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Channel: voyerismo – PORNOGRAFO AFICIONADO
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Relato erótico: “¡Qué culo tiene esa mujer!: La esposa de un amigo” (POR GOLFO Y VIRGEN JAROCHA)

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Este relato lo hemos escrito entre Virgen jarocha y yo. La coautora ha decidido premiaros con otra foto suya. El resto de las imágenes del relato son de una modelo.

Si quereis agradecerle a esta preciosidad, tanto su relato como su foto, escribirla a:
virgenjarocha@hotmail.com
Lo conocía desde niño porque aunque yo había nacido en España, ambos crecimos en Martínez de la Torre, un pequeño pueblo de Veracruz. Y ahora el hecho de que esté muerto, no afecta a que considere que Alberto era un buenazo. Como amigo no había otro igual. Cariñoso, atento, divertido. Si tenía un problema, era el primero en acudir en tu ayuda. Pero siendo una persona maravillosa, tenía un problema:
“¡Era un auténtico desastre!”
Siendo un tipo inteligente y trabajador, era también derrochador a extremos impensables. Tal y como le entraba dinero, se lo gastaba. Nunca pensó en el mañana hasta el día en que le diagnosticaron cáncer, pero entonces era tarde.
Mientras estaba sano, con su salario bastaba para dar a su mujer un más que digno tren de vida. Linda había nacido en una familia acomodada, dueña de una planta de jugos cítricos pero que desgraciadamente había quebrado. Sabiendo de la manera que había sido educada, se ocupó de que a ella no le faltase de nada: si quería un vestido, iba a una tienda y se lo compraba. Si perdía el celular, le conseguía el último modelo. En pocas palabras la trató como una reina pero malgastando el resto en copas y putas. Por eso cuando cayó enfermo, vivía de alquiler y su cuenta corriente estaba en números rojos.
Todavía recuerdo el sábado en que fui a verle a la clínica. Fue duro contemplarlo conectado a todos esos aparatos. Del hombre vital y divertido solo quedaba una cascara de piel y huesos. Al entrar en su habitación, me pidió que me acercara y tomando mi mano entre las suyas, me confesó que estaba acojonado.
-Te comprendo- contesté pensando que se refería a la parca. Morirse a los treinta años es una putada.
Mi amigo se percató de cómo le había interpretado y susurrando para que nadie lo oyera, me sacó de mi error.
-No me preocupa el palmarla. Lo que me trae jodido es dejar a Linda sin un peso- y haciéndome una confidencia, me dijo: –  Mi vida no me importa pero no sé qué va a ser de ella.
Tratando de quitar hierro al asunto, contesté en plan de guasa que valía más muerto que vivo porque cuando falleciera su mujer cobraría la pensión de viudez. 
-Ese es el problema. No he cotizado los años suficientes y con lo que le va a quedar no puede pagarse ni un mísero cuartucho- respondió casi llorando.
Ver como sufría por el destino de su mujer no fue plato de buen gusto y actuando como un verdadero irresponsable, le solté:
-Alberto, como sabes mi situación económica es buena. Me comprometo en buscarle un trabajo con el que pueda sobrevivir holgadamente.
Mis palabras lejos de tranquilizarle, le alteraron más y levantando el tono de voz, me explicó que su mujer nunca había trabajado fuera de casa y aunque era una buena cocinera, no la veía trabajando en un restaurante.
Me debí de haber mordido un huevo en ese instante pero ya lanzado, le ofrecí que podría darle trabajo yo mismo:
-Ya sabes tengo en el pueblo una vieja hacienda y me vendría bien tener alguien de confianza que  se ocupara de mantenerlo. Los guardeses de toda la vida se han jubilado y por eso vengo poco al no tener nadie que me cocine. ¡Me haría un favor!.  
Al oírme se agarró a mi oferta como a un clavo ardiendo y me hizo jurar que lo haría. Si vivo no hubiera jamás defraudado a ese amigo, en la antesala de su muerte ve vi incapaz de hacerlo y sin saber en el lio que me estaba metiendo, le prometí que cumpliría con la palabra dada. En ese momento no fui consciente que desde el sillón, la aludida no se había perdido nuestra conversación pero al cabo de una hora cuando ya me iba, se acercó a mí y dándome las gracias, me preguntó cuándo tenía que ponerse a trabajar.
Sabiendo su mala situación, contesté:
-Considérate contratada desde ahora mismo- y cogiéndola del brazo, susurré a su oído: -Yo solo vengo los fines de semana pero si es demasiado apresurado, cuida a tu marido y si desgraciadamente fallece, ya tendrás tiempo de empezar a trabajar cuando te recuperes.
La mujer se quedó pensando durante unos segundos sobre que le convenía y tras meditarlo, preguntó:
-¿El puesto incluye la casa donde vivían “los jarochos”?
Supe que se refería a un pequeño pabellón que se hallaba en un extremo de la finca. Aunque tenía pensado convertir ese cobertizo en un garaje y viendo por donde iban los tiros de esa mujer, contesté:
-Está muy deteriorada pero si la necesitas, podrías vivir allí.
Incapaz de mirarme a la cara, me respondió:
-Ve vendría bien porque como le ha dicho mi marido, andamos justos y si me presta esa casa, no tendría que pagar alquiler.
-Por mí, no hay problema- 
-Entonces, D. Manuel: Me gustaría entrar de inmediato porque “La Floresta” está a cinco minutos del hospital y podría cuidar de Alberto sin problemas.
Me di cuenta que me estaba hablando de Usted. Y comprendiendo que era la forma correcta de dirigirse a mí ya que iba a pasar a formar parte de mi servicio, decidí dejar para otro día el corregirla. Me sonaba raro que esa mujer que conocía desde cría no me tuteara pero como era una tontería, le estreché su mano cerrando el acuerdo.
Linda se traslada a vivir a “La Floresta”
Todavía no os he explicado que aunque siempre me refería a la propiedad familiar como el casón, en realidad era una finca de diez hectáreas sita en mitad del pueblo. Entre sus muros de piedra, además de la vivienda de los señores y de la casa de los guardeses había una piscina, un jardín descomunal y una gran huerta. Fue mi padre el que viendo que le sobraba terreno quien decidió vallar una parte para producir hortalizas. Desgraciadamente, al vivir yo en Veracruz, la había dejado caer y por aquellas fechas, no era más que un criadero de malas hierbas.
Volviendo a la historia que os estaba contando. Esa noche cené con unos conocidos y se me pasaron las copas. En pocas palabras, llegué con un pedo a casa de los de órdago. Por eso a la mañana siguiente, cuando tocaron el timbre de la puerta, me levanté sobresaltado y con un enorme dolor de cabeza.
“¡Quien coño será a estar horas! ¡Un sábado!” pensé al ver que mi reloj marcaba las nueve.
Cabreado, me puse una bata y descalzo, bajé a abrir a la inoportuna visita. Fue al ver a la esposa de mi amigo en la puerta, cuando recordé que el día anterior la había contratado. La enorme maleta que traía me hizo saber que Linda venía para quedarse, por lo que dejándola pasar le pedí que me diera quince minutos para enseñarle la casa.
-No me esperaba que vinieras tan temprano- dije a modo de disculpa- me cambio y bajo.
-Por mí no se preocupe, Don Manuel- contestó mirando a su alrededor.
Consciente del desorden, traté de excusar el deplorable estado, diciendo:
-Me da vergüenza que veas tanta mierda pero desde que se jubilaron los jarochos, nadie se ocupa.
-Para eso estoy yo, vaya a ducharse que mientras tanto veré que puedo hacer.
Descojonado porque mi nueva guardesa me mandara a la ducha, subí la escalera y me metí en el baño. Fue bajo el agua cuando me dio que pensar si había hecho bien en contratar a esa muchacha. Aunque fuera la esposa de mi amigo, no dejaba por ello de tener veinticinco años y conociendo la mala leche que se gastaban en el pueblo para inventar un chisme, temí que una vez muerto su marido su reputación quedara en entredicho. Por otra parte, estaba acostumbrado a traerme a mis conquistas de una noche a casa y teniéndola a ella ahí, ninguna de las          del pueblo se atrevería a aceptar por aquello del qué dirán. Esa fue la primera vez que me percaté que su presencia iba a cambiar mi modo de vida, pero como le había dado mi palabra, decidí que si surgían problemas, tendría tiempo posteriormente de tomar medidas.
Ya vestido, bajé a buscarla. Linda había decidido ponerse manos a la obra y por eso cuando la encontré limpiando la cocina, no solo me había preparado el desayuno sino que incluso había echado mi ropa a lavar. Cuando entré en la habitación, mi empleada estaba subida a una escalera tratando de quitar la roña de un estante. La forzada posición me permitió valorar las piernas de esa mujer.
“Está buena la condenada” pensé y disimulando mientras me servía un café, di un buen repaso a su anatomía.
Ajena a ser objeto de mi examen, la muchacha parecía contenta e intentando que siguiera obsequiándome gratis la visión de ese par de muslos, me senté en silencio.
“¡Menudo culo!” valoré desde mi silla. Nunca me había fijado en que la esposa de Alberto tenía un trasero digno de museo. Dos nalgas duras y bien puestas hacían a  esa parte de su cuerpo muy deseable. 
El sentir que mi pene se ponía erecto bajo el pantalón hizo me avergonzara de mi actitud y dejando a un lado esos pensamientos, le dije si quería visitar la casa. Aunque me resultó raro, Linda se mostró encantada de acompañarme.
Cómo la casa es enorme, le pregunté por donde quería empezar:
-Si no le importa, me gustaría dejar la maleta en mi cuarto.
Sonará mal pero agradecí su deseo porque de esa forma vería antes ese sucio cobertizo antes que el resto y no al revés, de forma que no le resultará tan deprimente en relación con donde yo vivía porque aunque no había entrado en los últimos tres años, me constaba que era una mierda. Mis peores augurios se confirmaron nada más entrar, porque al abrir la puerta me encontré con que una parte del techo se había caído, haciéndolo inhabitable.
Si mi cara fue de espanto, la de Linda no se quedó atrás y llorando me explicó que esa mañana había hablado con su casero y le había dicho que en una semana, le dejaba el apartamento que estaba alquilando. Viendo la desolación de su rostro, cometí otra idiotez y con visos de se tranquilizara, le ofrecí quedarse en la casa grande mientras mandaba arreglar esa mazmorra.
-¿Está usted seguro?- preguntó aliviada.
-Por supuesto, aquí no hay quien viva- comenté y haciéndome el bueno, dije: -El casón es demasiado grande para mí solo, no me importa que te quedes ahí mientras consigo que alguien repare el techo y adecente el resto.
La mujer de mi amigo recibió mi oferta con tamaña felicidad que solo el hecho de ser yo un antiguo conocido, evitó que me lo agradeciera besando mis manos. Su gratitud me hizo valorar en su justa medida las dificultades de ese matrimonio y suponiendo que sería cuestión  de un par de meses, no vi problema en ello.
Fue cuando le mostré la habitación de invitados que estaba al lado de la mía cuando percibí la exacta dimensión de mi propuesta, ya que como era una casa antigua tendría que compartir con ella mi baño. Mis padres al remodelarla habían colocado el servicio con entrada a ambos cuartos, de manera que tendría que cerrar la puerta de interconexión para mantener mi privacidad. Reconozco que no dije nada porque me parecía clasismo de la peor especie pero habituado a vivir solo, la perspectiva de que alguien usara mi misma ducha no me hizo ni puñetera gracia.
En cambio, Linda estaba ilusionada porque no en vano al lado del pequeño piso que compartía con su marido, mi herencia le parecía un palacio. Tras dejar su maleta en la habitación, le enseñé el resto de la vivienda mientras en mi fuero interno me iba encabronando conmigo mismo.
“¡Seré idiota!” mascullé para mí al terminar y para tranquilizarme decidí salir a dar una vuelta.
Ya me iba cuando me preguntó si iba a volver a comer:
-No, gracias- contesté aunque no era cierto que había quedado.
Mentir de esa forma tan absurda, me sacó de las casillas y por eso nada más entrar en mi coche arranqué y salí huyendo sin rumbo fijo. No podía concebir que a mis treinta y cinco años hubiese mentido para no reconocer que prefería estar solo. Durante dos horas estuve dando vueltas por la sierra y sintiendo hambre me paré a comer en un bar de carretera.
La mala suerte me hizo entrar en un sitio penoso, la comida era una mierda por lo que dejé la mitad en mi plato. Al volver a mi casa, no vi a Linda y creyendo que debía estar limpiando otra zona de la casa, no le di importancia y me fui directamente a mi cuarto. Como tantas veces, estaba abriendo la puerta que daba al baño cuando escuché el ruido del agua de la ducha. Cortado la cerré y me tumbé en la cama.
A partir de ahí, reconozco mi culpa. Que la mujer de mi amigo se estuviera bañando a escasos metros me hizo recordar la maravilla de piernas con las que la naturaleza le había dotado y comportándome como un cerdo, decidí beneficiarme de esa circunstancia. Cómo ya os expliqué, la casa era antigua y por lo tanto sus puertas. Por lo que aprovechando el ojo de la cerradura, me agaché para espiarla. Lo primero que vi fue a sus pantaletas y a su brasier colocados en el lavabo. Saber que Linda estaba desnuda, fue suficiente para que mi pene saliera de su letargo. Juro que ya estaba excitado aun antes de ver su silueta a través de la mampara transparente de la ducha. Como si fuera una película porno, disfruté del modo tan sensual con el que se enjabonaba.
Si sus piernas eran espectaculares qué decir de los pechos que descubrí espiando. Grandes, duros e hinchados eran los mejores que había visto hasta entonces y ya sin ningún recato me desabroché la bragueta y sacando mi miembro me puse a masturbarme en su honor.
-¡Qué maravilla!- exclamé en voz baja al darse la vuelta y comprobar tanto los negros pezones que decoraban sus tetas como el cuidado coño que esa mujer lucia entre sus piernas.
Desde mi puesto de observación, me sorprendió no solo el tamaño de sus pitones sino también la exquisita belleza del resto de su cuerpo y por ende, desde ese momento envidié a mi amigo. 
“¡Joder! ¡Cómo se lo tenía escondido!”, pensé recordando que Alberto nunca había hecho mención del bellezón que tenía en su cama.
Me quedé con la boca abierta cuando la mujer separó sus piernas para enjabonarse la ingle, permitiendo que mi vista se recreara en su vulva. Linda llevaba el coño completamente depilado, lo que lo hacía extrañamente atractivo. Educado a la vieja usanza, me gustaba el pelo en el chocho pero os tengo que reconocer que mi respiración se aceleró al contemplar esa maravilla.
Si no llega a ser imposible, por el modo tan lento y sensual con el que se enjabonaba, hubiese supuesto que se estaba exhibiendo y que lo que realmente quería esa mujer era ponerme cachondo. Completamente absorto mirándola, me masturbé con más fuerza al admirar con detalle todos sus movimientos.  Para el aquel entonces, deseaba ser yo quien la enjabonara y recorrer de esta forma todo su cuerpo. Me imaginaba siendo yo quien  estuviera palpando sus pechos, acariciando su espalda pero sobre todo lamiendo su sexo. Pero la gota que derramó el vaso y que provocó que mi pene explotara, fue verla inclinarse a recoger el jabón que había resbalado de sus manos. Al hacerlo, me permitió maravillarme nuevamente con su culo y descubrir entre sus nalgas, su rosado y virginal esfínter. Imaginarme siendo yo quien desvirgara  la entrada trasera de la esposa de mi amigo, me terminó de excitar y descargando mi simiente sobre la alfombra, me corrí en silencio.
Temiendo que descubriera las manchas blancas y comprendiera que la había estado espiando, las limpié tras lo cual, bajé al salón, intentando olvidar su silueta mojada. Cosa que me resultó imposible, su piel desnuda se había grabado en mi mente y ya jamás se desvanecería. Esa tarde, Linda se fue a visitar a su marido al hospital, lo que me dio la oportunidad de revisar su habitación. Sé que fue algo inmoral pero esa mujer me tenía obsesionado y por eso cuando la vi marchar, esperé diez minutos antes de entrar.
Lo primero que hice fue asegurarme de que no me sorprendiera y por eso atranqué la puerta de entrada a la casa antes de introducirme como un voyeur en el cuarto donde iba a dormir. Ya una vez dentro, abrí su armario donde descubrí otra muestra más de lo mal que lo estaba pasando esa pareja. Había mucha ropa pero toda vieja. Se notaba que llevaba años sin comprarse ningún trapo. Pero lo que realmente me dejó encantado, fue descubrir en un cajón su colección de tangas. Tangas enanos y casi transparentes. Solo con imaginarme a esa belleza con esas prendas hicieron que volara mi imaginación. Me vi separando esos dos cachetes e introduciendo mi lengua en su interior.
Pero lo mejor llegó al final.  Al revisar su mesilla de noche, me encontré con que Linda tenía compañía por las noches. Daba igual que su marido estuviera postrado desde hace meses en una cama, su querida esposa aliviaba su ausencia con un enorme consolador.
“¡Joder con la mujercita de Alberto!” pensé mientras olisqueaba el aparato.
Fue entonces cuando descubrí que estaba recién usado. Todavía conservaba rastros de humedad y el olor dulzón que desprendía, era inconfundible.
-¡Se acaba de masturbar!- exclamé en voz alta, claramente excitado.
Colocando todo en su lugar, tuve que irme al baño a pajearme y mientras liberaba mi tensión, decidí que de algún modo ese culo sería mío. Aprovechándome de su situación económica y de que a buen seguro, debía llevar meses sin que su marido se la follara, esa mujer quisiera o no pasaría por mi cama. Intentaría primero seducirla pero si resultaba imposible, usaría todo tipo de malas artes para conseguir follármela.
El tiempo que transcurrió hasta su vuelta, lo usé para planear mis siguientes pasos y por eso nada más cruzar la puerta, le pregunté cómo seguía Alberto. Linda se echó a llorar al oírme preguntar por su marido y con lágrimas en los ojos, me contestó:
-Muy mal. Los médicos me han explicado que no le queda más de un mes-
Exagerando la pena que me produjeron sus palabras, la abracé y acariciando su pelo, le dije:
-Lo voy a echar de menos.
Su esposa se dejó consolar durante cinco minutos, sollozando contra mi hombro. Actuando como un buen amigo, actué como paño de lágrimas cuando realmente al sentir su cuerpo contra el mío, no podía dejar de pensar en cómo sería tenerla entre mis piernas. Cuando comprobé que se había tranquilizado, me separé de ella y valiéndome de su dolor, le pregunté porque no salíamos a cenar fuera.
-No estás de humor de cocinar- insistí cuando ella se negó.
-Te juro que no me importa y mira con que fachas voy.
Su respuesta para nada rotunda, me dio ánimos y con voz tierna, le contesté:
-No aceptaré un no. Te espero mientras te cambias.
Dando su brazo a torcer, se metió en su habitación. Satisfecho por esa primera escaramuza ganada, me entretuve pensando donde llevarla. Si íbamos a cualquier lugar del pueblo, su salida nocturna podría crear un chisme pero si la sacaba a otro lugar, podría mosquearse. Por eso, mientras la esperaba, decidí que fuera ella quien tomara la decisión. No me extrañó al verla bajar que esa mujer viniera vestida de forma recatada. Ataviada con un traje gris horrendo, podía pasar perfectamente por una feligresa yendo a un servicio religioso.
“¡Qué desperdicio!” pensé al verla.
Aun así, ese disfraz de monja no pudo ocultar a mis ojos, la rotundidad de sus formas. Su culo grande y duro se rebelaba a quedar enterrado bajo la gruesa falda. Valorando en su justa medida el espécimen que me iba a acompañar a cenar, galantemente, le cedí el paso. Linda me agradeció el gesto con una sonrisa y preguntó dónde íbamos.  Tardé en responder porque mi mente divagaba en ese momento sobre cómo y cuándo atacarla pero cuando ella insistió, contesté:
-¿Te parece que vayamos a Papantla?-
Salir del oprimente ambiente de nuestro pueblo le pareció una buena idea por lo que enfilando la carretera, nos hicimos los veinte kilómetros que nos separaban de ese lugar. Ya dentro del casco urbano, me dirigí  a un coqueto restaurante donde solía llevar a mis conquistas.
-¿Conoces esta fonda?- pregunté mientras le abría la puerta.
La muchacha negó con la cabeza y con paso asustadizo dejó que el Maître nos llevara a nuestra mesa, donde una vez estábamos solos, me soltó:
-¿Por qué no vamos a otro sitio? Esté es muy caro.
Comprendí los reparos de Linda y sin darle mayor importancia, le contesté:
-Por eso no te preocupes. Tú te mereces todo esto y más.
Mi piropo diluyó sus reticencias y por eso cuando llegó el camarero con el vino, no puso inconveniente en que le sirviera una copa. Durante la cena, la rubia se relajó y sin darse cuenta, comenzó a beber más de la cuenta. Tras el vino y la cena, vinieron tres cubalibres, de forma que al salir del restaurante, la mujer ya iba más que entonada. Viendo en su ingesta etílica una más que plausible oportunidad de que la esposa de Alberto hiciera una tontería, le pregunté si quería tomar una copa en otro antro.
-Solo una- contestó ya con problemas de articular las palabras.
Esa fue la primera y tras ella vinieron otras dos, por lo que ya bien entrada la noche, me confesó que estaba aterrada por su futuro y que me daba gracias por acogerla bajo mi brazo. Comportándose como el típico ebrio, me abrazaba mientras me decía que me debía la vida y que contara con ella para todo.
“¡Si tú supieras para lo que te quiero!” pensé en silencio mientras pagaba.
Durante el viaje de vuelta, Linda se quedó dormida de la borrachera que llevaba y por eso al llegar a casa, la sujeté por debajo de sus brazos y subiendo por las escaleras, la llevé hasta su cuarto. Una vez allí, la dejé caer sobre la cama. Absolutamente  inconsciente, se quedó en la misma postura en que cayó. Su falda se le había enroscado permitiendo que mis ojos se recrearan en esas piernas morenas y macizas.   Dicha imagen me impactó porque ajena a mi examen, mi nueva empleada me mostraba su trasero casi desnudo y digo casi porque solo  la tira de la tanga enterrada entre sus cachetes, evitaba que lo contemplara por completo.
Sentándome en un sillón frente a su cama, me la quedé mirando. La tentación de tocar las maravillosas tetas que había visto en el baño era demasiado fuerte y tras cinco minutos donde debatí sobre qué hacer, me animé a mí mismo pensando que si lo hacía con cuidado nadie se iba a enterar. Queriendo comprobar su verdadero estado, me acerque a ella y le propiné unos suaves cachetes en la cara.
“¡Está grogui!” confirmé al ver que no se enteraba.
Sin pensármelo dos veces, le fui desabrochando la camisa botón a botón. Cuanto más la abría, más excitado me sentía al comprobar en persona las dos maravillas con las que le había dotado la naturaleza. Cuando ya tenía la blusa totalmente desabotonada, me deleité tocando esas tetas que me tenían obsesionado. Actuando como un drogata al que la primera dosis no le sabe a nada, llevé mi boca hasta sus pezones y me puse a mordisquearlos. Mis maniobras pasaron totalmente desapercibidas por mi victima que como en trance seguía durmiendo la mona.
Ya  para entonces estaba dominado por la lujuria y moviéndola sobre el colchón, la puse boca arriba y con sus piernas separadas. Solo la breve tela de su tanga me separaba de su sexo y por eso, con cuidado de no despertarla, se lo fui bajando hasta sacársela por los pies. Nuevamente comprobé in situ lo que ya había avizorado a través de la cerradura.
“Menudo coño tiene la zorra” sentencié al contemplarlo.
 
Completamente depilado, no había pelos que me impidieran observar tamaña belleza y actuando como un cerdo, pasé uno de mis dedos por la rajita que tenía a mi entera disposición. Me resultó sorprendente encontrarme que estaba mojado y por eso me fijé si en su cara había algún rastro de que se estuviera enterando de en esos momentos me estaba sobrepasando con ella. Pero todo me revelaba  que seguía sumida en un sopor intenso por lo que agachando mi cabeza entre sus muslos, pasé mi lengua por sus pliegues.
“¡Qué rico está!” me dije mentalmente y ya más confiado me puse a mordisquear su clítoris. Su sabor a hembra insatisfecha inundó mis papilas por lo que totalmente excitado, me entretuve comiéndole el chocho hasta que bajo mi pantalón, mi pene me pidió más.
El calentón que recorría mis entrañas era tal que hasta me dolía de lo duro que lo tenía. Sin poderme retener, me bajé los pantalones y sacando mi polla de su encierro, me puse a juguetear con ese sexo. La humedad que anegaba esa preciosidad facilitó mi penetración y suavemente, se la ensarté hasta el fondo. Estaba follándomela cuando me percaté que debía de aprovechar aún más esa feliz circunstancia y sacándola muy a mi pesar, me fui a mi cuarto a por mi celular.
Con él en mi mano, le empecé a sacar fotos de las chichis y del espléndido coño de la cría y no contento con ello, realicé varias poniendo mi glande en su boca, como si me lo estuviera mamando. Acto seguido, le separé las rodillas y metiéndome entre sus muslos, inmortalicé el modo en que mi pene se iba haciendo dueño de su interior. En ese momento, Linda suspiró por lo que me quedé petrificado pensando que se había despertado y que iba a descubrirme violándola, pero todavía hoy doy gracias por que fue solo un susto y la esposa de mi amigo seguía roncando su borrachera. A pesar de ello, os tengo que reconocer que mi corazón a mil y sin moverme esperé unos segundos.
“¿Te imaginas que se despierta y me pilla con mi verga dentro de ella?” balbuceé mentalmente asustado.
Al cabo del tiempo y viendo que no se movía, empecé a moverme lentamente penetrando su interior con mi forastero. Lo estrecho de su conducto y mi calentura hicieron el resto y al cabo de cinco minutos, comprendí que iba a correrme. No queriendo dejar rastro, la saqué y eyaculé sobre sus piernas.
Entonces saciado y aunque deseaba repetir, preferí dejar eso para otro día y limpiando los restos sobre su piel, eliminé toda evidencia de mi paso por su cama. Ya estaba casi en la puerta cuando recordé que no le había puesto el tanga, por lo que retrocediendo unos pasos, cogí su braguita. Desgraciadamente para ella, me acordé de su consolador y pensando en el día después, decidí que si amanecía con él en sus manos, cualquier escozor en su coño lo atribuiría a que borracha lo había usado.
Improvisando sobre la marcha, se lo clavé hasta el fondo para que tuviera rastros de su flujo y dejándolo sobre el colchón, lo encendí a nivel mínimo.
“En dos o tres horas, ese zumbido la despertará y creerá que es eso lo que ha sucedido”.
Muerto de risa, cerré su habitación y me fui a mi cama. Ni que decir tiene que cogiendo las fotos que había hecho, las mandé a mi email para que estuvieran a buen recaudo, tras lo cual, las borré y me quedé dormido.
Reconozco que soy un aprovechado…
Esa mañana me desperté temprano y al ir a desayunar, me topé con Linda en la escalera. Olvidándose de que era domingo, esa mujer estaba lavando los escalones agachada, lo que me permitió dar un completo repaso a su escote.
“Esta tía tiene mas que un polvo” me dije recordando cómo había abusado de ella la víspera.
La validación de que no recordaba nada de lo ocurrido, me llegó al oírla saludarme alegremente y diciéndome que tenía el desayuno preparado. Mi tranquilidad se hizo total al reírse de la borrachera que se había pillado y preguntarme como había llegado hasta su cuarto.
Obviamente, le mentí:
-Dando eses-
Mi respuesta le satisfizo y levantándose del suelo, se fue a calentarme el café sin saber que al mirar su culo por el pasillo, era otra cosa a lo que le había elevado su temperatura. Desgraciadamente, después de tomármelo, me tuve que despedir de ella porque al medio día tenía un compromiso.
-¿Cuándo volverás? – me preguntó con tono apenado.
-El viernes- respondí sin caer en que me había tuteado otra vez.
Ya en el coche, estuve a punto de darme la vuelta pero asumiendo que si quería convertir a esa mujer en mi amante, debía ser una labor de zapa. Lentamente iría cerrando su mundo hasta que no tuviera más remedio que abrirse de piernas. A partir de ese momento, no pude sacármela de la cabeza. Los días encerrado en mi despacho no hicieron mas que avivar la necesidad que tenía de volvérsela a meter.
El viernes nada más llegar a mi oficina, la llamé para confirmarle que llegaba a comer. La mujer se mostró encantada con el detalle de que la hubiese avisado y cruzando un límite hasta entonces impensable, me comentó:
-Te he echado de menos. Sin ti no tengo a nadie con quien hablar.
Su confesión me dejó perplejo y sin saber que contestar, quedé con ella a la tres.
-Te esperaré con la mesa puesta-
Mientras conducía hacia el pueblo, me fui calentando. Necesitaba a esa mujer. Aunque la conocía desde niña, nunca me fijé en ella como en una hembra a la que echar mi lazo y por eso ahora estaba descolocado.
-Joder, es solo un coño- grité aprovechando de que iba solo en mi coche.
Pero algo me decía en  mi interior, que si conseguía llevármela a la cama, difícilmente la dejaría irse.
-Me la follo y si te he visto no me acuerdo- sentencié sin llegármelo a creer.
Al llegar a “la Floresta”, estaba temblando como un puñetero crío ante su primer cita. No sabía lo que me esperaba después de ese desliz verbal de la mujer de mi amigo y por eso saludé discretamente desde la puerta.
Linda contestó que estaba en la cocina. Siguiendo su voz, entré en la habitación y me la encontré preparando la comida. Alucinado me la quedé mirando. El calor que desprendían los fuegos, había elevado la temperatura del ambiente y el sudor de su cuerpo hacía que se le pegara la blusa contra el pecho.  La sensualidad de la escena se magnificaba por acción de sus pezones que grandes y duros se marcaban bajo la tela. Me consta de que ella adivinó mis pensamientos al pillarme fijamente observando ese par de maravillas desde la puerta pero lejos de asustarse o de cortarse, me sonrió.
“¡Dios! ¡La tumbaría sobre la mesa!” me dije tratando de retener mis instintos.
Fue la esposa de Alberto quien tuvo que romper el silencio incómodo que se instaló entre nosotros, pidiéndome que me sentara a la mesa. Desde mi silla contemplé a esa mujer, servirme la sopa mientras dejaba que mis ojos se recrearan nuevamente en su escote. Os juro que si llego a tener el valor que hacía falta, me hubiese lanzado a su cuello pero en vez de ello me tuve que conformar con la cuchara. Sabía que Linda estaba jugando conmigo y que dicho cambio de debía deber a algo y por eso, tanteando el terreno, le comenté que yo también le había echado de menos.
Sentándose a la mesa, se puso a comer sin dejar de tontear conmigo de manera que en el postre, ya sabía que iba a pedirme algo. Primero me contó que su marido estaba de mal en peor y que los médicos le habían desahuciado, para acto seguido explicarme que esa mañana al ir a recoger sus cosas a su antiguo piso, el propietario le avisó que tenía dos meses impagados.
-¿Cuánto es?- pregunté.
-Quince mil pesos- y yendo directamente al grano, me rogó que se los prestara pidiéndome que se lo retuviera de su salario.
-Por eso no te preocupes, ya hallaré el modo de cobrarme- solté como si nada.
Entonces la boba sin pensar en mis palabras me abrazó y me dio un beso en la mejilla, momento que aproveché para darle un buen meneo a su trasero.
-¡Qué haces!- protestó al sentir mis manos recorriendo sus nalgas.
-Tomar un anticipo- dije sin soltarla.
La mujer espantada por mi actitud, se rebeló un poco pero viendo que no avanzaba más allá, dejó que magreara su culo durante un minuto, tras lo cual indignada, salió de la habitación.  Solté una carcajada al verla irse y sacando el dinero de mi cartera, lo dejé encima de la mesa. Había levantado mis cartas y ya no me podría echar atrás. De lo que hiciera esa mujer en una hora, iba a depender no solo que me la pudiera tirar sino incluso mi reputación porque un escándalo haría insoportable mis fines de semana en ese lugar.
Dando tiempo para qué pensará, salí al jardín y mientras lo recorría, comprendí que necesitaba unos mayores cuidados. Al volver a casa, Linda no estaba pero el dinero había desaparecido y temiendo que se hubiese ido definitivamente, entré en su cuarto. Al descubrir su ropa en el armario, sonreí al saber que esa mujer había firmado su sentencia.
¡No tardaría en venir ronroneando hasta mi cama!
Decidido a hacerme con las riendas de su vida, llamé al doctor Heredia, el medico que trataba a Alberto en la clínica. Tras presentarme, me reconoció como el viejo amigo de su paciente e interesándome por él, le pregunté por cómo iba el tratamiento del enfermo.
-Mal- respondió- en este hospital poco podemos hacer. He recomendado a su mujer que se lo lleven a una clínica privada donde puedan darle cuidados paliativos. No va a mejorar pero al menos no seguiría sufriendo.
-Y ¿Qué le ha contestado?.
-La pobre me confesó que no tenía dinero para hacerlo.
-¿Cuánto costaría?- pregunté interesado.
-Unos noventa mil-
La cifra era importante pero afortunadamente no era descabellado y por eso tras pensármelo dos veces, le informé que yo me haría cargo pero que le exigía confidencialidad, nadie debía de saberlo. El médico se quedó extrañado pero viendo que era lo mejor para Alberto, aceptó mi explicación. Haciéndome el buen amigo, justifiqué mi decisión en la amistad que me unía con su paciente. Una vez arreglado ese pequeño pero caro detalle, me tumbé en el sofá del salón y puse la tele.
¡Solo me quedaba esperar!
A las ocho y media de la tarde, Linda llegó hecha una energúmena y nada más soltar el bolso, vino a encararse conmigo:
-¿Quién coño te crees para organizarme la vida?
Se la notaba francamente alterada y por eso esperé que soltara toda clase de improperios de su boca y al terminar, sin dejar de mirar la tele, le respondí:
-¿Te refieres a evitar que tu marido siga sufriendo? ¿Quieres que llame a doctor para retirar mi oferta?
Tal como había previsto, fue incapaz de pedirme tal cosa y con lágrimas en los ojos, me preguntó:
-¿Qué quieres a cambio?
Solté una carcajada y levantándome, fui hacía ella. Me encantó ver como temblaba al conocer de antemano mis intenciones. Ya a su lado, la cogí de la cintura y dándole un beso no deseado, contesté:
-Ya lo sabes.
Destrozada, salió corriendo de la habitación mientras oía desde el pasillo mi risa. Cualquier otro hubiese tomado posesión de su propiedad en ese momento pero yo no. Prefería que con el paso del tiempo, mi víctima se fuera haciendo a la idea, que cuando la tomara ya hubiese asimilado que iba a ser mía.
Como es lógico, Linda se recluyó en su cuarto a llorar durante una hora y solo cuando la llamé para que me pusiera de cenar salió de su encierro. Nada mas verla, no me costó reconocer su completa claudicación porque sacando valor quiso mostrarme que su desprecio, saliendo completamente desnuda.
Su descaro me hizo acercarme a ella y cogiendo uno de sus pechos entre mis manos, le pregunté:
-¿Cuántas veces te has tocado esta tarde imaginándote que te poseía?
-¡Ninguna!- contestó sin retirarse pero con un gesto de asco en su cara.
Encantado `por su rebeldía le cogí de la barbilla y la obligué a mirar la mueca burlesca que se dibujaba en mi cara.
-¿Te he dicho alguna vez que eres una putita muy bonita?
Sin hacer caso a mi insulto, se me quedó mirando con desprecio.
-¡Dejaré que me tomes con la condición de que ayudes a Alberto!.
Parecía tener todavía ganas de enfrentarse conmigo y haciendo caso a mis más bajos instintos, llevé uno de sus pezones a mi boca y recorrí con mi lengua todos sus bordes.
-Mi querida Linda, ¿Quién iba a suponer que tenías estas maravillas escondidas?
Tratando de evitar que la tomara, me preguntó si no le había llamado para que me sirviera de cenar pero entonces yo ya estaba excitado y cogiéndola entre mis brazos, la llevé hasta mi cama.
Asustada por lo que se le venía encima, me pidió que no le hiciera daño. Una carcajada fue mi respuesta y obligándola a separar sus rodillas,  me quedé mirando su coño. Llorando de rabia, la rubia vio que me sentaba a su lado en el colchón. Aunque era consciente de lo que iba a pasar, no pudo reprimir un gemido cuando pasé mi mano por uno de sus muslos.
Temblando de miedo, tuvo que soportar que mis dedos recorrieran toda su piel mientras le miraba a sus ojos, en busca de alguna reacción. Manteniéndose impávida, soportó mis caricias sin hacer ningún gesto. Al notar que pellizcaba uno de sus pezones, sacó fuerzas de la desesperación y con voz seca, me soltó:
-Desgraciado, hazlo rápido.
Inclinándome sobre su cara, lamí sus mejillas y forzando su boca, introduje mi lengua en su interior. La ausencia de respuesta de la muchacha me enervó y agarrándola del pelo, susurré a su oído:
-Mañana, me pedirás que te vuelva a tomar. ¡Zorrita mía!
Acto seguido y obviando sus lloros, descendí por su cuello y recreándome en su pecho, mordisqueé  nuevamente esos pezones que me traían obsesionado. Para entonces aunque nunca lo reconocerá, el calor había invadido sus mejillas y sus lamentos se habían atenuado. Comprendiendo que debía mostrarle quien mandaba, pellizqué su aureola con dureza, consiguiendo que de su garganta saliera un alarido.
-¡Por favor! ¡No me hagas daño!
-Hare lo que me venga en gana porque eres una puta y ¡Te he comprado!
Incapaz de aceptar que era verdad, separó su mirada de mí y se concentró en el techo para evitar la mía. Viendo su reacción, no me importó y agachándome entre sus piernas, saqué mi lengua y con ella, recogí un poco de flujo de su sexo. Al sentir la húmeda caricia en su vulva, cerró los puños mientras dos lagrimones caían por sus mejillas.
-¡No!- musitó calladamente al notar que me había apoderado de su clítoris.
Su lamento se intensificó al percibir que su cuerpo no era inmune a mis caricias y cuando me le metí un dedo dentro de su cueva, tuvo que reprimir un gemido para que no me diera cuenta que le estaba empezando a gustar ese insano trato.
-¿Te gusta? ¡Verdad!
-¡¡¡No!!!-  chilló con todas sus fuerzas.
Reanudando mis maniobras, le introduje el segundo. La respiración de la rubia se hizo entrecortada al notarlo. Decidido a conseguir su rendición, lentamente empecé a sacarlos y a meterlos mientras mi boca se ocupaba de su botón.
-Hazlo ya y déjame.
Muerto de risa, llevé mi mano hasta su boca y abriendo sus labios le obligué a que lamiera su propio flujo mientras le decía:
-Eres una guarra y como tal estás empapada. Lo puedes negar de boquilla pero tu coño dice que estás excitada.
Sin poder negar lo evidente, intentó morderme. Como lo preveía, no consiguió su objetivo y lanzándola contra el colchón, le solté una bofetada.
-¿Quieres que sea violento?- pregunté y levantándome de la cama, fui a su cuarto a por su consolador.
Una vez de vuelta, le mostré lo que traía en las manos, diciendo:
-¿Reconoces tu juguete? ¿Crees que no sé qué te masturbas pensando en mí?
Aunque fue un farol, en sus ojos descubrí que había acertado y ya convencido de lo que estaba haciendo, le obligué a abrir su boca.
-Chúpalo y no te hagas la estrecha.
Habiendo sido  descubierta, Linda no pudo hacer otra cosa que abrir la boca y obedecer. Ni que decir tiene que me encantó verla lamiendo ese falo de plástico mientras yo inmortalizaba ese instante con la cámara de mi celular.
-He pensado en mandar imprimir esta foto y ponerla en mitad del salón- le solté al dejar el teléfono sobre la mesilla.
-No lo hagas por favor. Todo el mundo sabrá que soy tu puta- dijo sin percatarse de su significado.
Aunque no se hubiese dado cuenta, la rubia ya asumía su condición y solo pedía que fuera algo entre nosotros. Para recompensarla, le cogí el aparato y encendiéndolo, se lo metí hasta el fondo de su coño. Al sentir la vibración en sus entrañas, la esposa de mi amigo pegó un gemido que no tardé en interpretar como el primero de placer.
-¡Por favor!- protestó suavemente mientras sus caderas la traicionaban, meciéndose al ritmo de mi muñeca.
Su calentura era evidente pero tratando de profundizar en su sumisión, no dije nada y seguí penetrando su cuerpo con el consolador.
-Estás cachonda, ¡Zorrita mía!- susurré en su oído- No tardarás en correrte-
Asumiendo que su rendición no iba a tardar, la besé forzando su boca.
-Reconócelo, Putita. Dime que te gusta que te trate así.
-¡Nunca!- aulló mientras su cuerpo temblaba al ir siendo sometido por las sensaciones que surgían de su entrepierna.
Sacando el aparato de su sexo, lo sustituí con  mi lengua y recorriendo con ella su cueva, la encontré ya totalmente anegada. Por mi experiencia, supe que Linda iba a correrse y por eso, levantando mi mirada, le ordené que se corriera.
Su orgullo la hizo negarlo pero su voz ya sonaba apagada.
-Hazlo, zorrita mía. ¡Córrete para mí!
Linda estaba tan caliente que no pudo articular palabra y retorciéndose sobre la sábana, negó lo evidente aunque en su mente reinaba la confusión. La mujer sabía que la estaba volviendo loca pero seguía siendo incapaz de reconocerlo.
-No me hagas enfadar. Córrete ya.
En ese momento, Linda no pudo más y levantando su cadera, no solo colaboró conmigo sino que incluso se incrustó aún más el consolador. Su orgasmo fue brutal, mordiéndose los labios para no gritar, se retorció en silencio mientras el placer inundaba su cuerpo. Sabiendo que lo había conseguido, aceleré el ritmo con el que metía y sacaba el aparato con la intención de prolongar su clímax.
-Ves cómo eres una putita obediente- dije en su oreja sin dejar de apuñalar su sexo.
Llorando a moco tendido, unió un orgasmo con el siguiente mientras yo me reía en su cara por lo fácil que me había resultado.
-Sigue, ¡Por favor!- olvidándose de mi burla al estar dominada por la pasión.
Al oírla comprendí que había conseguido mi meta y bajándome de la cama, la dejé sola en el cuarto. Desde el pasillo oí sus lloros porque al cesar su excitación, volvió con más fuerza su vergüenza. No solo se había entregado a mí sino que encima ¡Había disfrutado!.
Al cabo de cinco minutos, bajó al salón donde yo estaba poniéndome una copa y con voz temblorosa, me preguntó si me ponía ya la mesa.
-Perfecto. Tengo hambre- contesté siguiéndola hasta el comedor.
La cena:
Satisfecho de cómo se iban desarrollando los acontecimientos, me senté en la mesa mientras mi empleada-puta-amante iba a prepararme la cena. Con mi copa en la mano, me quedé pensando en cómo iba a aprovecharme de mi nueva adquisición y por eso estaba sonriendo cuando Linda llegó con la comida.
Estaba preciosa vestida únicamente con un mandil, sus enormes pechos sobresalían a ambos lados de la tela dándole una sensualidad difícil de soportar. Teniendo todo el tiempo del mundo para someterla, decidí primero comer y luego recrearme con ella. Estaba apurando mi copa, cuando la rubia llegó y al ir a poner el plato en la mesa, se le cayó encima de mí. Supe que lo había hecho a propósito al ver una sonrisa en su cara.
“¡Será cabrona!” pensé.
Sin hacer aspavientos y sentado, separé mi silla y le dije:
-Límpialo con tu boca.
La muchacha no respondió lo suficientemente rápido y tirándole de la melena, le obligué a agacharse entre mis piernas.
-Limpia tu estropicio.
La serena violencia con la que reaccioné la sacó de sus casillas y a voz en grito, se negó a cumplir mis órdenes.
-¡Tú lo has querido!- dije levantándome de la silla y valiéndome de su negativa, decidí usarla para hacer algo que deseaba desde que vi su culo en la ducha. Iba a castigarla rompiéndole ese maravilloso pandero.
Linda no lo vio venir. Todavía conservaba su sonrisa cuando la levanté del suelo pero al girarla y ponerla de pompas contra la mesa, comprendió lo que le iba a suceder:
-No, ¡Por ahí! ¡No!- chilló muerta de miedo.
Mientras la retenía de la cintura con una mano, usé la otra para desprenderme del pantalón y bajarme los pantalones. Mi miembro que ya estaba excitado desde antes, salió totalmente erecto de su encierro y dándole gustó, presioné con él la hendidura de sus cachetes.
Asustada por el tamaño del miembro que rozaba la raja de su culo, Linda empezó a chillar rogándome que no la sodomizara pero obviando sus lamentos, pasé mi mano por su coño en busca de flujo. Al notar en seguida que estaba seco, decidí que eso no iba a ser suficiente para hacerme cambiar de opinión y separando sus dos nalgas, escupí sobre su esfínter.
Mi empleada intentó escapar al sentir mi baba pero reteniéndola con dureza, puse mi glande en su entrada. La cara de terror de la mujer me confirmó que era virgen por ese agujero y recreándome en sus miedos, le solté:
-Puedes gritar: ¡Cuánto más grites mejor!
¡Y vaya si gritó!. Al sentir mi verga rompiendo la resistencia de su ano, sus ojos se abrieron como platos y de su garganta salió un alarido, en consonancia con el desgarrador dolor que le causó mi intrusión:
-Por favor, ¡Para! ¡Me duele horrores!
Sin ceder a sus ruegos, centímetro a centímetro, fui clavando mi estoque en su trasero. La lenta embestida no la permitía ni respirar y cerrando sus puños intentó no cerrar su  orificio pero le resultó imposible.
-¡No!- chilló golpeando la mesa.
Su sufrimiento me dio alas y al sentir que la base de mi falo, golpeaba contra sus cachetes, comencé un doloroso vaivén con mi cuerpo. El dolor se fue incrementando y la esposa de mi amigo en un vano intento de aguantarlo, cogió una servilleta y metiéndola en la boca, la mordió. Su intento de no gritar fue en vano porque entonces presioné con todas mis fuerzas mis caderas y se la enterré hasta el fondo.
-¡¡¡Ahhhhhh!!!-
Su alarido debió de oírse a cuadras a la redonda y con muy mala leche, susurré a su oído:
-A lo mejor hasta tu marido lo ha oído-
Que mencionara al enfermo, la enervó y sacando una entereza de donde no había, contestó llorando:
-¡A Alberto no le metas en esto!
Profundizando en la herida, volví a forzar con violencia su maltrecho trasero y me reí de su desgracia diciendo:
-Él es el culpable de que me hayas regalado tu culo.
Linda no tuvo fuerzas para contestarme, bastante tenía con acostumbrarse a sentir mi grosor desgarrando su esfínter y con soportar el inexpresable sufrimiento que ello la ocasionaba.  Su inacción me permitió agarrarla de las nalgas y comenzar una serie de penetraciones tan furiosas y rápidas que le hicieron rebotar contra la mesa.
-¿Te parece suficiente castigo o quieres más?
La rubia se agarraba al mantel para evitar el intenso zarandeo mientras su ano le ardía como si lo estuviera acuchillando con un puñal. Desgraciadamente y aunque me apetecía seguir sodomizando a esa mujer, la calentura acumulada durante toda la tarde, me hizo llegar al orgasmo con demasiada precocidad. Por eso al sentir que estaba a punto de explotar, la cogí de los hombros y jalando hacía mí, descargué mi simiente dentro de sus intestinos.  El suspiro que salió de sus gargantas al notar como se iba llenando su conducto, me hizo sonreír. Una vez había terminado de eyacular, retiré mi miembro y observé con detenimiento los desgarros que le había producido y a mi semen saliendo de su interior.
Hurgando en la humillación que sentía, la dejé sola y desde la puerta, le ordené:
-Vete a limpiarte, ¡En media hora te quiero en mi cama!

Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 16. Un nuevo Hogar.” (POR ALEX BLAME)

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CUARTA PARTE: REDENCIÓN

Capítulo 16: Un nuevo hogar.

Mientras era transportado en el ambulancia Hércules estaba totalmente confundido. Ya se había hecho a la idea de que iba pasarse el resto de su vida intentado mantener su culo a salvo y ahora estaba en el interior de una ambulancia camino de no sabía dónde, en manos de no sabía quién.

Por un momento intentó razonar con el juez, aduciendo que estaba perfectamente cuerdo, pero el juez se había mostrado inflexible y había decidido que el mejor lugar para él era el psiquiátrico. Así que igual que habría aceptado la decisión de mandarle el resto de su vida a la trena, tendría que aceptar la decisión de recluirle en un psiquiátrico aunque sabía perfectamente que a su cerebro no le pasaba nada.

Y por otra parte estaba esa psicóloga que había intervenido en el último momento para salvarle de la cárcel. Todo muy sospechoso. Por un momento pensó que podrían haber sido sus madres, pero tras pensarlo más detenidamente llegó a la conclusión de que el único capaz de hacer una cosa así era su abuelo…

La furgoneta se detuvo bruscamente sacándole de sus pensamientos. Unos segundos después arrancó de nuevo y circuló un par de minutos por una pista de gravilla hasta detenerse definitivamente.

Las puertas traseras se abrieron y los dos hombres le sacaron aun atado a la camilla. Fuera, le esperaba Afrodita con una sonrisa provocadora y los ojos ligeramente achicados como si estuviese guardándose un as en la manga.

—Bienvenido a La Alameda. —dijo Afrodita haciendo señas a los hombres para que soltasen las correas que le ataban a la cama—Y vosotros quitaros esos estúpidos disfraces.

—¿Pero qué demonios? —preguntó Hércules— ¿Qué clase de institución es está?

Durante un segundo ignoró a la mujer y miró a su alrededor. Se encontraba en una especie de glorieta que daba acceso a un majestuoso edificio de piedra de finales del siglo dieciocho. Afrodita se adelantó y sin decir nada le guio hasta la entrada. La puerta dio paso a un gigantesco recibidor de mármol con una enorme escalinata en el fondo. Hércules siguió el vaivén de las caderas de la mujer y las hermosas piernas que asomaban por el escueto vestido, buscando por todos lados los pacientes y los empleados que se suponía debían pulular por todos los rincones del edificio.

Una vez en el primer piso, avanzaron por un pasillo cuyas paredes estaban cubiertas de tapices que representaban antiguas batallas hasta que finalmente abrió una puerta y le hizo pasar.

De repente se encontró en una acogedora sala cubierta de madera de caoba y espesas alfombras, con un alegre fuego chisporroteando en una chimenea.

Afrodita se acercó a un sillón orejero y se sentó frente a las llamas. El resplandor del fuego le daba un atractivo color dorado a la tez de la mujer.

Hércules se sentó en otro sofá frente a ella sin esperar a ser invitado y observó como afrodita cruzaba las piernas lentamente antes de empezar a hablar:

—Se que estás confundido y que no esperabas que los acontecimientos se desarrollasen de esta manera, pero tanto yo, como la organización a la que pertenezco, opinamos que pasar el resto de la vida en la cárcel no sería lo mejor para ti y tampoco redundaría en ningún beneficio para la sociedad.

—Debo pagar por lo que hice. —dijo Hércules.

—Lo sé perfectamente, pero nuestra organización te ha estado observando y opina que serías mucho más útil al país poniéndote a nuestro servicio.

—¿No temes que vuelva a “perder el control”, dejarme llevar por mi síndrome disociativo y os mate a todos? —preguntó Hércules con ironía.

—Sé perfectamente porque hiciste todo aquello y la mejor forma de purgar todos los delitos que has cometido es salvar todas las vidas de que seas capaz para compensar las que has destruido. —dijo la mujer— Nuestra organización se encarga de proteger a personas importantes para este país de una forma discreta, desde la sombra.

—No sé, quizás tengas razón o quizás deba volver ante el juez y suplicar que me encierre en la cárcel. Además ¿Qué es exactamente la Organización? ¿Una especie de ONG?

—Veamos, —respondió Afrodita juntando los dedos de las manos, unos dedos largos y finos rematados por unas uñas largas pintadas de negro— ¿Cómo puedo explicártelo para que lo entiendas? Nuestra organización, La Organización, es una empresa privada que hace ciertos trabajos para el gobierno, trabajos importantes, pero en los que el gobierno no se quiere ver implicado por ciertas razones.

—¿Porque son ilegales?

—Ilegales no, más bien alegales.

—Perdona pero no te entiendo —dijo Hércules insatisfecho por la respuesta.

—Imagina que alguien importante para el gobierno está amenazado, pero no hay ninguna prueba o hay pruebas vagas de ello o se necesita que cierto mensaje u objeto en poder de un ciudadano extranjero sea interceptado de forma que el gobierno pueda negar toda implicación.

—Parece un trabajo un poco abstracto…

—Y peligroso. —dijo ella— Por eso necesitamos a hombres como tú con talentos especiales.

—¿Qué tengo yo de especial? —preguntó Hércules tratando de hacerse el tonto.

—Vamos no me hagas ponerte el video de las duchas. Eres más rápido y fuerte que cualquier otro ser mortal que habita la faz de la tierra. Eres el hombre perfecto para este tipo de trabajos y te necesitamos. —respondió Afrodita con la típica mirada de “tú a mí no me la pegas”.

—Bien creo que es suficiente por hoy. Mañana empezarás tu entrenamiento. —dijo la mujer levantándose y precediéndole fuera de la estancia— Lucius te llevará a tus aposentos.

Le asignaron una enorme habitación de techos altos con una cama con dosel, un pesado escritorio de caoba y un armario empotrado donde descubrió una docena de trajes negros de Armani totalmente idénticos.

Tras curiosear un rato, alguien llamó suavemente a la puerta, era Lucius de nuevo informándole de que la cena estaba servida. Como no tenía otra cosa para vestirse se puso uno de los trajes y lo siguió a un enorme comedor dónde una docena de personas, con un anciano de larga barba blanca ocupaba la cabecera de la mesa.

—¿Quién es Dumbledore? —preguntó Hércules sentándose al lado de una Afrodita que había cambiado el espectacular conjunto con el que le había raptado del juzgado por una blusa blanca y una sencilla minifalda de seda negra.

—Es el director de La Organización. Hieronimus.

—Vaya, ¿Todos los miembros de la organización tienen nombres que riman?

—No seas idiota…

La velada transcurrió lenta y silenciosa. Según le dijo Afrodita, el director apenas hablaba y se limitaba a repartir las misiones. Ella misma se encargaría de su entrenamiento y le transmitiría las órdenes de Hieronimus.

Tras la cena todos los presentes se retiraron y Hércules quedó a solas con el anciano. Este fue escueto, solo le dijo que cumpliese con cabeza las misiones que le adjudicase y que recordase que representaba a La Organización en todo momento y por tanto debía de comportarse siempre honorablemente y nunca volver a tomarse la justicia por su mano.

Tras indicarle que debía tomarse el entrenamiento en serio le dio permiso para retirarse.

Subió la escalera en dirección a la habitación cuando la y luz el sonido de una voz tarareando una extraña melodía que se filtraban por una puerta entreabierta llamaron su atención.

La curiosidad pudo con él y se asomó por la estrecha rendija. Desde allí podía ver una enorme habitación decorada de una manera bastante extraña como si fuese una antigua casa griega o romana. Sentada en el borde del lecho y frente a un espejo de plata estaba Afrodita. Ignorante de que estaba siendo espiada se quitó las horquillas que mantenían el apretado moño en su sitio y dejó caer una cascada de pelo rubio y brillante que bajaba en suaves ondas hasta el final de su espalda.

Con un suspiro echó mano a su blusa y se soltó los tres botones superiores. Con un gesto descuidado metió una mano por la abertura y se acaricio distraídamente el hueco entre los pechos.

Hércules observó hipnotizado como la mujer apartaba las manos de su busto y se levantaba para ponerse frente al enorme espejo. Con lentitud siguió abriendo la blusa poco a poco hasta que estuvo totalmente desabotonada.

Sus pechos eran grandes y pesados y estaban aprisionados por un sujetador blanco semitransparente con algunos toques de pedrería. Afrodita se quitó la blusa y se cogió los pechos juntándolos, elevándolos y pellizcándose ligeramente los pezones a través del fino tejido del sostén. Hércules trago saliva mientras observaba como los pezones crecían hasta formar dos pequeñas protuberancias en la suave seda que los cubría.

Desplazó su vista hacia abajo y observó la minifalda con la que se había presentado en la cena, que perfilaba un culo no muy grande, pero redondo y firme como una roca. Del extremo de la falda asomaban unos muslos y unas piernas que solo eran superados en elegancia y esbeltez por los de Akanke.

El recuerdo de su amante le hizo sentirse a Hércules un mirón y un gilipollas, pero la belleza y la sensualidad de aquella mujer hacían que no pudiese despegar los ojos de ella.

Afrodita agarró la falda y se inclinó para bajársela poco a poco y mostrarle involuntariamente a Hércules que el sujetador iba en conjunto con una braguita del mismo color y un liguero salpicado de bisutería que estaba unido unas medias blancas con una costura negra que recorría la parte posterior de las piernas.

La psicóloga acompaño el descenso de la falda hasta que esta cayó al suelo. Su piel, tersa y brillante, resplandecía a la luz de la luna como nada que hubiese visto en su vida. Hércules se dio cuenta de que había dejado de respirar y se obligó a controlarse aunque no fue capaz de apartar la mirada de aquella extraordinaria visión.

Afrodita se giró para mirarse la espalda y el apetitoso culo proporcionándole una perfecta panorámica de su cuerpo.

Tuvo que agarrar con fuerza el marco de la puerta para no lanzarse sobre ella cuando, tarareando el “More Than Words” de Extreme se quitó el sujetador. Los enormes pechos de la mujer se quedaron altos y tiesos, desafiando a la gravedad a pesar de su tamaño, con los pezones erectos y apetecibles como la fruta prohibida del paraíso.

Hércules se deleitó en aquellos dos jugosos y pálidos melones, recorrió las finas venas azules que destacaban en la pálida piel de la mujer y deseó ser las manos que los acariciaban. Sin dejar de canturrear la joven apoyó una de las piernas en un taburete y delicadamente fue soltando las presillas del liguero para a continuación arrastrar las medias hacia abajo y quitárselas, acariciándose las piernas con suavidad.

El zapato de tacón voló por la habitación y la joven terminó de quitarse la media. ¿Es que aquella mujer no tenía defectos? Hasta los pies eran pequeños, delicados y exquisitamente proporcionados.

Cuando terminó con la otra pierna y se hubo quitado el liguero, se incorporó de nuevo y volvió a observarse al espejo. La sonrisa de satisfacción y orgullo al observar su cuerpo en el espejo era inequívoca. Con un último tirón se saco el minúsculo tanga y lo dejó caer a sus pies, quedando totalmente desnuda.

Su pubis estaba totalmente rasurado, sin una sola mácula. Hércules observó la delicada raja que asomaba entre sus piernas. Tras inspeccionarse el cuerpo a conciencia, Afrodita se inclinó sobre un pequeño aparador, se sacó una crema hidratante y comenzó a aplicarse una generosa dosis por todo su cuerpo. Con una sonrisa de placer la mujer se aplicó detenidamente la crema, acariciando y amasando pechos, vientre, culo y pantorrillas, dejando el pubis para el final.

Con toda la piel brillando a la suave luz de la luna se sentó de nuevo sobre la cama con las piernas abiertas y comenzó a aplicarse la crema sobre sus partes íntimas soltando leves suspiros de placer.

Hércules se levantó empalmado como un duque, incapaz de tomar una decisión. Afortunadamente o no, un ruido de pasos se aproximó en ese momento por el pasillo y le obligó a huir precipitadamente.

Afrodita también escuchó el rumor de pasos y con un mohín oyó como Hércules dudaba un instante más y finalmente abandonaba la puerta desde la que le había estado espiando. Con un resoplido metió de nuevo sus dedos entre las piernas, no eran lo mismo que la polla de un hombre fuerte y atractivo, pero por ahora tendría que conformarse con masturbarse e imaginar que aquellos dedos eran los de su hermano haciéndole el amor.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO: TEXTOS EDUCATIVOS

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR :
alexblame@gmx.es

Relato erótico: “De perra en celo a ser una cachorrita a mi servicio 2” (POR GOLFO Y ELENA)

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Este y todos los relatos de esta serie que están por venir consisten en las vivencias reales de Elena, una pelirroja con mucho morbo que me ha pedido ayuda para plasmarlas en relatos. Si quereís contactar con la co-autora podéis hacerlo a su email:  pelirroja.con.curvas@gmail.com.

También quiero aclararos que, aunque no son fotos de ella, lo creáis o no la modelo se parece mucho a Elena. Solo deciros que en persona sus tetas y su cuerpo son todavía más impresionantes.

