueblo-.
Hacía muchísimo que no la veía. María era tres años mayor que yo, y los únicos recuerdos que tenía de ella, eran su timidez y su tremendo culo. Mi primo Alberto y yo siempre habíamos fantaseado con verla desnuda pero jamás lo conseguimos. Todavía me rio al recordar cuando nos pilló escondidos en su armario y enfadadísima, nos cogió de las orejas y de esa forma nos llevó a ver a nuestro abuelo. El pobre viejo al enterarse de nuestra travesura se echó a reír en un principio, pero al ver el cabreo de su nieta no tuvo más remedio que castigarnos. Desde entonces habían pasado veinte años, por lo que mi prima debía de tener ahora unos treinta y cinco años.
“Ojala siga tan buena”, rumié mientras me trataba de consolar por la guarrada de tener que enterrarme en el pueblo, “al menos tendré un monumento que admirar al llegar a casa”.
Las dos semanas que quedaban para mi incorporación pasaron rápidamente y antes que me diese cuenta estaba camino de Luarca. Al llegar a la casa de los abuelos, María me estaba esperando. Al verla me llevé una desilusión, la estupenda quinceañera se había convertido en una mujer desaliñada y amargada. Con su pelo poblado de canas y vestida como una monja me recibió de manera amable pero distante. Nada en ella me recordaba a la cría que nos había vuelto locos de niños. Su cara era lo único que conservaba de su belleza infantil pero el rictus de amargura que destilaba, la hacían parecer una vieja prematura:
-Te he reservado la habitación de tus padres-, dijo al verme cargado de las maletas.
Desilusionado, la seguí por las escaleras. Su falda gris por debajo de las rodillas y su blusa blanca abotonada hasta el cuello, me parecieron en ese momento una  premonición de mis días en esa casa. Mecánicamente, me mostró el baño que podía usar y antes de darme tiempo a acomodar mis cosas, se sentó en una butaca y me expuso:
-Me han dicho que te vas a quedar al menos un año, por lo que creo que es conveniente dejar las cosas claras desde el principio. En esta casa se come a las dos y media y se cena a las nueve, si no vas a venir o vas a llegar tarde, hay que avisar. He abierto una cuenta en tu banco a nombre de los dos para el mantenimiento de la casa. Vamos  a ir al cincuenta por ciento, por lo que tienes que depositar quinientos euros para equilibrar lo que yo he ingresado. Todos tus caprichos los pagas tú. Y al igual que las dos habitaciones del fondo son en exclusividad mías, ésta y la contigua serán las tuyas, el resto serán de uso común. ¿Te ha quedado claro?-.
-Por supuesto, mi sargento-, respondí en broma.
Por la mirada asesina que me devolvió supe que no le había hecho gracia. La dulce cría se había vuelto una mujer huraña:
“Lo mal que debe haberle ido en su matrimonio”, me dije al ver que se iba sin despedirse.
Como no tenía nada que hacer al terminar de desembalar el equipaje, decidí dar una vuelta por el pueblo. El centro de Luarca no había cambiado nada desde que era un niño, los mismos edificios, la misma gente y sobre todo el mismo sabor a pueblo marinero que tanto me gustó esos veranos. Al ver el café Avenida, un bar al que mi abuelo solía llevarnos al salir de misa, decidí entrar y pedirme una sidra.  No llevaba diez minutos en él cuando vi llegar a un grupo de gente de mi edad montando un escándalo. Tanto los hombres como las mujeres venían con alguna copa de más, de manera que me vi marginado a una esquina de la barra. Cabreado por el escándalo, decidí volver a casa.
Al llegar, me estaba esperando en el comedor. Por suerte no había llegado tarde y por eso tras saludarla, me senté en la mesa. Contra todo pronóstico, mi prima resultó además de un encanto una estupenda cocinera. Todo estaba buenísimo y por eso al terminar y tratando de agradarla, le solté:
-Como me sigas cebando así, no me voy a ir de esta casa en años-.
María al escucharme, se soltó a llorar. Incapaz de comprender la reacción de la mujer, traté de consolarla abrazándola pero ella, levantándose de la mesa, me dijo:
-Te irás como se han ido todos los hombres de mi vida-.
Completamente alucinado, la vi marcharse. Una frase inocua había desatado una tormenta en su interior, recordándole el abandono de su marido. Sin saber qué hacer,  cogí los platos y ya en la cocina me puse a limpiarlos:
“Amargada es poco, esta tía esta de psiquiátrico”, sentencié mientras terminaba de ordenar la cocina, “lleva más de dos años sola y todavía no se ha hecho a la idea”.
Ya en mi cuarto, pude escuchar sus lamentos. Encerrada en su habitación, mi prima dejó que su angustia la dominase y durante dos horas no dejó de lamentarse por su suerte. Sabiendo que nada podía hacer, me puse los cascos y metiéndome en la cama, busqué que el sueño me impidiera seguir siendo testigo de la desazón de la mujer que dormía a unos metros.
A la mañana siguiente, María tenía el desayuno listo cuando salí de la ducha. Sus ojos hinchados eran prueba innegable que se había pasado llorando toda la noche. Al verme, me puso un café y tras darme los buenos días me pidió perdón:
-Disculpa por anoche, pero es que era la primera vez que cenaba con un hombre desde que me dejó mi marido-.
En ese momento no me percaté que se había referido a mí como un hombre y no como su primo y quitándole hierro al asunto le dije:
-No te preocupes. Ya se te pasará-.
-Eso jamás-, me gritó, -nunca podré olvidar la humillación que sentí cuando se fue con una mujer más joven-.
Mirándola, no me extrañaba que hubiese salido huyendo. María se había cambiado de ropa, pero seguía pareciendo una institutriz. Con una blusa almidonada y ancha, no se podía saber si esa mujer era plana o pechugona. Todo en ella enmascaraba su femineidad, la falda gruesa y casi hasta los tobillos podía ser el uniforme de una congregación de monjas. Sabiendo que si le decía algo se iba a enfadar, decidí callarme y al terminar de desayunar, me despedí de ella con un beso en la mejilla.
-Nos vemos a las dos-, dije mientras salía por la puerta.
Ya en la calle, me di cuenta que se había sentido incómoda por esa muestra de cariño pero soltando una carcajada, resolví que si eso la perturbaba iba a seguir haciéndolo. Durante el camino hacia el banco, no dejé de pensar en la mala fortuna que había tenido esa mujer y que siendo una belleza en su juventud, la mala experiencia de su matrimonio la había echado a perder. Ya en el trabajo, perdí toda la mañana conociendo a mi nuevo jefe y a los que iban a ser mis compañeros.
Don Mario, el director, resultó ser un viejo entrañable que viendo su jubilación cercana apenas trabajaba y se pasaba todo el día en el bar. Acostumbrado al hijo puta de José, no llevaba dos horas en esa sucursal cuando ya había comprendido que al exiliarme a ese remoto pueblo, me había hecho un favor.
“Aquí se vive bien”.
No me di cuenta del paso de las horas, de manera que me sorprendió saber que había que cerrar el banco e irnos a comer. Al llegar a casa, descubrí a mi prima limpiando de rodillas la escalera. Lo forzado de su postura me permitió percatarme que, aunque oculto, María seguía conservando el estupendo trasero de jovencita.
-No comprendo porque se tapa-, exterioricé sin darme cuenta.

-¿Has dicho algo?-, me preguntó dándose la vuelta.
Me sonrojé al pensar que me había oído y haciéndome el despistado le respondí que no.
-¿Tendrás hambre?-, me dijo poniéndose en pie, sin reparar que tenía dos botones desabrochados, lo que me permitió disfrutar de su profundo canalillo entre sus pechos. El sujetador de encaje que llevaba le quedaba chico, de manera que no solo se desbordaban sino que me dejó vislumbrar el inicio de unos pezones tan negros como apetitosos. Me vi mordisqueándolos mientras su dueña se corría entre mis brazos-
Cortado por la excitación que me produjo descubrir que esa hembra asexuada disponía de unos senos que serían la envidia de cualquier estrella del porno, le dije que me iba al baño y tras cerrar la puerta, no tuve más remedio que masturbarme pensando en ellos. Dominado por el deseo, me imaginé a esa estrecha entrando en el baño e implorando mis caricias, caminar a gatas a recoger su premio. Esa imagen tan deseada hacía veinte años, volvió con fuerza a mi mente y desparramando mi lujuria sobre el suelo del aseo, me corrí mientras pensaba en como follármela.
Al salir, la mojigata de mi prima se había vuelto a cerrar la blusa y con una sonrisa en su boca, me dijo que fuésemos a comer. Una vez en la mesa, me resultó imposible dejar de mirarla buscando en ella algo que me diera pie a un acercamiento pero, tras media hora de charla, comprendí que era absurdo y que esa tía era inaccesible. Como en el banco teníamos horario de verano después del café, decidí salir a correr un poco, porque llevaba una semana sin hacer ejercicio y sentía agarrotados mis músculos.  Aprovechando que la casa estaba en las afueras del pueblo,  recorrí durante dos horas los caminos de mi juventud, de manera que al volver a la casona, estaba empapado.
Cuando entré, mi prima estaba tranquilamente sentada leyendo en el salón.  Al levantar su mirada del libro, pude descubrir que fijó sus ojos en mi camiseta que, completamente pegada por el sudor, mostraba con claridad el efecto de largas horas en el gimnasio. Sin darse cuenta, recorrió mi cuerpo contando uno a uno los músculos de mi abdomen. Cortado por su escrutinio, le dije que me iba a duchar, ella volviendo a la novela ni siquiera me contestó. No me hizo falta, sonriendo subí por las escaleras y tras desnudarme, me duché.
“Joder con la amargada”, pensé mientras me enjabonaba, “menudo repaso me ha dado”.
Nada más terminar, fui directamente a mi habitación a vestirme. Acababa de terminar fue cuando me percaté que no había recogido la ropa sucia y que la había dejado tirada en el baño. Pensando que si entraba mi prima se iba a enfadar, decidí recogerla pero al llegar no estaba en el suelo. Comprendí al instante que ella la había cogido y avergonzado bajé al lavadero a disculparme. No tuve que tocar, la puerta estaba abierta. Ni siquiera entré desde fuera observé como María apretándola contra su cara no dejaba de olerla mientras sus manos se perdían en el interior de su falda. Mi querida prima, la puritana, completamente alterada por mi sudor, buscaba un placer vedado torturando su sexo con sus dedos. Sus gemidos me avisaron que ya estaba terminando. Impresionado por la lujuria de sus ojos, me retiré sin hacer ruido porque comprendí que si la descubría iba a sentirse humillada.
Al volver a mi cuarto, me tumbé en la cama y sin prisas me puse a planear el acoso y derribo de mi primita. De manera que cuando me llamó a cenar ya tenía el método por el cual esperaba tenerla en poco tiempo bebiendo de mi mano. Con todo ello en mi mente, me senté en mi silla y buscando el momento, esperé para preguntarle donde le parecía mejor que pusiera mis aparatos de gimnasia. Tras unos breves instantes, me contestó que la mejor ubicación era al lado del salón.
“Menuda zorra”, pensé al percatarme que desde el sillón donde había estado leyendo, iba a tener una visión perfecta de mí cuando me ejercitara. Satisfecho porque eso le venía de maravillas a mi plan, le dije que al día siguiente los montaría.
-Si quieres te ayudo después de cenar-, me contestó incapaz de contenerse.
Sabiendo que lo decía porque así desde el día siguiente iba a poder espiarme, acepté encantado, de forma que esa noche cuando me metí en la cama, la trampa estaba perfectamente instalada esperando que mi victima cayera. Y por segunda vez en el día, me masturbé pensando en ella y en cómo sería tenerla en mi poder.

EL CEBO
Los siguientes días fueron una repetición de ese día. Al llegar del trabajo comía con mi prima, tras lo cual y durante dos horas me machacaba duramente en ese gimnasio improvisado bajo la atenta mirada de María. Sabiendo que ella observaba, hacía pesas sin camiseta, de manera que poco a poco mis músculos y mi abdomen la fueron subyugando. Siempre la misma rutina, al terminar me secaba el sudor con el polo y dándole un casto beso me iba a duchar, olvidándome la ropa empapada en el baño. En todas y cada una de las ocasiones, al salir esta había desaparecido.
El jueves viendo que no paraba de mirarme, le dije:
-Porque no lees aquí y así me haces compañía-.
Asustada pero sin poder negarse, trasladó su sillón a la habitación que donde hacia ejercicio. Nada más entrar dejó el libro a un lado  y en silencio se dedicó únicamente a mirarme. Verla tan entregada, hizo que mi pene saliera de su letargo irguiéndose dentro de mi pantalón. Ella no tardó en darse cuenta, pero en vez de cortarse su cara se iluminó con la visión. Haciendo como si no me hubiese enterado, la vi morderse el labio mientras cerraba sus piernas tratando de controlar la calentura que la atenazaba. Esa tarde le di un regalo, antes de ducharme me masturbé eyaculando sobre mi pantalón corto.
Buscando ver si mi semen había cumplido su objetivo, me acerqué sin hacer ruido al lavadero. No tuve que entrar, desde la cocina escuché sus gemidos. Totalmente fuera de sí, mi primita estaba apoyada con el pico de la lavadora contra su culo mientras con la falda a media pierna introducía sus dedos en su sexo. SI esa imagen ya de por sí era cautivadora más aún fue oír como se retorcía diciendo mi nombre mientras con su lengua recogía el semen que le había dejado. Sabiendo que debía seguir forzando su deseo, me retiré sonriendo.
Durante la cena, María estaba feliz. Sus ojos tenían un brillo que no me pasó desapercibido. Al mirarme desprendía un fulgor que supe interpretar. Esa mujer amargada se había despertado, convirtiéndose en una hembra hambrienta de líbido. No me quedaba duda de que caería como fruta madura ante cualquier acercamiento por mi parte pero esa no era mi intención. Quería obligarla a dar ese paso, a que venciendo todo tipo de resentimiento o tabú, ella viniese a mí implorando que la tomara.  Era una carrera de medio fondo, no podía ni debía de acelerar el paso.
Casi en el postre, como quien no quiere la cosa, dejé caer que me dolía la espalda y que me urgía un masaje. Mis palabras fueron un torpedo contra su línea de flotación y gozando  su próxima captura, la vi debatiéndose entre el morbo de tocarme y su aprensión a que me diese cuenta que me deseaba. Durante unos minutos no dijo nada pero cuando me levantaba a dejar mi taza en el fregadero, oí que me decía:
-Si quieres  yo puedo hacértelo-.
Disimulando, le contesté que no sabía a qué se refería. Bajando su mirada, sumisamente, María me aclaró:
-El masaje-.
 -De acuerdo. ¿Te parece que mientras lavas los platos, me desnude?-, contesté sin darle importancia.
Mi prima no pudo evitar dejar caer los platos que llevaba al lavavajillas al oírme. Con el estrépito de la loza rompiéndose en mis oídos, la dejé con sus miedos mientras subía a mi cuarto.  Cuidadosamente fui preparando el escenario, completamente desnudo y tapando únicamente mi trasero con la sábana, la esperé tumbado boca abajo. Sus complejos la mantuvieron durante quince minutos dizque limpiando la cocina y por eso cuando entró crema, estaba adormilado.
Casi de puntillas, se puso a mi lado y embadurnándome con la crema, empezó a recorrer tímidamente mis hombros.  Sus manos fueron perdiendo el miedo poco a poco. La mujer tomando confianza fue bajando por mi espalda, sin parar de suspirar. Encantado con la excitación de mi prima, me mantuve con los ojos cerrados. Sus dedos apretaron mis dorsales mientras su dueña sentía como se aflojaban sus piernas. Tratando de mejorar la postura, se puso a horcajadas sobre mí con una pierna a cada lado de mi cuerpo. En lo que no reparó fue que su braga quedaba en contacto con mi piel por lo que pude comprobar que la humedad envolvía su coño. Abstraída en las sensaciones que estaba sintiendo , María ya había perdido todo reparo y furiosamente masajeaba con sus palmas mi columna.
-Más abajo-, le dije sin levantar mi cara de la almohada.
Se quedó petrificada al oírme. Durante unos instantes no supo reaccionar por lo que tuve que forzar su respuesta quitándome la sabana. Por primera vez, me veía completamente desnudo. Indecisa, fue tanteando mi espalda baja luchando contra su deseo. Mi falta de respuesta, la tranquilizó y echando más crema sobre mi piel, reinició el masaje.   No tuve que ser un genio para interpretar su respiración entrecortada. Mi prima estaba luchando contra su deseo y éste estaba venciendo. Cuando sentí que estaba a punto, dije:
-Más abajo-.
La mujer, obedeciéndome, acarició mi trasero con sus manos sin atreverse a incrementar la presión de sus dedos.
-Más fuerte-.
Con sus defensas asoladas, se apoderó de mis nalgas. Sus palmas estrujaron mis músculos mientras su dueña sentía que su corazón se desbocaba. Absolutamente entregada, empezó a llorar cuando sus dedos recorrían mi trasero. Al percatarme de su estado, tapándome le dije que había sido una gozada el masaje pero que ya estaba relajado. Ella al oírme, comprendió que le estaba dando una salida y sin levantar su mirada, se despidió dejándome solo en la cama. No tardé en escuchar a través del pasillo, sus gemidos. María dando vía libre a sus sentimientos se estaba masturbando pensando en mí.
Satisfecho, pensé:
“Y mañana más”.

LA CAPTURA
Al despertar comprendí que ese fin de semana, tenía que dedicarlo en exclusiva a mi prima. En el comedor María me esperaba envuelta con una bata. Sonreí al darme cuenta que debido a su lujuria esa mujer no había dormido apenas y por eso no había tenido tiempo a vestirse antes de levantarse a preparar el desayuno. Forzando sus defensas, le di un beso en la mejilla mientras distraídamente mi mano acariciaba su trasero. Mi prima suspiró al sentirlo pero no dijo nada.
“Que poco queda para que me pidas que te tome”, pensé mientras sorbía el café.
La mujer, completamente absorta, no dejó de mirarme. Sus ojos seguían cada uno de mis movimientos como si estuviera hipnotizada.  Si lo hubiese querido con un chasquido de mis dedos esa mujer se hubiera entregado a mí pero su sumisión debía ser plena. Aguantándome las ganas de desnudarla y tirármela ahí mismo, terminé de desayunar.
Ya me iba por la puerta cuando volviendo sobre mis pasos, puse en su regazo trescientos euros.
-¿Y esto?-, preguntó.
-Como dijiste, cada uno paga sus caprichos. Quiero que vayas a la peluquería y te arregles el pelo y al salir entres en una boutique y te compres un vestido corto con la falda por encima de las rodillas. Estoy cansado que vayas vestida como si fueses a un funeral-, le dije.
Ella intentó protestar pero no cedí:
-No quiero vivir con una vieja. Ya es hora que despiertes-, respondí mientras salía de la casa dejándola sola.
 Disfrutando de antemano de mi triunfo, camino de la oficina no dejé de planificar mis siguientes pasos, concibiendo nuevas formas de dominio sobre la pobre mujer. La propia actividad de mi trabajo evitó que siguiera comiéndome la cabeza con ella, pero aun así, cada vez que tenía un respiro, lo usé para imaginarme que se habría comprado. Por eso, al abrir la puerta de la casa que compartía con esa mujer, estaba nervioso. Quería… necesitaba comprobar si había cumplido mis órdenes.
La confirmación de su entrega llegó ataviada con un vestido tan caro como exiguo en tela. María completamente cortada, me saludó mientras con sus manos intentaba alargar el vuelo de la falda. Teñida de rubia, con un escote que quitaba la respiración y mostrando sus piernas, me preguntó que me parecía:
-Estas guapísima-, contesté maravillado por la transformación.
Era increíble, la mujer amargada había desaparecido dando paso a una mujer desinhibida que destilaba sexualidad a cada paso. No solo era bella sino el sueño de todo hombre hecho realidad. Incapaz de contenerme, le pedí que diera una vuelta para verla bien. María, con sus mejillas teñidas de rojo, se exhibió ante mis ojos.
-Tienes unos pechos preciosos-, le dije posando mi mirada en sus enormes tentaciones.
Sus pezones involuntariamente se erizaron al escuchar mi piropo, su dueña totalmente ruborizada huyó a la cocina meneando su trasero. Ya envalentonado, le solté:
-Y un culo estupendo. ¡Me encanta que lo muevas para mí!-.
Mi querida prima había sobrepasado todas mis expectativas. Cuando empecé a seducirla no sabía el pedazo de mujer que se escondía debajo de ese disfraz. Lo había hecho por el morbo de tirarme al amor platónico de mi niñez pero ahora necesitaba poseerla por ella misma. Era tanta mi calentura que, durante la comida, no pude dejar de recrearme en sus curvas.
“Está buenísima”, reconocí al sentir que mi miembro pedía lo que mi cerebro retenía. “No sé si voy a poder aguantar no saltarle encima antes de tiempo”, pensé y  tratando de calmarme, le pregunté cómo estaba:
-Hoy es el primer día que no he pensado en mi ex marido-, me confesó con alegría, -tenías razón, tengo que pasar página-.
 Satisfecho con su respuesta, me levanté de la mesa y subiendo las escaleras me fui a cambiar. Al entrar al gimnasio, María me esperaba sentada en su asiento. Supe que estaba excitada al comprobar que, bajo la blusa, sus pezones la traicionaban. Meditando que hacer, me empecé a ejercitar bajo su atento examen. En un momento dado al mirarla vi que bajo el vestido, la mujer se había puesto un coqueto tanga y sin cortarme le dije:
-Me encanta verte las piernas pero más aún esas bragas rojas que llevas-.
Completamente avergonzada, cerró sus piernas diciéndome que no se había dado cuenta. Entonces echando un órdago, dije:
-Abre las piernas, te he dicho que me gusta verlas-.
Se quedó perpleja al oírme pero venciendo su vergüenza, fue separando sus rodillas sin ser capaz de mirarme. Cubriendo otra etapa de mi plan, fijé mi mirada en su entrepierna mientras mi prima se agarraba a los brazos del sillón para evitar tocarse. Que la mirase tan fijamente además de incomodarla, la estaba excitando. Su tanga se fue tiñendo de oscuro por la humedad que brotaba de su sexo. Al percatarme que estaba empapada y que se mordía los labios tratando de no demostrar el ardor que se le estaba acumulando entre las piernas, busqué sus límites diciendo:
-Tócate para mí-.
 María me fulminó con la mirada  indignada pero al comprobar que no cejaba en mi repaso y que iba en serio, se puso nerviosa luchando en su interior su razón contra la tensión almacenada en su sexo. Al fin venció su lujuria y con lágrimas en los ojos, metió sus dedos bajo el tanga y empezó a masturbarse. Su sometimiento era suficiente y dejando que se liberara en privado, salí de la habitación diciendo:
-Voy a ducharme, luego te llamo para que me ayudes a secarme-.
Sin esperar su respuesta, la dejé rumiando su calentura. Al entrar al baño, lo primero que hice fue descargar su ración de semen sobre mi pantalón para que cuando ella viniera a mí, ya estuviera dispuesta sobre la tela. Tranquilamente bajo el chorro, me enjaboné mientras mi mente volaba tratando de averiguar si esa noche sería su claudicación. El sonido de la puerta abriéndose, me confirmó que mi presa se había enredado en la red que había tejido. Solo la mampara me separaba de la pobre mujer.  Ahondando en su entrega, corrí la pantalla para que me viese desnudo. Sentada en el váter y estrujando mi ropa con sus manos, devoró con la mirada mi cuerpo. Su expresión desolada no hizo más que incrementar mi lujuria e impúdicamente, me di la vuelta para que viese mi pene en su máxima expresión. Avergonzada se intentó tapar la cara con mi pantalón la cara sin darse cuenta que mi semen iba a entrar en contacto con su boca.  Al sentir su sabor recorriendo sus labios, huyó del baño llevándose su regalo con ella.
Solté una carcajada al verla huir a descargar su excitación y gritando, le ordené:
-En cinco minutos, te quiero aquí-.
Acababa de cerrar el agua cuando volvió. Al regresar, ella misma había claudicado y sin esperar a que lo hiciera, le pedí que me acercara la toalla. De pie y desnudo aguardé a que me secara. Su sofoco era total, sin poder sostener mi mirada, mi prima fue retirando el agua de mi cuerpo mientras su sexo se mojaba. Al llegar a mi pene, le quité la toalla y levantándole la cara, le dije:
-¿Estaba hoy tan rico como ayer?-.
Tras unos momentos de turbación, me respondió sollozando que sí. Buscando derribar uno de sus últimos tabús, la tranquilicé acariciándole el pelo. Ella me miró con los ojos aún poblados de lágrimas y me preguntó:
-¿Desde cuándo lo sabes?-.
-Desde el primer día-.
Sus piernas se doblaron y sentándose en la taza, estalló a llorar exteriorizando su vergüenza. Anudándome la toalla, la levanté y entrando al trapo, le sonsaqué si se había corrido.
-Si-, me respondió.
Al escuchar su rendición, le dije:
-Dame tus bragas y así estaremos en paz-.
Incapaz de negarse, se las quitó y esperó a ver que iba a hacer con ellas. Nada más cogerlas, me las llevé a la nariz. El aroma a mujer inundó mis papilas y sabiendo que ella lo necesitaba, con mi lengua saboreé su flujo. Maria tuvo que cerrar sus piernas para no desvelar su deseo, momento que aproveché para decirle:
-Vamos a hacer un trato: Yo, todas las tardes te haré un regalo y en compensación, tú por las mañanas deberás entregarme la ropa interior que hayas usado durante la noche-.
 

Todavía abochornada, vio que era justo y que de esa manera éramos los dos, los que íbamos a compartir ese fetiche por lo que sonriendo me dio la mano sellando el acuerdo. Al verla irse meneando sus caderas, comprendí que podía ser cuestión de horas que ese portento acudiera a mí. Silbando mi triunfo, me vestí y poniendo su tanga en el bolsillo de mi chaqueta a modo de pañuelo, busqué a mi prima. La encontré en el salón, tarareando una canción mientras barría. Al fijarme en ella, me percaté que se la veía feliz. El saber que no solo no me había enfadado sino que era cómplice de su fantasía, la liberó. Cuando me vio, paró de cantar y regalándome una sonrisa, me preguntó a donde iba:

-Te equivocas primita, adonde vamos-, le respondí cogiéndola de la mano.
Muerta de risa, me pidió unos minutos para ponerse unas bragas. Pero cogiéndola en volandas, se lo prohibí y sin que pudiera hacer nada para evitarlo, la metí en el coche.
-¡Estás loco!-, me dijo abrochándose el cinturón, -la gente se va a dar cuenta de que no llevo nada debajo-.
-Te equivocas, solo tú y yo sabremos que tu tanga está en mi solapa-.
Sorprendida me miró la chaqueta porque hasta entonces no se había enterado de mi diablura y soltando una carcajada, me insultó diciendo:
-Además de cabrón, eres un pervertido-.
-Si-, respondí, -pero no te olvides que soy TU pervertido-.
Lejos de enfadarse, me devolvió una sonrisa mientras ponía en la radio un cd de los secretos. Por primera vez en dos años, María estaba contenta y sabiendo que no debía forzar la máquina decidí salir del pueblo y dirigirme hacia Puerto de Vega.  Durante los quince minutos que nos tomó llegar a esa población, no paré de decirle lo buenísima que estaba y lo tonta que había sido enterrándose en vida. Ella sin dejar de sonreír, me miró diciendo:
-Tienes toda la razón, pero gracias a ti he salido de mi encierro-.
Viendo que se ponía cursi, paré el coche y tomándola de los brazos, le dije:
-Yo estaré siempre ahí cuando me necesites, pero ahora es el momento que te liberes-.
-Te tomo la palabra-, me contestó y cambiando de tema, me preguntó a dónde íbamos. 
Al decirle que al bar Chicote, protestó diciendo que estaba en el muelle y que de seguro iba a estar atestado.
-Por eso-, respondí,-quiero que te sientas observada-.
-Capullo-.
-Zorra-.
-Sí, pero no te olvides que soy TU zorra-, me contestó usando mis mismas palabras mientras una de sus manos acariciaba mi pierna,
Al salir del coche, sus ojos brillaban por la excitación y sin quejarse me dio la mano, mientras entrabamos al local. Como había predicho, El Chicote estaba lleno por lo que tardamos unos minutos en llegar a la barra. Al preguntarle que quería, me dijo que un cubata porque necesitaba algo fuerte para pasar el trago.
-¿Tan mal te sientes?-, le contesté preocupado. 
-¡Que va!, lo que ocurre es que estoy empapada. Siento que todos saben que voy sin bragas y me encanta-.
-Pues disfruta-, le dije pasando mi mano por su trasero.
Al notar mi caricia, se pegó a mí diciendo:
-¡No seas malo!. Si me tocas,  voy a terminar corriéndome, y ¡no es eso lo que quieres!-.
-Todavía no. Querré que te corras el día que vengas a mí, de rodillas y pidiéndome que te tome. Ese día, me olvidaré que eres mi prima y te convertiré en mi mujer-.
Satisfecha con mi declaración de intenciones, pegando su pubis a mi entrepierna, me susurró al oído:
-¿Tiene que ser de día?, ¿no puede ser de noche?-.
-Estoy creando un monstruo-, le dije mientras  disimuladamente apretaba uno de sus pechos. –A este paso, te vas a convertir en una puta-.
-Ya te dije, si lo hago será tu culpa y yo, TU puta-.
Las siguientes dos horas fueron un combate de insinuaciones y caricias. María se lo estaba pasando en grande, retándome con la mirada mientras se exhibía ante la concurrencia. No paró de bailar ni de beber y ya un poco achispada, me pidió que nos retiráramos a  casa. En el coche, le pregunté si se sentía bien, a lo que me respondió que sí aunque un poco borracha. Fue entonces cuando me fijé que se le había subido la falda y que desde mi posición podía ver el inicio de su pubis. Mi sexo reaccionó saliendo de su modorra y solo el pantalón evitó que se irguiera por completo. Ella se dio cuenta y sonriendo me dijo si tenía algún problema.
-Yo no le respondí sino el camionero-, le respondí al percatarme que el conductor del tráiler que teníamos a la derecha en el semáforo, estaba disfrutando de una visión aún mejor que la mía, -o bien te bajas la falda, o te la subes para que el pobre hombre no sufra un tirón en su cuello-.
Mi prima se giró a ver a quien me refería y al ver la cara del buen hombre, riendo se subió el vestido y abriéndose de piernas, le mostró lo que  el tipo quería ver. No satisfecha con la cara de sorpresa, mojó uno de sus dedos en su sexo y descaradamente se lo chupó mientras le guiñaba un ojo. El camionero, tocando la bocina, agradeció a su manera el regalo recibido pero el objeto de su lujuria se había olvidado de él y mirándome, se destornillaba de risa en su asiento.
-¡Qué bruta estoy!-, me confesó al parar de reír.
-Por mí, no te cortes, si necesitas hacerlo -, respondí enfilando la carretera.
Poniendo cara de niña buena, me dijo que no sabía a qué me refería. Comprendí al instante, que quería que yo le ordenase por lo que prestando atención al camino, le dije:
-Quiero que te toques para mí-.
No se hizo de rogar, y bajando su mano por su pecho, pellizcó sus pezones mientras bromeando no paraba de maullar. Mirándola de reojo, observé como separaba sus rodillas y abriendo sus labios, me pedía permiso con sus ojos:
-¡Hazlo!-.
Mi orden desencadenó su deseo y sin prisa pero sin pausa, recorrió los pliegues de su sexo para concentrar toda la calentura que la dominaba en su entrepierna. Atónito presté atención a cómo con furia empezó a torturar su clítoris. Era alucinante verla restregándose sobre el asiento mientras con la otra mano se acariciaba los pechos. Los gemidos de mi prima no tardaron en acallar la canción de la radio y liberando sus miedos, se corrió sobre la tapicería.  Al terminar, pegándose su cuerpo al mío, me dio un beso mientras decía:
-Gracias, lo necesitaba-.
Asumiendo mi victoria, aparqué en el jardín y abriendo su puerta, le dije:
-La señora ha llegado sana, salva y empapada a casa-.
Soltó una carcajada al oír mi ocurrencia y meneando descaradamente su trasero, subió por las escaleras de la entrada principal. Al llegar al rellano, se dio la vuelta y plantándome un beso en los morros, me confesó que nunca en su vida se había sentido tan libre y que todo me lo debía a mí. No me quedó ninguna duda que mi prima buscaba con ese beso que le hiciera el amor pero sabiendo que necesitaba su entrega total, dándole un cachete en su culo desnudo le dije que era hora de irnos a dormir. Poniendo un puchero, se dio la vuelta y sin despedirse se fue a su cuarto.
No había acabado de desnudarme, cuando la vi aparecer por la puerta de mi habitación. Se había cambiado y volvía envuelta en un picardías transparente que no dejaba ningún resto a la imaginación. Sus pechos con sus negras aureolas y su pubis perfectamente recortado eran visibles a primera vista. Sabía a qué venía pero haciéndome el duro le pregunté qué quería. Como única respuesta, María deslizó los tirantes de su combinación y dejándola caer se quedó desnuda de pie, mirándome. Sin hacerla caso me tumbé y poniendo cara de extrañeza, dije:
-Algo más, ¡eso no es suficiente!-.

Comprendiendo a que me refería, se arrodilló y a gatas vino a mi lado, ronroneando de deseo al hacerlo. Lejos de parecer una gatita, mi prima me recordó a una pantera al acecho de  una presa, la cual se encontraba tumbada e indefensa en la cama. Al llegar hasta mí, restregó su cabeza contra mi brazo y poniendo voz dulce, susurró a mi oído:
-Esta cachorrita abandonada necesita un dueño. Tiene hambre y frio y las noches son muy largas-.
-Pobrecilla-, le contesté siguiendo la broma. -No comprendo cómo siendo tan hermosa no ha conseguido todavía a alguien que la mime-.
Mi prima se metió entre mis sábanas al sentir mi mano recorriendo sus pechos. Pegando su cuerpo, me besó mientras se restregaba buscando calmar la calentura que la dominaba. Al sentir que buscaba introducir mi pene en su sexo, la separé diciendo:
-Déjame a mí-.
Tenía a mi disposición el cuerpo que me había subyugado desde niño y no quería desaprovechar la oportunidad de disfrutar de él. Por eso colocándola frente a mí, fui besando y mordiendo su cuello con lentitud. La increíble belleza de sus pechos que me habían vuelto loco al regresar a Luarca, se me antojó aún más codiciada al percatarme que sus pezones esperaban erectos mis mimos. Acercando mi lengua a ellos, jugué con los bordes de su aureola antes de introducírmela en la boca. Satisfecho, escuché a mi prima suspirar cuando sin importarme que fuera moral o no, mamé de sus tesoros. María supo que tenía que permanecer inmóvil, deseaba sentirse mujer otra vez y mis caricias lo estaban consiguiendo.
No contento con ello, fui bajando por su cuerpo sin dejar de pellizcar sus pezones. La mujer al sentir que me aproximaba a su sexo, abrió sus piernas. Verla tan dispuesta, me maravilló y dejando un rastro húmedo, mi boca se entretuvo en la antesala de su pubis, mientras ella no dejaba de suspirar. Mi pene ya se encontraba a la máxima extensión cuando probé por vez primera su flujo directamente de su sexo. No me había apoderado de su clítoris cuando de su interior brotó un río ardiente de deseo. Llorando me informó que no podía más y que necesitaba ser tomada. Sonreí al oírla y haciendo caso omiso a sus ruegos, me dedique a mordisquear su botón mientras mis dedos se introducían en su vulva. Como si hubiese dado el banderazo de salida, el cuerpo de María empezó a convulsionar al apreciar los primeros síntomas del orgasmo. Convencido que de esa primera noche iba a depender que esa mujer se rindiera a mí, busqué su placer con mi lengua y bebiendo su lujuria prologué su climax mientras ella se retorcía entre mis brazos.
-No es posible-, sollozó al comprobar que se corría sin pausa dejando una húmeda mancha sobre las sabanas. -Te necesito-, gritó cogiendo mi cabeza y pegándola a su sexo.
Durante un cuarto de hora, no solté mi presa. Yendo de un orgasmo a otro sin descansar, mi prima se deshizo de todos sus tabúes y disfrutando por fin, cayó rendida a mis pies. Satisfecho me incorporé y besándola le pregunté si se arrepentía de haber cedido a su deseo:
-No-, me contestó con una sonrisa, -de lo que me arrepiento es de no haberlo hecho antes-.
Fue entonces cuando decidí formalizar su sumisión y pasando mi mano por su trasero, le di un azote mientras le ordenaba darse la vuelta. Incapaz de desobedecerme se tumbó boca abajo sin saber que era lo que quería hacerle. Sin pedirle permiso, separé sus nalgas para descubrir un esfínter rosado. Cogiendo con mi mano parte de su flujo, fui toqueteándolo ante su mirada alucinada. Se notaba que su ex nunca había hecho uso de él y saber que iba a ser yo el primero, me terminó de calentar.
-Tráete crema-, ordené a mi prima.
Dominada por la lujuria, María corrió a su baño y en breves instantes volvió con un bote de nívea entre sus manos. Sin tenérselo que recordar se puso a cuatro patas y abriendo sus dos cachetes, me demostró su obediencia. Con mis dedos llenos de crema, acaricié su esfínter mientras ella esperaba expectante mis maniobras. Buscando que fuese placentera su primera vez, introduje un dedo en su interior.
-¡Que gusto!-, gimió al sentir horadado su agujero.
Me sorprendió comprobar lo relajada que estaba y por eso casi sin pausa. Metí el segundo sin dejar de moverlo. Poco a poco, se fue dilatando mientras ella no dejaba de declamar el placer que la invadía. Comprendiendo que estaba dispuesta, embadurné mi pene y posando mi glande en su entrada, le pregunté si estaba lista.  Durante unos segundos dudó, pero entonces echándose hacia atrás se fue empalando lentamente sin quejarse. La lentitud con la que se introdujo toda mi extensión en su interior, me permitió sentir cada una de las rugosidades de su ano al ser desvirgado por mi pene. Solo cuando sintió la base de mi sexo chocando con sus nalgas, me pidió que la dejara acostumbrarse a esa invasión. Haciendo tiempo, cogí sus pechos entre mis manos y pellizcando sus pezones, le pedí que se masturbara.
No hizo falta que se lo repitiera dos veces, bajando su mano, empezó a acariciar su entrepierna a la par que empezaba a moverse. Moviendo sus caderas y sin sacar el intruso de sus entrañas, la mujer fue incrementando sus movimientos hasta que ya completamente relajada, me pidió que empezara. Cuidadosamente en un principio fui sacando y metiendo mi pene de su interior mientras ella no paraba de rozar su clítoris con sus dedos. Sus suspiros se fueron convirtiendo en gemidos y los gemidos en gritos de placer al sentir que incrementaba la velocidad de mis embestidas. Al cabo de unos minutos, mi presa totalmente entregada me pedía que   acrecentara el ritmo sin dejar de exteriorizar el goce que estaba experimentando.
Al percatarme que estaba completamente dilatada y que podía forzar mis estocadas, puse mis manos en sus hombros y atrayéndola hacía mí, la penetré sin contemplaciones. Completamente alucinada por el nuevo tipo de placer, María chilló a sentir que se volvía a correr y soltando una carcajada, me pidió que no parara:
-¿Te gusta putita?-, le dije dando un azote en su trasero.
-Me enloquece-, contestó al sentir el calor de mi golpe.
Percibiendo que mi azote había espoleado aún más su ardor, fui alternando mis acometidas con sonoras caricias a sus nalgas. Ella berreando me rogó que siguiera y como poseída, mordió la almohada levantando su trasero. Su enésimo orgasmo coincidió con el mío y rellenando su interior con mi simiente, me desplomé a su lado.
Exhaustos nos besamos y sin dejar de acariciarme, María esperó a que descansara, tras lo cual pasando su mano por mi pelo, me dijo:
 

-Tu cachorrita tiene el culo calentito pero sigue teniendo sed-.

Solté una carcajada al oírla al comprender que quería tomar de su envase original la blanca simiente de su liberación.

 

 
 

Relato erótico; “Mi obsesión por el culo de la profesora de mi hija” (POR GOLFO)

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El culo de la profesora.

No había padre que no volteara a ver el culo de esa profesora. Desde que mi hija entrara en la escuela, cada vez que iba a recogerla, no podía dejar de aprovechar la ocasión para echar una mirada a ese primor de trasero. Durante dos años, me había hecho multitud de pajas en su honor. No solo era  grande y duro, lo que en verdad enloquecía a los hombres era su manera de menearlo. Consciente y orgullosa de ser la dueña de semejante monumento, Patricia lo exhibía sin disimulo, vistiendo diminutas minifaldas y todavía más exiguos shorts.  Nadie era inmune. A todos, y yo no podía ser una excepción, se nos hacía agua la boca al disfrutar de la visión de esa morena cuando, con una sonrisa, nos entregaba a nuestros hijos.
Era joven, no tenía más que veinticinco años y aun así desprendía una madurez que te cautivaba. Con un culo espectacular, una cara preciosa, para colmo, la naturaleza le había dotado de unos pechos que te invitaban a meter la cabeza entre ellos. En resumen, esa muchacha era una mujer de bandera, de esas que adoran los padres y ponen celosas a las madres de todo el que tenga la suerte de ser su amigo.
Como mi niña era buena estudiante, nunca tuve que ir a verla, es más, creo que, si hiciera memoria, jamás hasta ese día, había cruzado cinco palabras seguidas con ella y por eso me sorprendió que, una tarde, la cuidadora de mi hija me entregara una nota suya. Extrañado, abrí el sobre donde me mandaba el mensaje. Al leerlo vi que lejos de ser una reprimenda a su  alumna, la profesora me decía que estaba impresionada de la capacidad de María y que quería saber si podía pasarme, por el colegio,  ese lunes a las tres.
Ni que decir tiene que le metí a mi chavala en su mochila una breve nota mía, confirmando la cita. Sin saber qué era lo que quería, no le di demasiada importancia, mandándolo al baúl de los recuerdos y no volví a pensar en ello hasta el día de la entrevista. Esa mañana al recordar que tenía que ir a verla, me vestí con mis mejores galas y hecho un pincel, fui a verla.
Al llegar, me dirigí directamente a la sala de profesores. Estaba cabreado conmigo mismo al darme cuenta que me estaba poniendo nervioso por el mero hecho de hablar con ella.
“Joder, Alberto, que no eres un crio”, me decía tratando de calmarme, “a tus treinta y cinco años no puedes ser tan idiota de alterarte por la idea de ver a esa mujer”.
Por mucho que lo intenté, seguía temblando como un flan, cuando toqué la puerta. Desde dentro, la profesora me pidió que pasara. Al entrar, me tranquilicé al ver que no se levantaba de la mesa, ya que así, no tendría que sufrir la tentación de verla en pie.
-Siéntese, por favor- dijo casi sin levantar la mirada del expediente que estaba leyendo. Su voz gruesa, casi masculina, era quizás más subyugante que su trasero y nuevamente excitado, tomé asiento.
Tardó todavía dos minutos en hacerme caso, ciento veinte segundos que solo sirvieron para incrementar mi deseo al darme la oportunidad de dar un rápido repaso a esa anatomía de película. Patricia se había puesto para la ocasión una escotada blusa que dejaba entrever las sensuales formas de su pecho.
“Mierda”, exclamé mentalmente al sentir que bajo mi pantalón, mi pene se empezaba a alborotar.
Afortunadamente, sus primeras palabras cortaron de cuajo mi entusiasmo.
-Es divorciado, ¿no?- soltó, haciéndome recordar el abandono de la zorra de mi mujer.
-Sí-
-¿Y tiene usted, la patria potestad de María?-
Bastante mosqueado por el interrogatorio, contesté afirmativamente y sin cortarme un pelo, me quejé de a que venía eso.
-Perdone mi falta de tacto, pero quería asegurarme antes de plantearle un asunto-, me dijo un tanto avergonzada, –Verá, el colegio ha seleccionado a su hija para que nos represente en una olimpiada de conocimientos y queremos pedirle su consentimiento-
No tuve más remedio que reconocerle que no tenía ni puñetera idea de lo que me estaba hablando. Ella, soltando una carcajada, me explicó que era un concurso a nivel nacional y que de aceptar mi niña, durante todo un fin de semana, competiría con los mejores expedientes del país.
-Le aconsejo que la deje ir, si gana se llevaría una beca-
Sin necesitar dicha ayuda, comprendí que además de ser un honor, era una oportunidad y por eso, no puse  traba alguna y casi sin leer, firmé los papeles que la muchacha me puso enfrente. Ya me había despedido, cuando desde la puerta recordé que no sabía cuándo ni dónde iba a tener lugar.
-El uno de marzo en Santander-
Alucinado que se tuviera que desplazar tan lejos, pregunté quien la iba a acompañar:
-Por eso no se preocupe- contestó sin saber lo que su respuesta iba a provocar en mí: -El colegio se hace cargo de mi estancia  y la de ustedes dos-
“¡Puta madre!”, mascullé entre dientes al pensar en la tortura que supondría pasar todo un fin de semana con ese bombón. Sabiendo que era inalcanzable, esos dos días serían una dura prueba a superar. De nuevo le dije adiós, pero esta vez, salí huyendo y ya en el coche, idílicas imágenes de esa mujer entregándose a mis brazos, poblaron mi imaginación.
Clases extra.
Quedaban dos meses para el concurso, por lo que, supuse que con el paso de los días, me iba a ir serenando. ¡Qué equivocado estaba!. Esa misma tarde, mientras estaba en la oficina, recibí una llamada suya al móvil. En ella, me informó que, como el director estaba muy interesado en ganar, había autorizado a que después del horario normal, María recibiera clases extra. Tal y como lo planteó, me pareció lógico pero tuve que negarme:
-Lo siento es imposible, la cuidadora de mi hija termina su turno a las seis y si se queda más tiempo en el colegio, no tengo a nadie que la recoja-
-Por eso no se preocupe- contestó, -había pensado en dárselas en mi casa y que usted, al salir de trabajar, la recogiera sobre las ocho-
Comprendiendo que aunque perdiera, ese refuerzo redundaría en beneficio de la cría, no pude negarme y aceptando, le pregunté qué días iban a ser:
-Martes y jueves- respondió y tras titubear un poco, me pidió que no hablara con los otros padres sobre ello – Sabe cómo es la gente, si se enteraran, se quejarían de que sus hijos no reciben el mismo trato-.
-No se preocupe- respondí y pidiéndole la dirección donde recoger a mi hija al día siguiente, colgué el teléfono.
“Hay que joderse”, pensé mientras volvía a concentrarme en mi pantalla del ordenador, “¿cómo coño voy a hacer para no ponerme bruto cada vez que la vea?”.
Gracias a que mi secretaria entró con unos cheques para firmar, no seguí reconcomiéndome con la idea. Tres horas más tarde, al llegar a mi apartamento, mi hija estaba encantada. Patricia le había explicado que dos días a la semana, iba a  darle clase en su casa.
Aproveché ese momento para preguntarle por ella. María, sin saber las motivaciones de esa pregunta, me contestó que le tenía enchufe y que era muy cariñosa con ella. Lo que no me esperaba es que la cría me soltara que su profesora llevaba todo el año preguntando por mí. Alucinado, tuve que indagar en su respuesta y sin darle importancia, dejé caer a que se refería:
-Papá, creo que le gustas- respondió soltando una risita -esta tarde me sonsacó si tenías novia- .
La confidencia de la niña de diez años me turbó y cambiando de tema, le dije que ese fin de semana íbamos a ver a la abuela. María adoraba a mi madre por lo que el resto de la cena, estuvimos planeando la visita. Aunque ella se había olvidado de la conversación, yo no pude. Y al meterme en la cama, no pude evitar imaginarme como sería ese estupendo culo al natural. Soñando que la poseía y derramándome sobre las sábanas, me corrí.
Al día siguiente, me levanté cansado. No había podido dormir, cada vez que intentaba conciliar el sueño, veía a Patricia desnuda susurrándome que la hiciera mía. No sé cuántas veces soñé con ella, esa noche, aunque fuera fantaseando, la tomé de todas las formas imaginables. Habíamos hecho el amor dulcemente, salvajemente e incluso, durante esas horas, había desvirgado ese trasero que me traía loco. 
Durante todo el día, estuve irritable. Saltaba como un energúmeno ante la más nimia contrariedad, mi propio socio, en un momento dado, me preguntó que me pasaba. Al contárselo, se descojonó de mí, diciendo:
-Macho, no te comprendo. Si está tan buena como dices, ¡qué haces que no le saltas al cuello!-.
-Ojalá pudiera. Ante ella, me quedo como un idiota, parado, sin saber que hacer-.
-Pues fóllatela, que falta te hace. Llevas demasiado tiempo sin tener a una mujer en tus brazos- respondió dando por zanjada la conversación.
“¿Follármela?, ¡si ni siquiera puedo hablar con ella, sin que se me ponga la piel de gallina!”, me recriminé dándolo por perdido. 
A las ocho, llegué puntualmente a su dirección y tocando al telefonillo, le dije que había llegado. Patricia me pidió que subiera, porque aún les quedaba diez minutos para terminar la lección. Cogiendo el ascensor, los nervios me atenazaban el estómago. Tratando de sosegar mi ánimo, me acomodé la corbata ante el espejo y al mirarme, comprendí que era inútil el soñar que esa mujer se fijara en mí. No solo era la diferencia de edad, mientras ella era un portento, yo era uno del montón.
Al salir, la profesora me esperaba en el zaguán. Vestida con un pijama de franela, lejos de menguar su atractivo, se incrementaba, al dotarle de un aspecto aniñado. Contra su costumbre de saludar con la mano, Patricia me dio un beso en la mejilla y sin más, me llevó a su salón:
-¿Quieres algo?- me preguntó tuteándome por primera vez, -María va a tardar un rato.
-No, muchas gracias. Estoy bien- respondí cortado.
Ella sonrió y dejándome, se marchó a terminar. Aprovechando que estaba solo, me puse a fisgonear las fotos de la habitación, buscando algún indicio que me permitiera conocer más a esa mujer. Pude averiguar poca cosa, porque la mayoría de ellas eran de la clase de mi hija. Solo cuando ya había perdido la esperanza, observé que, sobre una mesa camilla, había una en la que aparecía en bikini.
Incapaz de contenerme, la cogí en mis manos y totalmente excitado, disfruté al verla casi desnuda. Quien hubiese tomado esa instantánea, la había pedido que adoptara una pose sensual. Con los brazos alzados, la postura me permitió regocijarme en sus pechos. Tapados únicamente por un triángulo de tela, se podía comprobar la perfección de sus formas. Tan absorto me quedé, que no me di cuenta de que mi hija y su profesora habían terminado y me miraban desde la puerta. Abochornado, devolví la foto a su lugar y despidiéndome, cogí a mi cría y me fui.
“¡Qué vergüenza!”, pensé ya en el coche, “se ha dado cuenta  que me pone como una moto”.
Pensando que me había pasado y que de nada servía pedir perdón, porque eso solo empeoraría las cosas, decidí no repetir el mismo error. Ni que decir tiene que esa noche al meterme en la cama, volví a soñar con ella y dando vía libre a mi lujuria, me masturbé en su honor.
Me dejo llevar por su juego.
Dos días después, comprendí que esa mujer no solo no se había sentido molesta por el repaso que había dado a su anatomía a través de la foto, sino que se había sentido alagada. Os preguntareis el porqué de mi afirmación, pues, muy fácil:
Ese  jueves, al llegar a su casa, nuevamente Patricia me pidió que subiera y como si fuera un calco de lo ocurrido el martes, me dejó solo en el salón. Al mirar la mesa donde estaba en bikini, me percaté que dicha foto ya no estaba pero lejos de apenarme su ausencia, alucinado, descubrí que había dejado otras dos en su lugar.  Si ya era sensual la anterior, con gozo, disfruté de sus sustitutas. La primera de ellas era  un primer plano de su culo. Los granos de arena blanca pegados a las nalgas de esa mujer hacían contraste con lo moreno de su piel. Mi pene salió de su letargo al verla pero se irguió dolorosamente dentro de mi pantalón al regocijarme en la segunda. Esta era aún más explícita, ya que, era una pose artística donde la dueña de la casa aparecía completamente desnuda, tapándose con sus manos los pechos y la entrepierna.
“¿A qué coño juega?”, me pregunté sabiendo que no era fortuito el cambio y temiendo que me volvieran a pillar, volví a dejarlas en su lugar.
Cuando llegó con mi hija, lo primero que hizo al entrar fue mirar hacia las fotos y al ver que estaban descolocadas, sonrió. Acto seguido, me miró para comprobar con sus propios ojos si me había visto afectado. El bulto de mi cremallera me traicionó y ella sin hacer ningún comentario, nos acompañó a la puerta. Al despedirse de mí, rozó su cuerpo contra el mío mientras me informaba de los progresos de mi hija. Juro que estuve a un tris de acariciarla, pero la presencia de María lo evitó y completamente excitado, cogí el ascensor.
Durante el fin de semana no pude abstraerme de ella, cada vez que tenía un momento de tranquilidad, volvía a mi mente las sugerentes imágenes que esa mujer me había regalado.  Tenía que hacer algo, no podía dejar de pensar en cómo atacarla. Temiendo haberme equivocado y que fuera una coincidencia, decidí esperar y ver como se desarrollaban los acontecimientos.
La confirmación de que la profesora de mi hija estaba jugando con fuego, llegó al martes siguiente, porque al abrirme la puerta, me quedé de piedra al comprobar que llevaba un coqueto picardías casi transparente. No me cupo duda que se dio cuenta que me quedé observando sus negras aureolas porque estas se erizaron al sentir la caricia de mi mirada. Sonriendo, me besó en la mejilla y haciéndome pasar a la habitación, me soltó antes de irse:
-Que las disfrutes-.
No había cerrado aún la puerta cuando yo ya tenía en mis manos las fotos que habían sustituido a las anteriores. En esta ocasión, su regalo consistía en una serie de instantáneas donde aparecía luciendo un blusón aún más atrevido que el de esa noche.  De todas ellas, la que más me enervó fue una en la que sentada en una silla, con las piernas abiertas, se pellizcaba los pezones por encima de la tela. Sin llegar a ser porno, la serie de fotografías era francamente erótica y con ellas en la mano, me fui al baño a cascarme una paja.
Cinco minutos después, ya relajado, las devolví a su lugar y poniendo sobre la mesa una tarjeta mía, le escribí una nota en la que le decía que me habían encantado, dejándole mi dirección de correo electrónico. Dando un salto en nuestra relación, al despedirme, dejé durante unos instantes que mi mano se recreara en su trasero. Ella, al sentir mi caricia, no se apartó pero protestó, susurrándome al oído:
-Ahora, no. Está la niña–.
Ya en el coche, estaba sorprendido de haber tenido el valor de tocarle el culo pero más de su respuesta. Patricia me había dejado claro que solo le había molestado que lo hiciera en presencia de mi hija. ¡Ese pedazo de mujer claramente estaba tonteando conmigo!. Ajena a la consternación que sentía su padre, María me estaba contando que, gracias a Patricia, había sacado otro diez en matemáticas y que para compensárselo, la había invitado a cenar.
-¿Cuándo?- respondí temiendo que fuera esa misma noche.
-Este viernes, Papá. Patricia me ha pedido que le llames para confirmar-, me dijo alegremente-.
“¡Menos mal!”, suspiré aliviado pensando que no quiso contrariar a la niña y por eso, lo de la llamada, prefiere que sea yo quien le dijera que no podía ser.
Esperé que se metiera a la cama para llamar a su profesora, en parte, porque me daba corte que me echara en cara el magreo. Sin tenerlas todas conmigo, le marqué a su móvil.
-¿Si?-, dijo al contestar.
-Patricia, soy Alberto, el padre de María-.
-Ah, gracias por llamar, solo quería saber que querías que llevara. Me da vergüenza ir con las manos vacías-.
-No hace falta que traigas nada-, respondí tartamudeando por la sorpresa que quisiera venir.
-Vale, cómo pasado mañana tienes que recoger a la niña, ¿si te parece hablamos?-.
-¿Hablar de qué?-.

Riéndose, me contestó:

-Del correo que te acabo de mandar- y sin darme tiempo a preguntar, me colgó.
La curiosidad venció a mi pereza, sabiendo que podía ser importante, fui a mi portátil y lo encendí. Jamás me había parecido tan lento el puñetero ordenador. Me urgía ver que esa mujer me había mandado y desesperado, tuve que aguantar que el Windows se abriera. Tres minutos después pude, por fin, entrar en mi cuenta. Al desplegarse el correo de entrada, vi que no me había mentido al decirme que me había dado un mensaje.
Nervioso por lo que significaba, lo abrí para descubrir que me mandaba la dirección y la clave de un Dropbox.
“Joder”, farfullé mientras tecleaba la dirección.
Sin saber qué era lo que me iba a encontrar, vi que había tres archivos. Un video y dos documentos. La profesora había previsto el orden de apertura, de manera que tecleé el que tenía por nombre “Primero en abrir”.
Era una carta. Temblando hasta la medula, empecé a leerla:
Alberto:
He querido escribirte este mensaje porque me da vergüenza decírtelo en persona. Aunque todo el mundo piensa que soy una mujer sin problemas para conseguir el hombre que desea. Es falso, desde cría, les he dado miedo.
El más claro ejemplo eres tú. Llevo dos años enamorada de ti y por mucho que intenté que me hicieras caso, no lo conseguí. Al principio solo me reía cada vez que me comías con la vista, pero poco a poco fui cayendo en tu juego y ahora no puedo evitar estremecerme cada vez que me miras.
Eres todo lo que puedo desear. Maduro, guapo, rico y encima tienes buenos genes. Tu niña que me tiene  subyugada, es la hija que siempre he querido tener. No sabes las veces que he soñado que los tres formábamos una familia, por eso cuando me enteré del concurso, decidí aprovecharlo para conquistarte.
Supuse que sería lento conseguirlo, pero has cometido un error y no pienso dejarte escapar. Eres mío y estás en mis manos. Mira el video tan entretenido que te mando, no creo que quieras que llegue a los otros padres o a tus clientes, podrías perder hasta la patria potestad. Siento usarlo, pero estoy cansada de que no me hagas caso.
Para que no te enfades mucho, te envió en el otro Word, unas fotos mías. ¡Seguro que reconoces el camisón!
Un beso de tu novia
Patricia.
p.d. Me he corrido viéndote. Quiero tener  una foto tuya de cuerpo entero, a ser posible, desnudo y con una erección.
-¡Será hija de puta!- grité al suponer en qué consistía el video.
Mis temores se vieron confirmados al visionar el archivo. La zorra me había grabado masturbándome en su baño, incluso se había permitido acercar el enfoque y sacar un primer plano de mi cara, mientras daba rienda a mi lujuria.
“¡Me tiene cogido de los huevos!”, pensé al verlo. “cualquiera que lo vea, supondrá que la estoy acosando y que ella es una pobre víctima”. No en vano, ese video probaba que la escena se desarrollaba en su casa y que las fotos eran de ella. “Si no le sigo la corriente, o bien me monta una demanda o lo que es peor, se lo envía a la guarra de mi ex y pierdo a mi hija”.
Si la hubiera tenido enfrente, la hubiese matado. Hecho un energúmeno, me fui al salón y cogiendo una botella de whisky, me serví una copa, tratando de tranquilizarme. Apurando el vaso, busqué una vía de escape pero no pude encontrarla. No podía sustraerme a su chantaje, cualquier movimiento por mi parte en contra de ella, lo único que provocaría sería mi desgracia y  por eso, con la tranquilidad que da el saberse sin esperanza, volví a releer esa mierda de carta. La muy perra no se cortaba un pelo, después de confesar un supuesto enamoramiento, no solo me amenazaba, sino que haciendo uso del más infame chantaje, dejaba claras sus intenciones. Aunque sonase a una locura, ¡Patricia me quería de pareja! Con el orgullo herido, tuve que reconocer que yo soñaba con seducirla, pero  después de recibir ese correo, era odio lo que esa mujer me trasmitía. Podía ser bellísima pero era una arpía.
Sin ganas de saber que era el tercer archivo lo abrí.
Cómo me anticipó consistía en unas fotos eróticas de ella, vistiendo el camisón de esa noche. Mecánicamente y sin producirme ningún morbo, fui pasando de una instantánea a otra. Patricia me había enviado varias series divididas por secuencias. En la primera, con el rostro difuminado, miraba una pantalla donde se reproducía mi masturbación. La segunda serie consistía en striptease donde no aparecía su cara y la tercera era una imagen de ella con el camisón empapado.
“Se ha cuidado de no mandar nada que me pueda servir en su contra”, medité mientras cerraba el ordenador, “no tiene un pelo de tonta”.
Con la moral por el suelo, me metí en la cama, esperando que el nuevo día me inspirara y se me ocurriera cómo contrarrestarla.
Mi claudicación
Cómo es evidente, esa noche dormí fatal. Cada vez que intentaba conciliar el sueño, Patricia aparecía vestida de domina y fusta en mano me obligaba a cometer todo tipo de aberraciones. Bajo su mando, me tiré a una pastor alemán. Siguiendo sus órdenes, bebí sus orines. Fui sodomizado…
Pesadilla tras pesadilla, me vi envuelto en un ambiente de degradación y humillación que si, en vez de ser una invención onírica, fuera realidad, me hubiera llevado al borde del suicidio. Cansado, me duché y tras dar de desayunar a mi pequeña, me fui al trabajo. Es fácil de imaginar que esa mañana agradecí la llegada de la cuidadora. Aunque nunca fallaba, uno de los horrores que soñé consistió en llevar al colegio a María y que en la puerta de su clase, Patricia me obligara a arrodillarme a sus pies con todos los niños y padres riéndose de mí.
Estaba en el coche a punto de llegar a mi oficina, cuando escuché el sonido de un mensaje. Creyendo que era del curro, lo leí:
Cariño: He abierto mi mail y no tenía lo que te pedí. ¿No querrás que me enfade? Te doy hasta las dos para que me lo hagas llegar. Te quiere. Tu novia-
“¡Maldita zorra!”, me lamenté golpeando el volante con mi cabeza,  “no me va a dejar ni respirar”.
Si cedía, me tendría en sus garras pero sino lo hacía y me mantenía en mis trece, iba abocado hacia el desastre. Estuve a punto de pedir consejo a Gonzalo, mi socio, pero la vergüenza de reconocer que era un pelele ante ella, evitó que lo hiciera. Después de un rato encerrado en mi despacho,  entendí que lo mejor que podía hacer era ganar tiempo y por eso, entrando en mi baño, me desnudé y tomándome una foto de cuello para abajo, se la mandé. Estaba cumpliendo su exigencia a medias, sin comprometerme más de lo que ya estaba. Nadie podía reconocerme.
No tardé en recibir su respuesta:
-¡Eres malo conmigo! Quería tener una foto de tu pene erecto que mirar en mi teléfono, pero no te preocupes tenemos toda la vida para que me la mandes. Te echo de menos.  P. D. No sabes las ganas que tengo de conocer a mi suegra-.
“Menuda puta”, mascullé al terminar de leer, “¡Tengo que investigar su vida! Seguro que esto que me está haciendo, lo ha hecho antes”.
Esperanzado en averiguar algo de su pasado que me sirviera para sacudirme su presión, llamé al detective que usábamos en mi empresa para sacar los trapos sucios de los que queríamos despedir. José, acostumbrado a los peculiares pedidos de sus clientes, no puso objeción en investigar todo lo relacionado con esa profesora, ya se despedía cuando le expliqué que era importante y que no me importaba el coste sino los resultados.
-Comprendo- respondió desde el otro lado del teléfono.
Cómo no podía hacer otra cosa que esperar, me sumergí en el día a día y no volví a pensar en ella, hasta que comiendo con mi socio, este me preguntó:
-Alberto, ¿Qué tal tu cacería? ¿Alguna novedad?-
-No te entiendo- solté al no saber a qué se refería.
-Joder, pareces tonto. Esa profesora que te trae loco, ¿Ya le has pedido salir?-contestó muerto de risa.
Frunciendo el ceño, hice como si no hubiese oído. Gonzalo, suponiendo erróneamente que me había dado calabazas, cambió de tema al ver mi turbación. Mi irritación de ese momento, no venía del chantaje, sino que por primera vez me di cuenta que mi hija se pasaba con esa loca casi todo el día. A punto de ir al colegio a sacarla, tuve que aguantarme toda la tarde y que fuera su cuidadora quién lo hiciera.
Ya en casa, María sonrió al decirme que Patricia me mandaba saludos. Tuve que contestarle que se los devolviera de mi parte, no podía explicarle lo que esa zorra me estaba haciendo. No me costó percatarme que mi hija estaba encantada de ser la enchufada de esa mujer.
-Patricia me quiere mucho- se quejó cuando le hice ver que solo era la profesora. 
Sin saber cómo comportarme, le di de cenar. Estaba viendo la televisión, cuando escuche que esa zorra me había mandado otro mensaje:
-Que duermas bien, cariño. Tengo ganas de verte-
Hecho una furia me fui a dormir. Me había jodido la película.
A la mañana siguiente, me levanté con nuevos ánimos. Había conseguido descansar  y eso me permitió enfrentarme a ese día sin depresión, de manera, que durante toda esa jornada no pensé más en ella. Al llegar la hora de ir a recoger a mi cría, decidí mantenerme firme pero sin romper la baraja. Estaba convencido que, en pocos días, el detective me entregaría información con la que colocarla en su lugar. Increíblemente ese día no hubo tráfico y por eso llegué con antelación. Como de nada servía esperar, me bajé del coche y tocando su telefonillo, fui a enfrentarme con ella.
Patricia me recibió con una bata. Se la veía alegre y nada más verme, me dio un beso en los labios. No colaboré en su juego y separándola, le pregunté por María.
-Está estudiando, aún le falta media hora- me susurró al oído.
La ausencia de mi hija me dio los arrestos necesarios para plantarme y cogiéndola del brazo, le exigí que me dejara en paz.
-No pienso hacerlo- respondió con un brillo en  los ojos que no supe interpretar – pensarás que soy una zorra, pero estás equivocado. Desde que me enamoré de ti, no he estado con otro hombre-
-Y eso a mí qué me importa- protesté elevando la voz.
-Sssss, no querrás que tu hija se entere de nuestra primera discusión de pareja-  contestó con desparpajo y poniendo cara de viciosa, me soltó: -Para que veas que no estoy enfadada, tengo un regalo que hacerte. ¡Sígueme!-
Alucinado la acompañé hasta el baño. Una vez allí Patricia me hizo sentarme en la taza y cerrando la puerta, me informó:
-Voy a ducharme- sin darme tiempo a reaccionar, se desanudó la bata y mirándome a los ojos, se la fue abriendo mientras me decía –No te engañes, llevas años deseándome. Te hago un favor al forzarte-
No pude dejar de observarla. Coquetamente dejó caer la tela, quedando desnuda a mi lado. Por primera vez, la veía en cueros y tuve claro que no desmerecía a lo que me había imaginado. Con un cuerpo espectacular, sus pechos eran una locura. Grandes y bien colocados estaban adornados por unas aureolas negras que invitaban a llevárselas a la boca, pero lo que me dejó anonadado fue su culo. Sus nalgas fueron creadas para el deleite de los humanos. Ya fuera un hombre o una mujer quien tuviese la suerte de contemplarlas, no podría quedar indiferente. Duras y perfectamente contorneadas se me antojaron maravillosas.
Ella, sonriendo, se metió en la ducha y abriendo el grifo, empezó a enjabonarse. Aunque seguía encabronado, no pude evitar que mi pene reaccionara ante esa visión y más excitado de lo que me gustaría reconocer, seguí embobado cada gota de jabón que se deslizaba por su piel.
-Fíjate en como me pone que me mires- me espetó señalando sus pezones.
Sé que debería haberme ido de ese baño pero no pude. Ver a esa mujer pellizcándose los pechos mientras me miraba, era algo cautivador y   cayéndose mi baba, me quedé sentado. Hasta su sexo era bello, perfectamente recortado, el breve triangulo me pedía que lo comiera.
Patricia aprovechó mi debilidad y llevando su mano a la entrepierna, me dijo:
-Mañana en la cena, deberás explicar a tu hija que somos novios. María necesita una madre-.
Exasperado por sus palabras, no pude ni intentar huir. Aunque parezca una aberración, disfruté al verla masturbarse sin ningún pudor. Lo que había empezado como un suave toqueteo, se convirtió en un arrebato de pasión. Dejándose llevar, la profesora separó sus rodillas y sin dejar de observarme, torturó su ya henchido clítoris. Los suaves suspiros fueron transmutándose en profundos gemidos y completamente inmerso en la escena, no quité ojo de cómo el flujo fruto de su orgasmo se diluía con el agua jabonosa que recorría su piel.
“¡Que buena está!”, avergonzado, reconocí.
Patricia saliendo de la ducha, me pidió que le acercara la toalla. Como autómata, se la di sin poder retirar mi mirada de su piel. Deseaba dejar de fingir y hundir mi cara entre sus pechos. Ella, consciente del efecto que estaba provocando, se deleitó exhibiendo su hermosura.
-¿Te gusta lo que ves?- preguntó mientras comprobaba la dureza de mi pene por encima del pantalón.
-Si- confesé sin poder evitar echar una ojeada a su trasero.
-¡Será tuyo! Pero tienes que ganártelo- respondió soltando una carcajada.
Reconociendo mi derrota, vi cómo se ponía un albornoz y sin protestar, la seguí adonde estudiaba mi niña. Había llegado a su apartamento con el firme propósito de no ceder y en menos de quince minutos, esa mujer le había dado la vuelta a la tortilla y me volvía a tener en su poder. Si ya fue dura mi humillación, peor fue comprobar el cariño correspondido con el que trataba a María. Mi hija dándole un abrazo, se despidió de ella mientras su profesora le hacía una carantoña en la cabeza.
-¿Ves lo que te digo?, vamos a ser una familia- me susurró en voz baja mientras pegaba su pecho al mío. –Te veo mañana, ¡tengo ganas de conocer donde voy a vivir contigo!-
Con la moral por los suelos, cogí a mi niña y salí despavorido. No había llegado al coche cuando escuché el aviso de un mensaje. Sabiendo que era de ella, lo leí:
-Cariño: me has puesto brutísima, esta noche soñaré que me haces el amor –

Mi entrega

Me avergüenza reconocerlo pero esa noche, soñé con ella. No fui capaz de reprimir que mi mente divagara y que mi cuerpo se liberara pensando que compartía con Patricia una idílica velada. Su piel, su trasero y sus pechos fueron míos. Obviando su chantaje, fuimos dos amantes entregados a una mutua pasión que desbordaba lo meramente sexual y se nutría de un supuesto afecto que, de estar despierto, hubiera negado.
Cansado pero sobretodo abochornado por mi entrega, me levanté por la mañana. Quedaban pocas horas para que esa chantajista, durante la cena, tomara las riendas de mi vida y por eso, nada más llegar a la oficina llamé al detective.
-José, ¿tienes algo?-
-Jefe, no sé qué busca pero dudo que lo encuentre. La tipa está limpia. A simple vista parece la hija ideal que todo padre quisiera tener. Excelente expediente académico, bien considerada por sus jefes, nunca ha sido ni denunciada ni demandada. Para que se haga una idea, no tiene ni multas de tráfico-
-¿Has investigado sus finanzas?- pregunté pensando, quizás, que en el pasado su chantaje hubiese tenido un aspecto económico.
-¡Claro! pero tampoco. Hija de un abogado importante de Valladolid, he revisado los cinco últimos años y lo único destacable es que su padre la estuvo manteniendo hasta hace poco. Ya sabe, es la clásica niña bien de provincias-
Desesperado por la falta de resultados, le pregunté si al menos tenía constancia de algún hombre en su vida.  El investigador carraspeó antes de responder y sin estar seguro de cómo enfocarlo, me soltó:
-Alberto, desde que me avisó, el único varón con el que ha estado, ha sido usted. Disculpe mi atrevimiento: ¿Teme que le esté poniendo cuernos?. Comprendo sus dudas, es una mujer joven y guapa-.
Al no poder explicar que esa zorra me tenía agarrado de los huevos, por mucho que negué cualquier relación romántica, sé que no me creyó y dándome por vencido, le agradecí sus esfuerzos. Colgando el puto teléfono, comprendí que estaba solo. Tenía que resolver mis problemas sin esperar ayuda ajena.
En ese momento y como si fuera una premonición, me llegó otro mensaje:
-Cariño: Esta tarde quiero que, antes de ir a cenar, me acompañes a un sitio. Te espero a las siete en mi casa. Un beso apasionado de tu novia-
Haciendo tiempo,  dediqué todas mis energías a trabajar. Enfrascado en la faena cotidiana, el día se me pasó volando y sin darme cuenta, dieron las seis de la tarde. Cómo María estaría con la cuidadora hasta que llegásemos a cenar, al salir de la oficina me dirigí directamente al apartamento de Patricia. Tras estacionar en frente, toqué su telefonillo.
-Ahora bajo- me contestó. En su tono se notaba que esa puta estaba alegre.
Temblando como un crío, esperé a que saliera del portal y cuando lo hizo, me dejó pasmado. Mi extorsionadora se había vestido a conciencia. Enfundada en un entallado traje negro, sus curvas eran más atractivas que nunca y lo peor es que ella lo sabía.
-¿No me das un beso?- murmuró pegándose a mí.
No pude rechazarla y cogiéndola entre mis brazos, la besé. Su boca se abrió para recibir mi lengua y con una pasión desbordada, frotó su pubis contra mi sexo. Mi reacción fue coger entre mis manos el culo que tanto deseaba desde hacía dos años y sin importarme que nos vieran los viandantes que poblaban su calle a esa hora, amasarlo como si la vida me fuera en ello:
-Sigue, me excita- respondió bajando la cremallera de su pecho, dejándome recrearme en su generoso escote.
Sus palabras consiguieron el efecto contrario y separándome de ella, le pregunté dónde íbamos:
-¡Aguafiestas!- se quejó al comprender que no iba a seguir colaborando en esa diversión callejera. –Me vas a llevar a despedirme de unos amigos-.
Ya en el coche, al insistirle que me dijera nuestro destino, pasó de mí y sin revelar sus intenciones, me fue señalando el camino durante veinte minutos. Estábamos a punto de  llegar cuando comprendí adonde me llevaba:
-¿Qué coño quieres hacer en la Casa de Campo? A estas horas solo hay putas y pajeros- protesté parando el coche.
Patricia sonrió y pasando su mano por mi bragueta, se acurrucó sobre mi pecho al decirme:
-Recuerdas que te conté que desde que me enamoré de ti, ningún hombre me había puesto las manos encima, pues no te mentí.  He buscado sosegar mi sexualidad  de una forma poco ortodoxa-
-No te entiendo ¿De qué hablas?-
-Tú sigue mientras te cuento- respondió mientras se deshacía de mi cinturón. Horrorizado, me percaté de sus intenciones al abrirme el pantalón y acariciar con sus manos mi ya erecto sexo – Te vas a escandalizar pero no puedo evitar ser una calentorra. Vengo a despedirme de unos amigos que me han hecho más llevadera mi abstinencia. ¡Tuerce a la derecha y aparca cuando puedas!-
Tal y como me temía ese lugar estaba infestado de mirones, no llevábamos un minuto en ese claro cuando dos tipos se acercaron a ver a la pareja que acababa de llegar. Lo que no me esperaba fue que uno de ellos, dando un grito, dijera:
-Muchachos, ¡Es la morena buenorra!-.
Como buitres cayendo sobre una vaca muerta, una docena de esos ejemplares rodearon el coche. Estaba a punto de arrancar y salir despavorido cuando Patricia me quitó las llaves y se confesó:
-Esos son mis amigos, cada viernes durante un año, he venido a este sitio en busca de placer. Con las ventanas cerradas, me he desnudado y masturbado para ellos, pensando que era tu pene el que se descargaba contra el cristal. Vengo a despedirme de ellos, ya no los necesito. Te tengo a ti-
Y sin esperar a que asimilara sus palabras, se fue desnudando ante los ojos inyectados de lujuria de esos “sus” amigos.
-Tócame, ¡Qué vean que ya no estoy sola!- chilló mientras se quitaba el sujetador.
Me quedé paralizado al ver cómo se pellizcaba los pezones. Implorando mis caricias, gimió cogiendo mi mano y llevándola hasta una de sus negras aureolas. Sin dejar de estar cortado, mis dedos recorrieron sus pechos mientras ella suspiraba completamente excitada. Sus ruegos me estaban volviendo locos y venciendo a la vergüenza que me embargaba,  sopesé uno de ellos y apretando entre mis yemas el botón que lo coronaba, me quedé mirando su reacción.
Casi gritando, me pidió que continuara. Su entrega me cabreó y buscando que comprendiera de una puta vez que yo no era el tipo de hombre que ella necesitaba, incrementé la presión hasta convertir mi pellizco en doloroso.
-Te quiero- sollozó con lágrimas en sus ojos – Tómame-
Hecho una furia, desgarré su vestido y asiendo su tanga con mi mano, lo destrocé sin importarme sus gritos.
-Serás puta- dije llevando su cabeza a mi entrepierna.
Ella comprendió mis intenciones y sacando mi pene de su encierro, lo empezó a besar mientras me decía cuánto había deseado hacerlo. No me explico todavía por qué, pero al verla tan entregada, me tranquilicé y acomodándome en el asiento, dejé que se apoderara de él. Con una lentitud pasmosa, fue engullendo mi sexo hasta hacerlo desaparecer en su interior.
La calidez de su boca terminó de demoler mis reparos y pasando mis manos por su cuerpo, empecé a acariciarla. Me vi sorprendido por la fuerza de su orgasmo. Sin casi tocarla, Patricia se había corrido ante mis primeras maniobras. Creí que se conformaría con ello, pero la muchacha no esperó a reponerse e incrementando la velocidad de su manada, buscó devolverme el placer.
Los doce rostros pegados contra el parabrisas fueron testigos de cómo esa morena se afanaba con mi miembro. Nunca creí que pudiera ser coparticipe de algo semejante. Pene en mano, nuestra anónima concurrencia se deleitaba escudriñándonos en la oscuridad. Cualquier de ellos hubiera dado su vida por estar en ese preciso instante en mi lugar.
Patricia estaba en su salsa. Seducida por su papel, le encantaba sentirse observada y agradeciendo la fidelidad de esos hombres, se llevó su mano a su sexo y separando con los dedos los labios de su pubis, se empezó a masturbar. Su segundo orgasmo llegó de improviso y convulsionando, empapó la tapicería del vehículo. La audiencia contagiada de su fervor babeaba mientras sus vergüenzas se aireaban en el exterior.
El primer impacto de semen contra el cristal, me terminó de convencer de que ese no era mi lugar y cogiendo las llaves del suelo, arranqué el coche saliendo horrorizado por la carretera. La morena levantó la cabeza y con los ojos inyectados de pasión, me preguntó:
-¿Dónde Vamos?-
-A tu casa- contesté y cogiendo mi chaqueta del asiento trasero, le ordené que se tapara.
Llevando la contraria a mi razón y a cualquier norma de tráfico, la miré de reojo y al percatarme de que me había obedecido, le solté:
-¡Termina lo que has empezado!-
No se hizo de rogar, acomodándose el destrozado vestido, se agachó y mientras yo conducía, reactivó mi alicaído miembro con suaves besos. El túnel de la M-30 fue el decorado donde esa mujer dio rienda a mi deseo y cumpliendo su cometido, consiguió llevarme al borde del placer.
-Voy a correrme- avisé al sentir los primeros síntomas del orgasmo.
Patricia, al oírme, hizo que mi falo se introdujera aún más en su garganta y rozando con sus dientes la base de mi miembro, esperó a sentir que eyaculaba. Al notar mi explosión y que los chorros de mi simiente golpeaban contra su paladar, no dejó que nada se desperdiciara. Persuadida de no fallarme, con su lengua limpió cualquier rastro de mi pasión en mi sexo, antes de con una sonrisa en los labios, decirme:
-Te queda una hora y media para decirle a María que sales conmigo- y soltando una carcajada, me preguntó: -¿Qué quieres hacer?-
No la contesté. La muy perra seguía obstinada en ser mi pareja. Esa fijación era al menos tan perversa como su afición a exhibirse y comprendiendo que no pararía hasta que reemplazara esa fantasía por otra, aceleré hacia su casa. Era mi cabreo tan grande que al aparcar, le dije que se cambiara y que yo la esperaría fumando en el portal.
-Sube- me ordenó y sin esperar que le respondiera, me cogió de la mano y casi a rastras me llevó a su apartamento.
Ya en su interior, comportándose como si nada hubiese pasado, me devolvió la chaqueta y riendo me pidió que le pusiera una copa mientras se cambiaba de ropa. Sentir que me quería de criado, colmó mi paciencia y usando la violencia, la tiré en su cama mientras le decía:
-¿Quieres un macho? Pues macho tendrás-
Contra todo pronóstico, Patricia se echó a reír y llamándome a su lado, me contestó:
-¡Te estabas tardando!-
Ver a ese monumento de mujer, tirada en la cama, con su vestido desgarrado y sin bragas, fue más de lo que pude soportar y despojándome de mi ropa, me reuní con ella completamente desnudo. La chantajista y la exhibicionista desaparecieron en cuanto me tumbé y ante mi sorpresa, me cubrió de besos comportándose como una dulce amante. Contagiado por su pasión, llevé sus pechos a mi boca. Patricia gimió al sentir mi lengua jugando con su aureola y tratando de forzar que la tomara, llevó mi pene a su pubis.
Ni siquiera se había terminado de desvestir y ya quería que sentir mi pene en su interior. Comprendiendo que para ella era un capricho, decidí aprovechar la oportunidad y disfrutar de esa mujer. Deshaciéndome de su abrazo, le quité los restos del vestido. Patricia, sin saber cómo reaccionar, se mantuvo pasiva mientras mis manos recorrían su piel.
“Es preciosa”, pensé mirando sus grandes pechos y su sexo depilado.
En mis treinta y cinco años de vida, había disfrutado de decenas de coños y catalogándolo con la mirada, decidí que era el más bello que nunca había visto. Ante su entrega le separé las rodillas y pasé mi mano por sus bordes sin atreverme a tocarlo. Mi amante se mordió los labios cuando sintió que uno de mis dedos separaba sus pliegues y curioseando, iba en busca de su clítoris. Cuando lo descubrí, ya estaba esperando mis caricias. Duro y mojado, su dueña se retorció sobre las sábanas cuando le dediqué un leve pellizco. Satisfecho por su entrega, me deslicé por la cama y acercando mi boca a su sexo, probé por vez primera su néctar. Néctar que recorrió mis papilas, embriagándome y como alcohólico ante un botella, bebí de su flujo sin hartarme.
Su cueva se convirtió en un manantial inagotable, cuando más recogía, mas brotaba de su interior. Para entonces, Patricia estaba desesperada. Cerrando sus puños, me rogaba que la tomara pero venciendo mis ganas de hacerlo, proseguí horadando su agujero con mi lengua. No tardé en oír como se corría y buscando prolongar su éxtasis, metí un par de dedos dentro de ella. Absolutamente poseída, la mujer empezó a aullar de placer mientras sus cuerpo se convulsionaba.
-Por favor- me rogó casi llorando- ¡Fóllame!-
Al ver que no le hacía caso y que seguía enfrascado en mi particular banquete, Patricia se levantó y poniéndose a cuatro patas, me miró sin hablar.
Me quedé pasmado al ver la rotundidad de su trasero a mi disposición y pasando mis manos por sus nalgas, supe que era lo que realmente me apetecía hacer. No le di opción, separando sus cachetes descubrí que su entrada trasera nunca había sido conquistada y embadurnando mi dedo en su flujo, empecé a recorrer las rugosidades de su ano. Esperaba resistencia por su parte, pero en vez de quejarse, suspirando Patricia me confesó:
-Es mi mayor fantasía. Házmelo pero con cuidado-
Solté una carcajada al escuchar que su mayor anhelo coincidía con el mío. La de veces que había soñado con usar su culo y si me daba entrada, pensaba en explotar repetidamente su secreto. Alternando mis caricias entre su sexo y su ojete, conseguí relajarlo y con sumo cuidado, introduje una de mis yemas en su interior. Al no  retirarse, comprendí que realmente lo deseaba y tanteando sus paredes, fui aflojando su resistencia mientras, centímetro a centímetro y falange a falange, enterraba mi dedo en ese terreno vedado.
-Me encanta- escuché que decía al empezar a sacar y meterlo por entero.
Convencido de haberlo dilatado suficiente, repetí la operación con dos. La morena protestó con un quejido pero no se apartó, al contrario, meneando su cadera, buscó ayudarme en la labor. Agradecí con un cachete su disposición y colocándome a su espalda, le pregunté si estaba lista.
-Sí, mi amor-
Era la hora de la verdad y cogiendo mi pene lo embadurné con su flujo, antes de hacer cualquier intento de acercarme a su ojete. Ella al ver lo que hacía, poniendo cara de viciosa, me soltó:
-Estoy empapada, métemelo en el coño-
Me pareció una buena idea y colocándolo en su sexo, de un solo empujón lo embutí hasta el final de su vagina. Patricia se retorció como una loca, tratando que siguiera penetrándola de esa forma, pero haciendo caso omiso a sus deseos, se la saqué y puse mi glande en su orificio trasero. Con un breve movimiento, desfloré la virginidad de su ano.
-Me duele-, gritó sin moverse.
Sabiendo que debía dejar que se acostumbrara a tenerlo embutido, no me moví durante unos segundos. Cuando su dolor hubo menguado, le acaricié la espalda mientras lentamente enterraba mi pene en su interior. Poco a poco, sus intestinos terminaron de absorber mi extensión.
-Tócate- le ordené.
Patricia bajando su mano a la entrepierna, se empezó a masturbar con un frenesí que me dejó asustado. Chillando me pidió que comenzara. Imprimiendo un lento ritmo fui sacando y metiendo mi falo, mientras ella no dejaba de torturar su clítoris.
-¡Qué gusto!- me informó meneando sus caderas.
Sus palabras me hicieron comprender que el dolor había pasado y que en ese momento, era el placer lo que le estaba dominando. Vista su soltura, decidí incrementar mi vaivén y pausadamente, lo fui acelerando hasta que se convirtió en un loco cabalgar. Para aquel entonces, la respiración entrecortada de la muchacha me revelaba que estaba a punto de correrse y profundizando su excitación, cogí sus pechos con mis manos y usándolos de agarraderas, me lancé en caída libre. Lo forzado de la postura, elevó su calentura hasta límites insospechados y berreando, se quedó como muerta en mis brazos.
Al ver que se desplomaba le pregunté si estaba bien, sonriendo, me contestó que de maravilla y que siguiera. Su innecesario permiso me dio alas y apuñalando con mi escote su culo, prolongué su orgasmo. Nuevamente sus chillidos llegaron a mis oídos mientras mis piernas se llenaban del flujo que brotaba de su cueva pero esta vez, mi clímax coincidió con el suyo y acompañándola en sus gritos, eyaculé en su interior.
Agotado, me tumbé a su lado y mientras me recuperaba, empecé a temer en que el día que esa mujer se cansara de mí porque las iba a pasar putas.
-¿En qué piensas?- la oí decir.
-En la zorra de mi novia- contesté mientras le daba un azote, – ¿Y tú?-
Patricia se sonrojó antes de responderme:
-En otra de mis fantasías-
Interesado, pero a la vez temiendo su contestación, le pregunté cuál era.
-Quiero saber lo que se siente al hacer el amor… ¡embarazada de ti!-
 Aterrorizado comprendí que esa obsesiva mujer se había fijado otra meta y que no iba a cejar hasta conseguirla.