Capítulo 3

Mi apartamento lejos de resultarme un remanso de paz donde olvidarme de lo que había sucedido, sus paredes me parecieron parte del problema. Nada más llegar, me quité la corbata y salí a tomarme unas copas que me sirvieran como anestesia para que el alcohol ocultara mi sonrojo.
Cómo perro apaleado, me dirigí al bar de siempre. La familiaridad del barman incrementó mi turbación al preguntarme porque llegaba tan acalorado. Incapaz de reconocer hasta donde había llegado mi degradación, me bebí mi copa de un trago y hui de ese lugar.
Sin rumbo fijo recorrí las calles de Madrid hasta que involuntariamente me vi a las puertas de una casa de putas a la que solía acudir con mis amigos. Sobreexcitado debido a la escena de la que había sido testigo, entré en ese lupanar con la esperanza que un polvo me hiciera olvidar lo ocurrido.
Como en otras ocasiones tras los saludos de rigor, la madame me preguntó qué era lo que estaba buscando. Todavía hoy sé que fue instintivo y hasta yo me sorprendí al escuchar mi respuesta:
―Una pelirroja tetona.
Me quedé helado al percatarme de lo que había dicho. Aunque la vergüenza que sentía me impelía a salir por patas, no lo hice y temblando como novicio en esas lides, esperé que desde el interior del putero saliera la puta con la que quería sustituir a la mujer que me tenía obsesionado. Dos whiskies mas tarde apareció por la puerta una preciosa joven, la cual a pesar de su belleza, desde el momento que la vi comprendí que nunca podría sustituir a Elena.
«Es una cría», sentencié molesto porque la que quería olvidar era una hembra hecha, una mujer madura con experiencia.
La fulana debió de advertir mi disgusto porque temiendo que diera por terminada la velada aun antes de empezar, me preguntó si no le gustaba. Me dio ternura su angustia y llevando sus labios a los míos, la besé dulcemente mientras le decía:
―Por nada del mundo me perdería una noche en tu compañía.
Mis palabras azuzaron a la mujer que no queriendo perder a su cliente me empezó a besar. Sus besos matizaron mis suspicacias y con ella entre los brazos, traspasé la puerta que daba acceso a los cuarto. Nada más entrar en su habitación se arrodilló a mis pies con la intención de hacerme una mamada pero como mis intenciones eran otras, me separé de ella y desde la cama, la ordené:
―Desnúdate.
Mi acompañante dejó caer su vestido sobre las sábanas. Aunque en un principio esa chavala no me decía nada, casi me desmayo al ver por primera vez su cuerpo desnudo porque la fortuna me había sonreído y sus pechos se asemejaban en gran medida a los de la mujer que me había llevado allí. Era preciosa, la durísima vida de alterne todavía no había conseguido aminorar ni un ápice su belleza. Sin dejar de mirarla, me quité la chaqueta. Actuando como una experta en su oficio, esa pelirroja suspiró como si realmente sintiera deseo al ver que empezaba a desabrochar los botones de mi camisa.
―Tócate para mí― exigí mientras me quitaba la camisa.
La zorrita no se hizo de rogar y abriendo sus piernas de par en par, se empezó a masturbar sin dejar de observar cómo me deshacía del cinturón. La sensación de saber que, aunque fuera solo durante una hora, era el dueño de los destinos de esa monada, me excitó en demasía y bajándome la bragueta, busqué incrementar la supuesta lujuria de la mujer.
Ella, obedeciendo mis órdenes, llevó una de sus manos a su pecho y lo pellizcó a la par que imprimía a su clítoris una tortura salvaje. Al dejar deslizarse mi pantalón por mi piernas, la mujer dio un paso más en su actuación y chillando hizo como que se corría.
Lo cierto es que me dio igual saber que todo era fingido y más excitado de lo normal, me uní a ella en la cama. La putita creyó que quería poseerla y cogiendo mi pene entre sus manos, intentó que la penetrara pero, separándola de mí, le dije:
―Me apetece otra cosa.
La mirada curiosa de la muchacha me confirmó que tras esa máscara de niña inexperta, se escondía una profesional que le daba igual lo que le hiciera siempre que le pagara pero obviando sus motivos, decidí fantasear yo con que esa mujer realmente me deseaba.
―Estás preciosa.
Mi piropo la confundió al no esperárselo y por eso no puso ningún inconveniente cuando mi boca buscó sus labios mientras con mi mano acariciaba uno de sus pechos. Traicionándola, sus pezones se contrajeron a pesar que era consciente que la excitación de la muchacha brillaba por su ausencia y que por mucho que hiciera iba a ser imposible que en su interior se calentara.
―Necesito ser suya― suspiró con la respiración entrecortada.
A pesar de su hipocresía, la belleza de su cuerpo y su dulce sonrisa, hicieron que mi pene se alzara presionando el interior su entrepierna. Mi erección incrementó su confianza y sabiendo que ya era casi un hecho que me la iba a tirar, me rogó que fuera bueno con ella. Su papel de niña indefensa me satisfizo y empecé a acariciar su cuerpo con dulzura. Durante largos minutos, fui tocando cada una de sus teclas, cada uno de sus puntos eróticos hasta que creí haber conseguido derretirla.
La puta se merecía un óscar o realmente estaba excitada porque tiritando de placer, parecía sumida en la pasión justamente cuando con un grito me imploró que la tomara. Creyéndome a medias sus chillidos, la obligué a ponerse a cuatro patas y me coloqué sobre ella. La pelirroja creyó que había llegado el momento de cumplir pero en vez de penetrarla, acaricié los duros cachetes que formaban su culo e incrementé su turbación a base de suaves besos.
Todo su cuerpo tembló al sentir mi lengua jugando con su trasero pero en vez de gemir presa del deseo, me informó que el sexo anal costaba el doble. Cabreado decidí dejarme de prolegómenos y forzando su ojete, hundí mi pene en su interior.
La zorra gritó al sentir la violencia de mi asalto y temiendo sufrir un desgarro me rogo con lágrimas en los ojos que la dejara acostumbrarse a tenerlo dentro. Por mi parte, no estaba dispuesto a esperar y sin darle tiempo a relajarse comencé a mover con rapidez mis caderas.
―¡Madre mía!― sollozó de dolor al experimentar en sus carnes mi furia. Si hasta entonces se había comportado como una profesional, todo cambio y llorando como una magdalena, me rogó que aminorara el ritmo.
Obviando sus deseos, incluso incrementé el vaivén con el que la estaba sodomizando al tiempo que castigaba con duros azotes las nalgas de la pobre mujer. Nada me podía parar y ya lanzado, apuñalé su interior con mi estoque una y otra vez. La zorra al verse zarandeada de esa manera, se olvidó que yo era un cliente y sintiendo que su cuerpo colapsaba, disfrutó de cada uno de los asaltos de mi pene dándose el lujo de pedirme que no parara.
Dominado por mi faceta dominante, lo que terminó de excitarme fue ver a esa fulana pellizcando sus pezones y sin dejar de machacar su culo, le pregunté:
―¡Te gusta que te folle! ¿Verdad, puta?
―Mientras pagues me encanta ser toda suya― respondió todavía en plan altanera.
Su mercantilismo bajo mi excitación y deseando culminar para que no se fuera de vacío, agarré sus pechos y acelerando el ritmo de mis caderas, forcé su cuerpo hasta límites insospechados.
―¡Eres un bestia pero me gusta!― berreó sin importarla que la estuviera usando sin contemplaciones.
La exclamación de la que consideraba mi propiedad provocó que olvidara cualquier precaución y convirtiendo mi cuerpo en una ametralladora, martilleé con fiereza el ojete de esa mujer. Ella al sentir mis huevos rebotando contra los pliegues de su sexo, me soltó:
―Córrete de una puta vez, mamón.
Curiosamente ese insulto fue el empujón que mi cuerpo necesitaba y agarrándome a sus hombros, regué con mi semen su interior mientras en mi mente era a Elena a la que estaba inseminando.
La puta ni siquiera esperó que descansara y saliendo de la cama, me exigió de malos modos que la pagara. Mientras lo hacía, en plan cabrón le pregunté si le había gustado el tratamiento.
Por vez primera se comportó como un ser humano y sonriendo, me reconoció que sí pero que la próxima vez, la avisara antes para tener su esfínter ya relajado….

Capítulo 4

La visita al putero lejos de calmar la desazón que me producía esa mujer la incrementó y como si fuera una venganza del destino, me pase toda la puñetera noche dando vueltas incapaz de dormir. El recuerdo de la pelirroja dando rienda a su lujuria y el brilló de sus ojos mientras el chaval se la follaba me tenía obsesionado.
«Mierda», maldije al levantar más cansado que al acostarme.
Las manchas de humedad en mis sábanas eran un recordatorio de la excitación que durante todas esas horas había nublado mi mente. Sabía que era un pelele en manos de esa zorra. Aun así después del desayuno y contrariando mi decisión de no acudir al gimnasio, resolví que nada perdía si me acercaba a ver que era con lo que la tal Elena me iba a recibir.
«Quizás desea un polvo», pensé ilusionado.
Por ello zanjando el tema, preparé una mochila con ropa de deporte y salí rumbo a la oficina. Mi sentimiento de humillación por ser incapaz de olvidarla se fue incrementando con el paso de las horas pero se volvió insoportable al recibir sobre las dos de la tarde, la visita del portero.
Como apenas había cruzado unas palabras con ese sujeto, me extrañó que viniera a verme y por ello le recibí con las debidas suspicacias. A pesar de ello, os juro que nunca pensé que me dijera:
―Doña Elena me ha pedido que le informe que bajará sobre y media.
La sensación que iba a ser vox populi mi atracción por esa mujer me hundió en la miseria pero aun así contesté que, allí, la vería.
«Estoy gilipollas», mentalmente mascullé cabreado conmigo mismo mientras el empleado de la finca desaparecía rumbo a su portería.
Una hora más tarde y actuando como un autómata, bajé al vestuario anejo al gim. La ausencia de otros usuarios me tranquilizó. Ya vestido de corto, entré al local y me puse a pedalear sobre una bicicleta estática mientras miraba la puerta con la esperanza y el miedo de verla entrar. Esa dicotomía en la que me había sumergido se rompió en cuanto la escuché caminar por el pasillo.
El taconeo característico que producía con cada paso me alertó de su llegada justo en el momento que dos ejecutivos hacían su aparición en la sala. No tuve que esforzarme para comprender que venían charlando de ella al escuchar que uno de ellos decía:
―¡Qué buena está la zorra!
Y es que obviando mi presencia, ese par se recrearon a gusto hablando de las enormes ubres con las que la naturaleza había dotado a esa pelirroja. Ninguna parte de su cuerpo quedó libre de su escrutinio porque una vez habían acabado con su delantera, fijaron su atención en las gloriosas nalgas de las que era dueña.
―¡Y cómo las mueve!― observó descojonado el más apocado de ellos.
Ese comentario me hizo rememorar el sensual meneo que me había impresionado la primera ocasión en que me topé con ella.
«Son impresionantes», ratifiqué mentalmente cuando como una diva, Elena entró en la sala.
Enfundada en unas mallas que no dejaba lugar a la imaginación y con un coqueto top blanco con tirantes, sonrió a los presentes para acto seguido comenzar a estirar mientras los tres presentes seguía atentos cada uno de sus movimientos. Nuevamente fui consciente de su belleza. A pesar de sus treinta y tantos, ese monumento de cuerpo atlético todo lo que uno puede desear de una mujer.
Guapa hasta decir basta, sus pechos de ensueño cautivaron mi atención y deseé hundir la cara en su canalillo. Al mirar a los otros dos tipos, comprendí que estaban tan embelesados como yo y que no perdían ojo
“¡Quién se la follara!”, exclamé mentalmente al verla agacharse y tocarse la punta de sus zapatillas.
Si su rostro era precioso que os puedo decir de ese culo que voluntariamente exhibía con descaro a nosotros tres. Para describirlo tendría que gastar todos los seudónimos de exuberante y aun así me quedaría corto. Era sencillamente espectacular y para colmo, los leggins que llevaba lejos de taparlo, lo hacían aún más atractivo.
Desde mi posición, me quedé absorto disfrutando de los estiramientos de esa mujer. Os parecerá una exageración pero aunque he visto a muchas y he disfrutado de buena cantidad de ellas, ese zorron era lo mejor que había visto. Parecía sacada de un concurso de fitness erótico. Sabedora del atractivo que producía a su paso, se movía cual pantera incrementando el morbo de todos los que la observaban.
«Esta mujer es un peligro», medité ya que al observarla uno solo podía pensar en cuidarla y protegerla.
Mis hormonas estaban ya disparadas cuando habiendo terminado de calentar, el putón que había visto follar en el vagón se puso a correr sobre la banda y al hacerlo sus pechos se balancearon en un movimiento casi hipnótico que estuvo a punto de producirme un desgarro de cuello.
Su modo de correr era tranquilo pero eso no me decepcionó porque todo en esa criatura era impresionante. A cada zancada sus pechos rebotaban suavemente bajo su top, dando a su carrera una sensualidad sin límites. Incapaz de decir nada, seguí mirándola durante diez minutos, manteniendo por mi parte un pedaleo constante.
«Como me gustaría calzármela», certifiqué molesto al llegar a mis papilas el dulce aroma que desprendía.
No sé cuál era el perfume que llevaba pero, para mí en esos instantes, era un cúmulo de feromonas que me traían como perro en celo.
«¿Qué se propone?» pensé al verla coger una botella de agua y sonreírme con una especie de reto en su gesto.
Su actitud me hizo incrementar mis precauciones y escondiéndome de su mirada, la seguí con los ojos mientras se acercaba a la pareja. Reconozco que para entonces, la curiosidad había hecho mella en mí por lo que sin ya disimular observé que se paraba frente a ellos y llevaba la botella a sus labios.
«No me lo puedo creer», mascullé interiormente cuando observé que en vez de beber, esa zorra lo que estaba haciendo era dejar mojar el top blanco.
Si yo estaba alucinado, más lo estaban los sujetos que ajenos a lo puta que podía llegar a ser esa mujer, admiraban embobados como la tela empapada comenzaba a transparentarse dejándoles disfrutar del rosado de sus areolas. Siendo ya el centro de las miradas, esa exhibicionista dio un paso más allá al quejarse de la temperatura que hacía mientras con descaro se acariciaba los pechos.
El impudor con el que esa pelirroja les estaba provocando azuzó a uno de los tipos a decir:
―Si tienes tanto calor, por nosotros no hay problema si te quitas la ropa.
Su respuesta me terminó de descolocar y es que soltando una carcajada, esa guarra dejó caer uno de sus tirantes mientras decía:
―Gracias por vuestra comprensión. No sé qué me ocurre pero estoy súper acalorada.
No contenta con quitarse el top con un sensual striptease, al dejarlo caer cogió sus enormes tetas entre las manos y como si fuera un trofeo, las mostró a la concurrencia.
«Lleva un piercing», murmuré al fijarme que su pezón derecho lucía un aro curvado que me hizo la boca agua.
Todavía no me había repuesto de la sorpresa cuando vi como el más joven de los dos se acercaba a Elena y atrayéndola hacia él, la empezaba a besar mientras con las manos se apoderaba de su culo.
―Me encanta― rugió la pelirroja al sentir que bajando por su cuello, el tipo se apoderaba de uno de sus botones y se lo empezaba a morder.
Os imaginareis mi estupefacción cuando el segundo se unió al banquete sin importarle mi presencia y mientras sus dos tetorras estaban siendo objeto de manoseos, la pelirroja me retaba con la mirada. Creyendo que me invitaba tambien a mí, me bajé de la bicicleta con intención de disfrutar de ella pero entonces esa puta me dejó claro que no lo deseaba al decir en voz alta:
―Me pone cachonda que alguien mire mientras me follan.
Por sus palabras había vetado mi participación pero no así mi presencia y sentándome en un banco a un metro escaso de los tres observé como le bajaban las mallas mientras esa guarra no paraba de gemir. No estoy muy orgulloso de mi actitud pero creo que disculpareis que me haya quedado allí, en cuanto os narre como la escena se fue calentando y es que mientras esos dos la desnudaban ella se agachó frente al menos osado y sin esperar su permiso, sacó el miembro erecto que escondía bajo el short.
«¡No me lo puede creer!», dije para mí al admirar la maestría con la que esa zorra lamía la extensión del ejecutivo mientras su compañera se hacía fuerte mordiéndole las nalgas.
Lo morboso de la escena, me dominó y solo la vergüenza que luego esos dos comentaran lo sucedido evitó que sacara mi propio miembro y me empezara a masturbar.
«¡Puta madre!», exclamé mentalmente cuando la pelirroja permitió con una sonrisa que el que tenía a su espalda la pusiera a cuatro patas y comenzara a jugar con su pene en su trasero, «¡la va a dar por culo!
Tal y como preví, el hombre uso su estoque para forzar el ojete y de un solo empujón se lo clavó hasta el fondo al tiempo que el otro agarraba la cabeza de la mujer y su falo hasta el fondo de su garganta. Los berridos de satisfacción con los que recibió tal tratamiento incrementó de sobremanera mi excitación y juro que de no estar paralizado por el miedo al rechazo, hubiera ido hasta ella y sacando ese invasor de su culo, lo hubiera sustituido por mi pene.
La pasión con la que esa pareja satisfacía su lujuria con Elena impulsó aún más si cabe su propia lujuria y sin importarle el ser oída por todo el edificio a berrear de placer mientras desde mi asiento, yo seguía dudando si sacar mi pene de su encierro.
―Pajéate para que yo lo vea― dijo la pelirroja con sus ojos fijos en mi entrepierna.
Estuve a un tris de hacerla caso pero la mirada de odio que me lanzó uno de los tipos, me sacó de las casillas y olvidando esa actitud sumisa, decidí pasar a la acción diciendo:
―A esta puta le gusta que la azoten.
Mis palabras no cayeron en saco roto y el mismo que me había taladrado con la mirada, agradeció la información y alzando su mano, soltó un sonoro azote sobre uno de los glúteos de la pelirroja. La reacción de Elena, aun siendo previsible, me sorprendió porque soltando un aullido aceleró la velocidad de sus caderas, al tiempo que profundizaba en la mamada que le daba al otro.
―Rómpele el culo sin miramientos― exhorté en plan hijo de puta.
El sonido de las manazas del ejecutivo cayendo sobre el culo de la mujer resonaron en el gimnasio siguiendo el ritmo con el que la sodomizaba. La pelirroja que hasta entonces había llevado la iniciativa se convirtió en una marioneta de sus amantes, los cuales descanso disfrutaron de su boca y de su culo hasta que uno descargó su simiente dentro de la garganta de la que ya estaba indefensa. Entonces y solo entonces, el otro sacando su verga del interior de los intestinos de ese zorrón, se la empezó a menear frente a ella y uniéndose a su compañero, eyaculó sobre sus mejillas mientras la mujer era presa de un brutal orgasmo.
Usando una autoridad que nadie me había dado, exigí a esa desdichada que no desperdiciara ni una gota de la lefa que la estaban regalando y ella al oírme, con una diligencia que me alucinó, me obedeció mientras su cuerpo era sacudido nuevamente por el placer.
Los sujetos debieron creer que yo era algo de ella porque se retiraron sin decir nada cuando cogiendo su melena, la arrastré hasta donde mi sitio y sentándome nuevamente, la ordené:
―Ya has jugado bastante, es hora que satisfagas a un verdadero hombre.
Una vez a mi lado, le ordené que me hiciera una mamada. Sumisamente, se agachó y liberando mi miembro de su encierro, abrió los labios para a continuación írselo introduciendo sin rechistar como había hecho antes con el otro tipo. Pero esta vez le exigí que usara solo su boca.
No sé si fue mi tono duro y dominante pero si antes me había dejado asombrado su maestría, en ese momento me alucinó aún más que su pericia, la sumisión que mostró mientras se embutía mi glande hasta el fondo de su garganta.
―Así me gusta, que seas todavía más puta conmigo― recalqué satisfecho al comprobar que dos lágrimas recorrían sus mejillas.
Mis palabras la hicieron reaccionar y sacando mi falo de su boca, me insultó mientras intentaba huir pero adelantándome a ella, me puse a su espalda y aprovechando que tenía mi pene erecto, de un solo empujón se lo metí hasta el fondo de su vagina.
―¡No!, ¡Por favor!― gimió al sentir su conducto violado.
Sin apiadarme de ella, forcé el único agujero que no había usado esa tarde a base de brutales embestidas mientras mis manos pellizcaban sus pezones con crueldad. Indefensa, Elena tuvo que soportar que al darse por vencida y dejarse de mover, mis manos azotaran su trasero diciéndole:
―¿No es esto lo que venías buscando?―
Llorando como una magdalena, me reconoció que así era. Su confesión me sirvió de acicate y mientras el dolor y la humillación de la muchacha iban mutando en placer, seguí machacando con furia su sexo. No tardé en asumir que estaba cerca su claudicación al sentir que una gran humedad anegaba su coño.
Con su vagina encharcada por el flujo, su placer se desbordó por sus piernas, dejando un charco bajo sus pies. Pero lo que realmente me reveló que esa mujer estaba a punto de correrse fue el movimiento de sus caderas. Olvidando que era yo quien la estaba violando, la pelirroja forzó su sexo hacia adelante y hacia atrás, empalándose en mi miembro mientras sollozaba su entrega .
―Tienes prohibido correrte― ordené mientras me afianzaba en sus hombros con mis manos y reiniciaba un galope endiablado.
Esa nueva postura hizo que mi pene chocara contra su útero y ella al notar esa presión, la descolocó y ya dominada por la lujuria y aullando como cerda en el matadero, me rogó que la dejara liberar la tensión de su sexo. Ni siquiera la contesté porque abducido por mi papel, en ese momento mi verga explotó en su interior regando con mi semen su fértil vientre. Completamente insatisfecha, Elena se quedó inmóvil consciente que un movimiento más le llevaría al orgasmo. Encantado con la sumisión que demostraba, eyaculé como poseso sobre sus tetas tras lo cual, sin decir nada, saqué mi miembro y la dejé sola tirada en el suelo.
Ya en la puerta, me giré diciendo:
―A partir de hoy, tú y yo jugaremos a diario.
Tras lo cual salí rumbo a mi oficina con una sonrisa en mis labios.

Para contactar con la coautora: pelirroja.con.curvas@gmail.com

Relato erótico: “De perra en celo a ser una cachorrita a mi servicio 3” (POR GOLFO Y ELENA)

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Este y todos los relatos de esta serie que están por venir consisten en las vivencias reales de Elena, una pelirroja con mucho morbo que me ha pedido ayuda para plasmarlas en relatos. Si quereís contactar con la co-autora podéis hacerlo a su email:  pelirroja.con.curvas@gmail.com.

También quiero aclararos que, aunque no son fotos de ella, lo creáis o no la modelo se parece mucho a Elena. Solo deciros que en persona sus tetas y su cuerpo son todavía más impresionantes.

Capítulo 5

Ese polvo rápido cambió la historia. Si antes era un desgraciado suspirando unas migajas, eso había terminado porque desde el momento que había pasado a la acción, esa pelirroja no había podido o querido oponerse a que la tratara como la zorra que era. No solo la había usado oralmente sino que había coronado mi cambio de actitud con una cogida en toda regla donde ella solo fue un instrumento de mi lujuria.
Asumiendo mi nuevo papel, esa tarde ni siquiera la esperé a la salida del trabajo puesto que tenía que organizar un par de cosas para llevar a cabo la meta que me había propuesto y que no era otra que emputecer a Elena hasta que ni siquiera ella se reconociera.
Por ello directamente me fui a un sexshop que conocía. Allí me agencié un surtido de juguetes, los cuales pensaba usar para disfrutar de los encantos de esa mujer. No me importó pagar una cifra descomunal por ellos, ya que me servirían para saciar mi apetito sexual mientras pervertía y envilecía a esa guarra. Con ellos bajo el brazo llegué a casa y al contrario que la noche anterior dormí como un bendito, sin que nada ni nadie perturbaran mi descanso.
Me desperté de buen humor ya que ese día marcaría el comienzo de la reeducación de Elena. Conociendo de primera mano que estaba obsesionada por el sexo, debía canalizar su furor uterino para convertirla en mi esclava particular con la que experimentar mis sucias pasiones.
Ya en mi oficina usé el mismo conducto que ella había utilizado para contactar y llamando al portero de la finca, le pedí que la informara que la esperaba a comer en un restaurante cercano. La elección del local no fue al azar sino que gracias a que conocía al dueño sabía que podía confiar que de ser necesario, podría usar uno de sus salones privados para desahogarme con ella.
A las dos y cinco, estaba sentado a la mesa de un rincón y con una tranquilidad que era difícil de entender, esperé su llegada con una cerveza. Quince minutos más tarde, hizo su aparición. Al verla entrar, reconocí el nerviosismo de sus ojos verdes y divertido con la situación, me levanté a separarle la silla para que se sentara.
―Gracias― dijo coquetamente mientras tomaba asiento.
No me pasó inadvertido viendo su escote que se había desabrochado un botón de más para que me viera obligado a admirar el profundo canalillo que lucía entre sus dos tetas.
«Esta zorra creé que todavía puede manipularme», pensé sin hacer mención a ello. Reservándome, llamé al camarero y le pedí que nos trajera la carta de vinos.
El empleado no tardó en extendérmela y tras una breve revisión, elegí un Rivera reserva de mis favoritos. Elena permaneció callada todo el rato como evaluando sus opciones y sin saber a ciencia cierta, la razón de esa invitación. Dejé que su tensión se incrementara hasta que ya con nuestras copas llenas, sonriendo le pedí que me diera sus bragas.
―¿Qué has dicho?― preguntó sorprendida.
Con la naturalidad que da el saber que uno está al mando, respondí:
―¿Qué esperas a entregarme tu tanga?
Al oírme lo primero que hizo fue mirar a nuestro alrededor para comprobar si alguien de nuestro entorno se había dado cuenta de mi petición y al ver que parecía que nadie se había percatado, en voz baja contestó mientras intentaba levantarse:
―Deja que vaya al baño.
Soltando una carcajada, insistí:
―Quítatela aquí… enfrente de toda esta gente.
Me miró sabiendo que la estaba poniendo a prueba y decidida a no dejarse vencer tan fácilmente, se volvió a sentar en la silla y disimulando poco a poco fue levantando su falda. A pesar del exhibicionismo que me había demostrado, no era lo mismo hacerlo en un sitio donde nadie la conocía que allí y por eso sus mejillas estaban totalmente coloradas cuando con las dos manos se bajó esa prenda. Viendo que tampoco nadie había advertido esa maniobra, con una sonrisa, me la dio en la mano diciendo:
―Eres un cerdo.
―¡No lo sabes tú bien!― respondí mientras observaba ese coqueto tanga de encaje rojo.
Acojonada al comprobar que lo mantenía extendido entre mis manos y que todos los comensales podían adivinar que era de ella, me dediqué a disfrutar de su textura y de su olor.
―Huele a hembra― dije satisfecho― ¿Te has masturbado antes de venir?
Mi pregunta la cogió desprevenida y asumiendo que lo había descubierto por lo húmedo que estaba, no pudo negarlo y bajando su mirada, contestó afirmativamente. Su respuesta ratificó la opinión que tenia de ella y forzando su entrega, le ordené:
―Abre las piernas.
Elena se quedó perpleja al oírme pero venciendo la vergüenza, fue separando sus rodillas sin ser capaz de levantar su mirada del plato. Cubriendo otra etapa de mi plan, esperé que el aire acondicionado del salón recorriese su entrepierna mientras la miraba sonriendo. Que la observase tan fijamente además de incomodarla, la estaba excitando. Sus pezones ya habían hecho su aparición por debajo de su vestido cuando viendo que que se mordía los labios en un vano intento de no demostrar su excitación, busqué sus límites diciendo:
―Tócate para mí.
La pelirroja me fulminó con la mirada pero al comprobar que iba en serio, se puso nerviosa. No tardé en comprobar que la lujuria había vencido a su razón porque con lágrimas en los ojos, metió una de sus manos bajo el mantel y empezó a masturbarse. Aunque su sometimiento me era suficiente, la azucé a darse prisa y mientras liberara su tensión entre tanto comensal, no paré de decirle lo puta que era. Mis insultos lejos de cortar de plano su desazón, la incrementaron y en pocos minutos, fui testigo del modo silencioso en que esa pelirroja se corría.
Todavía estaba sintiendo los últimos estertores de su orgasmo cuando una camarera nos trajo la comida y su presencia evitó que me descojonara de ella nuevamente. La dejé descansar unos minutos, tras los cuales, directamente le comenté que sabía que estaba casada y que tenía una hija pero que en vez de ser un problema, me parecía un aliciente.
―¿Y eso por qué?― preguntó un tanto más tranquila.
Descojonado, contesté:
―Cuando te folle, lo haré pensando en el cornudo de tu marido.
Mi burrada le hizo gracia y en un ambiente ya relajado quiso saber si le tenía algo preparado. Riendo señalé bajo la mesa mientras le decía:
―Solo tu postre.
Increíblemente no le molestó que le insinuara que quería una mamada sino que incluso percibí en su mirada una especie de satisfacción antes de verla desaparecer debajo de la mesa. Lo hizo de una forma tan natural que pasó desapercibida y solo cuando sus manos me bajaron la bragueta, comprendí que esa guarra estaba convencida que había encontrado en mí el complemento ideal a su lujuria y que a partir de ese momento, podía confiar en que nunca se iba a echar atrás por muy pervertidas que fueran mis órdenes.
Confirmando que cumpliría todos mis caprichos, se lo tomó con tranquilidad. Lo primero hizo fue liberar mi miembro de su prisión, para acto seguido explorar todos los recovecos de mi glande. Cuando la tenía ya bien embadurnada con su saliva, ansiosamente, su boca se apoderó de mi extensión mientras sus manos jugueteaban con mis testículos.
Su pericia dificultó de sobremanera que pudiera seguir disimulando y es que a pesar de poner cara de póker, poco a poco la excitación me fue dominando gracias a la húmeda calidez de su boca y al estímulo que sus manos ejercían con la rítmica paja a la que tenía sometida a mi extensión. Si a eso le sumamos que a nuestro alrededor compartían local al menos una veintena de personas, el morbo de poder ser descubierto me terminó de calentar.
«Se ha ganado que le eche un polvo», pensé mientras imaginaba las formas con la que podía hacer uso de ese bello cuerpo, en las posturas y experiencias que podía disfrutar con ella.
Elena aceleró sus maniobras al sentir como mis piernas se tensaban presagiando mi explosión, succionando y mordiéndome el capullo, mientras con sus dedos pellizcaban suavemente mis huevos. Su pericia y dedicación hizo que todo mi cuerpo entrara en ebullición y sin poder aguantar el tipo, derramé mi placer en su boca. La pelirroja al notar las blancas y dulzonas andanadas contra su paladar, usó su lengua como si fuera una cuchara, para recolectar mi semen y no queriendo que nadie notara nada al terminar, con largos lametazos dejó mi verga inmaculada. Tras lo cual, me subió la bragueta y saliendo de debajo de la mesa, se sentó en su silla.
Al mirarla, tenía sus mejillas coloradas y su mirada brillaba excitada, producto quizás de la travesura que había cometido. Comprendí los límites de su calentura cuando relamiéndose me preguntó:
―¿Te ha gustado?―, me preguntó mi opinión.
―Mucho― respondí mientras pedía la cuenta.
Ya salíamos del restaurant cuando desde la caja, la camarera que nos había servido llamó mi atención con un gesto. Al acercarme a ver que quería, discretamente me entregó un papel al tiempo que me susurraba al oído que si quería que una tercera persona participara en nuestros juegos, la llamara.
―Pensaré en ello― respondí mientras certificaba que no habíamos conseguido pasar desapercibidos y que por lo menos una persona nos había descubierto.
Al comentárselo a mi pareja, lejos de cohibirla, saber que alguien había sido testigo de todo azuzó su libido y notando que una de mis manos le estaba acariciando el pecho, sin disimulo me rogó que le regalara con un pellizco en sus pezones.
―Eres la más cerda que conozco― respondí cumpliendo sus deseos.
El gemido que salió de su garganta fue tan evidente que pudimos oír los cuchicheos de los presentes y no queriendo que la situación se me fuera de las manos, tomé rumbo a la salida.
―¿Dónde tienes tu coche?― la pelirroja preguntó susurrando en mi oído.
Al explicarle que en el parking del edificio, Elene, comportándose como una perra en celo, me pidió que la llevara a un hotel. Dudé de la conveniencia de hacerlo por todo el trabajo que tenía acumulado, pero para entonces mi calentura había vuelto con renovadas fuerzas y casi corriendo llegamos a ascensor que llevaba al sótano. La pelirroja aprovechó los pocos segundos que estuvimos en su interior para magrearme y sabiendo que era incapaz de esperar para tirármela, busqué un lugar discreto de la primera planta donde poder desahogar mis ganas.
Una vez allí, la obligué a darse la vuelta y a apoyar las manos contra un bmw oscuro.
―¿Qué vas a hacer?― preguntó claramente excitada al comprobar que estábamos frente a la puerta por donde salían todos.
Sin darle tiempo a reaccionar, levanté su falda y aprovechando la ausencia de ropa interior, recorrí sus pliegues con mis dedos. No fue ninguna sorpresa encontrar su coño ya encharcado.
―¿Te pone bruta esto? ― susurré al apoderarme del erecto botón de su entrepierna.
Revelando su ninfomanía, me rogó que la tomara casi llorando. Pero en vez de complacer sus instintos, me dediqué a torturar su clítoris buscando ponerla todavía más cachonda. La zorra, sin contener el volumen de su voz, chilló de placer al sentir que su cuerpo convulsionaba producto de mis caricias y ya dominada por su naturaleza, me imploró que rompiera su culo.
―¿Eres adicta a las vergas en tu culo? ¿Verdad? ¡Zorra!― pregunté mientras mojaba un dedo en su coño y se lo incrustaba por el ano.
―¡Sí!― aulló sin saber que con ello llamaba la atención de dos muchachos que pasaban frente a nosotros.
Solo meneando esa yema en su interior, provoqué que Elena gimiera como si la estuviera matando mientras esos críos se acercaban a ver qué pasaba, creyendo quizás que esa mujer estaba en dificultades. Sus agresivos modos se transformaron en diversión al darse cuenta que estábamos follando y sin importarles que pensáramos, se quedaron mirando desde un coche aparcado a escasos metros de nosotros.
La presencia de los chavales exacerbó más si cabe la temperatura de la pelirroja y gritando como una loca, me rogó que la tomara. Acababa de subirle el vestido hasta la cintura cuando al girarme, descubrí que uno de ellos había sacado el móvil e inmortalizaba la secuencia.
No me importó la actitud del muchacho y aprovechando el relajado ano que el destino había puesto a mi alcance, de un solo empujón incrusté mi falo hasta el fondo. La satisfacción que demostró con sus berridos de placer al experimentar esa invasión en el ojete, me permitió iniciar un rápido galope sobre ella mientras mordía su cuello y le decía guarrerías.
―Dale duro― los críos me ordenaron al ver que bajaban el ritmo.
Azuzado por sus palabras, incrementé la velocidad con la que la estaba sodomizando de tal modo que con cada penetración, la cara de la mujer chocara contra la ventanilla del automóvil. Pensé que estaba siendo demasiado salvaje pero al percatarme de la felicidad del rostro de mi contrincante, comprendí que estaba disfrutando.
Sin dejar de filmar la escena, los muchachos me espolearon para que machacaran sin pausa ese trasero, de forma que haciendo caso al respetable, sometí a Elena a un cruel castigo que demolió las pocas defensas que aún mantenía.
―¡Qué gozada!― escuché que decía mientras se corría al no poder aguantar el ataque al que estaba sometiendo a su entrada trasera.
«Está desbocada», sentencié al observar sus piernas completamente mojada por el flujo que brotaba de su coño y muerto de risa, les pedí a los chavales que enfocaran su entrepierna para que pasara a la posteridad el geiser en que se había convertido.
Gozando como nunca, Elena usó los movimientos de su culo para exprimir mi verga con una eficacia tal que despertó los aplausos de los mirones. Espoleado por las ovaciones, convertí su trasero en un frontón donde golpeaba rítmicamente mi pene y ella sintiéndose desbordada nuevamente con un aullido, se vio presa de un espeluznante orgasmo. Su clímax me estimuló a seguir machacando su esfínter hasta que totalmente domada y cual potrilla, se desplomó contra la carrocería del coche.
«Ahora me toca a mí», sentencié mientras me agarraba a sus pechos para seguir forzando su adolorido ojete.
Era tanto el placer que la dominaba que sin poderlo evitar, pude contemplar como de la boca, se le caía la baba.
―Cabrón, me estás matando― chilló al sentir que con las manos agarraba su melena y usándola como riendas tiraba de ella hacia atrás.
Las quejas de la pelirroja no afectaron a mi ritmo, sino que incluso fueron el aliciente que necesitaba para seguir aporreando brutalmente a mi montura. Afortunadamente para mi víctima, la acumulación de sensaciones hicieron imposible que siguiera reteniendo mi eyaculación y mientras obligaba a la mujer a seguir exprimiendo mi miembro con sonoras nalgadas, me corrí como pocas veces. La rudeza de esas caricias y un postrer orgasmo la hicieron flaquear y lentamente fue cayendo al suelo mientras rellenaba con mi semen su trasero.
Elena seguía tirada sobre el asfalto cuando descojonado me acerqué al chaval que había grabado la escena y con una sonrisa en los labios le pedí que como pago al espectáculo, quería una copia de la película. Muerto de risa me pidió mi número y sin poner ninguna objeción, me la mandó por whatsapp. La pelirroja todavía no se había recuperado del esfuerzo y por ello, tuve que ayudarla a levantarse mientras los chavales educadamente se despedían.
Ya solos y mientras se acomodaba la ropa, le enseñé el tesoro que guardaba en la memoria de mi teléfono.
―¡Qué vas a hacer con eso!― murmuró todavía impresionada porque no se había dado cuenta mientras follábamos que los críos estaban inmortalizando el momento. Si creéis que estaba enfadada, os equivocáis. Por su tono comprendí que saberse grabada la había excitado y a modo de gratificación, solté un azote en su mojado trasero mientras le decía:
―Chantajearte, si no quieres que llegue a las manos de tu marido, serás mi puta durante un año.
Juro que jamás creí que lejos de aterrorizarse, respondiera a mi vil extorsión diciendo:
―No te hará falta porque lo creas o no, me has hecho descubrir sensaciones desconocidas y sé que a tu lado, conoceré facetas del sexo con las que ni siquiera he soñado.
―¿A qué te refieres?― complacido susurré en su oído.
Radiante me miró a los ojos mientras respondía:
―No te rías pero no puedo dejar de pensar en lo siguiente que me vas a ordenar hacer.
―¿Y eso te excita?
El brillo de sus ojos anticipó su respuesta:
―¡No sabes cuánto!― y ratificando con hechos sus palabras, cogió una de mis manos y la llevó hasta su encharcado coño para que comprobara que no estaba mintiendo. Habiéndomelo dejado, me soltó: ―Solo pensar en complacerte, me pone bruta.
―¿Me estás diciendo qué te excita obedecerme?
―Aunque no me comprendas, sí― contestó mientras su almeja volvía a babear: ―Siempre he sido muy lanzada pero ahora me vuelve loca saber que tú estás al mando.
Sorpresivamente, esa guarra sin remedio se estaba auto nombrando mi sumisa y buscando el confirmar ese extremo, le pregunté:
―¿Te apetece que sea tu dueño?
Con felicidad casi enfermiza, respondió:
―Ya lo eres.
Su respuesta despejó mis dudas y recreándome en mi nuevo poder, me dediqué a masturbarla mientras esperábamos el ascensor que nos llevara a nuestros trabajos. Ni siquiera se habían abierto las puertas, cuando con una sonrisa de oreja a oreja, me preguntó:
―¿Esta noche mi amo me usará o me dejará esperando?
Soltando una carcajada, respondí:
―Vete a casa y folla con tu marido porque a partir de mañana, tendrás el coño tan rozado que no permitirás que se te acerque.
Eufórica respondió:
―Por eso no se preocupe, no sé qué le pasa pero ya no me toca.
―Yo sí sé que le pasa…¡es un imbécil!

PARA CONTACTAR CON LA COAUTORA: pelirroja.con.curvas@gmail.com

Relato erótico: “Memorias de un exhibicionista (Parte 10)” (POR TALIBOS)