Relato erótico: “Memorias de un exhibicionista (Parte 8)” (POR TALIBOS)

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MEMORIAS DE UN EXHIBICIONISTA (Parte 8):
CAPÍTULO 15: SESIONES DE FOTOS:
Minutos después, los tres salimos del restaurante tras pagar la cuenta. Al regresar a la calle, las chicas se quejaron de que hacía un poco de frío  (no era raro, se había levantado viento y sin duda se colaba por debajo de sus faldas y les daba directamente en… ya sabes).
Alicia, con la excusa de entrar en calor, se aferró a mi brazo y se repegó contra mí, consiguiendo que en menos de un segundo Tatiana hiciera lo mismo por el otro lado. Lo cierto es que yo no pasé nada de frío, iba la mar de calentito atrapado entre dos bellas señoritas, que se apretujaban contra mí y sin poderme quitar de la cabeza que iban completamente desnudas bajo la ropa. De hecho, era yo el que llevaba la bolsa en que estaban sus bragas. Mi soldadito se removía inquieto dentro del pantalón.
Pronto llegamos al coche (demasiado pronto a mi entender, pues me sentía más que a gusto estrujado entre las dos chicas) y ambas se apresuraron a coger sus abrigos del maletero, poniéndoselos enseguida.
–          Vaya, ahora sí que pareces una exhibicionista de verdad – dije dirigiéndome a Ali al verla con la gabardina puesta – Ese es el uniforme oficial.
Ali me respondió sacándome la lengua divertida. A continuación, se cerró bruscamente la gabardina, ocultando por completo su cuerpo y entonces, abriendo repentinamente los brazos, abrió de nuevo la prenda, imitando a los exhibicionistas de las películas. Hasta esa tontería me pareció sexy.
–          ¿Y adónde vamos ahora? – intervino Tati que había estado observando la escena.
–          No sé. Si tenéis frío podemos irnos a casa –  dije, rogando porque no lo hiciéramos.
–          De eso nada – sentenció Ali para mi tranquilidad – La noche es joven.
–          ¿Y qué hacemos? – pregunté, cediéndole definitivamente a Ali el mando de las operaciones.
–          Bueno… – dijo la joven simulando pensárselo – Me ha gustado lo de las fotos de antes. Podíamos hacernos unas cuantas más.
No me parecía mal. Era buena idea. Además, se trataba de algo relativamente inocente, con lo que le costaría menos trabajo a Tatiana.
Una vez decididos, las dos chicas retomaron sus posiciones prendidas de mis brazos y, como si fuésemos caminando por el camino de baldosas amarillas, nos marchamos plácidamente en busca de nuestro Oz particular. Sólo nos faltó ponernos a bailar.
Íbamos charlando con calma, de nuestras cosas, especialmente Ali y yo, mientras que Tatiana se mostraba un poco más cohibida. Aunque no lo dijimos explícitamente, nuestros pasos se dirigieron sin darnos cuenta hacia el parque del centro, donde podríamos hacernos algunas fotos guarrillas sin miedo a montar un espectáculo.
El parque ya no es lo que era. Años atrás habían remodelado toda la zona, acondicionado los senderos, arreglado las plantas e iluminado convenientemente la zona. Además, aunque a esas horas no estuviera muy transitado, con seguridad nos encontraríamos con gente. Y siendo así, cabía la posibilidad de… je, je.
Por fin, llegamos a los aledaños del recinto, pero Ali no se detuvo, sino que nos arrastró al interior, hasta llegar a la plaza en la que está la fuente. Como había esperado, el monumento no estaba desierto, sino que había gente sentada en los escalones, bien charlando, bien haciéndose fotos como íbamos a hacer nosotros.
Riendo como una  niña, Ali se soltó de mi brazo y corrió a sentarse en la escalera. Mientras, yo saqué el móvil del bolsillo y activé la cámara, dispuesto a hacer de fotógrafo.
Como Tatiana se había quedado inmóvil, Ali le hizo un gesto para que se reuniera con ella en el escalón y mi novia, un poquito temblorosa (creo que por el vino de la cena) se sentó a su lado. Alicia enlazó entonces un brazo con el de Tatiana y, muy pegaditas la una a la otra, posaron para la foto.
A la espalda de las chicas, varios peldaños más arriba, estaban sentadas dos parejas de jóvenes, charlando tranquilamente. Los dos chicos (como no podía ser menos) habían echado sendos vistazos admirativos a mis acompañantes, pero, como no eran tontos, pronto volvieron a dedicar su atención a sus respectivas acompañantes, no fuera a escaparse una torta inesperada.
Ali, sin embargo, echaba de vez en cuando miraditas hacia atrás, como controlando a la gente que se había congregado en la fuente. Yo sabía que de un momento a otro, la chica iba a ponerse en acción y la expectativa provocaba que el corazón me latiese con fuerza en el pecho.
Y la chica no me decepcionó.
Tras sacar a flote su lado simpático, poniendo caras raras y bromeando con Tatiana mientras yo las fotografiaba, de repente, como quien no quiere la cosa, Alicia se abrió de piernas por completo, permitiéndome hacerle una instantánea totalmente despatarrada al lado de mi novia. Fue un visto y no visto, pues volvió a cerrar las piernas con rapidez, pero, aún así, me salió una buena foto.
Yo me reí, divertido y excitado a partes iguales, mientras Tatiana, un poquito asustada, miraba con nerviosismo a su alrededor, tratando de averiguar si alguien había visto a la otra chica en acción.
Entonces Ali acercó su rostro a Tatiana y le dijo algo al oído y, aunque no pude escuchar qué le decía, no me cupo duda alguna de lo que era.
Tatiana pareció resistirse, mirando acongojada a la gente, pero Ali, inflexible, le dijo algo más.
Yo estaba que me moría por poder fotografiar a Tatiana.
Entonces, muy nerviosa, Tatiana obedeció por fin a la otra chica. Para mi sorpresa, que esperaba una toma fugaz del chochito de mi novia, lo que hizo fue subirse con disimulo el jersey hasta que sus dos soberbios pechos quedaron al aire. Como loco, realicé varias tomas rápidas, con zoom al tetamen y primer plano del avergonzado rostro de la chica incluidos, lo que me puso la verga como el palo mayor.
Entonces, Ali hizo algo que me sorprendió, riendo alborozada, besó a una sorprendida Tatiana en la mejilla, logrando que al final ambas rieran divertidas. Me pareció adecuado, pues con ello logró que Tati se relajara notablemente.
Durante un rato, seguí  haciéndoles fotos allí sentadas, con los veinteañeros sentados detrás sin enterarse de nada, mientras las dos jóvenes, cada vez con mayor confianza, enseñaban las tetas con disimulo o separaban sus muslos subrepticiamente, permitiéndome hacer unas fotos terriblemente eróticas.
Las mejores, obviamente, son aquellas en que ambas chicas aparecían mostrando sus encantos, mientras el público de alrededor se perdía el espectáculo que estaba desarrollándose a escasos metros. Peor para ellos.
–          Jo, se me está quedando el culo helado – exclamó Ali cuando estuvo harta de hacerse fotos – Vamos a otro sitio.
Tomando a Tati de la mano, la ayudó a incorporarse y echando una última mirada a los jóvenes de atrás, se reunieron conmigo y nos fuimos a otro sitio.
–          Me he quedado con las ganas de que esos chicos nos vieran – dijo Ali colgándose de nuevo de mi brazo.
–          Quizás haya sido mejor así – dije – No me fío mucho de los niñatos jóvenes, a ver si vamos a terminar como la otra vez.
El recuerdo de los maleantes que la asaltaron el día que nos conocimos borró la sonrisa del rostro de Ali, pero no así sus ganas de seguir la juerga.
–          Vamos al paseo. Sentémonos en un banco.
Un par de minutos después llegamos al mencionado paseo. Forma parte de la red de senderos que recorren el parque de un lado a otro, con bancos y farolas a los lados. Pensé que era posible que hubiera algún grupo de jóvenes haciendo botellón, pero tuvimos suerte y encontramos dos bancos, uno frente al otro, donde pudimos seguir con las fotos.
Yo me senté en uno de los bancos y las chicas, juntas de nuevo, en el de enfrente. En esta ocasión, como nadie transitaba por el sendero y el siguiente banco ocupado estaba por lo menos a 50 metros, gozamos de bastante más intimidad, por lo que las chicas (especialmente Tatiana) pudieron mostrarse más desinhibidas.
Enseguida estuvimos inmersos en una tórrida sesión fotográfica, con ambas mujeres separando las piernas, abriéndose la camisa o subiéndose el jersey. Tati, aun estando más relajada, no paraba de echar vistazos nerviosos a ambos extremos del sendero, atenta por si alguien se aproximaba, pero, durante un buen rato, estuvimos solitos los tres.
Ali, cada vez más envalentonada, hizo entonces que Tati se sentara en su regazo, cosa que mi chica hizo sin protestar. Sujetándola con una mano por la cintura, obligó a la joven a abrir las piernas al máximo, subiéndole la falda hasta arriba y haciendo que sus pies reposaran en el asiento del banco. Vaya, que la hizo despatarrarse por completo.
–          Dime, Víctor – dijo entonces la joven – ¿Tiene el chochito mojado?
–          ¿Cómo? – respondí excitadísimo – Creo que sí, pero desde aquí no lo veo bien.
–          Pues acércate hombre…
Obedeciendo (loco por obedecer sería mejor decir), me levanté del mi asiento y caminé hacia las chicas. Tati me miraba, ruborizada, pero haciendo un esfuerzo por sumergirse en el juego. Con la sangre latiéndome en las sienes, excitado a más no poder y con la polla amenazando reventar el pantalón, todas mis dudas y recelos sobre si Tati estaba allí voluntariamente o no cayeron en el olvido.
Me acuclillé delante de las chicas, entre los muslos abiertos de mi novia y admiré embelesado el tierno chochito de la joven. Entonces, inesperadamente, Ali deslizó una mano hasta la entrepierna de la chica y, con dos dedos, separó los labios vaginales, brindándome un erótico primer plano del hermoso coño. Sin pensármelo dos veces, hice varios espléndidos primeros planos de la intimidad de la joven, mientras nuestra amiga mantenía al modelo bien expuesto.
–          Nooo – escuché que gimoteaba Tatiana, retorciéndose levemente.
Me dio exactamente igual. Inclinándome, deslicé el rostro entre los abiertos muslos y, con delicadeza, recorrí la rajita de abajo a arriba con la lengua, deleitándome en el exquisito sabor de Tatiana.
–          Noooo – volvió a suplicar la joven, debatiéndose sin verdadera convicción entre los brazos de Alicia.
–          Deliciosa – susurré.
–          Mierda. Viene alguien – anunció Alicia obligándonos a regresar al mundo real.
Como un rayo, Tati se bajó del regazo de Alicia y se sentó a su lado. Estaba tan colorada que su rostro despedía más luz que las farolas. Yo, divertido y cachondo al máximo, me senté tranquilamente junto a las chicas, comprobando que, efectivamente, una pareja se aproximaba por el camino.
Al pasar a nuestro lado, nos echaron una mirada dubitativa, como tratando de averiguar si lo que les había parecido ver era real o no, pero nosotros simplemente los ignoramos, con lo que pronto se perdieron por el camino.
–          Joooo, ¡qué vergüenza! – gimoteó Tatiana – Casi nos pillan. ¿Por qué has hecho eso?
–          ¿El qué? – dije divertido – ¿Lamerte el coño?
Tatiana se puso aún más roja y no contestó.
–          ¿De qué te quejas? – me burlé – Si siempre te ha encantado que te lo chupe.
La pobre chica me miró con ojos de cordero degollado, pero, a esas alturas, yo estaba un poquito fuera de control y no me importó.
–          ¿En serio? – intervino Alicia – ¿Te gusta que te coma el coño? ¿Es bueno haciéndolo?
Tatiana la miró sorprendida, muda por el asombro, rogándole con la mirada que no la avergonzara más. Pero Ali había mordido a su presa y no pensaba soltarla sin más.
–          Contesta, chiquilla. ¿Se le da bien a Víctor el sexo oral? ¿Es quien mejor te lo ha comido?
Tati seguía sin contestar.
–          Bueno, si no dices nada, lo comprobaré yo misma.
La madre que la trajo, qué bien sabía mover los hilos.
–          Sí, sí que se le da bien – dijo Tatiana muy seria.
–          ¿El qué?
–          El sexo oral. Es el mejor en eso.
–          ¿En qué? ¿En comerte el coño?
–          Sí.
–          Dilo – insistió Ali.
–          Sí. Víctor es el mejor comiéndome el coño.
–          ¿Te corres cuando te lo hace?
–          Sí. Siempre que me lo come acabo corriéndome.
–          ¿Y te ha gustado que te toque? ¿Has disfrutado cuando mis dedos han abierto tus labios?
Tatiana estaba muy seria, respondiendo a todos los desafíos que le enviaba Alicia con firmeza, decidida a no dar un paso atrás. Yo las miraba atónito, volviendo a sentirme mal por ella y preguntándome si no estaríamos yendo demasiado lejos. Pero entonces Ali rebajó la tensión del ambiente echándose a reír.
–          ¡Ay, cariño! – exclamó abrazando a mi novia y volviendo a besarla en la mejilla – ¡Parece mentira lo inocente que eres! ¿No ves que todo esto lo hago para que te sueltes y dejes de pasar vergüenza por todo lo que hacemos? Ya te dije que, si estabas dispuesta a unirte a nosotros, tendrías que hacer cosas mucho más atrevidas que estas.
Tati la miró unos segundos, sin decir nada, hasta que, finalmente, se encogió de hombros y sonrió.
–          Ya lo sé. Y la verdad es que cada vez me cuesta menos.
–          Estupendo – dijo Ali volviendo a abrazarla.
Nos quedamos callados unos segundos, lo que permitió que mi estado de profunda excitación se hiciera más que evidente.
–          Pobrecito – dijo Ali sonriendo mientras miraba con descaro mi paquete – Demasiadas emociones en un solo día.
–          Y muy poco alivio –respondí en idéntico tono.
–          ¿Alivio? ¿Eso es lo que quieres? – dijo ella entrando en el juego – ¿Y qué has pensado?
–          Aún nada. Sólo sé que una de vosotras tiene todavía que cumplir una orden mía…
–          ¿Y qué orden va a ser?
–          No sé – respondí sabiéndolo perfectamente – Se me ocurre que una de vosotras podría…
–          ¿Ahá?
–          Hacerme una mamada.
Ya estaba dicho. Las cartas sobre la mesa. Bueno, más bien la polla sobre la mesa.
–          ¿Eso quieres? ¿Qué una te chupe la pollita? – siguió jugando Ali.
–          Por supuesto – asentí – Necesito aligerar carga o los huevos me van a explotar. Me tenéis malo.
Tatiana sonrió, divertida, mientras Ali se reía con mayor franqueza.
–          Pero aquí no – dije sorprendiéndolas – Se me está empezando a helar el culo. Vamos a otro sitio.
–          ¿Adónde?
–          Venid conmigo. Tengo una idea.
Sin dudar un segundo, ambas chicas se levantaron conmigo y nos fuimos por el sendero hasta salir del parque. Alicia, a la que le gustaba estar al tanto de todo, insistió en averiguar adonde íbamos.
–          Verás – dije rindiéndome a sus súplicas – Antes, cuando os conté lo del bus, me acordé de que, por esa época, tuve un par de aventurillas divertidas en tiendas de comestibles, en supermercados, ya sabéis.
–          ¿Qué hacías? – preguntó Tati apretujada contra mí.
–          Bueno. Buscaba alguna chica que estuviera sola en alguno de los pasillos…
–          Y le enseñabas la chorra – concluyó Ali por mí.
–          Sí, claro, obviamente. Pero no creáis que las asaltaba o les daba un susto de muerte. Normalmente, empezaba a masturbarme con disimulo, procurando que no se diera cuenta de nada… hasta que me veía y… os imagináis el resto, ¿no?
–          ¿Y sigues haciéndolo?
–          No, hoy en día no. Con las cámaras de seguridad y eso… Además, tuve una mala experiencia y dejé de hacerlo.
–          ¿Qué pasó? – preguntó Tati con interés.
–          Que fui idiota. Incumplí mis normas y la cagué.
–          ¿Tus normas?
–          Verás. Me arriesgué a hacerlo delante de un grupo de chicas… y eso no se debe hacer.
–          ¿Por?
–          Bueno. Si se trata de una mujer sola, puede reaccionar de muchas maneras, largándose, gritando, ignorándote, disfrutando… Pero, al ir en grupo, lo lógico es que, aunque les guste el show, con tal de no admitirlo delante de las otras, te monten un pollo. Y eso fue lo que me pasó.
–          ¿Te pillaron?
–          ¿Tú me has visto en la cárcel acaso? – reí – No. Salí por piernas y no volví a aparecer por la tienda en la vida. De todas formas estaba en el otro extremo de la ciudad y no pasó nada. Aparte del susto, claro.
La narración se interrumpió, pues llegamos a nuestro destino: un supermercado 24 horas.
–          ¿Aquí es donde quieres que te la chupen? – exclamó Ali riendo.
–          Ajá.
–          ¿Y las cámaras?
–          No hay problema. Piénsalo, no es lo mismo un tipo exhibicionista, que una pareja haciendo “cositas” a escondidas. Además, las cámaras de estos sitios son una mierda.
Una sonrisilla maliciosa se dibujó en los labios de Ali al comprender mis intenciones.
–          Ya veo. Lo peor que pueden hacernos, es echarnos de la tienda…
–          Exacto – asentí.
–          ¿Y quién va a ser la afortunada?
Ali era una maestra de la manipulación. Con aquella simple pregunta obtuvo la respuesta que buscaba.
–          Yo lo haré – dijo Tatiana con firmeza.
–          ¿Estás segura? Mira que no me importa hacerle una mamada a tu novio – insistió Ali poniéndome los pelos del cogote de punta.
–          No. Lo hago yo.
–          Bueno, eso debe decidirlo Víctor, que ganó el concurso.
Qué hija de puta.
Tatiana clavó la mirada en mí rogándome con los ojos. Obviamente, yo no quería hacerla sufrir, así que consentí sin problemas. Total, iban a chupármela, para qué poner pegas.
–          Si estás segura de que puedes hacerlo, estupendo. Pero sólo si tú quieres – le dije a mi novia.
–          Venga, tío, que no es física nuclear, se trata de comerse una polla. Por supuesto que puede hacerlo – dijo Ali sonriendo.
–          No, si yo me refería …
Y me callé. Para qué caer en su juego.
Un minuto después, entramos en la tienda 24 horas. Nuestro grupo componía un perfecto muestrario de los diferentes grados de nerviosismo: Ali, fresca como una rosa, yo un poquito nervioso y Tati… completamente acojonada.
Alicia había sacado unas gafas de sol del bolso y se las puso con total tranquilidad, sabia precaución que yo, por desgracia, no podía imitar.
Tuvimos suerte. La tienda estaba casi desierta. A esas horas (pasadas las doce ya) había un único dependiente, refugiado tras un cristal antibalas (no sé por qué, con lo seguros que son ese tipo de trabajos) que atendía con aspecto cansado a un par de chicos que pagaban unos artículos. Alcohol no, claro, que está prohibido venderlo a esas horas, ja, ja.
Tras saludarle con la cabeza, caminamos entre los estantes, buscando el lugar más alejado de la entrada, donde pudiéramos estar tranquilos. Finalmente, nos decidimos por el pasillo de la leche (muy apropiado) y, mirando innecesariamente a los lados, pues no había nadie más en la tienda, me bajé la bragueta y, sacándome el nabo tieso como un palo, dije con delicadeza:
–          Chúpamela, nena.
Joder, no veas cómo se puso Tatiana de colorada, parecía un gusiluz.
Temblorosa y bajo la mirada divertida de Alicia, que nos observaba con el codo apoyado en un estante, Tati caminó hacia mí, con los ojos clavados en mi erección, que le devolvía la mirada con descaro, palpitante y babeando.
Cuando Tati se arrodilló ante mí, estuve a punto de correrme por la excitación contenida. Mi polla, que era un leño, dio un saltito incontrolado, deseando sentir por fin aquellos carnosos labios rodeándola. Nunca antes había estado tan excitado con Tatiana.
Cuando su mano aferró mi herramienta… uffff… Qué placer. Cerré los ojos y apoyé una mano en una balda para no caerme, pues las rodillas me flaqueaban.
Como siempre, Tati empezó a lamer por abajo, por los cataplines, como a mí me gustaba, deslizando su manita por el tronco, lubricándolo bien con mis jugos preseminales y su propia saliva.
–          Jo, cari, la tienes más dura que nunca – susurró Tati sin dejar de chupar.
La creí a pies juntillas.
Por fin, los labios de la chica se entreabrieron y permitieron que mi dureza se deslizara entre ellos, haciéndome gruñir de placer. Sin fuerzas, mi otra mano se posó en su cabeza, acariciándola, pero sin marcarle el ritmo, pues ella se apañaba solita para darme un indescriptible placer.
Miré entonces a Alicia, que nos observaba con una expresión de lujuria tal, que por un momento pensé que iba a reunirse codo con codo con la otra chica. Pero no fue así. Lo que hizo fue sacar su propio teléfono móvil y empezar a filmar la escena. Me dio exactamente igual.
Era obvio que en esas condiciones no iba a aguantar ni un minuto. Con un gruñido, advertí a Tatiana de que iba a correrme y la chica se apartó justo a tiempo, pues mi polla no esperó ni un segundo y empezó a vomitar su carga.
Tati, con habilidad, dirigió los lechazos hacia el suelo, pero entonces, con un ramalazo pícaro que yo le desconocía, apuntó mi verga hacia un expositor de productos lácteos que había al lado, churreteando todo el cristal de lefa, cosa que a Ali le pareció divertidísima.
–          Muy bueno, nena. Ahora saludad al pajarito.
Ambos miramos a la joven y saludamos, riendo, con Tatiana todavía arrodillada frente a mí. Pero entonces Ali, mirando hacia atrás, empezó a saludar también con la mano, lo que me hizo darme cuenta de la posición de una de las cámaras de seguridad del supermercado.
Como ya no tenía remedio, me encogí de hombros y saludé también, pero Tati no parecía tan contenta. Una vez aliviadas mis pelotas, el buen sentido consiguió abrirse paso en mi cerebro, por lo que volvieron las dudas sobre su papel en aquella historia. Y los remordimientos afloraron.
La ayudé a levantarse y la besé, sorprendiéndola. Elle me miró un instante y me sonrió, lo que me alivió bastante.
–          Ha sido muy excitante, queridos, pero será mejor que nos vayamos – dijo Alicia.
Mientras caminábamos hacia la salida, Ali cogió un paquete de galletas y, con todo el desparpajo del mundo, se dirigió a la ventanilla a pagar.
Al acercarnos, cualquier duda que me quedara sobre si el dependiente nos había visto en acción o no, quedó despejada al ver la expresión de su rostro. Estaba flipando el tío. No sé cómo coño no me di cuenta al entrar de que, en el interior de su cabina, justo a su espalda, había colocados 4 monitores correspondientes a las cámaras de seguridad del local. Bueno, hay que reconocer que, de haberlas visto, tampoco habrían variado mucho los planes.
–          ¿Cuánto te debo? – dijo Ali entregándole las galletas al alucinado muchacho.
–          D… dos euros – balbuceó tras pasar el artículo por el escáner.
–          ¿No me lo regalas? – preguntó Ali aturrullándole todavía más.
–          ¿Có… cómo?
–          Que deberías regalármelo. Al fin y al cabo el espectáculo te ha salido gratis.
El chaval se quedó mudo, sin saber qué decir.
–          ¿Me lo regalas o no? – insistió Ali.
–          Va… vale – concedió el chico.
Ali sonrió de oreja a oreja.
–          Eres un buen tipo. Toma. La propina.
Y tras decir eso, se levantó la camisa hasta el cuello, ofreciendo al atónito chaval el espléndido espectáculo de sus preciosos pechos, coronados por unos deliciosos pezones que parecían ser capaces de cortar sin problemas el cristal que les separaba.
–          Y esto también – dijo Ali cogiendo una barra de regaliz rojo de un bote que había y, dándole un mordisco, salió de la tienda, mientras  Tati y yo la seguíamos asombrados.
Un minuto después, ya lejos de la tienda, nos detuvimos, nos miramos y nos echamos a reír.
–          Bueno, estoy seguro de que le has dado material suficiente para acortar las largas noches que tiene que pasar en esa tienda.
–          Y vosotros también – dijo Ali sin dejar de sonreír – Apuesto a que ahora mismo está pelándosela como un mono mirando el vídeo de seguridad.
–          Espero que no se le ocurra ponerlo en Internet – dijo Tati con inquietud.
–          ¡Bah! No te preocupes. Esas cámaras no tienen resolución. No podrían verse nuestras caras de ninguna manera – asentí con seguridad.
–          ¿Y ahora? – dijo Ali – ¿Adonde vamos?
–          ¿Os apetece una copa?
–          Por mí estupendo.
–          Vale – asintió Tati.
–          Pues vamos. Conozco un bar que está muy bien – sentencié.
Y retornamos al camino de baldosas amarillas, los tres cogiditos del brazo.
CAPÍTULO 16: DE VUELTA A CASA:
No, no te creas que volvimos a montarla en el bar. Esa noche no pasó nada más… con Alicia. Las llevé al pub irlandés, ya sabes cual y, con una discreta propina al camarero, conseguimos mesa, con idea de tomarnos una copa y charlar un poco más.
Ya sabes cómo me gusta ese sitio, buen ambiente, gente agradable, buena música y el sempiterno cartel colgado detrás de la barra: “Si quieres que pongamos a Justin Bieber, ya te puedes ir a tu puta casa” que siempre me hace sonreír.
Pedimos unas copas, cerveza roja para mí y Tatiana y un combinado para Ali. Sólo tomé una pinta, pues, aunque ya se me había pasado el efecto del vino de la cena, era mejor no hacer el burro para coger después el coche. Y todavía me acordaba del día anterior.
Hablamos durante un rato, riéndonos de todas las cosas que nos habían pasado esa tarde. Las chicas, con esa extraña capacidad para aliarse que tiene las mujeres cuando se trata de meterse con uno, se burlaron a conciencia de mí con la borrachera de la noche anterior, relatándome con pelos y señales cómo habían metido mi cabeza en el water para que echara hasta el hígado.
Estuvimos allí como una hora, la mar de a gusto. Me encantaban las miradas apreciativas que dirigían los tíos a mis dos bellas acompañantes, sintiéndome importante y sabiendo que muchos matarían con tal de ocupar mi lugar.
Si ellos supieran…
Por fin a las tres y pico de la mañana, Tati empezó a dar señales de sueño y decidimos que lo mejor era marcharnos.
Sin prisa ninguna, regresamos caminando al coche y esta vez, Tati sí que se sentó en el asiento del copiloto, quedando Ali sola atrás. Ambas habían guardado sus abrigos en el maletero, para ir más cómodas.
Arranqué y me dirigí a casa de Ali, para dejarla allí antes de regresar.
–          Pues no ha estado nada mal el día – dijo Ali echándose hacia delante y asomando la cabeza entre los dos asientos delanteros.
–          Nada mal – asentí con los ojos clavados en el asfalto.
–          Y tú te has comportado espectacularmente – dijo poniendo su mano en el hombro de mi novia.
–          Gracias. La verdad es que ha sido divertido. Me costó al principio y he pasado mucha vergüenza pero… reconozco que ha sido excitante.
–          La próxima vez será mejor. Te lo prometo.
Nos quedamos en silencio unos instantes, hasta que Ali continuó.
–          Me dijiste que descansas el próximo miércoles, ¿verdad?
–          Sí – respondió Tati – Descanso los domingos y un día más de la semana que va rotando. Me toca el miércoles.
–          Estupendo. Para entonces ya lo tendré todo. ¿Os parece que quedemos el miércoles para almorzar?
–          Por mí vale – dijo Tati.
–          Yo… no sé si podré – intervine – No veas si estoy retrasado en el trabajo…
–          Como quieras – me interrumpió Ali, cortante – Nos iremos Tatiana y yo. Seguro que lo pasamos muy bien. Así podremos probar los juguetitos que he encargado.
Tatiana volvió ligeramente el rostro hacia mí y pude percibir que no le hacía mucha gracia quedar con Ali a solas. Suspiré y me resigné a hacer nuevamente lo que ella quería.
–          No. Está bien. Haré lo posible por poder quedar el miércoles. Aunque tendrá que ser tarde…
–          ¡Estupendo! Yo haré la reserva. En algún sitio tranquilo, porque tendré que enseñaros lo que he encargado.
–          Como quieras – asentí – Y por cierto, hoy has mencionado varias veces los juguetes que has comprado. ¿Qué son? ¿Un consolador de un metro?
–          ¡Ah! Es una sorpresa. Y no es ningún consolador, de esos ya tengo varios. Ya te los enseñaré.
Tati dio un respingo casi imperceptible en su asiento.
–          ¿Entonces qué son?
–          Te digo que es una sorpresa. Os van a encantar.
–          No serviría de nada insistir, ¿verdad?
–          De nada.
–          Bueno – dije encogiéndome de hombros – Ya me enteraré el miércoles. Espero que no sea nada que explote.
En ese momento enfilé por la calle de Ali. Al llegar a la altura de su bloque, detuve el coche en doble fila para permitirle bajarse.
–          Bueno, pues nada, quedamos el miércoles. Ya os mandaré un mensaje con la hora y el lugar.
–          Oye… – dijo Tati con timidez – He pensado que… si lo que necesitamos es un sitio tranquilo. ¿Por qué no almorzamos en casa? No soy muy buena cocinera, pero, si te gusta la pasta… Total, tengo el día libre y no habría problema.
Sus intenciones eran cristalinas. A Tati no le gustaba nada cocinar y, si se ofrecía a hacerlo, era porque pensaba que, quedando en casa, nos quedaríamos tranquilitos sin montar ningún nuevo espectáculo. El problema era que Ali también entendió perfectamente la verdadera razón del ofrecimiento de la joven pero, para mi sorpresa, no puso pega alguna.
–          Bueno… si no es molestia. A mí me parece bien. Además, así no hay problema con la hora a la que pueda quedar Víctor.
–          Entonces, arreglado – dijo Tati sonriendo con palpable alivio – El miércoles sobre las tres en casa.
–          Ok – dijo Ali abriendo la puerta – Nos vemos el miércoles. Sed buenos.
Y, tras sacar sus cosas del maletero, se marchó. Nos quedamos mirando cómo se dirigía cargada de bolsas hacia su piso, sin arrancar, hasta que la joven entró en el portal y cerró la puerta tras de sí. Entonces, nos pusimos en marcha, rumbo a casita.
–          Menudo día, ¿eh? – pregunté desviando la mirada hacia la chica.
–          Digo. Estoy agotada.
–          ¿En serio? Pues es una pena, porque yo todavía tengo ganas de… – dije sonriéndole con picardía.
Tati me devolvió la sonrisa y, melosamente, se inclinó hacia mí, recostando su cabecita en mi hombro.
–          Bueno… No estoy tan cansada…
–          ¿En serio?
–          Claro.
Entonces me dio un cariñoso besito en la mejilla y volvió a sentarse erguida en su asiento, sonriendo.
–          Tatiana – le dije con tono más serio – ¿De veras estás de acuerdo en todo esto?
–          Que sí, pesado. Ya te he dicho que haré cualquier cosa para que seas feliz.
Otra vez la incómoda sensación en la boca del estómago. Me sentía culpable. No podía evitarlo.
–          Pero no es eso lo que yo quiero – insistí – Yo también quiero que tú seas feliz. Y si estas cosas te hacen sentir incómoda y pasar vergüenza, no hace falta que las hagas. Ahora que conoces mi secreto y ya que no me odias por ello, me basta para…
–          Al decir estas cosas… – me interrumpió Tatiana – ¿Te refieres a esto?
Volví la cabeza con rapidez hacia la chica y me quedé alucinado. Tati se había subido la falda hasta la cintura y había separado los muslos, dejando su desnudo coñito totalmente expuesto. La polla me dio un brinco dentro del pantalón y la boca se me quedó seca.
–          Esto es lo que hiciste el otro día con ella, ¿no? Cuando fuisteis al pueblo… ¿Te referías a cosas como esta?
No supe que contestar. Joder, una semana atrás me hubiera costado que ella se morreara conmigo en el coche. Y ahora allí estaba, abierta de piernas, enseñándole al mundo el hermoso tesoro que ocultaban.
Presa de su hechizo, me olvidé por completo de lo que estaba diciendo. Era su táctica de siempre, usar el sexo para evitar las situaciones que la incomodaban, pero, coño, que bien se le daba la técnica a la puñetera.
Sin pensármelo más, posé la zarpa en su muslo y, estrujándolo con ganas, deslicé la mano hasta hundirla justo en medio de sus muslos, haciendo que su cuerpo se estremeciera y se le escapara un gemidito que me puso los vellos de punta.
Estaba muy mojada, me encantó comprobarlo, pues comprendí que era verdad que estaba disfrutando de aquello. Con delicadeza, recorrí sus labios vaginales con un dedo, dibujando el contorno de su chochito, obligándola a jadear de placer.
Con un ojo puesto en la carretera y el otro en el cuerpo de la bella mujer, me las apañé para mantener el coche medianamente recto. Nos detuvimos en un semáforo y, justo entonces, otro coche se paró a nuestro lado, junto a la ventanilla de Tati.
Eché un vistazo y vi que en el coche iban dos chicas jóvenes y, aunque no podía ver bien a la del asiento del copiloto, pude comprobar que la conductora era bastante atractiva.
Me sentí juguetón.
Mientras mi mano derecha seguía buceando entre los muslos de mi novia, usé la izquierda para accionar el mando del elevalunas, bajando por completo el cristal del lado de Tatiana, que no se dio ni cuenta.
Cuando estuvo abierto, redoblé la intensidad de mis caricias en el coñito de Tati, que, sin poderlo evitar, se puso a gemir y a bufar como loca, los ojos cerrados y las manos apoyadas en el salpicadero, apretando los muslos para atrapar mi mano y que las sensaciones fueran más salvajes.
Por fin logré mi objetivo y la bella conductora, percibiendo movimientos extraños en el coche de al lado, levantó la vista y se encontró con el rostro congestionado por el placer de Tatiana y con mi sonrisa pícara. Obviamente, la puerta del coche le impedía ver lo que estaba pasando, pero, parafraseando a Alicia, no hacía falta ser físico nuclear para comprender de qué iba la cosa.
Yo esperaba que, de un momento a otro, la joven avisara a su acompañante, pero no fue así. Se quedó mirándome en silencio, con una expresión indescifrable en el rostro. Me encantó. Pareció establecerse entre ambos una intimidad especial, que me excitó muchísimo.
Mis dedos seguían chapoteando en la humedad de Tatiana, que gemía y gemía, los ojos bien cerrados, la boca entreabierta, jadeando, ajena a todo lo que la rodeaba excepto a mis insidiosos dedos.
El semáforo había cambiado y ni yo ni mi deliciosa espectadora nos habíamos dado cuenta. Por desgracia, su compañera sí lo hizo y, dándole un codazo, la devolvió al mundo real.
Visiblemente nerviosa, la chica arrancó el coche, que dio un brusco tirón, un salto y se caló en seco. Tras un par de intentos, logró encenderlo de nuevo y pronto se perdieron por una esquina.
El ruido hizo que Tatiana abriera los ojos, dándose cuenta entonces de que no habíamos estado solos. Me miró, pero no dijo nada. Contento, redoblé mis esfuerzos en su chochito, metiéndole por fin el dedo corazón hasta el fondo, moviéndolo a los lados, explorando en sus entrañas, haciéndola suspirar de placer.
Y entonces llegó un gilipollas que, viéndonos parados en el semáforo en verde hizo sonar el claxon, obligándome a sacar la mano de la acogedora cuevecita donde estaba para poder accionar la palanca de cambios.
El gemido de frustración que emitió Tatiana me hizo sonreír.
–          Por favor, sigue – gimoteó la chica en cuanto el otro coche se perdió al final de la calle.
La miré. Estaba arrebatadora. Bellísima, con el rostro congestionado, jadeante, de nuevo con los pezones durísimos, clavados en el jersey, las piernas abiertas, la falda por la cintura, con el rezumante coño entreabierto, suplicando que me ocupara de él.
Comprendí que no iba a ser capaz de llegar a casa sin follármela.
–          Espera un poco – dije – Enseguida llegamos. Pero no te tapes.
No protestó. Como siempre, Tati obedecía todo lo que yo decía. Así que seguimos rumbo a casa con la preciosa joven despatarrada en el asiento. Estaba tan cachonda que incluso podía olerse el aroma a hembra excitada. Estaba loco de calentura.
Tardamos cinco minutos en llegar. Metí el coche en el garage y lo llevé hasta nuestra plaza de aparcamiento, que quedaba junto al muro, bastante próxima a la puerta de acceso a los ascensores. Aparqué el coche, con el morro orientado hacia la pared y me bajé, mientras Tati hacía otro tanto y se dirigía a la parte de atrás, para coger su abrigo.
Rodeé el coche y me quedé observándola, mientras ella me devolvía la mirada, indecisa.
–          Deja el abrigo encima del coche – le dije.
Ella se puso inmediatamente en tensión, sabedora de que algo iba a pasar, pero obedeció sin dudar y se volvió hacia mí, permitiéndome admirarla. La falda se le había bajado al ponerse en pié, así que, con un gesto, le indiqué que volviera a subírsela.
Tati lo hizo, sin titubear, completamente plegada a mis deseos. Eso me excitó, mi polla volvía a estar al rojo vivo.
–          Quiero ver tus tetas.
Se subió el jersey, sujetándolo con una mano, brindándome el bello espectáculo de sus extraordinarios senos. Qué maravilla de tetas, carnosas, turgentes, con los pezones bien enhiestos.
Tati me miraba directamente, ya no apartaba los ojos con vergüenza, lo que me pareció espléndido. Decidí inmortalizar el momento.
–          Camina hacia la pared, sin dejar de mirarme. Quiero hacerte unas fotos.
Y así lo hizo. Durante un breve instante, me pareció incluso percibir una ligera sonrisa asomando en sus labios. Eso me alegró mucho.
Apoyando la espalda en la pared, Tati adoptó una pose bastante sexy, con las manos junto a las caderas, las palmas apoyadas en el muro y una pierna encogida, también apoyada en la pared. Toda la escena complementada por la falda enrollada en la cintura y el jersey subido, exhibiendo con descaro sus pechos.
Iniciamos una tórrida sesión de fotos. No hacía falta ni darle instrucciones, pues la chica, ya completamente inmersa en el juego, adoptaba de motu propio posturas de lo más sugerentes.
Se acuclillaba y separaba los muslos, se daba la vuelta y, agachándose, se apoyaba en la pared, brindándome un espectacular primer plano de su culito desnudo, se agarraba las tetas con las manos, ofreciéndomelas con descaro… pero, cuando ya no pude más, fue cuando deslizó un dedo entre sus labios y lo chupó con una expresión en el rostro que…
Me abalancé sobre ella. Tanto ímpetu llevaba, que casi la estampo contra la pared. Tati dio un gritito, a medias de sorpresa a medias de diversión y trató de apartarme de ella, sin la más mínima intención de hacerlo.
Un minuto antes, tenía la idea en mente de hacer que me la chupara un poco antes de metérsela… pero que va, yo ya estaba que no podía más.
Mis manos se multiplicaron por su cuerpo, sobándola y acariciándola por todas partes, mientras su boca buscaba la mía con desespero, hundiéndome la lengua hasta la tráquea, dejándome sin respiración, cosa que no me importó en absoluto, pues quien coño necesitaba respirar a esas alturas.
La sobé, la estrujé, le metí mano y ella se mostró receptiva a todo, disfrutando como loca de mis caricias, deseosa de lograr que yo lo pasara bien.
Cuando su mano se posó en mi entrepierna y apretó sobre mi polla… el éxtasis. Estuve a punto de correrme.
Ya no podía más, forcejeé con la bragueta y ayudado por la cálida manita de Tatiana, logré liberar mi falo de su encierro. Me apreté contra ella, estrujando mi polla entre nuestros cuerpos, haciéndola sentir mi dureza. Mi intención era follármela allí mismo, contra la pared, pero ella tenía otra cosa en mente.
Tras dar un par de torpes pitonazos tratando de ensartarla, Tati comprendió mis intenciones y, con habilidad, me arrastró apartándonos de la pared. Con las manos engarfiadas en mis solapas, me llevó junto a ella y, cuando quise darme cuenta, la joven se recostó encima del capó del coche, separando ligeramente los muslos, ofreciéndose a mí.
Ni me paré a pensar en si aquello jodería la chapa del coche y, de haberlo hecho, dudo mucho que eso me hubiera detenido. Me arrojé sobre ella y, con la polla guiada por su experta mano, no tardé ni un segundo en clavársela hasta los huevos.
–          ¡AAAAHHHHHHHH!  – gimió Tatiana al sentir cómo mi émbolo se abría paso sin compasión en sus entrañas.
–          Joder, Tati. Joder, joder, joder… – gimoteaba yo, sintiendo el indescriptible placer de hundirme por completo en la trémula y acogedora carne.
Nos quedamos quietos un segundo, sintiéndonos el uno al otro, con el rostro hundido entre los pechos de la chica, notando cómo su corazón latía desbocado.
Por fin, empecé a moverme, muy lentamente al principio, acelerando progresivamente. Tatiana, entregada, rodeó mi cintura con las piernas, estrechándome contra sí y sus labios volvieron a buscar los míos, besándonos con pasión.
Joder, cómo follamos, qué pedazo de polvo. Tati se corrió en menos de un minuto, lo que no era de extrañar con toda la tensión acumulada a lo largo de la mañana. Yo, con varias corridas a lo largo del día, me sentía con fuerzas y ganas para seguir follándomela hasta el alba, así que redoblé con entusiasmo mis embestidas, arrancando del alma de la chica estremecedores gritos y gemidos de placer.
El coche se bamboleaba con nuestros embates, haciendo gala de una magnífica suspensión. Me alegré de haberme acordado de echar el freno de mano, pues, de no haberlo hecho, habría estampado el coche contra alguno de la fila de al lado.
Entonces el cuerpo de Tatiana se tensó repentinamente, abrazándose con fuerza a mí. Yo pensé que era fruto de la excitación, pero ella me chistó y me obligó a permanecer quieto.
Enseguida comprendí por qué. Un vehículo había entrado al garaje y se aproximaba. Reconocí el coche enseguida, era el de Marcia y Juan Carlos, nuestros vecinos de al lado. También era mala suerte, joder, pues su plaza de aparcamiento era la que estaba justo al lado de la puerta y tan sólo quedaba separada de la nuestra por dos coches.
Nos quedamos muy quietos, bastante acojonados. Ya estaban casi allí, con lo que la oportunidad de levantarnos y hacer como si nada se nos había escapado. No era plan de ponernos en pie ahora y salir, con Tati medio desnuda y yo con la verga enhiesta.
Lo mejor era acurrucarnos y rezar para que no nos vieran.
Si, ya sé que parece un contrasentido. Si somos exhibicionistas… Pero qué quieres, que te pille gente que te conoce, en tu propio edificio… no me parecía buena idea.
Por fin el coche se detuvo, estacionando tres plazas más allá y apagando las luces, cosa que agradecí. Un poquito acojonado, hundí el rostro en el pecho de Tati, tratando de pasar desapercibido y entonces me di cuenta de que su cuerpo temblaba y daba ligeros brincos mientras me estrechaba contra sí.
Me quedé anonadado: Tati se estaba partiendo de risa, con las manos tapando su boca tratando de ahogar las carcajadas.
Fue entonces cuando caí en el extremado surrealismo de la situación. Allí estábamos, a las cinco de la mañana, tumbados encima del coche, con Tatiana empitonada hasta el fondo y sus piernas anudadas a mi espalda.
Coño, con haber aguantado un par de minutos, podríamos haber llegado a casita y estar follando allí tan ricamente.
Sin poder evitarlo, empecé también a reír como un estúpido. Escuché entonces el inconfundible sonido de las puertas de un auto al cerrarse y, con disimulo, miré hacia el lado para espiar cómo mis vecinos se dirigían a la puerta.
Y me encontré directamente con la mirada de Marcia, que nos miraba atónita por encima de los otros coches. Me acojoné muchísimo, ya me imaginaba el escándalo que iba a organizarse en la comunidad…
Sin embargo, Marcia no dijo ni pío, se quedó mirándonos en silencio, sin avisar a su marido que, ajeno a todo, se dirigía a la puerta del cuarto de ascensores.
Me excité. Que la vecina nos hubiera pillado en plena faena me pareció super morboso. Ella nos miraba fijamente, sin mover un músculo, así que decidí ser yo el que se pusiera en movimiento.
Lentamente, mi trasero empezó a moverse de nuevo, bombeando entre las piernas de Tatiana, penetrándola con firmeza. Ella boqueó sorprendida y no pudo evitar que un gemidito escapara de sus labios, lo que me enardeció, haciéndome incrementar el ritmo de mis caderas.
Y con los ojos clavados en los de Marcia, que disfrutaba del show en silencio.
–          No… no… para – me susurraba Tati al oído.
Ni puto caso le hice. Seguí follándomela.
–          ¿Vienes o qué? – oí de repente la voz de Juan Carlos, resonando en el sótano.
Marcia dio un respingo y miró a los lados, sorprendida.
–          Vo… voy – contestó a su marido.
Echándonos una última mirada, la mujer se dirigió a la puerta que su esposo mantenía abierta y ambos se marcharon.
–          E… Estás loco… – gimoteó Tatiana con la voz ahogada por el placer – Marcia nos ha visto…
No contesté. Con un gruñido, redoblé los empellones de mis caderas, con mi polla clavándose una y otra vez en Tatiana.
Ya no protestó más, entregada por completo al éxtasis, alcanzando de nuevo un arrasador orgasmo que la hizo gritar sin poder contenerse. Por fortuna, los vecinos debían estar ya en su casa, si no, habrían venido a investigar fijo.
Yo aguanté un poco más, follándomela con ganas, con la imagen de los ojos de Marcia grabada en la mente, loco de excitación, penetrándola febrilmente.
Y me corrí. Directamente en su coño, llenándola de semen. Tatiana gimoteaba, balbuceando palabras ininteligibles, arrasada por el placer. Mi cuerpo, completamente en tensión, sufría espasmos incontrolados, mientras sentía cómo mi simiente se derramaba en su interior.
Exhausto, me derrumbé sobre el cuerpo de Tatiana, el rostro hundido entre sus pechos, respirando con dificultad. Sus manos empezaron a acariciarme con delicadeza, la espalda, los cabellos y, en ese momento, sí que amé con fuerza a Tatiana. Feliz, mis labios buscaron los suyos y nos besamos en silencio, con pasión, mientras nuestros corazones iban poco a poco recobrando el ritmo normal.
Minutos después, con desgana, nos levantamos de encima del coche. Ayudé a Tati a ponerse en pié y, cuando lo hizo, pude ver cómo un hilillo de esperma se deslizaba fuera de su vagina.
–          Joder – pensé – La he llenado enterita.
Pero no dije nada. Me limité a guardarme el menguante pene en los pantalones mientras Tati se componía la ropa como podía.
Recogí su abrigo, que con tanto meneo se había caído al suelo y, cogiéndola de la mano, nos fuimos a casa.
Agotados, nos acostamos enseguida y aunque Tati protestó un poco con lo de acostarnos sudorosos, no insistió mucho en el tema y pronto estábamos los dos soñando con los angelitos… o, en mi caso, con las diablillas…
TALIBOS
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Relato erótico: “De camping con mi suegro y sus amigos” (POR ROCIO)

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Los padres de mi novio me habían invitado a una acampada en el Parque Nacional Santa Teresa, al este de Montevideo, un lugar de más de mil hectáreas de naturaleza, bordeado por playas hermosas. Era una actividad ideal y necesaria a todas luces; tocaba conocer más a su familia y desde luego que ellos me conocieran también. Christian y yo estábamos a punto de llegar a nuestro tercer año juntos y sentía que era tiempo de que conocieran otra faceta mía distinta a la que mostraba durante las cenas, cumpleaños y eventos en los que me presentaba.