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MEMORIAS DE UN EXHIBICIONISTA (Parte 10):
CAPÍTULO 19: SIN ENTERARME DE NADA:
El jueves tuve que pegarme un madrugón de campeonato, pues tenía que coger el coche e i
rme a la quinta puñeta, cosa que no me apetecía lo más mínimo. Me levanté como un zombie, los ojos medio cerrados y me metí en el baño para darme una buena ducha.
Me vestí en silencio, con el modo sigiloso activado, procurando por todos los medios no despertar a Tati, que yacía comatosa en la cama, boca abajo, con el pelo revuelto tapándole la cara.
Mirarla me enterneció y un súbito sentimiento de cariño me embargó. Era increíble lo que aquella chica era capaz de hacer por mí. No me la merecía.
Incluso en la penumbra del dormitorio, sus sugerentes curvas se adivinaban sin dificultad. De hecho, su culito, desarropado y cubierto únicamente por unas pequeñas braguitas que se perdían en la rotundez de sus cachetes, me hizo replantearme seriamente el ir a trabajar esa mañana.
Negué con la cabeza, resignado, e, inclinándome, le di un tenue beso en la mejilla, que la hizo murmurar y agitarse levemente en sueños.
El resto del día fue un asco, tal y como me temía. Tuve que hacer mogollón de kilómetros en coche para visitar a clientes, poniéndoles como siempre buena cara y soportando sus críticas, centradas casi siempre en el coste, obviando, cómo no, que nuestra empresa era la que mejores servicios ofrecía de todo el ramo. Eso les daba igual.
Si algo me ayudó a pasar el día fueron las fotos de Tatiana en mi móvil. Bueno, las fotos y el recuerdo de todas las cosas que nos habían sucedido en los últimos días. Y Alicia también ocupaba una buena porción de mis pensamientos. Tenía que reconocer que había resultado ser una mujer extremadamente inteligente y que, una vez había echado abajo las barreras de los prejuicios, había resultado ser mucho más valiente que yo. Era una mujer fuerte, actual, decidida, admirable, capaz, que no se detenía ante nada para lograr sus objetivos y, por supuesto, muy bella.
Que estaba deseando follármela, vaya, te lo digo así para que me entiendas.
Qué quieres, no voy a mentirte. He de reconocer que mi punto de vista sobre Tatiana había cambiado, empezaba a darme cuenta de que era mucho más importante para mí de lo que quería reconocer, pero, aún así… me moría por tirarme a Ali.
Joder, allí en el coche, conduciendo por la autovía, iba con una empalmada de narices simplemente de recordar el tacto de su mano sobre mi polla la tarde anterior. Y claro, eso me hizo evocar aquel sábado en que me la meneó en mi coche… en ESE MISMO COCHE que iba conduciendo en ese preciso instante.
Cuando paré a almorzar, tuve que cascarme una paja en el baño del restaurante, con eso te lo digo todo. Y sí, sí que me ayudaron las fotitos de Tati, te lo aseguro…
——————————
Cuando llegué por fin a casa eran más de las once. Estaba machacado. A duras penas conseguí meter el auto en el garaje, llegando incluso a sopesar la idea de quedarme allí mismo, sentado al volante, para pasar la noche. Lo que fuera con tal de no tener que dar un paso más.
Reuniendo las pocas fuerzas que me quedaban, me las arreglé para arrastrarme fuera del coche y me dirigí a la puerta de ascensores. La verdad es que, el pensar en Tati, que estaría esperándome en casita, me animó bastante. Me apetecía acurrucarme un rato con ella en el sofá, viendo cualquier cosa en la tele.
La puerta del ascensor se abrió, me monté en él y pulsé el botón de mi planta. El trasto se puso en marcha y empezó a subir, pero, en vez de llevarme directamente a mi piso, se detuvo enseguida en la planta baja, señal inequívoca de que alguien lo había llamado desde el portal.
Ya sabes lo fastidioso que es eso, encontrarte de bruces con un vecino, que a lo mejor no te cae bien, o que es de los charlatanes, o de los obsesos con los problemas de la comunidad… o peor aún, de los que te han visto follándote a tu novia encima del capó del coche en el garaje.
Como te lo cuento. Cuando se abrieron las puertas del ascensor me encontré de frente con Marcia, la vecina, la misma que se había quedado mirando cómo me trincaba a Tati el sábado por la noche.
Me quedé mudo, cortado por completo y con el único consuelo de que ella se había quedado tan cortada como yo.
Tras unos segundos de vacilación, Marcia se decidió por fin a entrar en el ascensor, musitando un quedo buenas noches, que yo respondí en idéntico tono.
Intentamos comportarnos como personas adultas, haciendo como si nada, pero los dos teníamos muy presente que ambos estábamos pensando en el incidente del sábado.
Yo no me atrevía a decir ni mú, todo envarado, pero entonces, sorprendentemente, Marcia alzó la mirada hacia mí y me habló.
–          Menuda juerguecita estabais corriéndoos la otra noche – me espetó.
–          ¿Cómo? – exclamé atónito porque sacara el tema con tanto desparpajo.
–          No te hagas el tonto. Ya sabes a qué me refiero. La otra noche en el garaje, con tu novia…
No acerté a decir nada, aunque mi expresión debía de ser respuesta suficiente.
–          No te pongas nervioso, que no voy a echarte la bronca. No voy a llamarte la atención por hacer uso indebido de las zonas comunales – dijo, riéndose de su propio chiste.
A mí no me hacía ni puta gracia. No sabiendo muy bien qué decir, opté por la opción inteligente y no abrí la boca. Marcia, más relajada, me miraba con una expresión indescifrable en el rostro.
–          Perdona. Sólo quería decirte que siento haberme quedado mirando la otra noche. La verdad es que iba un poco adormilada y de pronto me encontré con semejante espectáculo… No supe reaccionar. Sólo quería pedirte disculpas…
¿Disculpas? Joder, si ella supiera lo cachondo que me puse porque me miraba…
–          No… no hace falta que te disculpes – acerté a decir – En todo caso somos nosotros los que tendríamos que pedir perdón… Lo que estábamos haciendo…
–          Vamos, vamos, que ya somos mayorcitos – rió ella – ¿Y qué? ¿Tan calientes ibais que no os dio tiempo ni a llegar a casa?
–          Bueno, ya sabes…
–          Ay, hijo, qué envidia me dio Tatiana. Ojalá Juan Carlos fuera tan fogoso…
Mientras decía esto, Marcia me miraba con una expresión extraña, a medias divertida, a medias… turbadora. De repente, fui plenamente consciente de lo atractiva que era mi vecina… y de lo estrecho de aquel ascensor…
En ese momento llegamos a nuestra planta y se abrieron las puertas, lo que me alivió enormemente.
–          Bueno, pues nada, buenas noches – dijo sonriéndome – Espero que ya te hayas desfogado bastante… Ya sabes, los caballos muy briosos corren el riesgo de desbocarse…
Me quedé en la puerta del ascensor, sin despedirme siquiera. ¿Acababa mi vecina de tirarme los tejos? Estaba un poco desentrenado, llevaba ya dos años con Tati, así que estaba un poco fuera de circulación, pero…
Justo antes de entrar en su piso, Marcia me miró por encima del hombro y sonrió al verme todavía allí parado. Me dijo adiós con la mano y entró en su casa.
Sí, estaba claro. Se me había insinuado.
Qué quieres que te diga, aquella escenita me levantó el ánimo. A todos nos gusta saber que le resultamos atractivos a otra persona. Mi querida vecinita había logrado librarme del cansancio en un santiamén.
Por fin, entré en casa y, como siempre, esperé que Tati apareciera para saludarme como un perrillo faldero. Sin embargo no apareció, lo que borró todo el entusiasmo de golpe y me inquietó muchísimo, acordándome de la última vez que Tatiana no había acudido a recibirme.
Un poquito nervioso, me dirigí al salón, donde se veía la luz encendida y me encontré con Tatiana, que se levantaba del sofá y me miraba con aire culpable, como si la hubiera pillado haciendo alguna travesura.
–          ¡Oh, hola cari! – exclamó acercándose a mí y dándome un beso, lo que me tranquilizó mucho – Me había quedado adormilada y no te he oído entrar.
Inquietud renovada. Estaba mintiéndome.
–          ¡Uf! – resoplé dejándome caer en el sofá – Estoy hecho polvo. Menudo día.
–          Pobrecito – dijo Tati sentándose a mi lado y empezando a acariciarme el cabello – ¡Cuánto trabaja para traer el pan de cada día a esta casa!
Tati me miraba con cara divertida mientras se burlaba de mí.
–          Ya, ya sé que tú también trabajas – repliqué sabiéndome la lección de memoria – Seguro que también estás agotada de pasarte toda la tarde metida en la tienda, pero qué quieres, hoy ha sido una paliza de campeonato. He tenido que hacer casi 500 kilómetros.
–          Pobrecito – repitió echándome las manos al cuello – Pero no te preocupes, enseguida te traigo algo de cenar.
–          ¿Has preparado la cena? – pregunté extrañado – ¿Es que has salido antes del trabajo?
La expresión culpable regresó inmediatamente al rostro de Tatiana. Allí se cocía algo.
–          No, no, a las diez, como siempre. Bueno, un poco antes, ya sabes, hoy no me tocaba a mí cerrar… He llegado pronto…
–          Ah – dije sabiendo perfectamente que me ocultaba algo.
–          Bueno. Quédate aquí sentadito y yo te traigo la comida.
Sin mirarme a la cara, Tati salió disparada del salón, en medio del revuelo de la faldita de su vestido, otro modelito de verano, parecido al que llevaba habitualmente. Empecé a echar cuentas mentales. A las diez sale del curro, luego a esperar el autobús, el trayecto, llegar a casa, hacer la cena… Miré el reloj. Las once y veinte. Las cuentas no me salían.
–          No me jodas – pensé – ¿No la habrá traído en coche el capullo del vigilante ese?
Me enfadé. Por un instante me sentí celoso, qué coño, es justo reconocerlo. ¿Habría traído el cabrito ese al que se le caía la baba a mi novia en coche?
Retorciéndome inquieto en el sofá, miré a mi alrededor, como si la prueba de que Tati me estaba ocultando algo fuera a estar oculta en el salón. Lo curioso fue que, efectivamente, sí que estaba allí.
Incrédulo, me agaché para sacar el objeto que acababa de entrever de detrás del costado del sofá, justo donde había estado sentada Tatiana cuando llegué a casa. Aferrándolo, lo saqué y lo puse sobre mis rodillas: el portátil de Alicia.
–          Así que te he traído Alicia en coche, ¿verdad? – exclamé en voz alta para que pudiera escucharme desde la cocina.
Segundo después, Tati, con carita compungida, regresaba al salón, secándose las manos con un trapo.
–          Sí, bueno, cari, iba a contártelo ahora…
–          Y claro, si os habéis visto esta tarde, seguro que habréis hecho alguna “cosita” – dije haciendo hincapié en la última palabra.
Tati no contestó, pero apartó la mirada, avergonzada.
–          ¿Qué habéis hecho? – pregunté secamente, tratando de permanecer en calma.
La chica siguió muda, seguro que pensando cómo sincerarse.
–          Da igual. No digas nada – sentencié ya bastante enojado – Seguro que está todo grabado.
Mientras decía esto, abrí el portátil y pulsé el botón de encendido. Por un instante, pareció que Tati iba a arrojarse sobre mí para impedirme encenderlo, pero fue sólo eso, una impresión, pues acabó sentándose a mi lado, cabizbaja. Parecía una colegiala a la que acabaran de echarle la bronca. Me sentí un poquito culpable.
–          Cari, yo… Bueno. Alicia ha venido esta tarde al trabajo… Y ya sabes…
Joder. Vaya si lo sabía. La verdad es que, mirándolo ahora con perspectiva no sé por qué me sentó tan mal que se vieran a mis espaldas, tampoco era nada del otro mundo. Pero lo cierto fue que, en ese momento, estaba bastante cabreado.
–          Vaya. Pues te habrá pillado de sorpresa ¿no? Menudo susto, cuando se haya presentado allí sin avisar.
Tatiana apartó la vista, sólo un segundo, pero fue suficiente para mí.
–          ¡Coño! – exclamé – Entonces no ha sido una visita sorpresa. ¿Ya habíais quedado? ¿Y cuando, si puede saberse? ¿Te ha llamado hoy? ¿Te ha llevado al trabajo?
–          No… – susurró Tati, avergonzada – Quedamos ayer…
–          ¿Ayer? – exclamé alucinado – ¡Si estuvimos juntos todo el rato!
Entonces me acordé. Las palabras al oído cuando nos despedimos.
–          ¡Ah! Ya veo. Te lo dijo cuando se despidió. Me mentiste con todo el descaro.
–          ¡No, cari! – exclamó Tatiana muy angustiada – Bueno, sí, me lo dijo entonces. Y que haríamos algo que te encantaría y que te excitaría mucho…
Soy un mierda. Lo sé. Aquellas palabras hicieron que se me pasara el enfado, siendo sustituido por un profundo interés por saber qué había pasado. De repente, me moría de ganas por averiguar qué demonios habrían hecho aquellas dos pécoras a mis espaldas, aunque seguí aparentando sentirme molesto, por conservar la dignidad, ya sabes.
–          Está aquí grabado, ¿verdad? – pregunté innecesariamente, alzando el portátil.
–          Sí. Me ha dejado el ordenador para que copiaras los vídeos, los del otro día también. Como dijiste que querías montarlos…
Resignado (y muerto de curiosidad) me recliné de nuevo en el sofá y miré la pantalla encendida. Introduje la clave que Ali nos había dado y accedí al ordenador. No hacía falta buscar mucho. En el escritorio había una carpeta llamada “Vídeos” y una vez en ella bastó con ordenar los ficheros por fecha y acceder a los de esa misma tarde. Había un montón.
–          ¿Qué cojones habréis hecho las dos? – dije meneando la cabeza.
–          Cari, no te enfades. Alicia me dijo que te iba a gustar mucho. Yo lo he hecho todo por ti…
Empezaba a preguntarme si eso sería verdad. ¿Tatiana participaba en aquello por mí o por Alicia?
–          ¿Y qué ha pasado? – pregunté queriendo saber los antecedentes antes de ver la peli.
–          Bueno… Como te he dicho, ayer Ali me dijo que se pasaría por mi trabajo por la tarde, para tomar café, como el otro día.
–          Ya. Me imagino de qué estuvisteis hablando.
–          Ella dijo que quería probar una cosa que se le había ocurrido, que seguro que te iba a gustar… me convenció…
–          Sí, apuesto a que le costó muchísimo convencerte – pensé para mí.
–          ¿Y qué te dijo que hicieras? – pregunté.
–          Me pidió que… jo, cari, me da vergüenza…
–          A buenas horas mangas verdes – dije de nuevo para mí.
–          Me dijo que tenía que exhibirme para un hombre en el probador. A ver si era capaz de… ponerle cachondo…
Sí. Seguro que le costó un montón lograrlo.
–          Ali me explicó lo que íbamos a hacer. Cuando terminamos el café, volvimos a la tienda y ella se encargó de prepararlo todo mientras yo seguía trabajando.
–          ¿Prepararlo? – pregunté.
–          Sí, ya sabes. Las cámaras y eso. Cogió un vestido y se metió en el probador para esconder allí las dos camaritas, una arriba, camuflada con el perchero, y la otra justo al lado del espejo. Yo llevaba puestas unas gafas…
–          O sea, que hay tres tomas distintas de vuestro numerito – la interrumpí.
Tati asintió vigorosamente, un poco más calmada al ver que se me había pasado el enfado.
–          Cuando lo tuvo todo listo, regresó a la tienda y se puso a mirar ropa. Como las chicas ya saben que es amiga mía, no la molestaron y ella se quedó esperando a que llegara un candidato adecuado.
–          Y supongo que llegó, ¿no?
La chica volvió a asentir, ruborizándose.
–          ¿Y bien? – pregunté ¿Quién fue el afortunado?
–          Un chico… – respondió Tati con un hilo de voz.
–          ¿Un chico? ¿Un jovencito?
–          Sí…
–          ¿En serio? ¿Qué edad tendría?
–          No sé… 16 o 17.
–          ¿16? – exclamé incrédulo – ¿Ese era el candidato perfecto? ¿Un adolescente?
–          No, bueno… No buscábamos a alguien con una edad concreta… Lo que Ali quería era un hombre… al que tuviera que cogerle la medida de los pantalones.
Me quedé callado, mientras finalmente comprendía cuales eran las intenciones de Alicia. Claro. Era lógico. Si Tatiana tenía que tomarle las medidas a alguien, era normal que pasara al probador con él. Una vez más me sorprendía la inteligencia que demostraba Alicia ideando aquel tipo de planes.
–          Pero, ahora que caigo – dije de repente – ¿Qué coño hacía un chico de 16 comprando ropa en tu tienda? No tenéis mucha ropa joven…
–          ¡Ah! – exclamó Tati sintiéndose más cómoda al pisar el terreno que dominaba – Sus padres son clientes. Ya les conozco. De vez en cuando la madre le trae para comprarse algún pantalón o una camisa. Al pobre no le hace ninguna gracia. Si vieras la cara que trae siempre…
–          Apuesto a que, a partir de ahora, el chaval perderá el culo para venir a la tienda siempre que pueda – la corté un poco secamente.
Aquello borró la sonrisa de Tatiana de golpe. Se puso muy seria y nerviosa. ¿Qué coño habrían hecho aquellas dos?
–          Bueno, supongo que será mejor verlo en pantalla.
Tatiana se puso muy tensa, pero no dijo nada, limitándose a reclinarse a mi lado. Como el portátil era muy potente, pude ejecutar los tres vídeos simultáneamente, aunque disminuyendo el tamaño de las ventanas. Durante un par de minutos, lo que hice fue sincronizar las imágenes de las 3 grabaciones, usando como referencia el instante en que Tati entraba en el probador.
–          Así que éste es el chico – dije estúpidamente, señalando al jovencito que aparecía en las cámaras ocultas.
–          Sí – respondió mi novia con voz casi inaudible.
Detuve los tres vídeos más o menos en el mismo punto. En las ventanas podía verse la misma escena desde tres ángulos distintos.
Desde las gafas de Tati, se veía al chico terminando de abrocharse los pantalones, que le quedaban bastante largos. La cámara del perchero ofrecía una perspectiva cenital, desde un lado, permitiendo ver a los dos protagonistas de la historia. La del espejo estaba en ese momento obstruida por el trasero del joven, por lo que no podía ver nada más.
–          Oye, y ahora que caigo. ¿Dónde estaba Ali? – pregunté.
–          En cuanto me indicó que probara con el chico, salió de la tienda y regresó a la cafetería.
Lógico. Estaba pared con pared con la tienda. Buen sitio para captar la señal de las cámaras.
En pantalla, se apreciaba perfectamente que el chico estaba bastante aturrullado y nervioso, sin lograr acertar a subirse la cremallera, mostrando a las claras que la presencia de Tati junto a él en el reducido habitáculo le turbaba muchísimo.
Por fin, el joven logró su objetivo y esbozó una sonrisilla tímida en el monitor, que desapareció rápidamente de cuadro, pues Tati se arrodilló frente a él para tomarle la medida al largo de los pantalones.
Al arrodillarse, la grabación desde las gafas únicamente mostraba las piernas del chico, así que tuve que fijarme en la toma cenital, obteniendo una perspectiva parecida a la que tendría la mirada del muchacho: el escote de Tatiana.
La puta que la parió. La muy golfa llevaba un par de botones cuidadosamente desabrochados, lo que permitía atisbar provocadoramente su exquisito canalillo. En la imagen se veía perfectamente cómo el chico miraba hacia abajo con disimulo, recreándose en el sensual espectáculo que Tati le brindaba. No le censuré por ello, aunque me sentía un poquito molesto. Y excitado…
Bruscamente, en la toma de las gafas apareció de nuevo el rostro del joven, pues Tati miró hacia arriba, pillándole in fraganti mientras espiaba en el interior de su blusa. El joven se puso coloradísimo, pero mi novia, lejos de escandalizarse, le sonrió levemente y le dirigió unas palabras.
–          ¿Qué le dijiste? – pregunté sintiendo la boca completamente seca.
–          Que iba a colocarle bien el pantalón para tomarle la medida.
Efectivamente, las manos de Tatiana aparecieron en el encuadre y, deslizando los dedos por la cinturilla del pantalón, lo movió hasta ubicarlo en la posición correcta.
Justo entonces, Tatiana dijo algo más, lo que hizo que el chico diera un respingo y se apartara un poco de ella. Como los dedos de ella seguían enganchados en el pantalón, Tati también se echó hacia delante, con lo que la blusa se abolsó, revelando una porción todavía mayor de piel y confirmándome lo que yo ya sabía: que iba sin sostén.
–          ¿Qué coño pasó ahí? – exclamé – Casi se cae de culo.
Tatiana farfulló una respuesta inaudible.
–          ¿Cómo?
–          Le pregunté que… – dijo ella sin atreverse a mirarme a los ojos – Si cargaba a la izquierda o a la derecha…
–          ¡¿QUÉ?! – exclamé estupefacto.
No podía creerme lo que acababa de escuchar. ¿Dónde estaba la Tatiana que yo conocía? Aquella era otra mujer…
–          Bueno… yo dije lo que me indicó Alicia…
Tardé un segundo en comprender. Claro. El maldito micrófono.
–          ¿Llevabas puesto el auricular?
Tati asintió en silencio, sin atreverse a mirarme a los ojos.
Volví a fijar la vista en la pantalla, con la cabeza hecha un torbellino, sin saber muy bien qué pensar de todo aquello.
En la imagen se veía cómo Tatiana estiraba correctamente las perneras del pantalón, deslizando la palma de la mano sobre ellas, empezando por arriba (muy arriba) hasta llegar a los tobillos, lo que sin duda inquietaba enormemente al muchacho. Pensé en que yo, a la edad del chico, a esas alturas habría tenido ya un empalme de campeonato.
Y Tatiana debió pensar lo mismo, pues justo entonces levantó la vista para mirar directamente al paquete del muchacho. Y ¡premio! Allí estaba el inconfundible bulto delator.
–          Vale – dije entonces – Veo que lo lograste. Seguro que el chaval se acordará de esa tarde en el probador mientras viva.
Tatiana volvió a apartar la mirada, avergonzada, con lo que comprendí que la cosa no había ni mucho menos acabado.
–          Alicia te dijo que siguieras, ¿verdad? – inquirí sabiendo perfectamente cuál iba a ser la respuesta.
Ella no dijo nada, limitándose a recostarse contra mí, medio tumbada en el sofá. Yo rodeé sus hombros con el brazo, resignado a disfrutar del espectáculo, sintiendo su cálido cuerpecito apretarse contra el mío.
En el monitor se veía como Tati tomaba el largo de los pantalones usando un par de alfileres. Tras hacerlo, volvió a estirarle las perneras, dando tironcitos de la tela, primero desde abajo, luego a la altura de las rodillas y finalmente… peligrosamente cerca de la bragueta.
Tatiana alzó la mirada, buscando de nuevo el rostro del chaval, que tenía los ojos como platos. La manita de mi novia se mantuvo allí unos segundos, enervando al máximo al pobre muchacho, provocando que el notorio bulto del pantalón no menguara un ápice.
Por fin, la insidiosa mano se apartó, con lo que el cuerpo de chico se relajó notablemente. Creí que iba a darle un desmayo.
–          Ahí le tuve que decir varias veces que ya podía quitarse los pantalones y probarse los otros – dijo tímidamente mi novia.
–          Seguro que no se enteraba de nada – asentí.
Pareciendo estar a punto de derrumbarse, el chico miró a Tatiana, que seguía arrodillada frente a él obsequiándole con el espectacular escote que dejaba entrever la blusa. Tembloroso, dirigió unas palabras a mi chica, que respondió con serenidad.
–          ¿Qué dijo?
–          Me pidió que saliera del probador para cambiarse, pero yo le dije que no fuera vergonzoso, que así tardaríamos menos – dijo Tati con aplomo.
–          Pobre chaval – me solidaricé.
Aunque, pensándolo bien, qué coño pobre chaval ni narices. Anda que no hubiera alucinado yo con encontrarme en una de esas cuando tenía su edad.
Visiblemente nervioso, el chico empezó a desabrocharse los pantalones, todavía dudando si quitárselos o no. Finalmente, se armó de valor y los abrió por completo, mostrando que sus slips estaban a punto de estallar por la tensión.
–          ¿Te excita? – preguntó melosamente Tatiana en mi oído.
–          Sí. Es muy morboso – respondí sin apartar los ojos de la pantalla.
–          ¿Quieres que te alivie un poco? – insistió ella, posando una mano en mi bragueta, que a esas alturas estaba más o menos como la del mozo.
Lo sopesé unos segundos antes de responder.
–          No. Mejor no. Luego te follaré hasta el fondo – dije clavando mis ojos en los suyos.
Tatiana sonrió, un poquito ruborizada y apartó la mano de mi erección.
–          Pero deja la mano ahí – dije agarrándola de la muñeca y apretando de nuevo su manita contra mi bulto.
Y ella obedeció, sonriendo sutilmente.
Mientras tanto, el chico, completamente avergonzado, se las había apañado para librarse por fin del pantalón y, tras colgarlo de un gancho, cogió el segundo par e intentó ponérselo, aunque claro, al llegar al bulto del slip, la cosa se volvió un tanto… dificultosa.
Entonces Tatiana se puso en acción. Incorporándose un poco, agarró la cinturilla del pantalón, forcejeando con ellos como si tratara de subírselos al muchacho. El chico, sorprendido, soltó el pantalón y dejó a mi novia al mando de las operaciones. Dando unos bruscos tirones, Tatiana intentó subírselos del todo, aprovechando para refregar bien sus tetas contra el aturdido joven, llevándole sin duda al séptimo cielo.
–          Eso fue idea de Alicia – dijo Tati acariciando suavemente mi erección por encima del pantalón – Hizo que cogiera uno un par de tallas más pequeño.
–          Qué puta es – musité.
–          Sí – dijo mi novia sin pensar.
Aunque en pantalla se veía que ella no le iba muy a la zaga.
De pronto, en uno de los tirones, la punta del nabo del chico escapó bruscamente por la cinturilla del slip, permitiéndome comprobar que no estaba mal armado. Con rapidez, el pobre zagal la devolvió a su encierro, mientras Tati le miraba con una sonrisilla pícara en los labios.
–          Pobrecillo. Ahí se deshizo en disculpas. Yo le dije que no pasaba nada, que era muy normal a su edad y seguí como si nada.
–          A esas alturas yo ya te habría violado – dije juguetón.
–          ¿Si? – respondió ella en idéntico tono. Eso tendrás que demostrarlo.
–          Luego – reí, dándole un sonoro cachete en el culo.
Volví a concentrarme en la grabación, donde se veía a Tati fingiendo tratar de colocar correctamente los pantalones y volviendo loco de calentura al muchacho en el proceso.
–          Espera – dijo entonces Tati – Que ahora la cosa se pone en marcha.
–          ¿Cómo? – pregunté sin entender.
¿En marcha? ¿A qué se refería?
Y entonces comprendí.
No sé qué le diría en ese momento Tatiana al chico, no se lo pregunté. Seguro que fue algo así como “mientras esto no se baje no vamos a poder subirte el pantalón”… No importa lo que fuera. El hecho es que, de repente, mi queridísima novia plantó su delicada manita directamente en la erección del joven y ciñéndola con la mano, la acarició suavemente hasta lograr que volviera a escaparse del encierro de los slips.
–          Se quedó petrificado. Creí que iba a darle un infarto. No veas cómo la tenía de dura – Tati me retransmitía el partido como si tal cosa.
Yo no podía creerme lo que veía. Aquello no era exhibicionismo. Mi novia, simplemente, estaba sobándole el falo a un tío en un probador. El muchacho, aturrullado y sin duda pasando la tarde de su vida, se recostó contra la pared y se dejó hacer. Tatiana, poniéndose en pié, repegó su cuerpo contra él, apretando bien sus tetas en el pecho del chico, mientras su habilidosa manita se deslizaba con rapidez por el enhiesto nabo. El chaval, armándose de valor, se animó a deslizar una mano tras Tatiana, plantándola con descaro en el rotundo trasero de la chica.
–          Le susurraba que estuviera tranquilo – me narraba Tati – que me dejara a mí y vería que bien se lo pasaba, que enseguida lograríamos que aquello se le bajara y podríamos probarle el pantalón, antes de que su madre viniera a ver por qué tardábamos tanto…
A esas alturas yo ya no escuchaba nada de lo que Tati me decía. Estaba alucinado, la sangre me latía en los oídos, mientras veía con incredulidad cómo mi novia, la misma que un par de días antes se deshacía en lágrimas para evitar que la dejara, se la cascaba sin el menor rubor a un completo desconocido. Y todo porque Alicia se lo había pedido.
–          ¿Pero se puede saber qué cojones os pasa a las dos? – grité sin poder contenerme más mientras me incorporaba de un salto.
Tatiana se quedó atónita, mirándome aterrorizada, sin comprender mi reacción, mientras yo hervía de ira.
–          ¿Es esto a lo que os habéis dedicado? ¿Para esto habéis quedado las dos esta tarde? ¿Para que mi novia vaya haciendo de puta por los probadores?
–          Cari, yo…  Alicia me dijo… Que esto te gustaría…
–          ¿Alicia? ¡La puta que parió a esa golfa! ¡Ni exhibicionismo ni leches! ¡Una puta con todas las letras! ¡Y tú no le andas muy lejos!
–          Pero cari, creí que esto era lo que te gustaba… – dijo ella con un hilo de voz, a punto de echarse a llorar.
–          ¡Sí, claro, me encanta que mi novia anda por ahí sobándole el rabo a los tíos! ¿Y qué más hiciste? ¿Se la chupaste?
–          No, Víctor, yo… sólo con la mano…
Supongo que te haces una idea, para qué voy a seguir contándote todo lo que le dije. Sí, sí, vale, tienes razón, soy un machista de mierda. Yo andaba como loco por follarme a Alicia, sin contar las veces que nos habíamos masturbado mutuamente, pero, cuando vi que otro tío le ponía la mano encima a Tatiana (peor, que ella le ponía la mano encima a él) me volví un poco loco.
Me encerré en el dormitorio y me puse a rebuscar en la los cajones de la cómoda, arrojando las prendas al suelo sin ton ni son hasta que encontré lo que buscaba: un viejo paquete de cigarrillos.
Llevaba casi dos años sin fumar, pero los había dejado allí escondidos por si acaso. Y aquel era un “por si acaso” de mil pares de cojones.
El cigarro me supo a mierda, no sé si porque estaba pasado o por la bilis que me había subido a la garganta, pero el estar haciendo algo me serenó un poco los nervios.
Me senté en la cama, con la espalda apoyada en la cabecera y los pies todavía calzados encima del colchón. Me importó un carajo que se manchara la colcha.
La cabeza me daba vueltas, tratando de ponderar todos los pasos que me habían conducido a esa situación. ¿Cómo había permitido aquello? ¿Cómo era posible que Alicia se hubiera adueñado de todo? ¿Qué cojones pasaba conmigo?
Tenía que ponerle fin. Hacer de tripas corazón y hacer lo correcto. Tenía que volver a ser yo mismo. Iba a pararle los pies a Alicia.
Me sentí más tranquilo una vez tomada una decisión. Hablaría con Alicia y le diría que no íbamos a seguir así y si no quería… adiós muy buenas. Y Tati… que se quedara con quien quisiera de los dos, que, a esas alturas, ya no estaba muy seguro de si se quedaría conmigo o se iría con Alicia.
Tati… Joder. ¿Cómo había podido cambiar tanto en unos días? ¿De verdad había sido siempre tan puta? ¿Y por qué seguía yo tan cachondo, a pesar del cabreo?
Joder. Era verdad. Seguía empalmado al máximo. Y eso era lo que más me cabreaba, que, a pesar de mi enfado, de mi ira justiciera, de lo putas que habían resultado las dos y de lo buena persona que era yo… en el fondo… ver a Tati meneándosela a aquel crío me había excitado. Mierda. Tenía que reconocerlo. Había empezado a gritarle a Tati… porque estaba a punto de arrancarle la ropa y follármela.
Me daba asco de mí mismo.
Justo entonces, la puerta del dormitorio se abrió subrepticiamente y Tatiana se asomó pesarosa, intentando calibrar mi estado de ánimo.
Yo la miré muy serio, dándole otra calada al cigarro, mientras ella entraba en el cuarto cabizbaja, sin atreverse a mirarme. Lentamente, se acercó a la cama, temiendo que en cualquier momento yo empezara a gritarle otra vez.
Como no dije nada, se quedó de pie al lado del colchón, sin mirarme, aparentando estar al borde de las lágrimas. Me sentí mal durante un segundo, pero entonces recordé su expresión mientras masturbaba al chico del probador, con lo que la ira empezó a retornar. La ira… y la excitación.
–          Cari, lo siento – dijo por fin al ver que yo no hablaba – Alicia me dijo que aquello te iba a gustar, que seguro que te resultaba excitante. Yo no pensé en lo que estaba haciendo, sólo en que tú ibas a disfrutar si lo hacía… y ya sabes que yo haría lo que fuera por ti.
Me di cuenta entonces de que llevaba abiertos un par de botones del vestido y, además, me pareció adivinar que no llevaba sujetador, aunque estaba bastante seguro de que antes sí lo llevaba.
Qué cabrona, ya estábamos otra vez. Si hay bronca… polvete al canto. Su técnica de siempre.
No sé qué me pasó. Volví a encenderme. Estaba cabreado y excitado a partes iguales. Y no me contuve.
Con un gesto, arrojé la colilla todavía encendida al suelo y, con rudeza, la aferré del brazo y la arrojé sobre el colchón, boca arriba, sentándome a horcajadas en su estómago. De un tirón, desgarré la pechera de su vestido haciendo saltar todos los botones, dejando sus tetas al aire, pudiendo comprobar que, efectivamente, se había quitado el sujetador. Para calentarme. Para seducirme. Para lograr que me la follara y que se me pasara el enfado.
Pues el enfado había sido de órdago. Así que el polvo no iba a ser menos.
Prácticamente la violé. La puse boca abajo y le arranqué lo que quedaba de su vestido, destrozándole a continuación las bragas. Ni preliminares ni leches, en cuanto saqué mi nabo del pantalón se lo clavé hasta el fondo, haciéndola aullar, no sé si de placer o de dolor.
No me preocupé para nada de su placer, sólo del mío. La follé y la follé a lo bestia, mientras ella gimoteaba y me suplicaba que fuera más despacio, más delicado.
Y una mierda.
……………………………..
La madrugada me sorprendió insomne, tumbado en la cama, fumando de nuevo, repasando una vez más, con más tranquilidad, los pasos que tenía que dar a partir de ese momento.
Tatiana, agotada, dormía profundamente, abrazada a mí, derrengada después de haberse corrido varias veces a pesar de lo brutal de mi ataque. Estaba hecha para el sexo. Todo le gustaba.
No podía dormir. Estaba agotado, pero no podía pegar ojo. Y ya no era el tema de Alicia lo que me mantenía en vilo, pues tenía decidido lo que iba a hacer. Era otra cosa. Me llevó un buen rato comprender de qué se trataba.
Con mucho cuidado para no despertar a Tati, me levanté de la cama y regresé al salón, buscando el portátil.
Dediqué un buen rato a visionar de nuevo los vídeos, de principio a fin, contemplando esta vez cómo mi lujuriosa novia le hacía una paja a un afortunado chaval hasta lograr que se corriera como un animal. Cuando eyaculó, Tatiana le obligó a hundir el rostro entre sus pechos, sin duda para ahogar los gritos y gemidos que el chico hubiera sido incapaz de contener.
Finalmente, Tati le limpió la polla con un pañuelo, eliminando los últimos restos de la corrida. Después le ayudó a quitarse el pantalón que le quedaba estrecho y salió del probador para buscar la talla correcta mientras el chico, seguro que pensando que todo había sido un sueño, permanecía jadeante en el probador.
Justo entonces la grabación terminaba. Supongo que Alicia la apagó, pues ya no iba a pasar nada más.
La mañana me sorprendió dormido en el sofá, con el portátil en el regazo. Tati se había ido a trabajar sin despertarme, temerosa de que me durase el enfado.
Tras pensarlo un segundo, cogí el teléfono y llamé a la oficina, diciendo que estaba enfermo y que no podía ir a trabajar. Total, ya era viernes y las visitas las había hecho el día anterior. Que le dieran por saco.
Le mandé un mensaje a Alicia citándola para comer. En el restaurante de la última vez. No tuve que insistir. Aceptó enseguida.
CAPÍTULO 20: RECUPERANDO EL CONTROL:
Dediqué el trayecto y el rato que tuve que esperarla en el restaurante a imaginar todos los posibles escenarios adonde podía conducirnos la conversación. Es una técnica comercial, pensar de antemano cual va a ser la reacción del cliente ante lo que vamos a proponerle, para poder responder con rapidez y eficacia.
Sin embargo, a pesar de toda la preparación y la mentalización a que me sometí, su reacción me pilló por sorpresa.
–          Sí, quizás tengas razón, se me ha ido un poco la mano.
Joder. Mierda. No me lo esperaba.
Conociéndola como la conocía a esas alturas, lo último que pensé fue que Ali fuera a mostrarse de acuerdo con lo que yo le decía. Con lo que le gustaba mandar y manipular (salirse con la suya en definitiva, o mejor, manejarnos a su antojo), no acababa de creerme que reconociera su culpa tan fácilmente y se mostrara dispuesta a hacer lo que yo le pedía.
Una reacción natural en ella hubiera sido enfadarse, reírse de mí o, más probablemente, mostrarse condescendiente. Ella era plenamente consciente de la fuerte atracción que yo sentía, así que no me hubiera extrañado nada que hubiera usado su sexualidad para intentar mantener su dominio. Incluso llegué a imaginar que podría llegar a intentar chantajearme con los vídeos; lo que fuera para mantener su control sobre mí… y sobre Tatiana.
Pero no. Ali se mostró muy humilde, reconociendo sin problemas su falta, admitiendo que se le había ido la pinza por completo con Tati y que se había aprovechado de ella para dar rienda suelta a otra de sus inclinaciones: la dominación.
Me largó un buen discurso, en el que me habló (sí, sí, como si yo fuera su terapeuta) de su infancia y de cómo se había mostrado siempre un poco déspota (ella usó esa palabra, yo habría dicho más bien “niña mimada necesitada de un buen par de tortas”). Me contó cómo le hacía la vida imposible a una pobre chica que limpiaba en casa de sus padres por el puro placer de hacerlo y de lo mucho que se arrepentía de aquello y que si patatín y patatán.
Leches. Con lo preparadito que venía yo para afrontar la situación y lo muchísimo que me había mentalizado. Completamente dispuesto a poner fin a nuestra relación llegué al restaurante y ella no había tardado ni un segundo en desmontar mi estrategia.
Me pidió perdón y se mostró completamente dispuesta a hacer lo mismo con Tatiana, dejándome sin argumentos con los que pelear. Ni siquiera tuve la oportunidad de insinuarle que estaba decidido a despedirme de ella para siempre, aunque, ahora que lo pienso con más calma, estoy segura de que ella intuyó perfectamente por donde iban los tiros.
Y se puso la venda antes de sufrir la herida.
A medida que hablaba Ali, más tranquilo me quedaba yo. Me di cuenta de que la había juzgado mal, que no era tan calculadora como yo pensaba y que, simplemente, se había emocionado demasiado con los jueguecitos y se había acabado pasando de la raya. Pero estaba completamente dispuesta a cambiar de actitud. A partir de ese momento, haríamos siempre lo que yo dijera, que para eso era el experto en aquellas lides y ella aprendería de mí y me obedecería en todo.
Tan humilde y compungida se mostró, que me conmoví, con lo que la interrumpí diciéndole que no era necesario llegar a esos extremos, que no íbamos a hacer siempre lo que yo dijera, que sus ideas habían sido muy buenas, lo único que tenía que hacer era avisarnos antes, para que pudiéramos decidir entre todos si lo hacíamos o no. Estábamos en democracia…
Alicia me sonreía satisfecha, tranquila y relajada. Interpreté que su sonrisa era de satisfacción, de alegría porque habíamos aclarado los malos rollos y volvíamos a estar todos en el mismo barco. Me sentí muy aliviado, al final, el apocalipsis que preveía iba a acontecer entre nosotros había quedado en nada. Volvíamos a ser un equipo.
Debería haber sido más listo.
———————————————-
A partir de entonces se abrió un periodo que puedo calificar de remanso de paz. Ali cumplió su palabra punto por punto. Empezó por disculparse con Tati, que, como era de esperar, se mostró cortadísima durante toda la charla. Yo me sentía cada vez más tranquilo y sereno, sintiendo que mi vida empezaba de nuevo a enfocarse, que recuperaba el control de mis actos.
Y, en efecto, así fue. Durante un tiempo.
Las siguientes semanas todo fue como la seda. No nos veíamos a diario, parecía que la ansiedad de los primeros encuentros había quedado atrás, así que sólo quedábamos un par de veces por semana.
A veces, nos limitábamos a charlar tranquilamente, contándonos las experiencias que hubiéramos podido tener durante la semana, sin meternos en ningún lío ni organizar ningún espectáculo.
Alicia fue ganado en aplomo y empezó a animarse a probar algunas cosas en solitario y, por nuestra parte, Tati y yo también tuvimos nuestra aventurillas.
Sin embargo, es justo reconocer que los mejores ratos fueron cuando nos reuníamos los tres y usábamos las camaritas y el micrófono. Era divertido. Y morboso.
¿Cómo? ¿Quieres que te cuente qué hicimos? A ver, pues muchas cosas, cada vez más atrevidas, a medida que Alicia y sobre todo Tatiana iban ganado confianza y perdían la vergüenza.
Por ejemplo, recuerdo un sábado en el que Tati tenía la tarde libre, pues había doblado turno unos días atrás. Ali propuso que fuéramos a una feria que celebraban en un pueblo, pues se había enterado que actuaba un cantante que le gustaba.
Fue una noche estupenda, en la que, aprovechando que nadie nos conocía, desfasamos todo lo que pudimos y más.
Había una pequeña montaña rusa en la que las chicas me convencieron para subirnos un par de veces. En la segunda ocasión, al pasar por el punto en que la cámara automática dispara una foto que luego puedes comprar, las dos, de mutuo acuerdo, se subieron los jerseys hasta cubrir sus rostros, dejando a la vista… otras partes. Idea de Ali, pero no pareció incomodar en absoluto a Tatiana.
Luego tuve que pagar a precio de oro la fotito en cuestión, mientras el tipejo de la atracción me miraba con socarronería. Apuesto a que él también tiene copia. No importa, me encantó.
Luego subimos en el tren del terror, cutre a más no poder, donde las chicas, amparándose en la oscuridad, no se cortaron en mostrar sus encantos a los actores que trataban de darnos sustos, con lo que el susto se lo llevaron ellos. Bueno, susto, lo que se dice susto…
Luego y tras habernos tomado unas copas en un bar donde hicimos unas cuantas fotos subrepticias más, me convencieron para subirnos a la noria. Curiosamente, la calidad de aquella atracción estaba muy por encima de las demás. Era bastante grande (de hecho, la más grande en la que me he montado, aunque eso no es decir mucho pues no soy muy aficionado a esas cosas) y tenía cabinas cerradas en vez de asientos al aire libre.
Como a esas alturas ya íbamos más que entonaditos, acabé follando con Tati, cabalgando como loca sobre mi rabo, mientras Ali nos grababa con la cámara, divertida y excitada. Fue muy erótico que nos mirara mientras follábamos y más todavía que se metiera la mano por la cinturilla del pantalón para acariciarse mientras lo hacíamos.
Además, desde las cabinas adyacentes a la nuestra pudieron regalarse a placer con el espectáculo, con lo que las miraditas y cuchicheos entre la gente cuando por fin nos bajamos fueron muy intensos. Y me encantaron.
Luego, en el concierto, disfruté enormemente con las miradas de odio que me dirigían los tipos del lugar, señal inequívoca de que nuestra aventurilla iba de boca en boca por toda la feria.
Tati, por su parte, se mostró mucho más calmada y participativa en esos días, confirmando lo que yo sospechaba desde el principio: que se había visto obligada a hacer todo aquello empujada por Alicia.
El cambio experimentado en ella era muy notable, se mostraba mucho más desinhibida y segura de si misma, ahora que comprendía que entre Ali y yo no había nada más que lo que le habíamos contado.
Y era cierto, nada más ocurrió entre nosotros. Nos veíamos desnudos continuamente, claro que sí, pero Ali parecía haber levantado un muro entre nosotros, quedando atrás aquella complicidad sexual que se teníamos al principio.
Era como si dijera: “Vale, si lo que quieres es una relación maestro – alumna, que así sea. Tú sigue con tu novia, que yo voy por mi lado. Pero olvídate de volver a ponerme la mano encima”.
Joder. Y yo, mal que me pese, seguía deseando fervientemente “ponerle la mano encima”.
Sí, ya sé. Me contradigo continuamente. Es verdad. Por fin tenía lo que quería. Lo pasaba bien, daba rienda suelta a mis impulsos, mi relación con Tatiana había mejorado… y seguía deseando meterme en las bragas de Alicia.
Y ella lo sabía. Y me torturaba.
Cuando repetíamos el numerito del metro y era Tati la que se exhibía, quedándonos a solas de nuevo Alicia y yo, intentaba recuperar la magia de anteriores encuentros. Me sacaba la polla y empezaba a masturbarme sentado junto a Alicia, rezando porque la excitación hiciera presa en ella y volviera a animarse a sobármela un poco. Y un huevo de pato. Se limitaba a mirarme un instante mientras me la meneaba y volvía a concentrarse en la pantalla del portátil como diciendo: “Tranquilo, sigue con lo tuyo, que a mí no me molesta”.
Otras veces era ella la que aportaba algún plan, que yo me apresuraba a aceptar sin poner pegas, en un intento de congraciarme con ella (de hacerle la pelota, vaya), pero no servía de nada. Nuestra relación seguía igual, cordial, amistosa, pervertida… pero ni un paso más allá.
Lo sé, lo sé, no me quedo satisfecho con nada. Aquello era lo que yo quería ¿no? O quizás no lo era. Lo que yo quería era que ambas mujeres hicieran lo que yo quisiera, bien fuera, charlar, salir a comer, exhibirnos… o follar.
Qué cojones. Justo es reconocerlo. Me moría por acostarme con Ali.
Y ella lo sabía perfectamente.
Como te he dicho, durante unas semanas fue todo miel sobre hojuelas, todo iba muy bien y no hay ningún incidente que reseñar. Pero, interiormente, yo me sentía cada vez más desasosegado e insatisfecho.
Sentía que había dado todos los pasos necesarios para tirarme a Ali y al final ella había interpuesto una barrera imposible de saltar. Pero esa barrera tenía una puerta…
CAPÍTULO 21: ALICIA STRIKES BACK:
Recuerdo que era miércoles y estábamos los tres tomando café en casa, aprovechando que teníamos la tarde libre para ver el montaje que había hecho de los vídeos de nuestras andanzas.
Estábamos muy relajados viendo las imágenes, más divertidos que excitados, pues, a esas alturas, todos habíamos visto esas imágenes en varias ocasiones, por lo que perdían gran parte de su carga morbosa.
Fue todo muy inocente. Alicia se limitó a deslizar en la conversación que tenía ganas de salir a correr, que empezaba a sentirse algo fofa (y una mierda) y que si me apetecía acompañarla.
Me pareció perfecto. Ni un problema. Ni siquiera sospeché nada raro cuando, tras aceptar su propuesta, ella sugirió que podíamos pasar también por el gimnasio. Me recomendó que llevara el bañador y así podríamos aprovechar también la piscina.
En eso quedamos. Nos citamos el viernes siguiente por la tarde en la tienda de Tati. Luego iríamos a correr un rato y acabaríamos en el gimnasio del centro comercial, de cuya cadena era socia Alicia.
No importaba que yo no lo fuera, pues permitían a los abonados llevar a un amigo como invitado para que conociera las instalaciones.
Después, podríamos recoger a Tati y salir por ahí a cenar… y a hacer nuestras cositas. Un buen plan.
Y tanto que lo era.
El viernes me marché pronto del trabajo. Me costaba concentrarme, pues tenía la cabeza llena de imágenes de Alicia. Fantaseaba con lo que íbamos a hacer por la noche e imaginaba planes y escenarios en los que poder divertirnos dedicándonos al exhibicionismo.
El jefe me miró raro cuando me vio salir antes de hora, pero no dijo nada, pues los resultados de ventas seguían siendo buenos. Aún así, seguro que se preguntó qué coño me pasaba últimamente, pues no era habitual que yo faltara tanto al trabajo.
A eso de las cinco, me reuní con ella, vestido con ropa de deporte. En el coche dejé una muda de ropa para salir por la noche y una bolsa con el bañador, una toalla y un par de objetos de aseo.
Ella estaba super sexy como siempre, con un conjunto de lycra negro y un top de deporte rosa, sugestivamente ajustado, de forma que se dibujaba a la perfección el contorno de su excitante cuerpecito.
Se había recogido el pelo en una cola de caballo, cosa que me encantó, pues nunca la había visto con ese peinado.
Y nos fuimos a correr al parque, que tiene unos senderos trazados para estos menesteres. Calentamos unos minutos, charlando de banalidades y nos pusimos en marcha. Enseguida pude constatar que Ali se mantenía en forma, pues marcaba el ritmo sin jadear siquiera. Empezamos despacito, continuando con la charla y retándonos, medio en broma medio en serio, a una carrera por todo el circuito del parque. Pero, poco a poco, fuimos subiendo el nivel y pronto estábamos corriendo disparados, tratando de veras de ganar la improvisada competición, pues a ambos nos brotó el espíritu competitivo y ninguno de los dos quería perder.
Al principio, permití que fuera ella delante, más que nada para regalarme la vista con su culito embutido en lycra, pero pronto me di cuenta de que, o forzaba la máquina, o Alicia iba a dejarme bien pronto atrás.
Un rato después y con los pulsómetros disparados por el sobreesfuerzo, los dos nos detuvimos jadeantes al llegar al final del sendero, habiendo completado el recorrido en tiempo record.
Me sentía exultante, pues finalmente había  ganado yo, pero algo en la expresión de Alicia me avisó de que no era buena idea alardear del triunfo, así que me comporté caballerosamente y ponderé su extraordinario momento de forma.
Seguimos corriendo un rato, a paso lento para bajar las pulsaciones y por fin, nos dirigimos al gimnasio, pasando antes por los coches para recoger nuestras cosas.
Minutos después, estábamos frente al mostrador de la recepción, donde una guapa señorita rellenaba mi credencial de visitante (una excusa como otra cualquiera para quedarse con mis datos y poder bombardearme luego con ofertas para hacerme socio).
De todas formas no me aburrí, pues bastaba con mirar a mi alrededor para poder regalarme la vista con los espectaculares monumentos de mujer que se paseaban por allí. Alicia podría haber hecho lo mismo, pues también había muchos tíos cachas pululando, aunque te aseguro que yo apenas los vi, concentrado como estaba en otras cosas.
A la que sí vi fue a la guapa jovencita de tetas enormes que había saludado a Tatiana en la cafetería semanas antes. Me acordé de ella porque… esas tetas no se olvidan. También iba vestida con ropa de lycra, lo que era francamente sugestivo. Además, la empleada del gimnasio con la que hablaba (una morenita francamente atractiva) también estaba para mojar pan. Me habría encantado enseñársela a las dos.
Ni me enteré de la mitad de las preguntas que la recepcionista me hacía hasta que Ali me dio un codazo en las costillas, visiblemente molesta. Seguro que la chica pensó que éramos pareja y que luego iba a caérseme el pelo.
Hicimos un rato de spinning y luego otro poco con las máquinas, aunque yo no estaba muy centrado en los ejercicios, distraído continuamente por los cuerpazos que por allí desfilaban. Estuve incluso sopesando borrarme de mi gimnasio (especializado en artes marciales y lleno de tíos rebosantes de testosterona) y apuntarme allí también.
Cuando Ali se cansó, me dijo que nos diéramos una ducha y fuéramos a la piscina. Ni una pega puse.
Minutos después, nos encontramos a la salida de los vestuarios, ya duchados y vestidos con albornoz.
Siguiendo unos carteles, llegamos a la piscina climatizada, pero entonces Ali dijo que no le apetecía nadar, que estaba cansada y que prefería relajarse en el jacuzzi.
A mí me daba igual, yo lo único que quería era verla vestida con el atrevido bañador que habría escogido para la ocasión, así que me dejé llevar hasta el otro extremo de la sala, donde había acondicionados tres hidromasajes.
Yo sabía que en ese gimnasio tan elegante tenían jacuzzis privados, pero Ali optó por uno de los que estaban junto a la piscina.
Por fin, Ali se libró del albornoz y, para mi completa decepción, apareció vestida con un bañador deportivo azul de una sola pieza de lo más recatado. Yo, que esperaba como poco un micro bikini, me quedé mirándola desencantado, lo que la hizo sonreír al saber perfectamente en qué estaba yo pensando.
Sin decir nada más, se metió en el jacuzzi, sentándose con la espalda pegada al borde. Encogiéndome de hombros, me libré del albornoz y me reuní con ella.
Y, durante un rato, todo fue perfectamente normal.
Estuvimos en remojo charlando tranquilamente, sin que pasara por mi mente la idea de intentar nada raro allí, pues, aunque aquel no era el gimnasio al que Ali iba habitualmente, sí que era socia de la cadena y la podían reconocer.
No estábamos solos en el jacuzzi, había cuatro personas más, una pareja (novios casi con seguridad) y dos chicas bastante atractivas, hablando entre ellas, sin prestarnos atención a los demás.
Yo, completamente relajado sintiendo cómo las burbujas y el agua caliente se llevaban el cansancio de mi cuerpo, las miraba de vez en cuando con aire distraído, imaginando que me mostraba desnudo ante aquellas bellas jóvenes y que ellas, lejos de escandalizarse, se deleitaban con mi erección, se animaban y…
–          He estado pensando en lo que podríamos hacer esta noche – me dijo Ali sacándome de mi ensoñación.
–          Dime – respondí con interés, tranquilo pues últimamente Ali se había mostrado muy recatada con sus planes.
–          Verás, resulta que he conocido a un tío…
–          ¿Un tío? – inquirí sintiendo una vaga inquietud.
Justo en ese momento, la parejita abandonó el jacuzzi entre risitas. El chico aprovechó para dirigir una última miradita disimulada tanto a las jóvenes como a Alicia, procurando que su acompañante no se diera cuenta, lo que me confirmó que, en efecto, eran pareja.
–          Sí. Se llama Iván y es el dueño de un sex-shop. Y allí tienen…
–          ¿Un sex-shop? – exclamé en voz un poquito más alta de lo que pretendía, lo que hizo que nuestras jóvenes acompañantes desviaran la mirada hacia nosotros.
–          Sí, uno al que voy a veces. Allí me recomendaron la web donde compré las gafas… He pensado que podríamos ir esta noche. Allí tienen una sala…
–          Ali, no sé – intervine – Un sitio donde te conocen… No me parece buena idea…
–          No, espera, tú escucha lo que te voy a decir…
Mientras hablaba, Ali se acercó a mí, sentándose cerca de mí. Muy cerca. De repente, fui plenamente consciente de la proximidad de nuestros cuerpos y, cuando su muslo desnudo rozó ¿involuntariamente? el mío, un escalofrío recorrió mi columna, haciéndome temblar.
–          Víctor, no me parece bien que te niegues sin haber escuchado siquiera lo que se me ha ocurrido…
Mientras decía esto, su muslo se apretó contra el mío ya sin disimulo ninguno. Ali estaba decidida a salirse con la suya y sabía cómo conseguirlo. Por Dios si lo sabía.
Su contacto me enervaba, bastó esa simple presión de su pierna desnuda contra la mía para que todo el deseo, toda la excitación, regresaran de golpe. La deseaba.
–          He estado unas cuantas veces en el local – continuó Ali simulando no darse cuenta de mi turbación – Y tienen una sala para espectáculos… ya lo he probado y es genial, así que se me ocurrió que quizás Tatiana…
Justo entonces, como por descuido, la mano de Alicia se posó en mi entrepierna, encima del bañador. Fue visto y no visto, en menos de un segundo, tocaron a diana y mi soldadito despertó de golpe, poniéndose en posición de firmes, apretándose contra la palma de su mano, que, lejos de retirarse, empezó a deslizarse muy despacio sobre el bulto, acariciándolo y estimulándolo con cuidado.
No pude evitar que un gemido de placer escapara de mis labios, atrayendo de nuevo la atención de nuestras vecinas, que se dieron cuenta al instante de lo que sucedía. A pesar de que el agua nos cubría hasta el pecho, la expresión de cordero degollado que había en mi rostro unida a la posición en que se encontraba Ali demostraron a las dos chicas que algo se cocía bajo el agua. Bueno, más bien algo “ardía” bajo el agua.
No sé, quizás si las dos mujeres se hubieran asustado y se hubieran largado de allí, habría sido capaz de mantener el control. Pero no, las dos se limitaron a cuchichear entre sí, con sonrisas pícaras en sus labios y a seguir observándonos con disimulo, con lo que la excitación que sentía se multiplicó por mil.
Justo como Alicia quería.
Ni corta ni perezosa, mi acompañante deslizó la mano por la cinturilla del bañador y se apoderó de mi miembro, apretándolo con fuerza, haciéndome gemir nuevamente. Las chicas, con un brillo de lujuria en la mirada, no nos miraban directamente, pero, aún así, no se perdían detalle.
Alicia seguía hablándome de su idea, pero te juro que, a partir del instante en que empuñó mi instrumento, no me enteré absolutamente de nada de lo que dijo, concentrados mis cinco sentidos en aquella habilidosa mano, que acariciaba deliciosamente mi hombría.
Como el bañador dificultaba sus operaciones, Ali me la sacó fuera y procedió a masturbarme con mayor decisión, brindándoles a nuestras encantadoras compañeras el espectáculo de una polla bien meneada.
Yo tenía los ojos medio cerrados, dejándome hacer, pero aún así podía ver que las chicas no se perdían detalle de lo que pasaba, volviéndome loco de calentura. Las dos se decían de vez en cuando cosas al oído y yo alucinaba tratando de imaginar qué se estarían diciendo.
Ali seguía a lo suyo, narrándome en detalle sus planes para la noche, sin que yo le prestara la más mínima atención a lo que decía, doblegada por completo mi voluntad a la suya, consiguiendo así recuperar el mando de las operaciones simplemente explotando mi deseo.
Joder, qué paja me hizo. Fue fantástica. Y las dos chicas viciosas mejoraron el panorama. Ni dos minutos aguanté.
De pronto, mi cuerpo se puso en tensión y sentí que mis huevos entraban en erupción. Ali, ya completamente despendolada, tiró de mi polla hacia arriba con fuerza, obligándome a levantar el culo de mi asiento.
Con ello consiguió que mi verga surgiera majestuosa de entre las cálidas y burbujeantes aguas, de forma que, cuando me corrí, el semen salió disparado como de un surtidor en vertical, alcanzando por lo menos un metro de altura antes de que la gravedad lo hiciera regresar y zambullirse en el jacuzzi.
Para mi absoluto deleite, los ojos de las dos chicas siguieron la trayectoria del lechazo arriba y abajo, con sendas expresiones de absoluto asombro tan cómicas que, de no haber estado tan cachondo, me habrían hecho  estallar en carcajadas.
Una vez aliviada la tensión y tras vomitar mi miembro las últimas gotas, Alicia relajó la presión y me permitió volver a sentarme, hundiéndome de nuevo entre las aguas, tratando de recuperar el aliento. Justo entonces las dos chicas, perfectamente coordinadas, se pusieron en pié y salieron del jacuzzi, medio avergonzadas, medio decepcionadas porque el show se hubiera terminado.
–           Hasta luego chicas – les dijo Ali con todo el descaro del mundo agitando la mano que segundos antes me había proporcionado tanto placer.
Las chavalas no respondieron pero una de ellas volvió la cabeza y me dedicó una última mirada que hizo que se me erizara el vello de la nuca.
–          Entonces, ¿qué? – dijo Ali volviéndose hacia mí – ¿Te parece bien mi idea?
La puta que la parió…
CONTINUARÁ
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Relato erótico: “Memorias de un exhibicionista (Parte 10)” (POR TALIBOS)

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MEMORIAS DE UN EXHIBICIONISTA (Parte 11):
 