Su padre, Miguel, era quien conducía el vehículo; un hombre bastante bien conservado pese a sus cincuenta y nueve años. Se mostraba coqueto conmigo, diciendo que en el parque tendría que protegerme de los “buitres” (acosadores); o que no tendría problemas en dejarme dormir en su carpa si tenía miedo de la noche. La madre, Marisa, de edad similar aunque he de confesar que el físico contrastaba con lo cuidado que se mantenía su marido, nunca dejaba de acariciar a su esposo por el hombro, compartiendo un mate, dándole pellizcos reprendedores cada vez que me hacía bromas, tildándolo de un “buitre” más.  
Llegado al famoso parque, alquilaron una parcela agreste. El lugar se divide en zonas de ruido y de silencio, para gente joven que viene a farrear por un lado, y para gente mayor o familias que vienen a disfrutar de la naturaleza por el otro. Esta última fue la evidente elección para acampar, un lugar tranquilo en medio del denso bosque.
Ahora, ¿cómo iba a saber yo que algo a priori divertido iba a desmadrarse tanto?
I. Vóley de playa con mi suegro y sus amigos
Todo parecía un paraíso. El aire puro, charlar en grupo sentados en un añejo banco de madera, con el sonido del mar a solo cientos de metros más adelante, con un cielo imponentemente celeste. Sus padres fueron a la playa y nos pidieron que les acompañáramos, pero Christian les dijo que se adelantaran, que primero quería hablar conmigo en privado. Así que al retirarse ellos, me rodeó los hombros con su brazo.
—¿Qué tal lo estás pasando, nena?
—Súper bien. Me encanta tu papá, me está volviendo loquita con tanto piropo.
—Suele ser un completo pesado conmigo y mi hermano, vaya, tenía miedo de que fuera igual contigo. Pero parece que tendré que tener cuidado, que me puede robar a la novia, ¿eh?
—¡Exagerado! Voy a cambiarme, nene.  
Así que me puse un bikini negro con lazos anudados, además de un pareo que me cubría desde la cintura hasta abajo.  Fuimos a la playa para buscar a sus papás. Mi chico me decía entre bromas que me quitara el pareo para conquistar a su padre y ganarme su corazón, que es un hombre de “colas”, pero entre risas le respondía que no quería, que me dejara en paz. Para colmo me quería desajustar los lazos de mi bikini, justificándose que a su papá le encantaría verme desnuda.
—En serio, nena, con esa colita de infarto lo vas a volver loco y no te va a dejar en paz.
—Bueno, ¡ya suéltame!, ¿pero tú eres mi novio o un pervertido?, carambas, que me vas a dejar en pelotas si tiras de los lazos, cabrón.  

Su padre se acercó trotando, con una pelota de vóley en mano.

—¡Tú, muchacho imberbe! ¿¡Dónde andabas!? ¿Qué tal si jugamos un partido de vóley de playa contra mis colegas? Me falta un hombre, y como no hay uno, pues pensé en ti, hijo.
—¡Qué gracioso eres, viejo! Mira, jugar vóley contra dinosaurios tiene que ser una experiencia alucinante, pero paso.
—¡Ya decía que no tenías pelotas suficiente para jugar con nosotros! ¡Rocío, caramelito!
—¿Señor Miguel?
—¿Quieres jugar al vóley? Mi esposa ha desaparecido junto con las señoras de mis colegas, no tengo a nadie quien me haga compañía.
—¡Ja, déjala en paz! Rocío es más de tenis, no va a jugar al vóley. Normal que mamá se haya pirado a otro lado con las demás señoras, ¿quién carajo quiere mirar a unos viejos jugando vóley a pecho descubierto? No es agradable a la vista, ¿sabes?  
Pues lo cierto es que no sé jugar mucho al vóley pero no era plan de rechazar al papá de mi novio. Es decir, ¿habíamos viajado a un extremo de mi país para que el papá pase con sus colegas, la mamá con sus amigas, y yo a solas con mi novio? La idea el viaje era pasar tiempo con sus padres, así que le reprendí a mi chico.
—¡Ya deja de tratar así a tu papá! Si no vas a jugar, yo lo haré.
—¿En serio, Rocío? ¿Estás segura? ¿Con mi papá y sus colegas?
—¡Eso es, mi nuerita ha salvado la tarde! Ven, caramelito, vas a ser mi compañera, jugaremos contra don Rafael y don Gabriel, unos colegas que encontré aquí.
—¡Ja, como los tres arcángeles! ¡Claro que sí, don Miguel!
—Venga, llámame “papá”, que ya eres de la familia. Además nunca tuve hija y me hace ilusión. Y tú, desgraciado imberbe, ¿ya le dijiste a esta preciosa niña que te orinabas en la cama hasta los seis años? Ni te atrevas a venir con nosotros. Ve junto a tu madre, se ha ido a ver el museo del parque con sus amigas.
—¡Ni siquiera pienso acercarme, viejo! ¡Rocío, cuidado con los balonazos, bastones y pastillas! —se mofó mi chico.
—¡Dios santo, ya dejen de pelear! —protesté, mientras su papá me llevaba de la cintura.
En una apartada cancha de arena débilmente delineada, con una pobre y desgastada red que la partía, se encontraban los dos amigos de mi suegro, sentados en un banquillo y charlando amenamente, torsos al desnudo y con shorts solamente. Una pequeña conservadora de hielo repleta de latas de cerveza estaba a un costado. Iba en serio eso de que nadie querría ver a señores de edad jugando al vóley, todos se agrupaban en las inmediaciones para ver otros juegos, de disciplinas como hándbol, fútbol de playa y hasta vóley también, pero practicadas por enérgicos jóvenes.
—¡Madre de dios!, ¿de qué parte del cielo caíste, angelita? —picó su amigo al vernos. Era Gabriel, muy alto, de complexión física bastante agradable para mi vista. De seguro en su juventud fue algún deportista. Piel morena, bien peinado y afeitado, todo un galán que me conquistó con su mirada penetrante y sonrisa cautivadora con hoyuelos.
—¿Es tu hija, Miguel? —preguntó el señor Rafael. Bajito en comparación a sus amigos, algo peludo, con una tímida pancita cervecera, de risa contagiosa y chispeantes ojos—. ¡Creo que estoy enamorado!
—Compórtense, amigos, es mi nuera. Se llama Rocío. Mira, caramelito, este es Gabriel. El otro es Rafael. No les hagas mucho caso, solo están bromeando contigo.  
—¡Buenas tardes, señores!
—¡Ah, pero no pongas esa carita tan linda, que yo cuando entro en la cancha no tengo piedad de nadie! ¡Aquí no hay nueritas ni amigos, solo rivales! ¡Me transformo en la cancha! —amenazó don Rafael.
—Sí, ya veo que te transformas en Moby Dick —se burló su amigo Gabriel, dándole palmadas a su panza—, vamos, ¡desde hace rato que quiero jugar!
Yo y mi suegro íbamos a comenzar, así que me retiré el pareo para ponerlo en el banquillo, iba a estar mucho más cómoda sin él. Cuando entré a la cancha, don Rafael me silbó para sacarme los colores.  
—¡Uy! ¡Vaya con la nuerita!
—¡Menudo bombón! —dijo don Gabriel, con una amplia sonrisa—, ¿aún hay posibilidad de que abandones a ese noviecito que tienes?
—Ni caso, quieren ponerte nerviosa, caramelito, ¡vamos a jugar!
Me pidió que sacara, y no puedo encontrar las palabras para describir el cosquilleo intenso que sentía con tanto piropo, era algo que probablemente lo decían para desconcentrarme, sí, pero me agradaba porque no eran groseros. El corazón se quería desbocar; abracé la pelota y sonreí como una tonta mientras los hombres se acomodaban en sus puestos.
—¡Dale, Rocío, saca y muéstrales de qué estás hecha!
—¡Sí, don Mig… papá!
Así que lancé la bola al aire, arqué mi espalda hacia atrás y, dibujando un semicírculo con el brazo, mandé el balón con un poderoso salto. Cuando seguí la trayectoria del balón con la mirada, me di cuenta de que tanto mi suegro como sus dos amigos preferían observarme a mí antes que a la pelota picando en el área contraria.
Estaban boquiabiertos y extrañados. En ese entonces pensé que simplemente fueron buenitos conmigo y me regalaron un punto fácil, para romper el hielo y tal.
—¡Punto, papá!
—Esto… —don Gabriel achinó los ojos.  
—¿Pero qué carajo estoy viend… ? —don Rafael me miraba a mí y luego a mi suegro alternativamente.
—B… Buen servicio, Rocío… ¡Buen servicio, comenzamos ganando, eso es… bueno, eso es muy bueno!  —se acercó y me tomó del hombro—. Y ponte el bikini, caramelito, se te ha caído la parte inferior.
Se me congeló la sangre. ¿Que qué había sucedido? Pues el lazo de la parte inferior de mi bañador se había desprendido, revelando mis carnecitas; lo primero que pensé fue que quería matar a mi novio ya que estuvo toda la maldita tarde intentando desprenderlas a modo de broma. Al haberlas aflojado, el cabronazo me sirvió en bandeja de plata a unos cincuentones; su padre y sus dos amigos vieron que la nuerita iba depilada a cero, amén de tener un tatuaje de una pequeña rosa en la cintura que estaba estratégicamente oculta por el bikini. Bueno, ahora ya nada estaba oculta…
Diez minutos después, cuando dejé de llorar a moco tendido en el banquillo de madera, siempre consolada por los tres señores que no paraban de quitarle hierro al asunto, decidí continuar con el vóley de marras. Me sequé las lágrimas y comencé a reír de los chistes que me decían para levantarme el ánimo. Eso sí, me ajusté cinco o seis veces las tiras en mi cintura, no fuera que me volviera a suceder otra debacle.
—Bueno, estamos ganando, caramelito. ¡Sácala!
—¡No te dejaré anotar esta vez, bomboncito! —se rio don Rafael.
Volví a sacar. La lancé muy fuerte, se fue afuera. Pero los señores, los tres arcángeles maduritos, prefirieron volver a verme antes que observar el balón picando hacia la playa. Creí que me iba a desmayar, es decir, no tenía ni idea de qué estaba mostrándoles ahora, tampoco es que estuviera emocionada por saberlo. Volvieron a repetir esos rostros estupefactos mientras yo empezaba a resoplar de manera nerviosa. 
—Okey, estoy se pone interesante —dijo don Gabriel, acomodándose el paquete, seguro que se estaba poniendo duro por mi culpa. Me sonrió.
—Caramelito, por favor no vuelvas a llorar… pero ahora la parte superior de tu bikini…
Cuando supe que el lazo del cuello de mi bikini había cedido, también por el intento de afloje de mi novio, me volví a derrumbar. La razón por la que llevé un bikini negro era simplemente para disimular los pequeños piercings en mis pezones… es decir, ocultarlas de sus padres. Pero allí estaban, mostrándose las barritas con bolillas en todo su esplendor, chispeando por el sol mientras la parte superior de mi bikini revoloteaba por la cancha…
Veinte minutos después, tras haberse acabado mis lágrimas y mocos, siempre rodeada y consolada por mis tres arcángeles, decidí volver a jugar el maldito partido de vóley. Esta vez, los tres hombres se prestaron a ayudarme para asegurar cada uno de los lazos de mi bikini. Don Gabriel llegó a bromear de que no me fiara de don Rafael, que seguro los iba a aflojar, pero por suerte eran solo chistes para subirme el ánimo.
Era el turno de que los contrarios sacaran la pelota. Y el juego se puso muy raro porque todos los balones me los mandaban a mí para que pudiera esforzarme y regalarles la vista no solo de frente sino detrás, cada vez que corría, saltaba y me lanzaba a por todos los envíos. Pero era evidente que no jugaba bien al vóley, siempre terminaba fallando mis remates, tropezándome y hasta gimiendo de dolor cada vez que los balones venían muy fuerte.
Por suerte no sucedió nada raro. Cuando terminó el primer set, que por cierto perdimos, nos volvimos para sentarnos en el banquillo. Ya estaba ocultándose el sol en el horizonte, tiñendo la playa de naranja, repletándolo de chispas doradas; las cervecitas empezaron a correr. Don Rafael me pasó una latita.
—Oye, Rocío, en serio eres muy guapa y divertida, el hijo de Miguel es un chico muy afortunado. Por lo general las chicas de hoy van de divas, pero me alegra que no sea tu caso.

—Muchas gracias, señor Rafael. Usted es muy gracioso, me hizo reír mucho con sus chistes.

—Es muy joven ese muchacho que tienes de novio, seguro que disfrutarás de alguien con más experiencia —picó don Gabriel, codeándome.
 —¡Eh, eh! ¡Piratas! Si está con mi hijo es porque le gusta él, y ahora que Rocío está pasando tiempo conmigo, verá que yo multiplico todas esas cualidades que ese muchacho imberbe heredó de mí. ¡Ja, aquí el suegro tiene la potestad!
—Maldita sea, yo tengo hijas, no hijos —don Gabriel se pasó la mano por su blanca cabellera, antes de rodearme la cintura con su brazo para apretarme contra su moreno cuerpo—. ¡Cómo quiero una nuerita como tú, bombón! ¿Cuánto tiempo más vas a estar por aquí?
—Hasta mañana, señor Gabriel —bebí la cervecita.  
—Miguel, sé buen amigo e invítala a ese lugarcito “especial”, ¿qué me dices? Mañana por la mañana.
—¡Jo! Rocío —mi suegro rodeó mis hombros con su brazo. Estaba atrapada entre dos maduritos; había más chispas entre nosotros que en el mar—. Mi esposa ya tiene planeado visitar mañana los humedales, seguramente irán las señoras de Gabriel y Rafael. ¿Quieres pasarla con ellas o con nosotros? No iremos a los humedales, sino a un lugar muy especial y secreto. Prometo que te va a encantar. 
—Uf, lo cierto es que tengo que aprovechar y pasar tiempo con su esposa también, que para eso he venido…
—Entiendo, Rocío. Es comprensible. Total, solo somos unos viejos venidos a menos.
—No… ¡No diga eso! Y no ponga esa carita, don Mig… quiero decir, papá —le dije acariciándole la pierna—. ¡Claro que les voy a hacer compañía, me haría mucha ilusión pasarla con ustedes!
—¿En serio? —don Gabriel, que seguía abrazando mi cinturita, apretó con fuerza—. Rocío, en serio caíste del cielo, ¿dónde están tus alitas? ¡Confiesa!
—¡Ya, exagerado!
Luego de un rato más bebiendo y riendo, volvimos mi suegro y yo a la finca porque ya estaba anocheciendo. Tomados de la mano como si fuéramos una pareja. Él súper sonriente y yo muy pegadita a su cuerpo, lo cierto es que me estaba encantando ese lado coqueto y picarón de ese hombre, ya ni decir de sus amigos. Los accidentes durante nuestro juego de vóley quedaron allí en la playa, como un secreto enterrado bajo la gruesa arena y las chispas del atardecer. Es más, las ganas de asesinar a mi novio se esfumaron y solo quería verlo cuanto antes.
Don Miguel preparó una fogata mientras yo me bañaba; luego se nos unieron mi novio con su mamá, que volvieron del museo del parque. Tras la cena, sus padres fueron a su carpa, mientras que yo contaba los segundos para que mi chico me tirara de la mano y me llevara a su tienda o a la mía, ¡pero ya! Y así fue. Dentro de su carpa, dibujando chispas sobre su pecho, maquillé un poco los sucesos de esa tarde.
—¡Así que les ganaste a los amigos de papá! ¡Vaya campeona!
—Uf, nene, ¿te parece si hacemos algo?
En ese momento escuchamos unos tímidos gemidos provenientes de la carpa de sus padres. Era evidente que ellos también, por la pinta, estaban queriendo “hacer algo”. Yo me reí pero mi chico quedó con la cara espantada. Le peiné con mis dedos:
—Christian, ¿te asquea que tus papás lo hagan o qué?
—Claro. Son mis padres, nena. ¡Qué incómodo! ¿Te parece si nos dormimos y continuamos mañana? —preguntó arropándose con una manta y cerrando los ojos. Ya no me hizo caso pese a que lo zarandeaba. Incluso metí mano para acariciarle el vientre pero no hubo caso, parecía que saber que sus padres tenían sexo le cortaba todo el rollo.
Así que salí de su tienda, bastante cabreada, y miré de reojo la carpa donde sus padres estaban haciéndolo. Gracias al brillo de una farola tras los árboles podía ver la silueta oscura de ambos allí adentro. Iba a irme a mi carpa, pero escuché a don Miguel rogándole a su señora:
—Mira, querida, mira cómo estoy, no me dejes así.
Descubrí, al acercarme silenciosamente, que no estaban teniendo sexo. Por la sombra que proyectaba, entendía que él estaba sobre su esposa, animándole a que tuvieran relaciones, pero la señora no quería saber nada.
—¿Pero qué te pasa, Miguel? Déjame dormir, me duele la cabeza.
—¿Pero estás viendo este pedazo de erección que tengo, Marisa?
Cuando dijo aquello, el señor se puso de rodillas, de perfil, y pude ver boquiabierta la polla de mi suegro (mejor dicho, la sombra). ¡Era enorme! ¡Pues claro, era una maldita sombra, normal que pareciera titánica, engañando mi percepción! Pero, ¿y si no? Madre mía, ¿por qué el hijo no heredó esa lanza? Empezó a estrujársela, parecía que buscaba la mano de su esposa para que ella comprobara su estado pero la mujer no quería saber nada de nada.
Me calenté tanto viendo aquella espada que no dudé en meter mano bajo mi short de algodón y tocarme. No lo podía creer, ese señor rogaba por sexo y su señora no lo quería contentar. Y yo le había implorado a mi novio que aplacara el calor que me tenía en ascuas.
Disfruté de las dos vertientes del voyerismo aquella vez. De tarde, exhibiéndome a unos señores que triplicaban mi edad. De noche, espiando a mi suegro masturbándose. Pensé, mientras mis finos dedos entraban y salían de mi húmeda gruta, que seguramente don Miguel estaba empalmado gracias a mí y mis accidentes durante el juego de vóley. Seguramente se tocaba imaginando mi cola, mi sexo, mis pezones anillados, recordando mis gemidos…
Me mordí un puño para no gemir porque el orgasmo que tuve fue inolvidable. Caí allí, en el suelo, retorciéndome y tensando mis dedos dentro de mí. Mientras recuperaba mi vista, que se había nublado durante el clímax, volví a mirar la tienda; el pobre hombre, por lo pinta, también se estaba corriendo en un pañuelo o camiseta que se acercó él mismo.
“Don Miguel…”, susurré con mis finos dedos haciendo ganchos en mi húmeda cueva, viendo chispas doradas en el cielo negro.
II. Exhibida, pervertida y follada por mi suegro y sus amigos
Al día siguiente, cuando mi suegro salió de su tienda para desperezarse, prácticamente me abalancé sobre él para darle los buenos días y llenarle la cara a besos. Me dijo, tomándome de los hombros, que desayunáramos rápido y nos escapáramos, que luego él llamaría a su esposa para decirles que hicimos un cambio de planes, que no iríamos con ella a los humedales.
Con camiseta holgada, short y sandalias, me adentré al bosque rumbo a una nueva aventura, siempre tomada de su cálida mano, siempre pegadita a su cuerpo.
La zona que quería enseñarme era una hermosa piscina natural por donde flotaban flores de loto; el lugar se alimenta de una pequeña pero alta cascada cuyo sonido era celestial; todo ese pequeño paraíso estaba escondido en medio de la espesura del bosque. Para mi sorpresa, ya estaban esperándonos don Gabriel y don Rafael, sentados en sillas plegadizas, pegados al agua prácticamente. Discutían entre bromas, no nos vieron llegar. 
—¡Buen día, señores! Tal como prometí, vine para pasarla con ustedes.
—¡Ah, Rocío, ven, siéntate sobre mi regazo! —dijo el guaperas de don Gabriel, mostrándome su sonrisa con hoyuelos—. Es el castigo por haber perdido ayer el partido de vóley. 
—Caramelito —mi suegro me tomó del hombro—. No quiero que te sientas incómoda o que pienses mal de nosotros. Sabes cómo somos, nos gusta bromear y picar, pero quiero que sepas que cuando sientas que algo no te gusta, puedes decirlo y te lo vamos a respetar.
—No pasa nada, “papá”, es lo que me toca por haber perdido.

Así que entre risas y aplausos me senté sobre el regazo de don Gabriel; rodeé sus hombros con mi brazo. Mi suegro repartió unos habanos, preguntándome antes si me iba a molestar que fumaran. Lo cierto es que no estoy acostumbrada a ello pero no iba a ser aguafiestas, les dije que no me importaba en lo más mínimo.

—Ahora es mi turno —dijo don Rafael, levantándose con unos trapitos blancos en mano, mordiendo su habano—. Mi castigo para Rocío, por haber perdido ayer, es que se ponga esto.
O me estaba gastando una broma o en serio pensaba que iba a ponerme esa tanga hilo de licra. ¡Era pequeñísima! Suelo usar tanga, pero para disfrute de mi chico, no para goce de unos cincuentones. Y no es que yo sea acomplejada, pero tengo cintura algo ancha, que… ¡sí, me acompleja a veces! Mostró luego un sujetador de media copa, a juego. La risita que solté evidenció mi nerviosismo.
—Se lo robé a mi nieta antes de venir aquí.
—¡Ya! ¡La llevan claro si piensan que voy a ponerme eso!
—Pero si eres tan guapa, ¿no nos vas a dar un alegrón? —preguntó don Gabriel, abrazándome para apretarme contra su moreno y fornido pecho, besándome toda la carita.
—Uf, ¡basta! No sé… No me gusta llevar bikinis tan… pequeños. Verán, tengo senos grandes… y luego está mi cintura, que es… bueno…
—¿Pero qué te sucede? —don Rafael se acercó con sus trapitos en mano—. No me digas que estás acomplejada, ¡si estás hecha un vicio! ¡Míranos, niña! ¡Nosotros no somos modelos precisamente!
—Hazle caso a Moby Dick —me dijo el señor Gabriel, besándome la nariz—. Si lo haces, te prometo que te llevará a un paseo por el Shopping, ¿qué me dices? Te compraré todas las ropitas que quieras.
—Suficiente, amigos, si mi nuera no quiere, pues ya está dicho… —mi suegro ahora se pasaba la mano por la cabellera, resoplando, visiblemente triste.
—¡Ya, ya! Al carajo con ustedes…
Así que me dirigí tras la cascada para cambiarme conforme me aplaudían y vitoreaban entre el denso humo de habano que les rodeaba. Me desnudé; short, blusita, sujetador y braguitas afuera. No podía ver bien a los señores ya que el agua de la cascada deformaba la visión, pero más o menos imaginé que podrían percibir mi desnudez, lo cual hacía que mi corazón apresurara latidos incontrolablemente.  
Comencé a subirme el tanga por mis piernas; era estrecha, no era mi talla, pero luché y conseguí ponérmela. Al acomodarme los bordes delanteros que cubrían mi sexo y acomodármela bien entre mis nalgas, no pude evitar un estremecimiento que me corrió desde mi vaginita hasta los hombros. Sentía cómo aquella tira se clavaba entre mis glúteos; la tela entre las piernas se hundía, metiéndose en medio de mi cuerpo, provocándome una sensación riquísima. Por delante, debido a lo ajustado que era, mis labios íntimos se delineaban groseramente debajo del pequeño triangulito de tela.
“Creo que lo mejor será quitármelo, es demasiado ajustado”, pensé, tratando de mirarme la cola. Veía como el hilito desparecía entre mis nalgas regordetas. En ese momento, sin esperármelo, alguien se adentró tras la cascada y se robó no solo mis ropas, sino el sostén que hacía juego con mi hilito. Salí inmediatamente, tapándome los grandes senos con un brazo.
—¡Don Rafael! ¡Es un mentiroso y además tramposo! ¡No me queda bien!
—¡Uy, madre mía! —dijo poniendo mis ropas sobre su hombro, retrocediendo hasta su asiento, riéndose en todo momento—. ¡Rocío, si te queda de puta madre!
Avancé hasta donde ellos estaban, ya sentados, riéndose cómodamente en esa espiral de humo gris que forjaron con sus habanos; mirándome de arriba para abajo sin ningún tipo de disimulo. A mí no me parecía nada gracioso, es más, mi ceño era bastante serio. Don Gabriel expelió el humo de su cigarro:
—No ha terminado el castigo. Vuelve sobre mi regazo.
—Quiero que me devuelvan mis ropas —dije sentándome donde me había ordenado, siempre tapando mis senos. Tosiendo también.
—Rocío, realmente eres una chica muy coqueta —dijo don Gabriel, abrazándome por la cintura, jugando con mi hilito.
—Nosotros cuando teníamos tu edad solíamos venir por acá —dijo mi suegro, habano en mano—, y traíamos a nuestras chicas para desnudarnos y disfrutar de la naturaleza. Viste que aquí no hay playa nudista, así que nos rebuscamos por un lugar especial. Ayer quisimos invitarlas pero prefirieron otros planes, como ves.
—Niña —dijo don Rafael, dándole una calada fuerte a su habano—. Lo de ayer fue muy especial, jugando al vóley, digo. Me encanta cuando una mujer exhibe su cuerpo con total naturalidad, cuando se muestra sin vergüenza. Dime, ayer, ¿lo hiciste adrede? ¿Te sentiste cómoda así, aunque sea por breves segundos, mostrándote naturalmente?
—No mencionen lo de ayer, por favor, no soy una exhibicionista ni nada de eso… —Los brazos se cansaban de sostener mis senos.  
—Nuestras señoras ya hace rato que se acomplejaron, no sé si de nosotros o de ellas mismas. Por eso no quisieron venir aquí. Pero al verte ayer tan coqueta, jugando con nosotros y mostrándote tan natural, mostrando esa colita preciosa que tienes… pues nos volvió la nostalgia, ¿qué quieres que te diga? ¿No te importaría que nos desnudemos, verdad?
—¿En serio, señores? ¿Se van a desnudar aquí?
—Míralo de esta forma, caramelito. Así emparejamos lo de ayer. Te vimos toda, ¿eh?
Don Rafael me besó el hombro y me volvió a traer contra su pecho. Por otro lado, mi suegro y don Rafael se levantaron para quitarse las ropas. Tenían sus sexos dormidos, aunque la del señor Gabriel se sentía palpitando bajo mis muslos. No voy a mentir, rodeada de maduritos, mi cuerpo se calentó, se mareó, se vio sobrepasado por la situación y el humo del habano. No sabía qué decir o hacer; la razón se me perdió en un tumulto avasallador.
—No tengas vergüenza, Rocío, baja tu brazo —me susurró mientras los otros dos señores entraban al agua, esperándome. Varios besos ruidosos volvieron a caerme. Mejilla, nariz, mentón, oreja, entre los ojos.
—Don Gabriel… Uf, ¡está bien, ya basta con los besitos!, pero a la mínima que se burlen voy a cortar con esto.
Así que cerré los ojos, resoplé y bajé el brazo, dejando que mis tetas cayeran lentamente y se mostraran en toda su plenitud, adornadas con aquellos piercings que destellaban al sol. Me levanté del regazo que me acobijaba. Estaba prácticamente desnuda, con ese hilito que nada hacía sino relucir mis vergüenzas, casi temblando ante señores que triplicaban mi edad. Mi suegro extendió la mano y me invitó para acompañarlos en esa piscina natural repleta de flores de loto. Destellos dorados por todos lados.
Estaba tan ensimismada al entrar que ni me di cuenta que pisé algún desnivel. Terminé resbalándome pero logré sostenerme de las piernas de mi suegro. Su sexo estaba despertando frente a mis ojos. Disimuladamente miré otro lado, pero allí donde observaba solo habían más vergas, y más duras incluso. Don Rafael me ayudó a reponerme, tomándome de la mano y tirándome contra su velludo pecho, pegándome contra su pancita de cervecero. La punta de su verga me golpeó el vientre.  
—¡Ahh! —chillé, arañando su pecho.
—Ups… Lo siento, niña, es que… ¡Mírate nada más, qué rica estás! Normal que levantes el ánimo.
—N-no pasa nada, don Rafael.
Le salpiqué agua a la cara para destensar el asunto. Los dos hombres detrás de mí se acercaron para rodearme, apartando las flores de loto a su paso, con sus mástiles completamente armados y apuntándome.
—Tenemos visita —susurró mi suegro—. Sobre nosotros, tras las rocas y arbustos, hay unos chicos observándonos. Vaya buitres, ¡ja!
Los miré de reojo, ocultos tras unos matojos, eran seis chicos. Evidentemente me pillaron viéndoles así que me sonrieron. Me alarmé y me volví a cubrir los senos. Les di la espalda y casi grité del susto antes de que los tres maduritos me rodearan para tranquilizarme. Miré a mi suegro.
—¡Don Miguel! ¡Espántelos, por dios! ¿No le asusta que nos estén mirando?
—Para nada, caramelito. Es más, me gusta que nos vean con una chica tan linda como tú.
—Pues a mí me parece incómodo… Madre mía, ¿y siguen mirando?
Roja como un tomate, recibí el abrazo de mi suegro. Iba a seguir rogando que les mandara a tomar por viento porque yo no les conocía. Pero antes de que dijera algo, me dio una fuerte nalgada que me hizo dar un respingo; apretó con sus dedos, fuerte, hundiéndolas en mis nalgas. Mi corazón empezó a desbocarse, ¡mi suegro estaba tocándome!… Y no me sentía mal. Confundida, sí, ¡montón!, pero no asqueada ni nada de eso.
—¡Auch! ¡Don Miguel!
—Tres.
—¿Qué?
—Tres chicos se están tocando.
—¿Se están tocando? Auch, me está apretando fuerte, don Miguel… mi cola… ¡la está apretando muy fuerte!
—Caramelito, es que en serio, tienes un culito fuera de serie, ¡uf! Excesivo, te van a multar un día de estos.

Estaba prácticamente sintiendo los latidos de su verga reposando contra mi vientre, pero lejos de sentirme indignada, sentía algo distinto, algo rico, especial, tabú, morboso, ¡algo! Pero no era plan de derretirme tan fácilmente. Quería salirme pero el señor me apretaba muy fuerte contra él.

—Se van a pajear esta noche pensando en tu cola. En… esta… jugosa… colita…
—¡Ahhh!
La cabeza se me arremolinaba en una amalgama de sensaciones contradictorias. Por un momento me imaginé en la situación. Seis completos desconocidos tocándose en la privacidad, o incluso en grupo, en la cala, en el bosque o cerca de algún humedal. Pensando en mí, dedicándome, ¿cuánto? ¿Cinco, diez minutos de sus vidas para descargarse? Yo, al menos durante un breve instante de sus vidas, sería la protagonista de las fantasías de unos completos anónimos. Mejor dicho, mi cola sería la protagonista… algo así revoluciona aún más una autoestima como la mía.
Destellos dorados cabrilleaban por la piscina natural, entre las flores de loto de errático andar. Todo comenzaba a vibrar, ¿o era solamente yo?
—¿Se van a… pajear… pensando en mí?
Desearía decir que seguí resistiendo, pero sinceramente me estaba gustando la idea de… mostrar mi colita a unos completos desconocidos mientras mi suegro me trataba así, como si fuera una zorrita. Ni sus nombres, ni sus edades, ni de dónde venían, ¡no sabía nada de ellos! Pero mi cuerpo sería foco de sus más oscuras fantasías. ¡Madre!
Estaba tan excitada, prácticamente me estaba restregando contra mi señor y sacando demasiado la cola. Sus dos manos agarraron, cada una, una nalga. Me susurró “Démosle algo especial”. No sabía qué iba a hacer, pero no me importaba, me estaba encantando ser guiada, ser pervertida por mi suegro. “¿Qué va a hacer, don Miguel?”, pregunté en otro susurro.
No sabría describir el placer que me recorrió todo el cuerpo cuando separó descaradamente mis nalgas, mostrando mis vergüenzas. Mi conejito asomando abajo, seguramente abultadito; depilado y húmedo, mi cola también. Abrí la boca y casi tuve un orgasmo descontrolado cuando me tocó el ano con uno de sus dedos, acariciando el anillo. Le mordí un hombro con el rostro arrugado de placer. 
—Qué linda, ¿estás teniendo un orgasmo sabiendo que unos desconocidos te miran?
—N-no… —mordí más fuerte.
Tras una sonora nalgada que rebotó por todo el bosque, me apartó de él. Estaba excitadísima, y colorada, y avergonzada, y muy curiosa, y, y, y… Pero no podía ni hablar. Don Miguel me tomó de los hombros y me giró para mostrarme a esos chicos voyeristas. “Míralos, allá arriba”, susurró. “Y baja tu brazo, muéstrales lo que tienes”.
—Que vean tu carita repleta de gozo —dijo don Gabriel, a mi lado derecho, agarrando mi manita y llevándola hasta su verga. Di un respingo al sentir su carne y él se rio de mí. Era caliente, durísima pero de piel suave. Era tan grande que mi manita ni siquiera se cerraba al agarrarla por el tronco.
—Que vean tus preciosos senos —susurró don Rafael, tomando mi otra mano para que le agarrara su tranca, casi toda escondida bajo su pancita de cervecero. Se sentía más grande aún, venosa y palpitante. La acaricié con dulzura—. Que miren tu hermoso coñito depilado… que se mueran de envidia de estos supuestos viejos y acabados de los que tanto se burlan cuando nos ven jugar en la playa.
Y les vi. Los seis chicos seguían sonriéndome, tocándose también… y yo les devolví mi sonrisa más sucia, repleta de vicio, pajeando la polla de Gabriel a mi derecha y la de Rafael a mi izquierda. Por accidente casi saqué toda la lengua para afuera mientras blanqueaba mis ojos cuando mi suegro me abrazó por detrás, pegando su poderosa erección contra mi colita, su fuerte pecho contra mi espalda, restregándose contra mí. Ladeando el triangulito que cubría mi vaginita, metió un par de sus gruesos y rugosos dedos dentro de mi gruta.
Me decía que le encantaba que tuviera una vagina tan abultadita, pues se podía pasar horas y horas entre mis carnosos labios rebuscando por mi agujerito. Me quería desmayar de placer, pero de algún lugar quité fuerzas para seguir allí, parada, masturbándole a dos viejos, siendo vaginalmente estimulada por otro.
—¿Te gusta que te vean, caramelito?
No respondí. Solo gemía y gemía ante la maestría de ese catedrático del sexo metiéndome dedos.  
—A nosotros nos gusta verte, ¿ves cómo nos estás poniendo con tu cuerpito? Y tú tan acomplejada por nada…
Estaba que no podía creerlo, si la cosa seguía así, no iba a tomar mucho tiempo para que ellos estuvieran metiéndome carne. Don Miguel me tomó de la mano que pajeaba a uno de sus colegas, y me apartó de ellos. “Voy a robarte de mis amigos un momento. Potestad del suegro”, dijo con una sonrisa, llevándome consigo. Atontada como estaba, me dejé llevar hasta la orilla.
Nos acostamos sobre la arena, un par de flores de loto estaban pegadas a mis muslos; me acosté encima del señor, lamiéndole la cara y arañándole ese pecho peludo mientras él me magreaba la cola. Él apretaba fuerte mis nalgas, las movía de forma circular y las separaba para mostrarle no solo a sus amigos sino a esos chicos curiosos. Yo me restregaba contra él, masajeándole su anhelante sexo como mejor podía, restregándola por mi vulva.
—¿Qué te pasa? ¿La quieres adentro, caramelito? —preguntó acomodando su cipote en la punta de mi húmeda almeja.
Gemí, afirmando ligeramente con mi cabeza pues mi voz estaba rota de placer. Acomodó la puntita de su polla, mojándose de mis juguitos, y lo sacó al verme la carita roja y boquiabierta. Le abracé con fuerza, rogándole por su carne. Volvió a meter, un poco más profundo, pero la sacó de nuevo. El cabrón estaba jugando conmigo, se divertía viéndome temblando de gusto sobre él.
Le rogué que me hiciera suya, restregándome fuerte contra su cuerpo; me apretó contra su cara y metió lengua hasta el fondo al tiempo que su espada se abría paso en mi interior, de manera lenta porque yo la tengo bien estrechita. Su gruesa lengua sabía a perverso habano; cuando dejó de besarme dijo que jamás en su vida había estado dentro de una chica tan apretadita como yo, tan calentita y jugosa por dentro. Mi panochita estaba contrayéndose del placer engullendo aquella verga.  
Lamentablemente me volví a correr, una vez más en mi vida, sin siquiera durar más de un minuto. Me retorcí y arrugué grotescamente mi rostro, encharcando su verga de mis juguitos. Se me nubló la visión y los demás sentidos mientras él seguía dándome rico. Cuando volví en mí, por poco no lloré sobre su pecho, pidiéndole una y otra vez mil disculpas porque me llegué de manera tan apresurada.
—¡Perdón, don Miguel!, ¡soy una estúpida sin experiencia!
—¿Cómo vas a decir eso, mi niña? A mí me pareces adorable, estás como casi sin estrenar, me encanta, mi hijo es el pendejo más afortunado que pueda existir.
Me acarició la caballera y empezó a salirse de adentro de mí. Ni siquiera tuve oportunidad de hacerle correr, otra vez en mi vida tenía que sentir cómo un hombre mayor se salía sin siquiera tener un orgasmo. La idea del sexo es reciprocidad, cosa que hasta ese día los hombres no solían encontrarlo conmigo.
—¡No!, ¡no se salga de adentro! ¡Por fa, no me lo voy a perdonar! Deme otra oportunidad, le juro que lo haré mejor.  
Me sequé las lágrimas disimuladamente, viéndole levantarse. Me puse de rodillas ante él, abrazándole las piernas, esperando que pudiera darse cuenta de que yo aún tenía mucho que ofrecerle. Besé su imponente verga, sus gruesos huevos luego, lamiendo por otra oportunidad. Cuando levanté la mirada, vi que Rafael le dio su habano. Me miró, expeliendo el humo hacia mí. 
—¿Quieres otra oportunidad? Depende. ¿Amas a mi hijo?
Se estrujó la verga y la restregó fuertemente por mis labios. Conseguí decirle que “sí” entre el líquido preseminal que se le escurría y ponía pegajosa mi boca. Y la mirada que le clavé; confianzuda, repleta de vicio y con promesas de vicio, terminaron por convencerle de seguir jugando conmigo.
—Bien, caramelito. Ponte de cuatro patas. La colita en pompa.
Dio un cabeceo afirmativo a uno de sus amigos cuando adopté la pose que ordenó. Otro, no supe quién, se acercó para lamerme la espalda. Desde entre los hombros, trazando una línea de saliva por todo mi cuerpo hasta llegar hasta mi cola. Aquella lengua era calentita y gruesa; cerró la faena besándome el ano; fuerte, pervertido, muy ruidoso. Otro, o tal vez el mismo, metió dedos en mi grutita que la sentía muy hinchada.  
—Todavía está mojadita, eso es bueno. ¿Quieres contentar a tu suegro, no? Pues a ver qué tal este otro agujerito que tienes…

Era don Gabriel. Me quitó la flor de loto adherida en un muslo y me abrió la cola; chupó mi culo de manera magistral, arrancándome fuertes berridos. Su gruesa lengua entraba y salía de mi ano, hacía ganchitos retorcidos dentro de mí. Arañé la arena, poniendo en pompa la cola para que siguiera metiendo más de aquella cálida carnecita.  

—¡Uf! ¡Delicioso! Su culo es un ojo de aguja, pero yo creo que lo podrás penetrar sin dramas, Miguel.
Mi suegro por su parte se arrodilló frente a mí. Su gloriosa polla estaba apuntándome la boca. Estaban planeando hacerme la cola; me asustaba la idea de practicar sexo anal, no todos saben hacerlo. Pero de nuevo, lo último que quería era dejar a esos tres señores insatisfechos, de evidenciarme como una maldita e inexperta cría.
—Aquí tienes tu nueva oportunidad, caramelito. ¿Quieres hacerlo? —preguntó mi suegro, masajeándose la polla frente a mi cara desencajada de placer.
Ni dudé, con lo viciosa que estaba ya no sabía ni cómo harían para apartarme la boca de esa verga. Tuve que abrir muchísimo, eso sí, para que me cupiera su gigantesco aparato. Una vez que metió el glande, me sujetó de la quijada y me pidió que lo mirara a los ojos; empezó a follarme la boca de manera lenta, siempre tratando de humedecerse bien, teniendo cuidado de no hacerme dar arcadas. 
Tras largo rato en donde mamé y me dejé besar por la cola por su colega, don Miguel se acostó en la arena, dejando su lanza apuntando al cielo. Don Rafael fue hasta las sillas, de donde trajo una cajita de condones; me la lanzó al suelo para que forrara a mi señor. “Tamaño grande, sabor frambuesa”.
Luego de colocarle el condón con sumo respeto y cuidado, mi suegro me pidió que me sentara sobre su verga, y que yo quedara de espaldas a él. Me coloqué en cuclillas, sujetándome firmemente de sus flexionadas rodillas. Sus amigos, parados a mis lados, empezaban a estrujarse sus vergas de manera demencial. Los chicos de arriba, más de lo mismo.
El señor reposó la punta de su tranca en mi colita, presta a empujar. Yo estaba desesperadísima, aunque disimulaba bravamente mis miedos. Tomó de mi cintura y empezó a tirar hacia sí.
Me quería morir de dolor, su glande era enorme y me forzaba el esfínter. Lagrimeé, enterrando mis uñas en sus rodillas, encorvando la espalda. Parecía que iba a partirme en dos, pensaba en rogarle que desistiera, pero seguí aunando fuerzas para aguantar. Como premio a mi valor, la presión cedió y la punta entró.
Empezó a bufar como un animal, me decía que mi cola estaba tan apretada que su polla iba a reventar. Sus colegas le animaban, pedían que aprovechara mi culito estrecho antes de que yo estuviera más acostumbradita a tragar vergas. Uno me tomó de la barbilla y me preguntó si yo me encontraba bien, pues las lágrimas corrían por mis mejillas de manera evidente.
—¡A-aguantaré, aguantaré!
—Qué linda, una campeona —dijo don Rafael, metiendo su grueso dedo corazón en mi boquita.  
—Esperaré un poco a que se dilate la cabecita dentro de tu cola.
Me dejó así, resoplando y lagrimeando mientras su glande palpitaba en mi culo, dejándome con la cara desencajada de dolor. Yo temblaba, realmente no quería continuar pero yo misma no me lo iba a perdonar si abortaba aquello, deseaba fuertemente que ese hombre tuviera un orgasmo dentro de mí. De repente, mi suegro tiró con más fuerza y su verga consiguió meter otra porción más que me arrancó un chillido terrible. Rafael se anticipó y sacó su dedo antes de que fuera cercenado por mis dientes. Botearon mis senos, saltaban lágrimas de mis ojos. Destellos dorados otra vez.
—¡Ay! ¡Madre…! Uf, ¡no la s-saque, no la saque, puedo aguantar!
—Tranquila, se nota que tu culito no está acostumbrado a comer vergas. Mejor lo dejo hasta aquí.
—Ahhh… ¡Mierda! ¡No se rinda, señor! ¡Sé que pue… ay, mierda, sé que puedo resistir!
—Está muy apretado, sí, realmente no es muy tragón tu culo.
Llegó la parte más gruesa de su polla y pensé que ya no iba a caber ni un centímetro más. Según mi suegro, era solo la mitad de su verga y desde luego la desesperación y el dolor hicieron que prácticamente llorara allí como una niña a moco tendido. Pero también me dijo que la parte más ancha ya había entrado por lo que lo peor había terminado. Entonces me volvió a sujetar; me mordí los dientes, cerré fuerte los ojos; tiró con fuerza hacia sí para que todo entrara de una vez, abriéndose paso de manera terrible.
Encorvé tanto la espalda que creía que iba a romperme una vértebra. Grité tanto que las palomas alrededor levantaron vuelo. No pude contenerme y meé descontroladamente sobre él, pero no pareció importarle, o simplemente no quiso sacarlo a colación para que no me sintiera más mal de lo que ya estaba.  
—¡Ay! ¡Dios! ¡P-perdón, no pude aguantarme!
—¡Listo, pequeña guarrilla!… Ni un centímetro afuera. Miren cómo quedó, amigos.  
Creí que iba a desfallecer, estaba llorando, temblando, seguía orinando, sudaba a mares; la saliva se me desbordaba de la comisura de los labios. Miré arriba y los chicos curiosos se tapaban la boca, uno incluso hizo la señal de la cruz. Los señores hicieron que me recostara sobre mi suegro, lentamente para que su verga dentro de mí no me dañara. Quedé con mi espalda contra su velludo pecho, ahora ambos mirábamos el imponente cielo celeste, aunque yo veía borroso debido a mis lágrimas.
—Caramelito, ¿estás bien? —preguntó, besándome el lóbulo. Empezó a masajearme las tetas, jugando con mis piercings.
—Perdón por orinarme toda, señor… soy una puerquita… pero me… encanta tenerlo adentro… le puedo sentir todo… cómo palpita adentro de mi cola… Uf, me quiero quedar así para siempre… —mentí. Realmente quería desmayarme, pero por nada del mundo dejaría ir esa verga hasta exprimirle todo. 
—¿Te excita que te vean, caramelito? ¿Te excita que mis amigos y además unos extraños se pajeen viéndote cómo te parto el culito?
—Ahhh… Ahhh… no. No es verdad, no invente cosas… ¡Auch, no tan fuerte, por fa!
—Chilla fuerte, pequeña exhibicionista, chilla para que te oigan. Mira cómo mis amigos también se están masturbando, se van a correr encima de ti… —sus gruesas y rugosas manos me acariciaban el vientre, calentándome a tope.
—¿No lo quieres admitir? —preguntó don Gabriel, siempre estrujándose el sexo—. Creo que te gusta, la forma que llamaste la atención de esos chicos, sonriéndoles mientras te tocábamos. Andar así con las tetas y tu panocha al aire sin pudor, siempre coqueta.
—Ahhh… No, no muestro todo, tengo un hilo p-puesto —me costaba hablar con una gigantesca verga pulsando en mis intestinos. Mi cara seguramente estaba toda deformada de dolor.
—Bueno —don Gabriel también seguía tocándose fuerte, viéndome sufrir—, pero es como si no lo tienes, se te ve todo, el hilo está metido entre esos enormes labios de tu vagina.
—¡N-no se burle de mí!
—Bombón, ¡es verdad! —don Gabriel se arrodilló y metió su mano entre mis piernas; dos de sus dedos se metieron en mi chochito, llevando consigo el hilito de mi bikini más adentro de mi cueva. Gemí de placer al sentir sus dedos entrando, y casi como un acto reflejo levanté mi cintura para que metiera más.
—Admítelo, caramelito —dijo mi suegro, arremetiendo para partirme en dos.
Y me sobrevino una visión cristalina de las cosas, como el segundo previo a un orgasmo. Las chispas doradas dando saltitos alrededor de un mar naranja, el cabrilleo del agua de una piscina natural repleta de flores de loto de errático andar. Toda mi aventura se agolpó en mis llorosos ojos, y la putita dentro de mí salió para bramar:

—¡Ahhh! ¡S-s-sí!  ¡Lo admito, me e-encanta… que me miren!