CAPÍTULO 22: EL SHOW DEL SEX-SHOP:
Poco más de una hora más tarde, los tres estábamos sentados a la mesa en un restaurante de la zona, cenando tranquilamente y charlando como buenos amigos.
Bueno, en realidad la que hablaba era Ali, pues Tati, como siempre, se mostraba un poquito cohibida, mientras que yo no prestaba mucha atención a lo que se decía, rememorando una y otra vez los excitantes momentos que había compartido con Alicia un rato antes en el jacuzzi.
Aún podía sentir su delicada mano aferrando con garbo mi polla y masturbándola con maestría. Y las dos nenas que nos habían visto… madre mía, sus expresiones cuando me corrí y la leche salió disparada… lo único que lamenté fue no haber podido grabar la escena para poder deleitarme una y otra vez con sus caras de asombro y lujuria.
–          Ya se lo he explicado a Víctor y le ha parecido buena idea, ¿verdad? – decía Ali en ese instante.
–          ¿Cómo? – pregunté despistado – Sí, sí, no está mal.
Ni puta idea de lo que estaban hablando. Un poquito avergonzado, me obligué a mí mismo a centrar mi atención en mis acompañantes y en dejar de divagar de una maldita vez.
–          Bueno, si a Víctor le parece bien – dijo Tati con duda manifiesta en la voz.
–          Te aseguro que Víctor disfrutará mucho… – dijo Ali con cierto retintín – Además, piénsalo, de todas las cosas que hemos hecho, esta es la más segura…
–          Pero, ¿y si me reconociese alguien? – insistía Tatiana.
–          Que no, nena, te juro que es imposible. Mira, si no me crees, lo haré yo; ya lo he probado antes y fue super excitante. Por eso quería que lo hicieras tú y le brindaras un buen espectáculo a Víctor. Además, yo también quiero ver cómo te desenvuelves…
Más o menos tenía claro que Ali pretendía que Tatiana se exhibiera en un sexshop del que era clienta. Me inquietaba un poco montar el número en un local cerrado y, para más inri, en uno donde Alicia era conocida. Tenía que averiguar más antes de dar el visto bueno, pero disimulando el hecho de que no me había enterado de nada de lo que me había contado.
–          Mira, Tati – intervine entonces – Creo que lo mejor es que no decidas nada aún. Podemos pasarnos por allí, vemos cómo está la cosa y entonces decides. Y ya sabes nena, si no quieres hacerlo, no hay más que hablar.
–          Buena idea – asintió Ali.
La pega fue que Tati interpretó mis palabras como si me sintiera decepcionado por su actitud, por lo que inmediatamente reaccionó asegurando que por supuesto lo haría, que sólo quería asegurarse de que no íbamos a meternos en ningún lío.
Habiéndose salido con la suya, Ali se apresuró a cambiar de tema, dejando la cuestión aparcada. No le di mucha importancia, así que me apliqué a devorar con ganas mi cena, pues después de la intensa tarde que habíamos pasado, tenía un hambre de lobo.
Una hora más tarde, aparcábamos el coche en una zona céntrica y, guiados por Alicia, caminamos tranquilamente en dirección al famoso sexshop, mientras la chica nos contaba cómo había conocido al dueño, el tal Iván y cómo había acabado por convertirse en su clienta, cuestiones que a mí, y lo digo con toda el alma, me importaban un pimiento.
Nuevamente (y para no perder la costumbre) iba pensando en lo mío, pasando olímpicamente de la conversación. Al menos esta vez la excusa era buena, pues tenía la mirada perdida admirando cómo se contoneaban los esculturales traseros de mis dos acompañantes, que desde mi perspectiva (caminando un poco retrasado) eran dignos de cualquier monumento.
Las dos estaban preciosas. Tati vestida con la ropa del trabajo, camisa blanca y falda negra a medio muslo y Alicia simplemente espectacular, con un vestido negro de una sola pieza, llegándole la falda tan sólo unos centímetros por debajo de las nalgas, permitiendo así a su dueña exhibir sus extraordinarias piernas enfundadas en una elegantes medias del mismo color.
Como no hacía nada de frío, ambas llevaban sus abrigos colgados del brazo, con lo que pude deleitarme a placer admirando el hipnótico vaivén de sus culitos enfundados en sus faldas.
Como dije antes, mi excusa para no prestar atención era excelente esta vez.
Por fin llegamos al local. Recordé que ya lo había visitado en una ocasión, años atrás, con motivo de la organización de la despedida de soltero de un amigo antes de su boda (aunque sin duda lo pasamos mucho mejor en la juerga que nos corrimos un año más tarde, con motivo de su divorcio).
Entramos al local, mirando hacia todos lados con curiosidad y poniendo la cara que todos adoptamos al entrar en un sitio de estos, como indicando que hemos venido por casualidad y no tenemos el más mínimo interés en ninguno de los artículos que allí se venden. Esas cosas las usan otros, yo no… ya sabes a qué me refiero.
Enseguida tuvimos encima al tal Iván. Era un tipo alto, bien formado, con la cabeza completamente afeitada pero luciendo unos muy bien cuidados bigote y perilla. Vestía con elegancia, camisa burdeos y pantalón y chaleco negros.
Eso sí, tenía un aire de chulo putas que no me acabó de convencer, aunque se mostró en todo momento tan correcto, educado y libre de prejuicios, que acabó por caerme bien.
–          ¡Hola Alicia! ¡Así que finalmente habéis venido! – exclamó mientras se aproximaba.
Alicia, haciendo gala de cierto nivel de confianza con el tipo, le saludó efusivamente con sendos besos en las mejillas. Con educación, Ali se apresuró a presentárnoslo, estrechándome el tipo la mano con firmeza para a continuación, besar la mano que Tatiana le tendía, dejándola absolutamente estupefacta. Sin duda era la primera vez en su vida que un hombre la saludaba así y la verdad es que yo tampoco recordaba a nadie haciéndolo fuera de las películas.
–          Así que tú eres Tatiana – dijo mirando a mi novia de una forma que no me gustó demasiado – Ali me ha hablado mucho de ti. Bueno, de los dos en realidad – añadió mirándome con simpatía.
–          ¿Te ha hablado mucho? – dije mirando sorprendido a Ali.
–          Sí. Me ha contado todo lo vuestro. Vuestros juegos y aficiones.
–          ¿Cómo? – exclamé estupefacto.
–          Tranquilo – dijo Iván alzando la mano en son de paz – Yo soy como los médicos. Me une la más absoluta confidencialidad con mis clientes. Lógicamente, para saber qué es lo que les gusta, tienen que confiar en mí y decírmelo, sólo así puedo satisfacer sus demandas.
–          Perdona – dije un tanto confuso – Pero no veo…
–          Y, si así te vas a quedar más tranquilo – continuó Iván ignorando mis protestas – te diré que mis propios gustos tienen algo en común con los vuestros. Aunque yo soy de los que gustan de mirar, no de que los miren…
–          Me parece genial – dije un poco cortante – Pero creo que Alicia debería de habernos consultado antes de ir por ahí contando…
–          Alicia no me ha contado nada en especial. Sólo que junto a un par de amigos había estado dando rienda suelta a ciertos impulsos exhibicionistas. Al saberlo, yo le propuse el uso de nuestras instalaciones; ella las probó, se lo pasó estupendamente, nuestros clientes disfrutaron de lo lindo y entonces me comentó que os traería algún día para ver si os animabais a probar vosotros. Si no queréis, no pasa absolutamente nada.
–          ¿Nos? – pregunté sorprendido – Yo había entendido que era Tati…
–          A ver hijo – intervino Alicia – ¿Tú me escuchas cuando hablo? Te expliqué antes que la idea era que probara Tati, pero si os gusta el sitio, otro día puedes probar tú, o hacerlo los dos juntos o…
Ahora sí que no entendía nada. Pero no podía admitirlo, pues se descubriría que no le había hecho ni puñetero caso durante la cena (en toda la tarde en realidad), así que me limité a asentir, como si supiera de qué estaba hablando.
Iván me miraba con una sonrisa mal disimulada, lo que me hizo comprender que el muy cabrito sabía sin duda lo que estaba pasando por mi mente. Sin embargo, como buen vendedor, no dijo ni pío, echándome un capote con la entrenada mano izquierda de alguien bien curtido en esas lides.
–          Ali, creo que lo mejor será que lo vean ellos mismos. Cómo es la sala y para qué la usamos. Seguro que les va a encantar.
–          Sí. Creo que es lo mejor – dije apresurándome a agarrar el salvavidas que me ofrecían.
–          Si sois tan amables, venid conmigo. Señorita…
Muy educadamente, Iván ofreció su brazo a Alicia, que lo aferró haciendo una graciosa reverencia con una sonrisa satisfecha en los labios. Yo rodeé a Tati por la cintura, atrayéndola hacia mí y abrazándola suavemente. Temblaba como un cervatillo.
–          Tranquila nena. Si esto no te gusta o te sientes incómoda, dímelo y nos largamos en un segundo.
–          No, cari – me dijo dedicándome una cálida sonrisa – La verdad es que siento un poco de curiosidad. Si es como dice Alicia…
Sí. Eso. A ver qué coño había dicho Alicia.
Iván nos condujo por un largo y estrecho pasillo, con un montón de puertas dispuestas a los lados.  Aunque la iluminación era tenue, se veía todo bastante limpio, lo que restaba sordidez al ambiente. Yo sabía que esas puertas llevaban a pequeños cuartos para ver porno y que en todas ellas no faltaban una pantalla de tv, una silla, rollos de papel higiénico… y una ranura para echar monedas.
Me sorprendió lo largo que era el pasillo, debía haber al menos 20 puertas dispuestas a los lados y encima de casi todas brillaba una lucecita indicando que estaban ocupadas. Bueno, los que estaban dentro sí que estaban ocupados.
–          Jo – exclamé señalando las luces – ¿Tanta gente viene aquí a ver porno? Pensé que, con Internet, este tipo de negocios estaría de capa caída.
–          ¿Porno? – dijo Iván volviéndose a mirarme – Aquí no se viene a ver porno. Esto es peep show.
La comprensión se abatió sobre mí como una tonelada de ladrillos. Por fin entendía cuales eran las intenciones de Alicia.
Iván se detuvo junto a la puerta que había al fondo, sobre la cual había un cartel de “PRIVADO”. Sacando una llave del bolsillo, abrió y nos invitó a pasar, haciéndose a un lado.
–          Este es mi despacho. Poneos cómodos.
Penetramos en una estancia bastante grande, amueblada con un gusto realmente exquisito. Contrariamente a lo que me esperaba del gerente de un sexshop, no había por las paredes posters o cuadros de mujeres en pelotas, sino cuadros al óleo y alguna litografía, de paisajes sobre todo.
–          Aquí es donde me refugio cuando me saturo de tanto… sexo – dijo Iván simplemente.
Se veía que estaba orgulloso de aquella habitación y le agradó que nos gustara. Me senté en un cómodo sillón que había frente al escritorio y las chicas hicieron otro tanto. Educadamente, nos ofreció una copa, aunque nadie quiso tomar nada. No quería tener nada en la mano por si acababa saliendo disparado de allí.
–          Veréis – dijo Iván tomando asiento al otro lado del escritorio – Nuestro negocio de peep show es en la actualidad una de nuestras más importantes fuentes de ingresos. La gente está saturada de tanta pornografía; en Internet haces clic en una web que vende potitos para niño y te salta un enlace que te permite descargar porno.
–          Eso es verdad – intervino Tati con timidez, demostrando que estaba un poquito más relajada.
–          Así que eso ya no es negocio para nosotros. Seguimos vendiendo DVD, claro, pero normalmente cosas muy específicas. Ya sabéis, un cliente al que le gusta el porno alemán, otro que quiere zoofilia…
–          ¡Agh! – exclamó Ali.
–          Yo no juzgo a nadie – dijo Iván – Mientras sea legal y me paguen…
De la segunda parte estaba seguro. De la primera no tanto.
–          Hace unos años inauguramos las dos salas de peep show, tratando de ofrecer a nuestros clientes una experiencia más real, más cercana. Voyeurismo en estado puro. Y nos fue bastante bien.
–          ¿Dos salas? – dije – Por eso hay puertas a ambos lados del pasillo.
–          Sí. Así aprovechamos la infraestructura de las cabinas antiguas. Además, desde la tienda se accede a otros dos pasillos que literalmente rodean las salas peep (las llamamos así para abreviar). Adquirimos el local de al lado para poder hacer las obras. Fue una fuerte inversión, pero la amortizamos en poco tiempo.
–          Me alegro – dije por decir algo.
–          Gracias – respondió él adivinando mis pensamientos – Pero no fue hasta el día en que cambiamos el modelo de espectáculo, cuando conseguimos realmente triunfar en el negocio.
–          ¿Cambiar? – intervino Tati interesada.
–          Sí. Veréis, al principio, nos limitábamos a montar espectáculos… profesionales. Ya sabéis, stripers (cientos de stripers), shows lésbicos, algún espectáculo de sexo en vivo… incluso montamos un par de sesiones bdsm, contratando gente en un club que hay aquí cerca. Pero no tuvieron el éxito esperado, pues los fans del tema… simplemente acuden a dicho club.
–          Es lógico. Pero no has dicho en qué consistió el cambio – aunque ya sabía perfectamente a qué se refería.
–          Empezamos a contratar gente amateur. Actores no profesionales, que desprendieran ese “tufillo” a vergüenza, a morbo y el éxito se disparó. Es esa “realidad”, la autenticidad, lo que atrae al público. Y, si os soy sincero… a mí me ocurre lo mismo.
–          No me extraña – pensé.
–          Y gente como vosotros… Venís caídos del cielo. La primera vez que vi a Ali me pareció una mujer increíblemente atractiva. Pero cuando el otro día se animó por fin y se metió en la sala… Uf. Ali, querida, ya te he dicho que, en cuanto te decidas, dejes a ese novio tuyo y te convertiré en la reina de la ciudad. Y en mi reina… si te apetece – dijo Iván guiñándole un ojo Alicia con todo el descaro, haciendo que la chica se echara a reír.
–          Ya te dije que me lo pensaría – dijo ella con desparpajo – Pero no prometo nada…
Me tapé la boca con la mano ocultando mi sonrisa. ¡Ay, calvito del sexshop! ¡Ese tiesto ya lo he regado yo cien veces! ¡Y un jamón!
–          Bueno – dijo Iván enderezándose en su asiento – Vayamos al grano. Lo que os propongo (en este caso a ti Tatiana) es la posibilidad de dar rienda suelta a vuestro impulso exhibicionista, permitiéndote mostrarte desnuda frente a un buen montón de gente que te observará desde sus cubículos, separados de ti por un cristal. Como ves, es un medio completamente seguro, pues, aunque alguno pierda el control (lo que no sería de extrañar dada tu belleza), no podría llegar a ti, a no ser que saliera disparado por el pasillo, derribara esa puerta – dijo señalando la que habíamos usado para entrar – y tumbara al guarda que hay custodiando la entrada del peep.
–          No, no – dijo Tati – Si eso no es lo que me preocupa. Quiero decir… ¿Y si me reconoce alguien? No sé. Imagínate que algún conocido está aquí esta noche y…
–          Cht, cht, cht – negó Iván con la cabeza, interrumpiéndola – Eso no es problema alguno. Normalmente, nuestros “actores amateurs” tienen el mismo reparo que tú, así que, simplemente salen disfrazados. Ya sabes, una peluca, un antifaz… lo que quieras.
–          ¡Ah! Claro. No lo había pensado – dijo Tati.
–          Es natural. Es tu primera vez – respondió él con serenidad – Pregunta todo lo que quieras.
Tati le sonrió con simpatía. Su nerviosismo se había evaporado. Aquel tipo sabía lo que se hacía.
–          Claro que sí. Creí que te lo había dicho – dijo Ali – Yo salí con peluca y una máscara. Además, iba vestida de doncella francesa. Ni mi madre me habría reconocido.
Aquello me interesó.
–          ¿Doncella francesa? ¿tenéis disfraces?
Iván me miró, divertido.
–          A ver, esto no es una tienda de disfraces, si buscas uno de spiderman, no lo vas a encontrar.
–          Comprendo – asentí riendo.
–          Pero, aquellos que tienen cierta carga… fetichista. Seguro que sí.
–          Ya, ya, ya imagino que no tendréis uno de Harry Potter, pero…
–          Bueno, de Harry Potter no – me interrumpió Iván – Pero si quieres el de la chavala, la brujita… podremos complacerte.
Todos nos echamos a reír.
–          Bien. A lo que iba – dijo Iván retomando el hilo – Si te animas a participar, Tatiana, entrarás en un camerino donde podrás cambiarte, disfrazarte o desnudarte. Como te venga en gana. Luego, cuando salga de la sala quien esté utilizándola en este momento, se encenderá una luz verde y podrás entrar… a hacer lo que quieras.
–          Sí. Es super erótico Tatiana – dijo Alicia con entusiasmo – Sabes que en todo momento hay un montón de gente mirándote… te pones muy caliente. Es increíble. Pero no pueden tocarte. Además, te ves a ti misma reflejada en todos los espejos… y eso hace que tu imaginación se desboque…
La verdad, la idea no me parecía mala para nada. Era seguro, morboso… es cierto que se perdía la excitación de ver al que te mira, pero, acordándome de las antiguas ideas de Alicia, aquella no estaba nada mal.
–          No sé cari, ¿cómo lo ves tú? – me preguntó Tati.
–          Como tú quieras, cariño. Aunque, si te soy sincero, me seduce la idea de verte haciendo un buen striptease…
Dije aquello sabiendo que Tati sería incapaz de negarse.
Y, efectivamente, no lo hizo.
Tras un par de minutos de charla, nos pusimos en marcha. Tati estaba otra vez un poquito nerviosa, así que Alicia, que al parecer se conocía el sitio al detalle, se encargó de acompañarla al camerino para ayudarla a cambiarse. Yo me quedé con Iván, charlando amistosamente.
–          Bueno – dije de repente – ¿Y nosotros? ¿Vamos a uno de los cubículos?
–          ¿Vosotros? ¡No, no, amigo, en absoluto! – respondió él con vehemencia – ¡Vosotros sois VIPS!
–          ¿VIPS? – pregunté divertido.
–          ¡Por supuesto! Alicia es una buena clienta, una amiga y sobre todo – dijo él mirándome con picardía – no cobráis por el espectáculo.
Me eché a reír. Ya había caído en la cuenta de que Iván había hablado de “contratar” actores para el peep show, pero de pagarnos a nosotros no había dicho ni una palabra.
–          Alicia se ofreció a actuar gratis a cambio de disfrutar de ciertos… privilegios. Y hasta donde yo sé, no hemos cambiado los términos de nuestro acuerdo.
–          ¿Privilegios? – pregunté intrigado.
–          Acompáñame – me dijo Iván levantándose.
No salimos del lugar, pues nuestro destino era una habitación anexa a la que se accedía por otra puerta. No sé qué pensaba encontrar, sobre todo teniendo en cuenta que el despacho del que veníamos era un ejemplo perfecto del buen gusto, pero lo cierto es que la acogedora “sala de observación” a la que entramos me sorprendió bastante.
Era una habitación grande, más de lo que yo esperaba, del tamaño de un dormitorio estándar más o menos. Como la sala anexa, estaba decorado con sobriedad, las paredes pintadas de color oscuro y adornadas, esta vez sí, con fotografías de desnudos, pero todas muy artísticas, nada de pornografía ni ordinarieces.
En la pared del fondo, un enorme espejo reflejaba el contenido de la sala y, justo enfrente, un mullido y cómodo sofá de 4 plazas invitaba a sentarse y a disfrutar del espectáculo.
Junto al sofá, un carrito con ruedas repleto de todo tipo de bebidas alcohólicas de primeras marcas, lo que me hizo comprender que lo de tratamiento VIP iba bien en serio.
–          Normalmente uso esta sala para mi disfrute personal – me dijo Iván tras dejarme unos instantes para familiarizarme con el lugar – Pero, en algunas ocasiones, la cedo con gusto a clientes especiales.
–          Vaya. Entiendo que somos de esos clientes especiales – dije sin dejar de admirar las fotografías de bellas mujeres.
–          Al menos Alicia lo es y viniendo vosotros con ella… Además, Tatiana es muy hermosa y seguro que esta noche nuestros clientes lo pasarán muy bien admirándola; sin duda eso merece situaros en la lista de clientes preferentes.
Nos quedamos callados unos segundos, hasta que por fin le hice la pregunta obvia.
–          Supongo que ese espejo es la ventana que da a la sala peep.
–          En efecto. Mira, se usa así.
Iván cogió un pequeño mando a distancia que había en el carrito de las bebidas. Accionando un botón, el reflejo del espejo pareció difuminarse, convirtiéndose en una especie de cristal a través del cual pude ver una enorme sala circular, en cuyo centro había una especie de colchón redondo, cubierto por unas sábanas  de satén. Las paredes estaban literalmente cubiertas de espejos, tratándose en realidad de ventanas que daban a los cubículos de observación. Pude comprobar que, en efecto, la nuestra era la más grande de todas.
Justo en ese momento, en la sala estaba actuando una chica, con un cuerpo bastante impresionante, que estaba realizando un número de pole dance, usando la barra que había situada justo en medio del colchón.
La chica, completamente desnuda, colgaba en ese instante cabeza abajo de la barra, mientras se las apañaba para que su cuerpo fuera descendiendo progresivamente, girando alrededor del metal, para acabar tumbada sobre el colchón, completamente despatarrada.
Entonces, metiendo una mano entre sus muslos, se abrió por completo el chochito con dos dedos, exhibiéndolo para la clientela que la observaba desde sus habitáculos, haciendo quien sabe qué cosas en la intimidad de esos cuartos.
–          Esa chica es de las profesionales, ¿no? – pregunté mientras veía a la chavala levantando la pelvis del colchón y brindándome un excelente primer plano de su expuesta intimidad.
–          Sí. Bueno, en realidad se dedica al striptease sólo los fines de semana. Es estudiante de derecho.
–          ¡Coño! – exclamé sorprendido – Si no lleva la cara cubierta. Como venga alguno de sus compañeros…
–          ¿Como venga? – dijo Iván mirándome con una sonrisa burlona – Ella reparte panfletos en la facultad entre sus compañeros para que acudan. Por cada cliente que presenta aquí ese panfleto, ella se lleva un porcentaje de las ganancias. Te aseguro que, los fines de semana que actúa aquí, se lleva un buen pico. Y no vienen a verla sólo los alumnos, no sé si me entiendes…
Miré de nuevo a la chica, que estaba de nuevo en pié, bella y con la piel brillante por el sudor, girando de nuevo alrededor de la barra. Vaya si le entendía…
–          Joder. Debo parecerte un mojigato tremendo – dije – La verdad, siempre me he sentido bastante abierto en cuestiones de sexo, pero comparado contigo parezco un crío.
–          ¡Bah! No te creas – dijo Iván – Yo llevo años en esto y todavía me sorprendo con las actitudes de la gente.
No sé si lo dijo en serio, pero Iván logró caerme todavía mejor con aquel comentario. Me sentía cómodo con él, a pesar de que era potencialmente peligroso que un completo desconocido supiera en detalle cuales eran mis inclinaciones.
–          ¿Quieres una copa? – dijo entonces Iván.
–          Sí. Te la acepto ahora. Un gin-tonic, por favor.
–          Siéntate en el sofá, Víctor. Es comodísimo y se ve el espectáculo perfectamente.
Era verdad. Me senté y, al ser la ventana-espejo bastante baja, se podía observar la sala peep perfectamente.
–          Oye, desde dentro no puede vernos ¿verdad? – pregunté a Iván mientras él preparaba las copas junto al carrito.
–          No. Como has visto, desde su lado son simples espejos. Aunque hay algunas salas (como ésta) en las que es posible hacer transparente la ventana por ambos lados.
–          ¿Para qué? – pregunté un tanto desconcertado.
–          Bueno… es algo que no puede activarse desde los habitáculos por razones obvias. Imagínate lo que pasaría si permitiéramos que los clientes pudieran mostrarse a quien está dentro de la sala… Madre mía.
–          ¿Entonces?
–          Es algo que sólo hacemos a petición expresa de la persona que esté usando la sala peep. Ya sabes, gente con gustos parecidos a los vuestros a los que les pone que les miren… y también mirar ellos.
–          Y supongo que eso se pagará aparte.
–          Por supuesto – dijo Iván sonriéndome mientras me alargaba la copa.
Iván no se sentó, sino que se quedó en pie, situándose junto a la ventana, mirando el show de la universitaria mientras bebía de su copa.
–          La habrás visto muchas veces, ¿no? – pregunté.
–          ¿A Eli? – dijo él señalando hacia la sala peep – Muchas.
–          ¿Y te has acostado con ella?
Iván me miró, creo que un poco sorprendido. Pensé que quizás le había molestado.
–          Eres muy directo.
–          Te pido disculpas. No es asunto mío, sólo sentí curiosidad…
–          No, no, tranquilo – dijo él agitando una mano – Me gusta que seas directo. Me parece una señal de confianza. Sí, sí que me he acostado con ella.
Lo dijo con sencillez, como si fuera la cosa más natural del mundo. Aunque, bien pensado, sí que lo era.
–          ¿Sabes? – continuó – La verdad es que te envidio un poco.
–          ¿A mí? – exclamé sorprendido – ¿Por qué?
–          Porque tienes mucha suerte. Tener una novia tan hermosa como Tatiana ya es una suerte de por si, pero, que además comparta tu fetiche y le vaya lo mismo que a ti… No es fácil.
–          Sí – dije completamente de acuerdo – Es cierto.
–          Y además… también está Alicia…
Iván me miró fijamente a los ojos, insinuándome con la mirar lo que estaba pensando en ese momento…
–          Bueno, no saques conclusiones precipitadas. Entre Alicia y yo no hay nada.
–          ¿En serio? – preguntó él con genuina sorpresa.
Iba a explayarme un poco sobre el tema cuando la puerta de la sala se abrió y Alicia, con aspecto bastante satisfecho, penetró en la sala.
–          Estaba un poco nerviosa – dijo inmediatamente – Pero, en cuanto se ha puesto el disfraz y el antifaz… parecía otra. Creo que lo va a hacer muy bien.
–          ¿El disfraz? ¿De qué se ha vestido?
–          No, no – dijo Ali agitando un dedo – Es una sorpresa… Iván, querido, ¿me pones una copa?
El hombre, muy obediente, hizo una ligera inclinación y se apresuró a prepararle un combinado a Alicia, que se sentó en el sofá a mi lado dejándose caer literalmente sobre el asiento.
Muy sutilmente, usando todo el arte de que la naturaleza ha dotado a las mujeres, Alicia se adueñó inmediatamente de la situación en aquella sala, limitándose simplemente a cruzar elegantemente las piernas, regalándonos el espléndido espectáculo de unos muslos bien torneados enfundados en medias negras. Inmediatamente tuve que echarle un buen trago a mi copa y no pude evitar sonreír al ver cómo Iván hacía otro tanto.
Alicia, plenamente consciente de nuestras miradas de admiración, aceptó la copa que Iván le tendía y dijo con toda la tranquilidad del mundo.
–          Vaya, no veas cómo se mueve esa chica. Yo sería incapaz de colgarme de esa manera.
Efectivamente, Eli, la universitaria striper, estaba de nuevo cabeza abajo suspendida de la barra, brindando al con toda seguridad enfebrecido público un buen espectáculo, por el que estaban pagando… una y otra vez… Imaginé que las ranuras de las monedas estarían funcionando a pleno rendimiento aquella noche y sabía que, cuando Tati apareciera, iban a echar humo de verdad.
–          Bueno, os dejo ya – dijo Iván apurando su vaso y dejándolo en el carrito – Espero que disfrutéis la velada. Encantado de conocerte Víctor.
–          ¿Te vas? Creí que verías el show con nosotros – dije tontamente.
–          ¡Oh, no! Gracias, amigo. Esta noche cedo mi salita a los clientes VIPS, yo aquí… sobro. Además, ya he dejado desatendido el negocio bastante rato.
–          Sí – intervino Alicia – Pero tranquilo, que Iván no se perderá detalle. Tiene cámaras instaladas en la sala peep y además, siempre puede asomarse a algún cuarto vacío para ver a Tatiana en acción.
Iván miró a Alicia durante un segundo, estableciéndose entre ambos una comunicación silenciosa. Finalmente, volvió a saludarnos y, tras repetirnos que dispusiésemos de la salita tanto rato como quisiéramos, se despidió y salió, cerrando la puerta tras de si.
–           Estás loca – dije medio en broma en cuanto nos quedamos solos – En menudo berenjenal has ido a meternos.
–          ¿Berenjenal? – exclamó ella divertida – Esto no es nada. Reconoce que te pone la idea de ver cómo un montón de tíos se comen a tu novia con los ojos. Imagínate la de pajas que ella solita va a provocar esta noche. Y además, esto es completamente seguro, ni pueden tocarla ni reconocerla ¿no es eso lo que querías?
–          Sí, vale, reconozco que la idea no es mala. Pero no me hablaste de Iván, ni de que le habías contado nuestro secreto. No me siento cómodo sabiendo que un completo desconocido sabe que soy exhibicionista. Parece un buen tipo, pero…
–          Tú simplemente confía en mí – dijo ella un poco cortante.
No sé por qué, pero sus palabras me sonaron más bien como “tú haz lo que yo diga”. Por un momento el fantasma de la antigua Alicia planeó por la habitación.
–          Te aseguro que no va a pasar nada – dijo ella en tono más amistoso – Tú sígueme el rollo y verás que noche tan estupenda pasamos.
Mientras decía esto, la mano de Alicia se posó en mi rodilla. Fue sólo un segundo, pero bastó para que se me erizara el vello de la nuca. Nervioso, fui de pronto consciente de lo solos que estábamos en aquella sala, de lo erótico del espectáculo que íbamos a presenciar y de lo increíblemente sexy que estaba Ali con aquel vestido negro. Empecé a tener miedo de no ser capaz de controlarme.
–          Vaya, la verdad es que esa chica lo hace realmente bien – dijo Ali desviando la mirada hacia el espectáculo.
–          Sí, es verdad – coincidí mirando a cristal a mi vez mientras echaba un trago – Me ha dicho Iván que se dedica a esto los fines de semana.
–          Pues seguro que cobra una pasta; se le da de miedo.
Era verdad, la danza que estaba realizando Eli en sobre el colchón era tremendamente sensual y erótica. Se movía con una gracia y soltura realmente notables y además poseía una especie de aura felina que resultaba a la vez elegante y sexy.
Eso sí, de vez en cuando, la joven abandonaba el erotismo y se adentraba directamente en la pornografía, abriéndose el coño con los dedos o acercando sus pechos a la boca para lamerse los pezones con lascivia.
–          Espera, voy a poner la música – dijo Ali.
Accionando el mando, Ali activó el sonido de ambiente, con lo que pudimos escuchar la melodía a cuyo son se movía la muchacha. No la había escuchado nunca, pero me gustó. Era muy apropiada, pues la música se compenetraba perfectamente con la coreografía del show.
Eli se movía cada vez con más ganas, deleitándonos con el excitante espectáculo de su escultural cuerpo brillante por el sudor, danzando y contorsionándose al ritmo de la canción.
Me pregunté si realmente estaría tan excitada como aparentaba y si, de ser así, tendría esperándole a algún afortunado tipo que se deleitaría más tarde probando sus mieles. Quizás el propio Iván…
Poco a poco, el baile de la chica fue haciéndose más febril, más intenso. Era como si la joven pretendiera emular el acto sexual con su danza, abandonándose a un progresivo frenesí que culminó en un clímax de pasión. Aunque no podía escucharla, pude ver perfectamente cómo la joven culminaba su actuación con un grito desenfrenado mientras, arrodillada sobre el colchón, se derrumbaba sobre su espalda, las piernas dobladas bajo el cuerpo y los brazos en cruz. Permaneció así unos instantes, recuperando el aliento después del esfuerzo realizado.
Me di cuenta de que había estado medio hipnotizado admirando el sensual baile de Eli. Ni siquiera me había percatado de que me había excitado un poco, comenzando mi soldadito a despertar dentro de mi pantalón.
–          Es muy buena – refrendó Alicia, los ojos clavados en la jadeante muchacha.
–          Desde luego que sí – coincidí – Sin duda Tati no va a hacerlo tan bien.
–          Ni falta que hace – respondió Ali mirándome – Ya oíste antes a Iván; es mucho más excitante ver a una amateur que a una profesional.
–          Es cierto.
–          Bueno. La próxima es Tatiana – dijo Ali – Verás qué sexy está.
–          Me muero por verla – afirmé.
Ali me miró un instante sin decir nada. Yo hice como si no me diera cuenta. Me sentía nervioso.
–          ¿Otra copa? – dije levantándome sin esperar respuesta.
–          Vale.
Cogí ambos vasos y preparé las bebidas, mientras Ali me miraba en silencio, consiguiendo enervarme todavía más.
Cuando regresé a su lado, había vuelto a cruzar las piernas y estaría dispuesto a jurar que la falda estaba subida varios centímetros más que antes.
–          Ahí viene – dijo Ali para mi alivio.
Sin darme cuenta, caminé hasta quedar de pie frente al cristal, deseoso de no perderme detalle del debut de mi novia en el mundillo del striptease. Me volví un instante para sonreírle a Alicia al descubrir por fin de qué se había disfrazado mi chica.
–          ¿Idea tuya? – pregunté.
–          Digamos que de ambas – respondió la mujer echando un trago a su bebida.
Me volví de nuevo hacia el cristal, deleitándome con el cuerpazo de la sexy colegiala que había penetrado en la sala. Iba vestida con una falda a cuadros, camisa blanca (con lacito azul al cuello) y una rebeca de color rojo.
Llevaba además una peluca negra, con el cabello recogido a los lados en dos coletas y un antifaz del mismo color. Me costó reconocer a mi novia. De hecho, podría haber pasado por una auténtica colegiala de no ser por sus rotundas curvas, que delataban que se trataba de una chica de más edad.
–          Está buenísima – dije con admiración.
–          Sí. Está muy guapa. Tiene suerte, todo le queda bien.
Alicia se había levantado del sofá y se había acercado a la ventana, quedando casi hombro con hombro conmigo. Sin embargo, esta vez no me enervó su proximidad, el ver por fin a Tatiana en la sala había tenido la virtud de serenarme un poco.
–          Vamos nena – dije en voz alta – Deléitanos como tú sabes. Vuélvelos locos de deseo…
Tati, que parecía un poco avergonzada nada más entrar, pareció reaccionar a mis palabras. Alzó la cabeza, mirando hacia nosotros fijamente y, cuando empezó a sonar la música, empezó a moverse al compás sensualmente, provocando que la boca se me secara. Por lo visto, el anonimato que le brindaba el antifaz le permitía a mi novia soltarse por completo, con lo que pronto estuvo entregada al baile, consiguiendo que la faldita del uniforme aleteara sin parar, haciéndome estar completamente pendiente de lograr atisbar debajo. Parecía un quinceañero salido tratando de verle las braguitas a una compañera.
De repente, Tati se abrió la rebeca de un tirón, librándose de ella y arrojándola a un lado, con lo que pude comprobar que la camisa que usaba le iba un par de tallas pequeña, por lo que sus tetas parecían estar a punto de hacerla estallar en cualquier momento.
 Tati, a diferencia de la chica anterior, no permanecía quieta en el centro de la sala, sino que se desplazaba por toda ella, asegurándose de que desde todas las ventanas pudiera disfrutarse de un buen primer plano de su cuerpazo. Estaba entregadísima.
Por fin llegó a la nuestra. Para ese entonces ya se había librado del lazo del cuello y se había abierto unos cuantos botones de la camisa, con lo que sus senos, envueltos en lencería fina, asomaban desafiantes por el escote de una forma harto erótica.
Durante unos segundos, nos dedicó un baile super sexy frente a nuestra ventana, agachándose y levantándose al ritmo de la música, mientras su cuerpo no dejaba de contonearse eróticamente.
Pensé que Tati iba a desnudar sus pechos frente a nosotros como regalo, pero hizo en cambio otra cosa que me sorprendió. De repente, paró por completo de bailar y, poniendo una expresión avergonzada (fingida, pero super morbosa) se inclinó un poco, aferró el borde de su falda y se la subió hasta el pecho mostrándonos sus braguitas en un gesto a la vez inocente y sensual.
Para ese entonces yo ya la tenía como una roca.
–          Muy bien, Tati, impresionante – la aplaudía Alicia desde mi lado.
–          Desde luego. Hay que ver cómo se ha desinhibido. Es muy sexy.
Tati se alejó bailando con una sonrisa en los labios. Cada vez más metida en su papel, se entretuvo en apretar los pechos contra varios de los cristales, logrando sin duda que a los ocupantes de esas salas se les salieran los ojos.
–          Guau – dije admirado – Quien la ha visto y quien la ve.
–          ¿Lo ves tonto? Te dije que era buena idea venir aquí – dijo Ali triunfante.
En ese instante, Tati estaba justo en el lado opuesto de la sala, contoneándose frente a uno de los cristales. Se había abierto por fin la camisa totalmente, por lo que el ocupante de aquel habitáculo estaba disfrutando de un buen par de tetas enfundadas en lencería fina sacándole brillo a su cristal. Sonriendo, regresé al sofá y me senté.
–          Víctor, dime. ¿Cuántas pollas crees que estarán ahora mismo siendo masturbadas gracias a tu novia? – preguntó Ali con malicia.
–          Je, je – reí un poco achispado – No sé. Contando las ventanas… Unas 30 ¿no?
–          Bueno. 30 no. Sólo 29 – dijo Ali mirándome con intensidad.
Tardé unos segundos en comprender lo que me decía.
–          Pues tienes razón – dije entrando de lleno en el juego – Hay que redondear la cifra.
Con un poco de dificultad, pero extrañamente excitado, me las apañé para extraer mi polla por la bragueta, agarrándomela con la derecha y empezando a masturbarme muy lentamente. Alicia, vuelta hacia mí, me miraba con una tenue sonrisa, logrando que me olvidara por un momento de Tatiana y su show.
El nerviosismo había vuelto con intensidad. No sabía qué pretendía Alicia, pero estaba consiguiendo que me pusiera cachondo perdido y eso, unido a las copas que me había tomado, hacían que el riesgo de perder el control no fuera desdeñable.
Tratando de aparentar tranquilidad, como si fuera lo más normal del mundo estar allí encerrado con una bella mujer mientras me masturbaba, volví a clavar los ojos en el cristal, pajeándome mientras disfrutaba del show de mi novia.
Sin embargo, percibí que Tati ya no se movía como antes, supuse que por el cansancio del baile y ahora se contoneaba un poco más envarada, de pié sobre el colchón, aferrada a la barra metálica sin demasiada gracia.
–          Dime una cosa – dijo Alicia atrayendo de nuevo mi atención – ¿Por qué crees que te masturbé antes en el jacuzzi?
La respuesta obvia acudió a mis labios, pero juzgué que no era inteligente espetarle que lo había hecho para manipularme y que estuviera de acuerdo con el plan que tenía en mente.
–          No sé. ¿Te apetecía tocar mi pollón? – bromeé.
–          Sí que me apetecía – dijo ella enervándome – Pero no fue por eso. Adivina.
–          Para poner cachondas a las chicas. La oportunidad era que ni pintada.
–          Nah, nah – dijo ella meneando la cabeza – frío, frío…
–          ¿Te apiadaste de mí y quisiste hacerme un favorcito?
–          Helado…
No me había dado cuenta, pero Ali se había desplazado poco a poco, apartándose de la ventana hasta quedar de pié frente al sofá, muy cerca mío.
–          ¿No se te ocurre nada más? – dijo en un tono super erótico.
–          No… no. Déjame pensar.
Ali, sin recato alguno, levantó un pié del suelo y lo plantó encima del sofá, justo a mi lado. Al hacerlo, la falda se le subió unos centímetros, permitiéndome atisbar el borde de encaje de la media, dificultándome la respiración.
–          ¿Quieres saber por qué? – dijo en voz más baja, inclinándose hacia mí.
–          Cl… claro.
Me sentí un poco ridículo, sentado en el sofá con la polla fuera de los pantalones, olvidado por completo el motivo por el que estábamos allí, toda mi atención centrada en aquella mujer capaz de manejarme como quería.
–          Pues pensé que era mejor que descargaras un poquito… Para asegurarme de que luego fueras capaz de aguantar lo que hiciera falta.
Me quedé mirándola sin pestañear, completamente atónito. ¿Habría entendido bien lo que decía? ¿Se estaba insinuando?
No me di cuenta en ese momento, pero me había quedado con la boca abierta, mirándola. Para añadir más leña al fuego, Ali hizo un sencillo gesto con la mano, dando un suave tirón a su vestido para revelar una porción mayor de muslo.
La cabeza me daba vueltas, estaba volviéndome loco. ¿Era eso lo que quería? ¿Me estaba proponiendo follar en ese cuarto?
Ella no decía nada, se limitaba a permanecer de pie frente a mí, el pié sobre el sofá, exhibiendo su carnoso muslo con total tranquilidad, como invitándome a deslizar la mano bajo su falda. ¿Lo hacía? ¿Me llevaría una ostia?
Lentamente, casi temblando, moví una mano y la posé sobre la rodilla de Alicia, sintiendo el sedoso tacto de la media en mi piel, lo que me excitó todavía más si es que eso era posible. Ali no dijo nada, limitándose a mirarme fijamente a los ojos, invitándome con su silencio a que prosiguiera con mis maniobras.
Estaba a punto de estallar por la excitación. Muy despacio, fui deslizando la mano por el muslo, acariciándolo suavemente, sintiendo el tacto y tersura de su carne, deleitándome con su contacto. Cuando mi mano llegó al borde de su vestido, la llevé hacia abajo, colándola justo en medio de los muslos abiertos, introduciéndola en la misteriosa gruta que existía entre sus piernas, en busca del más preciado de los tesoros.
Sin embargo, aún me quedaba un ápice de autocontrol, así que, antes de enterrar por completo mi mano bajo su falda, intenté asegurarme una vez más.
–          ¿Estás segura de esto? Una vez que empecemos no habrá marcha atrás…
–          Llevo tiempo deseándolo – dijo ella con sencillez.
Mi mano se perdió por completo, temblorosa, con ansia, deseosa de llegar por fin a su destino. No pude evitar sonreír cuando mis dedos rozaron su trémula carne desnuda, arrancándole un tenue gemido de placer a la bella mujer y un delicado espasmo en sus caderas, que no pudieron contenerse bajo mi contacto.
No sé cómo no me había dado cuenta, me había pasado toda la tarde mirándole el culo a Alicia y no me había apercibido de que iba sin bragas. No puedo describir cómo me sentí al notar la humedad, el calor en mis dedos… Con delicadeza, recorrí con las yemas los hinchados labios de palpitante carne, mientras su dueña temblaba de placer por mi caricia, apretando levemente los muslos, atrapando mi mano entre ellos.
Más tranquilo al estar seguro del suelo que pisaba, fui un paso más allá hundiendo por fin con decisión un par de dedos en la gruta de la chica, haciéndola bufar de placer e inclinarse por la súbita intrusión, justo como yo quería.
Sin darle oportunidad a incorporarse, la atraje hacia mí y la obligué a sentarse en mi regazo, apoderándome de sus labios con los míos y hundiéndole la lengua hasta el fondo, mientras la suya me devolvía el beso con entusiasmo, llenándome de alegría.
Ali se retorció entre mis brazos, pero no trató de escapar, sino que se sentó a horcajadas sobre mi muslo, de forma que pude sentir perfectamente el calor y la humedad de su coñito al apretarse contra mi pierna.
Un poquito descontrolada, Alicia empezó a mover las caderas mientras no dejábamos de besarnos, de forma que empezó literalmente a frotarme el coño en el muslo, incrementando la excitación de ambos.
Loco de calentura, la aparté con cuidado pero con firmeza, obligándola a tumbarse sobre el sofá, de forma que quedara por completo a mi merced. Ella, lejos de resistirse, abrió las piernas, permitiéndome admirar su hinchada y húmeda vagina a la luz de la lámpara que había en el techo. Faltó poco para que me arrojara sobre ella y la violara a lo bestia.
–          Eres hermosa – siseé.
–          Ven – dijo ella por toda respuesta.
Pero no, había anhelado tanto ese momento que estaba decidido a que se convirtiera en una experiencia memorable. Iba a brindarle a Ali el sexo de su vida. Es noche iba a dedicarme por competo a su placer.
Arrodillándome en el suelo, separé sus muslos con las manos, exponiendo por completo su ardiente intimidad. Comprendiendo mis intenciones, Ali me facilitó la tarea levantando una pierna y apoyándola en el respaldo del sofá, ofreciéndose a mí con una expresión tal de lujuria que creí volverme loco.
Prácticamente me zambullí entre sus muslos, apoderándome con rapidez de su vagina con mis labios, chupándola y lamiéndola con frenesí. Mientras mi lengua chupaba y lamía, mis dedos acariciaban y sobaban, entreteniéndose especialmente en el enhiesto clítoris de la chica, provocándole estremecedores gemidos de placer.
–          Sí, así. Justo ahí – jadeaba ella, enervándome todavía más – Por Dios, qué bien lo haces. Menudo espectáculo, el sexo oral de mi vida mirando a Tatiana pajearse…
¿Pajearse? Extrañado y sin dejar de comerle el coño un segundo, me las apañé para asomarme ligeramente de entre sus muslos, atisbando por un instante a través del cristal.
Efectivamente, Tatiana había abandonado su número de danza y, desnuda de cintura para arriba y con la falda enrollada en las caderas, se masturbaba furiosamente con un consolador que no sé de donde habría sacado.
–          Muy bien nena – siseaba Alicia – Métetelo hasta el fondo. Así…
Joder. No sabía que a Ali le pusiera tanto ver a una chica tocándose.
–          Mejor para mí – pensé.
Seguimos con la tórrida sesión de sexo oral un ratito más, mientras yo degustaba aquel delicioso coñito como un buen gourmet, recorriendo y estimulando hasta el último centímetro de hirviente carne.
–          Sí. Así. Clávatelo. Muy bien – siseaba Ali – Y tú, ya no puedo más, métemela de una vez…
Mi plan era lograr que se corriera al menos una vez con el sexo oral, pero, de repente, su idea me parecía mucho mejor. Estaba ya que me moría por meterla en caliente.
Con gran ansiedad, salí de entre los muslos de Alicia e intenté echarme sobre ella, con mi palpitante miembro cabeceando entre mis piernas, pero ella me detuvo.
–          No, aquí no… Ven.
Al fin del mundo habría ido si hubiera hecho falta. Ya no aguantaba más.
Alicia se incorporó, jadeante, el vestido subido hasta la cintura, con el coñito brillante de saliva y jugos. Temblorosa, caminó hacia la ventana y, volviéndose hacia mí, apoyó la espalda en el cristal y me invitó a acercarme con un gesto.
–          Aquí. Fóllame aquí. Quiero que me folles mientras miras a tu novia.
No dije nada. En ese momento no pensaba en Tatiana para nada. Para mí sólo existía Alicia.
Me acerqué a ella, mis ojos clavados en los suyos, a punto de explotar por la excitación. Acaricié sus mejillas con ambas manos, deleitándome con su belleza, con la lujuria que brillaba en su mirada. La besé de nuevo, con profundidad, con ansia, apretando nuestros cuerpos, frotándonos, estrujando una erección que era casi dolorosa contra su ser.
–          Dámela ya – dijo ella con un suspiro – La necesito dentro de mí…
Joder. Era para morirse. Estuve a punto de eyacular sólo de escucharla suplicarme que la follara. Era demasiado.
La penetré enseguida, hundiéndome en su carne con un gruñido de placer. El calor, la humedad, cómo apretaba mi enardecido miembro… su coño era una maravilla… Toda la excitación, los riesgos, todo lo que habíamos pasado juntos, merecieron la pena en ese momento, cuando me hundí por fin en el interior de Alicia, alcanzando por fin el paraíso.
Noté cómo sus brazos y sus piernas me abrazaban, rodeándome, atrayéndome contra sí. Yo sostenía su peso por completo contra el cristal, pero en mi vida había soportado una carga más ligera ni más agradable.
Con un gruñido, embestí contra ella, hundiéndome en su gruta hasta la matriz, provocándole un gritito de placer.
–          Sí, así Víctor, hasta el fondo, quiero que me folles hasta el fondo..
Y obedecí, vaya si lo hice. Con toda el ansia y la excitación acumulada de las últimas semanas descargándose por fin. Le di con todo.
Alicia gemía y resoplaba como una loca, poseída por el frenesí del sexo. Medio ida, me mordió con saña una oreja, pero no me importó lo más mínimo, concentrado únicamente en complacerla en todo, en hacer que disfrutara de aquel momento como nunca antes en su vida.
–          Fóllame, fóllame – jadeaba ella mientras yo redoblaba mis esfuerzos en su interior – Mírala, mira a tu novia mientras me follas, mira cómo hace todo lo que queremos, cómo se desvive por complacerte…
Alcé la vista, mirando por encima del hombro de Alicia, sin dejar de penetrarla, comprobando que Tatiana seguía masturbándose con furia, con una ansiedad que nunca antes había visto en ella.
–          Sí, mira cómo se masturba. Mira lo caliente que se pone al saber que la están mirando un montón de tíos. ¿Lo ves? Te lo dije, tu novia disfruta con estas cosas. Le encanta que la miren mientras se mete un consolador en el coño. Es una puta, como yo… Fóllame – dijo mordiéndome de nuevo el lóbulo de la oreja.
Sus palabras obscenas, el calor de su cuerpo, la imagen de Tatiana masturbándose como loca, todo se juntó para seguir dándole placer a Alicia. Cuando por fin se corrió, creí que iba a estallar de orgullo y alegría, pero, en lugar de eso, redoblé mis esfuerzos entre sus muslos, haciéndola aullar literalmente de placer.
–          ¡No, para! ¡Por favor! – gemía mientras me la follaba contra el cristal – ¡Espera, espera, no puedo más!
Y una mierda iba a esperar. Desmadejada, con las caderas todavía bailando por la tremenda corrida que acababa de pegarse, Alicia casi se desmaya entre mis brazos, quedando como un peso muerto empalado en mi verga.
Sintiéndome pletórico por haber sido capaz de darle tanto placer a tan impresionante hembra, hice un  alarde de fuerza y, sujetándola con los brazos, la transporté de regreso al sofá todavía empitonada en mi hombría.
–          No, no, para – jadeaba ella, agotada.
–          Shissst – siseé – Tú déjame a mí. No te vas a olvidar de esta noche en tu vida.
Lentamente, pero incrementando el ritmo con rapidez, reanudé el metesaca entre los muslos de Alicia, cargando mi peso sobre ella, que yacía desmadejada sobre el sofá.
Poco a poco, la joven fue recuperándose y pronto me encontré con sus brazos rodeando mi cuello, atrayéndome hacia sí para besarme.
–          No sabes cuánto he esperado este momento – le dije desde el fondo del mi alma.
–          Y yo – respondió ella llenándome de dicha.
Más calmados, seguimos follando sobre el sofá, a un ritmo más pausado, lejos del demencial desenfreno de momentos antes.
Cuando se cansó de la postura, Alicia me obligó a sentarme en el sofá, colocándose a horcajadas sobre mi regazo, metiéndose ella sola mi polla hasta el fondo, empezando un delicioso baile de caderas sobre mí.
Mis manos se apoderaron con prontitud de su culo, amasando los tiernos mofletes, magreando la tierna carne con entusiasmo, jugueteando con los dedos en su apretadita entrada trasera.
–          Otro día te dejaré que me sodomices – me susurró Alicia al oído sin dejar de mover las caderas sobre mí.
Me sentí feliz, no por lo del sexo anal, sino porque había confirmado que íbamos a volver a hacerlo. Me sentí pletórico.
–          Madre mía Víctor – dijo Ali cabalgándome con las manos apoyadas en mis hombros – Menudo aguante tienes. Lo de la paja del jacuzzi ha sido una idea espléndida.
–          Nena, tenía tantas ganas de que esto pasase que tenía que quedar bien.
Pero no resistí mucho más. Era demasiado exigirme. Sentí que estaba a punto de correrme, así que avisé a Alicia, ya que no estábamos tomando precauciones.
–          No, da igual – dijo ella sin dejar de moverse sobre mí – Quiero tu leche, la quiero dentro de mí.
Y exploté. Me derramé en su interior como una manguera. Con un bufido, la estreché con fuerza entre mis brazos, mientras mi esencia se derramaba en su interior. Ella gimió profundamente, devolviéndome el abrazo y besándome con ansia.
Permanecimos un rato así, abrazados, sintiendo cómo poco a poco mi miembro iba menguando en su interior, cómo mi semilla se mezclaba con sus jugos.
–          El polvo de mi vida – dijo ella dándome un besito – Me has dejado impresionada.
–          Pues claro, nena – dije sonriendo – y el que te voy a echar ahora va a ser todavía mejor.
–          No, de eso nada – dijo ella levantándose, provocando que mi todavía morcillona polla saliera de su coñito – Mira, Tatiana ya ha terminado y vendrá en cualquier momento.
Era verdad. La sala peep estaba vacía. Al verla, un súbito sentimiento de culpabilidad me golpeó con fuerza. Lo cierto es que se me pasaron las ganas de echar otro polvo. Me sentí fatal. Pobre Tatiana, no se merecía aquello.
Adivinando mis sentimientos, Ali no dijo nada, limitándose a tomarme de la mano y a conducirme de vuelta al despacho. Allí, tras otra puerta camuflada en la decoración, pudimos asearnos un poco usando el cuarto de baño privado de Iván.
Una vez limpios, esperamos a Tati sentados en el despacho, pues temí que, si ella entraba en la salita, el inconfundible aroma a sexo que habíamos dejado descubriría el pastel.
Ali salió un segundo, regresando enseguida con unas copas, que bebimos en silencio. Por fin, no aguantando más, tuve que hablar.
–          ¿Y ahora? – pregunté.
–          ¿Ahora? – dijo ella simulando ignorar a qué me refería.
–          Lo que ha pasado. ¿Ha sido sólo una vez? ¿Ha sido un calentón repentino?
–          Ahora… Será lo que tú quieras – dijo ella con sencillez.
–          ¿Lo que yo quiera?
–          Bueno. No. Si me preguntas si voy a dejar a mi prometido… No sé qué contestarte. Aunque te confieso que ahora tengo dudas.
El corazón se me aceleró en el pecho.
–          Pero si te refieres a que seamos… amantes. La verdad es que estoy deseándolo.
–          ¿Amantes? ¿Y Tatiana?
–          Si yo fuera tú… No le diría nada. Creo que podemos seguir así un tiempo, pasándolo bien los tres juntos. Ya veremos a donde nos lleva la cosa. ¿Qué opinas?
El rostro de Tatiana, deshecho en lágrimas cuando intenté cortar con ella apareció en mi mente, llenándome de desasosiego. Así que tomé la salida fácil.
–          Tienes razón. Mejor que no se entere. Más adelante ya veremos.
–          De acuerdo entonces. Lo mantendremos en secreto. Así podremos seguir saliendo por ahí los tres juntos. Se me han ocurrido un par de ideas que…
Pero Ali no tuvo tiempo de exponerme cuáles eran sus planes, pues en ese momento la puerta se abrió y una Tatiana bastante seria y un poco pálida penetró en la sala, no atreviéndose a mirarme directamente siquiera, clavando sus ojos en Alicia.
–          ¡Cariño! – exclamé exagerando un pelo el entusiasmo que sentí – ¡Has estado increíble! ¡Madre mía, cómo te movías! Y luego, con el consolador… ¡Jamás habría imaginado que te atreverías a tanto! ¡No sabes cuánto me has excitado!
Levantándome, abracé con ganas a mi novia, deseando que se sintiera relajada tras los nervios que sin duda había pasado. Le di un ligero besito que ella devolvió sin mucho entusiasmo, todavía avergonzada por el show que acababa de protagonizar.
–          Sí. Has estado genial Tatiana – dijo Ali levantándose de su asiento – Ha sido increíblemente erótico y te aseguro que tanto Víctor como yo lo hemos pasado muy bien. Hemos disfrutado hasta el último instante.
El doble sentido era más bien evidente, pero no se lo tuve en cuenta, preocupado por lograr que Tati se relajara por fin.
Seguimos charlando un rato y Ali le sirvió una copa a mi novia, lo que devolvió un poco de color a sus mejillas. Ambos alabamos enormemente su actuación, pero no fue hasta que Iván regresó al despacho y la felicitó efusivamente, que Tati no empezó por fin a sosegarse.
Un rato después, nos despedimos de Iván y, tras prometer que volveríamos pronto, salimos del local a la fría noche. Estábamos cansados, así que decidimos dar por concluida la velada.
Llevamos a Alicia hasta su coche con el nuestro y después nos dirigimos a casa.
Tati seguía un poco callada, lo que me inquietaba un poco. Esperaba de corazón que la pobre no lo hubiera pasado muy mal en la sala peep. Desde luego, no parecía que le hubiera costado mucho marcarse el numerito. Yo habría jurado que estaba disfrutando mucho.
–          ¿Estás bien, nena? – le pregunté.
–          Sí, sólo un poco cansada. Ha sido un día largo y lo del sex-shop ha sido muy intenso.
–          Sí que lo ha sido. Has estado increíble. No sabes lo caliente que me he puesto…
–          ¿En serio? Me alegro mucho – dijo ella sin mucho entusiasmo – Ya sabes que esto lo hago por ti…
–          Ya lo sé, nena. Y sabes que te lo agradezco. No sabes la suerte que tengo de tener una chica como tú.
Tati me miró un instante, con una expresión indescifrable en el rostro.
–          ¿Quieres que te la chupe? – dijo de repente.
–          ¿Cómo? – exclamé atónito.
–          Si quieres te la chupo. Si te has puesto tan caliente estarás a punto de reventar. Sabes que adoro hacer cosas por ti. Si no puedes más, te hago una mamada ahora mismo. ¿Te apetece?
¿Qué podía decir? Ahora no, nena, que acabo de echar un polvo del copón y estoy bien satisfecho, gracias. No me quedaba otra.
–          Pues claro, nena. ¿A qué tío no le apetecería tener unos labios tan sensuales como los tuyos chupándole la polla?
Tati no contestó, limitándose a inclinarse desde su asiento hacia mi regazo. Nervioso, miré a los lados por si había alguien cerca, obviamente no porque me preocuparan que nos vieran, sino para ver si había suerte y alguna chica guapa disfrutaba del espectáculo.
En menos de diez segundos, Tatiana extrajo mi polla del pantalón y la engulló de golpe, jugueteando con la lengua en el glande, haciéndome unas cosquillas la mar de excitantes.
Habilidosa, no le costó nada lograr que me empalmara y enseguida la tuve practicándome una soberbia felación mientras conducía hacia casa. Esta vez no me chupó los huevos, ni deslizó la lengua por el tronco, sino que simplemente la absorbió entre sus labios y empezó a deslizarlos rápidamente por mi verga, sin parar de estimularme con la lengua.
–          Ya, nena, ya – jadeé cuando noté que estaba a punto de correrme.
Pero ella no se apartó, sino que se metió mi polla hasta el fondo, enterrando el rostro en mi entrepierna. Alucinado, me corrí como una bestia directamente en su garganta, notando cómo ella se esforzaba para tragarlo todo y dejarme los huevos bien vacíos.
–          Joder, cariño, ha sido increíble – jadeé mientras ella se limpiaba la boca con un pañuelo – Sí que te ha puesto cachonda el bailecito del sexshop.
–          Sí. Es verdad – dijo ella un poco seca.
Cuando volvimos a casa, echamos un buen polvo. Bastante sosegado, pero bueno. Fui yo el que tomó la iniciativa, pero, como siempre, Tatiana no se negó a nada de lo que le pedí.
CAPÍTULO 23: AMANTES:
A partir de ese momento, Alicia se convirtió en una obsesión.
No sé qué me pasaba, era como si al conseguir por fin que nuestra relación se hiciera física tras haberlo deseado tantísimo, el resto de aspectos de mi vida pasaran a un plano secundario. No sé cómo expresarlo, no es que ya no me importara Tatiana, mi trabajo o mi familia…. era sólo que, de repente, se volvieron menos importantes. Vivía exclusivamente concentrado en mi siguiente encuentro con ella.
Nos convertimos en amantes en toda regla. Prácticamente nos veíamos a diario, normalmente en su piso y allí follábamos como locos. Ni una sola vez dimos rienda suelta a nuestro fetiche exhibicionista; era sólo follar y follar.
Yo, acomodado a la situación, mantuve el secreto con Tatiana, sin insinuarle nada, procurando evitarle el dolor que sabía sufriría si se enteraba de lo mío con Ali. Tanto sacrificio, tratando de satisfacer mis deseos… para que al final yo acabara con otra.
Me sentía culpable cuando estaba con ella, así que me esforzaba en hacerla feliz. Le hice muchos regalos, la sacaba por ahí siempre que podía, estaba pendiente de sus necesidades… lo que fuera con tal de acallar mi conciencia.
Aún así, tenía la sensación de que Tati no se portaba como siempre, estaba un poco más fría que de costumbre.
Aunque claro, eso tenía una explicación perfectamente razonable y era que Alicia había retomado el liderazgo de nuestra pequeña banda. Ahora que me tenía comiendo de la palma de su mano, empezó muy sutilmente a proponer ideas cada vez más atrevidas y, en la mayor parte de las ocasiones, era Tati la protagonista de nuestras aventuras.
Y lo cierto era que yo no le negaba nada. Ya no me importaba que nos descubrieran, o que corriéramos riesgos innecesarios para cumplir con las fantasías de Ali. Bastaba que ella me lo sugiriera, para que yo me mostrara de acuerdo en todo… y luego yo hacía lo mismo con Tatiana.
Y no era sólo eso lo que había cambiado. Incluso mi vida laboral empezó a resentirse por mi aventura con Alicia. Muchas tardes me ausentaba de la oficina para verla, simplemente porque ella me llamaba, sin importarme si tenía trabajo pendiente o no. Los jefes incluso hablaron un par de veces conmigo, interesándose por el motivo de que mi rendimiento hubiera bajado, teniendo que inventarme excusas que justificasen mis continuas faltas al trabajo.
Pero nada de eso me importaba. Me bastaba con ver a Alicia, estrecharla entre mis brazos, hundirme entre sus piernas… estaba obsesionado.
Y ella lo sabía perfectamente.
Mira, te doy un ejemplo de hasta qué punto me tenía sorbido el sexo. Se trata de una de sus locas ideas y además, por una vez no fue Tatiana la víctima, sino que me tocó a mí arriesgarme.
Alicia llevaba varios días quejándose de su jefa, Claudia, que al parecer le estaba haciendo la vida imposible. Por lo visto, como la recepcionista de la agencia estaba de baja, había obligado a Alicia a ocupar su puesto, teniendo que recibir a los clientes en el mostrador de recepción y atender las llamadas, lo que, por lo visto, la ponía a parir.
Despotricaba un montón de la pobre mujer mientras yo, obviamente, le daba la razón en todo y me compadecía de lo injustamente que estaba siendo tratada Ali. Y esto no era un secreto de alcoba entre ambos, sino que también le contaba sus penas a Tati cuando quedábamos los tres, obteniendo idénticas muestras de conmiseración por parte de mi novia.
–          Pues cuando quieras te echamos un cable y le damos una lección a esa golfa – le dije un día sin meditar bien mis palabras.
Ali se quedó mirándome muy seria, sopesando en profundidad lo que le acababa de decir.
Y vaya si lo hizo, pues un par de días después, nos contaba el plan que su maquiavélica cabecita había maquinado para darle un susto a su jefa.
–          Vamos a montarle un espectáculo directamente en la agencia – nos espetó muy ufana.
Las dudas me atenazaron en ese momento. Aquello era pasarse de rosca. Podía acabar en la cárcel. Pero bastó una mirada subrepticia de Ali para que la protesta muriera en mis labios y me mostrara de acuerdo con todo lo que propuso.
El plan era arriesgado, por no decir una auténtica locura. Ali me suministró una especie de disfraz de repartidor, un mono de trabajo, una gorra, una peluca y una de nuestras gafas con cámara oculta: “Para no perderme la cara de acojone de esa zorra” dijo Ali simplemente.
La idea era que Tati me llevara por la tarde en coche (en su día de descanso) y permaneciera aparcada en el callejón que había detrás de la agencia, como si fuera la conductora en un atraco.
Desde allí, podría captar perfectamente la señal tanto de mi cámara como las de las otras dos que Ali iba a encargarse de colocar subrepticiamente en el despacho de su jefa.
Yo debía acceder al local, simulando ir a entregarle un paquete y, como sería Ali quien estuviera en recepción, no tendría problemas para acceder a su despacho, que por lo visto estaba tan sólo unos metros más adelante del mostrador (Ali incluso me dibujó un mapa).
Por lo visto, la tal Claudia estaba acostumbrada a recibir paquetes en la oficina, por lo que me franquearía el paso sin problemas.
La sorpresa se la llevaría al abrir el paquete, pues dentro iría mi polla bien erecta, con la que se toparía al abrir la caja.
Para ello, en uno de los laterales habríamos practicado un agujero por el que yo podría meter mi cosota, ocultando el asunto a la vista de los demás simplemente llevando la caja pegada al cuerpo.
 Lo dicho. Una locura. Pero lo cierto es que salió a pedir de boca.
La tarde de autos yo estaba nervioso perdido; no dejaba de preguntarme cómo había permitido que Ali me convenciera de aquello. El plan era un disparate, mil cosas podían salir mal. La tal Claudia podía llamar a la poli, a la que no le costaría nada localizarme gracias a las cámaras de vigilancia urbana, porque, para más inri, habíamos ido en mi coche particular.
Pero yo no podía negarle nada a Alicia y menos todavía con su voz dándome órdenes al oído, pues me había obligado a llevar colocado el auricular mientras ella ocultaba en su mano con disimulo el micrófono.
Siguiendo sus instrucciones, Tati y yo estábamos estacionados en el callejón de atrás, con mi novia en el asiento del conductor y el portátil en su regazo. Lo que estábamos haciendo era comprobar que la señal de las cámaras llegaba sin problemas, cosa que, en efecto, era así.
Una pena, pues de no haber llegado la señal, habríamos tenido que abortar aquella chifladura. Pero que va, la imagen era excelente. En mi cámara se veía a la propia Tatiana y las del despacho nos permitieron observar durante unos minutos a la “malvada” jefa de mi amante.
Era una mujer de unos cuarenta, rubia, alta y bastante exuberante en sus formas. Sin duda una MILF de las que tanto se habla actualmente y no pude menos que reconocer que, en otras circunstancias, habría estado encantado de exhibirme para ella.
Pero allí, de esa forma… estaba bastante acojonado.
Sin embargo Ali lo tenía todo previsto. Temiendo sin duda que los nervios por la actuación redundaran en una falta de “actitud” por mi parte, la joven me había suministrado una de las archiconocidas pastillitas azules.
Yo, que en mi puta vida había necesitado una de esas cosas, me hice el machote delante de ella alardeando de que, en ese tipo de situaciones, empalmarme no era un problema para mí precisamente. Sin embargo, lo cierto era que, allí sentado en el coche, con mi herramienta completamente mustia en los pantalones, agradecí mentalmente el haberme tomado la dichosa pastillita una media hora antes. Por lo que había leído, debería haberme hecho efecto ya, pero lo cierto era que aún no sentía nada.
–          Venga, Víctor, date prisa – me susurraba Alicia en ese momento por el micrófono – Antes me ha dicho que hoy se iba temprano. A ver si se va a largar.
Como yo no tenía micro para responderle, me veía obligado a usar el wassap para mantener la conversación.
–          Un momento Ali, que todavía no estoy listo – le escribí.
–          ¡Coño! ¡Pues dile a tu novia que te eche una mano! – me regañó directamente al oído.
Alcé la mirada hacia Tati, un poco avergonzado de tener que pedirle ayuda. Sin embargo, no hizo falta decirle nada, pues la chica comprendió la situación al momento. No sé, quizás era que Alicia le había dado instrucciones previas.
Dando un suspiro de resignación (se veía que a ella tampoco le apetecía mucho estar allí), mi novia me echó mano al paquete y, con habilidad abrió la cremallera lo suficiente para deslizar la mano dentro.
Obviamente, esa tarde yo no llevaba calzoncillos, para facilitar las maniobras que iba a tener que realizar, así que no tuvo dificultad alguna en agarrarme directamente el nabo, empezando a acariciármelo como ella sabía que me gustaba.
Aquello tuvo la virtud de relajarme. Siempre podía contar con Tati para que me “echara una mano”. Con cualquier cosa en realidad.
No le costó demasiado hacer que me empalmara, aunque quizás también influyó que la pastilla empezó a funcionar por fin. Lo cierto es que, un par de minutos después, la tenía por fin como el asta de la bandera, justo como Alicia quería.
Llevado por un impulso, coloqué la mano en el cuello de Tati y la atraje hacia mí, besándola con cariño. Ella se puso tensa bajo mi contacto, pero se relajó enseguida, dedicándome una de sus encantadoras sonrisas.
–          Víctor yo… – empezó a decir.
–          ¡Víctor! ¿Te queda mucho? – resonó la voz de Ali en mi oreja.
–          No. Ya voy – le escribí – Cariño. Ahora después me dices lo que sea. Si no acabo en la cárcel claro.
Tati estaba seria de nuevo, pero asintió en silencio.
Tras asegurarme de que no había nadie más en el callejón, me apresuré a bajar del coche, con la picha bien erecta asomando por la cremallera. Con rapidez, saqué el famoso paquete del asiento de atrás y lo coloqué en la posición adecuada, apretándolo contra mi cuerpo tras haber introducido la polla por el hueco que habíamos hecho antes en casa. No estaba mal. Mientras mantuviera pegada la caja a mí, nadie podría notar nada raro.
Resoplando, saludé a Tati con la cabeza y caminé fuera del callejón, con los nervios a flor de piel. Por fortuna, la química acudió en mi socorro, con lo que la erección no bajó un ápice. Era una sensación extraña caminar por la calle sintiendo cómo mi pene se movía a lo loco dentro de la caja. Como me crucé con un par de guapas señoritas, el morbillo de la situación empezó a hacer presa en mí, con lo que pronto sentí que la excitación característica de ese tipo de situaciones empezaba a recorrer mi cuerpo.
Por fin, llegué a la puerta de la agencia, empujando la puerta con una mano mientras me aseguraba de sujetar bien la caja con la otra.
Tal y como habíamos acordado, caminé hasta el mostrador de recepción, tras el que me esperaba sentada Ali, un poquito nerviosa y con los ojos brillantes, esforzándose por no sonreír.
–          Buenas tardes. Una paquete para la señora Claudia Amorós.
–          Sí. Es aquí.
–          ¿Es usted? Es una entrega directa y necesito su firma y DNI.
–          No, no. La puerta del fondo – dijo Ali señalándome la entrada del despacho.
Esta parte del plan había sido trazada conforme al comportamiento habitual en aquel sitio. Lo hicimos así para que nadie pudiera relacionar a Ali con lo que iba a pasar; de esa forma, si alguien escuchaba por casualidad nuestra conversación, no notaría nada raro.
Bastante acojonado, pero a esas alturas muy excitado por la perspectiva de lo que iba a pasar, caminé hasta el despacho con la caja bien sujeta. Al llegar, llamé educadamente a la puerta.
–          Un paquete para la señora Amorós. Necesito su firma – dije en voz alta.
–          Pase.
Respirando hondo, me armé de valor y abrí, penetrando en el despacho. Sabía la disposición exacta de los muebles, no sólo por la descripción de Alicia, sino también por las imágenes que había visto en las cámaras desde el coche.
Por fin pude ver en primera persona a la mujer que cabreaba tantísimo a Alicia. Un soberbio ejemplar de mujer, realmente atractiva, aunque con ciertas señales de haber invertido bastantes euros en costosos tratamientos de belleza, que, en su caso, habían sido sin duda un dinero bien gastado. Iba vestida con una blusa de seda, con los botones superiores estudiadamente abiertos y una falda negra (que había podido ver a través de las cámaras) por encima de la rodilla. Para acabar de darle el toque de madurita sexy, llevaba unas gafas color negro que le daban un toque muy sexy.
–          Buenas tardes – saludé entrando en el despacho.
–          Buenas tardes – contestó ella sin dignarse a levantar la vista hacia mí.
Un poco envarado, caminé hasta su escritorio y deposité la caja encima, asegurándome  de seguir bien pegado a ella, no se fuera a “descubrir el pastel”.
–          ¿Es usted Claudia Amorós? – dije recitando la lección aprendida.
–          Sí. Ya le he dicho que sí – respondió alzando por fin la mirada hacia mí.
Tenía unos ojazos azules de ensueño. De repente deseé con intensidad sentirlos admirando mi polla. La boca se me quedó seca.
–          Ne… necesito ver una identificación, Es un paquete personal y no puedo entregarlo más que a la señora Amorós directamente.
–          ¿Personal? – dijo ella extrañada – ¿Quién lo envía?
–          Eso no lo sé señora. Pero si quiere puedo dejarla mirar el contenido antes de aceptar el paquete…
Como excusa no era muy buena, pero por suerte la mujer sintió suficiente curiosidad como para hacerme caso. Levantándose de su asiento, rodeó la mesa hasta quedar a mi lado. Yo, de acuerdo con el plan, en cuanto la tuve a tiro abrí las solapas de la caja (que en realidad no estaban pegadas) revelando el contenido del paquete a la sorprendida mujer.
Sus ojos se abrieron como platos y su boca dibujó una “o” tan perfecta que era casi cómica. Pero yo no tenía ganas de reírme. Estaba cachondo perdido de ver cómo aquella mujer se quedaba atónita con sus lindos ojos clavados en mi polla.
Bien, ya estaba. Hasta entonces todo había salido bien. Ahora llegaba lo más difícil, salir cagando leches de allí mientras a la pobre mujer le daba un soponcio y montaba un follón de mil pares de pelotas. Estaba en tensión, listo para guardarme el rabo en la bragueta y salir como un misil de allí.
Pero ella no decía nada, no hacía nada, limitándose a seguir mirando alucinada el contenido de la caja, recorriendo con su mirada mi erección desde la base hasta la punta.
De pronto, una ligera sonrisilla se dibujó en sus labios y, alzando la mirada hacia mí, me habló con toda la tranquilidad del mundo.
–          Vaya, vaya, qué tenemos aquí… menudo regalito me han enviado.
Al decir esto, la mujer puso una voz de zorra tal que hasta me temblaron las rodillas. No podía creerme que hubiera reaccionado así. Aquello no estaba en los planes.
Con un sensual movimiento de caderas, la señora caminó hacia la puerta del despacho y, alargando la mano, la empujó cerrándola por completo. Yo estaba flipando.
–          Ay, ay, ay, este Saúl. Cómo sabe las cosas que me gustan…
Mientras decía esto, Claudia caminó de regreso a mi lado, volviendo a recrear la vista en el interior de la caja. Yo, terriblemente excitado, sentía cómo mi polla palpitaba y empezaba a segregar fluidos preseminales, supongo que debido a la combinación de morbo y química que llevaba en el cuerpo.
De repente, sin cortarse un pelo, la buena señora metió la mano dentro de la caja y aferró mi polla, estrujándola con ganas, sopesando su dureza.
–          Jo, chico, la tienes como un leño. Justo como me gustan a mí. Me ha encantado el regalo que me has traído, te has ganado la propina.
Y, ni corta ni perezosa, empezó a deslizar su cálida mano por mi duro tronco, masturbándome tranquilamente allí mismo, de pie junto a la mesa de su despacho. Yo, alucinando en colores, no atinaba a decir ni hacer nada, limitándome a dejar que la señora le sacara brillo a mi rabo.
La mujer, golosa, se deleitaba apretando con ganas sobre mi enhiesta carne, deslizando la piel al máximo sobre mi erección, revelando el glande por completo antes de volver a deslizarla en dirección opuesta, hasta dejar mi capullo completamente encerrado en su mano.
No pude menos que jadear de placer, la señora era una experta meneando rabos. No importaba que el ritmo fuera lento, estaba disfrutando de una de las mejores pajas que me habían hecho en mi vida. Presentía que no iba a tardar mucho en correrme.
–          La tienes durísima, amiguito. Tienes una polla magnífica, justo como a mí me gustan.
–          Gracias – acerté a responder.
–          ¿Para qué agencia trabajas? – me preguntó sin dejar de pajearme.
Le di el nombre de la agencia de transportes de la que Ali había conseguido el uniforme.
–          Sí, ya, muy bueno – dijo ella sonriendo – me refiero a donde trabajas de verdad. ¿Dónde te ha contratado Saúl?
Ni muerto hubiera reconocido yo en ese momento que no tenía ni puta idea de quién demonios era el tal Saúl, así que me limité a cerrar los ojos y a gruñir de placer.
Y justo en ese momento, se alinearon los planetas y las fuerzas del destino se abatieron sobre mí. El móvil de la señora, que estaba sobre la mesa, empezó a sonar: era el tal Saúl.
–          ¡Anda, hablando del rey de Roma! – exclamó la mujer alargando una mano para coger el teléfono mientras la otra seguía haciendo diabluras dentro de la caja.
–          ¡Joder! ¡Mierda! – pensé – estaba a puntito de correrme. ¡Qué tío más inoportuno!
–          Hola, Saúl, querido – dijo la mujer, contestando al teléfono – Como siempre, tu sincronización es perfecta.
–          Venga, puta, dale al manubrio – dije en silencio – ¡Que la botella está lista para descorcharse!
Y ella seguía dale que dale a la manivela mientras charlaba con toda la calma del mundo con el tal Saúl.
–          Sí, cariño. Dentro de un rato nos vemos. Ya te dije que saldría antes. Por cierto, me ha encantado tu regalo, en este mismo momento estoy admirándolo. Sabes cuánto me gustan este tipo de detalles. Luego te lo agradeceré como te mereces.
–          Ya la hemos liado – pensé.
–          Sí. Sí. Grande y bien duro. Ahora mismo lo tengo en la mano…
Y me corrí. Con un bufido, eyaculé como una bestia dentro de la caja. Fue de tal calibre el lechazo, que se escuchó perfectamente el ruido que hizo al impactar con el cartón. Apoyé ambas manos en la mesa, sujetándome para no caerme, derrotado por la monumental corrida que me estaba pegando, mientras berreaba como un búfalo.
Claudia, sin perder la compostura, seguía deslizando su habilidosa mano por mi rabo, ordeñándome con maestría para derramar hasta la última gota de semen en el interior del paquete. Qué bien lo hacía la puñetera.
De repente, su mano se detuvo sin dejar de aferrar mi erección.
–          ¿Cómo que qué regalo? – dijo la mujer alzando los ojos hacia mí, súbitamente asustada – el chico de la agencia. El que va disfrazado de mensajero…
La mano soltó su presa y Claudia la sacó de la caja, totalmente pringosa por mi leche. Yo le dirigí una sonrisa nerviosa, mientras en su rostro se dibujaba progresivamente la comprensión de lo que había pasado.
Su boca volvió a abrirse en una graciosa mueca de sorpresa, mientras la pobre mujer comprendía que acababa de cascársela a un completo desconocido que no tenía nada que ver con el tal Saúl ni nada parecido.
Atónita y aterrada, dio unos pasos hacia atrás, apartándose de mí, hasta que su espalda quedó apoyada contra la pared.
Intuyendo que había llegado el momento de poner pies en polvorosa, me apresuré a guardarme el pringoso miembro en la bragueta y, tras cerrarla, abrí la puerta del despacho y salí. Acordándome de ser educado, me volví y saludé a la alucinada mujer tocándome la visera de la gorra a modo de despedida.
La pobre seguía recostada contra la pared, mirándome con la boca abierta, con la mano embadurnada de semen alzada y apartada de su cuerpo, como si fuera un objeto extraño en vez de una parte de su anatomía.
Estiré la mano y cerré la puerta, caminando con rapidez hacia la salida. Al pasar junto al mostrador de recepción, saludé a Ali con un disimulado gesto y salí zumbando de allí, esforzándome por sofocar las ganas de echar a correr hasta el coche.
Ali, sin duda intrigadísima por saber qué demonios había pasado en el despacho durante tanto rato, me miró interrogadora, pero, obviamente, no pude decirle nada.
–          Venga, arranca, arranca – le decía instantes después a Tati tras prácticamente arrojarme de cabeza en el coche.
Ella, muerta de risa, obedeció y nos alejamos de allí con rapidez. Por primera vez en mucho tiempo, Tati se mostró un poquito más relajada y divertida, lo que me alegró bastante.
–          Vaya. Sin duda esto tendremos que contarlo como uno de tus grandes éxitos – me dijo cuando nos detuvimos en un semáforo.
Ambos nos echamos a reír.
………………..
Cuando llegamos a casa, yo iba cachondo perdido, pues entre lo que había pasado y la maldita pastillita, no acababa de bajárseme la cosa. Por fortuna Tati, tan complaciente como siempre, no tuvo reparos en echar un polvete mientras esperábamos a Alicia, quien yo estaba seguro no tardaría en aparecer.
Efectivamente, poco tiempo después pegaban al timbre y Alicia se presentó en casa. De hecho, de haber llegado un par de minutos antes nos habría pillado en pleno polvo.
–          ¿Se puede saber qué cojones ha pasado allí dentro? ¡has estado casi diez minutos! – exclamó arrojando el bolso sobre el sofá y adueñándose inmediatamente del portátil.
Nos reímos (y excitamos mucho) visionando las grabaciones de las cámaras y disfrutando de las habilidades pajeadoras de la jefa de Alicia. Ella, divertidísima, se rió con ganas de la situación, mientras yo , que me sentía extrañamente orgulloso, me recreaba comentando la acción que se veía en pantalla y les explicaba lo que la lujuriosa señora me había dicho en cada momento.
–          ¿Saúl? ¿Has dicho Saúl? – exclamó Ali atónita.
–          Sí. Saúl. Estoy seguro… – dije encogiéndome de hombros.
–          ¡La muy puta! ¡Su marido se llama Ángel! ¡Saúl es uno de nuestros clientes! ¡Será golfa! Y lo mejor es que no ha dicho ni pío de lo que ha pasado. Se ha encerrado en su despacho y a los 10 minutos a salido diciendo muy seria que se iba a casa . ¡Qué pedazo de zorra!
Ahora sé que, incluso en ese momento de diversión, la cabecita de Ali estaba urdiendo planes para sacar provecho a aquellas grabaciones que habíamos obtenido.
CONTINUARÁ
Si deseas enviarme tus opiniones, mándame un e-mail a:
ernestalibos@hotmail.com
 

 

Relato erótico: “Memorias de un exhibicionista (Parte 12) FINAL ” (POR TALIBOS)

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MEMORIAS DE UN EXHIBICIONISTA (Parte 12 –  capítulo final):

CAPÍTULO 24: EL NUEVO PLAN DE ALICIA:

–          Sí, ahí… así me gusta… sigue por ahí – gemía Alicia.
Yo obedecía sus instrucciones sin dudar, aunque, después de haberle comido el coño al menos 50 veces, sabía perfectamente qué botones pulsar para que mi amante disfrutara al máximo. Sin embargo ella siempre me decía cómo debía hacerlo; le encantaba dar órdenes.
Esa tarde estábamos en su casa, concretamente en el salón. Ella ni siquiera se había desnudado, limitándose simplemente a subirse la falda hasta la cintura, quitarse las bragas y despatarrarse en el sofá.
–          Cómemelo – me dijo simplemente.
Y yo obedecí al instante.
Como siempre, me esforzaba al máximo en darle placer a aquella mujer, en ese momento, su coño era todo mi mundo, ardiente, jugoso, delicioso… mi lengua serpenteaba entre sus labios, recorriendo y lamiendo la trémula carne, haciéndola gimotear de placer.
Sin embargo, mi mente estaba en otra parte.
No sabía qué pasaba conmigo; cuando por fin tenía lo que más había ansiado, tampoco me sentía satisfecho. Me faltaba algo. Y no estaba seguro de qué era.
Tenía en mi vida a dos bellas mujeres, ambas me querían, a su manera y yo las quería a ellas. Vale que una de ellas vivía engañada… y quizás fuera eso lo que me molestaba.
Lo cierto es que estaba cansado de esa situación. En el fondo, sabía que había llegado el momento de tomar una decisión, coger el toro por los cuernos y…
–          Joder, qué puta está hecha Tatiana – dijo en ese momento Alicia – Fíjate, sin tener que decirle nada…
Durante un segundo, saqué la cara de entre los muslos abiertos de mi amante y eché un vistazo a la tele, comprendiendo enseguida a qué se refería Ali.
Alicia estaba visionando el montaje en dvd que yo había realizado de nuestra última aventurilla exhibicionista. Ese era uno de los motivos de nuestro encuentro de esa tarde; que ella pudiera ver por fin el vídeo editado de nuestra última excursión.
Bastó una simple ojeada para comprender el motivo del comentario de Ali, no en vano había visto esas mismas imágenes decenas de veces mientras las manipulaba en mi ordenador. Como no necesitaba verlas para saber qué acontecía en la pantalla de la tele, volví a hundir el rostro entre los acogedores muslos de Alicia, mientras ella, por su parte, me dejaba bien claro quién mandaba allí simplemente presionando mi cabeza con la mano, apretando mi cara contra su coño.
–          Tú a lo tuyo – dijo simplemente.
Y como siempre había hecho desde que la conocía… obedecí.
La verdad es que no me importaba demasiado no poder ver el vídeo. Lo tenía muy visto. Y no sólo eso, también sucedía que no me excitaba demasiado, pues no podía quitarme de la cabeza la impresión de que Tatiana disfrutaba cada vez menos con nuestros juegos y no me gustaba demasiado ver su expresión en la pantalla.
Aunque yo me decía que era únicamente una impresión, pues, de no ser así, el comportamiento de Tati esa tarde hubiera sido más que extraño.
Sin poder evitarlo, me puse a recordar la tarde en que grabamos esas imágenes, unos días atrás en el parque. Nuevamente el plan era idea de Ali y, como casi siempre, la prota de la peli iba a ser Tatiana.
Ella no protestó; se limitó a escuchar lo que Ali proponía (¿ordenaba?) y a mostrarse dispuesta a ello. No sé por qué, pero en ese instante recordé la conversación que había quedado pendiente entre ambos la tarde del asalto a Claudia, pero claro, no era el momento para preguntarle por ello, así que tomé nota mental de hacerlo más tarde (olvidándome por supuesto de hacerlo).
En esa ocasión, el plan no era demasiado elaborado. Se trataba únicamente de alegrarle la tarde a algún afortunado chaval.
Lo preparamos todo conforma a las instrucciones de Ali. Ocultamos un par de cámaras en unos lavabos públicos que había en un lugar discreto del parque, concretamente en uno de los retretes, mientras yo me escondía con el portátil en el de al lado, para poder recibir bien la señal de las cámaras, sirviendo además como eventual guardaespaldas por si la cosa se desmadraba.
Alicia, por su parte, se encargaría de filmar unas cuantas tomas en el exterior, usando una pequeña videocámara que yo le había prestado.
La cosa fue sencillísima. Tati, tal y como habíamos acordado, se vistió bastante sexy, con un vestido estampado de generoso escote, con falda por encima de la rodilla, medias negras (bragas no, gracias) y una gabardina, llevando puestas por supuesto unas gafas espía.
En ese parque y a esas horas de la tarde (sí, sí, horas en las que yo debería haber estado trabajando, lo sé) se juntaban por allí muchos grupos de chavales para charlar un rato con los amigos. Ya sabes a los que me refiero, a esos que se sientan directamente en el respaldo de los bancos y ponen los pies sobre el asiento, supongo que porque no saben muy bien cómo se usa una silla…
Pues bien, tras un rato de observarlos con disimulo, Alicia (obviamente no iba a ser Tatiana) escogió a uno de los grupos de chavales. Según me dijo luego, los eligió porque no tenían mala pinta y, sobre todo, porque no había ninguna chica en el grupo.
Tras recibir la indicación de Alicia, Tati se acercó a los chicos, quienes, según se puede ver en las imágenes, se quedaron mirándola sorprendidos. Aunque esa sorpresa no fue nada comparada con la que recibieron a continuación.
–          Si alguno tiene cinco euros, estoy dispuesta a enseñarle el coño – les dijo sin tapujos mi novia.
No, no hay audio de la conversación, pero basta con ver las caras de asombro de los jóvenes para entender que Tatiana siguió las instrucciones de Ali a pies juntillas.
Tras soltar la bomba, Tati se limitó a darse la vuelta y a caminar sin prisa pero sin pausa hacia los servicios donde yo esperaba escondido. Los chicos, tras unos instantes de duda, se pusieron de repente a cotorrear entre ellos, hablando con visible nerviosismo.
Por fin, uno de ellos se armó de valor y, dando un salto, se bajó del banco y caminó en pos de mi novia. Segundos después le siguieron todos los demás, mientras Ali lo grababa todo a escondidas.
Finalmente llegaron a su destino, los servicios públicos. Habíamos escogido ese lugar porque estaban un tanto apartados y no venía mucha gente. De hecho, en el rato que llevaba yo allí escondido no había entrado ni una sola persona.
Mientras se acercaba, Tati me avisó usando uno de los micros de que ya estaba la cosa en marcha, respondiéndole yo que podía entrar sin problemas, pues no había nadie.
Tatiana, al llegar a la puerta, se detuvo un segundo para mirar atrás, no sólo para asegurarse de que los chicos la seguían (como si hubiera alguna duda sobre eso) sino también para que vieran que entraba en el baño de caballeros, no en el de señoras.
Escuché desde mi escondite cómo se abría la puerta del baño y enseguida se escuchó la voz de Tatiana pronunciando mi nombre, confirmándome que era ella quien acababa de entrar. Segundos después percibí como los chicos entraban también en la sala, aunque en ese momento no pude precisar cuántos eran los acompañantes de mi novia.

Puse las cámaras a grabar y me quedé esperando, en tensión. Pero, cosa rara, más que excitado sexualmente me sentía nervioso, preocupado por si alguno de aquellos niñatos perdía el control e intentaba propasarse.
–          Bien. ¿Quién quiere ser el primero? – escuché que decía Tatiana.
El chico en cuestión debió levantar la mano o algo así, en silencio, pues no escuché respuesta alguna.
Se oyeron unos pasos y, de repente, se abrió la puerta del retrete de al lado, por lo que por fin tuve imágenes en pantalla.
Tati, muy seria, entró la primera y, con un gesto de la mano, invitó al primer adolescente a reunirse con ella. Sin embargo, justo cuando el visiblemente nervioso chico iba a entrar, Tati le puso la mano en el pecho deteniéndole en seco.
–          ¿Y los 5 euros?
Me sorprendió su tono, tan tranquilo y sosegado que no parecía ella. Al parecer, a medida que se sucedían nuestras aventurillas, Tatiana iba ganado en aplomo y confianza.
El joven, todo aturrullado, rebuscó en sus pantalones hasta encontrar un billete arrugado, que entregó a la chica, que dio un paso atrás, permitiéndole reunirse con ella en el estrecho habitáculo, cerrando la puerta tras de sí.
Me costó ahogar una carcajada cuando la cara de acojone del chaval apareció en la pantalla del portátil. Se veía bien a las claras que esa era la primera vez que iba a ver el tesoro que una chica oculta entre las piernas. Y uno de calidad suprema, por cierto.
Escuché cómo Tatiana le decía que estuviera tranquilo, que no iba a pasar nada, mientras yo me reía en silencio pensando que lo que el chico querría era que en realidad pasara algo.
Tatiana, no sé si inspirada por la postura de los chicos en el banco, bajó la tapa del water (que por cierto olía a gloria bendita) y, sacando un paquete de pañuelos del bolsillo de la gabardina, colocó varios encima de la cisterna, para poder usarla de asiento.
Cuando lo tuvo listo, se subió de pie en la tapa del water y, dándose la vuelta con cierta dificultad, se las ingenió para quedar sentada encima de la cisterna, con los pies apoyados en la tapa.
El chico, todo cortado, no se había atrevido a decir ni mú, limitándose a permanecer con la espalda apoyada contra la puerta del retrete, dejando que Tati se encargara de todo. Por si quedaba alguna duda, el ver cómo el chico se echaba todavía más para atrás cuando Tati se subió en el water (poniéndole el culo en pompa frente a la cara) en vez de hacia delante, me confirmó todavía más que el chaval no tenía experiencia alguna en aquellas lides.
–          ¿Estás listo? – escuché que preguntaba Tatiana desde mi escondite, mientras veía como el chico asentía vigorosamente.
Y Tati no se hizo de rogar. Agarrando la falda de su vestido, tiró de ella hacia arriba, revelando ante los ojos del afortunado chaval el impresionante espectáculo que la ropa ocultaba.
Tati se había puesto un sexy liguero negro, con las medias a juego, pero había prescindido obviamente de las bragas, con lo que enseguida el alucinado chico se encontró de bruces con aquello que había venido a ver.
Nuevamente me reí en silencio al ver cómo el chaval se quedaba mirando boquiabierto entre las piernas bien separadas de la chica, que por primera vez desde que había empezado la aventurilla parecía estar ligeramente avergonzada, lo que acentuaba todavía más el morbo de la situación.
El muchacho, completamente sin habla, se quedó mirando extasiado el chochito de mi novia, sin atreverse a respirar siquiera, los ojos como platos, literalmente llorando a fuerza de obligarse a no parpadear.
Tati le dejó recrearse con el espectáculo cuanto quiso, no le metió prisa ni nada, consiguiendo que los cinco euros del muchacho fueran los mejor gastados de toda su vida.
En la toma que filmaban las gafas de Tati podía ver perfectamente adonde apuntaba la mirada de mi chica, lo que me permitió comprobar que el muchacho tenía a esas alturas una empalmada de campeonato.
Lo curioso fue que, el chico, al darse cuenta de su estado, no intentó sacar provecho alguno de la situación. Cuando se dio cuenta de que Tati le estaba mirando con todo el descaro el bulto del pantalón, el pobre se puso coloradísimo, balbuceó unas palabras que no entendí y salió del retrete, poniendo punto y final al show.
Por los ruidos y bromas que le dirigieron sus amigos, comprendí que había abandonado el lugar como alma que lleva el diablo, sin duda en busca de un sitio más solitario donde poder dar alivio a sus ardores.
Mientras tanto, Tati, que se había puesto bien el vestido un segundo antes de que su invitado abandonara el habitáculo, indicó a los que quedaban que el siguiente podía pasar.
Ali, mientras tanto, esperaba en el exterior, según me dijo luego excitadísima por la situación, además de bastante frustrada por estar perdiéndose el espectáculo en directo. Pero claro, su presencia fuera era imprescindible, vigilando por si alguien se acercaba a los servicios, para poder avisarnos y abortar la misión.
El siguiente chaval penetró en el retrete, cerrando tras de sí. Estaba tan acojonado como el otro.
La situación se repitió casi punto por punto, quedándose el chico alucinado admirando el tierno coñito de mi novia, que se sujetaba la falda en alto como si fuera una tímida quinceañera enseñándole el conejito a un chico por primera vez. No sé si ese aire de inocencia era real o fingido, pero lo cierto es que resultaba tremendamente erótico.
Y aún así, yo tenía mis dudas sobre si estaría allí obligada o no.
Sin embargo, esta vez Tati introdujo cambios en el guión. No sé si excitada por las libidinosas miradas de los jóvenes, o quizás compadeciéndose de su evidente falta de experiencia, la muy guarrilla aumentó el premio a recibir a cambio de los 5 euros.
–          Si quieres masturbarte, puedes hacerlo – escuché boquiabierto desde mi escondite.
Esta vez el alucinado fui yo. Me quedé atónito mirando la pantalla donde, tras un par de segundos de duda, pude ver cómo el afortunado chico se sacaba la polla del pantalón en menos de un segundo, comenzando a pajearse con entusiasmo, sin dejar ni un instante de recrearse la vista con el coñito de Tatiana.

Ella, por su parte, le dedicó una deliciosa sonrisa al joven y, sin decir nada, se abrió todavía más de piernas, llevando una mano a su coñito, separándose bien los labios con los dedos, mientras sus lindos ojos miraban con atención la juvenil polla que era masturbada con frenesí.
Al ver aquello, el chaval no pudo más, alcanzando un rápido y devastador orgasmo. Tati, que le vio venir desde lejos, se mostró sumamente habilidosa, pues quitó con rapidez los pies de la tapa del water y la alzó, permitiendo al pobre zagal descargar sus pelotas directamente en la taza.
–          Buen chico – le dijo Tati cuando su polla dejó de vomitar semen, supongo que agradeciéndole que no hubiera tomado la iniciativa de dirigirle un par de buenos disparos.
Pero claro, si yo había escuchado perfectamente a Tatiana ofreciéndole al chico la posibilidad de hacerse una paja a su salud, lo mismo habían hecho los que esperaban fuera, por lo que el siguiente visitante entró en el retrete con 5 euros en una mano… y una tremenda erección en la otra.
Pero Tati no se inmutó, limitándose a esperar que la puerta se cerrara para enseñarle el coño al chaval. Éste duró todavía menos, corriéndose como un animal en menos de un minuto.
Como ves, no le faltaba razón a Ali al decir que Tatiana estaba hecha una puta mientras veía el vídeo en su salón. Un poco golfa sí que era. Y yo, la verdad, estaba más cabreado que caliente a esas alturas. Casi estaba deseando que alguno intentara propasarse para hacerle pagar el pato.
El siguiente fue un visto y no visto. Pagó, entró, le echó un vistazo entre las piernas a mi novia y salió escopetado de allí. Ni un minuto. Tati miró directamente a la cámara, sabiendo que yo la estaba viendo y se encogió de hombros haciendo un delicioso mohín que me hizo sonreír. Me sentí un poco mejor.
Aunque no lo supe hasta después, el siguiente era el último de la pandilla. Escuché como los chicos hablaron algo entre ellos, pero no alcancé a entenderles. Lo que sí quedó claro es que, poco después, todos abandonaron el lugar.
Todos menos el último.
En cuanto se reunió con Tati, pude percibir perfectamente que aquel sí que tenía experiencia con mujeres. Y no era de extrañar, pues he de reconocer que era un tipo atractivo.
El aplomo con que se comportaba mostraba a las claras que no iba a alucinar como sus amigos únicamente por ver un coño, así que inmediatamente me puse en tensión, pues, de todos ellos, si alguno iba a dar problemas iba a ser sin duda aquel chico.
Sin embargo, no fue exactamente así.
El chico, como todos, pagó religiosamente los 5 euros a Tatiana, con lo que ella inmediatamente volvió a subirse la falda y a enseñar el coño.
Sin embargo, tras un rápido vistazo, el joven volvió a clavar sus ojos directamente en los de Tati, mirándola con fijeza. En la pantalla aparecía un primer plano de su rostro, con lo que parecía que en realidad estaba mirándome a mí.
–          Ay, ay, ay… – pensé en silencio, dispuesto a ponerme en marcha a la menor indicación por parte de Tati.
Pero no pasó nada, pues se limitó a mirarla simplemente, en silencio, hasta que noté que ella empezaba a ponerse un poquito nerviosa.
–          Eres guapísima – escuché como le decía el chaval a mi novia.
–          Gracias – respondió ella tratando de mantener la compostura.
–          No entiendo como una chica tan guapa como tú se dedica a estas cosas.
–          No soy puta, si es a eso a lo que te refieres – dijo Tati con un ligero brillo de furia en la mirada – Esto no es más que un juego. Lo hago porque me excita.
–          ¿Te excita enseñarle el coño a la gente?
Tatiana tardó unos instantes en contestar.
–          Sí. ¿Y qué pasa? – dijo poniéndose a la defensiva.
–          Nada. Me parece perfecto. Pero entonces deduzco que ahora mismo estás muy excitada, pues se lo has enseñado a cinco tíos.
Nuevo silencio de mi novia. Yo estaba en tensión, dispuesto a saltar como una víbora sobre el inquietante chaval.
–          Sí. Estoy excitada – reconoció ella alzando la cabeza, orgullosa.
–          Me alegro.
Y entonces lo hizo. Con un elegante gesto, el chico llevó la mano hacia delante, metiéndola entre los muslos abiertos de mi novia.
Ella dio un respingo por la sorpresa, mirando anonadada al tío que acababa de meterle mano en el coño y le acariciaba entre las piernas con toda la parsimonia del mundo, como si aquello fuera algo de lo más corriente y moliente.
Yo ya me disponía a salir de mi escondite y a meter la cabeza del cabrito aquel directamente en el desagüe, cuando escuché la voz de Tatiana con tono sorprendentemente firme.
–          Vaya, no se te da nada mal. Se ve que no es el primer coño que tocas. Me gustan los hombres con experiencia.

Lo supe. Aquellas palabras estaban dirigidas a mí. Me estaba diciendo que me estuviera quieto. Que dejara que aquel mamón le tocara el coño.
Y lo hice. Sabía que a Alicia aquello iba a encantarle.
Así, durante los siguientes minutos, tuve que tragarme la rabia mientras veía en la pantalla del portátil cómo un chico de 17 o 18 años le hacía una paja a mi novia encerrados en un sórdido retrete, mientras la ira y los remordimientos hacían presa en mi alma.
Por fortuna, el chico se conformó con masturbarla. Cuando Tati se corrió por fin, hizo un ligero intento de acercamiento, pero ella le dejó bien a las claras que el show había terminado y él, muy educadamente, le dio las gracias y se marchó.
Alicia estaba que se moría por saber los detalles y ver el vídeo, pero, argumentando que me dolía la cabeza (lo que era verdad) logré que nos dejara irnos a casa, prometiéndole que en un par de días podría verlo ya montado.
El trayecto a casa fue bastante silencioso. No fue hasta que llegamos a nuestra calle que me animé a dirigirle por fin la palabra a mi novia.
–          Te lo has pasado bien, ¿eh? – le dije en tono apagado.
–          ¿Tú no? – respondió ella si hacerme mucho caso.
–          Parecías una puta, dejando que el tío ese te sobara el coño – le espeté tratando de herirla.
–          Y tanto. Mira, si hasta he cobrado y todo.
Mientras decía eso, Tati se metió la mano en el sostén y sacó de allí un puñado de billetes arrugados, devolviéndolos enseguida a su sitio tras enseñármelos.
Aquel gesto, unido al frío tono de sus palabras me dolieron mucho más que lo que había pasado en el retrete.
Por eso no disfruté mucho mientras montaba el vídeo. Por eso mi cabeza estaba en otro sitio mientras le comía el coño a Alicia.
……………………..
A pesar de todo, logré que Alicia se corriera. Se lo pasó de lujo aquella tarde, disfrutando del sexo oral mientras se calentaba viendo el vídeo de su última ocurrencia.
Después follamos; era inevitable, pues si no, las pelotas me hubieran estallado sin duda, pues una cosa era estar pensando en otra cosa y otra muy distinta no excitarse mientras se explora entre los muslos de una diosa terrenal.
–          Ali, tenemos que hablar.
Decidí echarle huevos al asunto. Teníamos que aclarar las cosas de una vez. Así que, una vez estuvimos tumbados desnudos en su cama, todavía recuperándonos de la tórrida sesión de que habíamos disfrutado, reuní los suficientes arrestos para ponerle fin a aquella historia.
–          Claro, Víctor. ¿De qué quieres hablar? – me dijo incorporándose.
Respiré hondo y se lo solté. Mis dudas, mis frustraciones, se lo dije todo. Que no me parecía bien lo que estábamos haciendo con Tatiana, que no me parecía que aquella relación nos estuviese llevando a ninguna parte, que a veces me sentía más como su esclavo que como su amante…
Y una vez más, mis palabras no parecieron pillar por sorpresa a Ali, que, como había hecho anteriormente, se apresuró a reconocer su culpa, desarmándome.
–          Lo sé – dijo sentándose en la cama – Tienes razón. Me descontrolo con todo este asunto y al final, la que siempre acaba pagando los platos rotos es Tatiana. Te juro que no me doy cuenta, me propongo cortarme un poco con ella… pero poco a poco voy pidiéndole cada vez más…
–          No. En realidad lo que haces es pedírmelo a mí, sabiendo que Tati no va a decirme que no a nada.
Un ligero brillo de furia refulgió en su mirada, pero desapareció inmediatamente, por lo que no le di importancia.
–          Sí. Es verdad – concedió – Pero yo… no te creas que no en pensado en todo esto…
–          Lo sé, Ali – asentí – Pero no creo que pueda seguir así mucho más. Me siento mal por lo que estoy haciéndole a Tati, me siento mal por lo que le hacemos cuando estamos los tres juntos… y me siento mal porque comprendo que esta relación no lleva a ninguna parte…
Joder. No estaba mintiendo. Me sentía como una mierda. Estaba a punto de cortar con ella. Pero bastaba con alzar un poco la mirada y verla, allí desnuda y sudorosa, sentada en su cama, mostrándose ante mí sin el menor asomo de rubor o vergüenza, para que todas mis convicciones se tambalearan.
Entonces llegó su inesperada respuesta.
–          En eso te equivocas – dijo simplemente.
–          ¿A qué te refieres? – pregunté sin entender.
–          A lo de que esta relación no lleva a ninguna parte. Eso no es verdad.
El corazón me dio un salto en el pecho. No acababa de creerme lo que Ali había dicho. O quizás era que se refería a otra cosa.
–          Lo he pensado mucho, Víctor – dijo tomando mis manos con las suyas – Y me he dado cuenta de que es contigo con quien quiero estar. Voy a romper mi compromiso.
No podía creerlo. Allí estaba. Lo que había deseado tanto. Pero entonces, ¿por qué me sentía tan inquieto?
–          Me da igual el dinero. Sé que contigo seré feliz. Si tú estás dispuesto, podemos estar juntos.
–          ¡Alicia! – exclamé abrazándola con fuerza.
Y follamos otra vez.

……………………………………….
–          Estás muy serio – me dijo Ali un par de horas más tarde, después de una ducha reparadora.
–          Que va – mentí – Te aseguro que me siento muy feliz.
–          No me mientas. Estás pensando en Tatiana.
Miré a Ali fijamente. Tenía razón, estaba pensando en ella.
–          Lo siento. No puedo evitarlo – concedí – Estoy imaginándome cómo decírselo. Todavía me acuerdo de la otra vez. Lo pasó fatal. Y esta vez es definitivo. No quiero hacerle daño.
–          Lo comprendo. Aunque, creo que esta vez no la vas a pillar tan de sorpresa.
–          ¿Cómo? ¡Bah! No creo que Tati sospeche nada de lo nuestro. Piensa en todo lo que ha luchado por mantener nuestra relación a flote. Te considera algo así como una amiga con ciertos “derechos” pero…
–          Ja, ja, ja – se rió Ali – Madre mía Víctor, no puedo creer que seas tan inocentón.
–          No te sigo – contesté un poco molesto.
–          A ver, hijo. Creo que hay un par de cosas que aclararte.
–          Dime – dije con seriedad.
–          Primero, tienes que comprender que Tati no es ni mucho menos tan tonta como tú te crees.
–          Yo no creo que… – dije indignado.
–          No, no, no lo niegues – dijo ella interrumpiéndome – Te aseguro que, por muy discretos que te creas que hemos sido…
–          Te digo que Tatiana no sospecha nada…
–          Y yo no te estoy diciendo que sospeche – dijo Ali con una sonrisa enigmática en los labios – Te digo que ella SABE perfectamente lo nuestro.
Me quedé callado. Mirándola. No podía creerlo, pero pensándolo bien… la frialdad, el distanciamiento de Tati… ¿Sería verdad? ¿Sabría que, a pesar de lo mucho que había hecho por seguir a mi lado yo había terminado traicionándola? Aquello explicaría muchas cosas…
–          ¿Y cómo estás tan segura? – pregunté.
–          Porque lo sabe… gracias a mí.
Me quedé atónito, sin habla. No podía creer lo que acababa de escuchar.
–          ¿Cómo? Se… ¿Se lo has contado?
–          No exactamente – dijo ella con tranquilidad – Decirle… no le he dicho nada. Pero lo sabe desde el primer día, de eso no me cabe ninguna duda…
–          ¿Qué? ¿Cómo?
–          Ay, hijo, no seas tonto. ¿Recuerdas nuestra primera vez, en el sex-shop?
Asentí muy lentamente, sin ser capaz de articular palabra.
–          Esa noche… Yo llevaba el micro. Y ella uno de los auriculares.
La comprensión se abatió sobre mí de forma devastadora. Todo lo que había pasado en las últimas semanas, todas las mentiras, todas las precauciones… para nada. Lo único que había logrado era hacerle cada vez más daño a Tatiana…
–          Pero, ¿cómo has podido…? ¿Por qué…?
–          Venga, Víctor. No te hagas el ofendido. No dirás que no lo has pasado bien últimamente. Estabas deseando meterte en mi cama y yo simplemente…
–          Entonces, ¿a qué vino todo el cuento de que mantuviéramos el secreto? ¿De que no le dijera nada a Tati?
–          Pues, si te soy sincera… No quería que ella dejara de participar en nuestros juegos. Disfruto mucho con ella y, digas lo que digas, a ti te pasa lo mismo. Y te aseguro que ella también lo pasa muy bien y si no…
–          No. Ella participaba en esto porque pensaba que así me quedaría a su lado. Ella…
–          Ella se metió en un retrete con un chaval y dejó que le metiera mano en el coño. Y te aseguro que yo no le dije que lo hiciera. Ella ha participado en todos nuestros juegos y se ha puesto cachonda como una perra. Ella no terminó follándose al chico del probador simplemente porque no se lo pedí. No te equivoques, Víctor. Tatiana es una mujer hecha y derecha a la que le gusta mucho el sexo. No es la pastorcilla inocente que tú te crees que es. Esa es la imagen que ella da cuando está contigo, porque sabe que eso es lo que esperas. Lo que a ti te gusta.
–          Yo no…
–          Y por eso a veces tienes dudas cuando estás conmigo. Yo no soy fácil, me gusta dominar y ser la que lleve la voz cantante, no voy a comportarme jamás distinta de como soy. Y piénsatelo bien, amiguito, si quieres estar conmigo es lo que va a tocar a partir de ahora. Después podrás decir de mí que soy muy puta, te lo concedo, pero no que te pillara por sorpresa cómo soy.
No sabía qué decir ni cómo responder. No me importaba que Ali pretendiera estar al mando de la relación, ya la conocía lo suficiente para saber cómo era. Pero, que me hubiera engañado y, sobre todo, que le hubiera hecho daño a Tatiana…
–          No tengo dudas – sentencié – De verdad deseo estar contigo. Nunca he querido una pareja que se muestre sumisa, ya sabes que, precisamente eso es lo que menos me gusta de Tati. Pero creo que has hecho mal en engañarme y lo único que has logrado es hacerla sufrir.

–          ¡No digas más tonterías! – me soltó un poco enfadada – Te repito que ella no es como crees. Ya me has oído decir mil veces que es una golfa de cuidado. ¡Y puedo demostrártelo!
–          ¿Cómo? Te has vuelto loca.
–          En absoluto. Me he acordado de algo que me dijo Iván.
–          ¿Iván? ¿El del sex-shop?
–          No. El Terrible – dijo Ali haciendo gala de su exquisita paciencia – Pues claro que el del sex-shop.
–          ¿Qué te dijo?
–          Que si nos apetecía participar en un gangbang amateur.
–          ¿En un qué? – el término me sonaba, pero no estaba muy seguro.
–          Un gangbang. Una especie de orgía, sólo que hay una sola mujer y un montón de hombres. Unos miran y los otros… follan.
–          ¿Quieres que Tatiana…? – exclamé atónito.
–          ¿Por qué no? Te apuesto lo que quieras a que, una vez en situación, participará encantada. Mira, si tú te encargas de llevarla al local el próximo sábado, yo lo organizo todo con Iván.
–          ¿Estás hablando en serio?
–          Pues claro. Tú no le digas nada de que vas a romper con ella todavía. Simplemente dile que vamos a hacer alguna cosa en el sex-shop el sábado por la noche. Verás como, en cuanto esté en faena, no podrá resistirse y follará como una loca. Así te darás cuenta por fin de qué clase de chica es.
–          Alicia, no creo que…
–          Además, Iván me dijo que, si participábamos, nos llevaríamos una buena comisión. Los tíos que participan en estas cosas pagan una pasta y luego Iván se encargará de vender el vídeo. Por lo visto se pagan auténticas burradas por estas cosas si son auténticas. Y piensa en lo que disfrutaremos después, viéndolo nosotros…
–          Pero todo esto es una locura. ¿Y si ella no quiere? Sería prácticamente una violación. Hacer que un montón de tíos se la follen…
–          No seas estúpido. Ya verás como participa con gusto. Y además, si por algún asomo la cosa se complicara, piensa que tenemos un montón de vídeos comprometedores de ella. ¿Qué va a hacer?
No me salían las palabras.
–          Vamos, Víctor. Cuando veas cómo es en realidad no dudarás tanto en cortar con ella. Y luego podremos estar juntos…
–          Sí. Supongo que tienes razón – asentí.
–          Una última vez. Te prometo que, después de esto, seremos una pareja normal. Bueno, normal no, una pareja de exhibicionistas… pero solos… tú y yo.
Alicia me besó y yo le devolví el beso, con furia, con pasión. Ella tenía razón, teníamos que hacerlo una vez más y luego podría por fin disfrutar de la vida en pareja. Sin más mentiras, sin más manipulaciones.
Ya tenía claro lo que tenía que hacer…
Y me decidí.
…………………………
Los siguientes días fueron frenéticos. Me dediqué en cuerpo y alma a cumplir las instrucciones de Alicia casi al pie de la letra. Sólo hice unos pequeños cambios para mejorar el conjunto.
Tal y como me sugirió, no le dije ni pío a Tatiana, tratando de comportarme como siempre para que no sospechara nada. Ella seguía mostrándose un poco fría conmigo, pero ahora ya no me preocupaba pues conocía el motivo.
Lo único que le comenté fue que íbamos a quedar el sábado por la noche con Alicia, que tenía una nueva idea en mente que le iba a encantar. Ella asintió sin mucho entusiasmo, pero no me importó en absoluto.
La verdad es que la idea del gangbang me atraía. Podía comprobar por fin si la chica era tan puta como había ido descubriendo poco a poco o si todo serían imaginaciones mías. Sería muy excitante verla follando con otros tíos, mientras otros muchos (yo incluido) miraban. Me parecía super morboso.
Estaba más que decidido. Lo tenía todo clarísimo.
Me pasé un par de veces por el sex-shop, para ultimar detalles con Iván. Allí descubrí (cosa que no me sorprendió lo más mínimo) que Ali venía maquinando todo aquello desde algún tiempo atrás; no fue para nada fruto de la improvisación de la otra tarde.
Iván me tranquilizó bastante, diluyendo las pocas dudas que yo aún pudiera tener. Me aseguró que era requisito imprescindible que todos los hombres que iban a participar en aquello presentaran un informe médico impoluto, en cuanto a que no padecían ningún tipo de enfermedad infecto contagiosa ni ETS, lo que me serenó muchísimo.
Yo, por mi parte, le expuse mis ideas, introduciendo un par de cambios que esperaba fueran una sorpresa para Alicia, para que disfrutáramos todavía más.
Algo de dinero cambió de manos, pues lo que yo proponía suponía una ligera subida del presupuesto, pero lo pagué con gusto, convencido de que a Ali le iba a encantar.
Iván, que al parecer no era la primera vez que participaba en algo como aquello, me aseguró que todo estaba bajo control y que sin duda mis deseos se verían plenamente satisfechos.
Así que nos citamos el sábado por la noche. Todo estaba listo.
…………………………..

Y llegó el sábado. Yo estaba deseando que sucediera, que saliera todo como lo había planeado. Y después estaría por fin con la chica de mis sueños, mi pareja ideal.
Ali estaba ya en el local cuando llegué, esperándome tomando una copa tranquilamente con Iván, con el que intercambié un discreto saludo.
Ella me recibió con un beso, profundo, húmedo, sin importarle la presencia de Iván, que nos miraba divertido.
–          ¿Está todo dispuesto? – le pregunté al hombre cuando los ardientes labios de Ali liberaron los míos.
–          Por supuesto – asintió él – La duda ofende. Soy un profesional. Todo listo. Cámaras, audio… todo preparado. Y los clientes están todos aquí ya. ¿No te has fijado que la tienda está bastante concurrida?
–          Perfecto.
–          ¿Y Tatiana? ¿Has hablado con ella? – preguntó Ali tratando de disimular su ansia.
–          Tranquila preciosa – dije guiñándole un ojo – Te aseguro que nuestra víctima estará aquí justo a tiempo.
Seguimos charlando unos minutos con tranquilidad; al menos Iván y yo, pues Ali no conseguía ocultar su impaciencia, mirando continuamente su reloj y moviendo una pierna con nerviosismo.
Nos tomamos otra ronda de copas, que Iván preparó personalmente en la sala anexa. Ali se bebió la suya casi de un tirón.
Justo entonces miré a Iván y entonces él echó un vistazo a su móvil, que estaba sobre el escritorio y dijo:
–          Creo que nuestra “víctima” está ya preparada.
–          ¿Ya ha llegado Tatiana? – exclamó Ali levantándose de su asiento de un salto.
–          Vamos – dijo Iván señalando hacia la puerta.
Ali sonrió, entusiasmada y me abrazó con fuerza, besándome.
Con una sonrisa de oreja a oreja, la chica salió del despacho, deseando ver cómo un montón de tíos se follaban a Tatiana, demostrándome así que ella tenía razón y mi novia era en realidad una golfa.
–          Estoy cachondísima – me susurró al oído mientras caminábamos por el pasillo de regreso a la tienda.
Entramos en la habitación y esta vez sí que me fijé en que la tienda estaba llena de gente. Debía haber allí 10 o doce tíos sin contar con los empleados del local. Y todos se comían con los ojos a la chica, cachondos y excitados, muertos de ganas de que la cosa se pusiera por finen marcha.
Las puertas del local estaban cerradas, aislándonos por completo del exterior. Ya no había marcha atrás, ahora sólo quedaba comprobar si me había equivocado o no. Si la mujer era tan puta como sospechaba o estaba en un error…
Todo salió a pedir de boca.
Que nosotros tres entráramos en la habitación fue algo así como el botón de encendido de la acción. De pronto, vi cómo uno de los tipos, que sin duda estaba ya que no podía más, se sacó la polla de la bragueta y empezó a pajearse lentamente, acercándose a la chica que todavía no le había visto.
Enseguida, un segundo y un tercero le imitaron y por fin nuestra pobre víctima se percató de lo que estaba sucediendo. Rápidamente, la chica volvió el rostro hacia mí, mirándome a los ojos con una expresión de sorpresa tal que creo la recordaré toda mi vida.
Pero, cosa extraña, no me conmoví en absoluto. No me importó leer la traición en su mirada, la decepción. Habíamos pasado tantas cosas juntos… y todo para terminar de aquella manera.
La joven se volvió, asustada por primera vez, consciente por fin de que de allí no salía sin que se la follaran. Por fin el primer macho llegó hasta ella y, sin pensárselo dos veces, le agarró una teta por encima de la blusa.
La chica trató de zafarse, dándole un empellón, pero sólo logró que el tío se pegara todavía más, estrujando la tremenda erección contra su muslo.
–          No… déjame. Aparta tu asquerosa cosa…
Trató de empujarle nuevamente, pero no logró nada, pues un segundo tipo la agarró por los brazos y, atrayéndola hacia sí, le hundió la lengua hasta la tráquea, ahogando de esa forma sus protestas.
Poco a poco, todos los hombres la rodearon. Uno se envalentonó y, mientras el otro seguía comiéndole la boca a la chica, él aferró una de sus muñecas y, tirando de ella, logró que la cálida manita se cerrara sobre su erecta polla, obligándole a masturbarle. Ni un segundo pasó antes de que otro le imitara usando la otra mano.
Yo estaba muy excitado. Alicia tenía razón, aquello era fantástico.
–          Víctor – logró balbucear la chica logrando librarse por un segundo de los insidiosos labios que la besaban – No…
Ni caso le hice. Alicia tenía razón. Era una puta.
El tipo volvió a apoderarse de sus labios, devorándole de nuevo la boca. Un par de manos atrevidas se colaron rápidamente bajo la falda, levantándosela hasta la cintura, permitiéndonos a los que sólo mirábamos deleitarnos con las torneadas piernas adornadas con medias y liguero.
Una mano, más insidiosa que las demás, se coló rápidamente dentro de las bragas de la chica, empezando a acariciarle vigorosamente el coño. Y no debía de hacerlo del todo mal, pues pronto noté que los muslos empezaban a separarse poco a poco, dejándole franco el acceso.
Enseguida la liberaron de las bragas. Uno de los tíos las deslizó hasta los tobillos y sus compañeros, para facilitar la tarea, literalmente levantaron en vilo el cuerpo de la chica para que pudiera quitárselas.
Aprovechando que ya la tenían levantada, la tumbaron y, muy despacio y sin dejar de sobarla por todas partes, la depositaron de espaldas sobre el suelo. Entonces se abalanzaron como lobos. Los botones de la blusa salieron despedidos en todas direcciones y el sostén no tardó en reunirse con ellos, arrancado literalmente de cuajo.
Sólo pude vislumbrar sus pechos un segundo, pues enseguida se apropiaron de ellos, chupándolos y estrujándolos con frenesí, pero me bastó para constatar que tenía los pezones duros como rocas. Ali tenía razón. Era una puta.
En ese momento me di cuenta de que apenas podía ver el cuerpo de la chica, pues estaba completamente tapado por los hombres que literalmente se la estaban comiendo. Lo único que podía verse era un pie, que había perdido el zapato y asomaba entre la maraña de cuerpos y las manos, que eran mantenidas en alto por dos tipos que las obligaban a empuñar sus pollas como si se tratara de remos.
Tras unos minutos de caricias y chupeteos, los hombres decidieron subir las apuestas. De no ser porque Iván me había explicado que el orden estaba decidido previamente (previo pago de suculentas cantidades) no habría creído posible que aquella jauría humana no se peleara por el honor de ser el primero.
De hecho, fue precisamente al tipo que primero se había sacado la polla a quien correspondía el honor. De rodillas en el suelo, se situó justo entre las piernas de la chica, que eran mantenidas bien abiertas por dos voluntariosos colaboradores. Sin más preámbulos, sujetó las esculpidas caderas de la joven y, obligándola a levantar un poco el trasero, la empitonó de un viaje, provocándole un gritito de sorpresa y placer.
Sin embargo, no tuvo tiempo de quejarse demasiado, pues rápidamente el hombre que más había pujado por obtener los favores de sus cálidos labios hizo uso de su prerrogativa y, sin perder un segundo, le hundió la polla hasta la garganta, provocando que a la chica se le saltaran las lágrimas y empezó a follarle la boca con gran entusiasmo.
Mientras tanto, los otros dos afortunados seguían usando las manos de la mujer para masturbarse, resoplando y disfrutando como locos.
El turno era riguroso y los hombres, con experiencia en aquellas cuestiones, se repartieron el botín como buenos hermanos. Cuando los primeros se hubieron corrido (el primero pegándole unos cuantos buenos lechazos en las tetas, mientras que el otro se vaciaba a conciencia directamente en su garganta), le tocó el turno al que había comprado su culo.
Entre todos le dieron la vuelta a la chica, colocándola a cuatro patas. El tipo se colocó en posición y, antes de que se diera cuenta de lo que pasaba, la mujer se encontró con una buena dosis de rabo insertada por donde nunca brilla el sol.
La pobre boqueó sorprendida, abriendo muchísimo los ojos y dibujando una “o” perfecta con sus carnosos labios. Grave error. Pues la circunstancia fue aprovechada por otro de los rabos que revoloteaban por allí para colarse entre ellos y meterse hasta su tráquea.
Qué espectáculo, follada a la vez por delante y por detrás. De repente me moría de ganas por disfrutar del vídeo con mi novia.
Siguieron así durante un buen rato. Probaron mil posturas, sandwich incluido, con una polla en el coño y otra simultáneamente en el culo. Hasta cinco pollas a la vez se las apañó para manejar la muy golfa. Culo, coño, manos y boca fueron usados a placer. Incluso alguno llegó a colocarla en su sobaco y usarlo para masturbarse, aunque yo, personalmente, no acabo de encontrarle la gracia a eso.
A uno se le ocurrió la idea de meterle a la vez dos pollas en el coño, pero tuvieron que desistir, pues ya era demasiado exigirle a la muchacha.
¿Y ella? Tal vez no me creas, pero te juro que es verdad (además, está en vídeo y puedes comprobarlo). Tras resistirse unos minutos, en cuanto empezaron a juguetear dentro de sus bragas se puso cachonda como una perra y colaboró en todo aquello con gran entusiasmo.
No sé si fue que, cuando comprendió que de allí no escapaba sin que se la follaran, pensó que lo mejor era aprovechar para pasar un buen rato o simplemente fue que poco a poco fue cogiéndole el gusto a la cosa. No sé. Lo cierto es que Alicia tenía razón: era una puta del carajo.
Y yo, por mi parte, te prometo que tuve que hacer bastantes esfuerzos para resistir y no acabar echándole un buen polvo de despedida. Pero no lo hice. No sé, no me pareció bien. Total, si ya había decidido cortar con ella y no volver a verla nunca más, me pareció que follármela iba a ser como aprovecharme de ella. Tonterías mías.
Iván tampoco participó. Aunque se veía que ganas no le faltaban. Creo que, si no lo hizo, fue porque en el fondo al tío le daba un poco de asco tanto semen empapando el cuerpo de la chica. Y total, ella iba a estar disponible a partir de ese momento y con todo lo que él sabía de sus gustos… no le iba a costar nada llevársela al catre.
El espectáculo siguió bastante rato. Tanto que al final me cansé y decidí marcharme. Ali en cambio estaba extasiada y no quería irse aún. No me importó, la dejé allí divirtiéndose.
Para no tener que abrir la puerta de la tienda salí por la de atrás, que el propio Iván me enseñó. Nos despedimos con un apretón de manos y él me aseguró que, en cuanto tuviera listo el vídeo, me llamaría para darme mi copia.
Conduje tranquilamente hasta casa. A partir de ese momento, mi vida tendría sentido.
CAPÍTULO 25: FINAL:
Entré tranquilamente a casa, tarareando una canción que había estado escuchando en la radio.
Dejé las llaves en la mesita del recibidor y colgué la chaqueta. Respiré hondo y, con paso firme, entré en el salón.
–          Hola cari – saludé a Tatiana, que estaba sentada en el salón, viendo la tele sin mucho interés.
–          Hola – respondió ella sin mirarme siquiera.
Aquella frialdad. Me dolió. Había que ponerle remedio.
–          Tatiana. Tenemos que hablar – dije sentándome a su lado.
Ella alzó la mirada, mirándome con tristeza.
–          Vale. Por fin te has decidido – dijo incorporándose un poco.
La miré con ternura. Dios, ¿cómo había podido estar tan ciego?
Bruscamente, me arrodillé en el suelo frente a ella. La pillé de sorpresa, provocando que diera un respingo. Se quedó mirándome boquiabierta, sin saber qué decir.
–          Tatiana. Lo siento. He venido esta noche a pedirte perdón. No sabes cuánto me arrepiento de cómo te he tratado. Entenderé perfectamente que no quieras saber nada más de mí, he sido un mierda, pero, si estás dispuesta a perdonarme, te juro que a partir de hoy empezaré a tratarte como mereces.
Tatiana me miraba alucinada, sin atinar a cerrar siquiera la boca. Desde luego, aquello no era ni por asomo lo que Tati esperaba que iba a suceder.
–          ¿Có… cómo? ¿Qué quieres decir? – balbuceó.
–          Te pido perdón, Tati. Sé que sabes lo mío con Alicia. El otro día me confesó lo del micrófono la noche del sex-shop. Te juro que no lo sabía. Pero eso no es excusa. Dejé que creyeras que, mientras participaras en nuestros juegos, seguiríamos juntos. Y en ese momento no era así. Yo quería tener lo que no podía, sin darme que cuenta de que, lo que ya tenía… era lo que siempre había deseado.
–          Víctor…
La tomé por las manos y, para mi infinito goce, Tati no las retiró, permitiéndome estrecharlas con las mías.
–          He comprendido por fin quien es Alicia. Es un mal bicho, una puta dominante y manipuladora, que nos ha estado usando a ambos para su disfrute. Ella sólo ama a una persona… a sí misma y no se detiene ante nada para obtener lo que quiere.
Tatiana me miraba en silencio.
–          Pero no me arrepiento de haberla conocido. La verdad es que le estoy muy agradecido, pues gracias a ella he comprendido cuales eran en realidad mis sentimientos. Bastó con que ella te amenazara para que yo…
–          ¿Amenazarme? – preguntó Tati extrañada.
–          Sí. Tengo mucho que contarte.
Y lo hice. Se lo conté todo. Sin omisiones. Estuvimos hablando toda la noche sin parar. Al final le conté lo que había preparado Alicia esa noche para ella en el sex-shop.
–          Cuando me lo propuso, se me cayó por fin la venda de los ojos y pude ver por fin cómo era ella. Es un monstruo. No sé cómo se le ocurrió. Supongo que pensaba que me tenía tan hechizado que no me importaría hacerte daño. Pero no, en cuanto me sugirió esa locura, me di cuenta de que antes la mataría que permitirle que te hiciera más daño. Entonces se me ocurrió que era mejor idea todavía convertirla en la víctima de su propio plan.
–          ¿Y lo has hecho? – exclamó Tatiana alucinada.
–          Y tanto que lo he hecho. Espero que no me odies por haber caído tan bajo. Pero es que sentía que tenía que hacérselo pagar. Intentar hacerte eso a ti…
Tatiana me besó. Y yo sentí que me moría de felicidad.
–          Hablé con Iván y le expuse mi idea. Me costó una pasta convencerle, además de renunciar a todos los beneficios que el numerito del sex-shop iba a generar. Total, no había mucho riesgo, pues como muy bien me dijo Ali refiriéndose a ti, tenemos “un montón de vídeos comprometedores de ella”, así que poco iba a poder hacer. Y la hicimos caer en su propia trampa.
–          ¿En serio?
–          Y tan en serio. Aunque, para asegurarnos un poco más, Iván se encargó de echar una buena dosis de afrodisíaco en las bebidas que le sirvió esta noche. Para que estuviera bien a tono.
–          ¿Y ha follado con todos?
–          Bueno… ha follado con todos y, hasta donde yo sé, es posible que todavía siga follando – dije, aunque eran ya más de las seis de la mañana.
–          Increíble.
–          Y tanto. Ya te he dicho que no me arrepiento de haberla conocido, pues me ha permitido comprender mis verdaderos sentimientos por ti. Pero, si llego a saber la clase de zorra manipuladora que era…
–          Y eso que hay cosas que no sabes – me dijo Tati – El otro día me confesó que había usado el vídeo que grabamos con su jefa para obtener un “sustancioso aumento” y un puesto de trabajo mucho mejor. Por lo visto, le comentó a Claudia que sabía lo de Saúl y le enseñó el vídeo…
–          Me imagino el resto. Aunque la verdad no me pilla de sorpresa. Siempre pensé que haría algo así.
Nos quedamos callados unos instantes, mirándonos.
–          Pero todo eso es secundario ahora. Para mí es historia. Un capítulo de mi vida que se cierra. Lo que quiero saber… no, lo que necesito saber… es qué tengo que hacer para que me perdones, para compensar lo mal que te lo he hecho pasar y todo el daño que te he hecho…
Tatiana posó uno de sus encantadores dedos en mis labios, obligándome a callar.
–          Shiist. No sigas. No es necesario. Desde que conocí a Alicia comprendí que iba a ser mi rival por ti y me decidí a luchar. La verdad es que creía que te había perdido y por eso es cierto que lo he pasado muy mal.
–          Tati, yo…
–          No. Déjame hablar. Quise hablarlo contigo, pero me faltó el valor. No sé, no quería dejar de estar a tu lado y tenía miedo de que, si te decía que sabía la verdad, se acabara definitivamente y la eligieras a ella en vez de a mí.
Comprendí que tenía toda la razón.
–          Me has sido infiel y me ha dolido. Pero tú y yo no somos para nada una pareja típica y, sabiendo lo que sabemos el uno del otro, somos conscientes de que nunca va a ser así. Lo que lamento es que, si te hubieras atrevido a confesarme antes las cosas que te atraían, te aseguro que habría participado con gusto en ellas.
–          Pero Tati. Ni en mil años habría imaginado que tú estarías dispuesta. Que tendría tanta suerte como…
–          Pues la tienes. He de confesarte que, superada la vergüenza del principio, lo he pasado bastante bien con estas aventurillas. Y, ahora que vamos a estar los dos solos… disfrutaré mucho más.
Me sentí feliz. La besé con entusiasmo.
–          Y ahora, si quieres que te perdone… – dijo.
–          Lo que quieras.
Tatiana no dijo nada. Se puso en pié y, aferrando mi mano, tiró de mí conduciéndome al dormitorio.
Gracias Alicia. Me has descubierto el camino a la felicidad.
CAPÍTULO 26: EPÍLOGO:
–          Bueno. Y esa es la historia – sentencié tumbado en el diván – A partir de ese punto ya sabes qué pasó perfectamente. Los jefes se reunieron conmigo y tuve la suerte de que se creyeron mi cuento de que estaba con depresión, así que, en vez de despedirme como me merecía, me permitieron conservar mi trabajo a cambio de recibir terapia.
Alcé la vista hacia Martina, mi psiquiatra, con la que llevaba celebrando sesiones más de un mes. Al principio, me había mostrado comedido, un poco avergonzado de estar allí, pero, como no sabía muy bien cómo fingir depresión, acabé por contarle la verdad con pelos y señales.
–          Espero que todo esto quede entre nosotros, ya sabes, lo de la confidencialidad entre médico y paciente…
–          Que sí, pesado. Ya hemos hablado de eso veinte veces. No puedo revelar el contenido de las sesiones a nadie…
–          Me alegro.
–          El problema no es ése. Tu empresa me ha contratado para tratarte de una depresión. Y tú de deprimido, nada de nada.
–          ¿Y dónde está el problema? Tú simplemente escribe un informe diciendo que he superado mis traumas y que estoy oficialmente curado. Se lo tragarán sin problemas. De hecho, el último mes no he faltado ni una vez al trabajo y mis cifras han vuelto a ser las de antes. Los jefes están ahora muy contentos conmigo… y contigo, por ser tan buena terapeuta.
Le guiñé un ojo a Martina, dedicándole una cálida sonrisa. Me deleité unos segundos admirándola, la verdad es que estaba muy buena. Morena, pelo liso siempre eficientemente recogido, buenas tetas, piernas esbeltas… y cuando se levantaba de su asiento y me permitía echarle un vistazo a su culito… ufff.
–          Ya. Si al final está claro que voy a tener que hacer eso – dijo ella mirándome por encima de sus gafas – total, no creo que seas una “amenaza para ti ni para nadie de tu empresa”. Y estás más que listo para hacer tu trabajo…
–          ¡Bien! – exclamé interiormente sin decir ni mú.
–          ¿Y Alicia? ¿Supiste algo de ella?
–          A través de Iván. A ella no he vuelto a verla. Sé que sigue con sus planes de boda con el político gay y en su trabajo. No tengo el menor interés en volver a verla.
–          ¿Detecto ira reprimida?
–          No. Profundo desinterés. Iván me contó que, cuando se recuperó del gangbang montó un poco de escándalo, pero bastó con recordarle los vídeos que teníamos de ella exhibiéndose en el metro, en el cine, en el parque… para que dejara de dar el coñazo. Eso sí, tuvo que pagarle su parte de los beneficios del vídeo.
Martina se quedó callada un momento, calibrando lo que acababa de decirle.
–          Y hablando de otra cosa. ¿Qué tal te va con tu novia?
–          Con mi prometida en realidad – respondí sonriendo.
–          Vaya. Felicidades.
–          Gracias. Considérate invitada a la boda.
–          No has respondido a mi pregunta.
Volví a sonreírle.
–          Me va genial. Ahora que no hay secretos entre nosotros, he comprendido que ella es en verdad mi media naranja. Mi mujer perfecta.
–          ¿En serio? No sé, por lo que me cuentas, Tatiana se muestra demasiado sumisa, demasiado ansiosa por complacerte…
–          Eso se acabó – dije – Bueno, no se acabó. Sólo que ahora es mutuo. Ahora ella propone cosas y las hacemos (no me refiero sólo al plano sexual) ahora sí que siento que tengo pareja y no una criada.
–          Me alegra oír eso. ¿Y el sexo?
–          Abiertos a todo. Estamos probando mogollón de cosas nuevas. Hemos seguido con el exhibicionismo, claro, pero ahora probamos con todo. ¿Te acuerdas de la pareja que conocí con Alicia en el restaurante?
Martina consultó unos segundos su libreta.
–          Saúl y Gemma – dijo cuando localizó el dato.
–          ¡Eso! Pues hemos probado el intercambio de parejas. Les mandé al mail una foto de Tatiana y te aseguro que el tal Saúl no puso pegas al cambio de chica. Nos juntamos un fin de semana en una casa rural. Qué hartón de follar.
–          Te veo muy motivado.
–          ¡Pues claro!
Martina se removió inquieta en su asiento. No era la primera vez que sorprendía en ella esa actitud. Ya había notado que, cuando me interrogaba en cuestiones de sexo, me sonsacaba tantos detalles como podía.
La verdad es que me encantaban las sesiones de terapia. Al principio pasaba un poco de vergüenza, pues cuando empezaba a narrar mis aventuras exhibicionistas, lo normal era que acabara teniendo una erección.
Durante las primeras sesiones me esforzaba por disimular, sentándome y cruzando las piernas, pero un día sorprendí la mirada curiosa de mi guapa terapeuta escrutando mi paquete y a partir de ese momento no hice esfuerzo alguno por esconder mis empalmadas.
Y también noté, con gran regocijo, que pasadas las primeras sesiones, mi atractiva psiquiatra empezó a usar falda en lugar de pantalón, lo que encontré… muy sugerente.
–          Ahora somos una pareja liberal – continué – La verdad es que temo el día en que Tati me diga que le apetece follarse al guarda de seguridad, pero qué le voy a hacer.
–          Claro, al fin y al cabo tú te follaste a Alicia durante semanas – soltó Martina sin poder contenerse.
Enseguida se calló, ruborizándose, plenamente consciente de que su comentario había rebasado la línea de lo políticamente correcto.
–          Bueno… – dijo ruborizada, clavando la vista en su cuaderno y pasando las hojas con nerviosismo – En realidad, no hemos atacado para nada el origen de tus problemas. No hemos buscado donde están las raíces de tus tendencias exhibicionistas…
–          Ni falta que hace. Yo soy muy feliz dando rienda suelta a mis impulsos. No necesito que me “cures” de ellos.
–          No… Lo que quiero decir… Bueno…
–          Dígame, doctora, que hay confianza.
Ella me miró un segundo antes de continuar.
–          Verás, Víctor. Durante las últimas semanas me has ofrecido un relato… permíteme que te diga que un tanto inverosímil.
–          ¿Inverosímil?
–          Sí. No sé, a veces me ha dado la impresión de que… era una historia inventada. Que me estabas contando una trola para pasar el trámite de la terapia a que te obliga la empresa y que, en el fondo, todo eso no es verdad…
No pude evitar sonreír. Sabía perfectamente a donde quería ir a parar mi querida doctora.
–          Vaya. O sea que, en realidad, no te has creído que yo sea exhibicionista. Que todo ha sido un rollo para mantenerte entretenida…
–          Bueno…
–          Por fortuna existen pruebas en vídeo. Y estaré encantado de enseñártelos cuando quieras…
–          Claro – dijo ella coloradísima – Po… podrían ser de interés desde el punto de vista médico…
–          Podría traer alguno a la próxima sesión. Aquí tienes DVD ¿verdad?
–          Sí. Por supuesto.
–          Aunque, pensándolo bien, tampoco hace falta esperar tanto… Podría enseñarte algo ahora mismo…
–          ¿Llevas algún vídeo en el móvil? – exclamó ella estirando el cuello mirándome con avidez.
–          No. Lo cierto es que no. Pero tampoco hace falta.
Lentamente, llevé la mano a la bragueta y la abrí muy despacio, mientras los bonitos ojos de la terapeuta se abrían como platos y me miraban sin pestañear mientras mordisqueaba sin darse cuenta su bolígrafo…
Gracias Alicia. Ahora sí que soy feliz.
FIN

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Relato erótico: “Mi madre y el negro I: Descubrimiento” (POR XELLA)