Y don Miguel tuvo un orgasmo, ¡un hombre mayor tuvo por fin un orgasmo dentro de mí! Podía sentir el calorcito de su semen contenido en el condón. Me abrazaba con fuerza contra su peludo cuerpo, bufaba, empujaba su polla, me chupaba el lóbulo, me apretaba las tetas mientras sus amigos apuraban sus pajas para correrse sobre mí, sobre mis senos, mi vientre y mi entrepierna. Me dejaron bañada de semen, cosa que para mí fue el pistoletazo para que la alegría se me desbordara: por primera vez estaba siendo recíproca antes hombres tan expertos.
Cuando la verga flácida salió de mí, el condón se quedó colgando desde adentro de mi cola. Lo señores felicitaron a mi suegro pues la cantidad de leche que caía desde ese forro era increíble, como si hubiera sido un jovencito quien se corrió allí. Lo quitaron lentamente y me lo mostraron. Prefiero no describir cómo estaba el forrito… pero ya no olía a frambuesas.
Me pidieron que me volviera a poner de cuatro patas porque querían mostrarle a esos chicos allá arriba cómo me habían dejado el culo; húmedo, enrojecido, totalmente abierto, roto, irreconocible ya de lo magullado. Tuve otro orgasmo demoledor sabiéndome observada, repleta de leche, temblando como posesa, de cuatro patitas mientras tres señores fumaban a mi alrededor, felicitándose entre ellos, viéndome tan putita y entregada, casi destruida ante la evidente experiencia de su madurez. Fue tan avasallador que me desmayé allí, sobre el charco de orín y semen, a los pies de mis tres arcángeles…
III. Adiós Santa Teresa
Cuando abrí los ojos, sin saber cuánto tiempo estuve inconsciente, me encontré ahora sí totalmente desnuda, sobre el regazo de mi suegro que fumaba su habano. No estábamos más que nosotros dos. La cola ya no me dolía tanto pero se sentía muy pringosa adentro. Varios días después descubrí, viendo las fotos que tomaron con sus móviles, que don Rafael aún tenía mucha carga, tanto así que se pajeó sobre mi cola mientras que don Gabriel abría mis nalgas, retándolo a jugar “Tiro al blanco”.
Lo primero que hizo mi adorado suegro, al verme despertar, fue invitarme a probar su habano. Tosí como una tonta, nunca me voy a acostumbrar a ese olor, sinceramente.
—Caramelito, ya es casi mediodía. Creo que tenemos que volver, seguro que mi esposa y mi hijo estarán de camino al campamento también. Tus ropas están aquí, desperézate un poco y ve poniéndotelas.
—Uf… ¿Y el señor Gabriel? ¿Y Rafael?
—Me ayudaron a bañarte, pero luego se fueron por el mismo motivo por el que debemos volver nosotros. No pongas esa carita, prometimos quedar de nuevo, pero en Montevideo, en un Shopping, para pasar un lindo domingo contigo. Eso sí, Gabriel llevó tu braguita, Rafael tu sostén. Y tu tanga hilo… pues ese sí que no sé dónde fue a parar… —silbó, revoloteando sus ojos.
—¡Ya! ¡Qué vivos!
—¡Ja! ¿Estás mejor ahora, caramelito?
—Sí… no veo la hora de encontrarnos nuevamente. Ojalá mi novio me tratara como ustedes, como a una reina —dije acariciándole la blanca cabellera, antes de darle un largo y tendido beso. Su lengua sabía a habano; a algo de whisky también; por lo visto bebieron para cerrar con broche de oro mi total entrega. Pero no me importaba, es más, me encantaba chupar esa lengua, mordérsela también; podría quedarme así toda la vida.
Concluí más tarde que lo mejor sería… maquillar los hechos y decirle a mi novio que simplemente su papá y yo nos la pasamos recorriendo el bosque, que conseguí ganarme su corazón. Aunque no sé si algo habrá sospechado debido a mi alientito a habano.
Cuando don Miguel conducía el coche que nos llevaba de nuevo a casa, sucedió algo llamativo. Yo estaba reposando mi cabeza en el hombro de mi chico, en el asiento de atrás, cuando su madre, adelante, se indignó por algo que vio en la ruta. Cuando yo y Christian observamos, notamos que un coche pasó a nuestro lado a gran velocidad, ocupado por seis jóvenes que cantaban y vitoreaban. El vehículo tenía un pedacito de tela ataviada a la antena de radio.
Era un tanga hilito de licra, color blanco. Sospechosamente similar a la que me puse en aquella piscina natural, y cuya desaparición estaba cobrando sentido.
Mi suegro se unió a la indignación de su esposa, comentando que la juventud de hoy día “está muy degenerada”. Se giró brevemente para decirme con un guiño cómplice.
—Me alegra haberte alejado de esos buitres, caramelito.
Muchas gracias a los que llegaron hasta aquí.

Relato erótico: “Memorias de un exhibicionista (Parte 9)” (POR TALIBOS)

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MEMORIAS DE UN EXHIBICIONISTA (Parte 9):
CAPÍTULO 17: LOS JUGUETES DE ALICIA:
Domingo por la mañana. No fueron precisamente las
primeras luces del alba las que me sacaron del sueño. Más bien las del mediodía. O más tarde incluso. Estaba en modo vago total.
Me estiré en la cama, solazándome con lo bien que me encontraba después de una reparadora noche de descanso. Estiré brazos y piernas todo lo que pude, desperezándome y fue entonces cuando me di cuenta de que estaba solito en la cama.
Joder, debía haber estado en coma si no me había enterado de cuando Tatiana se había levantado, pues ella no solía ser discreta precisamente.
–          ¿Tati? – exclamé en voz alta, alzando a duras penas la cabeza de la almohada.
Escuché entonces un golpe sordo y unos ruidos procedentes del cuarto de baño anexo, lo que me reveló el paradero de la chica.
–          ¡Estoy en el baño! – me contestó, su voz amortiguada por la puerta que separaba ambas estancias.
–          ¿Estás en la ducha? – pregunté empezando a sentirme juguetón – ¡Voy a reunirme contigo!
–          ¡NO! – aulló la chica en voz todavía más alta, sorprendiéndome – ¡Ya casi he acabado! ¡Me visto en un segundo y ya salgo!
Resignado, me dejé caer de nuevo encima del colchón. Mi memoria regresó entonces a los acontecimientos del día anterior, lo que provocó que una sonrisilla estúpida se perfilara en mis labios. Como quien no quiere la cosa, deslicé una mano bajo las sábanas y la colé dentro de mi slip, comenzando a sobarme el falo, que empezaba a ponerse morcillón. No tenía verdaderas intenciones de masturbarme, era sólo que… me apetecía tocarme un poco los huevos.
Como había prometido, un par de minutos después la puerta del baño se abrió y apareció Tati, vestida con shorts y camiseta, con el pelo envuelto en una toalla. Me lamenté en silencio pues, si llega a llevar la toalla envolviéndole el cuerpo en vez de la cabeza, no habría tardado ni un segundo en arrancársela y empezar el día con alegría, como dicen por la tele.
–          Hola guapísima – le dije sonriente, cruzando las manos tras la nuca y mirándola divertido.
–          Bu… buenos días, cari – respondió ella bastante aturrullada – ¿Qué tal has dormido?
–          Estupendamente. Anoche estaba agotado. He dormido toda la noche de un tirón.
–          Sí y yo – asintió la chica – Estaba cansadísima.
Tati me miró un segundo, mientras charlábamos, pero, cuando nuestros ojos se encontraron, ella apartó la mirada, ruborizándose un poco.
–          ¿Estás bien? – pregunté un tanto inquieto.
–          Sí, sí, estupendamente.
Demasiado rápida su respuesta. Y seguía sin mirarme a los ojos.
–          Ya sé que es tarde, pero, ¿quieres que te prepare algo para desayunar? – dijo tratando de cambiar de tema – Puedes darte una ducha mientras tanto.
Y salió del dormitorio sin esperar siquiera mi respuesta. Mi nivel de inquietud subió considerablemente.
Minutos después, mientras me enjabonaba bajo el chorro de la ducha, mi cabeza no paraba de darle vueltas a la situación. ¿Se habría arrepentido de lo del día anterior? ¿Se sentiría avergonzada? ¿Iba a echarse atrás?
Joder. Sobre todo esperaba que no se sintiera molesta. Podría soportar que Tati decidiera abandonar el juego, pero, si la habíamos traumatizado de alguna forma…
Cuando me reuní con ella en la cocina, era yo el que se sentía aturrullado. Tenía la sensación de que podía irse todo al garete. Una pena, ahora que las cosas empezaban a ponerse de veras divertidas…
–          ¿Quieres café? – me preguntó mientras yo me sentaba a la mesa.
–          Sí, por favor.
Tras llenar mi taza, Tati se sentó enfrente de mí y empezamos a comernos unas tostadas. Yo la miraba en silencio, nervioso, temeroso de interrogarla sobre lo que estaba rondándome por la cabeza. Se había quitado la toalla de la cabeza y estaba super sexy, con los cabellos mojados empapando su camiseta.
–          ¿Cómo estás? – pregunté, armándome de valor.
–          Bien – dijo ella encogiéndose de hombros – Lo de ayer fue una locura.
–          Sí que lo fue. ¿Y no hay nada que quieras contarme?
Tati se quedó mirándome, con la tostada a medio camino hasta su boca. Me di cuenta de que tenía una pequeña mancha de mantequilla en la mejilla, lo que le daba un aire de inocencia conmovedor.
–          No. ¿A qué te refieres?
–          A lo de ayer. ¿Estás segura de que…?
–          ¿Otra vez con lo mismo? – exclamó la chica interrumpiéndome, poniendo los ojos en blanco – Ya te he dicho que estoy decidida a participar en esto. No voy a rendirme…
–          Vale, vale – respondí alzando las manos en señal de paz, sorprendido por el súbito arranque de Tati – Es sólo que me preocupo por ti. Y antes, cuando saliste del baño, me pareció que estabas un poco rara…
En cuanto dije esto, Tati, sin poder evitarlo, bajó la mirada, como si se avergonzase de algo.
–          ¿Lo ves? – exclamé triunfante – A ti te pasa algo. No lo niegues. Vamos nena, es necesario que seas sincera conmigo. Si no estás a gusto con esta historia…
–          Que no, tonto, que no es eso…
Me quedé parado. Había conseguido que admitiera que algo pasaba, ahora sólo faltaba sonsacarle qué era.
–          A ver – dijo ella suspirando resignada – Esta mañana, cuando iba a la ducha… Jo, cari, me da vergüenza decírtelo…
Aquello despertó todavía más mi interés.
–          No seas tonta. Puedes contarme lo que quieras – dije estirando una mano y aferrando la suya por encima de la mesa.

–          Bueno… pensé que… Lo de ayer… Ya sabes, las fotos y eso…
No tenía ni idea de adonde quería llegar. Pero algo me decía que no iba a ser un problema tal y como me temía minutos antes.
–          Venga, Tati, dímelo. Confía en mí.
–          Se me ha ocurrido… ya sabes… probar yo sola.
–          ¿Probar el qué?
–          Pues eso… Hacer unas fotos…
Sí, ya lo sé, tienes razón, parecía medio idiota. No sé cómo me costó tanto comprender a qué se refería. Esa mañana estaba bastante espesito, lo reconozco.
–          ¿Quieres decir que te has hecho unas fotos en el baño? – pregunté divertido, cuando por fin encajaron todas las piezas del puzzle.
Tati no contestó, sino que asintió con la cabeza en silencio, toda colorada, mientras bebía lentamente de su café.
–          ¡Tengo que ver eso inmediatamente! – exclamé poniéndome de pie de un salto – ¿Dónde está tu móvil?
La perspectiva de que Tati se hubiera hecho fotos ella solita me hizo abandonar el modo vago total y entrar directamente en el de verraco máximo. La sola idea de que mi novia, la vergonzosa Tatiana, se hubiera animado a hacerse fotos guarrillas, me excitaba terriblemente. Porque las fotos tenían que ser guarrillas, ¿verdad?
Tatiana no dijo ni mú mientras yo salía de la cocina e iba al salón, a revisar la mesita donde siempre dejábamos los teléfonos y las llaves. El suyo no estaba.
–          ¿Dónde has metido el teléfono? – aullé desde el salón.
Pero ella no contestó, lo que me hizo recelar.
Con la sospecha en mente, regresé a la cocina y la miré con suspicacia. Tati, tratando de disimular, no me miraba directamente, pretendiendo estar totalmente concentrada en su taza de café.
–          Lo llevas encima, ¿verdad? – inquirí juguetón.
Tati no dijo nada, pero sus labios se curvaron casi imperceptiblemente con una sonrisilla pícara.
–          Dámelo – canturreé, aproximándome muy despacio.
Tati, que no me quitaba ojo, sonreía cada vez más abiertamente, desplazando su silla por el suelo muy despacio, apartándose de mí. Yo, como el lobo de Caperucita, me acercaba dispuesto a atacarla en cualquier momento y ella, con disimulo, se preparaba para la fuga.
Finalmente, el depredador se arrojó sobe su presa, pero ésta, con agilidad pasmosa, se incorporó de un salto y, dando un gritito, salió disparada de la cocina, seguida de cerca por el lobo, que estaba cada vez más cachondo y no estaba pensando en comérsela precisamente.
La persecución duró poco. La pobre gacela fue arrinconada en el dormitorio y arrojada sobre el colchón, entre risas, mientras el lobo se encaramaba encima de ella (aprovechando el meneo para sobetearla a placer) y, tras sentarse sobre su estómago, sujetó sus manos junto a la cabecera de la cama, impidiéndole escapar.
Tatiana, riendo, se retorcía bajo mi cuerpo, tratando de librarse, pero yo no la dejaba. No me costó nada encontrar el teléfono, que estaba metido en la cinturilla de sus shorts. Ella dio un gritito cuando aferré el aparato, pero me las arreglé para sujetar sus dos manos con una sola de las mías, con lo que podía manipular el teléfono con la otra. Tatiana me miraba con una expresión medio lasciva, medio divertida, que me hizo estremecer.
Desbloqueando el móvil con el pulgar (ambos conocemos la clave del teléfono del otro) no tardé ni un segundo en acceder a la galería fotográfica, mientras Tati se retorcía muerta de la risa, intentando recuperar el aparato.
En cuanto empecé a ver las fotos, dejé de reírme. No, que va, no vayas a pensar que no me gustaron… es que me dejaron sin palabras.
Tatiana se había apuntado a la moda del “selfie” y se había hecho un montón de fotos en la intimidad del cuarto de baño. Para las primeras, había usado el espejo que hay encima del lavabo, haciéndose unas instantáneas, bastante inocentes, en ropa interior, sosteniendo el teléfono en una mano mientras adoptaba poses no demasiado sugerentes.
Pero la cosa se iba caldeando.
Pronto, el sujetador desapareció del panorama, pero, por desgracia, la chica no dejaba en ningún momento de taparse los senos con la mano libre, lo que he de reconocer resultaba super erótico.
Entonces comenzó una serie de fotos en las que no usó el espejo, los “selfies” propiamente dichos, en los que, estirando el brazo al máximo, se hacía fotos desde arriba, con una perspectiva cenital.
Joder, qué cachondo me puse; me encantaron esas tomas en las que la chica se fotografiaba su exquisita anatomía, tapándose pudorosamente los pechos con el brazo. En algunas, se atisbaba un poquito de areola, a punto de dejar entrever el pezón y eran esas las que me ponían malo.
La madre que la parió. Eso fue lo que pensé cuando, por fin, descubrió uno de sus senos permitiendo admirarlo en todo su esplendor, deleitándome con su forma y tamaño perfectos.
–          Veo que te gustan – escuché que decía Tatiana.
–          ¿Eh? – dije regresando por un instante al mundo real.
Miré a Tatiana y me encontré con que sonreía de oreja a oreja. Sin darme apenas cuenta,  había liberado sus manos, pues estaba manipulando el móvil con las dos mías, pero ella había desistido de intentar escapar, permitiéndome disfrutar del show fotográfico.
–          Te gustan, ¿eh? – repitió.
–          Pues claro. Joder, nena, no veas lo cachondo que me he puesto…
–          No, si ya lo veo.
Era verdad. En mis shorts se apreciaba un tremendo bulto que mostraba bien a las claras mi estado de excitación. Juguetona, Tati llevó una manita al bulto y apretó con ganas, haciéndome gemir de placer. Hasta me mareé un poco.
Una vez perdidas las fuerzas, derrotado como Sansón (seguro de que eso de que le cortaron el pelo es un rollo, yo supongo que Dalila se la chupó o algo así), me derrumbé al lado de Tatiana, que reía divertida.
Me recosté en la almohada, a su lado, mientras ella apoyaba su cabecita en mi pecho, mojando mi camiseta con su cabello todavía húmedo, mientras mi brazo la rodeaba, estrechándola contra mí.
–          Estás preciosa – le dije besándola en la frente.
Ella no dijo nada, simplemente ronroneó como una gatita y se apretó todavía más.
Sosteniendo el teléfono entre ambos, puse la pantalla de forma que los dos pudiéramos verla sin problemas. Fui pasando las fotos muy despacio, recreándome en ellas, mientras hacía comentarios sobre lo sexy que se veía Tati y lo increíblemente guapa que había salido.
Ella recibía mis piropos con evidente placer y claro, deseosa de que yo también estuviera contento, me alegró de la forma que más me gustaba…
Sin que me diera cuenta al principio, Tati dejó su manita apoyada sobre mi corazón, pero, después de haber pasado 2 o 3 fotos, me di cuenta de que la había movido mucho más al sur, lo que me hizo sonreír.
Un par de minutos después, ambos repasábamos el reportaje fotográfico, muy juntitos en la cama, su cabecita reposando en mi pecho y su mano dentro de mis shorts, aferrando con fuerza mi herramienta y masturbándola con cariño, haciéndome disfrutar todavía más de la sesión.
Pronto llegamos a las fotos de completa desnudez y en ellas, Tati aparecía con las tetas ya completamente al aire, pero tapándose el coñito como si le diera vergüenza. No engañaba a nadie.
Las instantáneas finales eran geniales, recién duchadita, con el pelo mojado y brillantes gotitas de agua refulgiendo sobre su piel y completamente despatarrada en el baño, con un pie subido al mármol del lavabo, enseñando su chochito a cámara sin ningún rubor.
–          Joder, nena, voy a tener que poner ésta como fondo de pantalla en mi móvil.
–          Ni se te ocurra cari, que como la vez alguien… – dijo ella apretando perturbadoramente su mano sobre mi erección.
–          Tranquila, cariño, que es broma – dije, obteniendo un notable alivio de presión.
Poco después me corría como una bestia, dando resoplidos y sosteniendo el móvil a duras penas.
Tatiana, habilidosa, no dejó de deslizar su manita por mi rabo mientras eyaculaba, alargando todo lo que pudo mi orgasmo. Cuando acabé, jadeante, le sonreí y ella me devolvió la sonrisa, guiñándome un ojo. Sacó entonces su mano de mi pantalón y la miró, pringosa de semen y dijo:
–          Voy a tener que lavarme de nuevo.
–          Co… como quieras – jadeé recobrando el aliento.
–          ¿Vienes?
¿Tú que crees que hice?
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Lunes. Me esperaba una semanita de aúpa. Si quería tener la tarde del miércoles libre, tenía que ponerme las pilas y acabar con el trabajo atrasado, amén de todo el follón que tenía para esa semana.
Sin embargo, por una vez, mi imbecilidad acudió al rescate. Tuve mucha suerte.
Tras un par de horas hasta el cuello de papeles, paré para echar un café unos segundos en la sala de descanso. Como un gilipollas, no se me ocurrió otra cosa que ponerme a repasar con el móvil unas cuantas fotos que había transferido desde el teléfono de Tatiana. Embelesado y excitado con las imágenes, no me di cuenta de que Jorge, un compañero, se acercaba a charlar un poco.
Y claro, me pilló mirando las fotos.
–          No me jodas, Víctor. ¿Esa es tu novia?
Ni te cuento el susto que me dio. Casi me da un infarto. Acojonado, me apresuré a esconder el teléfono, pero Jorge no iba a dejarme escapar.
–          Venga, tío, déjame verla…
Para qué voy a aburrirte con la conversación. El tío se pasó media mañana dándome el coñazo, mandándome correos y wassaps al móvil. Yo estaba bastante cabreado, sopesando ir a soltarle un buen par de hostias. Pero entonces, llegó un mensaje que decía: “No seas cabrón. Si me pasas la foto te hago el informe de zona de la semana pasada”
¿Qué crees que hice? Y no sólo con él. Esa mañana me busqué un par de ayudantes más. Me costó que vieran a mi novia en pelotas (bueno, ellos y Dios sabe cuanta gente más, pues, aunque juraron y perjuraron que no enseñarían la foto a nadie, no les creí ni por un momento). Pero bueno, todo fuera por una buena causa; lo cierto es que el miércoles tenía todo el papeleo listo y pude dedicarme a hacer visitas, con lo que, a las tres en punto, estaba introduciendo la llave en la cerradura de casa, deseando averiguar qué tenía preparado Alicia para ese día.
—————————–
Alicia no fue puntual; el tráfico al parecer, así que no empezamos a almorzar hasta las tres y media. Llegó cargada como una mula, con varias bolsas de plástico, el abrigo medio arrastrando, el bolso colgado del brazo y un maletín al hombro que, obviamente, contenía un ordenador portátil, supuse que del trabajo.
Tras ayudarla a descargar, traté de echar un subrepticio vistazo al contenido de las bolsas, para averiguar en qué consistían los tan cacareados juguetes, pero bastó una mirada admonitoria de Ali para hacerme desistir de mi empeño.
Nos sentamos a la mesa y empezamos a almorzar, charlando alegremente, del trabajo sobre todo, eludiendo, al menos momentáneamente, el auténtico motivo de aquella reunión informal.  Tati nos hizo reír contándonos que, tanto el lunes como el martes, varias compañeras habían adoptado la técnica de “sostenes fuera”, logrando incrementar las ventas en la sección de caballeros.
–          Pues está claro – dijo Alicia riendo – Lo que tienes que hacer es llevarte a Víctor al trabajo y ponerle a vender en la sección femenina con la picha asomando por la bragueta y os forráis con las comisiones.
–          Buena idea – dijo Tati con aplomo – Quizás lo haga.
Y nos partimos de risa.
Seguimos hablando un rato, con alabanzas (un pelín exageradas) a las habilidades culinarias de mi novia, cosa que ella agradeció enormemente, a pesar de saber perfectamente que no éramos sinceros al cien por cien.
Por una vez, no fui yo el encargado de llevar el peso de la conversación, sino que las chicas llevaban la voz cantante. Por mi parte, encontraba mucho más interesante deleitarme en silencio con la hermosura de mis dos acompañantes. La pelirroja voluptuosa y la bella morenita. Tati iba vestida para estar por casa, un pantalón y una camisa con las mangas remangadas, lo que le daba un aire casual muy atractivo. Ali, por su parte, iba vestida para el trabajo, falda ajustada, por encima de la rodilla de color beige y una blusa de color claro. Eficiente y sexy. Me sentía el más afortunado de los hombres rodeado de tanta beldad.
Alicia se quejó especialmente de una tal Claudia, la dueña de la agencia, que, al parecer, había abandonado su costumbre de no aparecer por el trabajo y ahora se pasaba el día metida en la oficina, dándole el coñazo a los empleados. Tanto Tati como yo nos solidarizamos con Alicia, pues ¿quién no ha tenido alguna vez a un imbécil por jefe?
Fue un almuerzo agradable, entre 3 amigos normales y corrientes, sin que nada demostrara que todos estábamos pensando constantemente en el auténtico motivo de la reunión. Era como si nos diera miedo abordar la cuestión.
Bueno, eso no es del todo cierto. Alicia simplemente estaba disfrutando del almuerzo y podría jurar que también de nuestro nerviosismo.
Tras almorzar, nos sentamos en el salón, en los mismos puestos que el sábado anterior, las chicas en el sofá y yo en el sillón de enfrente. Serví unos cafés… y me quedé esperando, a ver qué intenciones tenía Ali. Y Tatiana, idem de lo mismo.
Por aquel entonces, ya había quedado claro quien era el jefe de nuestro pequeño clan.
–          Bueno, bueno – dijo por fin Ali, atrayendo de manera inmediata nuestra atención – Os prometí que hoy iba a traeros unos juguetitos… Y aquí están.
Miré con curiosidad a Alicia, sintiendo una gran expectación. No sé qué esperaba que fueran los inventos de Alicia, un espectacular consolador positrónico o qué sé yo, por lo que debo admitir que no pude evitar sentirme un poquito decepcionado cuando Ali sacó de su bolso una pequeña bolsita y se la alargó a Tati.
Mi novia, interesada, abrió la bolsa y echó un vistazo, quedándose visiblemente sorprendida, mientras yo me mordía las uñas por la curiosidad. Introdujo entonces la mano en la bolsa y sacó un objeto que, de tan común que era, hizo que me quedara atónito.
–          ¿Unas gafas? – exclamamos Tati y yo con perfecta sincronía.
–          Ajá – respondió Ali mirándonos con malicia.
Tati, tan sorprendida como yo (quizás también había estado esperando el consolador positrónico) volvió a meter la mano en la bolsa y extrajo un nuevo par de gafas, alargándome las primeras.
Como dos monos de laboratorio, examinamos las lentes desde todos los ángulos, mirándolas con desconcierto.
–          Pero no son unas gafas cualquiera – dijo Ali sin dejar de sonreír – Ponéoslas.
–          Pero yo tengo la vista perfectamente – argumenté.
–          No te preocupes. Los cristales no están graduados.
Encogiéndome de hombros, imité a Tati que ya se había puesto las suyas y me miraba desconcertada. La miré y pude comprobar que las gafas, de montura negra, le quedaban realmente bien, dándole un aire intelectual bastante sexy.
Aunque qué coño, Tati habría estado sexy hasta con un palomo cagándose en su hombro.
Sin saber qué pensar, miré a Ali y vi que había extraído el portátil de su maletín y estaba manipulándolo. Miré a mi novia y, encogiéndome de hombros, me resigné a que Alicia se dignara en explicarnos en qué consistía todo aquello.
–          ¡Voilá! – exclamó por fin Alicia tras manipular el ordenador un par de minutos.
Girando el aparato, nos mostró la pantalla, en la que aparecían dos ventanitas de webcam ejecutadas y en ambas aparecía la propia Alicia, con el portátil sobre las rodillas, sonriendo de oreja a oreja.
–          ¡Anda, si es justo lo que estoy mirando! – exclamó Tati dándose cuenta un instante antes que yo.
–          Ostras, es verdad. Las gafas son cámaras…
Alucinado, me quité las gafas y volví a examinarlas. Perfectamente camuflado en el puente entre los dos cristales, se ocultaba un objetivo.
–          ¡Bingo! – exclamó Ali aplaudiendo entusiasmada.
Miré la pantalla y vi mi propio rostro en ambas ventanas desde dos ángulos diferentes, uno desde abajo, de la cámara de mis gafas y el otro desde el punto de vista de Tati, que me miraba alucinada.
–          ¿Te acuerdas del otro día, en el probador? – exclamó Ali – ¿Recuerdas que dijiste que te habría encantado grabar a las chicas que te miraban? ¡Pues con esto puedes hacerlo sin problemas!
–          No me jodas – dije ofuscado – Cómo coño se te ha ocurrido esto…
–          A ver – dijo Ali regodeándose – Inteligente que es una…
–          ¿Y de dónde demonios has sacado estas gafas?
–          Pues del mismo sitio que las demás cosas. Encontré una web, *******delespia.org donde puedes comprar un montón de cosas parecidas de forma anónima.
Tardé un par de segundos en que sus palabras calaran en mi mente.
–          ¿Las demás cosas? ¿Qué cosas?
–          Pues estas.
Alicia recogió la bolsa y acabó de vaciarla encima del sofá. Cuando acabó, sobre el cojín reposaban las dos camaritas más pequeñas que había visto en mi vida (cubos de unos dos centímetros de lado), un minúsculo auricular y lo que debía ser (aunque no lo pareciera) un diminuto micrófono.
–          No me jodas – balbuceé – ¿Qué pretendes? ¿Vamos a colarnos en la embajada soviética? Esto qué es, ¿Mission Impossible?
–          Vamos, no seas tonto, no me digas que no se te ocurren mil cositas que podemos hacer con estos cacharros – dijo Ali mirándome con picardía.
No, si el problema no era que no se me ocurrieran cosas que hacer con ellos, el problema era que sí que se me ocurrían cosas.
–          ¿Y cómo funcionan? – intervino Tati haciendo gala de un gran pragmatismo.
–          A ver. Todos los apartaos son inalámbricos. Según el fabricante, la calidad de la señal es alta en un radio de unos 50 metros…
–          Aunque eso dependerá de si hay paredes o muros por medio – dije con aire entendido mientras examinaba una de las micro cámaras.
–          Supongo. Pues bien, cada aparato emite por una “frecuencia” única, sintonizada con el software de éste portátil. Es decir, que la señal es sólo para este receptor, no puede captarla cualquiera que pase por allí con wifi.
–          Menos mal – dije para mí.
–          Y el micrófono está sintonizado con el auricular. También tiene 50 metros de alcance.
–          ¿En serio? – dijo Tati cogiendo ambos aparatos e intentando probarlos – ¿Hola? ¿Hola?
–          A ver, dame – dije tomando el micro de sus manos – Nena, ¿me oyes? – susurré en voz baja.
–          ¡Sí que te oigo! – exclamó entusiasmada, riendo como una niña.
–          Siento que haya sólo dos gafas y un único micro. Cuando los encargué, no sabía que ibas a unirte a nosotros – dijo Ali dirigiéndose a mi novia – Si nos van bien, podemos encargar alguna más.
–          ¿Y las cámaras?
–          Funcionan igual que las gafas. De hecho, es posible recibir la señal de las cuatro cámaras simultáneamente. Ya lo he probado y es verdad. Según el que me lo vendió, este trasto tiene potencia suficiente para manejar 7 u 8 cámaras sin problemas.
–          ¿También te has comprado el portátil?
–          Sí. Hace un par de días.
–          Joder, pues con todo esto creo que podemos rodar una peli, vaya – dije con filosofía.
–          Sí – dijo Ali mirándome con expresión enigmática – Una porno. De exhibicionistas….

CAPÍTULO 18: PROBANDO LOS JUGUETES:

¿Tú qué crees que hicimos? Pues claro. Obviamente, Alicia no nos había citado esa tarde sólo para enseñarnos los aparatos. Estaba deseando probarlos. Y, como imaginas, lo tenía todo calculado hasta el último detalle. Tati y yo éramos los reclutas, imprescindibles para la misión, pero obligados a obedecer órdenes. Sin voz ni voto, vaya.
Las dos chicas se refugiaron en el dormitorio, con las bolsas que Ali había traído, con intención de cambiarse de ropa. Yo hice lo mismo, librándome del traje y vistiéndome más cómodo, pantalón de sport, camiseta y camisa, calzado cómodo y una cazadora. Sin ropa interior, por supuesto, je, je.
Las chicas tardaron un buen rato en estar listas, lo que yo aproveché para juguetear un poco con los aparatejos. Tenía que reconocerlo, la idea de Ali me seducía. Se me ocurrían cientos de maneras de darles uso. El problema era que no estaba seguro de si mis sugerencias serían escuchadas.
Un buen rato después, cerca de las seis de la tarde, reaparecieron por fin las dos mujeres.
Ali se había cambiado únicamente la falda, poniéndose una minifalda mucho más corta (y mucho más sexy). Cuando se agachaba un poco, la faldita permitía atisbar el borde de encaje de sus medias, lo que resultaba bastante más que estimulante. Además, se había desabrochado un botón extra de la blusa, lo que aprecié inmediatamente, en cuanto la chica se inclinó ligeramente delante de mí para meter la otra falda en una de las bolsas, brindándome un excitante atisbo de un sujetador de color claro.
Tatiana apareció un instante después y, cuando lo hizo, me dejó completamente sin palabras. Ali no la había hecho cambiarse simplemente de ropa. La había transformado por completo.
Para empezar, le había puesto una peluca, de color negro intensísimo, liso y melena corta, a lo paje, por encima de los hombros. Después, le había puesto un top también negro, que le quedaba convenientemente ajustado, realzando su esplendoroso busto y encima una camisa blanca, con sólo un par de botones abrochados, por lo que sus pechos asomaban con descaro, embutidos en el top que parecía ser un par de tallas más pequeño de lo debido. Una minifalda parecida a la de Ali y unas medias super oscuras, coronado el conjunto por unas botas con hebillas. Para acabar, se puso una chaqueta de cuero que Ali sacó de una bolsa. Un look urbano, duro y moderno, bastante alejado de la imagen habitual de Tati, pero que, como todo lo que se ponía, le quedaba de putísima madre.
–          Estáis preciosas – dije tratando de ser caballero – Super sexys.
Alicia me dio las gracias sin hacerme mucho caso, mientras terminaba de recoger sus cosas, pero Tati sí que se sintió halagada, dedicándome una encantadora sonrisa.
–          Bueno, ¿qué? – dijo Ali incorporándose – ¿Nos vamos?
–          Claro. Pero, ¿adónde?
–          ¿Dónde queda la parada del metro más cercana?
En ese momento supe por fin qué nos había preparado Alicia para esa tarde.
—————————-
Media hora después, los tres estábamos sentados en un banco del andén de la estación de metro, esperando la llegada del siguiente convoy.
No había mucha gente con nosotros, de hecho quedaban algunos bancos libres, pero yo ya había advertido que mis dos acompañantes atraían irresistiblemente la atención de todos los tíos que había. Llegué a pensar en esconderlas un poquito, no fueran a distraer al conductor del tren y tuviéramos una desgracia.
Ali estaba dándonos los últimos detalles de la operación que tenía en mente. Por una vez, iba a ser yo el protagonista de la historia, lo que me puso bastante nervioso y tranquilizó visiblemente a Tati.
El plan de Ali era muy sencillo y con un nivel de riesgo escasísimo, pues se trataba únicamente de comprobar si los aparatos funcionaban bien. De fácil que era, no podíamos fallar; sin embargo, precisamente por lo bien que salió todo, acabé jorobando el invento. ¿Que cómo lo hice? Pues siendo un guarro, por supuesto.
Cuando llegó el tren, nos desplegamos tal y como habíamos decidido minutos antes. La situación era que ni pintada, pues, justo en los asientos que había al lado de la puerta, estaban sentadas dos guapas jóvenes de veintipocos años, charlando animadamente entre ellas.
Ocupaban los asientos que miran hacia el interior del vagón y, como sabrás, esos siempre van en grupos de tres, con lo que quedaba uno libre que fue inmediatamente ocupado por Tatiana, que llevaba una de las gafas puestas.
Ali, por su parte, se sentó justo enfrente, con el portátil abierto sobre las rodillas, procurando que nadie más que ella pudiera ver la pantalla y enfocando subrepticiamente hacia las chicas con una de las mini cámaras.
Las puertas se cerraron enseguida y yo ocupé tranquilamente mi posición. ¿Qué dónde fue eso? Pues está bastante claro. Me puse en pié, justo delante de las dos chicas y de Tatiana, agarrado distraídamente a una barra para no caerme, llevando puesto el segundo par de gafas. Simulando que no me había dado cuenta, la bragueta de mi pantalón estaba completamente abierta, permitiendo que, con un simple vistazo, cualquiera de las tres mujeres que había frente a mí pudiera vislumbrar mi pajarito.
Como ves, era un plan sin riesgo alguno. Lo normal era que ninguna de las chicas dijera nada y, si por un casual alguna se cabreaba y me reprendía, bastaría con simular embarazo y que todo había sido accidental (“Uy, gracias, no me había dado cuenta. Qué vergüenza”).
Un buen plan, con todo calculado, o al menos así lo creí al principio.
Simulando estar pensando en mis cosas, permanecí en pie frente a las tres mujeres. Tatiana, con una sonrisilla en los labios, me echaba disimuladas miraditas, divertida por la situación y procurando que en todo momento la cámara de las gafas apuntara a mi bragueta abierta.
Al principio me sentía bastante tranquilo, aquello no era nada especial comparado con anteriores experiencias, pero entonces sucedió algo: las chicas se dieron cuenta de que llevaba la cremallera abierta.
Sí, ya sé. Eso era lo que pretendíamos claro, así que podría decirse que todo iba a pedir de boca, pero…
Me di cuenta de que la conversación entre las mujeres había menguado bastante y entonces, percibí por el rabillo del ojo cómo una le daba un disimulado codazo a su compañera y le hacía un ligero gesto con la cabeza, apuntando hacia mí.
Me puse en tensión. Empecé a sudar. Fue justo entonces cuando me di cuenta del fallo del plan. Respirando hondo, traté de calmarme y recuperar la compostura. Resistiendo la tentación, logré no mirar directamente a las chicas, aparentando estar profundamente interesado en el oscuro túnel que desfilaba por la ventana.
Cuando no pude más, desvié los ojos hacia Tati, que seguía mirándome divertida, pero aquello no ayudó precisamente, pues mi novia había cruzado las piernas y el borde de sus medias asomaba eróticamente bajo su minifalda.
Joder. Mierda. Paquirrín en bañador. Notaba perfectamente cómo una gota de sudor se deslizaba por mi espalda, haciéndome cosquillas. No podía mirarlas directamente, pero mi visión periférica percibía cómo ambas chicas echaban disimuladas miraditas a la bragueta abierta. Y el monstruo, que estaba empezando a despertar, amenazaba con escaparse de la cueva de un momento a otro. Qué quieres, soy exhibicionista. Me excito cuando me miran.
Entonces se me ocurrió que podía al menos conseguir que aquello quedara bien registrado. Me quité las gafas y sacando un pañuelo del bolsillo, empecé a limpiar los cristales, procurando en todo momento que el objetivo apuntara hacia mis bellas compañeras y también no obstruirlo en ningún momento.
Cómo había podido olvidarme. La excitación de exhibirme. Ya no podía más.
Y sucedió. Mi polla, ya completamente erecta, tensando la tela del pantalón, se escapó bruscamente de la bragueta, bamboleando frente a los asombrados ojos de las chicas. Como ya me daba todo igual, las miré por fin directamente y juro que pude percibir un inconfundible brillo de lujuria en la mirada de la que estaba justo frente a mí.
Pero el momento pasó pronto. Escandalizada, su compañera la agarró del brazo y ambas se pusieron en pié, obligándome a apartarme. Con  habilidad, yo había devuelto mi pene al interior del pantalón y me había abrochado la cremallera, rezando porque las chicas no montaran un escándalo.
Por fortuna no fue así, pues justo en ese instante el tren llegó a otra estación, las puertas se abrieron y las chicas salieron de allí como alma que lleva el diablo. Excitado y un poquito asustado, me dejé caer en el asiento al lado de Tatiana, quien, tras mirarme divertida unos segundos, estalló en sonoras carcajadas, que fueron pronto secundadas por Alicia y, finalmente, también por mí.
Los otros pasajeros nos miraban como si estuviéramos locos (no iban muy desencaminados) pero, como ninguno se había apercibido de lo que había pasado, no nos hicieron mucho caso.
Ali se levantó y se cambió de asiento, sentándose entre nosotros, de forma que ocupamos los tres asientos. De esta forma, pudo mostrarnos las grabaciones que habíamos logrado con las cámaras sin que nadie más pudiera verlo.
Joder. Menuda maravilla. Teníamos tres tomas desde diferentes ángulos de nuestra primera aventura en metro. Mientras contemplaba las imágenes, en mi cabeza ya iba montando mentalmente el vídeo, escogiendo fragmentos de uno u otro para crear una secuencia.
La toma de Tati era buenísima, pues se las había apañado no sólo para filmar un buen plano de mi bragueta abierta (y de la aparición final del monstruo), sino que también había mirado de vez en cuando a nuestras acompañantes, logrando pillarlas un par de veces mirando con disimulo a mi entrepierna. Me excité muchísimo al verlo.
Por su parte, la de Ali no era tan buena, por razones obvias, ya que yo estaba justo en medio. Aún así, había logrado captar varias miradas de una de las chicas hacia la zona de conflicto que me encantaron.

Mi vídeo, por su parte, era bastante malo en su primera mitad, pues no me había atrevido a mirar a las chicas. Pero luego, cuando simulé lo de la limpieza, había logrado un morboso primer plano de las chicas mirándome con disimulo y, finalmente, cuando la cosa se estropeó, filmé también mi propia erección asomando con descaro de mi pantalón y el último vistazo que una de las chicas le dedicó. Morbo puro.
Alicia, mientras veíamos el vídeo, no paró de burlarse de mí por haberme empalmado de esa forma. Al principio, excitado por la situación y las imágenes grabadas, no me importó mucho, pero, cuando Tati se sumó a las bromitas, debo reconocer que me piqué un poco.
–          Pues a ver si te ríes tanto cuando te toque a ti – le solté haciéndola dejar de reír de repente.
–          Eso – asintió Ali mirándola enigmáticamente – Veremos si te ríes después.
Algo en su tono me puso un poquito nervioso.
Sin embargo, contra todo pronóstico, fue Ali la siguiente en probar la cámara.
Repetimos el numerito, con ella de pié, delante de un señor mayor, conmigo sentado al lado y Tatiana enfrente, manipulando el ordenador.
Ali, con habilidad, se había subido varios centímetros la minifalda, de forma que el borde de las medias podía verse a placer. Para taparse del resto de viajeros, se había puesto su querida gabardina, que la tapaba por detrás, por lo que el espectáculo quedaba reservado para mí y para el tipo que había a mi lado.
Y la verdad es que el tío no se quejó. De vez en cuando, traté de emular a Tati, obteniendo tomas del hombre, mirando hacia el lado con disimulo, aunque la verdad es que no era necesaria tanta precaución, pues el tío tenía clavados los ojos en las cachas de Ali con todo el descaro del mundo, sin alterarse lo más mínimo.
Ali, cada vez más en su salsa, decidió poner más carne en el asador. Inclinándose repentinamente, levantó un poco un pié del suelo, comenzando a rascarse el tobillo, como si la hubiese asaltado un irresistible picor. Enseguida retomó su posición frente a nosotros, pero habiendo logrado su objetivo: que la minifalda se le subiera todavía más.
Joder, qué sexy estaba. Qué morbazo. La corta faldita estaba ya tan subida que no sólo dejaba ver el borde de las medias (y un excitante liguero que yo no sabía que llevaba) sino que permitía atisbar por delante la braguita de la chica. No sé si sería mi imaginación, pero juraría que había una tenue manchita de humedad en la tela.
Miré de nuevo a mi compañero y, sorprendentemente, me encontré con sus ojos clavados en mí. Me quedé paralizado por un segundo, pensando que nos habían descubierto, pero el tipo lo que hizo fue dirigirme una mirada cómplice, resoplar y volver a fijar su atención en las cachas de Alicia.
Me reí por dentro e hice lo mismo. Regalarme con el morboso espectáculo que nos ofrecía la joven.
Seguimos así unos minutos más, en los que pude obtener incluso unas buenas imágenes del bulto que había empezado a formarse en el pantalón del hombre.
Entonces el metro se detuvo y subió bastante gente, poniendo punto y final a la diversión. Una mujer mayor ocupó el asiento libre al lado del tipo y claro, Ali no tuvo más remedio que ponerse bien la falda.
El hombre, un poquito apesadumbrado, hizo ademán de ir detrás de Ali, pero ella le dirigió una mirada indicándole que no estaba por la labor y, por fortuna, el tipo se comportó y no insistió.
Como quedaba una sola parada para llegar al fin de línea, nos bajamos los tres del tren, reuniéndonos un par de minutos después para repasar las grabaciones.
La de Tati estaba bastante bien, con buenas tomas de los ojos del tipo saliéndose de sus órbitas pues Ali, al tratarse de un único objetivo, no había tenido problema alguno en no interponerse ante la cámara.
Mi toma también era muy morbosa, aunque he de reconocer que grabé más que nada los muslos de Alicia. En cambio, la toma de Ali resultó ser espectacular, pues, en cuanto la chica cogió un poco de confianza, no tuvo reparo alguno en mirar directamente al hombre, pudiendo grabar magníficos planos en los que el tipo la desnudaba con la mirada.
–          Ya hora te toca a ti – dijo Ali entonces, cogiendo el portátil de las manos de Tatiana – Esto es lo que vamos a hacer…
Como me temía, su plan para Tati era un pelín más atrevido. Bueno. Un pelín no, un pelo entero.
—————————–
Cambiamos de línea, para disminuir el riesgo de encontrarnos con alguien que nos hubiera visto antes.
Yo no acababa de verlo claro, el plan de Ali me parecía demasiado arriesgado, pero bastó que me opusiera un  poco para que Tati saltara como un resorte, anunciando que lo haría. Qué podía hacer, eran dos contra uno.
Esta vez nos costó bastante encontrar la ocasión perfecta. Estuvimos más de una hora vagando por diferentes trenes, buscando las condiciones óptimas. Hasta que lo conseguimos.
Un vagón solitario, sólo un par de viajeros al fondo. Justo lo que necesitábamos.
Ali y yo nos fuimos otro extremo, lo más alejados posible de los otros viajeros, sentándonos juntos, con el portátil activado, simulando estar hablando de nuestras cosas, sin prestar atención a lo que nos rodeaba.
Mientras, Tatiana, visiblemente nerviosa, se las apañó para colocar con disimulo una de las mini cámaras bajo uno de los asientos que miraban hacia el interior del vagón, de forma que enfocara justo enfrente. Cuando la tuvo lista, simplemente se sentó en el asiento que quedaba delante del objetivo, al otro lado del vagón, por lo que pronto tuvimos su imagen en la pantalla del portátil, sentada con las piernas cruzadas y el cuerpo tan tenso que parecía estar a punto de saltar en cualquier momento.
–          Nena – oí que susurraba Alicia a mi lado – Hay que comprobar el encuadre. Ya sabes lo que hay que hacer.
Tardé un segundo en comprender que Ali había equipado a mi novia con el auricular y se había quedado el micro para darle instrucciones. La miré en silencio, su rostro exaltado, los ojos brillantes por la excitación. A aquella chica no le gustaba únicamente exhibirse; también le encantaba dar órdenes.
–          Vamos, Tati, enséñanos tu precioso coñito…
Aquellas palabras captaron mi atención. Pegando mi hombro a Ali, miré sin parpadear a la pantalla, el corazón latiéndome desaforado en el pecho.
Tati, toda ruborizada, miró subrepticiamente a los otros viajeros que iban en el vagón, pero, como además de estar retirados estaban sentados de espaldas a ella, logró tranquilizarse lo suficiente como para obedecer.
Madre mía. Cuando por fin Tatiana separó los muslos y aferró el borde de su minifalda, sentí cómo mi miembro daba un salto dentro del pantalón. Tenía de nuevo la boca seca.
Qué espectáculo, mi chica abierta de piernas en el vagón de metro, enseñándonos el coño a través de la cámara, pues, obviamente, Alicia le había ordenado que fuera sin bragas.
–          Vale, nena, encuadre perfecto – comunicó Ale – Ya puedes cerrar las piernas.
Cosa que Tatiana hizo inmediatamente. Ahora sólo faltaba esperar.
En la siguiente parada no tuvimos suerte. Se subió únicamente una pareja de ancianos que, por desgracia, se sentaron justo delante de Tatiana, tapándonos la cámara y amenazando con estropear todo el plan.
Pero la fortuna no nos había abandonado, pues se bajaron enseguida, sólo dos paradas más adelante, agarrados por el brazo y con andar tambaleante.
Y, precisamente en esa parada, subió a bordo el candidato ideal para la idea que Ali tenía en mente.
Un hombre joven, más próximo a los treinta que a los cuarenta, bien vestido, con un periódico en la mano. Entró al vagón y, como hubiera hecho cualquier tío en su lugar, al ver a la preciosa chica sentada y solitaria, se colocó justo enfrente, empezando a leer su periódico tras haberle echado un par de miradas apreciativas a Tatiana.
Alicia y yo no nos perdíamos detalle, pues, aunque sus piernas nos tapaban el objetivo de la cámara oculta bajo su asiento, teníamos una magnífica visión del tipo gracias a las gafas que llevaba puestas Tati.
–          Asegúrate de llamar su atención – siseó Ali por el micro.
Cosa fácil. Tatiana no tuvo más que cruzarse de piernas. De todos es bien sabido que, cuando una tía buena cruza las piernas, una alarma salta en el cerebro de los hombres que hay cerca. Y el tipo aquel no fue ninguna excepción. Asomándose por encima del periódico, lanzó una mirada admirativa a Tatiana, que simulaba no haberse dado cuenta de nada.
–          Adelante con el plan – dijo Ali.
El plan. Menudo plan era ese. Estuve a punto de pararlo todo en ese momento. Pero no lo hice, pues, he de reconocer que me moría por ver lo que iba a pasar.
Fue muy sencillo. Dejamos pasar un par de minutos y Tatiana (cuyas dotes de actriz me sorprendieron), empezó a dar cabezadas en su asiento. Gracias a su cámara pudimos comprobar que el tipo no se perdía detalle, aunque, por desgracia, no teníamos imagen de Tati en el ordenador.

–          Mierda – me susurró Ali – Pásame la otra cámara.
Entendiendo sus intenciones, saqué la segunda mini cámara del bolsillo y se la di. Ali, con mucho cuidado, la colocó en el respaldo del asiento que tenía delante, de forma que al menos pudiera registrar una imagen lateral de Tatiana fingiendo dormir. No era una toma muy buena, pero mejor eso que nada.
Otra parada. La suerte nos sonreía. No subió nadie. En cuanto el tren reanudó su marcha, Ali ordenó a Tatiana que diera un pasito más.
Tragué saliva, los ojos clavados en la pantalla del portátil, deseando ver si Tati se atrevía. Y vaya si se atrevió.
Mi chica, simulando estar ya completamente dormida, descruzó las piernas y, recostada contra la ventanilla que había a su espalda, permitió que sus muslos se separaran, dando vía libre a los lujuriosos ojos del viajero para regalarse con la hermosura que ocultaban.
En pantalla vimos cómo el hombre se ponía en tensión, sus manos se crisparon sobre el periódico, arrugándolo. No podía creerse lo que estaba viendo.
Con nerviosismo, miró a ambos lados, para asegurarse de que nadie le veía espiando bajo la faldita de Tatiana. Los otros viajeros seguían de espaldas y Ali y yo, con las cabezas inclinadas sobre el ordenador, simulábamos no estar dándonos cuenta de nada.
Más calmado, el tipo se inclinó levemente, agachando la cabeza para poder atisbar mejor bajo la falda de la chica. Al hacerlo, el hombre separó un poco los pies, lo que permitió que, durante unos instantes, pudiéramos ver en pantalla a Tati, despatarrada en su asiento, exhibiendo impúdicamente la hermosura que ocultaba entre sus piernas. Y aquel hombre parecía ser un rendido admirador de la hermosura.
Yo no dejaba de pensar en qué estaría pensando Tati en ese instante. ¿Estará asustada? ¿Excitada? Yo, por mi parte, ya portaba una erección de campeonato y sentía además un intenso escozor en los ojos, supongo que de esforzarme tanto en no parpadear.
Entonces el tipo fue un poco más allá. Dejando con mucho cuidado (para no hacer ruido) el periódico en el asiento de al lado, sacó su móvil del bolsillo y, subrepticiamente, consiguió unas buenas imágenes del chochito expuesto de mi novia. No me preocupó acabar viendo las imágenes en Internet, pues el disfraz de Tati era muy bueno. Mientras lo hacía, llevó una mano a su entrepierna y estrujó su propia erección por encima del pantalón. Por un momento, temí que se sacara la chorra allí mismo, pero se contuvo.
Me alegré de que Tati tuviera la suficiente presencia de ánimo para mantener los ojos bien cerrados, pues estoy seguro de que, si hubiese visto al tipo sobándose el falo delante de ella, hubiera sido incapaz de continuar con la farsa.
Estaba excitadísimo, no podía más. Me estaba poniendo cachondísimo sólo de ver cómo mi novia se exhibía. No sé, es posible que incluso más de cuando lo había hecho yo un par de horas antes.
Entonces se me ocurrió. Si estaba cachondo, ¿por qué iba a aguantarme? Total, nadie más que Ali podía verme… y la verdad, me apetecía que me viera.
Procurando que el tipo no se diera cuenta de mis maniobras (aunque los respaldos de los asientos nos ocultaban de su vista), me las apañé para sacar mi durísima polla de la bragueta del pantalón.
–          Pero, ¿qué coño haces? – siseó Ali mirándome sorprendida.
–          Estoy cachondo perdido. Voy a hacerme una paja.
Por toda respuesta, Ali se rió en silencio, aunque no pudo evitar echar un vistazo a mi erección, cosa que me encantó.
Procurando no hacer ruido ni movimientos bruscos, empecé a masturbarme lentamente, con los ojos de nuevo clavados en los acontecimientos de la pantalla.
Finalmente, el tipo se cansó de echar fotos o de grabar. Volvió a mirar a los lados. Algo se avecinaba.
–          Jo, ya va, ya va – susurraba Alicia in perderse detalle – Ahora tranquila Tatiana, no muevas ni un músculo…
Alicia no me había dicho que llegaríamos tan lejos, pero debería habérmelo imaginado. Sin embargo, a esas alturas y con lo excitado que estaba, no se me pasó por la mente ponerle fin a aquello. Mi mano empezó a deslizarse más deprisa sobre mi polla.
Con mucho cuidado, moviéndose muy despacito, el tipo se puso de pié, dando un sigiloso paso hacia la bella durmiente. En cuanto se movió, volvió a despejarse el plano de la mini cámara, por lo que pude regalarme con la visión de Tati despatarrada en su asiento. Joder, no me extrañaba que el tío se hubiera puesto en acción, el espectáculo no era para menos.
Inesperadamente, Alicia plantó su mano sobre mi polla, deteniendo mi paja. El corazón me latía desbocado, pues era eso precisamente lo que había estado deseando. La miré y me encontré con un indescriptible brillo de lujuria refulgiendo en el fondo de sus ojos.
No hizo falta que dijera nada. Mi mano soltó mi instrumento, que enseguida fue empuñado con firmeza por Alicia, haciéndome estremecer. Con mucho cuidado, deslicé mi mano bajo el portátil, que estaba en su regazo y, moviéndola con destreza, la colé bajo su falda, acariciando su cálida piel desnuda en el punto en que terminaban sus medias, haciéndola gemir en voz baja y obligándola a separar de forma inconsciente los muslos, facilitándome el acceso.

Con habilidad, colé un par de dedos bajos sus braguitas, deleitándome con la humedad y el calor que había entre sus piernas. Su mano, entretanto, no permaneció ociosa, comenzando a deslizarse lentamente sobre mi rezumante falo, haciéndome ver estrellitas por el placer.
Nuestro amigo, mientras tanto, se las había ingeniado para acuclillarse justo frente a las piernas abiertas de Tatiana, volviendo a usar su móvil para obtener unos buenos primeros planos.
–          No te muevas, Tati, tranquila – gimoteaba Alicia, tratando de ahogar los suspiros de placer que mis inquietos dedos le provocaban.
Por fin y con mucho cuidado, el hombre se sentó junto a Tati, que no movía ni un músculo. Se tomó entonces un pequeño respiro, sin dejar de sobarse la polla por encima del pantalón, volviendo a mirar a los lados, reuniendo valor suficiente para atreverse a más.
Alicia, con los ojos brillantes, no se perdía detalle y parecía estar a punto de gritarle al tipo que siguiera. Su excitación se traducía en la fiereza con que su mano me masturbaba, deslizándose sobre mi polla a toda velocidad. Traté de calmarla, sujetándola con mi otra mano, logrando que bajara un poco el ritmo.
Justo entonces, el tipo se atrevió. Con infinito cuidado, rozó suavemente una pierna de Tati, con los dedos, con el cuerpo en tensión, a punto de saltar. Tati, por su parte, también parecía tensa como una cuerda de piano, pero Alicia no iba a dejarla escapar, susurrándole palabras tranquilizadoras y recordándole que aquello lo estaba haciendo por mí.
Poco a poco y como Tatiana, no daba muestras de despertarse, el hombre fue ganado confianza, atreviéndose a posar su mano con decisión en el muslo de la chica, acariciándolo con mucho cuidado, pero llegando cada vez más arriba.
–          Así, cabrón, así – siseaba Alicia enfebrecida – Tócale el coño, vamos cabrón.
Joder, cómo se ponía. No sé por qué, pero el verla tan fuera de control me cortó un poco el rollo. Empecé a preocuparme al pensar en hasta donde sería capaz de llegar aquella mujer con tal de satisfacer sus deseos.
Entonces Alicia se corrió. Mis dedos, que instantes antes habían atrapado su clítoris entre sus yemas acariciándolo, parecieron arder por el intenso calor que brotaba de las entrañas de Ali. La chica bufó, soltando mi polla y tapándose la boca con la mano, para ahogar el grito de placer que había estado a punto de escapársele.
Nervioso, alcé la vista por si el tipo se había dado cuenta de algo, pero estaba tan concentrado en lo suyo que podríamos haber explotado un petardo sin que se enterara de nada. Mientras tanto, yo no había dejado de acariciar y estimular la vagina de Alicia, que se deshacía en un mar de humedad entre mis dedos, mientras sus caderas se movían agitadas por pequeños espasmos de placer.
Riendo, divertido por la intensidad de la corrida de Ali, agarré el portátil (que por poco no se había caído al suelo) y lo afirmé bien entre nosotros. Ni corto ni perezoso y una vez recuperada la imagen, agarré la muñeca de Alicia y atraje su mano hasta mi rabo, con intenciones obvias.
Una sonrisilla maliciosa se dibujó en sus labios, dedicándome un sensual guiño antes de reanudar la paja; pero, de repente, sus ojos se abrieron como platos, clavándose en la pantalla.
Justo en ese instante, el tipo llegó hasta el final. Envalentonado por la aparente falta de resistencia de Tati (y puede que habiendo notado que la chica fingía dormir mientras se dejaba meter mano) el tipejo deslizó su mano por completo bajo la minifalda de Tatiana, posándola por fin en su coño.
Según me contó Tati después, el hombre no se cortó un pelo y, tras percibir que estaba húmeda, no dudó en introducir uno de sus dedazos en el coñito de mi chica, clavándoselo hasta el fondo.
Y claro, aquello ya era demasiado para Tati, que, dando un respingo, trató de empujar al tipo y apartarlo de su cuerpo serrano.
Y pasó lo que tantas veces habíamos comentado Alicia y yo. El tipo no se detuvo.
Con un gruñido, se echó encima de Tatiana sobre el banco, aplastándola con su peso y obligándola a tumbarse en los asientos. Habiendo perdido por completo el control, el tipo le metía mano a la pobre chica por todas partes, mientras ella trataba de escapar con desespero.
Obviamente, me puse en acción, poniéndome en pié de un salto. Alicia, por un instante, me agarró por el brazo, como si intentara detenerme, aunque no lo hizo con mucha convicción. Daba igual, no habría podido pararme.
Un segundo después, estaba encima del tipejo ese y agarrándole por la chaqueta, lo quité de encima de Tatiana de un tirón, arrojándole contra los asientos que ocupaba minutos antes.
El pobre me miró asustado unos segundos sin reaccionar y fue una suerte para él que no lo hiciera, pues si llega a intentar algo lo tiro por una ventanilla.
Los otros viajeros, sorprendidos por el jaleo, se habían vuelto a mirarnos alucinados. El hombre, sin decir ni pío, se puso en pié a trompicones, justo en el instante en que llegábamos a otra parada.
Con una expresión de alivio casi cómica, el pobre tipo se dirigió a las puertas que se abrían y casi corriendo, salió disparado del tren, perdiéndose en la estación. Segundos después, los otros viajero, supongo que temerosos de verse mezclados en algún follón, se bajaron también, procurando no mirarnos en ningún momento.
–          ¿Estás bien? – pregunté volviéndome preocupado hacia Tatiana y ayudándola a sentarse derecha.
–          Sí, sí, no te preocupes…
–          ¿Te ha hecho daño?
–          No, no, estoy bien… Ha sido el susto.
Alicia apareció entonces a nuestro lado, sentándose en el asiento que quedaba libre.
–          Menuda pasada, Tatiana, lo has hecho increíblemente bien. No sabes cuánto se ha excitado Víctor mientras te miraba… Ha empezado a masturbarse…
–          La madre que la parió – pensé – ¿Se había vuelto loca?
–          No digas tonterías – le dije en tono muy serio – La cosa se nos ha ido de las manos. Una cosa es exhibirse con cuidado y otra lo que acaba de pasar. Lo mejor va a ser ponerle fin a esta locura…
Estaba enfadado. Y preocupado. Si nos dejábamos arrastrar, no podía imaginarme hasta donde sería capaz de llevarnos Alicia. Había que poner el freno.
–          Esto se acabó – dije – Lo mejor será que nos olvidemos de estos juegos y que…
Empecé a soltar mi discurso, argumentando apropiadamente lo que quería decir, dando sólidas razones de peso para poner fin a aquella locura.
Las muy…. zorras. Me dejaron hablar durante varios minutos sin decir ni pío, hasta que por fin me di cuenta de que las dos estaban aguantando las ganas de reír a duras penas.
–          ¿Se puede saber qué coño os pasa? ¿De qué cojones os reís?
Tati, con los ojos llorosos, aguantando como podía la risa, consiguió articular con el rostro ruborizado…
–          Cari… Tu pene…
Miré mi propia bragueta, mudo de estupor. Joder. Me había dejado la polla fuera. Y seguía bastante dura.
Las dos se echaron a reír abiertamente, mientras que yo, sintiéndome muy avergonzado, forcejeaba con la bragueta para esconder mi erección en mis pantalones.
–          ¿Así que no te habías puesto cachondo? – dijo Ali mirándome con sonrisa traviesa.
Derrotado, me dejé caer en el asiento, sabiendo que todos mis argumentos habían perdido su razón de ser. Las dos chicas, descojonadas, se partieron a mi costa un buen rato todavía.
Cuando llegamos a la última parada, nos bajamos del tren tras recuperar la cámara de debajo del asiento.
–          Bueno, chicos – dijo Ali – Me voy. Me esperan en casa para cenar. Mi prometido, ya sabéis…
Le devolvimos todos los cacharros y ella los guardó en el maletín del portátil.
–          ¿Quedamos mañana otra vez? – preguntó ilusionada.
–          Mañana no puedo – me apresuré a decir – Me toca coger el coche y hacer varias visitas fuera de la provincia. No volveré hasta la noche.
–          Sí, y yo mañana estoy de tarde. Una compañera me ha pedido que se lo cambiara…
–          Bueno, pues el viernes entonces – dijo mirando a Tatiana de forma enigmática.
–          Ok. Hablamos el viernes por la mañana – asentí.
Nos despedimos de Ali, que iba a tomar un taxi, pero, justo antes de marcharse, se acercó a mi novia y le dijo algo al oído que la hizo enrojecer.
Por fin, la joven se marchó con el portátil al hombro, lanzándonos un guiño cómplice y riéndose divertida.
–          ¿Qué te ha dicho? – pregunté intrigado.
Tatiana me miró fijamente un instante, muy colorada, antes de decidirse a responder.
–          Me ha dicho… Que no desperdicie esa erección.
—————————-
Un par de minutos después, con mucho sigilo, nos colamos en los servicios de caballeros de la estación. Y echamos un polvo de la hostia en uno de los retretes. Me la follé a lo bestia, apoyada contra la pared, sus piernas anudadas en torno a mi cintura, ahogando sus gritos de placer enterrando su rostro en mi cuello. Fue un polvazo, que alivió por fin la increíble excitación de la jornada.
Al día siguiente, por la noche, me enteré de que Tati me había mentido y que las palabras de Alicia al oído habían sido otras muy distintas.
TALIBOS

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Relato erótico: “Madre de alquiler o hembra hambrienta de sexo” (POR GOLFO)

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Cuando Enrique me llamó para que fuera su secretaria no supe decirle que no. Le conocía desde que el estudiaba en la universidad, y empezaba a salir con Laura, la que es ahora su esposa. Los tres formábamos parte del mismo grupo de amigos, que todos los fines de semanas nos reuníamos para salir de copas.

De eso hace mas de quince años, durante los cuales les perdí la pista, debido a que me casé con un hombre sumamente celoso. Paulatinamente Carlos me fue separando de mis compañeros, de mi familia, de todo lo que podía representar para él un peligro. Mi matrimonio fue un desastre. Lo que en un principio eran desconfianzas y celos se fueron convirtiendo en reproches e insultos, hasta que hace tres meses, una noche en la que mi marido había salido de juerga, llegó a casa totalmente borracho y con la excusa que no le había contestado al teléfono con la rapidez que él quería, me pegó una paliza, mandándome al hospital.
Fueron los propios médicos los que me convencieron que le denunciara, y al preguntarme que a quien podía llamar para que me fueran a recoger, les pedí que telefonearan a mi hermano José. Dio la casualidad que mi hermano estaba en una fiesta en casa de Enrique y de Laura, y en menos de veinte minutos estaban en la puerta de Urgencias de La Paz.
De esa forma tan traumática, reestablecí contacto con ellos. José, al que no veía desde hacía tres años, llegó acompañado del matrimonio. Venía fuera de sí, y al encontrarse en la puerta de la clínica con mi marido, se le lanzó al cuello. Desgraciadamente, mi hermano comparte conmigo no solo los genes, sino la baja estatura, por lo que casi sin despeinarse Carlos se deshizo de él. Pero lo que no se esperaba es que viniera acompañado, por lo que al entrar en la sala Enrique y ver como su amigo estaba siendo objeto de una paliza, intervino.
Quique es otra cosa, casi dos metros y mas de noventa kilos de músculos perfectamente entrenados. Su sola presencia impone, pero cuando Carlos le intentó pegar, se desató la bestia que tiene dentro y con solo dos puñetazos lo mandó a la habitación contigua de la mía, con la mandíbula y la nariz rota.
La policía, al llegar al lugar del altercado, se llevó detenidos a los dos, por lo que fue Laura quien obedeciendo a su marido, la que me sacó del hospital. Me extrañó que fuera ella quien me estuviera esperando en la salida. Al verla le pregunté por mi hermano, ya que los de servicios sociales me habían informado que era él quien me estaba esperando.
Tranquila, estaba aquí pero se han encontrado con Carlos y han tenido una pelea-, y sin inmutarse me contó lo sucedido, explicándome que se los habían llevado a declarar a la comisaria. –Pero no te preocupes, están bien y me han dicho antes de irse que te lleve a casa-.
-No, por favor, ¡a mi casa no!-, le respondí asustada.
-No, boba, a la mía. ¿Cómo crees que te íbamos a dejar con ese energúmeno?-, me dijo sin alterarse. Desde joven, me sorprendió la sensatez y la tranquilidad de Laura. Nada conseguía alterarla.
Era una mujer super atractiva, pero su mayor virtud era su dulzura. Y ayudándome a caminar, cogiéndome del brazo, me llevó hasta el coche.
Viven en un chalet de Pozuelo, por lo que tardamos bastante en llegar, casi treinta minutos durante los cuales estuve preguntándo por su vida. Supe que se habían casado dos años después que yo, y que debido a un accidente Laura se había quedado estéril, por lo que no podían tener hijos. Al enterarme le dije que los sentía, y en sus ojos vi que no se había repuesto de esa perdida.
-¿No has pensado adoptar?-, le dije apenada.
Quique quiere, pero yo no estoy convencida-, me contestó
secamente, por lo que decidí cambiar de tema.
Cuando entré en la casa, sentí envidia de mi amiga. Se notaba que eran felices, por todos lado había fotos de su boda, de sus viajes. En ellas quedaba claro que se querían y que no había problemas en su matrimonio. Al verlas, me di cuenta de mi fracaso y sin poderme aguantar me eché a llorar desconsolada.
-¿Qué te pasa?-, me preguntó, mientras acariciaba mi pelo para consolarme.
Que mi vida es un desastre, mi marido es un cabrón, estoy sola, sin amigos, sin familia, sin nadie-, le dije entre sollozos.
Eso no es cierto, aunque no nos hayamos visto, eres nuestra amiga, nos tienes a nosotros, y a tu hermano-, me contestó tratando de confortarme, –Ahora lo importante es que descanses-.
-Pero no tengo ropa, todo mis cosas están en un apartamento al que no pienso volver-, le repliqué llorando.
Sin hacer caso a mis objeciones, buscó un camisón que prestarme, y obligándome a meterme en la cama, me dio las buenas noches. Me quedé dormida al instante, debieron de ser los calmantes que me habían dado. Perdí la noción del tiempo, pero de pronto unas risas me despertaron. Eran José y Quique, que volvían de la comisaría, venían muertos de risa.
Pude oír como mi hermano le decía a su amigo:
No te quejaras, te he dado la oportunidad de entrenarte con un capullo-
-No te descojones, que te pienso cobrar la multa que me ponga el juez por partirle la cara-, escuché como le contestaba antes que Laura les pidiera que hablaran mas bajo para no despertarme.
Estuve a un tris de bajar y decirles que ya lo habían hecho cuando mi hermano respondió que tenía razón, que era mejor dejarme descansar, y que al día siguiente me iba a llevar a vivir con él. Quique le respondió bromeando que por fín había conseguido una mujer que le hiciera compañía. José haciéndose el ofendido le contestó:
No seas cabroncete, ¡es mi hermana!.
-Coño, que me refería a que vas a tener alguien que te cuide, y encima ¡Gratís!-

-Ya lo sé, era broma-,
y dirigiéndose a Laura le dijo:-Gracias, por todo, no sabes como te agradezco tu ayuda. Mañana vendré a las ocho a por Isabel, ¿Te parece bien?-
-Claro, tu tranquilo, aquí estará bien-, y acompañándole hasta la puerta, se despidió de él.
Al volver al salón, su marido se estaba poniendo un whisky.
Estarás contento, te has comportado como un salvaje. A tu edad y pegándote como si fueras un chaval-, le dijo mientras le quitaba la copa de sus manos.
-¿Te has enfadado?-, le preguntó extrañado, -lo hice para defender a José-.
Si me ha cabreado, el verte rebajándote, pero también me ha excitado-, le contestó abriéndole la camisa.
Me sentí incomoda de espiarles, pero en vez de volver a la cama, busqué una posición donde observarles sin que me vieran. Vi como Laura se arrodillaba y desabrochándole los pantalones, sacaba de su interior un enorme sexo. No me podía creer lo que estaba viendo, la dulce mujer que parecía no haber roto un plato, estaba introduciéndose centímetro a centímetro toda su extensión en la boca, mientras con sus manos acariciaba el musculoso culo de su marido. Lo hizo con exasperante lentitud, mi propia almeja ya estaba mojada, cuando sus labios, se toparon con su vientre. Estaba viendo garganta profunda en vivo, siempre había creído que era mentira que una mujer se pudiera meter tamaño bicho en la boca, sin que le vinieran arcadas. Pero que equivocada estaba, mis amigos me acababan de demostrar mi error.
Desde el rellano de la escalera, pude observar como Enrique levantado a su mujer del suelo, le desgarraba el vestido y tras apoyarla sobre la mesa del comedor, la penetraba de un solo golpe, mientras le preguntaba:
-¿Te gusta esto?, putita mía-
Si, mi amor, dame fuerte, enséñame el macho que tengo en casa-, le contestó Laura, al sentir como su pene la llenaba por entero.
Su marido no se hizo de rogar, y sin piedad brutalmente la embestía, mientras que con sus manos castigaba su trasero. El ruido de los azotes, se mezclaba con los gemidos de la muchacha. Era alucinante, algo en mí, se empezó a alterar. Jamás pensé que observar a una pareja me pudiera poner tan bruta, pero sin darme cuenta mis dedos se habían apoderado de mi clítoris, al ver como mi amiga disfrutaba. Tenían unos cuerpos maravillosos. Desde mi punto de observación, podía distinguir cada uno de los músculos de la espalda y el culo de su marido, cuando la penetraba. Eran enormes y definidos, largas horas de gimnasio, le conferían un aspecto de guerrero medieval. Quique no hubiera resaltado en una película de gladiadores. En cambio Laura era femenina, pechos pequeños que rebotaban al compás de sus movimientos, y un cuerpo pequeño que me recordaba al mío. Por eso no me resultó difícil, el imaginarme que era yo quien recibía ese delicioso castigo de ese semental, y por vez primera no solo envidie a mi amiga, sino que también deseé a su pareja.
Mi cuerpo ya empezaba a notar los primeros síntomas de placer, cuando al oír el orgasmo de la mujer, disgustada tuve que volver a la cama, por miedo a que me descubrieran espiándolos.
Al meterme entre las sabanas, la calentura me había dominado y separándome los labios, empecé a torturar mi sexo, con creciente lujuria. Poco a poco me dejé llevar, ya no solo era mi amigo quién me poseía, en mi mente su mujer le ayudada a someterme a sus caprichos. Era una muñeca en los brazos de los dos. Me imaginé como invitándome a su cama, me ataban a la cama, separando mis piernas. Y totalmente fuera de mi, me corrí en brutales espasmos, de solo pensar que ella me besara en los pechos, mientras su marido llenaba mi interior con su miembro. Con sentimiento de culpa, me derramé cerrando mis piernas en un vano intento de no empapar el colchón.
No me había repuesto, cuando oí como tocaban la puerta de mi habitación. Pregunté que quien era, respondiéndome del otro lado, Laura que quería hablar conmigo que si podía pasar. Asustada, le respondí que si, y antes de que me diera cuenta, se había sentado en el borde de la cama. Traía sus mejillas coloradas, “por la excitación”, pensé. Por eso me sorprendió cuando me dijo:
-Isa, perdónanos, creíamos que estabas dormida, no era nuestra intención que nos vieras haciendo el amor-.
Mis temores desaparecieron al oírla, no solo no estaba enfadada que los hubiera estado observando sino que estaba avergonzada pensando que era su culpa.
-No tengo nada que disculparos, fui yo que al escuchar ruido, salí a ver que ocurría-, le dije.
Laura se tranquilizó con mis palabras. Una sonrisa apareció en su rostro, al observar que a mí tampoco me preocupaba lo ocurrido, y soltó una carcajada cuando bromeando le expliqué que ya me gustaría a mi tener ese marido y no la bestia con la que me había casado.
Una vez aclarado, se despidió de mí con un beso en la mejilla, yéndose a reunir con Enrique. Lo que no supo fue, que al besarme, pude oler su aroma a hembra hambrienta, y que en cuanto se fue, para poder dormirme tuve que hacerme otra paja, pero esta vez pensando solo en ella. Nunca me habían gustado las mujeres y menos había estado con ninguna, por eso me asombré de que me atrajera y me aterroricé al correrme soñando con estar entre sus piernas.
Dormí fatal, en cuanto me sumía en un sueño aparecía mi marido, y empezaba a golpearme, llamándome puta. Era repetitivo, muchas veces sentí su puño contra mis costillas mientras me insultaba porque me había acostado con otros hombres. De nada servía que le dijera que no era cierto, el proseguía con su venganza hasta que Quique me salvaba, llevándome lejos. Le veía como mi salvador, hasta que parando el coche, me destrozaba la falda y con ayuda de su mujer me violaban. En mi sueño, me obligaban a comerme el coño de Laura, mientras él me poseía por detrás, y siempre me intentaba defender en un principio, pero terminaba disfrutando como una perra, mientras le pedía que me follasen. Por eso, me desperté mas cansada y sobretodo mas caliente de lo que estaba al dormirme. Tratando de calmarme me fui a duchar, intentando sacar esos pensamientos de mi mente.
El agua tardó en calentarse, por lo que me entretuve mirándome al espejo. Tenía los ojos morados y la cara hinchada por la paliza del día anterior. Me dolía todo, pero lo peor no era mi dolor físico, sino la certidumbre que mi vida anterior había desaparecido por completo, estaba sola, sin pareja, sin hijos, dependiendo únicamente de un hermano y unos amigos que no había visto en años. Paulatinamente me fui sumiendo en una depresión, y sin poderme aguantar me eché a llorar desnuda, sentada en la taza del váter. Fue así como me encontró Paula, con la cabeza entre mis piernas mientras con mis manos golpeaba el suelo, totalmente enloquecida.
Al verme, me levantó y soltándome una bofetada, intentó hacerme reaccionar.
Isabel, ¿que te ocurre?-, me gritó mientras me zarandeaba.
-Me quiero morir-, sollocé mientras intentaba chocar mi cabeza contra la pared.
Sin saber que hacer, me abrazó para evitar que siguiera haciéndome daño, y tras unos minutos en los que seguía llorando en sus brazos, decidió meterse conmigo en la ducha para tranquilizarme. El agua y su cercanía me hicieron reaccionar pero no del modo que ella se esperaba, y sin pedirle permiso me apoderé de sus labios pidiéndole que me amara.
Su única respuesta fue darme otro bofetón, alejándose de mí. Pero después de unos momentos se acercó, diciéndome que no era lesbiana, que no me equivocara. Si estaba ofendida por mi actitud no lo demostró, y metiéndose conmigo, empezó a enjabonarme mi cuerpo. Con su boca me tranquilizaba diciéndome que era normal mi trastorno, que no me preocupara, que no me lo iba a tomar en cuenta, pero a la vez con sus manos recorría mi cuerpo excitándome. Lo que empezó mal, mejoró al llegar a mi sexo con el jabón. Separando mis labios, empezó a restregarme, diciéndome que estaba muy tensa, que me relajara. Sin dudarlo abrí mis piernas, permitiendo sus caricias. Sus dedos se apoderaron de mi clítoris en una deliciosa tortura, y sin poderlo evitar me corrí entre sollozos.
Vamos a secarnos-, me dijo sacándome del agua. Sin hablar me dio una toalla, y cuando vio que empezaba a secarme, me dijo:-Lo necesitabas, pero no va a volver a ocurrir-, y saliendo del baño me dejó sola.
Al bajar a la cocina, ya vestida, me encontré con José y Enrique, que estaban desayunando. En cuanto me vieron, mi hermano me preguntó, que cómo estaba. –Bien-, le contesté sin atreverme a levantar los ojos. Ellos debieron suponer que me avergonzaba de mi aspecto, ya que desconocían lo que había ocurrido. Fue una suerte, que Laura acudiera en mi ayuda y dándome su apoyo les pidió que no me atosigaran. Se lo agradecí diciéndole al oído , que sentía lo que había pasado. Pero ella guiñándome un ojo, dijo en voz alta que no era mi culpa sino de la del cabrón de Carlos. Por supuesto, que ni José ni Quique, tenían ni idea de lo a que nos referíamos, y ya que ella no dijo nada, quien era yo para sacarles del error.
Terminando de desayunar nos fuimos, José vive en un coqueto apartamento de soltero en la Castellana, que se convirtió en mi guarida. La pequeña habitación de al lado de la cocina, en mi refugio.
A partir de ese día, el terror desapareció de mi vida pero las largas horas solas entre esas cuatro paredes me agobiaban quería ser útil, vivir mi vida y dejar de cómo un parásito alimentarme de la yugular de mi hermano. El tenía una vida antes que se la truncara mi marido, y era mi deber dejarle en paz, debía permitirle retomar su propio rumbo. Por eso no me negué a ser la secretaria de Quique, y por eso, ese lunes me vestí con mis mejores galas para acudir a mi nuevo trabajo.
Estuvo muy atareado por lo que tuve que esperar pacientemente sentada mas de una hora hasta que se pudo liberar y atenderme diez minutos.
Aunque iba vestido de traje y con corbata, no pude dejar de recordarle como le había visto esa noche, con todos sus músculos marcados, su culo potente y ese pene que había hecho disfrutar a dos mujeres aunque el solo tuviera constancia de una. Cabreada conmigo misma, tuve que cerrar mis piernas en un intento de parar mi excitación, pero que no solo resultó vano sino que la propia fricción de mis mulos hizo que me corriera en silencio mientras el hablaba por teléfono. Ya no me parecía tan buena idea el trabajar para él. Sabía que cada vez que lo viera, me lo imaginaría poseyéndome, y cada vez que nuestros cuerpos se tocaran rutinariamente, todo mi ser se aflojaría mojándome y empapándome. Nada mas el hecho de dejar de ser una carga, evitó que me largara, huyendo de él.
-Perdona-, me dijo acercándose a mí,-Disculpa el retraso-, y mirándome de arriba abajo en una forma carente de morbo, me halagó diciendo:-Estas muy guapa-.
Nuevamente, de mi entrepierna surgió una llamarada. En ese momento pensé tratando de justificar que deseara al marido de mi amiga, que se debía a mi pésimo estado emocional, y que el tiempo apaciguaría el fuego, que me quemaba.
A partir de ese día, fui su humilde asistente, jamás me molestaba que me retuviera haciendo horas extras, nunca me quejaba de su mal humor y de sus malos modos al reprenderme, al contrario me gustaba oír que se dirigía a mí, que me hablaba aunque fuera de un modo rudo, pero de lo que realmente disfrutaba era de sus ausencias que me permitían encerrarme en su despacho y masturbarme mientras pensaba que me usaba.
En mi imaginación me veía a cuatro patas gateando a su encuentro, Quique me esperaba sentado en su sillón, y sin hablar me exigía que le bajara la bragueta y me apoderara de su sexo.
Mil veces, mi lengua recorrió mentalmente su capullo, mientras que con mi mano apretaba sus testículos buscando su placer. Mil veces los lápices con los que escribía los memorandos, fueron el pene, con el que pensando en él, me penetraba. Mi sumisión a sus deseos era total, soñaba que desgarrando mi falda me violaba, por haber redactado mal un informe, que sus manos azotaban mi trasero como le había visto hacer con su esposa solo por haberle derramado el café, y que desfloraba mi culo violentamente con la única excusa de haberme retrasado.
Pero la realidad era otra, nunca me miró durante meses como mujer, para él era su secretaria, y si acaso su amiga. Su trato era cordial, profesionalmente aseado, demasiado pulcro para mi que suspiraba y lamía el terreno que él pisaba. Todo ese tiempo, no vi a Laura, solo tuve contacto con ella cuando le informaba de las citas infructuosas con su ginecólogo. Seguían buscando el tener hijos, pero visita tras visita, irremediablemente llegaban los análisis y tenía que informar a mi amiga, que nuevamente su vientre no alojaba el tan añorado hijo.
Por eso, al escuchar a través de la puerta que Quique discutía con su mujer y que sin importarle que le oyera, la llamó loca por proponerle una madre de alquiler, tomé la iniciativa. Esperé media hora a que se calmase y después marqué el teléfono de Laura.
-Necesito verte-, le rogué, mi amiga suponiendo que había vuelto a tener problemas con Carlos, mi ex, accedió al instante, quedando citadas para ese sábado.
Era miércoles, toda la semana me fui preparando para que nada se torciera, planifiqué lo que le iba a decir, estudié la forma de rebatir cualquier objeción que ella pusiera y ansiosa espere que fueran pasando las horas y los días para verla.
Esa mañana me vestí con minifalda, y un top, estaba orgullosa de mi cuerpo y quería que ella lo viera que supiera que aunque tenía treinta y cinco años, mi piel se mantenía firme y mis pechos erguidos.
Laura me esperaba en su casa, había decidido que lo mejor era la intimidad de su hogar. Lo que no sabía era que al recibirme en el mismo sitio donde la había visto con Quique haciendo el amor, me había alterado.
-¿Qué te pasa?-, me dijo nada mas sentarnos en la salita.
Sin contestarle saqué los resultados de mis análisis, donde se demostraba que era fértil, prueba de mi compatibilidad con su marido. Documentos que era una forma de declararle que estaba dispuesta.
-¿Porqué me enseñas esto?, por qué eres tan cruel de vanagloriarte que tú si puedes
La lágrimas corrían por sus mejillas, me había malinterpretado creía que había venido a restregarle su esterilidad.
No, boba-, le contesté abrazandola, -Quiero que sepas que deseo ser tu madre de alquiler-.
Paulatinamente fue rumiando mis palabras, y mientras lo hacía sus sollozos se fuero calmando, al contrario que yo que solo por sentirla entre mis brazos, me estaba empapando. Su olor, su pelo, su frágil cuerpo me excitaba. Tuve que hacer un esfuerzo para no lanzarme sobre ella.
Harías eso por mí-, alcanzó a decir.
-Eso y mas, solo pídemelo-
Sonrió al escuchármelo decir, y agarrándome la barbilla depositó el mas dulce beso que nunca me habían dado. La tersura de sus labios, su tibieza al besarme desencadenó mi locura. Forcé sus boca con mi lengua, y jugando en su interior mientras mis manos buscaban sus pechos, conseguí excitarla.
Solo el sonido de la puerta del chalet abriéndose, consiguió separarnos y como si no hubiese ocurrido nada nos levantamos a saludar a Quique que llegaba de jugar al tenis.
No le digas nada-, me rogó Laura,- conozco a mi marido y si se lo decimos se negará-.
Llegaba sudoroso tras el partido, la camisa se le pegaba mostrando los enorme pectorales que decoraban su torso. El pantalón corto tampoco pudo evitar que me fijara en el bulto que nacía entre sus piernas. Caliente por ambos, busqué una excusa para irme.
Laura me acompañó a la puerta, y tras decirme al oído que fuera a cenar esa misma noche, sus labios rozaron los míos.
No sé como llegué a casa, no solo no se había negado sino que necesitaba que fuera su cómplice para engatusar a su marido. Perdí la noción de mi alrededor, las manzanas pasaban al lado de mi coche como fantasmas. Solo recuerdo el llegar a mi cuarto de baño totalmente alborotada, y que tras sumergirme en la tina caliente, las espumas de jabón que fueron los brazos de mis amantes al masturbarme.
Comí poco, mi estómago estaba tan cerrado como mi sexo abierto. Decidí hacer una hora de bicicleta con las esperanza de calmarme, pero el sillín al rozar la parte interna de mis muslos reavivó mi fuego. Se hundía inmisericorde constriñendo mi tanga contra mi sexo. Aceleré el pedaleo al sentir que me corría y sabiéndome sola, grité de placer sin miedo que nadie me oyera. Todo era lujuria, el cepillo de dientes se me antojaba su pene, y el dentífrico el fresco semen brotando a mi llamada, la caricía de la brocha al maquillarme, me recordaba a la mano de mi amada recorriendo mis mejillas.
Por eso, cuando habiendo terminado de vestirme y mirarme en el espejo, descubrí que bajo el pegado vestido negro, mis pezones se erguían duros y suplicantes de besos. No sabía si me había pasado, la raja que se abría a un lado, dejaba ver mi pierna en su conjunto, incluso se podía vislumbrar el inicio de mi negra braguita.
Eran las nueve y media cuando llegué a su casa, como colegiala en su primer cita eché de menos la carpeta que siendo niña tapaba pudorosa mis pechos. Quique fue quien abriendo la puerta, me cedió el paso. Y mi dicha fue enorme al oír que me piropeaba diciendo:
-Estas preciosa-.
Me sabía guapa, atractiva, pero nada que ver con el monumento que infundado en un vestido blanco hacía su entrada bajando las escaleras. Laura como una diosa, eternizaba los peldaños, y yo me vi incapaz de retirar mis ojos de sus pechos, rítmicamente se movían al vaivén de sus pies, pequeños, duros, bien hechos eran una invitación a tocarlos.
A mi lado, su marido babeaba, y no me extraña porque yo misma tuve que hacer un esfuerzo consciente para cerrar mi boca. Ella encantada de notar nuestra reacción se rió a carcajadas, y sin hacer mas comentario nos pidió que pasáramos a cenar, abrazándonos a los dos. Nuevamente susurrando a mi oído me dijo:
Tú, sígueme la corriente-.
Cenamos con champagne una cena frugal pero exquisita, Laura sin dejar que termináramos de vaciar nuestra copa ya estaba rellenándola, de forma que antes de llegar al postre ya habíamos dado buena cuenta de tres botellas.
Las risas se sucedían, las bromas, los recuerdos de cuando nos conocimos y el calor del alcohol en nuestros cuerpos, caldearon el ambiente. Quique un poco mas chispa, de lo que quería reconocer, nos soltó un piropo diciendo:
Que suerte que tengo, dos pedazos de mujeres para mi solo-.
La mirada pícara de Laura me aviso que había llegado la hora, por eso no me extraño, que poniendo música la oyera decir:
-¿Quieres vernos bailar?-.
No dejó que la contestara su marido, porque extendiéndome la mano me sacó a mitad del comedor, que se convirtió en improvisada pista de baile.
Sentí como con su mano, me obligaba a pegarme a ella. Su cuerpo soldándose al mío, inició una sensual danza. Sus pechos se clavaron en mis pechos, sus pezones acariciaron los míos, mientras sin ningún pudor recorría mi trasero. Me besó en los labios antes de quitarme los tirantes que sostenían mi vestido, y con mi dorso al descubierto, coquetamente me miró al desprenderse los corchetes que mantenía el suyo. Piel contra piel bailamos mientras su pierna tomaba posiciones en mi ya encharcada cueva, mientras su marido había pasado de la sorpresa inicial a la franca excitación. Sabiéndose convidado de piedra no intervino cuando bajando por mi cuello, sentí la lengua de su esposa, mi amiga acercándose a mi rosada aureola. No pude reprimir un gemido cuando sus dedos colaborando con su boca, pellizcaron mi pezón, e impertérrita observe como Laura seguía bajando por mi cuerpo, dejando un húmedo rastro sobre mi estómago al irse acercando a mi tanga.
Arrodillándose a mis pies, me quitó la tela mojada, y obligándome a abrir las piernas se apoderó de mi sexo. Con suavidad retiró a mis hinchados labios, para concentrarse en mi botón. Con los dientes a base de pequeños mordiscos, me llevó a una cima de placer nunca alcanzada. De pie, con mi manos en su larga cabellera, mirando un marido observador, me corrí en su boca. Ella al notarlo, sorbió el río que manaba de mi sexo, y profundizando mi tortura introdujo sus dedos en mi vagina. Sin importarme que pensara, grité mi deseo y levantándola la llevé a la mesa del comedor.
Era preciosa, su piel blanca resaltaba su belleza, y por vez primera mi boca disfrutó de un pecho de mujer, era una sensación rara el sentir en mis labios la curvatura de su seno, pero lejos de asquearme me encantó, envalentonándome a seguir bajando por su cuerpo. Dejo que le abriese las piernas, y por fin pude contemplar su pubis perfectamente depilado que dibujaba un pequeño triángulo con si fuera una flecha que me indicara el camino.
Nuevamente el sabor agridulce de su coño, era una novedad, pero en este caso fue un acicate para que sin meditar que estaba haciendo usara mis dedos como si fueran un pene y penetrándola buscara el fondo de su vagina. Ella recibió húmeda las caricias de mi lengua sobre su clítoris, y sin pedirle su opinión exigió a su marido que me follase.
Sus primeros gemidos coincidieron en el tiempo, con la llegada de Quique a mi lado. Su grandes manos abrieron mis nalgas, y como si tantearan el terreno sentí que me azotaba. Carlos me había pegado, pero esta violencia era diferente, cariñosa compartida y me excitaba. Por eso le exigí:
-Sigue, tómame, sin medirte, quiero sentir tu verga en mi interior
Mi lenguaje soez espoleo su lujuria, y colocando la punta de su enorme glande en la entrada de mi cueva, fue forzándola de forma que pude sentir el paso de toda la piel de su tranca rozando mis adoloridos labios, mientras me llenaba.
Laura exigiendo su parte, tiró de mi pelo acercando mi cara a su pubis y tras unos intentos fallidos por mi inexperiencia en comer coños, mi lengua consiguió introducirse en el interior de su vagina, al mismo tiempo que el magnífico pene chocaba con la pared de la mía. Sentir sus huevos rebotando contra mi culo, al ritmo de sus embestidas fue sublime, pero mejor sentir a la vez que mi boca se llenaba con la riada que emergía sin control de la cueva de mi dueña.
Éramos un engranaje perfecto, las embestidas de Enrique obligaban a mi lengua a penetrar mas hondo en el interior, y los gritos de Laura al sentirse bebida, forzaban a un nuevo ataque de mi amante.
Ella fue la primera en correrse, retorciéndose sobre la mesa, mientras se pellizcaba sus pezones nos pidió que la acompañáramos. Su marido aceleró el ritmo al escucharla y cayendo sobre mi espalda se derramó regando el interior de mi vientre con ansiada semilla. Lo mío fue algo brutal, desgarrador, su semen me quemaba, cada convulsión con la que me regaló, me producía un estertor y licuándome al sentirlo, chillé y lloré a los cuatro vientos mi placer.
Durante unos minutos, nos mantuvimos en la misma posición hasta que el semental que era su marido se levantó y tomándonos entre sus fuertes brazos, nos llevó en volandas hasta la cama.
-Lo teníais preparado, ¿no es verdad?- afirmó mientras nos depositaba sobre el colchón.
No mi amor, como crees-, rió descaradamente Laura tomándole el pelo, y acercándose a mí, me dijo en voz baja: -Cuando se de cuenta de nuestros planes, ya estarás embarazada-.
Esta vez fui yo la que se carcajeó, para conseguir que prendiera su semilla en mi vientre, tendría que practicar mucho, me dije pensando en las azules pastillas anticonceptivas que tenía en mi bolso. Y dándole un beso posesivo en sus labios, puse mis manos sobre sus pechos, al saber que “cuando se dé cuenta de mi juego, decidiré si quedarme o no, preñada”.Pero hasta entonces iba a disfrutar con esos atletas del amor, sus cuerpos serían míos y yo suya y eso era lo importante.