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Alicia bajó a desayunar harta de oír a su madre. 
– Ya es hora de despertarse, ¿No crees? – Le dijo ésta cuando llegó a la cocina. 
Alicia se llevó la mano a la cabeza, la noche anterior había sido muy dura y tenía una resaca de caballo, lo último que necesitaba oír eran los sermones de su madre. Se sentó al lado de su hermana y comenzó a marear los cereales con la cuchara. 
– ¿Demasiada fiesta ayer? – La chinchaba Claudia, en voz baja, para que su madre no la oyera – ¿O también te sentó mal la cena? 
– Oh, cállate. – Dijo, dando un manotazo a su hermana en el hombro. 
– ¿Cuantos cayeron anoche? – Seguía la chica. – Cubatas, digo, chicos ya se que ninguno. 
Alicia, cansada, volvió a lanzar un manotazo a su hermana, esta vez dirigido a su cara pero ésta, más fresca y espabilada, lo detuvo con rapidez. 
– ¡Chicas! ¿No podéis estar un minuto tranquilas? – Las reprendió su madre. – Venga, acabad el desayuno que tenemos muchas cosas que hacer. 
La chica mandó una mirada de reproche a su hermana y siguió dando vueltas a su tazón, esperando que desapareciera mágicamente. No entraba nada en su estómago. 
Alicia se llevaba bien con su hermana, pero eso no evitaba que siempre se estuvieran peleando.  Claudia era unos años más pequeña que ella pero siempre se las daba de marisabidilla, siempre tenía que quedar por encima de Alicia. Realmente se parecían bastante, físicamente Claudia era una fotocopia de su hermana, muchas veces las confundían, lo que exasperaba a la mayor. Ambas morenas, castañas, ojos marrones y estatura media, algo más bajita Claudia. Tenían un cuerpo bien formado pero no exuberante. En cuanto a su forma de ser, a ojos de Alicia su hermana era bastante irritante a veces, y muy inmadura. A ojos de los demás (su madre, por ejemplo) eran tan parecidas cómo en el físico. 
La madre de ambas, Elena, no se parecía demasiado a ellas, salvo en su bien formado cuerpo que mantenía a base de dieta permanente y gimnasio. Elena era rubia, blanca de piel, unos ojos verdes preciosos y más alta que sus hijas. Estaba claro que habían salido a su padre. 
Su padre… Su padre era un cabrón. O había sido un cabrón, por lo menos. Las abandonó cuando las chicas eran pequeñas, dejándolas sin un duro y sin nadie que las pudiese mantener. Elena tuvo que doblar turnos en el trabajo para poder dar de comer a las niñas. Pero la situación  mejoró. Un día, el padre apareció muerto, parece ser que fue un infarto. Ni siquiera fueron al funeral de ese infeliz pero, al estar todavía casados, el dinero y la pensión que correspondía gracias al seguro de vida que poseía el hombre, recayó por completo en Elena y sus hijas, lo que las permitió vivir de manera desahogada.
– ¿Por qué tuve que salir ayer? – Se dijo a si misma Alicia, cuando llegó a su cuarto. 
Sabía perfectamente que hoy iba a ser un día duro, venía el último camión de mudanza y tenían que colocar todas las cajas. Si ya de por sí no era una tarea agradable, con la resaca que llevaba encima se convertía en un pequeño infierno. 
– Pues por que quieres comerte un buen rabo por fin. – Dijo Claudia. No se había dado cuenta que había subido tras ella. 
Alicia nuevamente intentó golpear a su hermana pero, igual que antes, esta consiguió esquivarla. 
– Admitelo, cometiste un error al dejar a Gonzalo. – Continuaba la pequeña, a una distancia prudencial. – Te comieron la cabeza, creíste que ibas a ser la reina de la noche y ahora no te comes un colín. 
– No tienes ni idea de lo que hago o dejo de hacer. 
– ¿Ah, no? Entonces, ¿Mojaste anoche? ¿Te quitaron las telarañas? 
Alicia se puso roja cómo un tomate. No, no “le quitaron las telarañas” pero no lo quería admitir ante su hermana. Realmente pensaba que haber dejado a Gonzalo fue un error, al menos visto desde la distancia. Era su novio desde los 15 años, y había descubierto todo con el, la trataba genial pero… 
Pero sus amigas le comían la cabeza. Que si se habían ligado a uno, se habían tirado a otro, que “¡Que sosa eres, Alicia! Solo has probado un hombre”. Le decían que a poco que se soltarse y dejase al chico, le iban a llover los amantes. Y allí estaba. Llevaba 6 meses de sequía. 
– ¿A ti que te importa? Vete a jugar con las muñecas, ¡Niñata! 
Salió tras ella y Claudia saltó por encima de la cama para evitarla. Cuando estaba en la puerta de la habitación dijo:
– A lo mejor necesitas que te presente algún amigo… Creo que Manolo te caería bien. 
Y salió de la habitación. 
Alicia, harta de las burlas de su hermana y del dolor de cabeza, se dio una ducha. Cuando salió, había una camita encima de su cama con una nota. 
Este es mi amigo Manolo, cuídalo bien 😉 
Decía. Al abrir la caja y ver el interior no pudo evitar sonrojarse. Dentro había un consolador rosa, de buen tamaño. Desde que lo había dejado con Gonzalo no había tenido sexo, pero tampoco se había masturbado. Le parecía que el sexo era algo para compartir con alguien y que masturbarse era rebajarse de alguna manera. 
Levantó a Manolo y vio que tenia un pequeño botón en la base. Lo pulsó y el aparato comenzó a vibrar. Una fugaz escena de ella usando aquel juguetito hizo que un escalofrío fruto de la excitacion recorriera su espalda. ¿Lo habría usado mucho su hermana? Y parecía tonta… 
– ¡Chicas! ¡Ya está aquí el camión! – Gritó su madre desde la planta de abajo. 
Del susto Alicia dejó caer el vibrador. Rápidamente lo recogió y lo guardo en un cajón de su mesita. 
– Lo siento Manolo, creo que no eres mi tipo. – Dijo, se vistió rápidamente y bajo con su madre. 
Cuando vio la cantidad de cajas que había se desanimó. Habia pensado tener la tarde libre y parecía que se iban a tirar allí una eternidad. 
– ¿Quieres que recojamos todo esto en una mañana? – Le preguntó a su madre. 
– ¿Que esperabas? Venga anda, deja de quejarte y empieza a subir cosas. 
Alicia resopló y cogió una caja. Casi se le cae cuando le vio entrar. 
Un chico negro de su edad acababa de entrar por la puerta de casa cargando una caja. 
– Buenos días, Ali. ¿Fue muy dura la noche de ayer? – Apuntó, después de ver la cara de resaca que llevaba. Después se echó a reír, dejo la caja y volvió a salir hacia el camión. 
– ¿Que hace EL aquí? – Preguntó furiosa a su madre. – Sabes que no le soporto. 
– No digas tonterías, ¡Si le conoces desde que erais críos! Además, si es majisimo. 
– ¿Que tiene que ver desde cuando le conozca? ¡Es insoportable! Siempre se está metiendo conmigo. 
– Te lo tomas todo muy a pecho, está de broma. Sabes que ha tenido una infancia difícil, siempre ha estado sólo… Y también siempre nos ha echado una mano cuando se lo hemos pedido. Además, ¿No te quejabas de que era mucho para nosotras solas? Con el aquí tardaremos menos. 
– Preferiría tirarme todo el día cargando cajas pero no tener que verle la cara… – Rezongó la chica. 
– Deja de refunfuñar y comienza a coger cajas, ¡Venga! 
Alicia obedeció de mala gana, estaba siendo un día estupendo. 
Frank, el chico negro que las estaba ayudando, había ido a clase de Alicia desde que eran pequeños. Siempre se habían llevado mal. Frank se metía con la chica a la mínima posibilidad y, lo que más rabia le daba era que parecía que el resto del mundo no se daba cuenta de lo imbécil que era. 
Era verdad que había tenido una infancia difícil, había perdido a sus padres muy temprano y había ido siempre de una casa a otra. Ya de muy joven comenzó a hacer algo más que trastadas pero, debido a su situación, la gente parecía pasarlo por alto. 
En cuanto llegó a la edad de dieciséis años, en los que no es obligatorio asistir a clase, dejo el colegio. Empezó a hacer trabajos de mantenimiento a conocidos y de esa forma había salido adelante. La madre de Alicia siempre se había comparecido de él así que, para desgracia de la chica, siempre que surgía la ocasión le llamaba, e incluso a veces le había invitado a comer. 
Esas cosas hacían que Alicia le odiara todavía más, puesto que, a diferencia de con ella, con su familia era un santo. 
Pero había algo más que molestaba a la chica. Con el paso de los años y el despertar de sus hormonas, no se le pasaba por alto las miradas que Frank dedicaba tanto a su madre como a su hermana. Y seguro que a ella, cuando no se daba cuenta, también. Aprovechaba la mínima excusa para tener un roce, un contacto más íntimo… 
Solo de pensarlo le entraban ganas de vomitar. 
– ¿Que haces aquí? ¿Intentas escaquearse? – Le dijo a Claudia cuando la vio zanganeando en la habitación. 
– Estoy colocando las cosas, estúpida. ¿O es que la resaca no te deja ver bien? 
– Pues aquí tienes otra caja más. – Dejó la caja en el suelo. – ¿Has visto que mamá ha llamado al imbécil de Frank? 
– No se que problema tienes con el chico… Siempre que puede nos echa una mano. 
– ¡Ahhggg! Tu también con lo mismo no, por favor. 
– ¿Que os ocurre, chicas? – Preguntó Frank, entrando por la puerta. – ¿Me echabais de menos? 
– ¡Hola Frank! – Saludó Claudia. – Gracias por venir a echarnos una mano. 
– Siempre es un placer estar rodeado de chicas guapas. – Replicó, guiñando un ojo. – Y… De ti. – Dijo, mirando a Alicia. 
Claudia se echó a reír ante la ocurrencia del chico. 
– Pffff… No estoy para discutir. – Contestó Alicia. – Por lo menos estando tu aquí acabaremos antes, necesito echarme a dormir un rato. 
– Que pasa, ¿Ya te has olvidado? – Claudia miraba con cara de reproche a su hermana y, ante su falta de entendimiento añadió. – ¡Hoy venías conmigo al cine! Nadie quiere ver la nueva de American Pie conmigo y tu te ofreciste a acompañarme. 
Era verdad, maldita sea su buena voluntad. Por lo menos se podría dormir en la sala… 
Una vez acabaron con todo, Alicia llevó a su hermana al centro comercial. 
– ¡María! ¿Que haces aquí? – Gritó su hermana al llegar a la cola. – ¿No decías que no querías venir? 
– Ya lo se, tía, pero Adrián se ha empeñado en invitarme. – Dijo la chica, señalando a un chico que estaba un poco más adelante en la cola. – Menos mal que has venido, no sabia como decirle que no… No me apetece quedarme sola con el, pero ha insistido tanto… Si estáis aquí se cortará un poco. 
– Si está. – Cortó Alicia. – Si ya tienes con quien ver la película yo me voy a dormir. Te espero en casa. 
Dio un beso a su hermana y se fue, sin oportunidad de dejarla replicar y con su cómoda y confortable cama en mente. 
Llegó rápidamente a su casa. Esperaba poder descansar tranquila puesto que su madre había dicho que iba a ir a comprar, y Frank, aunque se iba a quedar a mirar un grifo que goteaba, ya debería haber acabado. 
Subió las escaleras directa a su cuarto, pero a mitad de camino se detuvo. Había oído algo. Llegaban ruidos desde el salón. ¿No se había ido Frank todavía?
Se acercó a la sala con la intención de decirle que se diese prisa o, por lo menos, que no hiciese ruido, pero nada mas verle se quedó muda.
El chico estaba de pie, sin camiseta. Tenía tanto odio hacia su persona que nunca se había dado cuenta del cuerpo tan definido que tenía el chico. Estaba tras el sofá y Alicia no veía mucho más pero, tras situarse para ver mejor, la chica casi se cae al suelo de la impresión, ¡Estaba completamente desnudo! Y no solo eso, ¡No estaba sólo!
En un primer momento no se había fijado en la cara de Frank, pero no había duda. Los ojos cerrados, la cara alzada, como mirando al cielo, la boca entreabierta, respiración agitada… Estaba claro lo que le estaba haciendo su acompañante… Alicia no la veía bien, solamente la coronilla por encima del sofá, pero le debía estar haciendo una mamada de campeonato.
Frank acompañaba los vaivenes de su amante con la mano sobre su nuca, marcándole el ritmo.
– Eso es, zorrita… Trágatela entera… – Farfullaba el chico.
¡Ese cabrón se había traído a una zorra a casa! Aprovechando que iban a estar todas fuera… Cuando su madre se enterase iba a poner el grito en el cielo,por lo menos no volvería a ver a ese infeliz. Alicia estuvo a punto de entrar y ponerse a gritarle pero en el último momento se detuvo, aunque le costase admitirlo, la situación era muy morbosa lo que, unido a sus meses de abstinencia, la estaba poniendo muy cachonda.
Podía escuchar la respiración agitada de Frank, así como el húmedo sonido de roce producido entre la polla de él y la garganta de ella. De vez en cuando parecía que la chica se atragantaba, hacía un sonido como de arcada ahogada y continuaba con la faena.
– Has mejorado mucho desde la última vez. – Decía él. – Ahora te cabe entera.
Al decir eso empujó la cabeza de su “zorra” contra su polla y la obligó a mantenerla hasta dentro durante varios segundos. La chica se agitó un poco, debía costarle respirar y, cuando Frank la soltó, tragó una enorme bocanada de aire.
– Esa es mi zorrita, estás hecha una verdadera traga-pollas. Me has echado de menos, ¿Verdad?
Como respuesta, la chica volvió a meterse el rabo de Frank en la boca y, por como sonaba, lo hacía con ansia. Estuvieron unos minutos más, hasta que Frank la ordenó que parara.
– Para un poco, zorra. Antes de correrme quiero follarte como la puta que eres. Tiéndete aquí.
Cuando comenzaron a moverse, Alicia se apartó de la puerta con miedo a que la descubrieran. 
– Veo que has sido obediente y te has depilado el coño como te ordené. Ahora prepárate que vas a recibir tu premio.
Alicia volvió a asomarse, con cuidado, intentando no dejarse ver. Por suerte, Frank estaba de lado, y su pareja estaba con los pies en el suelo y el cuerpo sobre el brazo del sofá, lo que dejaba su sexo expuesto e imposibilitaba que viera a Alicia.
Pero la chica no se fijó en eso, no podía apartar la mirada del monstruo que tenia delante. La polla de Frank se mostraba enhiesta entre el y su víctima, era de un tamaño descomunal. “¿Piensa meterle eso? ¡La va a partir en dos!” Pensaba Alicia. Su novio (EX-novio, tuvo que recordarse) la tenía de buen tamaño, pero era una miniatura en comparación de aquella monstruosidad.
Frank se la agarraba, agitándola, golpeando con ella las nalgas de la chica. Ésta, como obedeciendo una orden, se las separó con sus manos, dejando a la vista del chico su coño y su culo. Alicia pudo comprobar que no tenía un sólo pelo en su entrepierna.
Mientras veía como el chico iba introduciendo centímetro a centímetro su enorme polla en el coño de su amante, Alicia comenzó a restregar sus muslos uno contra otro. La excitación que le producía esa situación iba en aumento, y no pudo evitar que una de sus manos descendiera a su entrepierna.
El chico comenzó a bombear, primero lentamente, dejando que el coño su acompañante se adaptara a su polla. Después comenzó a aumentar el ritmo. 
Un rítmico PLAS PLAS PLAS al chocar los dos cuerpos llegaba a oídos de Alicia, acompañado de los gemidos de la chica, que parecía disfrutar de la enorme polla que la penetraba. Alicia acompasó también los movimientos de sus dedos al ritmo de los amantes, imaginando que estaba participando en la acción.
El contraste del negro cuerpo del joven con la pálida piel de la chica era impresionante, su polla, negra y enorme desaparecía una y otra vez en un movimiento hipnótico que tenía atrapada a Alicia. Sus dedos se movían rápidamente en su sexo, acelerando su respiración, trasladándola a un inevitable y ansiado orgasmo.
La zorra que se estaba follando Frank comenzó a gritar, las piernas le temblaban y pedía más. Estaba al borde del orgasmo. Cuando Alicia oyó sus gritos notó como un escalofrío le recorría la espalda, pero pensó que era debido a la excitación del momento. Ella también estaba al borde del orgasmo.
– Ven aquí, puta. – Dijo Frank. – Ya tienes la merienda preparada. Una buena ración de leche.
La chica, obediente, se dio la vuelta y se colocó de rodillas ante Frank, agarró la enorme polla con las dos manos, abrió la boca y comenzó a pajear al chico poniendo una cara de lascivia que Alicia nunca había visto antes.
Alicia se había quedado petrificada. Aún tenía un par de dedos dentro de su coño, pero ya inmóviles. La boca estaba entreabierta, pero no para dejar escapar los silenciosos gemidos de placer de hace unos segundos, si no de pura estupefacción.
La “zorrita” de Frank… Era su madre.
Contempló impertérrita como el chico derramaba su semen sobre la cara de su madre, que lo recibía con deleite, intentando atrapar con su boca la mayor cantidad posible.
Una vez acabó, Elena limpió con sonoros lametones el enorme miembro que tenía ante ella, y comenzó a recoger con sus dedos los chorretones que se habían escapado hacia su cara o sus tetas. Después, mirando con lascivia al chico, se llevó los dedos a la boca.
Alicia, tras ver a su madre de una manera que jamás había pensado, se dio la vuelta e intentó salir de la casa sin que la oyeran. No se podían enterar de que los había visto, debía parecer que llegaba ahora.
Esperó en la calle unos minutos y después llamó al timbre, se negaba a volver a entrar de improviso.
Frank abrió la puerta. Estaba sin camiseta todavía.
– Hola, ¿Ya habéis salido del cine? 
Alicia se quedó clavada en el sitio. Aquél cabrón acababa de follarse a su madre. A su “zorrita” como la llamaba él. Inconscientemente, la mirada la chica se detuvo en su entrepierna, estaba algo abultada. Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo levantó la vista, azorada, sólo para encontrarse la mirada fija de Frank, adornada con una ligera sonrisa.
– ¿Que pasa? ¿Tengo monos en la cara? – Dijo, con sorna.
– Quítate de en medio.
Alicia subió a su cuarto, esta vez sin interrupciones ni sorpresas, cerró la puerta y se tiró en la cama. Necesitaba descansar, había sido un día demasiado agitado.
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Relato erótico: “Cogiendo con desconocidos.” (POR INDIRA)

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 Hace tiempo que no escribo nada para todo relatos, la verdad aunque mi último relato ha sido leído bastante a veces una requiere motivaciones para contar sus experiencias.

Como sea aquí estoy de nuevo, relatando algo real que pasa en mí y quiero externarlo.
En mi relato anterior me describí así que ya no lo haré aquí, pero si debo recordarle a mis lectores que soy una mujer muy caliente y cuando me despierto inquieta de verdad necesito a alguien que me quite la calentura y sobre todo que me haga sentir muy puta.
Yo necesito, esa es la palabra correcta y ahora la externo, necesito un hombre u hombres que me usen, que me hagan sentir el placer al máximo de mil formas posibles,  desgraciadamente los novios o amantes que he tenido cuando me empiezo a portar super caliente, casi ninfómana  regularmente se alejan, no del plano sexual pues a que hombre no le gusta una puta en la cama, pero el trato hacia mi comienza a cambiar, me ven de forma diferente y eso me molesta, ¿porque no puedo ser su novia y su putita a la vez y no solo lo segundo?
Esta mala experiencia ahora me hecho ser diferente, en el trabajo, amigos, pretendientes y novios soy una persona he internamente soy otra aunque a veces necesito sacar mis ansias pero debo hacerlo con gente que no me conozca, que nunca vuelva a ver y en un lugar ajeno a mi círculo social.
Este relato cuenta una de mis tantas escapadas a un lugar cercano a donde vivo, un pueblo a 1 una y media de distancia donde tengo un amigo que conocí por el chat, no con mi correo real si no un chat de los muchos que hay abiertos al público, me agradó su plática y comenzamos a frecuentarnos.
Pues bien cuando estoy que no aguanto planeo un fin de semana, mi amigo vive solo pero trabaja en un pueblo de su localidad por lo que a veces no tiene tiempo de ir a su casa los fines de semana y a mí me ha dejado sus llaves por lo que puedo ir los días que desee lo cual es perfecto para mí.
Ese viernes por la tarde salí de la oficina a las 5, pasé por una maleta pequeña con lencería, muchos bikinis tipo tanga (a lo mejor posteriormente explico por qué) y dos vestidos cortos, más el que llevaba puesto, un traje de baño por si las dudas entre otras cositas y me dirigí a la terminal del norte en un taxi, el tipo era un señor como de 35 años muy educado, no era un taxista común y corriente vestía bien y olía a loción de marca, en el trayecto no me quitaba la vista de las piernas ya que el vestido amarillo se me subía bastante y yo cruzaba las piernas muy a menudo para que se subiera más aún, el taxista estaba tan distraído que casi se pasa un alto y al frenar bruscamente me derramó un café que tenía en el portavaso sobre mis piernas, el muy apenado saco klinex de su guantera e intento limpiarme, al hacerlo me tocó las piernas y mi vestido se subió aún más, al darse cuenta que fue atrevido ya que casi mostraba mis bikini me ofreció disculpas y apenado me dijo que si yo aceptaba el gustoso me reponía el vestido.
Su ofrecimiento me saco de onda pero vi una oportunidad de coquetear un poco así que acepte, después de todo no tenía prisa por llegar a ningún lado.
Nos dirigimos a una plaza cercana y entramos a una boutique de mediana calidad con muchas ofertas.
Escogí dos vestidos, un short y una blusa y me dirigí a los probadores, él se sentó en una banca enfrente de estos, a estas alturas mi plan estaba trazado era lograr que me viera desnuda y por qué no dejarme tocar un poco, entre al probador y para mi buena suerte para mis planes no tenía ni un banco, ni un gancho para sostener mi ropa por lo que me asome y le pedí que se acercara, le comenté la situación y le pedí que sostuviera mis prendas y me las pasara conforme lo fuera necesitando por lo que se tuvo que quedar al lado del probador.
Me quite el vestido muy, muy lentamente, dándole la espalda que aunque tenía la cortina cerrada estaba segura que por alguna apertura me vería. Al quedarme solo en bragas y sostén le dije que metiera su mano para tomar mi vestido y para que me pasara el primero que me probaría.
Me paso un vestido rojo muy parecido al mío, corto y de tirantes arriba, me lo puse rápidamente y le pedí su opinión, inmediatamente tenía su cabeza asomada por la cortina, me gire y me chifló, le pregunté si se me notaba mucho la tanga (lo cual era obvio que si puesto que el vestido era pegado) y el asintió con la cabeza.
A estas alturas yo estaba empapada por la situación y el morbo, le hice señas que se saliera y me quite la tanga, la sentí mojada ya que como comenté en un relato anterior yo soy una mujer muy jugosa cuando me caliento, le dije mete la mano y le puse la tanga en la mano teniendo cuidado de que notara que estaba mojada.
Le pedí que viera ahora, él se asomó por la cortina y asintió con la cabeza, en la tienda había una persona atendiéndonos que en ese momento gritó: “como le quedó”, eso nos hizo salir del trance porque yo lo veía directo a los ojos y el me veía directo al cuerpo acariciando la tanga con descaro entre sus dedos. Rápidamente cerró la cortina y yo me quité el vestido solicitándole que me pasara el otro vestido, me lo probé y “desgraciadamente” me quedo muy chico, se me veían todas las nalgas y estaba muy ajustado arriba, más bien parecía una puta callejera con él así que le pedí a la dependienta que si me lo cambiaba por una talla más grande, ella comentó que no tenía en piso pero que en bodega si, y pidió que la esperáramos unos 5 minutos que iba rápido por el vestido.
Eso fue el incidente que me hizo lograr mi plan, en cuando escuchamos como se fue le pedí que me pasara mi tanga para probarme el short y la blusa, me paso la tanga, pero al hacerlo dejó la cortina a la mitad, yo no la cerré y me puse la tanga frente a él, a estas alturas yo ya estaba super excitada y quería que me tocara por todos lados pero el simplemente no hacía nada, solo me miraba hasta que empezó a tocarse encima del pantalón con descaro yo aproveche eso y lo jale hacia  adentro del probador, le planté un beso en la boca super cachondo, metiendo mi lengua lo más que pude, él no desaprovechó la oportunidad y me metió la mano bajo el vestido tocando bruscamente mi tanga sintiéndola sobre mi panochita empapada.
Yo me movía sobre su mano como si estuviera encima de él montándolo, y el con la otra mano me jalaba hacia él de las nalgas, prácticamente embarraba mi panochita en su mano y me empezó a meter dos dedos, luego tres, dejo mis nalgas con el vestido muy alzado para hacer a un lado los tirantes del vestido y manosearme las tetas, me las apretaba fuerte, recorría mi pezón y comenzó a lamerlas, mientras abajo ya metí a 3 dedos y lo que podía del dedo meñique.
Yo estaba super caliente y le empecé a desabrochar el pantalón para sentir su pito, quería sentir ese pedazo de carne, tenía ganas de que lo metiera junto con sus dedos, siempre me ha gustado sentir como me abren la panochita, como se les moja la mano y el pene de mis jugos.
Al desabrocharlo rápidamente salto una verga de buen tamaño, gorda y con rastros de líquido preseminal, no podía desaprovechar el momento y la jale así en la posición que estaba frente a él y la empecé a embarrar en mi panochita, es decir tomó el lugar de su mano pero obviamente por la posición en que estábamos no me lograba penetrar, solo estaba yo montada sobre su aparato, jalándolo para sentirlo bajo mis labios completamente mojados, el hizo a un lado mi tanga he intentó metérmela logrando solamente meter la cabeza, y así estuvimos en una vaivén delicioso.
Imaginen la escena, una mujer desnuda del torso con el sostén bajo las tetas y de abajo el vestido hecho una piltrafa, con las nalgas al aire y el frente todo levantado, el lugar apestaba a sexo ya que soy muy olorosa, alce una pierna para que pudiera cogerme bien al momento que mordía su cuello, de repente siento como me moja completamente, se estaba viniendo en mi panochita, no adentro de ella, afuera, en mi tanga, sentía sus chorros espesos en mí y  bajó la mano para meterme sus dedos junto con su lechita, me metió 3 dedos completamente mojados, yo gemía ya como toda una puta, estaba super caliente, me metía los dedos, los sentía pegajosos de su semen y mis jugos, movía intensamente sus dedos, sentía como toda su mano entraba en mí y me mordía las tetas, me las mordía fuerte, a la vez que me jalaba de las nalgas metiendo un dedo en mi culito, no pude más y me vine, ahhhh, ahhhhhh, ahhhhh, ay papi, papi, me vine riquísimo, sin cogerme hizo que me viniera delicioso.
Estuvimos un rato mas así sin movernos, el sentía como palpitada mi panocha en su mano mientras yo el acariciaba el pene, tenía la mano llena de semen y me la lamí, me encanta el sabor y sobre todo la cara que ponen cuando lo hago, nos separamos un poco y cuando saco su mano me los puso en los labios para lamer, yo como toda una putita lo hice, le deje limpia la mano y me agache a limpiar también su pene, me lo metía  la boca completo y lo succionaba hasta dejarlo limpio.
Uff estaba exhausta debido a la posición y a la adrenalina que comenzaba a bajar, me acomodé la ropa al igual que él y salió del probador, yo me recargué en la pared un momento cuando la dependienta me pasó el vestido, ya no me lo probé puesto el que traía apestaba a sexo por lo que tenía que cómpralo, solo le pedí que de favor me vendiera los vestidos pero me llevaría puesto el rojo.
Ella realizó todo su trámite y mi “novio” pago gustoso, salimos del lugar bastante acalorados con una enorme sonrisa y mi boca apestaba a semen, al pasar junto a los demás algunos hombres regresaban la mirada al olerme pasar puesto que apestaba a sexo.
Subimos al taxi y me llevó a la terminal del norte para retomar mi camino, en el trayecto me adulaba, me decía que estaba hermosa que le encantaría ser mi novio, etc, etc. Yo solo le agradecía los cumplidos.
Al llegar a la terminal, se estacionó y me dio un beso super cachondo mientras me tocaba las tetas encima del vestido, yo tome mi tanga de ambos lados y me la saqué entregándosela de recuerdo, intercambiamos números y me rogó porque le marcará en cuanto regresara de mi viaje.
Nos dimos un beso de despedida muy caliente pues me volvió a manosear completita …..
Me baje del auto sin calzones, apestando a sexo, caliente, y con un vestido nada apto para las horas y mucho menos para viajar, todo me veían y me comían con la mirada.
Compré mi boleto y me dispuse a esperar la salida, mientras lo hacía me dieron unas ganas tremendas de ir al baño  pero me daba asquito los baños de ahí así que le pedí a los chicos de la puerta si me dejaban subir al autobús rápido. Se acercó el chofer, un señor gordito como de 50 años y amablemente aceptó y me acompaño. Me cedió el paso y al subir antes que el pude sentir su mirada en mis nalgas, me ayudó con mi equipaje y corrí al baño, el corrió tras de mi indicándome que la puerta no cerraba y que él me la detenía, no me importó ya que me andaba bastante y me senté rápido a hacer pis pero al quererme limpiar me percaté que no había papel por lo que tuve que pedirle al chofer que me consiguiera algo, el sacó un klinex y tuve que abrir la puerta para que me lo pasara, él me pudo ver completamente las piernas y mi escote, mi limpié, me arreglé y salí.
Le agradecí bastante por la ayuda y en cuanto me iba a bajar me dijo que no había problema que podía esperar allí, que estaría más cómoda. Acepté gustosa y él se fue a su asiento delantero a preparar cosas del viaje me imagino, yo sentí a un poco de frio al andar sin calzones y busqué uno en mi equipaje para ponérmelo.
Me quedé relajada viendo la ventana cuando de pronto siento que se empiezan a subir personas, pocas, eran a lo mucho 12 personas en total, a mi lado se sentó un supervisor de la línea, lo supe después y él iba solo a la primer caseta. Me hizo la plática, era un chamaco de 23 años muy lanzado, desde que se sentó me empezó a tirar la onda, rápidamente me imagine montándome encima de él, eso me excito y comencé a seguirle la plática.
Continuará …..

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Relato erótico: “La musa desnuda” (POR CASIMIRO11)

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Quiero contar esta historia para que sirva de aviso y ejemplo a las chicas que, como yo, tienen el sueño de convertirse en actrices, y para que se planteen antes de nada hasta dónde están dispuestas a llegar para triunfar. En primer lugar, me presentaré, pues hoy no creo que mucha gente me recuerde. Me llamo Elena, tengo 28 años y soy, o mejor dicho era, actriz. Mido 1,75, soy morena y tengo los ojos verdes. Mi cuerpo no es espectacular, lo cual es un problema para la profesión, pero creo que puedo considerarme atractiva: tengo unos hermosos pechos, no muy grandes pero sí firmes y turgentes, y un culete redondo que siempre me ha dado muchos éxitos.
Como he dicho, desde muy joven he tenido el deseo de ser actriz, y desde que salí de la facultad, hace ya 6 años, todos mis esfuerzos han ido encaminados en esa dirección. Pero es francamente difícil triunfar, y hasta la fecha no había pasado de tener pequeños papeles en películas de poca monta o en obras de teatro sin mayor repercusión. Por eso, no podía creer lo que oía cuando Paco, mi agente de todos estos años, me llamó un lunes a primera hora de la mañana excitadísimo “Elena, siéntate, no te lo vas a creer: ¡te he conseguido un papel protagonista con Roberto Salazar en una obra de teatro!” Efectivamente, tuve que sentarme. Roberto era uno de los más prestigiosos actores de teatro del momento. Era un hombre ya maduro, debía rondar los 60, y su pelo blanco y su voz profunda le habían dado fama de galán irresistible. No me lo podía creer, iba a ser protagonista en una obra de teatro junto a él, uno de los ídolos de toda mi vida.
Siguiendo las indicaciones de Paco, me pasé al día siguiente por el teatro donde iba a tener lugar la representación, para conocer al director, Juan, y a Roberto, y para que me dieran una copia del guión para ir estudiando. Ambos fueron encantadores conmigo, especialmente Roberto, que me dijo unos cuantos requiebros y comentó que estaba seguro de que trabajar conmigo iba a ser maravilloso. Sin ni siquiera leer el guión, firmé el contrato, estaba como loca de alegría, me parecía increíble que, después de tanto esfuerzo y dedicación, mi sueño de triunfar como actriz se hubiera cumplido.
Nada más llegar a casa, saqué el guión de la carpeta y empecé a leerlo. Se trataba de una obra de un autor moderno, francés, un tal Jacques Ribery del que nunca había oído hablar. La obra pretendía ser un estudio del impulso creador del arte y un análisis de la relación del artista con sus musas. Una obra simbólica, según la definía su autor. “Puff, un pesado sin duda” pensé, pero no era como para perder la oportunidad. Empecé a leer la descripción de los personajes, éramos solamente tres:
-Roberto Salazar: compositor retirado, su crisis le lleva a refugiarse del mundo en sus musas. Pantalón gris, camisa blanca, va descalzo.
-Cristina Roig: esposa del compositor, intenta ayudarle, pero no le comprende. Lleva un vestido de flores y sandalias.
-Elena Gómez (yo): musa del compositor, le abre un nuevo mundo de creación. Permanece desnuda durante toda la obra.
¡¿Qué?! Tuve que leer tres veces la frase hasta que lo comprendí. Acababa de firmar un contrato para una obra de teatro en la que tenía que actuar desnuda desde el principio hasta el final. No podía creerlo, jamás había actuado sin ropa en ninguno de mis papeles anteriores, y la sola idea de que me vieran desnuda me ponía fuera de mí. Además, era teatro, el público estaría delante y, ¿qué pasaría si mis amigos o familiares iban a ver la obra? ¡Dios mío, mis padres SIEMPRE iban a ver todos mis trabajos! Llamé inmediatamente a Juan, el director, tenía que presentar mi renuncia inmediatamente.
Pero no era tan fácil, Juan había tenido dificultades para encontrar una actriz que quisiera aceptar el papel, y no quería dejarme libre “has firmado un contrato, y los contratos están para cumplirlos” Finalmente, me amenazó con que, si no aceptaba el papel, se encargaría personalmente de que no volviera a trabajar nunca en cine o teatro.
Sin saber qué hacer, lo consulté con la almohada, tratando de convencerme a mí misma de que no era tan terrible: que si es arte, que ya somos adultos, que en los tiempos que corren es de lo más corriente… Pero lo cierto es que iba a estar desnuda delante de 500 personas cada noche, durante dos horas, durante al menos un mes, que es el tiempo que en principio habíamos firmado. Eso suponiendo que la obra no fuera un éxito.
En fin, mi carrera era lo más importante, había trabajado mucho para llegar aquí y no pensaba ahora renunciar a ello, grandísimas actrices habían trabajado desnudas antes que yo, tenía que ser más profesional.
Así pues, estudié el guión y, el día señalado, acudí al teatro a empezar los ensayos. Teníamos sólo una semana, la dificultad de encontrar una actriz para mi papel había retrasado mucho los ensayos. Al principio todo fue bien, en el escenario nos movíamos Roberto, Cristina (la actriz que interpretaba a su mujer) y yo, vestidos con nuestra ropa de calle, pues era un ensayo. Sentados en la primera fila de butacas, el director y su ayudante (una chica de unos 30 años) nos iban haciendo correcciones. Aparte de ellos, el técnico de sonido y el de iluminación completaban la plantilla. Creo que el primer día fue un éxito por mi parte, al terminar, Roberto me felicitó, especialmente por la última escena, en la que, cubiertos por unas sábanas, ambos simulábamos hacer el amor. También Juan parecía satisfecho con mi actuación, sobre todo teniendo en cuenta que yo era casi una principiante.
Todo transcurrió con normalidad los tres primeros días de ensayos. Pero he aquí que el cuarto, Juan nos dice que la fecha de estreno se acera y quiere hacer un ensayo con el vestuario que llevaremos en la obra. El corazón me dio un vuelco, quizá había tratado de convencerme de que lo que leí en el guión nunca llegaría, pero lo cierto es que ahora estaba aquí, y no podía volverme atrás. Nos fuimos todos a los camerinos a cambiarnos, yo estaba aterrada. Me desnudé temblando y me puse una bata blanca que encontré sobre un biombo. Cuando regresé al escenario, Roberto y Cristina llevaban la ropa que exigía el guión. Las piernas me temblaban, me quedé en medio del escenario, con la bata puesta y sin saber qué hacer.
—Vamos Elena –dijo Juan- se hace tarde, quítate la bata y empecemos.
—Es que… no entiendo por qué tengo que estar desnuda, no añade nada a la obra.
—No empecemos otra vez con eso, somos profesionales y tú has firmado un contrato. Desnúdate por favor.
—Vamos Elena –intervino Roberto con una extraña sonrisa dibujada en la cara- he trabajado con muchas actrices en cueros, Cristina y yo haremos lo posible para que estés cómoda.
—Pero, esto es un ensayo –me defendí como pude- ¿no podemos dejarlo para el día del estreno?
—¡Maldita sea! –se exasperó el director- ¿pretendes estrenar sin hacer un ensayo completo antes? ¡quítate ahora mismo esa bata o estás despedida!
Casi sin saber dónde me encontraba, me quité la bata y aparecí desnuda ante ellos. Me sentí tan indefensa y expuesta que tenía ganas de llorar. Juan y su ayudante me miraban serios, Cristina parecía indiferente, a los técnicos de sonido e imagen no podía verlos, pero seguro que ellos sí me estaban mirando a mí. En cuanto a Roberto, me miraba de un modo que no me pareció nada profesional. Pero ése era ahora el menor de mis problemas. Intenté concentrarme, pero nada era igual. Era la primera vez que yo actuaba desnuda, y no era una simple escena de ducha o pasar fugazmente por el escenario. Tenía que estar en cueros las dos horas que duraba la obra, con un texto larguísimo, y cada vez que hablara yo, cientos de ojos estarían sobre mí.
Juan me regañaba continuamente, no daba una a derechas, y sólo faltaban tres días para el estreno. Finalmente, llegó la escena en que Roberto y yo simulábamos hacer el amor. Nos cubríamos parcialmente con las sábanas, él tumbado, con su pantalón gris y la camisa blanca, yo sobre él, desnuda. Las sábanas me cubrían de cintura para abajo, pero mis pechos quedaban al aire, tan cerca de Roberto que sentía su aliento. Mientras yo simulaba moverme encima de él, noté sus manos abiertas sobre mis nalgas. Iba a protestar, pero estaba tan cansada y deseosa de terminar, que no dije nada y seguí con la escena.
Cuando al fin terminó mi martirio, Juan estaba muy descontento conmigo “hoy has estado muy nerviosa y descentrada Elena, tienes que superarlo, los tres ensayos que nos faltan hasta el estreno los harás desnuda”. Sabía que tenía razón, debía superarlo y olvidarme de que estaba en el escenario sin ropa. No dije nada, me puse mi bata y me fui a mi camerino. Cuando pasé junto a Roberto le lancé una mirada de odio, que él respondió con una sonrisa.
Así pues, al día siguiente allí estaba yo, desnuda de nuevo en el escenario. Esta vez, y con el pretexto de que tenía que acostumbrarme, Juan hizo que estuvieran presentes en el ensayo todos los miembros del equipo, maquilladores, encargados de vestuario, etc. Debía haber 20 ó 25 personas viendo mi desnudez. Aun así, conseguí concentrarme y actuar mejor que el día anterior. Salvo las ya acostumbradas manos de Roberto sobre mi trasero en la escena final, el día fue más llevadero para mí. Al terminar, Juan me felicitó y me dio ánimos, sólo faltaba un ensayo antes del estreno.
Esa noche, mi madre me llamó, y me pidió entradas para el estreno. No podía negarme, era absurdo. Le dije que le dejaría dos entradas en taquilla y ella me contestó “no, déjame cuatro, los tíos del pueblo están locos por verte” Casi me pongo a llorar. Pensé en explicarle cuál iba a ser mi vestuario, pero me faltaron las fuerzas, quizá era mejor que las cosas siguieran su curso.
El último día de ensayo estuve francamente bien, conseguí concentrarme en mis frases y olvidarme de todo, incluso de las manos de Roberto, que cada vez se ceñían más a mi cuerpo, ocultas por la sábana. Estaba bastante satisfecha cuando, mientras me ponía la bata, oí que Roberto hablaba con Juan:
—Hay un pequeño problema con el look de mi musa
—¿Qué quieres decir?
—Bueno –carraspeó el galán- se supone que mi musa es alguien angelical, puro, inocente.
—No veo dónde quieres llegar –intervine mientras empezaba a ponerme nerviosa.
—No te ofendas Elena –siguió Roberto como si tal cosa- pero tienes demasiado pelo, creo que para parecer una ninfa auténtica y pura deberías afeitarte el pubis.
No me lo podía creer, estuve a punto de pegarle. Hablaba de mi sexo como si fuera un elemento decorativo, algo que él podía modelar a su antojo. Lo malo es que a Juan la idea le pareció acertada. Chillé y pateleé, pero no hubo manera, al director se le antojó que tenía que salir a escena desnuda y depilada “tienes que ser profesional” me dijo de nuevo.
No podía tirar por la borda todo mi esfuerzo, llevaba tres días ensayando desnuda ante un buen número de gente, sólo podía seguir adelante. Juan puso a mi disposición una peluquera “experta en la materia”. Cuando terminó su trabajo, me miré en el espejo. Estaba hermosa, ésa era la verdad, mis pechos con sus pezones erectos, el vientre plano, las nalgas redondas… y lo labios de mi vagina tan a la vista. Traté de no pensar.
Al día siguiente, en un teatro con 500 espectadores (entre los que se encontraban mis padres y mis tíos), llevé a cabo mi representación, totalmente desnuda y depilada.
Estaba muy nerviosa, por un momento pensé que no iba a ser capaz de hacerlo. No entendía por qué tenía que actuar desnuda, eso de las “exigencias del guión” me parecía absurdo, nunca son mujeres viejas u hombres los que tienen dichas exigencias. La obra me parecía ridícula. Si al menos todos los actores estuvieran desnudos… Pero era yo sola la que tenía que actuar sin ropa alguna.
Se alzó el telón, Roberto tenía un monólogo de cinco minutos en el que se quejaba de su falta de inspiración y reclamaba la llegada de su musa. Entonces, con el centro del escenario a oscuras, aparecía yo. Poco a poco, la luz iba subiendo de intensidad. Primero, apenas se adivinaban mis formas, finalmente, quedaba totalmente iluminada y expuesta. Se oyó un murmullo en la sala, nadie en la promoción de la obra había mencionado mi desnudez, y en los carteles de la taquilla sólo aparecían las caras de los tres actores.
Durante otros cinco minutos, Roberto y Cristina discutían sobre el arte, mientras yo permanecía de pie, en el centro del escenario, quieta y desnuda. Fueron cinco minutos horribles, porque tenía tiempo de pensar, e incluso ver a los espectadores de las primeras filas. ¡Dios mío, allí estaban mis padre y mis tíos! ¡en primera fila! Maldije a Juan, que les había dado tan buenas entradas. Mis padres estaban boquiabiertos, mi madre con una cara que era un poema. Mi tía, hermana de mi madre, estaba coloradísima, mientras mi tío… probablemente nunca había ido al teatro, pero estoy segura de que a partir de aquel día sería asiduo. Lo pasé fatal, saber que tenía que estar allí quieta durante tanto tiempo mientras ellos me miraban… y encima, pensar en mi sexo depilado, algo que siempre es llamativo, y más para gente mayor, aquello me hacía sentir más desnuda incluso.
Fue un alivio cuando tuve que empezar yo también a hablar. Poco a poco, conseguí ir olvidando mi estado y me centré en mi papel. Al final del primer acto, creo que había conseguido una actuación aceptable. Durante los cinco minutos de descanso, Juan vino a vernos. Yo tenía puesta la bata, aunque a esas alturas ya todo me daba igual. “La cosa va muy bien chicos, especialmente Elena está resultando muy convincente. Escuchad, me he enterado de que entre el público está David Cohen, el gran crítico teatral. Por favor, en la escena final quiero pasión, mucha pasión, quiero que parezca que vuestro coito es real. Tenemos que dejarle helado, es nuestra oportunidad de hacer algo grande”.
Empezó el segundo acto. Yo estaba cada vez más tranquila y segura de mí. Sabía que acaparaba todas las miradas del público. Decidí sacar partido de ello, las circunstancias me habían sido favorables, el actuar desnuda hacía que yo fuera la única protagonista de la obra, aunque Roberto fuera el actor consagrado y famoso. Me movía cada vez más suelta sobre el escenario, orgullosa de mi cuerpo. Mis pezones estaban duros como piedras, empezaba a disfrutar de mi trabajo. Incluso llegué a pensar que el desnudo estaba justificado, si el director me hubiera pedido vestirme, me hubiera molestado. Antes de llegar a la escena final, yo tenía un monólogo, de pie, en el borde del escenario. Fijé la mirada en el infinito y empecé, notaba las miradas en mi cuerpo desnudo, especialmente en mi sexo depilado. No me importó, hice el monólogo a la perfección y arranqué un gran aplauso del público. Cuando terminé mis frases, me di cuenta de que estaba húmeda.
Al fin, llegó la última escena. En total duraba diez minutos, durante los cuales, y mientras Roberto y yo fingíamos hacer el amor apasionadamente, Cristina recitaba una absurda poesía acerca del amor y del proceso creativo.
Roberto estaba tumbado, con su pantalón gris y su camisa blanca. Yo me subía a horcajadas sobre él y me tapaba con la sábana. Por primera vez desde mi entrada en escena, el público no podía verme de cintura para abajo, mientras mis pechos seguían descubiertos, próximos a la cara de Roberto, que me miraba con una leve sonrisa. En esta postura, empecé a moverme rítmicamente mientras, bajo las sábanas, Roberto ponía sus manos sobre mis nalgas, según su costumbre.
Estábamos poniéndole más pasión y sentimiento que nunca, de reojo vi la cara de mis padres, era un poema, ver a su hija fingir un coito en un teatro lleno hasta la bandera, mínimamente tapada con una sábana, era demasiado para ellos. De repente, noté que una de las manos de Roberto se retiraba de mi trasero para dirigirse… directamente a mi sexo. Por un momento me quedé paralizada.
Aquello era demasiado, no sabía qué hacer. No podía montar un escándalo, con mis padres mirando, y la escena estaba quedando brutal, además, yo era una profesional y estaba dispuesta a bordar mi actuación, mi futuro como actriz estaba en juego.
Las manos de Roberto eran ágiles y expertas. Ya he dicho que yo estaba un poco excitada al final de la obra. Mi compañero no tuvo problemas para introducir dos dedos en mi vagina y empezar a moverlos, acompasando el movimiento de sus manos al de mis caderas.
No podía creerlo, Roberto me estaba masturbando en público, con mi familia presente y yo, que tenía pánico a actuar desnuda… estaba disfrutando. Los cinco primeros minutos estuvimos así, el silencio era sepulcral en el teatro, sólo se oía a Cristina con su monólogo (creo que nadie le prestaba atención), y los gemidos que Roberto y yo lanzábamos. La diferencia era que, mientras los suyos eran fingidos, los míos eran reales: allí, ante todos, disfruté de un dulce y prolongado orgasmo. Entonces, Roberto sacó lentamente sus dedos de mi cuerpo. Debo reconocer que una parte de mí detestó que lo hiciera, quedaban cinco minutos de escena, el monólogo de Cristina era eterno, y yo hubiese querido seguir con los dedos de mi compañero dentro de mí.
Intenté rehacerme y concentrarme en mi trabajo cuando noté que, otra vez, algo pugnaba por entrar en mi vagina.
¡Dios! No sé cómo, Roberto se las había ingeniado para sacar su miembro fuera del pantalón, y ahora intentaba introducirlo en mi cuerpo. “Oh no –pensé- esto sí que no”, Roberto podía ser mi padre y, hablando de padres, allí estaban los míos, en primera fila y boquiabiertos. Afortunadamente, las sábanas no dejaban ver lo que realmente estaba sucediendo.
Traté de resistirme pero, mientras seguía adelante con la escena (era una profesional) en uno de los vaivenes, al bajar mi cuerpo sobre el de Roberto, éste acertó a introducir la punta de su verga en mi vagina. Al notarlo, levanté mi cuerpo enseguida pero, al volver a bajar, mi sexo estaba tan húmedo y abierto que, sin dificultad, la verga de Roberto se deslizó completamente en mi interior.
A partir de ahí perdí el control. ¡Oh señor!, estaba haciendo el amor en vivo y en directo, ante 500 personas y con mi familia asistiendo al espectáculo. Y lo peor de todo es que ya no podía parar, pude comprobar que la fama de seductor de Roberto estaba plenamente justificada. A cada movimiento, un misil tierra aire entraba y salía de mi cuerpo como una sacudida. Oleadas de placer me invadían sin remedio. Con un último resquicio de cordura, comprobé que las sábanas seguían cubriéndonos… y me entregué al placer.
Ahora nuestros gemidos eran tan altos que Cristina, colorada, tenía casi que gritar para que se la oyese, aunque ya nadie prestaba atención a su poesía. Finalmente, Roberto eyaculó dentro de mi cuerpo, su semen me inundó, su orgasmo parecía no tener fin, su rostro estaba congestionado. Yo grité como nunca, mientras tenía el más salvaje e intenso orgasmo de mi vida.
Era el final de la obra. Las luces se apagaron, el telón cayó y yo, a toda prisa, me limpié como pude los restos de semen mientras Roberto se ajustaba el pantalón. El aplauso era atronador, Juan se asomó tras el telón y, mientras me daba mi bata, nos dijo: “habéis estado magníficos, quizá un poco sobreactuados en la escena del coito. Rápido, salid a saludar”.
Tenía la bata puesta cuando pensé “¡qué diablos, es mi momento!”. Volví a quitármela y, totalmente desnuda, salí con Cristina y Roberto a recibir los aplausos. Hasta diez minutos estuvimos allí los tres mientras el público nos aplaudía. Entonces, Roberto y Cristina se retiraron y yo quedé sola en el escenario: debía reconocerlo, mi desnudez me había convertido en la gran triunfadora de la noche. Miré a mis padres y tíos. No sabían si aplaudir o irse, pero se quedaron y disfrutaron de mi éxito (en especial mi tío).
Eso fue todo, la obra fue un éxito (prueba de lo que una mujer desnuda puede conseguir). Durante un mes, Roberto y yo hicimos el amor apasionadamente ante un público que elogiaba el “realismo” de la escena final. Me convertí en una actriz famosa, una actriz a la que nadie había visto trabajar vestida. Tuve éxito pero, cuando al cabo de unos meses descubrí que estaba embarazada, decidí dejar las tablas y dedicarme a mi hijo.
Ahora debo dejaros, tengo que ir a recoger a mi marido Roberto y al niño, espero que mi historia os haya gustado.
***
Los que todavía sepan quién era Casimiro11 tal vez recuerden esta historia, que publiqué en TR hace ya unos cuantos años. Siempre pensé que el tema podía dar para un relato más largo y más elaborado, y finalmente me he decidido a intentarlo. Por si alguien pudiera estar interesado, pongo aquí el enlace (si buscáis me consta que hay muchos gratuitos en internet) de la primera parte de un cuento que narra las aventuras de una desdichada pelirroja, poseedora de un cuerpo espectacular pero terriblemente tímida, que se ve obligada a actuar desnuda en una obra de teatro. Sí, ya sé que soy inconstante y dudaréis de la posibilidad de leer el final de la historia, pero prometo que estoy trabajando en ello.
Gracias a todos los que aún recordéis a Casimiro 11, fue un placer estaR con todos vosotros.
 
 “si te ha gustado esta historia visita los siguientes enlaces con obras del mismo autor”, te lo agradecería.

Y gracias otra vez por tu interés.
 
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Para contactar con el autor:

ugly1122@hotmail.com
 

Relato erótico: “Cogiendo con desconocidos 2” (POR INDIRA)

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Antes que nada quiero agradecer todos los correos que he recibido, invitaciones incluso, en especial de una pareja muy linda de monterrey, me encanta leer sus correos, más aún si me mandan fotos de ustedes, cuando lo hacen respondo de igual manera. Gracias por todo y espero seguir relatando mas de mis anécdotas, todas son verídicas. 🙂 Y ya acepté la invitación de alguien que me escribió por este y pronto podré contarles ese relato ya que fue algo lindo también y en un cine, Cinapolis !
… Continuación de Cogiendo con desconocidos 1.
Nos presentamos mientras el vehículo avanzaba, me comentó que era soltero y que trabajaba en la línea de supervisor, etc, etc.
Mme preguntó si quería escuchar música y saco un reproductor, me paso un auricular y él tomó otro, a mí siempre me ha molestado el auricular en la oreja izquierda así que me lo puse del otro lado con la consecuencia que se tuvo que acercar a mí para que el cable alcanzara para ambos.
Me preguntaba cosas triviales y yo respondía cortantemente, al ser de noche un señor de dos asientos adelante nos cayó son el típico “shhh”, me causó gracia y para no hacer tanto ruido Roberto, que así se llamaba me empezó a hablar casi en el oído izquierdo.
Él: Que tipo tan pesado no?
Yo: Mmmm aja, me había hablado soplado en mi oído, y eso me enloquece…
Él: Te gusta esa música o le cambio?
Yo: Esta bien, y en ese momento me acaricié ambos brazos en señal de frío y es que ya comenzaba a sentirse un poco.
Él: Hace frio no? Espera voy por una frazada.
Amablemente se paró por una y  la extendió sobre mí y al acomodarla rozo mis tetas, el audífono se me cayó y me lo volvía  acomodar, el aprovecho para “jalarme” hacia el con el pretexto del cable, yo me dejé y quede de espaldas a él y el abrazándome por atrás, yo esta tapada con la frazada por lo que no se veía nada.
Su boca quedo entre mi cuello y oreja, y me empezó a decir cosas lindas como estas hermosa sabias?
Yo me empezaba a poner caliente y solo pude morderme el labio y decir “aja”, el aprovecho mi sumisión para meter su mano bajo la frazada y posarla en mi vientre sobre mi delgado vestido acariciando mi ombligo, yo recargue completamente mi cabeza hacia atrás y el empezó a subir y bajar su mano por mi vientre, la subía hasta debajo de mis senos y la volvía  abajar hasta sentir mi tanga y de regreso, un vaivén delicioso.
Me encanta tu ombligo dijo en el momento en que la otra mano entraba bajo la frazada, al hacerlo tuvo que ser aplastado su antebrazo por ms tetas, ahora hizo el mismo movimiento con la otra mano, pero al moverla me sobaba la teta derecha con el antebrazo, de inmediato mis pezones respondieron, la tela del sostén me estorbaba quería que me acariciara sobre el vestido solamente, el parece que leyó mi pensamiento porque me dijo: Estorba esto no? A la vez que con sus dientes mordía la parte del tirante de mi sostén.
Me eche hacia adelante y entendió perfecto la señal, con un movimiento de un casanova quito el broche con una mano rápidamente yo saque por el frente el sostén y mis pezones duros se me marcaron en el vestido, me volví a recostar hacia él y no perdió tiempo, inmediatamente empezó a masajear mi teta derecha sobre el vestido, su boca lamia mi cuello y oreja y con su otra mano empezó a acariciarme las piernas.
Dios otra vez estaba en las nubes, sacando jugos, demasiados, el olor nuevo empezó a mezclarse con el viejo y mi tanga seguramente ya estaba empapada y mi panochita palpitando.
Subió lentamente hasta llegar a mi panochita cubierta por mi tanga, yo abrí las piernas y empezó a dedearme encima de la tanga, arriba me lamia delicioso el cuello y ya había bajado un tirante del vestido y acariciaba una de mis tetas al natural.
Por la posición en que estaba empecé a sentir su pene en mi espalda, ah que ganas tenía de que me cogiera, con mi antebrazo empecé a acariciar su paquete mientras en me dedeaba rápido y yo ya no podía más empecé a gemir despacio, gemía cada vez más, mi respiración estaba agitada.
Acomodé mi mano de tal forma que pudiera agarrar su pene sobre el pantalón y al acariciarlo me dijo con lamiditas en mi oído, “te gusta el pito eh?”, yo respondí completamente salida, “me encanta”. El desabrochó su pantalón y yo me recosté lo más que pude para que mi boca mamara ese pito que ya se me antojaba mientras el seguí con su trabajo manual en mi panochita.
Allí estaba yo, con la blusa abajo, mis tetas al aire, con 3 dedos de un desconocido dentro de mi jugosa y muy abierta cosita y mamandole toda la verga.
Me la metía completa hasta llegar a los huevos, mi saliva y sus líquidos mezclados, más el olor de mis jugos hacían del ambiente algo muy especial, algo hipnotizador, a mí siempre me ha encantado el olor a SEXO, cuando lo huelo no puedo evitar ponerme caliente y en esta situación esto me prendió más aún.
Me tomó de la cabeza con una mano y me hizo moverla sobre él, simulando que me cogía la boca, aunque en realidad eso hacía, su pene llegaba hasta mi garganta y con la lengua jugaba sobre él, la sacaba completa de mi boca y me pegaba con él en los labios, en la cara, me la pasaba por todo el rostro y yo abría la boca y sacaba la lengua para sentir ese pedazo de carne.
Por la posición en que estábamos podía yo ver parte del pasillo del camión y vi como el señor que nos había cayado antes estaba completamente volteado intentando ver algo en la oscuridad ya que seguramente había escuchado lo que pasaba, eso me excitó más aún, que alguien me vea mientras me comporto como una puta y se le antoje cogerme me fascina.
Me levante y me puse de frente al señor dándole la espalda a mi amante para que me cogiera, tomé su pene y me lo metí en la vagina mientras el aplastaba mis tetas y me mordía el cuello por atrás.
Bajo una de sus manos a mi clítoris y empezó a acariciarlo muy rico mientras yo me daba sentones en él, el señor me podía ver más de la mitad del cuerpo, me veía con el vestido en la cintura, una teta al aire y la otra siendo manoseada salvajemente por mi amante.
Estaba yo en el cielo recosté mi cabeza hacia mi amante y gemía ya bastante pero por el sonido de la película que habían puesto no se podía escuchar, la escena era bastante cachonda, el señor me veía con la luz de la tele y en un momento yo le miré directo a los ojos mordiéndome el labio. Mi amante no aguantó más y me lleno de leche la panocha, sentí como se infló su pene y empezó a sacar todo, me encanta sentir cuando se vienen en mí.
Yo no había terminado y estaba bastante caliente así que me eche hacia  adelante agarrándome del asiento para que el pudiera moverse libremente y así evitar que se le pusiera flácida. Lo entendió y me tomo de la cintura y me la metió muy rápido, muy rico, sentía como el semen que tenía ya a dentro empezaba a salir cuando entraba su pene nuevamente, me encanta el semen así que no podía desperdiciarlo y baje la mano, tomé con mis dedos lo que salía de mí y me los chupe, es un delicioso manjar producto de ser tan puta, es mi premio así que nunca los he desperdiciado, tal vez después platique quién me enseño a comérmelos, a disfrutarlos. J
De pronto llegamos a la caseta y el me seguía cogiendo muy rápido y rico pero un poco adelante la luz del camión se prendió en señal que subirían pasaje o que bajaría, me dijo me tengo que bajar pero no quiero y me seguía dando, por la ventana vi como un señor se acercaba al camión con una libreta, era compañero de él supongo y subiría al camión a contar el pasaje, así es aquí en mi país.
Cuando saludo al chofer supe que todo había terminado y me zafé de su pene, baje mi vestido y me acomodé los tirantes, mientras el rápidamente se acomodaba la ropa, en cuanto llegó el supervisor a nuestro lugar todo estaba en orden, solo el olor que seguramente era por mucho detectable, SEXO, lujuria.
Se saludaron y le dijo, “ya voy”, se voltea hacia mí y me planta un beso delicioso en la boca como presumiéndole a su compañero que yo era su novia, o faje, o amiga. Su compañero me vio con lujuria y yo me dejé querer por mi amanteJ
El compañero se fue rápidamente mientras mi amante me dijo al oído, “me das tu número, ha sido el mejor sexo de mi vida”. Busqué mi bolso, tomé un plumín que siempre cargo, me alce para poder sacar mi tanga blanca bastante olorosa y manchada de mis jugos y parte de su semen. Le apunté mi número sobre ella con un corazón y antes de dársela me aseguré que los otros empleados que estaban abajo platicando con el supervisor que había bajado (y seguramente les estaba platicando mi) la vieran, sí que vieran que le estaba dando una tanga usada con mi número a su compañero, aún recuerdo la cara que pusieron cunado me vieron contoneándola en mi mano, se codeaban unos a los otros para que voltearan a verla.
Se la entregué a mi amante y le di las gracias, siempre hay que dar las gracias cuando te dan una buena cogida, aunque yo no terminé estuvo bastante rica y fueron más de 40 minutos de cachondería.
Él se paró tomó su cartera y sacó un billete de 500 pesos y me lo dio, yo puse cara de asombro pero me dijo, es para que te compres otra tanga, WoW pensé yo aparte de darme una buena cogida me paga la tanga, esos hombres me agradan, los “responsables”. Le agradecí me paré de rodillas sobre el asiento para darle un último beso, obviamente sus compañeros veían toda la escena desde abajo y el me acarició las nalgas sobre el vestido.
Se fue y me quedé caliente, sin calzones, sin sostén, con 500 pesos y muy cansada.
Solo tomé la frazada, la tomé de almohada y me recosté sobre la ventana a esperar que el camión avanzara,  comencé a sentir como salían de nuevo restos de que alguien me acaba de coger, baje la mano, puje un poquito, y salió el líquido, lo tomé entre los dedos, lo observé, lo olí, y lo saboree.
Intenté quedarme dormida un rato, ya solo faltaba una hora para llegar a mi destino pero sentí una mano en mi hombro, me espantó ya que no había nadie atrás de mí, me volteo y veo al señor que estaba enfrente en el asiento detrás mío, veo lo que trae en la mano y es un billete de 500 pesos.
Menudo cabrón pensé, no sentí a qué hora se pasó detrás y encima ¿me ofrece dinero? Imaginé que se había pasado antes de que se fuera mi amante, es decir que pudo ver cuando le di la tanga y cuando me dio el dinero.
No sabía cómo reaccionar, pero recordemos que estaba caliente y una mujer caliente al igual que un hombre no piensa, solamente quiere sexo así que tomé el billete, lo guarde en mi bolso y me pase a su asiento.
Él ya estaba listo, tenía el pito de fuera y se la estaba jalando, WoW, era enorme,  por fin creo que podré venirme,  pensé.
Me senté a su lado y le pregunte ¿qué quieres?, no contestó solo me tomó de la cabeza y me jalo para mamar su pene, Dios mío, era enorme, muy ancho y largo, lo sentía delicioso, llegaba muy al fondo de mi garganta, hasta me hizo atragantarme un poco.
Se le empecé a mamar muy rico mientras él me dedeaba, el gemía en señal de extrema excitación y yo me puse más caliente aún, comencé a escurrir fluidos, míos y de mi amante anterior y el los tomó entre sus dedos y me los embarro en mi culito, me metía cuidadosamente la mitad del dedo en mi culo mientras otros tres en mi panocha.
Tenía en verdad una verga muy rica y no aguanté más, me paré y me monté sobre él, no tenía calzones así que solamente alcé mi vestido y me ensarté en el de frente a él, podía lamer mis tetas y nalguearme a placer, me movía muy rápidamente ya que esta vez quería terminar yo ya que no lo había hecho la vez anterior y estaba muy caliente.
El me jalaba hacía el mientras yo hacía en la medida de lo posible movimientos de pelvis para sentir su pene más adentro, el me metió un dedo completo en el culo, completito, eso me excitó más y empecé a venirme delicioso me contonee como una puta, gemí bastante, no me importó si me escuchaban, me alce sosteniéndome con mis rodillas en los asientos para dejarlo moverse el ya que yo estaba en un orgasmo total.
El seguía cogiéndome, sentía su dedo en mi culo y mi vagina llena, las mujeres que han estado con un hombre con un buen instrumento saben a qué me refiero, sientes como tu vagina esta estirada y sientes el pene adentro, que te llena.
Mmmmm, ahhh, mmmmm, papi, si…. Mmmmmmm, ahhhhh, cógeme, dame más, papi ……
Tenía muy buen aguante, terminé de venirme y el seguía igual que al inicio, duro y grande, me mordía las tetas, muy fuerte, incluso me dejo marcas, eso me excitó de nuevo, no hay nada más delicioso que venirte varias veces sobre una verga.
Puso ambas manos en mis nalgas y con sus dos dedos medios en mi culo, me lo abrió bastante y yo estaba salida de nuevo, me movía sobre él, y le pedía más.
El jalaba los jugos de mi panocha para lubricar mi culo y me metía los dedos muy rico, me lamía el oído y mientras me dijo, “te quiero coger por atrás”, yo seguía con el movimiento de caderas sobre él y por un momento pensé en decirle que no debido a su tamaño, pero recordé que no muy a menudo encuentro un instrumento come el de él así que no me hice del rogar J
Me zafé de él, sentí como me dejaba un hoyo en la vagina señal de que me metieron una buena verga.
Volteé al pasillo para ver si nadie venía y me pase al siguiente asiento, de al lado después del pasillo, puse mis rodillas sobre el asiento, me quite el vestido y alce mi culo, él se paró y quedó la mitad de su cuerpo en el pasillo, comenzó por poner su cabeza en mi ano, yo apreté fuerte los dientes pes sabía que me dolería bastante, metió su cabeza completa mientras su mano hacía círculos en mi clítoris, empezó a moverse lentamente, tenía experiencia el señor, se lo agradecí bastante, se movía despacio para que mi ano se acostumbrara a su pene.
Era enorme sentía que me partían a la mitad, pero me gustaba, ya había metido la mitad y empezó a moverse de atrás hacia a delante, uyyy, era delicioso, me estaba partiendo el culo, comenzó a dedearme por el frente, sentir dos penes al mismo tiempo siempre ha sido lo máximo para mí, y esto se comparaba por el tamaño de lo que me metía atrás.
Me dolía bastante pero el placer era mayor, me estuvo dando un buen rato, jalo mis brazos hacia atrás y me jalaba hacia el ayudándose de ellos, me sentía toda una puta cogiendo con un señor que me había pagado por metérmela. El placer llegó al máximo en mí, me empecé a venir de nuevo, él lo notó y aceleró sus embestidas, y me comenzó a nalguear, mmmmm, quería que me nalgueara fuerte pero por el lugar no podía hacerlo tan fuerte, se recostó en mi espalda, quedé aprisionada con su peso encima de mí y el asiento del camión, su aliento en mi oído, su respiración y sus palabras ayudaron a que tuviera un orgasmo delicioso.
Eres una puta, ¿te encanta la verga verdad? Te vistes como puta, eres una perra, andas buscando quien te lo meta, ¿me puedo venir en ti?
Ya me había yo venido 2 veces con él se merecía lo que quisiera así que le dije: “donde quieras”.
Me la sacó de golpe dejando entrar aire a mi colita, yo seguía en mi orgasmo y estaba totalmente entregada a la lujuria. Se la empezó a jalar para terminar y yo me voltee abriendo las piernas y acariciándome el clítoris y las tetas.
Empezó a venirse, derramando una enorme cantidad de lechita cobre mi cuerpo, cayó el primer chorro en mi panocha y vientre, el segundo en mis tetas, el tercero en la cara, yo tomaba su semen y me lo embarraba en todo el cuerpo, me sentía una puta completa.
Me jaló hacia él y me la metió en la panocha, sentí como aún salían dos chorros de semen adentro de mí, me cargó y se sentó conmigo encima, yo caí rendida en él.
Me había dado una cogida excelente, tomé la lechita que resbalaba por mi cuerpo con mis dedos y los lamí, mi panocha palpitaba y apretaba su pena aún duro pero comenzaba a ponerse flácido.
Uffff, nos quedamos algo así como 5 minutos y empecé a ver que estábamos llegando al pueblo, se veían casas y las lámparas de la calle alumbraban al pasar el camión junto a ellas, me paré y sentí como escurrí semen, bastante sobre él, no podía dejarlo pasar así que se lo lamí un poquito, limpiándolo de los restos de semen, me los tragaba, lo que cayó en sus piernas lo lamí, le dejé limpio, muy limpio el pene, busqué mi vestido y me lo puse mientras él se vestía también.
Estaba sudando bastante super acalorada así que cogí una botella de agua en mi bolso, él me dijo que era una excelente amante y me dio 200 más, alcé la ceja y me dijo: de propina.
Jaja, vaya puta que soy dije mientras los tomaba y los guardaba.
Indira.
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indira2bebe@gmail.com
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

Relato erótico: “La madre y el negro” (POR XELLA)

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LA MADRE Y EL NEGRO

Alicia bajó a desayunar harta de oír a su madre.