Relato erótico: “Compañera decente se desata en la universidad ” (POR GOLFO)

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Para contaros esta historia, me tengo que retrotraer unos años a cuando recién salido del colegio acababa de entrar en la universidad. Recuerdo con añoranza esa época, durante la cual no solo aprendí los rudimentos básicos de todo geólogo sino el arte de complacer a una mujer. Curiosamente mi profesora en esos menesteres fue la catedrática de Cristalografía.
Doña Mercedes, aparte de estar buenísima, era un hueso duro de roer por lo que todos los estudiantes temblábamos al verla entrar en el aula. Con una mala leche proverbial, usaba y abusaba de su poder para menospreciar a los que habíamos tenido la desgracia de tenerla como tutora. Su menosprecio no tenía sexo, le daba igual que el objeto de su ira fuera una mujer o un hombre, en cuanto te enfilaba podía darte por jodido. Todavía me acuerdo de la primera vez que la tomó conmigo.
Esa mañana el metro se había retrasado y por eso llegué tarde a sus clases. Al entrar se me ocurrió no pedir perdón por mi retraso y obviando que ya estaba explicando la materia, me senté. La muy zorra no esperó a que me hubiera acomodado en mi asiento y alzando la voz, dijo:
-Se puede ver por la falta de interés del Sr. Martínez que domina los sistemas cristalinos- y señalando la pizarra, prosiguió diciendo: -¿Nos puede obsequiar con su sabiduría?
La fortuna había hecho que la tarde anterior, hubiese estudiado lo que íbamos a dar con esa arpía y aun así, totalmente acojonado, subí a la palestra desde donde los profesores impartían sus clases. Nada más llegar a su lado, me soltó:
-Como no ha tenido tiempo de escucharme, les estaba explicando a sus compañeros que había siete tipos de sistemas-
No queriendo parecer un palurdo, cogí el toro por los cuernos y demostrando una tranquilidad que no tenía, expliqué a mis amigos que aunque había  treinta y dos posibles agrupaciones  de cristales en función de sus elementos de simetría, se podían reagrupar en siete sistemas. Debió sorprenderle que lo supiera pero decidida a humillarme, esperó a que terminara de enunciar los tipos para preguntar:
-Parece que Usted no es tan inculto como parece pero me puede explicar: ¿Cómo le afecta a un haz de rayos x  el pasar por cada una de esas estructuras cristalinas? 
Aunque sabía que su asignatura se basaba en eso, no supe que responder y con el rabo entre las piernas, lo reconocí en público. Satisfecha por haberme pillado, lo explicó ella. Tras lo cual y mandándome a mi asiento, me ordenó que el lunes siguiente quería en su mesa un trabajo de cincuenta páginas sobre el asunto.
Cabreado, me mordí un huevo y no contesté a esa guarra como se merecía. Sabía que si me quejaba, de algún modo esa mujer me lo haría pagar. El resto de los presentes tampoco dijo nada porque temía ser objeto del mismo castigo. Durante los cuarenta minutos que quedaban de su clase, me quedé refunfuñando pero aun siendo imposible, deseando devolverle la afrenta. Observándola mientras daba la lección, me percaté por primera vez que esa cuarentona estaba buena. Con un metro setenta y una melena rubia, su severa vestimenta no podía ocultar que Doña Mercedes tenía un cuerpo que haría suspirar a cualquier muchacho de mi edad.
Dotada por la naturaleza de unos pechos grandes e hinchados, la blusa que llevaba en esos instantes era demasiado estrecha y eso hacía que los botones parecieran estar a punto de estallar. Absorto contemplándola dejé volar mi imaginación y deseé que mi venganza consistiera en tirármela. Ya excitado con la idea, mi pene reaccionó poniéndose erecto cuando al caérsele la tiza, se agachó para recogerla.
“¡Menudo culo tiene la vieja!”, exclamé para mí al comprobar la clase de pandero que tenía.
Sus nalgas me parecieron una maravilla y prendado por tan bella estampa, no pude retirar mis ojos de ellas con la suficiente rapidez y por eso al incorporarse, la profesora se percató de la forma en que la miraba. Curiosamente, no dijo nada y dando por terminada la clase, desapareció por la puerta. Aunque aliviado por su súbita desaparición, no pude dejar de echarme en cara el haber sido tan idiota.
En ese momento no lo supe pero al sorprenderme, se escandalizó por el brillo de mis ojos pero una vez en su despacho, cerró la puerta y recordando que había adivinado la erección de mi miembro a través del pantalón, se excitó y levantándose la falda se tuvo que masturbar mientras se lamentaba de que fuera su alumno y no un hombre que le hubiesen presentado cualquier noche.
 
Mientras tanto, fui el objeto de las burlas de mis compañeros que regodeándose en mi desgracia, me sentenciaron diciendo que por lo que sabían de otros años, esa puta siempre la tomaba con uno y que por bocazas, me había tocado a mí ser su víctima ese curso. Tengo que reconocer que su guasa no hizo mella en mí porque mi mente divagaba en ese momento, soñando con hacer mío ese culito.
Doña Mercedes inicia su acoso.
Tratando de no dar otro motivo a esa zorra para humillarme aún más, me pasé ese puto fin de semana encerrado en casa, haciendo el trabajo que me había ordenado. Sabiendo que no iba a dejar pasar la oportunidad para putearme, decidí leer varios de los libros que había publicado y de esa forma teniéndola a ella como principal referencia, no pudiera objetar nada de cómo había desarrollado el tema.
Satisfecho pero en absoluto tranquilo llegué a su oficina ese lunes.    Al entrar en su cubículo, me pidió que cerrara la puerta y ordenando que me sentara, empezó a revisar el trabajo. La muy hoja de puta me dejó en la silla mientras se ponía a estudiar concienzudamente mi escrito. Durante los primeros diez minutos estaba tan nervioso que no pude hacer otra cosa que mirarla y eso fue mi perdición porque al recorrer su cuerpo con mis ojos, me empecé a excitar al comprobar la perfección de sus curvas.
Ajena a mi escrutinio, mi profesora estaba tan concentrada en el trabajo que no se percató de que uno de los botones de su blusa se había abierto dejándome disfrutar de parte del coqueto sujetador de encaje que portaba. Absorto en tratar de vislumbrar de alguna forma su pezón, me estaba acomodando en mi asiento cuando involuntariamente, o eso pensé, Doña Mercedes se acarició un pecho. Como un resorte mi pene se irguió bajo mi bragueta y ya dominado por el morbo, no quité ojo de su escote.
Aunque me pareció en ese instante imposible, la profesora cambió de postura mostrándome sin pudor el inicio de una negra aureola. Intentando que no notara mi erección estaba ahuecando mi pantalón cuando levantando su mirada de los papeles, me pilló haciéndolo. Noté que se había dado cuenta porque contrariando su fama, se mordió los labios antes de decirme con voz entrecortada:
-Su trabajo está muy bien, le felicito.
-Gracias- y tratando de huir de allí, le pregunté si podía volver a clase.
Afortunadamente me dio permiso y cogiendo mi bolsa, salí de su despacho hecho un mar de dudas. No me podía creer lo ocurrido y dirigiéndome directamente al baño, me encerré en uno de sus retretes mientras liberando mi pene me empezaba a masturbar recordando su mirada de deseo. Mientras daba rienda suelta a mi excitación, deseé no haberme equivocado y que sus intenciones fueran otras.
Con mi lujuria saciada, me auto convencí de que lo había imaginado y olvidando el tema, volví al aula donde mis compañeros estaban. Al verme entrar, me preguntaron cómo me había ido e incapaz de reconocer lo vivido, dije entre risas que como siempre, ese zorrón me había puesto a caer de un burro.
Desde ese día, la actitud de Doña Mercedes hacia mí no solo no cambió sino que me cogió como el saco donde descargar sus golpes y era rara la clase donde no se metía conmigo. Pero realmente si había cambiado porque después de reñirme en público, esperaba a que todo el mundo saliera para pedirme que le ayudara a llevar sus trastos al despacho. Ya en su cubículo resolvía las dudas que pudiese tener mientras hacía una clara exhibición de su cuerpo.
 
Aunque parezca una fantasía de adolescente, se convirtió en rutina que esa cuarentona me explicara nuevamente la materia entre esas paredes, dejando que se le abrieran los botones de su camisa o bien permitiendo que la falda se le levantara dejándome disfrutar de sus piernas. Era un acuerdo tácito, ni ella ni yo comentamos jamás, en esas reuniones, su exhibicionismo ni dejó que  pasara de ahí. Lo más que llegamos fue un día que al ir a coger de un estante un libro con el que explayarse en su explicación, dio un paso en falso. Al tratarla de sostener, puse mis manos en sus nalgas y durante unos segundos nos quedamos callados mientras cada uno decidía si tendría el suficiente valor de dar el siguiente paso.
Desgraciadamente, ninguno se atrevió y separando mis manos de su culo, me volví a sentar en la silla. Al hacerlo, descubrí que sus pezones estaban totalmente erectos bajo la tela y despidiéndome de ella, la dejé plantada. Meses más tarde me reconoció que al irme, atrancó su puerta y separando sus rodillas se masturbó deseando y temiendo que algún día la hiciese mía.
 
Por una casualidad todo se descontrola.
Llevábamos medio trimestre con ese juego, cuando su departamento decidió hacer una salida al campo. Aunque estaba programada de ante mano, con  una alegría no compartida por mis compañeros, escuché que durante una de sus conferencias, nos avisaba que el jueves y el viernes siguientes, ella y otros cinco profesores nos llevarían a comprobar in situ las diferentes formaciones rocosas de la sierra de Madrid.
Como éramos solo doce los que cursábamos ese seminario, nos dividió en grupos de un docente por cada dos alumnos.  Al revisar la lista, descubrí que nos había tocado a Irene y a mí con ella. Deseando que llegara ese viaje de estudios, pregunté a mi compañera sino sería bueno que nos juntáramos para estudiar la zona que en teoría íbamos a recorrer.
Como ambos sabíamos que nos iba a examinar a conciencia durante esos dos días, no puso reparo alguno y el martes por la tarde, nos reunimos en su casa. Sabiendo que esa muchacha, además de ser un bombón, era un cerebrito llegué a la cita tranquilo pero al recibirme vestida con una bata y un grueso pijama me percaté de que tenía un trancazo de tomo y lomo. Temiendo contagiarme y que la gripe me impidiera ir a ese viaje, me mantuve distante y en menos de cinco minutos, me repartí con ella la zona a estudiar.
Irene aquejada de fiebre y con dolores de cabeza que le hacían imposible salir de casa, faltó al día siguiente. Esa misma tarde la llamé y con voz compungida me confesó que no podría ir. Lejos de enfadarme, me alegró su ausencia y frotándome las manos, con voz apenada la calmé diciendo:
-Tú no te preocupes. Si te sientes mejor, ya sabes dónde estamos.
Esa monada agradeció mi comprensión y prometiendo que si mejoraba se nos uniría, colgó. Como no quería anticipar su enfermedad, no fuera a ser que conociéndola Doña Mercedes cambiase la distribución de los alumnos, me abstuve de llamarla y por eso al día siguiente se cabreó, cuando habiéndose ido los otros grupos, se lo conté.
Su enfado se fue diluyendo al paso de los kilómetros y por eso al salir de la autopista con destino al parque natural de Peñalara, ya estaba de buen humor. Lo noté enseguida porque haciendo como si fuera un despiste, dejó que su falda se izara por encima de sus rodillas. Al ver que me estaba mostrando sus piernas con descaro, de la misma forma, no disimulé al contemplarlas. Con los ojos fijos en ella, recorrí con mi vista sus tobillos, pantorrillas y muslos dejando clara mi excitación al hacerlo. Sé que ella se contagió de mi entusiasmo porque sin soltar las manos del volante, me dijo que me pusiera cómodo.
 
Creyendo que lo que quería era verme, me desabroché el cinturón y ya estaba abriéndome el pantalón cuando dio un volantazo y entrando en una gasolinera, me soltó:
-Ahora vuelvo- y dejándome solo en el automóvil, desapareció en el interior del establecimiento.
Asustado por si me había adelantado, esperé su vuelta. A los diez minutos, apareció con una bolsa con bebidas y sentándose en su asiento reanudó la marcha. En silencio, aguardé a que ella diese el siguiente paso porque no quería contrariarla y menos hacer el ridículo con un ataque antes de tiempo.
-Dame una coca cola- dijo rompiendo el incómodo silencio.
Al sacar la lata, descubrí que mi decente profesora no solo había adquirido refrescos sino que en el fondo de la bolsa había una botella de whisky. Ya roto el hielo, le pregunté si solía beber ese licor, a lo que ella soltando una carcajada respondió:
-Solo bebo después de echar un buen polvo.
Admirado por su franqueza y por lo que significaban sus palabras, me la quedé mirando. Reconozco que me sorprendió descubrir que llevaba su falda totalmente levantada y que había aprovechado su entrada en la gasolinera para despojarse de su ropa interior.
-¡No lleva bragas!- exclamé pegando un grito.
Doña Mercedes, poniendo voz de putón, respondió a mi exabrupto en voz baja diciendo:
-Y a ti, eso te gusta. ¿No es verdad?
Avergonzado y con rubor en mi rostro, respondí:
-Ya lo sabe-
Muerta de risa y separando sus rodillas mientras conducía, me soltó:
-Relájate y disfruta-
Por supuesto que disfruté pero en lo que respecta a relajarme no pude porque excitada hasta unos niveles insospechados, la profesora tenía el coño encharcado. La humedad que brillaba entre los pliegues de su sexo me dio los arrestos suficientes para que sin que me hubiera dado permiso, empezara a acariciar sus piernas.
El gemido de deseo que surgió de sus garganta al sentir mis yemas recorriendo su piel, fue el estímulo que necesitaba para sin cortarme ir subiendo por sus muslos. Mi avance le hizo separar sus rodillas aún más y sin retirar sus ojos de la carretera, esperó mi llegada. Sabiendo que mi acompañante era una mujer con experiencia, decidí no defraudarla y por eso ralenticé el avance de mis dedos, de forma que cuando ya mi mano estaba a escasos centímetros de su poblado sexo, sus suspiros ya denotaban la excitación que le corría por su cuerpo.
-No sabía que sus enseñanzas incluían el estudio de las cuevas- solté en plan de guasa mientras con un dedo separaba los pliegues de su negra gruta.
-Eso y mucho más- espetó con voz colmada de deseo al sentir que no solo había cogido su clítoris entre mis yemas sino que aprovechando su entrega, uno de mis dedos se introdujo en su interior.
El olor a hembra necesitada llenó con su aroma el estrecho habitáculo del coche y contagiado de su pasión, me puse a pajearla mientras alababa su belleza. La calentura que le corroía sus entrañas, le hizo parar a un lado del camino y olvidándose de los otros automovilistas, me pidió que siguiera masturbándola mientras tumbaba para atrás su asiento.

No me lo tuvo que repetir e imprimiendo a mis caricias de un ritmo cada vez más rápido, estimulé su botón mientras metía y sacaba un par de dedos del fondo de su sexo. Sin dejar de gemir, mi profesora buscó su placer abriéndose la camisa. Al poner sus pechos a mi disposición, no me lo pensé dos veces y recorriendo con mi lengua los bordes de sus pezones, me puse a mamar de ellos mientras mi mano seguía sin pausa con la paja.
-¡Qué gusto!- gritó la rubia retorciéndose en el asiento.
Al adivinar la cercanía de su orgasmo, mordí levemente una de sus aureolas. Ella al sentir mis dientes presionando su pezón, aulló como posesa y derramando su placer sobre el asiento, se corrió dando gritos. No satisfecho intenté prolongar su clímax pero entonces y  mientras se acomodaba la ropa, preguntó:
-¿Tienes carnet de conducir?
-Sí- contesté.
Dejándome con la palabra en mi boca, salió del coche y abriendo mi puerta, me soltó:
-¡Conduce!
A empujones me cambió de asiento. Doña Mercedes dejando a un lado su fama de adusta profesora, ni siquiera esperó a que arrancara para con sus manos bajarme la bragueta.
No tardé en sentir como la humedad de su boca envolvía toda mi extensión mientras con su mano acariciaba mis testículos. Su lengua recorría todos los pliegues de mi glande, lubricando mi pene con su saliva. No me podía creer que esa cuarentona que llevaba meses volviéndome loco, estuviera ahora haciéndome una mamada.
El colmo del morbo fue ver cómo se retorció en el asiento buscando la mejor posición para profundizar sus caricias. No pude contenerme y soltando una mano del volante, le levanté el vestido dejando expuesto su maravilloso culo. La visión de esas nalgas desnudas incrementó mi calentura y pasando mi palma por su trasero, lo acaricié sin vergüenza alguna. Ella suspiró al sentir mi mano, recorriendo sus posaderas. Envalentonado por su rápida respuesta, alargué mi brazo rozando su cueva. Esta vez fue un gemido lo que escuché, mientras uno de mis dedos se introducía en su sexo. El flujo que lo anegaba, me demostró que seguía totalmente dominada por la lujuria.
Fuera de sí, buscó su propio placer masturbándose mientras devoraba mi miembro. Creí estar en el cielo cuando sentí que se lo metía por completo en su garganta. Con veinte años recién cumplidos, nunca ninguna de mis parejas se había introducido mi pene hasta la base, jamás había sentido la presión que me estaba ejerciendo, con sus labios besándome el inicio de mi falo.
“¡Que bruta está!”, pensé justo antes de oír cómo se volvía a correr empapando la tapicería de asiento.
Acomplejado por su maestría, la vi arquear su cuerpo y sin sacar mi sexo de su boca, intentó que yo profundizara mis caricias, diciendo:
 
-¡Mi culo es tuyo!
Concentrado en su placer introduje uno de mis dedos en su ojete y al hacerlo estuve a punto de chocar contra el coche que venía de frente. El susto hizo que olvidándose de la mamada que me estaba haciendo, me dijera:
-Ya estamos cerca- y acomodándose la ropa, me informó que tenía que tomar la siguiente desviación.
Como comprenderéis, me quejé al ver que paraba pero entonces metiendo un dedo en lo más profundo de su coño, lo llevó hasta y boca y dejando que lo chupara, me preguntó entre risas:
-¿Traes traje de baño?
-No- respondí
Descojonada al oírme, contestó mientras ponía una expresión pícara en su cara:
-Huy, ¡Qué pena! Yo tampoco- y prosiguiendo con su guasa, me soltó: -¡Tendremos que bañarnos desnudos en el estanque al que te voy a llevar!
La promesa de verla completamente desnuda apaciguó mi malestar y pisando el acelerador, busqué acortar mi espera. Felizmente no llevaba ni cinco minutos por ese pasaje de piedras, cuando la escuché pedirme que parara. Nada más parar el vehículo abrió la puerta y soltando una carcajada, me soltó:
-Mi ropa te enseñará el camino-
Tras lo cual la vi salir corriendo internándose en el bosque. Alucinado no me quedó más remedio que ir recogiendo las prendas que dejaba caer en su carrera y cada vez más excitado, buscar la siguiente entre los matorrales. Supe que quedaba poco al recoger sus zapatos y doblando un recodo me encontré que sentada sobre una piedra me esperaba totalmente desnuda.
-Señor Martínez, ¡Su profesora le necesita!- dijo mientras se mordía los labios, provocándome.
La cara de deseo con la que me llamaba, me hizo reaccionar y empecé a desnudarme mientras me acercaba a donde estaba. Extasiado comprobé que era todavía más atractiva en pelotas de lo que me había imaginado. Sus pechos aun siendo enormes, no se había dejado vencer por la edad e inhiestos me retaban mientras su dueña separaba sus piernas. 
Sin esperar a que me diera su bendición, al llegar a su lado me arrodillé e hundiendo mi cara entre sus muslos, caté otra vez el sabor de ese coño que por maduro no dejaba de ser atrayente.  La rubia suspiró aliviada al sentir mi lengua recorriendo los pliegues de su sexo y en voz alta, me informó que llevaba deseándolo desde que me regañó ese día en clase.
-¡Que buena está mi profe!- me escuchó decir mientras  tomaba posesión de su  entrepierna.
Dándome vía libre a que me apoderara de su clítoris, se pellizcó los pechos mientras yo, separando sus labios como si fueran la piel de un plátano, dejé al descubierto ese botón que iba buscando. Tanteando con la punta de mi lengua sus bordes, la oí gemir y entonces al apretarlo entre los dientes mi boca se llenó del flujo que manaba de su cueva. Al sentirlo, la cuarentona que llevaba suspirando un buen rato, aferró con sus manos mi cabeza en un intento de prolongar el placer que estaba sintiendo. Su éxtasis fue incrementándose a la par de mi calentura y prolongando su espera, me separé de ella.
Insatisfecha me rogó que continuara pero obviando sus deseos, la cogí entre mis brazos y depositándola en una zona de césped, me la quedé mirando con mi pene entre mis manos.
-¡Voy a follarme a la zorra de Cristalografía!- le informé mientras me arrodillaba entre sus muslos.
-Se lo ruego, ¡Señor Martínez!- imploró con su respiración entrecortada al sentir mi glande jugueteando  con su sexo.
Siguiendo con el papel de discípulo y docente, introduje unos centímetros de mi extensión en su interior y entonces pregunté:
-¿Le gusta lo que hace su alumno al putón de mi profe?
Sí-respondió con su voz impregnada de pasión.
-¿Mucho?- insistí mientras uno de mis dedos jugaba con su clítoris.
-¡Sí!- contestó, apretando sus pechos entre sus manos.
Su calentura me confirmó lo que necesitaba y metiendo un poco más mi pene en su coño, esperé su reacción.
-¡Hágalo! ¡Complace a esta zorra! – y pegando un alarido, exclamó: Por favor, ¡no aguanto más!-.
Lentamente, centímetro a centímetro, fui introduciendo mi verga. Toda la piel de mi extensión al hacerlo, disfrutó de los pliegues de su sexo. Su cueva se me mostró estrecha y sorprendido noté que ejercía una intensa presión al irla empalando. Su pasión era total, levantando su trasero del césped, intentó metérsela más profundamente pero lo incomodo de la postura no se lo permitió.
Me recreé observándola mientras intentaba infructuosamente de ensartarse con mi pene. Estaba como poseída, sus ganas de que me la follara eran tantas que incluso me hizo daño.
-Quieta– grité y alzándola, la puse a cuatro patas.
Si ya era hermosa de frente, por detrás lo era aún más. Sus nalgas duras y prietas para tener cuarenta años, me hicieron saber que esa mujer dedicaba muchas horas a la semana a fortalecer sus músculos. Al separar sus cachetes descubrí que escondían un tesoro virgen que decidí que tenía que desvirgar y no lo hice en ese instante al estar convencido de que iba a hacerlo en un futuro. Por eso y poniendo mi pene en su cueva, le pedí que se echara despacio hacia atrás. No debió de entenderme porque al notar la punta abriéndose camino dentro de ella de un solo golpe se lo insertó.
Pegó un grito que resonó en el bosque al sentirse llena y moviendo sus caderas, me pidió que la tomara. Doña Mercedes dejó de ser mi profesora para convertirse en mi yegua y recreándose en mi monta, me agarré de sus pechos para iniciar mi cabalgar. Relinchando al sentir que mi pene, ya descompuesta me rogó que la tomara. Satisfecho, escuché cómo gemía cada vez que mi sexo chocaba contra la pared de su vagina pero, fue el sonido del chapoteo que manaba de su cueva inundada cada vez que la penetraba, lo que me hizo incrementar la velocidad de mis incursiones. Cambiando de posición, agarré su melena como si de riendas se tratara y palmeándole el trasero, azucé a mi montura para que reforzara su ritmo. Sentir los azotes la excitó más si cabe y berreando como una puta, me pidió que no parara.
Excitado por el rendimiento de mi yegua, fui azotándola mientras ella se hundía en un estado de locura que me dejó helado.
-Fóllate a la puta de tu profe sin piedad- rogó implorando un mayor castigo.
Decidido a no dejar que me dominara, saqué mi polla de su interior y muerto de risa me tumbé a su lado. Doña Mercedes, insatisfecha y queriendo más, me tumbó boca arriba y poniéndose a horcajadas sobre mí, se empaló con mi miembro mientras el flujo que manaba de su sexo mojaba mis piernas. Hipnotizado por sus pechos, me quedé mirando como rebotaban arriba y abajo mientras su dueña se empalaba. Su bamboleo y la imposibilidad de besarlos por la postura, me habían puesto a cien y por eso mojando mis dedos en su sexo, los froté humedeciéndolos.
La antipática catedrática se dejó hacer y entonces con voz autoritaria, le pedí que fuera ella quien los besase. Doña Mercedes obedeciendo a su alumno, me hizo caso y cogiéndolos con sus manos los estiró y se los llevó a su boca. Os reconozco que creí correrme cuando sacando su lengua, los besó con lascivia. Tanta lascivia que fue demasiado para mi torturado pene y explotando en el interior de su cueva, me corrí.
La rubia al sentir que mi simiente bañaba su vientre de cuatro décadas, aceleró sus embestidas intentando juntar su orgasmo con el mío. Justo cuando terminaba de ordeñar mi miembro y la última oleada de semen brotaba de mi glande, Doña Mercedes consiguió su objetivo y pegando un grito se corrió. Totalmente exhaustos, caímos sobre el césped.
Al cabo de unos minutos, me besó y recogiendo su ropa, me ordenó que me levantara.
-Arriba, ¡Vago! Tenemos una tarea que hacer.
-¿Y el baño que me prometió en el estanque?
Sonriendo, me lanzó mi pantalón mientras me decía:
-¡Todavía nos quedan dos días!
 
 
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 
 
 

Relato erótico: “Inducida por mi marido” (POR LEONNELA)

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El ardor de un chirlazo estampado en mi trasero me hizo incorporar de golpe y voltear furibunda
_Demonios!! mira lo que ocasionas!!, dije señalando el desinfectante que usaba para limpiar la cocina y que por la sorpresa terminó derramado por el piso.
_Lo siento cariño, pero verte así en esa posición, con esos shorcitos tan cortos, con los cacheticos al aire, difícilmente uno se resiste a azotarte… lástima que deba ir a trabajar porque sino…
_Sino que?…respondí algo melosa, acercándome hasta permitir que mis pechos lo rocen de forma provocativa, mientras deslizaba mi mano hacia su  bragueta.
_Mmm mujer… no juegues así…que me enviarás inquieto a lidiar con los presupuestos
_Presupuestos…otra escusa  para desaparecerte el sábado no?
_Sabes que no son escusas, dijo mientras me acariciaba el culo  pero…en la noche arreglo cuentas contigo guapa!
_Eso espero…eso espero…porque sino…
_Sino que?
_Sino buscaré la forma de resolver esos pendientes sin tu ayuda respondí juguetona
_jajaja me encantan tus amenazas espero en la noche encontrarte así de lanzada, por cierto si durante mi ausencia haces algo indebido me lo cuentas eh?  ya sabes que siempre quiero cosas nuevas pero te acobardas…
Entendí perfectamente a lo que se refería, Laureano, mi esposo había hecho varios intentos por  inducirme al exhibicionismo y quien sabe que otras prácticas alborotaban sus fantasías; puesto que los 45 años a más de llenarle de canas las sienes, lo estaban volviendo morboso.
 La verdad es que el tema del exhibicionismo no me atraía del todo, pero tampoco me incomodaba, quizá tan solo era cuestión de una oportunidad y lo mas importante: decisión,  decisión ésa es la parte que me faltaba, aunque últimamente  también a mi la madurez me estaba volviendo más apasionada y atrevida.
_Ahhh y deberías ponerte otros shorcitos porque se te ve un culo precioso y tu hijo esta en el estudio con sus amigos, no sea que no los dejes concentrar…
_Mmm lástima que los amiguitos de Marcelo no pasen de veinte años y yo sea una cuarentona, porqué sino te haría atrancar con esas palabras.
_Y se puede saber que tienen que ver tus 40 en todo esto?
_Obvio!! Que los chiquillos no se fijan en mujeres viejas, bueno viejas suena exagerado, digamos mas bien que no se fijan en mujeres grandes
Ja!! No tienes idea de todas las fantasías que tuve a los veinte con mujeres  grandes, así que pensándolo bien, quizá debería dejarte  encerrada en la habitación…por si a alguno de esos degenerados se le ocurre algo contigo
_jajaja ya deja de decir tonterías y vete que te atrasas….ahhhh y si me animo a portar mal, te llamo para contártelo pasa a paso…
_Eres un encanto de esposa, espero la llamada eh?
Mientras continuaba con la limpieza, no se me quitaba la sonrisa, comenzar el día con un esposo que amanece de buen humor, regalando a diestra y siniestra halagos, y aun más con una buena oferta de sexo para la noche, era suficiente motivo de alegría para al menos una semana, aunque tuviera que pasar el resto de mi día libre limpiando.
En una de las tantas idas y venidas me detuve unos segundos frente al espejo que colgaba en el recibidor; recordando las palabras de mi marido di vuelta, y pude confirmar que en verdad los shorcitos me quedaban a la medida, no cabe duda que los dos kilitos de mas me sentaban muy bien. Por delante se reflejaba un vientre casi plano,  una cintura bonita que la hubiese querido un tantico mas estrecha, y un par de muslos fuertes que quizá eran lo mas atractivo que tenia.
Vestía una blusa blanca de tirantes que me permitía llevar los pechos desnudos,  librándome del tormento de andar en casa con brasier. El cabello lo tenía recogido en una coleta que me daba aspecto juvenil, pese a que unas cuantas líneas de expresión me traicionaban. Además era dueña de un rostro agradable y un airecito seductor con el que enfrentaba a creces la madurez, una madurez que últimamente me estaba llenando de muchas inquietudes.
El timbre del teléfono  interrumpió mi autoexamen   y al levantar el auricular  escuché la voz de Laureano
_Querida, necesito hablar con Marcelo por favor pónmelo
_ok, espera un segundo voy para el estudio, aun  sigue con sus compañeros
_Lo se, me dijo que tenían tarea para todo el día….
La puerta del estudio estaba  abierta, así que me acerqué al escritorio donde mi hijo y sus compañeros trabajaban.
_Tu papa le dije entregándole el teléfono
Mientras mi hijo se desahogaba con su padre maldiciendo al profesor, yo apenas le escuchaba, extrañamente mi cerebro se entretenía en buscar la mínima intención de una mirada indebida por parte de alguno de los muchachos; era como si me sofocara una repentina necesidad  de sentirme atractiva.
Intencionalmente coloque los codos en el escritorio como si pretendiera curiosear lo que hacían en la portátil, eso fue suficiente para atraer las miradas a mi escote; la posición en la que me encontraba dejaba a la vista buena parte de mis senos, y el paisaje se volvía mas llamativo puesto que no llevaba sujetador y unos bonitos pezones se levantaban airosos.
Al permanecer semi  inclinada,  mi cuerpo tomaba la forma precisa para una buena cogida, espalda recta, trasero levantado, incluso el escritorio tenia la altura perfecta para dar rienda suelta a la imaginación. No se que pensaban los chicos pero me encantaba la insistencia con la que me miraban.
Disfrutaba de un verdadero momento de gloria, pero la voz de mi hijo me hizo dejar mi sutil coqueteo
 _Gracias mami, papa quiere volverte a hablar
Agarré el teléfono y respondí
_Te escucho cielo
_Dime algo querida….cuantos te han mirado el culo?
_Queeee dije soltando una carcajada  mientras me dirigía a la sala
_Anda, dime quien te miro mas? Jin, Manu, o Alejo
_ Que cosas dices!! Por supuesto que ninguno!! Mentí
_No me digas que te cambiaste los shorcitos? porque si los tenias puestos y no te miraron, son unos verdaderos maricas
_Jajaja , estas enfermo!!!!,  así que ese fue el motivo de tu llamada? mandarme al estudio para que me vean el trasero!, ay Laureano estas loco
_Nada de eso, simplemente quiero que mi mujer compruebe que es deseable para cualquiera, incluyendo a esos niñatos
Y si así fuera, que es lo que ganas con eso eh?
_Tenerte mas cachonda,  y si la suerte acompaña que cumplas alguna de mis fantasía
_Cuidado cariño,  mira que al menos Alejo se ve como todo un hombrecito y pues si, se la ha pasado mirándome el culo
_Solo el culo amor? Y ese rico par de tetas no? de seguro babeó con tus pezones queriendo reventar la blusa
_Mmmm pues de hecho no solo miró mis pechos, también mis muslos, y no le importó que me diera cuenta, bueno al menos no lo disimuló apropiadamente.
_Caramba…caramba…o sea que mi mujer los dejó cachondos
_Pues humildemente creo que esta noche podría ser parte de alguna de sus fantasías
_Hazme un favor Vero, ve nuevamente al estudio, pero esta vez pórtate mas provocativa, si? así les ayudamos con sus sueños nocturnos
_Hablas en serio? Este juego se puede poner peligroso Laureano
_No, amor que bah, bien lo dices solo es un juego y no sabes como estoy de cachondo  tan solo con imaginarme la escenita…
_así que cachondo, interesante.. interesante…
 _Anda, ve con el pretexto de que alguien te ayude en algo, de seguro Marcelo no se ofrecerá de voluntario, pero alguno de sus amigos sí, o esta vez también te acobardaras?
_No me retes Laureano, porque no respondo…
_Si amor anda,  pero hazte un nudo en la camisetilla, deja que se vea ese ombliguito precioso que conduce al coño delicioso que se te dibuja, ese en el que quisiera entrar ahora mismo y darte una buena…
Las insinuaciones de mi esposo empezaban a hacer efecto en mi cuerpo y animada por sus palabras, y por mis propias ganas de sentirme deseada, me hice un nudillo en la blusa dejando desnuda mi cintura y parte de mis caderas; una nueva mujer se despertaba, una ansiosa de nuevas experiencias.
Caminé con paso oscilante al estudio y sin vacilación me situé frente a ellos.
_Chicos…alguno de ustedes me ayuda un momentico?
Casi no acababa de terminar la frase, cuando precisamente Alejo que era el que más me miraba cerró el libro y se incorporó automáticamente.
_Yop,  después de todo hasta los genios merecemos un descanso, señaló mostrando una sonrisa traviesa
Los demás le tildaron de ocioso y movieron la cabeza burlonamente mientras él les propinaba un codazo al salir.
No se si su sonrisa se debía al hecho de  abandonar  unos minutos sus tareas  de investigación o a la oportunidad de ir tras de mi, alegrando la vista.
Caminé delante de él, sintiendo que seguía mis movimientos, le escuché carraspear un par de veces y voltee, descubriendo sus inquietos ojos sobre mis caderas; me sentía mas hermosa que nunca, quizá porque a cierta edad las miradas adolescentes tienen un efecto especial que a las mujeres maduras  nos rejuvenece.
  Atravesamos el recibidor, subí las escaleras que conducen a la planta alta, y no se me ocurrió otra cosa que encaminarme a la bodega. No sabia que inventar, así que le pedí a Alejo que me ayudara a revisar unos cestos que estaban ubicados en los estantes, y aprovechando el espacio reducido, disimuladamente restregué mis senos contra su espalda. Quería notar su reacción, confirmar si en verdad yo podía inquietarlo hasta el punto de generarle una erección, ya no era un juego,  era una cuestión de orgullo de mujer .
A mi contacto él se quedo quieto, rígido, creo que su falta de experiencia lo tenia transpirando. Me acerqué aun más, crucé mi brazo por encima de su hombro y dejé que sintiera mis pechos, los aplasté contra él, los suficientes segundos para que mi cercanía acelerara su respiración y seguramente su…
 Le eché un vistazo, parecía nervioso, un nerviosismo tierno que bajaba mis defensas, y aunque Alejo solía llegar los fines de semana a casa,  no me había percatado que el hermoso tono azabache de su cabello era el mismo que el de sus ojos, unos ojos que ahora me miraban con una inusitada insistencia.
_Anda, mejor ayúdame a trepar en la escalerilla, quiero ver que contienen esas cajas le dije dando unas palmaditas sobre su espalda
La escalera domestica contaba con unos pocos peldaños, sin embargo tenia la suficiente altura para que sus ojos se agasajaran con mis carnes, intencionalmente separe un poco mis muslos dejando que su mirada penetre entre mis ingles, estaba consiente que al ser una prenda muy corta, restaba trabajo a su imaginación. Al pretender subir otro escalón el vibrato del teléfono que traía en mi bolsillo me sobresaltó haciendo que perdiera un poco el equilibrio
_Hey!! Alejo sujétame!!!  ,
Sus manos sudorosas se posaron sobre mis muslos ayudándome a ubicar en el estribo.
_Supongo que no querrás que caiga sobre ti? o si? le dije camuflando una doble intención
El tan solo sonrió, sus ojos brillaron mientras me ayudaba a bajar, dejando en mi piel la suavidad de un roce que pudo ser una caricia…
No puedo negarlo, me emocionó el temblorcito de sus manos, la delicadeza de su roce, la ligera fricción casi sobre mis glúteos…Nos quedamos unos segundos en silencio, unos segundos que se hicieron eternos; el impresionado por una mujer grande yo atemorizada por el candor de un chiquillo.
El teléfono volvió a sonar, sabia que era mi esposo, así que preferí salir y responder en mi habitación, no sin antes plantarle la mirada
_Gracias Alejo, me avisas cuando termines… (cuando termines de hacerte la paja) …esto último lo dije para mis adentros y me encaminé a mi habitación con cara sonreída.
Respondí a la llamada de Laureano:
_Si amor?
_Dime linda que paso? fuiste al estudio?
_Si, Alejo se ofreció a ayudarme
_Te miraron? coqueteaste? detállame..detállame todo…
 Queriendo satisfacer las fantasías de mi marido, empecé a exagerar lo sucedido:
Entré muy segura meneándome toda, me senté en el sillón que está frente al escritorio, crucé la pierna,  luego las separe ligeramente permitiendo que vean la cara interna de mis muslos, cuando tu hijo no miraba, pase mis manos por mis senos como si me acomodara la blusa, mis pezones se levantaron  atrayendo sus miradas.
 Manu,  me miraba disimuladamente, el otro chico todo el muy   cochino  se apretó la bragueta, en  cambio Alejo tenia perdida la mirada entre mis piernas incluso se le cayó el libro que revisaba; baje la vista y noté como su pantalán se abultaba, creo que lo puse cachondo..amor estas? me escuchas?
_Si amor ufff  Me tienes loco de solo imaginarte, sigue, sigue …
_Pedí que alguien me ayudara, Alejo  se ofreció y lo llevé a la bodega, tú sabes que el espacio es reducido así que le  rocé con mis senos. Se puso pálido, su bragueta se abultó y se  atrevió a pasarse la mano por ahí  sin importarle que yo pudiera verlo, imagínate!! Que chiquillo este, ahora mismo esta en la bodega y me queda la duda de si se está haciendo una paja.
_De seguro Vero, de seguro, como la que quiero hacerme yo aquí encerrado en la oficina, ..mmm ve a la bodega  espíalo y me lo cuentas todo, anda por favor…
Ya no tenia la indecisión de antes, ésta vez no lo hacia por complacer a mi marido, mas bien quería ver si Alejo había necesitado un desahogo express por mi culpa. Sigilosa me acerque a la puerta de la bodega, una pequeña abertura me permitía observarlo, estaba con las piernas  separadas y arrinconado contra la pared. Sus manos cubrían su herramienta y se la agitaba con tanta intensidad que parecía no necesitar mas que unos cuantos movimientos para correrse, de rato en rato volteaba hacia la puerta que si temiera que yo entrara.
Todo sucedía justo como yo lo había imaginado, sus ojos inyectados de ganas, sus músculos apretados, su cuerpo desesperado por el desenlace, pero lo que nunca imaginé, es que en ese cuerpo espigado y debajo de ese jean descolorido se escondiera tamaño armamento.
Era una verga preciosa, digo verga, porque a esa no se la puede llamar de otra manera, hermosa, con un tono rojizo en el glande, hinchada, grande, muy lejos de los 15 cm de mi marido…como demonios un muchachito tan frágil podía albergar algo así.
Verla allí en todo su esplendor me calentó, por un instante hubiera querido darle refugio en mi boca, en mi sexo o donde fuera, pero me tuve que conformar con ver como en cuestión de segundos se desinflaba  desparramando el contenido entre sus manos…lástima!! que desperdicio, con lo que esta tan cara la leche me dije, mientras retiraba la  mano que ya escondía en mi sexo.
Volví con urgencia a mi habitación, me sentía húmeda, con un cosquilleo entre los muslos que no me dejaba racionalizar; repetí una y otra vez la imagen de su sexo levantado, levantado por mí. Me tendí en la cama, estaba ansiosa de placer y ésta vez fui yo la que marque al teléfono de mi marido.
_Lo acabo de ver cielo, lo acabo de ver
_Que viste nena …se estaba pajeando
_Humm sip
_Anda cuéntame mas, que hacia? como lo tenia?
_Jajaja no querrás saberlo, añadí mientras metía la mano dentro de la blusa y empezaba a acariciarme
_Amor te calentó verla?, dime que estas cachonda…dime que te gustó provocarlo…
_Y si te digo que estoy tumbada en la cama…quitándome los shorcitos…
_Ahhh, esa es mi nena, haz a un lado tu tanguita que yo ya estoy bajando el cierre de mi bragueta
_Humm, por lo visto no hay nadie en tu oficina amor?
_No linda no, estoy solo y con ganas de correrme para ti…
_Mmm q rico no sabes como estoy, quiero que me des una buena …espera..espera…oigo un ruido afuera
_Quien es Vero?…no me digas que el niñato te espía?
_No lo se, no estoy segura, le dije que me avisara cuando termine, espera pondré seguro en la puerta
_Nada de eso, te quedas ahí!!! Seguro es Alejo después de todo debe pasar por nuestra habitación  para regresar al estudio…tócate amor, hazlo!!! Deja que vea lo que es una buena hembra
La calentura en mi cuerpo era más que evidente, las palabras de mi marido a través de la línea telefónica y la sola idea de que Alejo me espiara mientras me masturbaba, me estaba volviendo literalmente loca.
Me quité la blusa dejando al aire la redondez de mi tetas, coronadas con un par de hermosos botones. Mis manos jugaban en mi pelvis, recorrían mis muslos mientras le contaba a mi esposo exactamente lo que hacia con mis dedos. Sus gemidos se oían a través de la línea y lo imaginaba jalándosela, apretando sus bolas, respirando profundo…
Me deshice de la tanguita, abrí las piernas sin importarme que se viera la humedad de mi sexo, una humedad que ya resbalaba por mis ingles. Me abrí aun mas, separe mis labios como  una verdadera guarra, mostrando todo lo que tengo. Un par de minutos más y alejo no resistió, empujó ligeramente la puerta, y mientras yo no paraba de sobar mi clítoris y decir zorradas, el creyendo que no lo veía empezó a acariciarse la bragueta.
Que zorra me estaba volviendo!!! Tenía a mi marido gimiendo al otro lado de la línea y gozaba calentando a Alejo.. El morbo me estaba ofuscando  y sin medir las consecuencias, en medio de susurros continúe con la llamada.
_Laureano..Ahhh sigue…sigue… quiero sentirla toda…
_Eso es lo que hago, clavártela… clavártela bien duro…
_Humm, así….dame mas fuerte….que me pone caliente que Alejo me espié
_Mmm que putería!!!…el cabrón seguro muere de ganas….te gusta? te gusta calentar a dos hombres putita?
_Ouuuch…sii me provoca correremeee….
_Se la está jalando? dime, dime!!!  me excita que te vea!!! dímelo zorra!!
_Sí, Sí la tiene dura, y no para de menearla, creo que le gusta como juego con mis dedos,  esta mirando como me los chupo…
_Ufffff, vamos acaricia tu clítoris fuerte, duro, no pares que estoy a punto, quiero que te corras y dejemos al cabroncito con ganas…
Ahhh que ricooo.!!! dame más!!! …quiero que nos corramos…que nos corramos los tres!!!
_No zorra!!! A mi me excita más dejarlo con ganas todo el día…ufff ya no aguantooo…
_Sí.  Siii ……ya casi ya casi….
En ese mismo momento escuché un leve gemido de Alejo, recordé  su carita dulce, su preciosa verga y sin poder controlar mi lujuria, sin que mi marido lo supiera cambie  de planes….
Me incorporé sensualmente, y volteando hacia la puerta, hice un ademán invitando a Alejo a que entrara….
Con paso torpe se acercó a la cama, se inclinó y tímidamente empezó a tocar mis muslos, pero tomándolo con fuerza,  le obligué a zambullirse en mi sexo.
Su legua se movía entre mis labios, la agitaba rodeando mi clítoris chupándolo, lamiéndolo, desplazándose en mi entrada… lo hacia algo torpe, pero era suficiente para que mis gemidos a través de la línea siguieran calentando a mi marido.
_Mete tu lengua, métela hasta fondo….
Mi esposo respondía pensando que se lo decía a él
_Si putita, te la meto toda, así me gustas cachonda y sucia…
Laureano era quien me calentaba con sus palabras, pero no sabía que tenía a Alejo en medio de mis muslos, haciéndome sentir…
Sin resistir la avalancha de sensaciones , emití un gemido largo y potente, al otro lado de la línea como si fuera una prolongación de mis jadeos, también Laureano gritó soltando un cerro de palabrotas…
Poco a poco nuestras respiraciones iban tranquilizándose, mientras Alejo  se masturbaba con desesperación.
_Ufff Vero estuvo delicioso, ahora creo que si podre concentrarme en los presupuestos.
_Jajaja también yo en las tareas pendientes  respondí mientras agarraba el falo del muchacho
_Besos linda voy al sanitario
_Si, claro, yo voy a la ducha
_Lástima q tengas que ir sola
_Quien dice que iré sola?
_Ahhh si? No me digas que iras con Alejo?
_Si es que él acepta mi invitación…o no me crees capaz?
Un silencio de varios segundos se  hizo a través de la línea antes de que Laureano respondiera
_Lo dudo, siempre fuiste tan poco liberal pero, ….me llamarás si te portas mal?
_O sea tengo tu permiso?
_Si me das permiso con mi secretaria, que acaba de entrar… por cierto lleva una minifalda de escandalo y se acaba de sentar en mis piernas…
Mierda!!! que cabrón!! ya no sabía si bromeaba o hablaba en serio.
_Ok divierte querido…que yo hare lo mismo…
Al otro lado de la línea se escuchó su carcajada, no se si lo de la secretaria era cierto…pero lo de la ducha,  no era mala idea…
Cerré la bocina, Alejo me miraba suplicando que le tocara;  le acaricie el rostro,  me incliné, y pasee mi lengua desde la base de su falo hasta el vértice. Tensó su cuerpo ansiando mas, abrí mi boca sobre su glande y poco a poco me la fui introduciendo, despacio, sin prisas, dejando que sienta mi humedad.
Procuraba metérmela y a medida que sus gemidos se hacían mas profundos aceleraba los movimientos, cuatro cinco bajadas, y me la empujó con fuerza como si quisiera atragantarme con ella, en pocos segundos sus gestos me amenazaban con una explosiva corrida y queriendo que la disfrute, continué allí chupando hasta que explote en mi boca.
Luego de limpiarlo con mis labios nos dirigimos a la ducha, y mientras el agua caía sobre mi desnudez, el empezó a quitarse la ropa. Entró a la regadera y se  tumbó contra la pared, parecía conformarse con tan solo ver la espuma que se deslizaba acariciando mi cuerpo; no había palabras, no las necesitábamos
Miró mis pechos, abrió sus manos sobre ellos rozándolos apenas, su índice caminaba sobre mi aureola, jugueteando en mis pezones que al instante se volvieron duros. Deslizó su mano por mi cintura, bajo hacia mi pelvis, e inexplicablemente se detuvo en la cicatriz causada por el nacimiento de Marcelo.
Me avergoncé, la herida estaba allí, recordándome que mi hijo tenia la misma edad, gritándome que de seguro habría para Alejo decenas de chiquillas con la piel tersa; sin embargo con la dulzura que yo hubiera esperado de un hombre experimentado, se arrodilló a besar mi cicatriz como si fuera algo deseable, la acariciaba con su lengua, la mordía y la chupaba como si le produjera placer, baje la vista a su reata y la tenia totalmente rígida.
Luego nuestros labios se buscaron y nuestras lenguas se encontraron por primera vez; ya no había dulzura en nuestros ojos, había deseo, ganas y hambre
Dirigí mis manos hacia su sexo, en verdad era impresionante, siempre había pensado que un tamaño normalito para mi era suficiente, pero sostener en mis manos aquella herramienta me hizo tragar saliva con tan solo verla.
 No tardó en llenarme de caricias, en palpar mi cuerpo y apretarlo; sus besos viajaban por mis  rincones haciéndome olvidar hasta de mi nombre. Era ese olor diferente, esa piel joven, y esas manos que sin necesidad de tanta experiencia me estaba llevando a la gloria. No, no solo era eso, también la candidez de su sonrisa y la puta inocencia de sus ojos, lo que me estaba haciendo abrir los muslos con desesperación
Por un instante me pregunté si hacia bien dejándome llevar…sí, si, estaba bien, claro que estaba bien, deliciosamente bien!!!! Al diablo con la conciencia!!!
Estaba sentado en la bañera, sosteniéndola con sus manos, me ubiqué sobre el ariete introduciéndolo despacio, mis carnes se abrieron permitiéndole entrar, suave, pausadamente, hasta llegar al fondo. Se sentía tan ajustado que lastimaba un poco mis pliegues y sin poder evitar solté un fuerte gemido, cuando aquella espada se hundió totalmente en mi cuerpo. Me quedé unos segundos quieta disfrutando de sentirme tan llena, luego empecé a subir y abajar galopando con precisión…ahhhhhh me estaba corriendo tan solo con unos cuantos embates.
Me empujó contra la pared y se colocó tras de mi, ouuuuuchh volvió a ingresar!!  esta vez con saña, con furia, golpeaba como un animalito salvaje…qué furia!!! qué fuerzas!! qué hombre!!!
Unos cuantos movimientos mas de cadera y nuevamente subí al cielo, al cielo, al infierno, a la eternidad, no importa el lugar al que  me llevó,  solo sé que desde lo mas profundo de mi ser, otro orgasmo intenso me doblegó, me robó el aire, me quitó la respiración y me dejó con  las piernas temblando.
Aun mi cuerpo se contraía cuando sus movimientos se aceleraron, su momento llegaba, y echando mi cuerpo hacia atrás me dejé amar con brusquedad, con dureza. No demoró más que escasos segundos, apretó la pelvis contra mí y soltó toda su miel en mis profundidades.
Agradecida estampé mis labios en los suyos, Alejo besó mis hombros y me acarició el rostro  mientras me abrazaba tiernamente…cielos!! sabia exactamente lo que necesito después de follar.
Nos vestimos, y con el mayor de los cuidados nos dispusimos a bajar.
_Si te preguntan porque demoraste, les dices que me ayudaste a hacer unos arreglos en la bodega…. ahhhhh y quita esa cara de felicidad, que nadie te va a creer jajaja
_Jajaja tranquila, yo me encargo de todo, ya vez que no soy un niño
Antes de que saliera de mi habitación algo atemorizada por las consecuencias,  le detuve
_Alejo, quiero que olvides lo que paso, me entiendes?
_Verónica soy un muchacho, no un tonto, nadie lo va a saber… pero no me pidas que olvide el día en que se cumplió mi mejor fantasía
_Quieres decir que…
_Que llevo meses soñando con esto…contigo
_Lo dices en serio? No pensé que…
_Te demostraré cuan en serio lo digo
Tomó mi mano y la estiró hacia su bragueta, haciendo que abriera los ojos sorprendida, la tenia dura, durísima otra vez…
No pude menos que decir: juventud divino tesoro!!
Ambos reímos mientras me volvió a besar….
 PARA CONTACTAR CON LA AUTORA:
leonnela8@hotmail.com

Relato erótico: “Caí entre las piernas de mi “ingenua” secretaria” (POR GOLFO)

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Los hombres al mirar a una mujer tienden a fijarse en una parte de su cuerpo, La gran mayoría se fija en su culo o en sus tetas pero yo tengo predilección por las piernas. Es más, por mi experiencia cuando una hembra tiene buenas patas, el resto de su cuerpo va en sintonía. Unos muslos espectaculares suele llevar asociado un cuerpo no menos llamativo.

Hoy, os voy a contar como mi fijación por esos atributos femeninos, cambiaron mi vida y me llevaron a vivir una experiencia inolvidable. Todo empezó el día que la que había sido mi secretaria durante diez años, se casó y se fue de la empresa. Os tengo que reconocer que en un primer momento me cabreó su decisión porque me dejaba un hueco que me iba a resultar difícil de rellenar porque, no en vano, ella se había convertido en una pieza esencial en mi compañía.  Por eso cuando me lo comunicó, le pregunté si conocía a alguien de confianza que pudiera cubrir su baja. Tras pensarlo durante un minuto, María contestó que tenía una prima que acababa de terminar la carrera y que todavía no había encontrado trabajo pero que tenía un problema.
Mosqueado, le pregunté cuál era:
-Es muy joven. Usted siempre ha dicho que prefiere que sus empleados sean mayores de treinta años y Clara solo tiene veintitrés.
-¿Está preparada?
-Para lo que necesita sí. Es licenciada en Administración de empresas, domina Office y habla inglés.
Siempre había tenido reparos en contratar a veinteañeros porque siento que no están maduros para asumir responsabilidades pero al venir recomendada por ella, decidí hacer una excepción.
-¿Puedes quedarte hasta que aprenda?
-Por supuesto. Estoy segura que en menos de quince días mi prima es capaz de asimilar mi puesto. ¡Verá que no le defrauda!
Como no tenía nada que perder, le pedí que hablara con ella y que le concertara una cita para que yo la entrevistara al día siguiente. Después de agradecerme haber dado una oportunidad a su parienta, me dejó solo en el despacho. En ese instante no lo sabía pero esa decisión trastocaría mi vida por completo.
Soy un hombre hecho a mí mismo. Nacido en una familia de clase media, fui el único que no siguió la tradición familiar de ser militar. Nieto e hijo de militares, mi viejo nos educó pensando siempre que, al terminar el colegio, íbamos mis tres hermanos y yo a entrar en la Academia Militar de Zaragoza. Por eso cuando le comuniqué que prefería ser ingeniero, para él, fue como si le dijera que era Gay y aunque con esa decisión me hundí en el ostracismo familiar, mi desarrollo profesional me dio la razón: Con cuarenta años, era el director de una empresa de consulting tecnológico con sucursales en varios países. Dedicado en cuerpo y alma a mi carrera, no había tenido tiempo (o eso pensaba yo) de formalizar una relación seria y por eso seguía soltero y sin compromiso.
Volviendo a la historia que os estoy contando. Al día siguiente, mi secretaria me trajo a su prima y después de que hubiese pasado las pruebas del departamento de recursos humano, me la presentó para ver si la aceptaba como mi asistente. Os tengo que reconocer que cuando la conocí no me impresionó; me resultó una chavala muy guapa pero carente de cualquier tipo de atractivo. Hoy sé que advertida por Maria de mis gustos tradicionales a la hora de vestir, se disfrazó de beata para que yo no me percatara del bombón que estaba contratando. Vestida con un traje de chaqueta, cuya falda le llegaba por debajo de las rodillas, nada me sugirió la verdadera naturaleza de sus piernas.
Ese engaño propició que la colocara porque de haber sabido que esa cría estaba dotada de las piernas más alucinantes con las que me he topado hasta el día de hoy, nunca la hubiese contratado para evitar meter la tentación en la oficina. Durante las dos semanas que duró su aprendizaje Clara se comportó como una chavala avispada y tal como había prometido su prima, cuando se fue no solo no la eché de menos sino que la suplió incluso con mayor efectividad.
El problema vino cuando sin la supervisión familiar, poco a poco, fue olvidándose de los consejos y empezó a vestir de una forma correcta pero más en sintonía con su edad. La primera vez que caí en la cuenta de la belleza de sus piernas, fue un viernes en la tarde que previendo que no tendría tiempo para volver a su casa a cambiarse, Clara apareció en el trabajo con  una minifalda de impacto. Todavía recuerdo que estaba sentado en mi mesa cuando al pedirle un informe, la muchacha sin saber la conmoción que iba a provocar, llegó confiada a mi lado.  Os juro que al levantar la mirada de los papeles y ver ese espectáculo frente a mí esperando instrucciones, me quedé sin habla al observar la perfección de sus muslos y de sus pantorrillas.
Incapaz de retirar mis ojos de ella, recorrí con mi vista sus maravillosas extremidades para continuar con su culo y con su pecho. “Dios mío, ¡Qué mujer!”, exclamé mentalmente mientras por debajo de mi pantalón, mi sexo cobraba vida. Sé que mi atrevida mirada no le pasó inadvertida porque al llegar a su cara, observé que el rubor cubría sus mejillas.
-¿Desea algo más?- preguntó avergonzada y al contestarle que no, salió huyendo de mi despacho.
No sé qué fue más erótico si la visión de sus piernas estáticas o verlas siguiendo el movimiento acompasado de su culo. Lo cierto es que cuando desapareció por la puerta, el recuerdo de sus tobillos, pantorrillas y muslos quedó fijado en mi memoria durante todo el fin de semana. Aunque junto con dos amigos me fui a pasar esos días a un velero, cada vez que me quedaba solo o no tenía nada que hacer, volvían a mi mente la frescura y lozanía de esa cría al caminar. Reconozco que hasta me masturbé soñando con que mis manos recorrían esa piel y que su dueña se excitaba al hacerlo.
Por eso, el lunes al llegar a trabajar lo primero que hice fue mirar como venía vestida y me tranquilicé al comprobar que había vuelto a colocarse el uniforme monjil de secretaria. Aun así, con una fijación enfermiza, le echaba una ojeada cada dos por tres, imaginando la continuación de esos finos tobillos que veía a través del cristal. Mi secretaria no hizo ningún comentario a lo sucedido el viernes anterior por lo que al cabo de las horas, me olvidé del asunto encerrándolo en el baúl de las cosas inútiles.
Desgraciadamente el martes, Clara volvió a aparecer por la oficina con una minifalda y aunque intenté evitar mirarla, fui incapaz. Estaba como obsesionado, no solo no perdía ocasión de mirarla subrepticiamente sino que, cansado de observarla a distancia, le pedí que entrara en mi despacho porque quería dictarle una carta. La muchacha, ajena a la verdadera razón por la que la había llamado, se sentó en frente de mí para tomar notas. Al darme cuenta que mi propia mesa me ocultaba aquello que quería admirar, le insinué si no iba a estar más cómoda apoyando su libreta en la mesa de juntas que tenía en una esquina.
Ingenuamente, me dio las gracias y se pasó a una silla colocada en ese lugar. Creí haber muerto y que estaba en el cielo al contemplar la perfección del cuerpo de esa cría así como la tersura de su piel. Desde mi sillón, me quedé embelesado en la contemplación de sus piernas mientras ella esperaba confundida que empezara a dictarle. Confieso que no me di cuenta de ello hasta que con voz indecisa me preguntó si volvía en otro momento:
-¡No!- contesté horrorizado por perder la sensual estampa de Clara escribiendo.
Tomando aire, busqué algo que decirle y como no se me ocurría nada, me puse a dictarle un escrito de queja por falta de pago. Como no era tonta, me preguntó si no prefería que me mandase el formato oficial que usábamos en la compañía. Reparando en el ridículo que estaba haciendo, le pedí perdón y le acepté su sugerencia. Extrañada por mi comportamiento, Clara se levantó y volvió a su lugar pero, al hacerlo, separó sus rodillas y durante un segundo contemplé el tanga que llevaba puesto. Fue tiempo suficiente para que mi miembro reaccionara y se pusiera erecto de inmediato. Debí de poner una cara de asombro tan genuina que la chavala se me quedó mirando como si me pasara algo y sin saber a ciencia cierta que ocurría, salió casi corriendo hasta su mesa.
Cabreado por mi actuación pero sobre todo por haber perdido la oportunidad de recrearme en semejante belleza, intenté tranquilizarme pero por mucho que lo intenté, sus puñeteras piernas seguían fijas en mi retina. Sin saber qué hacer, me levanté y abriendo la puerta del baño que tenía en mi despacho, me metí en él y encerrándome en ese estrecho cubículo, di rienda a mi fantasía masturbándome. Al terminar era tanta mi vergüenza que sentía por mis actos que cogiendo la calle, salí de la oficina sin reparar que Clara entraba en mi baño al irme. Posteriormente, me ha reconocido que entró preocupada, pensando que había vomitado o algo así y que al descubrir restos de mi semen esparcido por el suelo, fue consciente de la atracción que provocaba en mí y que excitada, decidió utilizarla.
Desde ese día, echó a la basura el horrendo traje con el que la conocí y empezó a llevar ropa cada vez más ajustada y minifaldas más exiguas. De forma que se convirtió en una rutina que la llamara a mi despacho y le dictara cualquier tontería con el único objeto de recorrer con mi mirada su cuerpo. Aunque yo no era consciente al estar ofuscado con ella, mi secretaria descubrió el placer de ser observada y paulatinamente, su juego se fue convirtiendo en una necesidad porque al sentir la caricia de mis ojos, su cuerpo entraba en ebullición y dominada por mi misma obsesión, al salir de mi despacho tenía que liberar su calentura pajeándose en el cuarto de baño de empleados.
Los días y las semanas pasaron y lejos de reducirse nuestra mutua dependencia con el paso del tiempo se incrementó. Ya no me bastaba con dictarle una carta sino que con cualquier excusa, la llamaba a mi lado y me recreaba en mi particular vicio.  A ella le ocurría otro tanto, su calentura era tal que ya no se conformaba con mostrarme las piernas sino que con mayor asiduidad al llegar a mi despacho, se recreaba en su exhibicionismo desabrochándose un par de botones de su blusa para sentir mis ojos deleitándose en su pecho. Sin darnos cuenta, nos habíamos convertido en adictos uno del otro y nuestras continuas juntas a solas, empezaron a crear suspicacias en la oficina.

Una tarde, preocupado por las habladurías, mi socio, Alberto me cogió por banda y abusando de la confianza que existía entre nosotros, me preguntó si estaba liado con mi secretaria.

-¡Para nada!- protesté al escucharlo – ¡La llevo más de quince años!
-Pues haz algo, porque ¡Lo parece! Te pasas todo el jodido día encerrado con ella y para colmo, esa cría viene vestida como una puta.
Sus palabras me ofendieron y no tanto por mí sino por ella. En ese momento, no pensé en cómo me afectaba ese chisme sino en la reputación de Clara, por lo que al cabo de unos minutos y cuando ya me había tranquilizado, le prometí que hablaría con ella. Os tengo que reconocer que al irse, me quedé pensando en el asunto y comprendí que de haber observado ese comportamiento en él, también yo hubiese supuesto lo mismo. Ya decidido a terminar con ese juego, esperé a que dieran las siete y aprovechando que los demás empleados de la firma habían salido, la llamé a mi despacho.
Fue entonces cuando al verla sentarse frente a mí y como con un hábito aprendido desde niña, separar sus rodillas para que pudiese contemplar la coqueta braguita de encaje que llevaba puesta, fue cuando me percaté que mi juego era correspondido. Con los pezones duros como piedras y su boca entreabierta, esperó mis instrucciones. Alucinado, me la quedé mirando como si nunca le hubiese puesto los ojos encima y cayéndome del guindo, descubrí en su sexo una mancha oscura que me reveló su excitación.
Sacando fuerzas de mi interior, le dije toscamente que teníamos que hablar. Clara, que no sabía el motivo de mi llamada, se inclinó hacia mí mostrando su escote sin cortarse, haciéndomelo todavía más difícil. Supe que ni no se lo decía de corrido, no iba a ser capaz de terminar por lo que pidiéndola que no me interrumpiera, le expliqué las habladurías de sus compañeros. Os prometo que me sentí cucaracha al hacerlo y más cuando de sus ojos empezaron dos gruesos lagrimones, pero convencido de que era lo mejor, le ordené que a partir de ese día viniera más discreta a la oficina.
Había previsto muchas reacciones por parte de ella. Desde que se enfadara, a que me renunciara en el acto. Lo que no preví fue que echándose a llorar, me preguntara:
-Entonces, ¿Nunca más me va a mirar?
Su respuesta me dejó anonadado y acercándome a donde estaba sentada, le acaricié el pelo mientras le decía con dulzura.
-¿Te gusta que te mire?
Aun llorando, me reconoció que sí y no contenta con ello, me explicó que disfrutaba y se excitaba cada vez que yo la llamaba para verla. Su confesión se prolongó durante unos minutos, minutos durante los cuales me reconoció avergonzada que todos los días se masturbaba un par de veces en la oficina y que al llegar a casa, soñaba con ser mía. Tratando de asimilar sus palabras, me quedé pensando durante un rato y tras acomodar mis pensamientos, le susurré:
-A mí también me enloquece mirarte pero tendrás que reconocer que no podemos seguir así- y buscando otro motivo que afianzara mi determinación, le dije:- Además, para ti, soy un viejo.
El dolor que vi reflejado en su rostro, me desarmó y más cuando escuché su contestación:
-Mariano, no te considero un viejo sino un hombre muy atractivo que me ha hecho sentir mujer. Prefiero ser tu amante a los ojos de los demás a no volver a experimentar la caricia de tus ojos.

Os juro que todavía me asombra lo que hice a continuación. Dominado por una lujuria inenarrable, cerré la puerta del despacho con pestillo y sentándome en mi sillón, le pedí que se desnudara. Increíblemente, la muchacha al oír mis palabras, sonrió y poniéndose de pie en mitad de la habitación, comenzó un sensual striptease echando por tierra toda nuestra conversación. Desde mi sitio vi a esa morena desabrochar su falda y con una lentitud que me volvió loco, ir deslizándola centímetro a centímetro.


Tuve que tragar saliva al contemplar el inicio de su braga y más cuando dándose la vuelta, me mostró cómo iba apareciendo sus nalgas. Ese culo con el que tanto había soñado, me pareció todavía más increíble al percatarme que aun teniendo la piel tostada no mostraba la señal de un bikini.
“¡Toma el sol desnuda!” pensé para mí.
Duro y bien formado era una tentación difícil de soportar y aun así, haciendo un esfuerzo sobrehumano, me quedé sentado mientras mi pene me pedía acción. Clara supo al instante que me estaba excitando al ver el bulto de mi entrepierna y contagiada por mi excitación, se mordió los labios para a continuación dejar caer su falda al suelo.
¡Qué belleza!- exclamé en voz alta al observar sus piernas sin nada que estorbara mi visión.
Satisfecha al oír mi piropo se dio la vuelta y botón a botón se fue desabrochando la camisa mientras me decía con una sensualidad sin límite:
-He soñado tanto con esto que no me lo creo.
Los breves segundos que tardó en terminar lo que estaba haciendo, me parecieron una eternidad y por eso cuando ya tenía la camisa totalmente desabrochada, incapaz de contenerme, le solté:
-¡Hazlo  ya! ¡Joder! Necesito verte!
Muerta de risa, dominando la situación y sin hacerme caso, se sentó en una silla y separando las piernas, me preguntó si me gustaba lo que estaba viendo. La puta cría estaba gozando con mi entrega pero, al quedarme mirando a su sexo, descubrí que ella también estaba sobre excitada porque una mancha oscura de flujo en su braga la traicionaba.
-¡Enséñame tus pechos!- pedí con auténtica necesidad.
Clara concediendo parcialmente mi deseo, se abrió la camisa y sin quitarse el sujetador, sopesó sus senos con sus manos mientras me decía:
-¿No crees que los tengo demasiado grandes?
Sin poderme contener, me levanté de mi silla y le amenacé que si no me mostraba de una puta vez las tetas, iba a tener que ser yo quien  lo hiciera. Soltando una carcajada, se deshizo de su blusa y poniendo cara de puta, se dio la vuelta y me pidió que le desabrochara el sostén. Ni que decir tiene que me acerqué a donde estaba y con verdadera urgencia, la levanté y llevé mis manos a su espalda. Al tocar su piel, un escalofrío recorrió mi cuerpo y excediéndome en mi función, posé mi mano sobre sus pechos.
“¡Que delicia!”, alabé mentalmente mientras metía una mano por dentro de la tela y cogía entre mis yemas un pezón.

Mi  suave pellizco la hizo gemir de placer pero separándose de mí, protestó diciendo que no me había dado permiso de tocarla. Excitado como estaba, me vi obligado a sentarme en la mesa y babeando de deseo, me quedé observando como la muchacha se volvía a acomodar en su silla. Supe que debía de seguirle el juego cuando despojándose del sujetador, cogió en sus manos sus dos melones y me dijo:

-Si te portas bien, dejaré que me folles.
Su promesa me dejó anclado en mi sitio y costándome respirar, tuve que admirar sin acercarme como Clara cogía entre sus dedos las rosadas aureolas de sus pechos y acariciándolas con suavidad, me soltaba:
-¿No te gustaría que te diera de mamar?
Desesperado, contesté que sí.
-Estoy deseando sentir tu lengua recorriendo mis tetas pero antes quiero ver tu polla.
Dominado por un apetito brutal, me saqué el pene del pantalón. Clara al ver que le había obedecido se quitó el tanga y separando las rodillas, me demostró la humedad que la embargaba y metiendo un dedo en su vulva, se lo sacó y llevándoselo a la boca, comentó emocionada:
-Estoy brutísima. ¡Mira como me tienes!-
No hacía falta que me ordenara eso, con mis ojos clavados en su entrepierna, no podía dejar de admirar la belleza de ese coño. Casi depilado por completo, la estrecha franja de pelo que lo decoraba, maximizaba la sensualidad de sus rosados labios. 
-¿Te gustaría ver cómo me masturbo?- preguntó con un tono pícaro y antes que le pudiese contestar, llevó una mano hasta allí y separando sus pliegues, se empezó a pajear.

Nunca había visto nada tan erótico pero la calentura de la escena se vio todavía más incrementada cuando a los pocos segundos llegaron a mis oídos los gemidos que surgían de su garganta.  Comportándose como una fulana, mi secretaria se dedicó a acariciar su clítoris mientras con la otra mano, se pellizcaba con dureza un pezón. Reconozco que para entonces mi propia mano ya había agarrado mi extensión y solo el miedo a romper el encanto en el que estaba sumergido, evitó que buscara liberar mi hambre con mis dedos.

Afortunadamente, Clara pegando un grito me soltó:

-¡Qué esperas! ¡Mastúrbate para mí!
No tuvo que volvérmelo a repetir, dando un ritmo frenético a mi muñeca, cumplí sus órdenes mientras ella mantenía su mirada fija en mi entrepierna. Puede que os resulte extraño que dos personas, que ni siquiera se habían dado jamás un beso, estuvieran sentados uno frente al otro masturbándose sin tocarse. Sé que es raro, pero lo cierto es que en ese momento nuestras hormonas nos controlaban y tanto ella como yo, continuamos haciéndolo hasta que pegando un alarido, vi cómo se corría.
-¡Me encanta!- chilló convulsionando en la silla pero sin parar de meter y sacarse los dedos de su sexo.
Fue entonces cuando incapaz de mantenerme sentado más tiempo, me acerqué a ella y poniendo mi pene a escasos centímetros  de su cara, le pedí que me hiciera una mamada. No me costó ver en sus ojos que deseaba metérselo en su boca pero tras unos segundos de indecisión, se levantó de la silla y mientras cogía su ropa, me soltó:
-Hoy, ¡No!
Cabreado hasta la medula, me sentí manipulado y os confieso que estuve a punto de violarla pero entonces acercándose a mí, me besó en los labios y mientras me ayudaba a subirme el pantalón, me dijo:
-Estoy  deseando ser tuya pero son las ocho y a esta hora, llegan las señoras de la limpieza. ¿No querrás que nos pillen follando?- y muerta de risa, recalcó su disposición diciendo: – ¡Te aviso que soy muy gritona!

Intentando que no se me escapara viva, le pedí que me acompañara a casa pero con una sonrisa en sus labios, se negó en rotundo y dijo:

-Lo siento, amor mío. ¡He quedado con tus futuros suegros!
Su descaro me hizo reír y dándole un azote en su trasero, la agarré de la cintura y volví a besarla. Esta vez me correspondió y pegando su cuerpo a mí, colocó mi polla en su entrepierna y con una maestría brutal, empezó a rozarse contra ella.  Estábamos dejándonos llevar por nuestra pasión cuando escuchamos a las limpiadoras entrar y separándose de mí, sonrió diciendo:
-¡Mañana nos vemos!- tras lo cual me dejó solo con mi pene pidiendo guerra.
Ni que decir tiene que me quedé caliente como un burro y por eso nada más llegar a mi apartamento, tuve que saciar mis ansias con dos pajas mientras soñaba con que llegara el día siguiente.





Todo se acelera.
Esa mañana, me desperté deseando y temiendo llegar a mi oficina. La tarde anterior no solo me había dejado llevar por mi bragueta sino lo más importante fue que descubrí que era correspondido. Clara, mi joven e ingenua secretaria había demostrado ser una hembra caliente y dispuesta a ser tomada por mí. Os reconozco que cuando iba en el coche rumbo a la empresa, estaba aterrorizado porque me había entrado la paranoia de que esa muchacha no iba a aparecer a trabajar.
Llevaba ya diez minutos en mi despacho, cuando la vi entrar y aunque venía vestida con una falda larga hasta los tobillos y un jersey de cuello vuelto, respiré aliviado. Sonrió al verme y se sentó como tantos otros días en su mesa como si nada pasara. Reconozco que me sentí hundido por su actitud pero al cabo de un rato, recibí un mail suyo en mi ordenador que decía:
-Por tu culpa, no he podido dormir. No he hecho otra cosa que dar vueltas en mi cama, pensando en lo que ocurrió ayer. Quiero ser tuya pero tienes razón, no debemos dar más que hablar. ¿Qué propones?
Mi pene reaccionó al leerlo y con la urgencia que me exigió mi deseo por ella, la contesté si esa noche al salir, me acompañaba a mi apartamento.
-No puedo esperar tanto. Tengo el chocho empapado de solo pensar que estás a unos pocos metros de mí. ¡Te necesito antes!- respondió por la misma vía pero esta vez adjuntó un archivo.

Al abrirlo, me encontré con una foto de un picardías negro de encaje con una nota donde me explicaba que se lo había comprado anoche al salir de trabajar y que quería estrenarlo conmigo. Solo imaginármela con él puesto, hizo que mi corazón empezara a palpitar a mil por hora y cometiendo una indiscreción, le pregunté si lo llevaba puesto. Observándola desde mi mesa, vi que lo leía tras lo cual se levantó, desapareciendo de su sitio. Intrigado estuve a punto de seguirla pero decidí no hacerlo. A los diez minutos, volvió y entrando con una sonrisa en sus labios, se acercó a mí y depositando  una bolsa en mis manos, me dijo antes de desaparecer:
-Lo llevaba puesto pero ahora ya no. Espero que te guste, aunque te confieso que debe estar empapado porque me he corrido en el baño.
Al abrirla, observé que es su interior estaba el picardías perfectamente doblado bolsa pero al hacerlo llegó hasta mi nariz un aroma de mujer que no me costó reconocer como suyo. Justo entonces apareció por la puerta mi socio y sentándose en una silla, descojonado, me comentó:

-Ya veo que has hablado con tu secretaria. Es lo mejor, te juro que con las pintas que llevaba hasta a mí me ponía bruto.

Sin ser consciente de que mi secretaria no llevaba ropa interior, Alberto se explayó alabando el traje tan apropiado que llevaba la cría ese día. Con mi mano acariciando la suave tela de su picardías, contesté:
-Te dije que no tenías por qué preocuparte.
Satisfecho por mi respuesta me dejó solo, momento que aproveché para abrir la bolsa y respirar el olor dulzón que desprendía. Ya totalmente excitado, tecleé en mi ordenador:
-¿Por qué no dices que te sientes mal y me esperas en la esquina?
 Ansioso esperé su respuesta. Cuando llegó al cabo, me encontré con algo que no me esperaba:
-De acuerdo, ¡Me voy! pero antes me das la llave de tu casa y te esperó allí a las dos. Nadie va a sospechar si lo hacemos así.
Sin saber cómo actuar, estaba todavía pensando en ello cuando vi que se levantaba. Desde la puerta me dijo que se encontraba enferma para que lo oyeran todos y llegando hasta mí, extendió su mano diciendo en voz baja:
-Tus llaves-
Confuso y mientras se las daba, pregunté si sabía dónde vivía. Ella me respondió riendo:
-Mariano, ¡Soy tu secretaria!
Su contestación a todas luces lógica me terminó de convencer, tras lo cual, poniendo nuevamente cara de dolor desapareció de la oficina. Al verla partir, miré mi reloj y pensé:
“Son la diez, ¿Qué va a hacer en estas cuatro horas?”.
 Sabiendo que pronto lo sabría, me intenté concentrar en el día a día pero me resultó imposible porque el paso de los minutos me acercaba al momento que la volvería a ver. La mañana resultó un suplicio al pasar con una lentitud exasperante. Deseando que transcurriera rápida, se me hizo eterna. Por eso no habían dado las dos menos cuarto cuando recogí mis cosas y advirtiendo que no iba a volver por la tarde, salí de la oficina. Mientras me acercaba a casa me iba poniendo cada vez más nervioso. Cuando llegué tuve que tocar el timbre para que me abriera.
Tardó en abrir la puerta y cuando lo hizo, me quedé paralizado al verla vestida con un coqueto uniforme de criada.
-Buenos días, señor. ¿Cómo le ha ido en la oficina?
Reconocí en seguida su juego y haciendo como si fuera algo cotidiano, dejé que me quitara la chaqueta. Cumpliendo a rajatabla su papel, Clara la colgó en un perchero y girándose hacía mí, me informó que la comida estaba lista y servilmente, me pidió que la acompañase. Al seguirla por el pasillo, me maravilló observar el movimiento de su culo mientras caminaba pero más aún la perfección de esas piernas izadas sobre unos gigantescos tacones de aguja.
“¡Qué buena está!” pensé al recalar en que de seguro había recortado la falda porque en ninguna casa normal permitirían que la sirvienta llevase esa minúscula minifalda.
Ya en el comedor, me obligó a sentarme en la mesa y desapareciendo por la puerta, entró en la cocina. Al volver con el primer plato, algo había cambiado: aprovechando su ida, se había desabrochado un par de botones de su camisa. Reconozco que lo que menos me apetecía era comer, lo que realmente deseaba era saltarla encima y tras despojarla de su indumentaria, follármela allí mismo. Mi chacha-secretaria llegó sonriendo y al servirme la sopa, posó su escote en mi cuello mientras decía:
-Señor, espero que le guste la sopa de almejas. Son mi especialidad.
Rozando sus pechos contra mí durante unos segundos consiguió que mi excitación creciera pero al darme la vuelta con la intención de comerle sus tetas, se separó de mí y se quedó parada mirando como tomaba la sopa. No pudiendo hacer otra cosa, la probé para descubrir que estaba deliciosa  y dirigiéndome a ella, alabé su plato diciendo:
-Señorita, es una de las sopas más ricas que he probado en la vida.

-¿En serio? ¡Me encanta que me lo diga!- contestó desabrochándose otro botón.
Al verla hacerlo, comprendí las normas de ese juego y continuando con las alabanzas, le solté:
-¡Está en su punto! Un sabor definido donde creo descubrir varias especias- al ver que su mano desprendía otro botón, seguí diciendo:- Azafrán, orégano, ajo…
Para el aquel entonces se había despojado de la blusa, dejándome admirar su torso desnudo donde únicamente el sujetador negro de encaje, evitaba que  tuviese una visión completa de sus pechos. Azuzada por mis piropos, llevó sus manos a sus pechos y acariciándolos por encima de la tela, pegó un gemido de placer. Entretanto, por debajo de mi bragueta, mi miembro ya había adquirido toda su dureza y deseando acelerar su extraño striptease, me terminé la sopa diciendo:
-Creo que voy a tener que agradecer de alguna manera al chef de semejante delicia.
Al escucharme, llevó sus manos a la espalda y con una sensualidad sin límites, se quitó el sostén. Sus pechos desnudos rebotaron arriba y abajo al acercarse a retirar el plato y  poniéndolos a escasos centímetros de mi boca, se quedó quieta esperando su recompensa. Asumiendo que era una insinuación, cogí por vez primera una de esas maravillas y sacando la lengua recorrí su rosada aureola mientras escuchaba a su dueña suspirar llena de deseo. Como era una carrera por etapas, estuve mamando unos segundos tras lo cual, mi criada volvió a dejarme solo.
Al retornar, se había deshecho de su falda y venía vestida únicamente con un tanga y unas medias a mitad de muslo que maximizaban el erotismo de la muchacha. El calor que se iba aglutinando en mi entrepierna me hizo desembarazarme de mi corbata y quitándomela, me abrí el cuello de la camisa.
-Si el señor tiene calor, puede irse poniendo cómodo- me espetó con voz sensual mientras se acercaba.
Comprendiendo que quería que yo también me fuera desnudando, contesté mientras me terminaba de desabrochar todos los botones:
-Si el segundo plato es un manjar como el primero, creo que tendré que contratar de por vida a la cocinera.
Clara pegó un grito de alegría al escuchar mi oferta y llegando hasta mí, dejó la vianda en la mesa quedándose pegada a mí. Con sus piernas rozando mi silla, me informó que debía dar yo el siguiente paso, por lo que, llevando mi mano hasta su trasero, le acaricié sus nalgas mientras le preguntaba qué era lo que me había preparado:
-Pechugas al champagne- contestó con la voz entrecortada.
Al venir el pollo desmenuzado, no tuve que cortar y aprovechando esa circunstancia, llevé un trozo a mi boca mientras mis dedos recorrían sin disimulo la raja de su culo.
-¡Delicioso!- exclamé sin mentir –dime como lo has preparado-
Satisfecha, Clara fue detallando la receta mientras mis yemas cada vez más confiadas le estaban acariciando el esfínter. Reconozco que fui un cabrón porque valiéndome de su entrega, metí una de mis yemas en su entrada trasera.  Ella al sentir mi intrusión, pegó un gemido pero no intentó separarse y continuó explicándome el proceso de cocción.  Satisfecho la dejé marchar cuando terminó y adoptando la misma postura, esperó mis alabanzas pero esta vez lo que hice fue al ir comiendo me iba quitando ropa.

Primero me quité los zapatos, luego la camisa y ya con el torso desnudo, le solté:
-Exquisitamente presentado, la rama de perejil encima de las cebollas cambray le dan un aire fresco.
Al escuchar mis palabras, se despojó del tanga y volviendo a la posición inicial, se me quedó mirando. Mientras me desabrochaba el pantalón, le dije:
-La nata de la salsa le ha dado un toque especial en consonancia con el resto del plato…- gimiendo descaradamente, separó sus rodillas y llevando una mano a su entrepierna, se empezó a masturbar mientras me oía – … ¡En resumen! ¡Un diez!
Mi valoración coincidió con su orgasmo y teniendo que cerrar sus piernas para evitar que el flujo corriera por sus piernas vino a recoger mi plato. Esta vez su recompensa consistió en llevar mi mano a su sexo y con dos dedos empezar a acariciarla. Estuve dos minutos recorriendo su vulva hasta que con el sudor cayendo por sus pechos y con el coño encharcado, mi sirvienta se quejó del calor que hacía. Comprendí lo que quería y quitándome el pantalón, me quedé solo en calzoncillos.
Satisfecha, se llevó la loza a la cocina y esta vez, volvió enseguida llevando un bote de crema montada entre sus manos. Muerto de risa, le pregunté que tenía de postre:
-Bizcocho de crema- respondió mientras se subía encima de la mesa.
Deseándolo probar, dejé que aposentara su trasero y se abriera de piernas, para acto seguido, decorar con crema su sexo. Con la espalda posada sobre el mantel y poniendo su bizcocho al alcance de mi paladar, suspiró al decirme:
-Señor, este es un plato para comérselo lentamente.
Tanteando el terreno cogí entre mis dedos un poco de nata y mientras me bajaba el calzón, alabé su textura. Clara dio un respingo al sentir que lo hacía y con piel de gallina, esperó en silencio mi siguiente paso. Agachándome entre sus muslos, acerqué mi boca a su sexo y sacando la lengua, fui recogiendo la crema de los bordes sin hablar. Mi sensual postre se estremeció al sentir mi cálido aliento tan cerca de su meta sin tocarla. Incrementando su deseo, acaricié sus nalgas mientras daba buena cuenta de la crema.
-¡Esplendido!- exclamé al probar el sabor dulzón de su sexo.

La mujer chilló dándome las gracias y separando aún más sus rodillas, facilitó mi incursión. Para entonces ya casi no quedaba crema y separando los pegajosos pliegues de su sexo, descubrí que su clítoris estaba totalmente hinchado. Sin perder el tiempo, recorrí con mi lengua su botón y al oír los gemidos de placer que emitía la muchacha, decidí mordisquearlo. Clara al experimentar la presión  de mis dientes, convulsionó sobre la mesa y pegando un alarido se corrió sonoramente. Sin darle tiempo a descansar, introduje un par de dedos en el interior de su sexo e iniciando un lento mete-saca, prolongué su orgasmo.

Para entonces, mi supuesta criada estaba desbordada por las sensaciones y sin parar de gritar, me preguntó si no prefería echar un poco de leche al postre. No me lo tuvo que aclarar, comprendí en seguida que me estaba pidiendo que la tomara. Complaciendo sus deseos, me levanté de la silla y cogiendo mi pene entre mis manos acerqué mi glande a su vulva.

-¡Señor! ¡Su bizcocho está a punto de quemarse!- gritó mientras se pellizcaba los pezones, ansiosa de que empezara.
Incrementando el morbo de la cría, jugueteé con su sexo durante unos antes de introducirme unos centímetros dentro de ella. Sus ojos me pedían que continuara, que la hiciera mujer de una vez, pero haciendo caso omiso a sus ruegos, proseguí tonteando en sus labios. Tal y como me esperaba, se corrió gritando, momento que aproveché para de una sólo golpe meterme por completo en su interior. Sin esperar a que se acostumbrara a tenerlo dentro, inicié un lento movimiento, sacando y metiendo mi falo en su cueva. Clara estaba como poseída, clavando sus uñas en mi espalda, me abrazaba con sus piernas, intentando que acelerara mis incursiones, pero reteniéndome seguí al mismo ritmo.
-¿Está listo mi postre?-, le pregunté siguiendo el juego,- o ¿Necesita que lo siga orneando?-.
Se la veía desesperada, quería recuperar el tiempo perdido y agarrándose a los bordes de la mesa, se retorcía llorando de placer. Mi propia excitación me dominó y poniendo sus piernas en mis hombros forcé su entrada con mi pene. Esa nueva posición hizo que mi glande chocara contra la pared de su vagina y entonces, al sentir mis huevos rebotando contra su cuerpo, se puso a gritar desesperada. Su pasión se desbordó y ya sin disimulo, me pedía que siguiera follándomela dejando su papel de criada y de sensual postre a un  lado.  Convencido que esa iba a ser la primera vez de muchas, incrementé la velocidad de mis arremetidas mientras recogía entre mis manos sus pechos.
-¡Tienes una tetas maravillosas!- exclamé pellizcando sus pezones.
-¡Son todas tuyas!- berreó como posesa.
Con sus caderas convertidas en un torbellino, buscó mi placer mientras su cuerpo  se estremecía sobre el mantel. Su enésimo orgasmo fue brutal y mientras se mordía los labios, me pidió que me derramara en su interior.  La niña tímida había desaparecido totalmente, y en su lugar apareció una hembra ansiosa de ser tomada que pegando alaridos, intentaba calmar su calentura.Entonces cuando me di cuenta que no iba a poder aguantar mucho más, y apoyando mis manos en sus hombros forcé mi penetración, mientras me licuaba en su interior. En intensas erupciones, mi pene se vació en su cueva, consiguiendo que la muchacha se corriera a la vez, de forma que juntos cabalgamos hacia el clímax.
Cansado y agotado, me desplome sobre ella y así permanecimos unidos durante un tiempo. Ya recuperado, la cogí entre mis brazos y la llevé hasta mi cama. Tras depositarla en el colchón, me tumbé a su lado  y por primera vez, la besé en sus labios.
-No te he dicho que me encantan las piernas de mi chacha.
Sonriendo, contestó:
-Señor, no se preocupe. La zorra de su secretaria ya me lo contó, solo espero que cuando se la folle en la oficina, siga teniendo fuerzas para repetir en casa.
Descojonado y a la vez ilusionado de que la muchacha quisiera prolongar en el tiempo ese duplo de funciones, le pregunté:
-Por cierto, ¿No tendrás otras Claras que presentarme?
Muerta de risa y mientras trataba de reanimar mi pene entre sus manos, me contestó:
-Somos muchas: Hay una estricta policía, una profesora masoquista e incluso una beata que está deseando ser convertida en puta.
Solté una carcajada al oírla y deseando conocer sus otras facetas, me callé para concentrarme en la mamada que en ese momento, mi Clara-sirvienta, me  estaba obsequiando.

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 

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