– Ya es hora de despertarse, ¿No crees? – Le dijo ésta cuando llegó a la cocina.

Alicia se llevó la mano a la cabeza, la noche anterior había sido muy dura y tenía una resaca de caballo, lo último que necesitaba oír eran los sermones de su madre. Se sentó al lado de su hermana y comenzó a marear los cereales con la cuchara.

– ¿Demasiada fiesta ayer? – La chinchaba Claudia, en voz baja, para que su madre no la oyera – ¿O también te sentó mal la cena?

– Oh, cállate. – Dijo, dando un manotazo a su hermana en el hombro.

– ¿Cuantos cayeron anoche? – Seguía la chica. – Cubatas, digo, chicos ya se que ninguno.

Alicia, cansada, volvió a lanzar un manotazo a su hermana, esta vez dirigido a su cara pero ésta, más fresca y espabilada, lo detuvo con rapidez.

– ¡Chicas! ¿No podéis estar un minuto tranquilas? – Las reprendió su madre. – Venga, acabad el desayuno que tenemos muchas cosas que hacer.

La chica mandó una mirada de reproche a su hermana y siguió dando vueltas a su tazón, esperando que desapareciera mágicamente. No entraba nada en su estómago.

Alicia se llevaba bien con su hermana, pero eso no evitaba que siempre se estuvieran peleando. Claudia era unos años más pequeña que ella pero siempre se las daba de marisabidilla, siempre tenía que quedar por encima de Alicia. Realmente se parecían bastante, físicamente Claudia era una fotocopia de su hermana, muchas veces las confundían, lo que exasperaba a la mayor. Ambas morenas, castañas, ojos marrones y estatura media, algo más bajita Claudia. Tenían un cuerpo bien formado pero no exuberante. En cuanto a su forma de ser, a ojos de Alicia su hermana era bastante irritante a veces, y muy inmadura. A ojos de los demás (su madre, por ejemplo) eran tan parecidas cómo en el físico.

La madre de ambas, Elena, no se parecía demasiado a ellas, salvo en su bien formado cuerpo que mantenía a base de dieta permanente y gimnasio. Elena era rubia, blanca de piel, unos ojos verdes preciosos y más alta que sus hijas. Estaba claro que habían salido a su padre.

Su padre… Su padre era un cabrón. O había sido un cabrón, por lo menos. Las abandonó cuando las chicas eran pequeñas, dejándolas sin un duro y sin nadie que las pudiese mantener. Elena tuvo que doblar turnos en el trabajo para poder dar de comer a las niñas. Pero la situación mejoró. Un día, el padre apareció muerto, parece ser que fue un infarto. Ni siquiera fueron al funeral de ese infeliz pero, al estar todavía casados, el dinero y la pensión que correspondía gracias al seguro de vida que poseía el hombre, recayó por completo en Elena y sus hijas, lo que las permitió vivir de manera desahogada.

– ¿Por qué tuve que salir ayer? – Se dijo a si misma Alicia, cuando llegó a su cuarto.

Sabía perfectamente que hoy iba a ser un día duro, venía el último camión de mudanza y tenían que colocar todas las cajas. Si ya de por sí no era una tarea agradable, con la resaca que llevaba encima se convertía en un pequeño infierno.

– Pues por que quieres comerte un buen rabo por fin. – Dijo Claudia. No se había dado cuenta que había subido tras ella.

Alicia nuevamente intentó golpear a su hermana pero, igual que antes, esta consiguió esquivarla.

– Admitelo, cometiste un error al dejar a Gonzalo. – Continuaba la pequeña, a una distancia prudencial. – Te comieron la cabeza, creíste que ibas a ser la reina de la noche y ahora no te comes un colín.

– No tienes ni idea de lo que hago o dejo de hacer.

– ¿Ah, no? Entonces, ¿Mojaste anoche? ¿Te quitaron las telarañas?

Alicia se puso roja cómo un tomate. No, no “le quitaron las telarañas” pero no lo quería admitir ante su hermana. Realmente pensaba que haber dejado a Gonzalo fue un error, al menos visto desde la distancia. Era su novio desde los 15 años, y había descubierto todo con el, la trataba genial pero…

Pero sus amigas le comían la cabeza. Que si se habían ligado a uno, se habían tirado a otro, que “¡Que sosa eres, Alicia! Solo has probado un hombre”. Le decían que a poco que se soltarse y dejase al chico, le iban a llover los amantes. Y allí estaba. Llevaba 6 meses de sequía.

– ¿A ti que te importa? Vete a jugar con las muñecas, ¡Niñata!

Salió tras ella y Claudia saltó por encima de la cama para evitarla. Cuando estaba en la puerta de la habitación dijo:

– A lo mejor necesitas que te presente algún amigo… Creo que Manolo te caería bien.

Y salió de la habitación.

Alicia, harta de las burlas de su hermana y del dolor de cabeza, se dio una ducha. Cuando salió, había una camita encima de su cama con una nota.

Este es mi amigo Manolo, cuídalo bien 😉

Decía. Al abrir la caja y ver el interior no pudo evitar sonrojarse. Dentro había un consolador rosa, de buen tamaño. Desde que lo había dejado con Gonzalo no había tenido sexo, pero tampoco se había masturbado. Le parecía que el sexo era algo para compartir con alguien y que masturbarse era rebajarse de alguna manera.

Levantó a Manolo y vio que tenia un pequeño botón en la base. Lo pulsó y el aparato comenzó a vibrar. Una fugaz escena de ella usando aquel juguetito hizo que un escalofrío fruto de la excitacion recorriera su espalda. ¿Lo habría usado mucho su hermana? Y parecía tonta…

– ¡Chicas! ¡Ya está aquí el camión! – Gritó su madre desde la planta de abajo.

Del susto Alicia dejó caer el vibrador. Rápidamente lo recogió y lo guardo en un cajón de su mesita.

– Lo siento Manolo, creo que no eres mi tipo. – Dijo, se vistió rápidamente y bajo con su madre.

Cuando vio la cantidad de cajas que había se desanimó. Habia pensado tener la tarde libre y parecía que se iban a tirar allí una eternidad.

– ¿Quieres que recojamos todo esto en una mañana? – Le preguntó a su madre.

– ¿Que esperabas? Venga anda, deja de quejarte y empieza a subir cosas.

Alicia resopló y cogió una caja. Casi se le cae cuando le vio entrar.

Un chico negro de su edad acababa de entrar por la puerta de casa cargando una caja.

– Buenos días, Ali. ¿Fue muy dura la noche de ayer? – Apuntó, después de ver la cara de resaca que llevaba. Después se echó a reír, dejo la caja y volvió a salir hacia el camión.

– ¿Que hace EL aquí? – Preguntó furiosa a su madre. – Sabes que no le soporto.

– No digas tonterías, ¡Si le conoces desde que erais críos! Además, si es majisimo.

– ¿Que tiene que ver desde cuando le conozca? ¡Es insoportable! Siempre se está metiendo conmigo.

– Te lo tomas todo muy a pecho, está de broma. Sabes que ha tenido una infancia difícil, siempre ha estado sólo… Y también siempre nos ha echado una mano cuando se lo hemos pedido. Además, ¿No te quejabas de que era mucho para nosotras solas? Con el aquí tardaremos menos.

– Preferiría tirarme todo el día cargando cajas pero no tener que verle la cara… – Rezongó la chica.

– Deja de refunfuñar y comienza a coger cajas, ¡Venga!

Alicia obedeció de mala gana, estaba siendo un día estupendo.

Frank, el chico negro que las estaba ayudando, había ido a clase de Alicia desde que eran pequeños. Siempre se habían llevado mal. Frank se metía con la chica a la mínima posibilidad y, lo que más rabia le daba era que parecía que el resto del mundo no se daba cuenta de lo imbécil que era.

Era verdad que había tenido una infancia difícil, había perdido a sus padres muy temprano y había ido siempre de una casa a otra. Ya de muy joven comenzó a hacer algo más que trastadas pero, debido a su situación, la gente parecía pasarlo por alto.

En cuanto llegó a la edad de dieciséis años, en los que no es obligatorio asistir a clase, dejo el colegio. Empezó a hacer trabajos de mantenimiento a conocidos y de esa forma había salido adelante. La madre de Alicia siempre se había comparecido de él así que, para desgracia de la chica, siempre que surgía la ocasión le llamaba, e incluso a veces le había invitado a comer.

Esas cosas hacían que Alicia le odiara todavía más, puesto que, a diferencia de con ella, con su familia era un santo.

Pero había algo más que molestaba a la chica. Con el paso de los años y el despertar de sus hormonas, no se le pasaba por alto las miradas que Frank dedicaba tanto a su madre como a su hermana. Y seguro que a ella, cuando no se daba cuenta, también. Aprovechaba la mínima excusa para tener un roce, un contacto más íntimo…

Solo de pensarlo le entraban ganas de vomitar.

– ¿Que haces aquí? ¿Intentas escaquearse? – Le dijo a Claudia cuando la vio zanganeando en la habitación.

– Estoy colocando las cosas, estúpida. ¿O es que la resaca no te deja ver bien?

– Pues aquí tienes otra caja más. – Dejó la caja en el suelo. – ¿Has visto que mamá ha llamado al imbécil de Frank?

– No se que problema tienes con el chico… Siempre que puede nos echa una mano.

– ¡Ahhggg! Tu también con lo mismo no, por favor.

– ¿Que os ocurre, chicas? – Preguntó Frank, entrando por la puerta. – ¿Me echabais de menos?

– ¡Hola Frank! – Saludó Claudia. – Gracias por venir a echarnos una mano.

– Siempre es un placer estar rodeado de chicas guapas. – Replicó, guiñando un ojo. – Y… De ti. – Dijo, mirando a Alicia.

Claudia se echó a reír ante la ocurrencia del chico.

– Pffff… No estoy para discutir. – Contestó Alicia. – Por lo menos estando tu aquí acabaremos antes, necesito echarme a dormir un rato.

– Que pasa, ¿Ya te has olvidado? – Claudia miraba con cara de reproche a su hermana y, ante su falta de entendimiento añadió. – ¡Hoy venías conmigo al cine! Nadie quiere ver la nueva de American Pie conmigo y tu te ofreciste a acompañarme.

Era verdad, maldita sea su buena voluntad. Por lo menos se podría dormir en la sala…

Una vez acabaron con todo, Alicia llevó a su hermana al centro comercial.

– ¡María! ¿Que haces aquí? – Gritó su hermana al llegar a la cola. – ¿No decías que no querías venir?

– Ya lo se, tía, pero Adrián se ha empeñado en invitarme. – Dijo la chica, señalando a un chico que estaba un poco más adelante en la cola. – Menos mal que has venido, no sabia como decirle que no… No me apetece quedarme sola con el, pero ha insistido tanto… Si estáis aquí se cortará un poco.

– Si está. – Cortó Alicia. – Si ya tienes con quien ver la película yo me voy a dormir. Te espero en casa.

Dio un beso a su hermana y se fue, sin oportunidad de dejarla replicar y con su cómoda y confortable cama en mente.

Llegó rápidamente a su casa. Esperaba poder descansar tranquila puesto que su madre había dicho que iba a ir a comprar, y Frank, aunque se iba a quedar a mirar un grifo que goteaba, ya debería haber acabado.

Subió las escaleras directa a su cuarto, pero a mitad de camino se detuvo. Había oído algo. Llegaban ruidos desde el salón. ¿No se había ido Frank todavía?

Se acercó a la sala con la intención de decirle que se diese prisa o, por lo menos, que no hiciese ruido, pero nada mas verle se quedó muda.

El chico estaba de pie, sin camiseta. Tenía tanto odio hacia su persona que nunca se había dado cuenta del cuerpo tan definido que tenía el chico. Estaba tras el sofá y Alicia no veía mucho más pero, tras situarse para ver mejor, la chica casi se cae al suelo de la impresión, ¡Estaba completamente desnudo! Y no solo eso, ¡No estaba sólo!

En un primer momento no se había fijado en la cara de Frank, pero no había duda. Los ojos cerrados, la cara alzada, como mirando al cielo, la boca entreabierta, respiración agitada… Estaba claro lo que le estaba haciendo su acompañante… Alicia no la veía bien, solamente la coronilla por encima del sofá, pero le debía estar haciendo una mamada de campeonato.

Frank acompañaba los vaivenes de su amante con la mano sobre su nuca, marcándole el ritmo.

– Eso es, zorrita… Trágatela entera… – Farfullaba el chico.

¡Ese cabrón se había traído a una zorra a casa! Aprovechando que iban a estar todas fuera… Cuando su madre se enterase iba a poner el grito en el cielo,por lo menos no volvería a ver a ese infeliz. Alicia estuvo a punto de entrar y ponerse a gritarle pero en el último momento se detuvo, aunque le costase admitirlo, la situación era muy morbosa lo que, unido a sus meses de abstinencia, la estaba poniendo muy cachonda.

Podía escuchar la respiración agitada de Frank, así como el húmedo sonido de roce producido entre la polla de él y la garganta de ella. De vez en cuando parecía que la chica se atragantaba, hacía un sonido como de arcada ahogada y continuaba con la faena.

– Has mejorado mucho desde la última vez. – Decía él. – Ahora te cabe entera.

Al decir eso empujó la cabeza de su “zorra” contra su polla y la obligó a mantenerla hasta dentro durante varios segundos. La chica se agitó un poco, debía costarle respirar y, cuando Frank la soltó, tragó una enorme bocanada de aire.

– Esa es mi zorrita, estás hecha una verdadera traga-pollas. Me has echado de menos, ¿Verdad?

Como respuesta, la chica volvió a meterse el rabo de Frank en la boca y, por como sonaba, lo hacía con ansia. Estuvieron unos minutos más, hasta que Frank la ordenó que parara.

– Para un poco, zorra. Antes de correrme quiero follarte como la puta que eres. Tiéndete aquí.

Cuando comenzaron a moverse, Alicia se apartó de la puerta con miedo a que la descubrieran.

– Veo que has sido obediente y te has depilado el coño como te ordené. Ahora prepárate que vas a recibir tu premio.

Alicia volvió a asomarse, con cuidado, intentando no dejarse ver. Por suerte, Frank estaba de lado, y su pareja estaba con los pies en el suelo y el cuerpo sobre el brazo del sofá, lo que dejaba su sexo expuesto e imposibilitaba que viera a Alicia.

Pero la chica no se fijó en eso, no podía apartar la mirada del monstruo que tenia delante. La polla de Frank se mostraba enhiesta entre el y su víctima, era de un tamaño descomunal. “¿Piensa meterle eso? ¡La va a partir en dos!” Pensaba Alicia. Su novio (EX-novio, tuvo que recordarse) la tenía de buen tamaño, pero era una miniatura en comparación de aquella monstruosidad.

Frank se la agarraba, agitándola, golpeando con ella las nalgas de la chica. Ésta, como obedeciendo una orden, se las separó con sus manos, dejando a la vista del chico su coño y su culo. Alicia pudo comprobar que no tenía un sólo pelo en su entrepierna.

Mientras veía como el chico iba introduciendo centímetro a centímetro su enorme polla en el coño de su amante, Alicia comenzó a restregar sus muslos uno contra otro. La excitación que le producía esa situación iba en aumento, y no pudo evitar que una de sus manos descendiera a su entrepierna.

El chico comenzó a bombear, primero lentamente, dejando que el coño su acompañante se adaptara a su polla. Después comenzó a aumentar el ritmo.

Un rítmico PLAS PLAS PLAS al chocar los dos cuerpos llegaba a oídos de Alicia, acompañado de los gemidos de la chica, que parecía disfrutar de la enorme polla que la penetraba. Alicia acompasó también los movimientos de sus dedos al ritmo de los amantes, imaginando que estaba participando en la acción.

El contraste del negro cuerpo del joven con la pálida piel de la chica era impresionante, su polla, negra y enorme desaparecía una y otra vez en un movimiento hipnótico que tenía atrapada a Alicia. Sus dedos se movían rápidamente en su sexo, acelerando su respiración, trasladándola a un inevitable y ansiado orgasmo.

La zorra que se estaba follando Frank comenzó a gritar, las piernas le temblaban y pedía más. Estaba al borde del orgasmo. Cuando Alicia oyó sus gritos notó como un escalofrío le recorría la espalda, pero pensó que era debido a la excitación del momento. Ella también estaba al borde del orgasmo.

– Ven aquí, puta. – Dijo Frank. – Ya tienes la merienda preparada. Una buena ración de leche.

La chica, obediente, se dio la vuelta y se colocó de rodillas ante Frank, agarró la enorme polla con las dos manos, abrió la boca y comenzó a pajear al chico poniendo una cara de lascivia que Alicia nunca había visto antes.

Alicia se había quedado petrificada. Aún tenía un par de dedos dentro de su coño, pero ya inmóviles. La boca estaba entreabierta, pero no para dejar escapar los silenciosos gemidos de placer de hace unos segundos, si no de pura estupefacción.

La “zorrita” de Frank… Era su madre.

Contempló impertérrita como el chico derramaba su semen sobre la cara de su madre, que lo recibía con deleite, intentando atrapar con su boca la mayor cantidad posible.

Una vez acabó, Elena limpió con sonoros lametones el enorme miembro que tenía ante ella, y comenzó a recoger con sus dedos los chorretones que se habían escapado hacia su cara o sus tetas. Después, mirando con lascivia al chico, se llevó los dedos a la boca.

Alicia, tras ver a su madre de una manera que jamás había pensado, se dio la vuelta e intentó salir de la casa sin que la oyeran. No se podían enterar de que los había visto, debía parecer que llegaba ahora.

Esperó en la calle unos minutos y después llamó al timbre, se negaba a volver a entrar de improviso.

Frank abrió la puerta. Estaba sin camiseta todavía.

– Hola, ¿Ya habéis salido del cine?

Alicia se quedó clavada en el sitio. Aquél cabrón acababa de follarse a su madre. A su “zorrita” como la llamaba él. Inconscientemente, la mirada la chica se detuvo en su entrepierna, estaba algo abultada. Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo levantó la vista, azorada, sólo para encontrarse la mirada fija de Frank, adornada con una ligera sonrisa.

– ¿Que pasa? ¿Tengo monos en la cara? – Dijo, con sorna.

– Quítate de en medio.

Alicia subió a su cuarto, esta vez sin interrupciones ni sorpresas, cerró la puerta y se tiró en la cama. Necesitaba descansar, había sido un día demasiado agitado.

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Relato erótico: “Animando a mi prima hermana, una hembra necesitada (POR GOLFO)

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MI LLEGADA

Lo que en teoría debía de haber sido una putada de las gordas, resultó ser un golpe de suerte. Un día de junio  tuve una reunión con el jefe de recursos humanos . Nada más entrar a su oficina, el muy cabrón me informó que debido a la crisis iba a haber una criba brutal en el banco y que si no quería ir a engrosar la lista del paro, tenía que aceptar un traslado. Al preguntarle a donde me tendría que desplazar, me contestó que había una vacante en la sucursal de Luarca.  Aunque sabía que eso significaba un retroceso en mi carrera, decidí aceptar porque mi madre y sus hermanos mantenían la antigua casona familiar.
“Al menos, no tendré que pagar un alquiler”, pensé. Al preguntar cuando tenía que incorporarme,  ese capullo me respondió con su peculiar tono de hijo de puta que el día uno, lo que me daba quince días para la mudanza.
Esa misma tarde, hablé con mi madre. La pobre se quedó triste al oírme pero se comprometió a hablar con mis tíos para que pudiera vivir en ella. Al poco rato, me llamó y me dijo que no había problema pero que tendría que compartir la casa con mi prima María. Al enterarme que iba a tener que vivir con ella, extrañado pregunté:
-Pero ¿mi prima no vivía en Barcelona?-.
-Eso era antes- me contestó,- se divorció hace dos años y tratando de rehacer su vida, volvió al pueblo-.
Hacía muchísimo que no la veía. María era tres años mayor que yo, y los únicos recuerdos que tenía de ella, eran su timidez y su tremendo culo. Mi primo Alberto y yo siempre habíamos fantaseado con verla desnuda pero jamás lo conseguimos. Todavía me rio al recordar cuando nos pilló escondidos en su armario y enfadadísima, nos cogió de las orejas y de esa forma nos llevó a ver a nuestro abuelo. El pobre viejo al enterarse de nuestra travesura se echó a reír en un principio, pero al ver el cabreo de su nieta no tuvo más remedio que castigarnos. Desde entonces habían pasado veinte años, por lo que mi prima debía de tener ahora unos treinta y cinco años.
“Ojala siga tan buena”, rumié mientras me trataba de consolar por la guarrada de tener que enterrarme en el pueblo, “al menos tendré un monumento que admirar al llegar a casa”.
Las dos semanas que quedaban para mi incorporación pasaron rápidamente y antes que me diese cuenta estaba camino de Luarca. Al llegar a la casa de los abuelos, María me estaba esperando. Al verla me llevé una desilusión, la estupenda quinceañera se había convertido en una mujer desaliñada y amargada. Con su pelo poblado de canas y vestida como una monja me recibió de manera amable pero distante. Nada en ella me recordaba a la cría que nos había vuelto locos de niños. Su cara era lo único que conservaba de su belleza infantil pero el rictus de amargura que destilaba, la hacían parecer una vieja prematura:
-Te he reservado la habitación de tus padres-, dijo al verme cargado de las maletas.
Desilusionado, la seguí por las escaleras. Su falda gris por debajo de las rodillas y su blusa blanca abotonada hasta el cuello, me parecieron en ese momento una  premonición de mis días en esa casa. Mecánicamente, me mostró el baño que podía usar y antes de darme tiempo a acomodar mis cosas, se sentó en una butaca y me expuso:
-Me han dicho que te vas a quedar al menos un año, por lo que creo que es conveniente dejar las cosas claras desde el principio. En esta casa se come a las dos y media y se cena a las nueve, si no vas a venir o vas a llegar tarde, hay que avisar. He abierto una cuenta en tu banco a nombre de los dos para el mantenimiento de la casa. Vamos  a ir al cincuenta por ciento, por lo que tienes que depositar quinientos euros para equilibrar lo que yo he ingresado. Todos tus caprichos los pagas tú. Y al igual que las dos habitaciones del fondo son en exclusividad mías, ésta y la contigua serán las tuyas, el resto serán de uso común. ¿Te ha quedado claro?-.
-Por supuesto, mi sargento-, respondí en broma.
Por la mirada asesina que me devolvió supe que no le había hecho gracia. La dulce cría se había vuelto una mujer huraña:
“Lo mal que debe haberle ido en su matrimonio”, me dije al ver que se iba sin despedirse.
Como no tenía nada que hacer al terminar de desembalar el equipaje, decidí dar una vuelta por el pueblo. El centro de Luarca no había cambiado nada desde que era un niño, los mismos edificios, la misma gente y sobre todo el mismo sabor a pueblo marinero que tanto me gustó esos veranos. Al ver el café Avenida, un bar al que mi abuelo solía llevarnos al salir de misa, decidí entrar y pedirme una sidra.  No llevaba diez minutos en él cuando vi llegar a un grupo de gente de mi edad montando un escándalo. Tanto los hombres como las mujeres venían con alguna copa de más, de manera que me vi marginado a una esquina de la barra. Cabreado por el escándalo, decidí volver a casa.
Al llegar, me estaba esperando en el comedor. Por suerte no había llegado tarde y por eso tras saludarla, me senté en la mesa. Contra todo pronóstico, mi prima resultó además de un encanto una estupenda cocinera. Todo estaba buenísimo y por eso al terminar y tratando de agradarla, le solté:
-Como me sigas cebando así, no me voy a ir de esta casa en años-.
María al escucharme, se soltó a llorar. Incapaz de comprender la reacción de la mujer, traté de consolarla abrazándola pero ella, levantándose de la mesa, me dijo:
-Te irás como se han ido todos los hombres de mi vida-.
Completamente alucinado, la vi marcharse. Una frase inocua había desatado una tormenta en su interior, recordándole el abandono de su marido. Sin saber qué hacer,  cogí los platos y ya en la cocina me puse a limpiarlos:
“Amargada es poco, esta tía esta de psiquiátrico”, sentencié mientras terminaba de ordenar la cocina, “lleva más de dos años sola y todavía no se ha hecho a la idea”.
Ya en mi cuarto, pude escuchar sus lamentos. Encerrada en su habitación, mi prima dejó que su angustia la dominase y durante dos horas no dejó de lamentarse por su suerte. Sabiendo que nada podía hacer, me puse los cascos y metiéndome en la cama, busqué que el sueño me impidiera seguir siendo testigo de la desazón de la mujer que dormía a unos metros.
A la mañana siguiente, María tenía el desayuno listo cuando salí de la ducha. Sus ojos hinchados eran prueba innegable que se había pasado llorando toda la noche. Al verme, me puso un café y tras darme los buenos días me pidió perdón:
-Disculpa por anoche, pero es que era la primera vez que cenaba con un hombre desde que me dejó mi marido-.
En ese momento no me percaté que se había referido a mí como un hombre y no como su primo y quitándole hierro al asunto le dije:
-No te preocupes. Ya se te pasará-.
-Eso jamás-, me gritó, -nunca podré olvidar la humillación que sentí cuando se fue con una mujer más joven-.
Mirándola, no me extrañaba que hubiese salido huyendo. María se había cambiado de ropa, pero seguía pareciendo una institutriz. Con una blusa almidonada y ancha, no se podía saber si esa mujer era plana o pechugona. Todo en ella enmascaraba su femineidad, la falda gruesa y casi hasta los tobillos podía ser el uniforme de una congregación de monjas. Sabiendo que si le decía algo se iba a enfadar, decidí callarme y al terminar de desayunar, me despedí de ella con un beso en la mejilla.
-Nos vemos a las dos-, dije mientras salía por la puerta.
Ya en la calle, me di cuenta que se había sentido incómoda por esa muestra de cariño pero soltando una carcajada, resolví que si eso la perturbaba iba a seguir haciéndolo. Durante el camino hacia el banco, no dejé de pensar en la mala fortuna que había tenido esa mujer y que siendo una belleza en su juventud, la mala experiencia de su matrimonio la había echado a perder. Ya en el trabajo, perdí toda la mañana conociendo a mi nuevo jefe y a los que iban a ser mis compañeros.
Don Mario, el director, resultó ser un viejo entrañable que viendo su jubilación cercana apenas trabajaba y se pasaba todo el día en el bar. Acostumbrado al hijo puta de José, no llevaba dos horas en esa sucursal cuando ya había comprendido que al exiliarme a ese remoto pueblo, me había hecho un favor.
“Aquí se vive bien”.
No me di cuenta del paso de las horas, de manera que me sorprendió saber que había que cerrar el banco e irnos a comer. Al llegar a casa, descubrí a mi prima limpiando de rodillas la escalera. Lo forzado de su postura me permitió percatarme que, aunque oculto, María seguía conservando el estupendo trasero de jovencita.
-No comprendo porque se tapa-, exterioricé sin darme cuenta.

-¿Has dicho algo?-, me preguntó dándose la vuelta.
Me sonrojé al pensar que me había oído y haciéndome el despistado le respondí que no.
-¿Tendrás hambre?-, me dijo poniéndose en pie, sin reparar que tenía dos botones desabrochados, lo que me permitió disfrutar de su profundo canalillo entre sus pechos. El sujetador de encaje que llevaba le quedaba chico, de manera que no solo se desbordaban sino que me dejó vislumbrar el inicio de unos pezones tan negros como apetitosos. Me vi mordisqueándolos mientras su dueña se corría entre mis brazos-
Cortado por la excitación que me produjo descubrir que esa hembra asexuada disponía de unos senos que serían la envidia de cualquier estrella del porno, le dije que me iba al baño y tras cerrar la puerta, no tuve más remedio que masturbarme pensando en ellos. Dominado por el deseo, me imaginé a esa estrecha entrando en el baño e implorando mis caricias, caminar a gatas a recoger su premio. Esa imagen tan deseada hacía veinte años, volvió con fuerza a mi mente y desparramando mi lujuria sobre el suelo del aseo, me corrí mientras pensaba en como follármela.
Al salir, la mojigata de mi prima se había vuelto a cerrar la blusa y con una sonrisa en su boca, me dijo que fuésemos a comer. Una vez en la mesa, me resultó imposible dejar de mirarla buscando en ella algo que me diera pie a un acercamiento pero, tras media hora de charla, comprendí que era absurdo y que esa tía era inaccesible. Como en el banco teníamos horario de verano después del café, decidí salir a correr un poco, porque llevaba una semana sin hacer ejercicio y sentía agarrotados mis músculos.  Aprovechando que la casa estaba en las afueras del pueblo,  recorrí durante dos horas los caminos de mi juventud, de manera que al volver a la casona, estaba empapado.
Cuando entré, mi prima estaba tranquilamente sentada leyendo en el salón.  Al levantar su mirada del libro, pude descubrir que fijó sus ojos en mi camiseta que, completamente pegada por el sudor, mostraba con claridad el efecto de largas horas en el gimnasio. Sin darse cuenta, recorrió mi cuerpo contando uno a uno los músculos de mi abdomen. Cortado por su escrutinio, le dije que me iba a duchar, ella volviendo a la novela ni siquiera me contestó. No me hizo falta, sonriendo subí por las escaleras y tras desnudarme, me duché.
“Joder con la amargada”, pensé mientras me enjabonaba, “menudo repaso me ha dado”.
Nada más terminar, fui directamente a mi habitación a vestirme. Acababa de terminar fue cuando me percaté que no había recogido la ropa sucia y que la había dejado tirada en el baño. Pensando que si entraba mi prima se iba a enfadar, decidí recogerla pero al llegar no estaba en el suelo. Comprendí al instante que ella la había cogido y avergonzado bajé al lavadero a disculparme. No tuve que tocar, la puerta estaba abierta. Ni siquiera entré desde fuera observé como María apretándola contra su cara no dejaba de olerla mientras sus manos se perdían en el interior de su falda. Mi querida prima, la puritana, completamente alterada por mi sudor, buscaba un placer vedado torturando su sexo con sus dedos. Sus gemidos me avisaron que ya estaba terminando. Impresionado por la lujuria de sus ojos, me retiré sin hacer ruido porque comprendí que si la descubría iba a sentirse humillada.
Al volver a mi cuarto, me tumbé en la cama y sin prisas me puse a planear el acoso y derribo de mi primita. De manera que cuando me llamó a cenar ya tenía el método por el cual esperaba tenerla en poco tiempo bebiendo de mi mano. Con todo ello en mi mente, me senté en mi silla y buscando el momento, esperé para preguntarle donde le parecía mejor que pusiera mis aparatos de gimnasia. Tras unos breves instantes, me contestó que la mejor ubicación era al lado del salón.
“Menuda zorra”, pensé al percatarme que desde el sillón donde había estado leyendo, iba a tener una visión perfecta de mí cuando me ejercitara. Satisfecho porque eso le venía de maravillas a mi plan, le dije que al día siguiente los montaría.
-Si quieres te ayudo después de cenar-, me contestó incapaz de contenerse.
Sabiendo que lo decía porque así desde el día siguiente iba a poder espiarme, acepté encantado, de forma que esa noche cuando me metí en la cama, la trampa estaba perfectamente instalada esperando que mi victima cayera. Y por segunda vez en el día, me masturbé pensando en ella y en cómo sería tenerla en mi poder.

EL CEBO
Los siguientes días fueron una repetición de ese día. Al llegar del trabajo comía con mi prima, tras lo cual y durante dos horas me machacaba duramente en ese gimnasio improvisado bajo la atenta mirada de María. Sabiendo que ella observaba, hacía pesas sin camiseta, de manera que poco a poco mis músculos y mi abdomen la fueron subyugando. Siempre la misma rutina, al terminar me secaba el sudor con el polo y dándole un casto beso me iba a duchar, olvidándome la ropa empapada en el baño. En todas y cada una de las ocasiones, al salir esta había desaparecido.
El jueves viendo que no paraba de mirarme, le dije:
-Porque no lees aquí y así me haces compañía-.
Asustada pero sin poder negarse, trasladó su sillón a la habitación que donde hacia ejercicio. Nada más entrar dejó el libro a un lado  y en silencio se dedicó únicamente a mirarme. Verla tan entregada, hizo que mi pene saliera de su letargo irguiéndose dentro de mi pantalón. Ella no tardó en darse cuenta, pero en vez de cortarse su cara se iluminó con la visión. Haciendo como si no me hubiese enterado, la vi morderse el labio mientras cerraba sus piernas tratando de controlar la calentura que la atenazaba. Esa tarde le di un regalo, antes de ducharme me masturbé eyaculando sobre mi pantalón corto.
Buscando ver si mi semen había cumplido su objetivo, me acerqué sin hacer ruido al lavadero. No tuve que entrar, desde la cocina escuché sus gemidos. Totalmente fuera de sí, mi primita estaba apoyada con el pico de la lavadora contra su culo mientras con la falda a media pierna introducía sus dedos en su sexo. SI esa imagen ya de por sí era cautivadora más aún fue oír como se retorcía diciendo mi nombre mientras con su lengua recogía el semen que le había dejado. Sabiendo que debía seguir forzando su deseo, me retiré sonriendo.
Durante la cena, María estaba feliz. Sus ojos tenían un brillo que no me pasó desapercibido. Al mirarme desprendía un fulgor que supe interpretar. Esa mujer amargada se había despertado, convirtiéndose en una hembra hambrienta de líbido. No me quedaba duda de que caería como fruta madura ante cualquier acercamiento por mi parte pero esa no era mi intención. Quería obligarla a dar ese paso, a que venciendo todo tipo de resentimiento o tabú, ella viniese a mí implorando que la tomara.  Era una carrera de medio fondo, no podía ni debía de acelerar el paso.
Casi en el postre, como quien no quiere la cosa, dejé caer que me dolía la espalda y que me urgía un masaje. Mis palabras fueron un torpedo contra su línea de flotación y gozando  su próxima captura, la vi debatiéndose entre el morbo de tocarme y su aprensión a que me diese cuenta que me deseaba. Durante unos minutos no dijo nada pero cuando me levantaba a dejar mi taza en el fregadero, oí que me decía:
-Si quieres  yo puedo hacértelo-.
Disimulando, le contesté que no sabía a qué se refería. Bajando su mirada, sumisamente, María me aclaró:
-El masaje-.
 -De acuerdo. ¿Te parece que mientras lavas los platos, me desnude?-, contesté sin darle importancia.
Mi prima no pudo evitar dejar caer los platos que llevaba al lavavajillas al oírme. Con el estrépito de la loza rompiéndose en mis oídos, la dejé con sus miedos mientras subía a mi cuarto.  Cuidadosamente fui preparando el escenario, completamente desnudo y tapando únicamente mi trasero con la sábana, la esperé tumbado boca abajo. Sus complejos la mantuvieron durante quince minutos dizque limpiando la cocina y por eso cuando entró crema, estaba adormilado.
Casi de puntillas, se puso a mi lado y embadurnándome con la crema, empezó a recorrer tímidamente mis hombros.  Sus manos fueron perdiendo el miedo poco a poco. La mujer tomando confianza fue bajando por mi espalda, sin parar de suspirar. Encantado con la excitación de mi prima, me mantuve con los ojos cerrados. Sus dedos apretaron mis dorsales mientras su dueña sentía como se aflojaban sus piernas. Tratando de mejorar la postura, se puso a horcajadas sobre mí con una pierna a cada lado de mi cuerpo. En lo que no reparó fue que su braga quedaba en contacto con mi piel por lo que pude comprobar que la humedad envolvía su coño. Abstraída en las sensaciones que estaba sintiendo , María ya había perdido todo reparo y furiosamente masajeaba con sus palmas mi columna.
-Más abajo-, le dije sin levantar mi cara de la almohada.
Se quedó petrificada al oírme. Durante unos instantes no supo reaccionar por lo que tuve que forzar su respuesta quitándome la sabana. Por primera vez, me veía completamente desnudo. Indecisa, fue tanteando mi espalda baja luchando contra su deseo. Mi falta de respuesta, la tranquilizó y echando más crema sobre mi piel, reinició el masaje.   No tuve que ser un genio para interpretar su respiración entrecortada. Mi prima estaba luchando contra su deseo y éste estaba venciendo. Cuando sentí que estaba a punto, dije:
-Más abajo-.
La mujer, obedeciéndome, acarició mi trasero con sus manos sin atreverse a incrementar la presión de sus dedos.
-Más fuerte-.
Con sus defensas asoladas, se apoderó de mis nalgas. Sus palmas estrujaron mis músculos mientras su dueña sentía que su corazón se desbocaba. Absolutamente entregada, empezó a llorar cuando sus dedos recorrían mi trasero. Al percatarme de su estado, tapándome le dije que había sido una gozada el masaje pero que ya estaba relajado. Ella al oírme, comprendió que le estaba dando una salida y sin levantar su mirada, se despidió dejándome solo en la cama. No tardé en escuchar a través del pasillo, sus gemidos. María dando vía libre a sus sentimientos se estaba masturbando pensando en mí.
Satisfecho, pensé:
“Y mañana más”.

LA CAPTURA
Al despertar comprendí que ese fin de semana, tenía que dedicarlo en exclusiva a mi prima. En el comedor María me esperaba envuelta con una bata. Sonreí al darme cuenta que debido a su lujuria esa mujer no había dormido apenas y por eso no había tenido tiempo a vestirse antes de levantarse a preparar el desayuno. Forzando sus defensas, le di un beso en la mejilla mientras distraídamente mi mano acariciaba su trasero. Mi prima suspiró al sentirlo pero no dijo nada.
“Que poco queda para que me pidas que te tome”, pensé mientras sorbía el café.
La mujer, completamente absorta, no dejó de mirarme. Sus ojos seguían cada uno de mis movimientos como si estuviera hipnotizada.  Si lo hubiese querido con un chasquido de mis dedos esa mujer se hubiera entregado a mí pero su sumisión debía ser plena. Aguantándome las ganas de desnudarla y tirármela ahí mismo, terminé de desayunar.
Ya me iba por la puerta cuando volviendo sobre mis pasos, puse en su regazo trescientos euros.
-¿Y esto?-, preguntó.
-Como dijiste, cada uno paga sus caprichos. Quiero que vayas a la peluquería y te arregles el pelo y al salir entres en una boutique y te compres un vestido corto con la falda por encima de las rodillas. Estoy cansado que vayas vestida como si fueses a un funeral-, le dije.
Ella intentó protestar pero no cedí:
-No quiero vivir con una vieja. Ya es hora que despiertes-, respondí mientras salía de la casa dejándola sola.
 Disfrutando de antemano de mi triunfo, camino de la oficina no dejé de planificar mis siguientes pasos, concibiendo nuevas formas de dominio sobre la pobre mujer. La propia actividad de mi trabajo evitó que siguiera comiéndome la cabeza con ella, pero aun así, cada vez que tenía un respiro, lo usé para imaginarme que se habría comprado. Por eso, al abrir la puerta de la casa que compartía con esa mujer, estaba nervioso. Quería… necesitaba comprobar si había cumplido mis órdenes.
La confirmación de su entrega llegó ataviada con un vestido tan caro como exiguo en tela. María completamente cortada, me saludó mientras con sus manos intentaba alargar el vuelo de la falda. Teñida de rubia, con un escote que quitaba la respiración y mostrando sus piernas, me preguntó que me parecía:
-Estas guapísima-, contesté maravillado por la transformación.
Era increíble, la mujer amargada había desaparecido dando paso a una mujer desinhibida que destilaba sexualidad a cada paso. No solo era bella sino el sueño de todo hombre hecho realidad. Incapaz de contenerme, le pedí que diera una vuelta para verla bien. María, con sus mejillas teñidas de rojo, se exhibió ante mis ojos.
-Tienes unos pechos preciosos-, le dije posando mi mirada en sus enormes tentaciones.
Sus pezones involuntariamente se erizaron al escuchar mi piropo, su dueña totalmente ruborizada huyó a la cocina meneando su trasero. Ya envalentonado, le solté:
-Y un culo estupendo. ¡Me encanta que lo muevas para mí!-.
Mi querida prima había sobrepasado todas mis expectativas. Cuando empecé a seducirla no sabía el pedazo de mujer que se escondía debajo de ese disfraz. Lo había hecho por el morbo de tirarme al amor platónico de mi niñez pero ahora necesitaba poseerla por ella misma. Era tanta mi calentura que, durante la comida, no pude dejar de recrearme en sus curvas.
“Está buenísima”, reconocí al sentir que mi miembro pedía lo que mi cerebro retenía. “No sé si voy a poder aguantar no saltarle encima antes de tiempo”, pensé y  tratando de calmarme, le pregunté cómo estaba:
-Hoy es el primer día que no he pensado en mi ex marido-, me confesó con alegría, -tenías razón, tengo que pasar página-.
 Satisfecho con su respuesta, me levanté de la mesa y subiendo las escaleras me fui a cambiar. Al entrar al gimnasio, María me esperaba sentada en su asiento. Supe que estaba excitada al comprobar que, bajo la blusa, sus pezones la traicionaban. Meditando que hacer, me empecé a ejercitar bajo su atento examen. En un momento dado al mirarla vi que bajo el vestido, la mujer se había puesto un coqueto tanga y sin cortarme le dije:
-Me encanta verte las piernas pero más aún esas bragas rojas que llevas-.
Completamente avergonzada, cerró sus piernas diciéndome que no se había dado cuenta. Entonces echando un órdago, dije:
-Abre las piernas, te he dicho que me gusta verlas-.
Se quedó perpleja al oírme pero venciendo su vergüenza, fue separando sus rodillas sin ser capaz de mirarme. Cubriendo otra etapa de mi plan, fijé mi mirada en su entrepierna mientras mi prima se agarraba a los brazos del sillón para evitar tocarse. Que la mirase tan fijamente además de incomodarla, la estaba excitando. Su tanga se fue tiñendo de oscuro por la humedad que brotaba de su sexo. Al percatarme que estaba empapada y que se mordía los labios tratando de no demostrar el ardor que se le estaba acumulando entre las piernas, busqué sus límites diciendo:
-Tócate para mí-.
 María me fulminó con la mirada  indignada pero al comprobar que no cejaba en mi repaso y que iba en serio, se puso nerviosa luchando en su interior su razón contra la tensión almacenada en su sexo. Al fin venció su lujuria y con lágrimas en los ojos, metió sus dedos bajo el tanga y empezó a masturbarse. Su sometimiento era suficiente y dejando que se liberara en privado, salí de la habitación diciendo:
-Voy a ducharme, luego te llamo para que me ayudes a secarme-.
Sin esperar su respuesta, la dejé rumiando su calentura. Al entrar al baño, lo primero que hice fue descargar su ración de semen sobre mi pantalón para que cuando ella viniera a mí, ya estuviera dispuesta sobre la tela. Tranquilamente bajo el chorro, me enjaboné mientras mi mente volaba tratando de averiguar si esa noche sería su claudicación. El sonido de la puerta abriéndose, me confirmó que mi presa se había enredado en la red que había tejido. Solo la mampara me separaba de la pobre mujer.  Ahondando en su entrega, corrí la pantalla para que me viese desnudo. Sentada en el váter y estrujando mi ropa con sus manos, devoró con la mirada mi cuerpo. Su expresión desolada no hizo más que incrementar mi lujuria e impúdicamente, me di la vuelta para que viese mi pene en su máxima expresión. Avergonzada se intentó tapar la cara con mi pantalón la cara sin darse cuenta que mi semen iba a entrar en contacto con su boca.  Al sentir su sabor recorriendo sus labios, huyó del baño llevándose su regalo con ella.
Solté una carcajada al verla huir a descargar su excitación y gritando, le ordené:
-En cinco minutos, te quiero aquí-.
Acababa de cerrar el agua cuando volvió. Al regresar, ella misma había claudicado y sin esperar a que lo hiciera, le pedí que me acercara la toalla. De pie y desnudo aguardé a que me secara. Su sofoco era total, sin poder sostener mi mirada, mi prima fue retirando el agua de mi cuerpo mientras su sexo se mojaba. Al llegar a mi pene, le quité la toalla y levantándole la cara, le dije:
-¿Estaba hoy tan rico como ayer?-.
Tras unos momentos de turbación, me respondió sollozando que sí. Buscando derribar uno de sus últimos tabús, la tranquilicé acariciándole el pelo. Ella me miró con los ojos aún poblados de lágrimas y me preguntó:
-¿Desde cuándo lo sabes?-.
-Desde el primer día-.
Sus piernas se doblaron y sentándose en la taza, estalló a llorar exteriorizando su vergüenza. Anudándome la toalla, la levanté y entrando al trapo, le sonsaqué si se había corrido.
-Si-, me respondió.
Al escuchar su rendición, le dije:
-Dame tus bragas y así estaremos en paz-.
Incapaz de negarse, se las quitó y esperó a ver que iba a hacer con ellas. Nada más cogerlas, me las llevé a la nariz. El aroma a mujer inundó mis papilas y sabiendo que ella lo necesitaba, con mi lengua saboreé su flujo. Maria tuvo que cerrar sus piernas para no desvelar su deseo, momento que aproveché para decirle:
-Vamos a hacer un trato: Yo, todas las tardes te haré un regalo y en compensación, tú por las mañanas deberás entregarme la ropa interior que hayas usado durante la noche-.
 

Todavía abochornada, vio que era justo y que de esa manera éramos los dos, los que íbamos a compartir ese fetiche por lo que sonriendo me dio la mano sellando el acuerdo. Al verla irse meneando sus caderas, comprendí que podía ser cuestión de horas que ese portento acudiera a mí. Silbando mi triunfo, me vestí y poniendo su tanga en el bolsillo de mi chaqueta a modo de pañuelo, busqué a mi prima. La encontré en el salón, tarareando una canción mientras barría. Al fijarme en ella, me percaté que se la veía feliz. El saber que no solo no me había enfadado sino que era cómplice de su fantasía, la liberó. Cuando me vio, paró de cantar y regalándome una sonrisa, me preguntó a donde iba:

-Te equivocas primita, adonde vamos-, le respondí cogiéndola de la mano.
Muerta de risa, me pidió unos minutos para ponerse unas bragas. Pero cogiéndola en volandas, se lo prohibí y sin que pudiera hacer nada para evitarlo, la metí en el coche.
-¡Estás loco!-, me dijo abrochándose el cinturón, -la gente se va a dar cuenta de que no llevo nada debajo-.
-Te equivocas, solo tú y yo sabremos que tu tanga está en mi solapa-.
Sorprendida me miró la chaqueta porque hasta entonces no se había enterado de mi diablura y soltando una carcajada, me insultó diciendo:
-Además de cabrón, eres un pervertido-.
-Si-, respondí, -pero no te olvides que soy TU pervertido-.
Lejos de enfadarse, me devolvió una sonrisa mientras ponía en la radio un cd de los secretos. Por primera vez en dos años, María estaba contenta y sabiendo que no debía forzar la máquina decidí salir del pueblo y dirigirme hacia Puerto de Vega.  Durante los quince minutos que nos tomó llegar a esa población, no paré de decirle lo buenísima que estaba y lo tonta que había sido enterrándose en vida. Ella sin dejar de sonreír, me miró diciendo:
-Tienes toda la razón, pero gracias a ti he salido de mi encierro-.
Viendo que se ponía cursi, paré el coche y tomándola de los brazos, le dije:
-Yo estaré siempre ahí cuando me necesites, pero ahora es el momento que te liberes-.
-Te tomo la palabra-, me contestó y cambiando de tema, me preguntó a dónde íbamos. 
Al decirle que al bar Chicote, protestó diciendo que estaba en el muelle y que de seguro iba a estar atestado.
-Por eso-, respondí,-quiero que te sientas observada-.
-Capullo-.
-Zorra-.
-Sí, pero no te olvides que soy TU zorra-, me contestó usando mis mismas palabras mientras una de sus manos acariciaba mi pierna,
Al salir del coche, sus ojos brillaban por la excitación y sin quejarse me dio la mano, mientras entrabamos al local. Como había predicho, El Chicote estaba lleno por lo que tardamos unos minutos en llegar a la barra. Al preguntarle que quería, me dijo que un cubata porque necesitaba algo fuerte para pasar el trago.
-¿Tan mal te sientes?-, le contesté preocupado. 
-¡Que va!, lo que ocurre es que estoy empapada. Siento que todos saben que voy sin bragas y me encanta-.
-Pues disfruta-, le dije pasando mi mano por su trasero.
Al notar mi caricia, se pegó a mí diciendo:
-¡No seas malo!. Si me tocas,  voy a terminar corriéndome, y ¡no es eso lo que quieres!-.
-Todavía no. Querré que te corras el día que vengas a mí, de rodillas y pidiéndome que te tome. Ese día, me olvidaré que eres mi prima y te convertiré en mi mujer-.
Satisfecha con mi declaración de intenciones, pegando su pubis a mi entrepierna, me susurró al oído:
-¿Tiene que ser de día?, ¿no puede ser de noche?-.
-Estoy creando un monstruo-, le dije mientras  disimuladamente apretaba uno de sus pechos. –A este paso, te vas a convertir en una puta-.
-Ya te dije, si lo hago será tu culpa y yo, TU puta-.
Las siguientes dos horas fueron un combate de insinuaciones y caricias. María se lo estaba pasando en grande, retándome con la mirada mientras se exhibía ante la concurrencia. No paró de bailar ni de beber y ya un poco achispada, me pidió que nos retiráramos a  casa. En el coche, le pregunté si se sentía bien, a lo que me respondió que sí aunque un poco borracha. Fue entonces cuando me fijé que se le había subido la falda y que desde mi posición podía ver el inicio de su pubis. Mi sexo reaccionó saliendo de su modorra y solo el pantalón evitó que se irguiera por completo. Ella se dio cuenta y sonriendo me dijo si tenía algún problema.
-Yo no le respondí sino el camionero-, le respondí al percatarme que el conductor del tráiler que teníamos a la derecha en el semáforo, estaba disfrutando de una visión aún mejor que la mía, -o bien te bajas la falda, o te la subes para que el pobre hombre no sufra un tirón en su cuello-.
Mi prima se giró a ver a quien me refería y al ver la cara del buen hombre, riendo se subió el vestido y abriéndose de piernas, le mostró lo que  el tipo quería ver. No satisfecha con la cara de sorpresa, mojó uno de sus dedos en su sexo y descaradamente se lo chupó mientras le guiñaba un ojo. El camionero, tocando la bocina, agradeció a su manera el regalo recibido pero el objeto de su lujuria se había olvidado de él y mirándome, se destornillaba de risa en su asiento.
-¡Qué bruta estoy!-, me confesó al parar de reír.
-Por mí, no te cortes, si necesitas hacerlo -, respondí enfilando la carretera.
Poniendo cara de niña buena, me dijo que no sabía a qué me refería. Comprendí al instante, que quería que yo le ordenase por lo que prestando atención al camino, le dije:
-Quiero que te toques para mí-.
No se hizo de rogar, y bajando su mano por su pecho, pellizcó sus pezones mientras bromeando no paraba de maullar. Mirándola de reojo, observé como separaba sus rodillas y abriendo sus labios, me pedía permiso con sus ojos:
-¡Hazlo!-.
Mi orden desencadenó su deseo y sin prisa pero sin pausa, recorrió los pliegues de su sexo para concentrar toda la calentura que la dominaba en su entrepierna. Atónito presté atención a cómo con furia empezó a torturar su clítoris. Era alucinante verla restregándose sobre el asiento mientras con la otra mano se acariciaba los pechos. Los gemidos de mi prima no tardaron en acallar la canción de la radio y liberando sus miedos, se corrió sobre la tapicería.  Al terminar, pegándose su cuerpo al mío, me dio un beso mientras decía:
-Gracias, lo necesitaba-.
Asumiendo mi victoria, aparqué en el jardín y abriendo su puerta, le dije:
-La señora ha llegado sana, salva y empapada a casa-.
Soltó una carcajada al oír mi ocurrencia y meneando descaradamente su trasero, subió por las escaleras de la entrada principal. Al llegar al rellano, se dio la vuelta y plantándome un beso en los morros, me confesó que nunca en su vida se había sentido tan libre y que todo me lo debía a mí. No me quedó ninguna duda que mi prima buscaba con ese beso que le hiciera el amor pero sabiendo que necesitaba su entrega total, dándole un cachete en su culo desnudo le dije que era hora de irnos a dormir. Poniendo un puchero, se dio la vuelta y sin despedirse se fue a su cuarto.
No había acabado de desnudarme, cuando la vi aparecer por la puerta de mi habitación. Se había cambiado y volvía envuelta en un picardías transparente que no dejaba ningún resto a la imaginación. Sus pechos con sus negras aureolas y su pubis perfectamente recortado eran visibles a primera vista. Sabía a qué venía pero haciéndome el duro le pregunté qué quería. Como única respuesta, María deslizó los tirantes de su combinación y dejándola caer se quedó desnuda de pie, mirándome. Sin hacerla caso me tumbé y poniendo cara de extrañeza, dije:
-Algo más, ¡eso no es suficiente!-.

Comprendiendo a que me refería, se arrodilló y a gatas vino a mi lado, ronroneando de deseo al hacerlo. Lejos de parecer una gatita, mi prima me recordó a una pantera al acecho de  una presa, la cual se encontraba tumbada e indefensa en la cama. Al llegar hasta mí, restregó su cabeza contra mi brazo y poniendo voz dulce, susurró a mi oído:
-Esta cachorrita abandonada necesita un dueño. Tiene hambre y frio y las noches son muy largas-.
-Pobrecilla-, le contesté siguiendo la broma. -No comprendo cómo siendo tan hermosa no ha conseguido todavía a alguien que la mime-.
Mi prima se metió entre mis sábanas al sentir mi mano recorriendo sus pechos. Pegando su cuerpo, me besó mientras se restregaba buscando calmar la calentura que la dominaba. Al sentir que buscaba introducir mi pene en su sexo, la separé diciendo:
-Déjame a mí-.
Tenía a mi disposición el cuerpo que me había subyugado desde niño y no quería desaprovechar la oportunidad de disfrutar de él. Por eso colocándola frente a mí, fui besando y mordiendo su cuello con lentitud. La increíble belleza de sus pechos que me habían vuelto loco al regresar a Luarca, se me antojó aún más codiciada al percatarme que sus pezones esperaban erectos mis mimos. Acercando mi lengua a ellos, jugué con los bordes de su aureola antes de introducírmela en la boca. Satisfecho, escuché a mi prima suspirar cuando sin importarme que fuera moral o no, mamé de sus tesoros. María supo que tenía que permanecer inmóvil, deseaba sentirse mujer otra vez y mis caricias lo estaban consiguiendo.
No contento con ello, fui bajando por su cuerpo sin dejar de pellizcar sus pezones. La mujer al sentir que me aproximaba a su sexo, abrió sus piernas. Verla tan dispuesta, me maravilló y dejando un rastro húmedo, mi boca se entretuvo en la antesala de su pubis, mientras ella no dejaba de suspirar. Mi pene ya se encontraba a la máxima extensión cuando probé por vez primera su flujo directamente de su sexo. No me había apoderado de su clítoris cuando de su interior brotó un río ardiente de deseo. Llorando me informó que no podía más y que necesitaba ser tomada. Sonreí al oírla y haciendo caso omiso a sus ruegos, me dedique a mordisquear su botón mientras mis dedos se introducían en su vulva. Como si hubiese dado el banderazo de salida, el cuerpo de María empezó a convulsionar al apreciar los primeros síntomas del orgasmo. Convencido que de esa primera noche iba a depender que esa mujer se rindiera a mí, busqué su placer con mi lengua y bebiendo su lujuria prologué su climax mientras ella se retorcía entre mis brazos.
-No es posible-, sollozó al comprobar que se corría sin pausa dejando una húmeda mancha sobre las sabanas. -Te necesito-, gritó cogiendo mi cabeza y pegándola a su sexo.
Durante un cuarto de hora, no solté mi presa. Yendo de un orgasmo a otro sin descansar, mi prima se deshizo de todos sus tabúes y disfrutando por fin, cayó rendida a mis pies. Satisfecho me incorporé y besándola le pregunté si se arrepentía de haber cedido a su deseo:
-No-, me contestó con una sonrisa, -de lo que me arrepiento es de no haberlo hecho antes-.
Fue entonces cuando decidí formalizar su sumisión y pasando mi mano por su trasero, le di un azote mientras le ordenaba darse la vuelta. Incapaz de desobedecerme se tumbó boca abajo sin saber que era lo que quería hacerle. Sin pedirle permiso, separé sus nalgas para descubrir un esfínter rosado. Cogiendo con mi mano parte de su flujo, fui toqueteándolo ante su mirada alucinada. Se notaba que su ex nunca había hecho uso de él y saber que iba a ser yo el primero, me terminó de calentar.
-Tráete crema-, ordené a mi prima.
Dominada por la lujuria, María corrió a su baño y en breves instantes volvió con un bote de nívea entre sus manos. Sin tenérselo que recordar se puso a cuatro patas y abriendo sus dos cachetes, me demostró su obediencia. Con mis dedos llenos de crema, acaricié su esfínter mientras ella esperaba expectante mis maniobras. Buscando que fuese placentera su primera vez, introduje un dedo en su interior.
-¡Que gusto!-, gimió al sentir horadado su agujero.
Me sorprendió comprobar lo relajada que estaba y por eso casi sin pausa. Metí el segundo sin dejar de moverlo. Poco a poco, se fue dilatando mientras ella no dejaba de declamar el placer que la invadía. Comprendiendo que estaba dispuesta, embadurné mi pene y posando mi glande en su entrada, le pregunté si estaba lista.  Durante unos segundos dudó, pero entonces echándose hacia atrás se fue empalando lentamente sin quejarse. La lentitud con la que se introdujo toda mi extensión en su interior, me permitió sentir cada una de las rugosidades de su ano al ser desvirgado por mi pene. Solo cuando sintió la base de mi sexo chocando con sus nalgas, me pidió que la dejara acostumbrarse a esa invasión. Haciendo tiempo, cogí sus pechos entre mis manos y pellizcando sus pezones, le pedí que se masturbara.
No hizo falta que se lo repitiera dos veces, bajando su mano, empezó a acariciar su entrepierna a la par que empezaba a moverse. Moviendo sus caderas y sin sacar el intruso de sus entrañas, la mujer fue incrementando sus movimientos hasta que ya completamente relajada, me pidió que empezara. Cuidadosamente en un principio fui sacando y metiendo mi pene de su interior mientras ella no paraba de rozar su clítoris con sus dedos. Sus suspiros se fueron convirtiendo en gemidos y los gemidos en gritos de placer al sentir que incrementaba la velocidad de mis embestidas. Al cabo de unos minutos, mi presa totalmente entregada me pedía que   acrecentara el ritmo sin dejar de exteriorizar el goce que estaba experimentando.
Al percatarme que estaba completamente dilatada y que podía forzar mis estocadas, puse mis manos en sus hombros y atrayéndola hacía mí, la penetré sin contemplaciones. Completamente alucinada por el nuevo tipo de placer, María chilló a sentir que se volvía a correr y soltando una carcajada, me pidió que no parara:
-¿Te gusta putita?-, le dije dando un azote en su trasero.
-Me enloquece-, contestó al sentir el calor de mi golpe.
Percibiendo que mi azote había espoleado aún más su ardor, fui alternando mis acometidas con sonoras caricias a sus nalgas. Ella berreando me rogó que siguiera y como poseída, mordió la almohada levantando su trasero. Su enésimo orgasmo coincidió con el mío y rellenando su interior con mi simiente, me desplomé a su lado.
Exhaustos nos besamos y sin dejar de acariciarme, María esperó a que descansara, tras lo cual pasando su mano por mi pelo, me dijo:
 

-Tu cachorrita tiene el culo calentito pero sigue teniendo sed-.

Solté una carcajada al oírla al comprender que quería tomar de su envase original la blanca simiente de su liberación.

 

 
 

Relato erótico: “Prostituto por error 7: Bob, un marido cornudo y mirón” (POR GOLFO)

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Bob me contrata:
 
Es curiosa la cantidad de formas que hay en español para definir a una prostituta: puta, ramera, cortesana, meretriz, buscona, fulana, furcia, zorra, , coima, pelandusca, buscona, pingo, mantenida, mesalina, hetaira, mujerzuela, pendón o siendo técnicos sexoservidora… y en cambio de todos esos apelativos solo unos pocos se pueden aplicar a un prostituto heterosexual. Por eso quiero reconocer ante todos que soy un gigoló, orgulloso de mi trabajo.
Sé que está mal visto pero, como dicen en mi barrio, me la suda. Muchos de los que me están leyendo, os cambiaríais de inmediato por mí. No solo tengo las mujeres que quiero sino que encima, gracias a ellas, vivo de puta madre. Desde que me dedico a esto, he descubierto aspectos de la sexualidad que jamás creí que iba a protagonizar. El caso más claro me ocurrió un lunes en el que Johana me llamó muerta de risa.
Recuerdo que acababa de salir del gimnasio, cuando sonó mi móvil y al ver que era la mujer que me conseguía las citas, contesté enseguida:
-Alonso, ¿Tienes algo que hacer a la hora de comer?-  preguntó sin siquiera saludarme.
Al contestarle que no, me soltó que me había concertado una reunión con un cliente. Por su tono supe que tenía gato encerrado y al darme cuenta que había dicho un y no una, me negué diciendo que no era bisexual.
-Tranquilo que lo sabe pero aun así quiere conocerte. Me ha pagado mil dólares solo por comer contigo, por lo visto quiere hacerte una proposición un tanto extraña-
-¿Mil dólares por comer? ¿Sabes que quiere plantearme?-
-No, ha sido muy específico. Solo te lo dirá a ti. Lo que te puedo decir es que está forrado y que nos lo ha mandado una antigua clienta tuya-
Tanta opacidad me mosqueó pero como la pasta es la pasta y a lo único que me comprometía era a oírle, decidí aceptar pero avisando a mi “madamme” que ante cualquier insinuación o avance por su parte me levantaría sin más. Johana se mostró de acuerdo y cerrando el trato, me dio la dirección del restaurante al que tenía que ir.
Como os podréis imaginar durante las dos horas que quedaban para mi extraña cita, pasaron por mi cabeza todo tipo de ideas desde que me iba a encontrar con un viejo maricón, a un transexual e incluso divagué sobre si todo era una broma de mi jefa, pero contra todo pronóstico al llegar al restaurante, me topé con que el tipo que me había contratado era un ejecutivo con muy buena pinta de unos cuarenta y cinco años. Un tanto cortado me acerqué hasta su mesa y sin saber realmente cómo actuar o qué decir, le saludé diciendo:
-Disculpa, ¿Eres Bob?-
El rubio, bastante avergonzado, me pidió que me sentara y antes de entrar al trapo llamó al camarero y preguntándome qué quería de beber, se encargó un whisky. Me di cuenta que estaba nervioso porque al ponérselo, se lo bebió de un golpe y sin que se hubiese retirado el empleado del restaurante, le pidió otra ronda.
-Tranquilo. Cómo sigas a este ritmo, te la vas a coger cuadrada- solté tratando de serenarlo.
-Tienes razón- contestó apurando los hielos de su vaso.
Mirándole me percaté que ese cuarentón no era gay y por eso, decidí permanecer callado para no incrementar su turbación. Se notaba a la legua que estaba pasando un mal rato. “Es la primera vez que contrata a un prostituto”, pensé mientras removía mi copa. Tengo que confesaros que estaba intrigado. Si no era homosexual: “¿Qué coño quería de mí?”.
Como sabía que no iba a tardar de salir de dudas, no me importó esperar.
-¿Te preguntaras que es lo que quiero?- preguntó al cabo de unos segundos.
-La verdad que si- respondí sin darle importancia.
-Verás, mañana martes es el cumpleaños de mi esposa y quiero hacerle un regalo especial-  lo estaba pasando mal y tomando otro sorbo de su whisky, prosiguió diciendo: -Mary lleva fantaseando con que la vea siendo poseída por otro hombre desde hace años y por eso he decidido complacerla. ¡Quiero que te acuestes con mi mujer!-
-Solo con tu esposa, ¿He entendido bien?-
-Sí-
Me quedé alucinado. Me parecía inconcebible que un hombre al que se le notaba acostumbrado a mandar, me estuviera pidiendo que me tirara a su señora pero, como me veía capaz de realizar ese trabajo, acepté sin tenerle que regatear ya que encima me iba a pagar espléndidamente.  Tratando de cerrar los flecos, pregunté:
-¿Y cómo quieres hacerlo?-
-Deseo que sea sorpresa, por eso le he dicho que desgraciadamente ese día tengo que invitar a cenar en casa a un inversor muy importante para mi empresa. Se ha enfadado pero al decirle que era un compromiso y que mi puesto dependía de complacerle, aceptó-
-No comprendo. ¿No le vas a decir que me has contratado?-
-Ahí está la gracia, deseo que la seduzcas sin que sepa nada y aprovechando que para ella, nuestro futuro dependerá de ti, quiero que la fuerces a acostarse contigo-
-Cuando dices forzar, ¿No querrás que la viole?-
-Para nada, la conozco y si cree que su bienestar está en peligro, será ella la que se lance-
-Una pregunta: ¿Estás seguro?, no quiero que luego te entren celos y me montes un numerito-
Increíblemente, el tipo me soltó:
-Antes te mentí. Soy yo el que lleva imaginándose que alguien se tira a mi esposa. No comprendo porqué pero ahora que te he puesto cara, me excita aún más que seas él que se la folle. Hasta ahora era una fantasía pero te puede asegurar que estoy deseando ver como la despatarras –
-¿Vas a mirar?-
-Sí, no sabes cómo me pone pensar en oír sus berridos mientras otro hombre la penetra-
-Tú mismo- contesté y buscando el evitar malos entendidos, le insistí: -Otra única cuestión: ¿Oral?, ¿Normal?, ¿Anal?-
-Hasta donde se deje. Si consigues desvirgarle el culo, ¡Pago doble!-
Soltando una carcajada, le respondí:
-¡Vete preparando la cartera!-
Como no teníamos nada más que hablar, me terminé la copa y despidiéndome, me marché. Nada más salir, llamé a Johana quejándome amargamente, en plan de guasa, de que cada día me lo ponía más difícil.
-No sé de qué te quejas, gracias a mí, te estás granjeando la reputación de ser el chulo más codiciado de Nueva York. A este paso tendré que agenciarme una secretaria para organizarte las citas-
-Perdona, pero creo que he puesto algo de mi parte. Tú en cambio te comprometes con cosas que cualquier otro se negaría. Si te hago un recuento, me has presentado a todo tipo de mujeres, no te ha importado que fueran gordas o flacas, maduras o jovencitas. Para ti todo es negocio y ahora has tenido las narices de cerrar un trato con un marido cornudo y mirón, pero nunca me has conseguido la que realmente quiero, mi máxima prueba-
Un tanto picada, me preguntó:
-A ver, guapo, ¿qué tipo de mujer quieres beneficiarte que todavía no te haya puesto en bandeja?-
-Fácil, una pelirroja de veinticuatro años que trabaja en la tienda de un hotel-
-¡Vete a la mierda!- contestó cabreada al saber que me refería a ella y sin darme tiempo a reaccionar me colgó.
 
La cena.
 
Al día siguiente, seguí con mi rutina normal que consistía en ir gimnasio, pintar y recorrer esa ciudad que me tenía enamorado. Estaba cerca de Central Park cuando mirando al reloj, comprendí que debía de volver a casa a prepararme para la cena. Siguiendo el plan preconcebido por el marido, me vestí para la ocasión con un traje negro de lana fría, uniforme habitual de los inversores de Wall Street y cogiendo un taxi, me dirigí al encuentro del matrimonio.
Estaba nervioso, jamás en mi vida me había tirado a una mujer con el consentimiento de su esposo y menos se me había pasado por la cabeza, el hacerlo con él enfrente. Como Bob y Mary vivían en un lujoso dúplex de la novena, el trayecto me llevó pocos minutos y antes de estar mentalmente preparado, me vi frente a su portal. Haciendo uso de lo aprendido durante unas clases de yoga, me relajé vaciando mi mente de los temores y prevenciones que ese encargo tan raro me provocaba y con determinación, marqué a su telefonillo. Me contestó el marido y abriéndome la puerta, cogí el ascensor hasta la decimonovena planta.
Enclaustrado en el estrecho habitáculo, no dejé de pensar en mi cliente. El muy cabrón lo tenía todo, trabajo, riqueza y según él una mujer bellísima y aun así no estaba contento. Cualquier otro se hubiera pegado con un canto en los dientes y en cambio él, me había contratado en busca de nuevas sensaciones.
“Nunca lo llegaré a comprender”, me dije mientras se abría la puerta que daba a su piso.
Al salir al descansillo, observé que me estaban esperando en la puerta. Viendo a su esposa, todavía comprendí menos a ese sujeto. Mary era más guapa de lo que me había dicho. Con una melena morena y la piel muy blanca, esa mujer era un bellezón. No solo tenía un tipo estupendo  y unas piernas de ensueño que el vestido azul con raja a un lado realzaba sin disimulo sino que sus ojos negros conferían a su mirada de una dulzura difícil de superar.
“Este tío es gilipollas”, pensé nada más verla.
Al acercarme a ella, me percaté de su altura. Esa preciosidad debía de medir cerca del uno ochenta, lo que no aminoraba su hermosura. Mary era perfecta. Incluso sus pechos, siendo pequeños, eran una delicia que llamaban a proteger y nunca a subastar al mejor postor. Cabreado por la pareja con la que se había casado, no pude abstraerme a que si todo iba según lo planeado esa mujer iba a estar en mis brazos. Bastante excitado, la saludé de un beso en la mejilla. Entonces fue cuando aspiré su aroma a violetas. Desde niño me había gustado la fragancia de esas flores y sin saber el porqué, le pregunté el nombre de su colonia.
-Daisy de Marc Jacobs- contestó con una voz grave pero profundamente femenina.
Creí desfallecer al escucharla. Reconozco que fue poco profesional y que me comporté como un puto novato (y nunca mejor dicho) pero no pude evitar que mi pene se revelara bajo mi pantalón, mostrando sin recato una erección de caballo. Sé que ella se dio cuenta porque se separó de mí al instante sin ser capaz de mirarme a los ojos.
“¡Puta madre! ¡Qué buena está!” exclamé mentalmente sin dejar de mirarle el culo mientras les seguía al interior de su vivienda.
Mary tenía un trasero hipnótico, nadie que hubiese fijado sus pupilas en semejante monumento podía retirar su mirada fácilmente y para colmo al verla menearlo por el pasillo, no me quedó ninguna duda que esa mujer, esa noche, se había puesto un tanga.
Aprovechando que se había separado unos metros, Bob me susurró al oído que todo marchaba a la perfección y que su  mujer estaba convencida que del éxito de esa cena dependía el futuro de él en la compañía.
-Perfecto- mascullé entre dientes mientras mi cerebro intentaba sosegarse porque lo que realmente me apetecía era pegarle dos hostias al marido y contarle a su mujer el plan que había urdido para satisfacer sus pervertidas necesidades.
Me estaba todavía reconcomiendo, por dentro, el papel que tenía que protagonizar en esa opereta cuando escuché que Mary me decía:
-¿Qué quieres?-
Juro que no lo había planeado pero con mi habitual forma de meter la pata, le solté:
-¿Se puede pedir una mujer tan bella como tú?-
Como habréis anticipado, Mary se quedó completamente cortada y tras unos momentos de turbación, pensó que era broma y soltando una carcajada, se rio de mi ocurrencia. Lo que no me esperaba y creo que ella tampoco, fue que bajo su vestido dos pequeños bultos hicieran su aparición. Incomprensiblemente mi piropo había conseguido su objetivo y esa señora de alta alcurnia no pudo evitar verse estimulada.
Su marido  creyó que era el inicio de mi ataque y sin recatarse, me contestó:
-Como dicen en la biblia, pedid y se os dará-
Mary completamente alucinada, fulminó con la mirada a su marido pero recomponiéndose al instante, me dijo:
-En serio, ¿qué deseas de beber?-
-Con una copa de vino me doy por satisfecho- contesté.
Desde mi lugar no pude dejar de contemplar ensimismado la gracia con la que abría la botella y me servía, de manera que al girarse para traerme la bebida, me pilló mirándole el trasero. Nuevamente la turbación apareció en su rostro y bastante incomoda, me alargó la copa. No sé si fue por el encargo o por la natural atracción que sentía por ella pero no fui capaz de contenerme y sin prever las consecuencias, acaricié su mano antes de retirar el vino y llevármelo a la boca.
-Delicioso- dije intentando romper el silencio que se había instalado en el salón.
-Pues espera a probar la cena- contestó Bob, un tanto intranquilo por lo lento que se estaban desarrollando los acontecimientos – Mi mujer, entre otros talentos, es una estupenda cocinera-
Supe a qué se refería y buscando que él fuera quien metiera la pata para de esa forma librarme de cumplir el acuerdo sin que me pudiera achacar a mí el resultado, pregunté sin retirar mis ojos de la aludida:
-¿Cuál son tus otros talentos?-
Aunque había realizado la pregunta a Mary, fue su marido quien contestó:
-Es una fiera en la cama-
Absolutamente sorprendida pero sobre todo indignada, su mujer se sonrojó y comportándose como debe hacer una dama,  pidió a Bob que la acompañase a la cocina sin hacer un escándalo. 
Tuve claro que iba a ocurrir y así fue…
Desde el salón escuché los gritos de la mujer quejándose al marido de su falta de tacto y de que parecía que me la estaba ofreciendo. También me esperaba su contestación y por eso no me extraño oírle contestar que de mi visita dependía su puesto y que ya que parecía que me sentía atraído por ella, no vendría mal que fuera un poco afectuosa conmigo. Como también fue lógico, alcancé a distinguir el sonido de un tortazo y creyendo que había acabado mi labor, esperé sentado a que Bob me confirmara ese extremo.
Tuve que aguardar al menos cinco minutos y cuando ya me empezaba a desesperar, vi a Mary entrando sola por la puerta:
-Disculpa mi tardanza. Mi marido se ha sentido indispuesto y no podrá acompañarnos pero me ha pedido que vayamos cenando los dos solos y que luego si se siente bien, nos acompaña-
-Por mí no hay problema pero no quiero ser una molestia, si lo prefieres lo dejamos para otro día- contesté encantado de cómo iba discurriendo la noche.
-No, por favor, quédate- suplicó pensando quizás en que mi partida repercutiría en su nivel de vida.
Conociendo de antemano que esa mujer no se negaría pero ante todo convencido de mi capacidad para seducirla, la seguí hasta el comedor. Se la veía asustada por la aberración que le había pedido su marido y temblando de miedo, me pidió que me sentara a su lado. Sonreí al reconocer en su actitud que esa mujer estaba luchando contra los principios que había mamado desde niña y sin provocar más aun su consternación, decidí esperar a que ella diese el primer paso.
No me acababa de terminar de aposentar en mi asiento cuando desde la puerta de la cocina salió la criada trayendo la cena. Al verla enfundada en un traje excesivamente estrecho para su talla y mostrando alegremente sus formas, no pude más que mirarla. Para ser latina, era una mujer alta pero lo que más me sorprendió fue que parecía una fulana de barrio bajo y no una doncella de un piso de la novena avenida.
Mary, que no era tonta, se fijó en mi mirada y sin poderse contener, me soltó en cuanto hubo desaparecido su empleada:
-¿Te gusta?-
-No es mi tipo-
-Pues a mi marido le encanta y creo que por eso la contrató. Se cree que no me he dado cuenta de que es su amante-
Eso sí que me pilló desprevenido y soltando una carcajada, la miré diciendo:
-Yo que tú lo mataría-
-¿Por ponerme los cuernos?-
-No, por andar con eso, teniéndote a ti –
-¿No entiendo?- me preguntó con los ojos entornados esperando un piropo.
Conociendo como conocía la naturaleza femenina, busqué en mi repertorio uno que fuera ad-hoc con la situación y cogiendo su mano entre las mías, le dije:
-Es como comparar el vuelo de un águila con el aletear de una gallina-
-¿Me estas llamando águila?-
-No pero a tu lado, me siento un ratón esperando ser devorado-
-Bobo- me contestó encantada de que la considerara peligrosa y antes de que me diera cuenta, me besó.
Fue un beso tímido casi se podría decir casto pero imbuido en una sensualidad sin límites que me hizo desear levantarme y tirar todo lo que hubiera en la mesa para hacerla el amor. Mary se puso colorada al reparar en lo que había hecho y sin ser capaz de mirarme a los ojos, me pidió que probara la sopa. Para el aquel entonces, mi mente pero ante todo mis sexo no podía concentrarse en la comida sino en cómo llevármela a la cama. Dándole tiempo al tiempo, empecé a cenar mientras miraba de reojo a mi anfitriona. La mujer de mi cliente seguía luchando contra sus valores pero en cambio sus pezones totalmente excitados estaban ansiosos por que los pellizcara.
“Esta belleza está a punto de caramelo” pensé sabiendo que se desmoronaría como un azucarillo ante cualquier ataque por mi parte y por eso mientras con mi mano le acariciaba una de sus piernas, le dije:
-Siento que tu marido se haya puesto malo pero la verdad es que lo prefiero así porque pocas veces tengo la oportunidad de cenar con una mujer como tú-
-Gracias- respondió con la voz entrecortada por la sorpresa de sentir mi caricia pero sin hacer ningún intento por retirarla.
Esta vez fui yo quien la besó. Al comprobar su aceptación la traje hacía mí y sin importarme que a buen seguro su marido nos estuviera viendo, rocé con mis dedos uno de sus pechos. Mary gimió como gata en celo al sentir mis yemas recorriendo su aureola y como impelida por un resorte se levantó de la mesa, rumbo a la cocina.
“La he cagado”, pensé al verla marchar pero antes de darme tiempo a seguir comiéndome la cabeza, la vi llegar sonriendo con el resto de la cena. Sin saber a qué atenerme, aguardé a que se sentara y entonces  con una expresión entre pícara y sensual, me dijo:
-He mandado a dormir a la sirvienta. No quiero que nadie nos moleste- y acercándose a mí, me soltó:-¿Dónde estábamos?-
No tuvo que insinuármelo dos veces, cogiéndola entre mis brazos la volví a besar pero en esta ocasión mis manos se apoderaron del trasero que llevaba casi media hora volviéndome loco. Ella, lejos de enfadarla mi magreo, se retorció pegando su vulva contra mi sexo y sin esperar a que yo se lo pidiera, dejó caer los tirantes de su vestido, liberando sus pechos. No os podéis imaginar lo que sentí al ver sus dos rosados botones a mi disposición y sin esperar a que me diera permiso, bajé mi cabeza hasta ellos y sacando la lengua empecé a jugar con sus bordes.
-Son tuyos- exclamó la mujer en cuanto sintió la humedad de mi boca.
Nada se puede comparar a una mujer deseosa de caricias restregándose contra ti mientras le mamas los senos y por eso, mi pene rebotando de  gozo se irguió inhiesto contra su entrepierna. Mary al sentir la presión contra su sexo, se levantó de la silla mientras dejaba caer su vestido al suelo. Me quedé sin resuello al disfrutar de su cuerpo desnudo y venciendo cualquier formulismo, hice lo que tanto deseaba: le pedí que se quitara el tanga y tras retirar los platos, la senté en la mesa frente a mí y  empecé a recorrer con mis besos sus piernas.
Tenía un objetivo claro, esa vulva perfectamente depilada cuyos escasos pelos parecían formar un árbol de navidad y alternando  de un muslo a otro, me fui acercando a mi meta. Mientras iba recorriendo los escasos centímetros que me separaban de su tesoro, no dejé de escuchar su gozo. Mary completamente entregada no pudo aguantar su excitación y pellizcándose los pezones me gritó:
-¡Cómeme el coño!-
Levanté mi mirada porque me extrañó oír de sus labios tan abrupta exclamación y al vislumbrar su deseo, dejé los preparativos y cogiendo su clítoris entre mis dientes, los mordisqueé suavemente.
-¡Qué gusto!- exclamó separando aún más sus rodillas.
Reforzando mi dominio, introduje un dedo en su interior sin dejar de recorrer con mi lengua el hinchado botón de su sexo. Mi doble caricia la volvió loca y forzando el contacto, presionó mi cabeza contra su vulva. Convencido de que esa mujer necesitaba desfogarse y de esa manera castigar a su esposo, aceleré mis maniobras mientras le introducía una segunda falange en su interior.
-Sigue por favor- chilló temblando por la pasión que la consumía –necesito correrme-
Lamida tras lamida de mi lengua, incursión tras incursión de mis dedos, sus defensas fueron cayendo una a una hasta que desplomándose sobre la mesa, la morena no pudo más y retorciéndose en el mantel, se corrió sonoramente. Sabiendo que había vencido la batalla pero necesitando salir victorioso de la guerra, seguí torturando su sexo mientras la esposa de mi cliente se derretía en mi boca.
-¡Qué maravilla!- articuló casi llorando al sentir que su orgasmo se prolongaba más allá de lo razonable.
Abstraído en la dulzura de su flujo, no me percaté de las cotas a las que estaba llegando esa mujer hasta que de improviso un chorro líquido se estrelló contra mi cara. No me costó reconocer la eyaculación femenina y como un poseso, hice que mi boca absorbiera ese maná que Mary expelía a espuertas, de manera que, orgasmo tras orgasmo me fui bebiendo su placer hasta que completamente agotada, me pidió que parara.
Levantándola, la senté en mis piernas y como si fuera su amante, la besé tiernamente mientras descansaba.  Tras unos minutos de caricias y mimos, mis arrumacos fueron más allá y queriendo satisfacer mis propias necesidades, volví a tocarla con una clara intención:
“Necesitaba tirármela”.
Fue entonces cuando la morena me soltó  mientras se levantaba:
-¡Acompáñame!-
-¿Dónde vamos?- pregunté extrañado del cambio de ubicación.
Mary con una triste pero firme determinación me contestó:
-Mi marido me ofreció como moneda de cambio y ahora quiero que vea que no solo le he complacido sino que disfruto con ello-
Analizando sus palabras, comprendí que esa mujer quería castigar a su marido, sin saber que lo que iba a hacer era darle gusto y facilitarle las cosas. Estuve a un tris de explicarle la verdadera situación pero temí que de decírselo me iba a quedar con las ganas de disfrutar de esa hermosura y por eso, la seguí sin hablar. Descalza y completamente desnuda llegó a la escalera que subía a las habitaciones y dándose la vuelta, mirándome, me pidió que me desnudara. No puse objeción alguna y lentamente me fui desabrochando la camisa mientras ella no perdía detalle desde la alfombra granate que cubría los escalones. Fue al quitarme la camisa y empezar a despojarme del pantalón cuando ella se sentó  y sin recato, comenzó a acariciarse con el ánimo de calentarme.
Aunque no lo necesitaba porque estaba de sobra estimulado, me encantó observarla pellizcándose los pezones mientras sus ojos se mantenían fijos en mí:
-¿Te gusta los que ves?- pregunté a la mujer pero sabiendo que desde el piso de arriba, escondido tras un sillón, su marido nos observaba.
-Si- contestó y soltando un suspiro de deseo, protestó diciendo: -Date prisa-
No quise complacerla, deseaba incrementar el morbo de su pareja y por eso, dejando lentamente mi pantalón en el suelo, le dije:
-Pídeme que quieres verme desnudo-
-No te basta con saber que estoy cachonda-
-No- respondí mientras me ponía de perfil para que valorara el tamaño de mi erección.
Mary, al comprobar con sus ojos el enorme bulto que se escondía bajo mi bóxer, no pudo más y llevando la mano a su entrepierna, se empezó a masturbar mientras me decía:
-Quiero ver el pene con el que voy a poner los cuernos a mi marido-
Su cara reflejaba a las claras lo salvajemente caliente que estaba esa morena. Con la boca entreabierta, se relamía pensando en mi extensión mientras en su frente unas gotas de sudor hicieron su aparición. Sabiendo que de nada me servía hacerla esperar, acercándome a Mary, puse mi cuerpo a su disposición. La mujer, al ver que me tenía a su alcance, cogió la tela de mi calzón  y la fue bajando lentamente mientras acercaba sus labios a mi piel. Nada más liberar mi miembro, se lo fue metiendo en el interior con una lentitud que me hizo temblar.
Comportándose como una zorra insaciable, no cejó hasta que su garganta lo absorbió por entero y entonces usando su boca, lo fue sacando y metiendo a una velocidad creciente mientras con la mano reanudaba la dulce tortura de su clítoris. Sintiéndome en el paraíso, levanté mi mirada deseando comprobar que mi cliente nos observaba. Aunque resulte ridículo y patético, ese tipejo se estaba haciendo una paja viendo cómo su mujer le estaba mamando el pene a un prostituto.
No me expliquéis porque al confirmar que el marido de esa preciosidad se estremecía con la entrega de su pareja, me cabreé. Con ganas de terminar, cogí a su parienta y tras darle la vuelta, la ensarté de un solo golpe. Lo imprevisto de mi actuación lejos de molestar a Mary, la terminó de enloquecer y berreando como una histérica, me rogó que la tomara. Satisfaciendo su lujuria, la tomé de los hombros y usándolos como agarre, la penetré una y otra vez. A cada estocada, la morena me respondía con un grito de pasión, por lo que pensé que era imposible que alguien que estuviera en esa casa no se enterara de lo que estaba ocurriendo en la escalera.
-¿Quieres que siga?- pregunté a la mujer dándole un sonoro azote en el trasero.
-Sí, ¡me encanta!- contestó moviendo sus caderas.
Con el propósito de satisfacer nuestras mutuas necesidades, incrementé tanto el ritmo como la profundidad de mis ataques de tal manera que, para no perder el equilibrio, Mary se afianzó agarrándose a la barandilla de la escalera. Al hacerlo, la nueva posición me permitió sumergirme aún más en su interior y con mi glande chocando contra la pared de su vagina, seguí  machacando su sexo mientras buscaba liberar la tensión acumulada. Paulatinamente, sus gemidos y sollozos se fueron transmutando en verdaderos aullidos hasta que convulsionando, la morena se corrió sobre la alfombra. Saturadas mis papilas con su olor a hembra y  con mi miembro a punto de explotar, seguí ampliando su orgasmo con prolongadas estocadas durante unos minutos. Cuando comprendí que estaba a punto y que mi eyaculación no tardaría en llegar, le pregunté si quería que me corriera en su interior.
-Lo necesito-
Su afirmación me liberó y descargando mi simiente dentro de ella, pregoné a voz en grito mi placer mientras anegaba su sexo con húmedas y blancas andanadas.
-¡Dios mio! – vociferó la morena al sentir que todo su cuerpo se estremecía y que sus piernas le fallaban por el placer acumulado  -¡Soy tuya!-
Exhaustos pero satisfechos nos dejamos caer sobre los escalones cuando de pronto, desde el piso de arriba, nos llegó el sonido de alguien corriéndose. Fue entonces cuando Mary se percató que no solo su marido había sido espectador de nuestra pasión sino que al muy maldito le había encantado verla follando. Hecha una furia, me pidió que la siguiera. Sin saber ni que hacer, la acompañé en silencio. Nuestra inoportuna llegada sorprendió a Bob con los pantalones bajados y con su pene en la mano.
Cabrada y humillada, la mujer le miró con desprecio y girándose hacía mí, me preguntó si tenía prisa:
-No- respondí cortado por la escena.
-Bien, ¿Puedes quedarte toda la noche?-
-Si- contesté sin saber a ciencia cierta que opinaría mi cliente.
Mary, soltando un sonoro bofetón a su esposo, le dijo:
-Ya que te gusta tanto mirar mientras me follan, ahora tendrás que soportar que le entregue a Alonso lo que nunca te he dado ni te voy a dar- y dirigiéndose a mí, me soltó: -¡Quiero que me desvirgues el culo!-
Llevándome a empujones hasta su cama, no tuve más remedio que satisfacerla. Esa noche no solo me acosté con una de las mujeres más bellas que conozco sino que al desflorarle su trasero, vi incrementada mi tarifa. Tarifa que aunque parezca imposible, su marido pago gustoso ya que según él, había sido la mejor experiencia de su vida. Desde entonces, sigo con el papel de inversor forrado y una vez al mes, ese matrimonio me invita a cenar, tras la cual, disfruto de Mary mientras su marido nos observa desde el sofá.


Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 

Relato erótico: “Prostituto 18 Follando en el Central Park” (POR GOLFO)

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En contra de lo que se considera una norma no escrita sobre el sexo, hay personas que busca incrementar el morbo de una relación haciendo participes de sus andanzas a mucha gente. Estoy hablando de los exhibicionistas. Durante mi vida he hallado a muchas mujeres que les pone que alguien las contemple desnudas o haciendo el amor pero este no es el caso que os voy a narrar hoy sino el de una morena que solo conseguía excitarse viendo a otros en plena faena.
Pensareis que es raro pero no es así, todos tenemos algo de voyeur, pensad en si no os habéis puesto como una moto alguna vez con la mera observación de una película porno.
¡Qué tire la piedra quién no se haya hecho una paja viendo una escena subida de tono en la televisión!
Todos y cada uno de nosotros  somos de alguna manera unos mirones, pero jamás me encontré con nadie en la que esta inclinación estuviese tan marcada como en Claire por eso os voy a narrar los tres primeros días con ella.
 
 
1er día: La descubro.
Curiosamente no la conocí a través de Johana, mi jefa, sino un día que estaba corriendo en el Central Park. Normalmente nunca usaba ese lugar para correr, pero ese día decidí ir allí. Acababa de empezar a estirar cuando vi a un portento de la naturaleza haciendo lo mismo que yo. No os podéis imaginar su belleza. Con un cuerpo atlético producto de entrenamiento, esa monada era todo lo que uno puede desear de una mujer. Guapa hasta decir basta, estaba dotada por dios de un par de `pechos de ensueño, de esos que nada más contemplarlos uno ya desea hundir la cara en su canalillo. Al mirar hacía mi alrededor vi que al menos uno docena de corredores estaban tan embelesados como yo.
“¡Qué buena está!” exclamé mentalmente al verla agacharse y tocarse la punta de sus zapatillas.
Si su  rostro era precioso que os puedo decir de ese culo que involuntariamente puso en ese momento a mi disposición. Si quisiera describirlo tendría que gastar todos los seudónimos de bello y aun así me quedaría corto. Era sencillamente espectacular y para colmo, las mallas que llevaba lejos de taparlo, lo hacían aún más atractivo.
Desde mi posición, me quedé absorto disfrutando de los estiramientos de esa mujer. Os parecerá una exageración pero aunque he visto a muchas y he disfrutado de buena cantidad de ellas, ese primor era diferente. Parecía sacada de un concurso de belleza pero encima la forma en que se movía incrementaba el morbo de todos los que la observaban. Era una mezcla de pantera y gatita. Algo en ella te advertía del peligro pero a la vez al observarla uno solo podía pensar en cuidarla y protegerla. Mis hormonas estaban ya disparadas cuando habiendo terminado de calentar, esa cría salió corriendo y aunque yo no había hecho más que empezar, decidí seguirla aunque eso significara una lesión. No podía permitirme el lujo de perderla antes de conocerla y por eso trotando fui tras ella.
Su modo de correr tampoco me decepcionó porque marcando un ritmo lento esa criatura era impresionante. A cada zancada sus pechos rebotaban suavemente bajo su top, dando a su carrera una sensualidad sin límites. Incapaz de abordarla, seguí su estela durante media hora y digo su estela, porque manteniéndome a cinco metros de distancia, el aroma que desprendía me traía loco. No sé cuál era el perfume que llevaba pero, para mí en esos instantes, era un cúmulo de feromonas que me traían como perro en celo.
En un momento dado, se salió del camino  principal y se metió por una vereda entre árboles. Dudé en perseguirla porque bajo el amparo de los otros deportistas no había forma que me descubriera pero en mitad del bosque, sin duda se iba a dar cuenta de mi seguimiento. Afortunadamente  me dejé llevar por mi naturaleza y dándole una ventaja considerable, la seguí a campo través.
“¿Dónde Irá?” pensé al percatarme que esa mujer iba buscando algo por que de vez en cuando se paraba tras un árbol como si estuviera oteando una presa.
Su actitud me hizo incrementar mis precauciones y como un auténtico acosador, fui tras ella escondiéndome de su mirada. Llevaba unos cinco minutos en la arboleda cuando la vi pararse y esconderse detrás de una roca. Para el aquel entonces la curiosidad me había dominado por lo que imitándola, hice lo mismo pero buscando la protección de unos arbustos.
¿Qué coño está haciendo?” mascullé interiormente justo cuando descubrí que, unos metros más allá de la mujer, se encontraba una pareja haciendo el amor.
Os imaginareis mi sorpresa al comprender que esa maravilla se había internado en esa zona poco frecuentada para observar a la gente que, aprovechando la penumbra, daba rienda suelta a su pasión. Aunque estaba a menos de veinte metros de su posición, deseé tener unos prismáticos cuando creyendo que estaba sola, la morena se empezó a acariciar los pechos por encima de la tela.
No estoy muy orgulloso de mi actitud pero creo que disculpareis que me haya quedado agazapado allí, en cuanto os diga que esa muchacha se fue calentando poco a poco viendo a ese par follando hasta que sin poderlo evitar metió sus manos por debajo del pantalón y se empezó a masturbar.  Lo que en un inicio fueron leves toqueteos se fueron convirtiendo en una paja a toda regla, llegando incluso a tener que bajarse el pantalón para permitir que sus dedos recorrieran con más libertad su sexo. Su striptease involuntario me dio la oportunidad de disfrutar de ese culo formado por dos duras nalgas y un ojete rosado que desde ese momento supe que tenía que hollar.
“¡Dios!” rumié en silencio mientras mi propia mano se deslizaba por debajo de mi short.
Curiosamente mientras liberaba mi miembro, me percaté que estaba haciendo lo mismo que ella: Me estaba masturbando como un puto mirón y no me importó. El morbo de verla abierta de piernas, torturando con los dedos su hinchado clítoris mientras su otra mano pellizcaba alternativamente cada uno de sus pezones era demasiado para dejarlo pasar y por eso no tardé en sincronizar los movimientos de mi muñeca con los de sus yemas.
Gracias a que estaba tan enfrascada mirando a la pareja y a que esos dos berreaban con cada penetración, no se dio cuenta que al tratarme de acomodar pisé una rama e hice un ruido descomunal. Paralizado creí ser descubierto pero me tranquilicé al confirmar que esa monada seguía masturbándose como si nada. Desgraciadamente todo tiene un final y al escuchar que la mujer se corría calladamente, decidí escabullirme de allí, no fuera ser que me pillara.
Ya en la senda principal del parque y rodeado de una docena de corredores que garantizaban mi anonimato, giré mi cabeza hacia atrás y descubrí que la belleza había salido también del bosque y que como si nada había reiniciado su marcha. Pero lo que me dejó francamente impactado fue que al mirarle la cara, creí reconocer una mirada cómplice en ella y creyendo que todo era producto de mi imaginación, aceleré mi paso alejándome de ella.
Alejándome físicamente porque no mentalmente, ya que, incluso en la soledad de mi piso y cuando ya estaba bajo la ducha, mi cerebro seguía en mitad del Central Park soñando con estar entre sus brazos. El agua al caer sobre mi piel consiguió limpiar mi sudor pero no pudo alejar su recuerdo por lo que nuevamente, al ver la tremenda erección de mi sexo, me tuve que recrear en el placer onanista mientras tomaba la decisión de al día siguiente volver a ese parque.
 2º día: Vuelvo a donde la descubrí.
 

No os sorprenderá saber que a la misma hora y en el mismo sitio, estaba la mañana después. La verdad es que os tengo que confesar que llegué veinte minutos antes porque no quería perderme a esa belleza. Como no estaba, me puse tranquilamente a calentar los músculos contra una valla pero lo que realmente fue tomando temperatura fue mi mente con la perspectiva de volverla a ver.

Al llevar un buen rato allí, me empecé a desesperar al temer que no fuera a venir. La noche anterior cuando tomé la decisión pensé en que como toda corredora, lo más normal era que tuviese una rutina y que ese fuera el lugar donde usualmente hacía ejercicio y más cuando tratando de recordar, no encontré otro parque donde a primera hora del día hubiese parejitas follando pero su ausencia me llevó a pensar en lo peor y que su presencia hubiese sido solo producto de la casualidad.
Ya estaba a punto de darme por vencido cuando la vi llegar con un pantaloncito azul y un top rosa con el que se la veía más atractiva si cabe. Realmente mirándola bien, tuve que reconocer que me daba igual como viniera porque esa tipa estaría de infarto incluso con un burka. Lo único que difería del día anterior es que en esta ocasión, llevaba una cartuchera. Pero si algo me dejó impactado es que al pasar a mi lado y antes de ponerse a calentar me saludó con una sonrisa.
“¿Me habrá visto espiándola?” pensé creyendo que me había pillado pero tras pensarlo durante unos instantes, recapacité al advertir que si así fuera, su saludo no sería tan afectuoso.
Aunque yo ya estaba listo para salir a correr, me entretuve disimulando que estaba todavía frío mientras ella terminaba de estirar, de forma que nuevamente la seguí cuando ella empezó a correr.  La mujer volvió a coger el mismo ritmo pausado al trotar, de manera que sentí una especie de deja vu al irse desarrollando la mañana como cuando la descubrí.  Metro a metro, minuto a minuto, parecía una repetición y por eso al irnos acercando a donde ella había dejado la senda principal, me empecé a poner nervioso:
“Ojalá quiera espiar igual que ayer” pensé sin darme cuenta que ese deseo era exactamente lo que yo estaba haciendo.
Cuando la vi internarse en el bosque, mi corazón saltó de alegría y como un vulgar acosador la seguí en su carrera. Como ya sabía sus intenciones, permanecía alejado pero sin perderla de vista. No llevábamos más de tres minutos inmersos en la espesura cuando advertí que la morena había hallado a quien mirar y que sin temer si alguien la seguía se habría ocultado tras un enorme árbol.
Al fijarme en la pareja del medio del claro, descubrí con disgusto que eran un par de gays dándose por culo pero eso no fue óbice para que aprovechando una zanja del terreno me tumbara a observar a la mujer. Centrado únicamente en ella, me sorprendió que casi sin darme tiempo a acomodarme, la morena se hubiese desnudado completamente y sin recato alguno se empezara a masturbar.
“¡Le deben poner los maricones!” pensé mientras bajándome la bragueta yo hacía lo propio.
Si no llega a ser porque era imposible, hubiera pensado que se estaba exhibiendo ante mí ya que separó sus piernas en dirección a donde yo estaba, dejándome disfrutar de su sexo inmaculadamente depilado. No pude más que relamerme soñando con un día en que mi lengua recorriera los pliegues de esa obra de arte, antes que ella abriendo la cartuchera que había dejado en el suelo, sacara un consolador.
“¡No me lo puede creer!- pensé al mirar como con sus dedos apartaba los labios de su sexo para, sin más preparativo, meterse ese falo artificial hasta el fondo de sus entrañas.
Sin dejar de mirar a los homosexuales y usándolo a modo de cuchillo, se lo fue clavando en su interior mientras con los dedos se pellizcaba los pezones. Lo morboso de la escena, me volvió a cautivar y sin demora, saqué mi miembro y uniéndome a esa locura, me empecé a tocar con los ojos fijos en la belleza de esa chavala.
“Puta madre” exclamé mentalmente cuando esa cría se dio la vuelta y poniéndose a cuatro patas, se enfrascó el dildo por el ojete.
Esa acción derrumbó mi esperanza de ser yo el primero en darla por culo pero incrementó de sobremanera mi excitación y juro que de no estar paralizado por el miedo al rechazo, hubiera ido hasta ella y sacando ese invasor de su culo, lo hubiera sustituido por mi pene. Esa nueva postura enfatizó aún más si cabe su propia lujuria y sin importarle el ser oída por los dos hombres empezó a berrear de placer mientras desde mi  escondite, yo seguía erre que erre intentando liberar mi tensión.
Sus gritos alertaron a la pareja y cogiendo sus cosas del suelo, salieron huyendo del lugar pero su espantada no produjo el mismo efecto en la mujer que incrementando la velocidad con el que se metía una y otra vez el aparato siguió dándome un maravilloso espectáculo. No me expliquéis que fue lo que me motivo a levantarme de la zanja pero lo cierto fue que incorporándome y con mi polla entre las manos seguí pajeándome disfrutando de esa visión.
No llevaba más de un minuto en pie cuando ella llegó al orgasmo y mirándome a los ojos, me sonrió:
-Termina o tendré que masturbarme otra vez- dijo en voz alta para que lo oyera.
Asustado al haber sido descubierto, salí corriendo mientras escuchaba su carcajada a mis espaldas. Os reconozco que fui un cobarde pero no giré la cabeza hasta que salí de ese parque. Ya en mi casa me arrepentí de mi cobardía y mientras terminaba lo empezado, decidí volver al día siguiente.
3er día: Usado y follado en el Central Park.
Aterrorizado pero confieso que dominado con la idea de volver a verla, llegué  al día siguiente al Central Park. Me había pasado toda la noche pensando en ella y por mucho que intenté satisfacer mi lujuria a base de pajas, esa mañana me levanté con un mástil entre mis piernas. Ella ya estaba calentando cuando crucé las puertas de ese lugar. Al llegar me miró brevemente y sin hacer ningún comentario siguió estirando. Extrañado por su falta de reacción, di inicio a mis estiramientos de manera que cinco minutos después estaba listo.
Fue entonces cuando pasando por mi lado, me soltó:
-¿Me acompañas?-
No pude responderla. Ella ni siquiera lo esperaba porque sin mirar atrás salió corriendo por la vereda. Tras unos instantes de confusión, salí tras ella y gracias a su ritmo pausado no tardé en alcanzarla. Al llegar a su lado, le pregunté su nombre. Ella con un reproche en su rostro me contestó:
-Claire. Pero te pediría que no hables, estoy corriendo y no quiero distracciones-
Sus frías palabras me dejaron helado pero sumisamente seguí trotando a su lado pero esta vez siendo incapaz de mirarla. Mi mente intentaba analizar su actitud. No conseguía entender que me hubiera pedido que la acompañase y en cambio se mostrara tan reacia a entablar conversación. Tras pensarlo mientras corría, decidí que le seguiría la corriente y esperaría a ver qué ocurría. En silencio recorrimos los primeros kilómetros y cuando vi que nos acercábamos al lugar donde esa mujer se desviaba del camino, me empecé a poner nervioso sobre todo al comprobar de reojo que sus  pezones se marcaban bajo el top.
Al llegar a la curva, sin avisar, Claire se salió del camino. Al internarse en el bosque, me pidió que no hiciera ruido y sigilosamente fue en busca de alguien al que espiar. El frio de esa mañana en Nueva York hizo que tardáramos más de lo habitual en encontrar a alguien retozando en la espesura y cuando lo hayamos resultó ser un par de adolescentes. Recién salidos de la pubertad, un chaval y una chavala estaban besándose tranquilamente en un claro sin saber que en esos instantes eran objeto de nuestro escrutinio.

Mi acompañante al verlos, se dio la vuelta y me dijo:

-Menuda suerte. Conozco a esos críos y son unas máquinas-
Al decírmelo, me los quedé mirando y nada en ellos me hacía suponer ese extremo por lo que acomodándome al lado de Claire, dejé que transcurrieran los minutos. La lentitud con la que el muchacho se lo tomó, me permitió estudiar a la mujer que tenía a mi lado. Sentada sobre un tronco, no perdía comba de lo que esos críos estaban haciendo unos metros más allá pero lo más raro de todo es que parecía haberse olvidado de mi presencia.
-Mira, ahí van- me alertó.
Girándome hacia el claro, observé que el chaval estaba acariciando los pechos de su novia por encima de la camisa y al no ver nada extraordinario en ello, me quedé callado. Ajeno a estar siendo espiado, el muchacho se fue  desabrochando los botones de la camisa ante la mirada ansiosa de su novia, la cual esperó a que terminara de hacerlo para ella misma  irle despojando de su pantalón. Cuando ya tenía los pantalones en el suelo, el criajo se sacó el miembro y poniéndoselo en la boca, le exigió que se lo comiera. La rubita no espero a que se lo repitiera y con una sensualidad sin límites, sacó su lengua y mientras recorría con ella los bordes de su glande, cogió entre sus manos los testículos del chaval.
-¡Como me ponen estos críos!- susurró la voyeur acomodándose en el tronco.
Totalmente absorta contemplando a ambos niños, Claire empezó a acariciarse sus propios pechos mientras su rostro reflejaba que la excitación le empezaba a dominar. En ese momento dudé entre seguir observando a mi acompañante o centrarme en la cojonuda mamada  que esa bebé le estaba realizando a su pareja pero fue la mujer la que me sacó de dudas al decirme sin dejar de mirar hacia el claro:
-Tócame-
Supe lo que quería y no pude negarme. Colocándome en su espalda me senté tras ella y sin darle tiempo a negarse, empecé con mis manos a recorrer su cuerpo, mientras esa colegiala usaba su boca para darle placer a su enamorado. Claire al sentir mis yemas acariciando su piel, gimió calladamente con la mirada fija en la pareja. Su aceptación me permitió ser más osado y metiendo mi mano  por debajo de su top, cogí una de sus aureolas entre mis dedos.
Su pezón ya estaba erecto cuando llegué hasta él y como si fuera una invitación, lo pellizqué mientras mi otra mano se dirigía hacia la entrepierna de la mujer. Esta, sin girarse, separó sus rodillas dándome entrada a su vulva, la cual acaricié sin dudar, sacando sus primeros  suspiros. Entre tanto, el chaval había agarrado la cabeza de su novia y moviendo las caderas, le metía el falo hasta el fondo de su garganta.
-Me encanta- sollozó la voyeur y no contenta con ello, sin pedirme mi opinión se despojó del short y pasando su mano hacia tras, empezó a frotar mi miembro.
Haciendo lo propio, me quité el pantalón, tras lo cual, la levanté de su asiento y atrayéndola hacia mí, puse mi verga entre sus piernas. Ella se lo esperaba porque acomodándose sobre mí, dejó que mi glande forzara los pliegues de su sexo y de un solo arreón, se empaló sobre mí. Ni siquiera pestañeó al notar que mi extensión se abría camino por su interior y con la mirada fija en los muchachos, me dejó claro que tenía que ser yo quien tomara la iniciativa.
-Eres una puta pervertida- susurré a su oído mientras le pellizcaba los pezones –estoy seguro que te has corrido en multitud de ocasiones, mirando a esos críos follando-

-Sí- gimió moviendo su culo e iniciando un suave cabalgar, me pidió que siguiera diciéndole lo puta que era.

Comprendí al instante que a esa zorra le enloquecía el lenguaje mal sonante y por ello, le di un azote en el culo mientras le decía:
-¡Zorra! ¡No te da vergüenza excitarte viendo a alguien tan joven! ¡Deberían llevarte a la cárcel y ahí te violara una interna mientras las otras miraban-
La imagen de ella siendo usada por una mujer teniendo a un grupo numeroso observando, consiguió su objetivo y pegando un grito amortiguado, aceleró sus movimientos. Allá en el claro, el chaval ya había eyaculado en la boca de la niña pero gracias a su juventud, seguía con el pene totalmente tieso. Su novia no perdió la oportunidad y levantándose la falda, se quitó las bragas, para acto seguido ponerse a cuatro patas.
-Fóllame- gritó casi gritando.
El aludido obedeciendo se puso tras ella y tras tantear con su pene en los labios  de su sexo, forzó su entrada mientras yo hacía lo mismo con Claire. Mi acompañante al ver al adolescente penetrando a su pareja no pudo más y sin previo aviso se corrió entre mis piernas. Yo al sentir su flujo por mis muslos, le agarré la cabeza y llevándola hasta mi boca, le dije:
-Eres una guarra. Cuando termine de follarte, te daré por culo y después te exigiré que limpies con tu lengua tus meados-
Claire al oírme, aulló como una loba y retorciéndose sobre mi polla, prolongó su éxtasis.
-Dios- chilló al sentir mi dedo en su ojete- Dale a esta puta lo que se merece-
Su entrega me hizo cambiar de posición y obligándola a apoyarse contra una roca, empecé a tomarla olvidándome de los chavales. Usando mi pene a modo de garrote, fui golpeando su sexo con tanta dureza que mis huevos rebotaban contra su clítoris convertido en frontón.
-¡Más!, ¡dame más!- berreó a voz en grito.
Ese alarido descubrió nuestra presencia pero no me importó y obviando las miradas alucinadas del par, le agarré las tetas y usándolas como apoyo, proseguí martilleando su vulva.
-¡Me encanta!- sollozó llevando una de sus manos hasta su sexo -¡Folla a esta guarra mirona!-
Acelerando mi ritmo, lo convertí en infernal hasta que derramando mi simiente me corrí en las profundidades de su vagina. La voyeur chilló desesperada al sentir su interior sembrado y temblando desde la cabeza a los pies, se unió a mi gritando:
-¡Me corro!-
Habiendo vaciado mis huevos, la obligué a arrodillarse a mis pies y le solté mientras acercaba su boca a mi falo:

-Reanímalo que te voy a dar por culo-

Increíblemente, en ese instante, descubrí que los niños se habían acercado a donde estábamos y que sin dejar de mirarnos habían reiniciado su lujuria. Aunque suene rocambolesco, el muchacho se estaba follando a su novia nuevamente pero esta vez a escasos metros y sin dejar ninguno de los dos de tener los ojos fijos en lo que hacíamos.
-¡Mira puta! ¡Tenemos compañía!- le grité señalando a la dos –Ni se te ocurra defraudarlos-
Claire al comprobar mis palabras se dio más maña si cabe en avivar a mi miembro y tras haberlo conseguido, se dio la vuelta y separando sus nalgas, me imploró que la tomara. No fue necesario que insistiera porque mojando mi pene en el interior de su coño, usé su flujo como lubricante y de un solo empujón, clavé toda mi extensión en su culo.
-Ahhh- aulló de dolor al sentir forzada su entrada trasera pero no hizo ningún intento por evitar semejante agresión sino que esperó  a que yo imprimiera el ritmo.
Había decidido dejar que se habituara a tenerlo incrustado en sus intestinos cuando desde su posición escuche que la colegiaba me gritaba:
-¡Rómpeselo a lo bestia!-
Sus palabras azuzaron mi deseo y sacando y metiendo mi miembro con velocidad cumplí el deseo de esa rubita mientras mi acompañante se derretía siendo forzada hasta lo imposible.
-¡Azótale el culo! ¡Seguro que le gusta!- gritó esta vez el crío mientras su pene desaparecía una y otra vez en el sexo de su acompañante.
Cumpliendo su sugerencia, di una sonora cachetada en la nalga de la desprevenida Claire, sacando un berrido de su garganta. Alternando fui marcando un ritmo cada vez más veloz en las ancas de la mujer, mientras ella chillaba a los cuatro vientos su placer hasta que no pudiendo más se dejó caer sobre el suelo. Verla indefensa no aminoró mi lujuria y volviéndole a insertar mi extensión en su ojete, busqué mi liberación sin darle pausa.
La mujer volvió a convulsionar de gusto, al experimentar otra vez horadada su entrada trasera y con lágrimas en los ojos, me pidió que no me corriera aún. Pasado un minuto, comprendí su deseo cuando desde donde estaban los niños, escuché que la rubita se corría y entonces uniéndose a ella, se volvió a correr diciendo:
-Ahora, ¡córrete ahora!-
Impactado por el cumulo de sensaciones y en gran manera por los chillidos de la colegiala, mi pene explotó anegando el culo de la corredora.  Agotado me desplomé sobre la mujer, la cual me echó a un lado e incorporándose se empezó a vestir.
Sin comprender todavía lo que había pasado, me la quedé  mirando mientras se ponía el top. Fue entonces cuando el propio chaval me despejó mis dudas, diciendo:
-¡Hasta luego Claire!, ¡Nos vemos!-
La mujer sonrió y dirigiéndose a mí, me dijo antes de salir trotando del parque:
-A ti te espero mañana, no me falles o tendré que buscar otro mirón que me acompañe-
Alucinado por la situación, le dije adiós tras prometerle que allí estaría, tras lo cual y sin mirar atrás, esa mujer desapareció de mi vista. Convencido que había terminado por ese día, me empecé a vestir cuando, con una risa infantil, la niña me soltó:
-Nosotros no hemos terminado, si quieres puedes quedarte-
Aunque jamás lo creí posible, algo me obligó a quedarme en el sitio durante más de una hora viendo a esos dos follando una y otra vez pero lo más absurdo de todo es que me masturbé mientras lo hacían.


Relato erótico; “Mi obsesión por el culo de la profesora de mi hija” (POR GOLFO)

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El culo de la profesora.

No había padre que no volteara a ver el culo de esa profesora. Desde que mi hija entrara en la escuela, cada vez que iba a recogerla, no podía dejar de aprovechar la ocasión para echar una mirada a ese primor de trasero. Durante dos años, me había hecho multitud de pajas en su honor. No solo era  grande y duro, lo que en verdad enloquecía a los hombres era su manera de menearlo. Consciente y orgullosa de ser la dueña de semejante monumento, Patricia lo exhibía sin disimulo, vistiendo diminutas minifaldas y todavía más exiguos shorts.  Nadie era inmune. A todos, y yo no podía ser una excepción, se nos hacía agua la boca al disfrutar de la visión de esa morena cuando, con una sonrisa, nos entregaba a nuestros hijos.
Era joven, no tenía más que veinticinco años y aun así desprendía una madurez que te cautivaba. Con un culo espectacular, una cara preciosa, para colmo, la naturaleza le había dotado de unos pechos que te invitaban a meter la cabeza entre ellos. En resumen, esa muchacha era una mujer de bandera, de esas que adoran los padres y ponen celosas a las madres de todo el que tenga la suerte de ser su amigo.
Como mi niña era buena estudiante, nunca tuve que ir a verla, es más, creo que, si hiciera memoria, jamás hasta ese día, había cruzado cinco palabras seguidas con ella y por eso me sorprendió que, una tarde, la cuidadora de mi hija me entregara una nota suya. Extrañado, abrí el sobre donde me mandaba el mensaje. Al leerlo vi que lejos de ser una reprimenda a su  alumna, la profesora me decía que estaba impresionada de la capacidad de María y que quería saber si podía pasarme, por el colegio,  ese lunes a las tres.
Ni que decir tiene que le metí a mi chavala en su mochila una breve nota mía, confirmando la cita. Sin saber qué era lo que quería, no le di demasiada importancia, mandándolo al baúl de los recuerdos y no volví a pensar en ello hasta el día de la entrevista. Esa mañana al recordar que tenía que ir a verla, me vestí con mis mejores galas y hecho un pincel, fui a verla.
Al llegar, me dirigí directamente a la sala de profesores. Estaba cabreado conmigo mismo al darme cuenta que me estaba poniendo nervioso por el mero hecho de hablar con ella.
“Joder, Alberto, que no eres un crio”, me decía tratando de calmarme, “a tus treinta y cinco años no puedes ser tan idiota de alterarte por la idea de ver a esa mujer”.
Por mucho que lo intenté, seguía temblando como un flan, cuando toqué la puerta. Desde dentro, la profesora me pidió que pasara. Al entrar, me tranquilicé al ver que no se levantaba de la mesa, ya que así, no tendría que sufrir la tentación de verla en pie.
-Siéntese, por favor- dijo casi sin levantar la mirada del expediente que estaba leyendo. Su voz gruesa, casi masculina, era quizás más subyugante que su trasero y nuevamente excitado, tomé asiento.
Tardó todavía dos minutos en hacerme caso, ciento veinte segundos que solo sirvieron para incrementar mi deseo al darme la oportunidad de dar un rápido repaso a esa anatomía de película. Patricia se había puesto para la ocasión una escotada blusa que dejaba entrever las sensuales formas de su pecho.
“Mierda”, exclamé mentalmente al sentir que bajo mi pantalón, mi pene se empezaba a alborotar.
Afortunadamente, sus primeras palabras cortaron de cuajo mi entusiasmo.
-Es divorciado, ¿no?- soltó, haciéndome recordar el abandono de la zorra de mi mujer.
-Sí-
-¿Y tiene usted, la patria potestad de María?-
Bastante mosqueado por el interrogatorio, contesté afirmativamente y sin cortarme un pelo, me quejé de a que venía eso.
-Perdone mi falta de tacto, pero quería asegurarme antes de plantearle un asunto-, me dijo un tanto avergonzada, –Verá, el colegio ha seleccionado a su hija para que nos represente en una olimpiada de conocimientos y queremos pedirle su consentimiento-
No tuve más remedio que reconocerle que no tenía ni puñetera idea de lo que me estaba hablando. Ella, soltando una carcajada, me explicó que era un concurso a nivel nacional y que de aceptar mi niña, durante todo un fin de semana, competiría con los mejores expedientes del país.
-Le aconsejo que la deje ir, si gana se llevaría una beca-
Sin necesitar dicha ayuda, comprendí que además de ser un honor, era una oportunidad y por eso, no puse  traba alguna y casi sin leer, firmé los papeles que la muchacha me puso enfrente. Ya me había despedido, cuando desde la puerta recordé que no sabía cuándo ni dónde iba a tener lugar.
-El uno de marzo en Santander-
Alucinado que se tuviera que desplazar tan lejos, pregunté quien la iba a acompañar:
-Por eso no se preocupe- contestó sin saber lo que su respuesta iba a provocar en mí: -El colegio se hace cargo de mi estancia  y la de ustedes dos-
“¡Puta madre!”, mascullé entre dientes al pensar en la tortura que supondría pasar todo un fin de semana con ese bombón. Sabiendo que era inalcanzable, esos dos días serían una dura prueba a superar. De nuevo le dije adiós, pero esta vez, salí huyendo y ya en el coche, idílicas imágenes de esa mujer entregándose a mis brazos, poblaron mi imaginación.
Clases extra.
Quedaban dos meses para el concurso, por lo que, supuse que con el paso de los días, me iba a ir serenando. ¡Qué equivocado estaba!. Esa misma tarde, mientras estaba en la oficina, recibí una llamada suya al móvil. En ella, me informó que, como el director estaba muy interesado en ganar, había autorizado a que después del horario normal, María recibiera clases extra. Tal y como lo planteó, me pareció lógico pero tuve que negarme:
-Lo siento es imposible, la cuidadora de mi hija termina su turno a las seis y si se queda más tiempo en el colegio, no tengo a nadie que la recoja-
-Por eso no se preocupe- contestó, -había pensado en dárselas en mi casa y que usted, al salir de trabajar, la recogiera sobre las ocho-
Comprendiendo que aunque perdiera, ese refuerzo redundaría en beneficio de la cría, no pude negarme y aceptando, le pregunté qué días iban a ser:
-Martes y jueves- respondió y tras titubear un poco, me pidió que no hablara con los otros padres sobre ello – Sabe cómo es la gente, si se enteraran, se quejarían de que sus hijos no reciben el mismo trato-.
-No se preocupe- respondí y pidiéndole la dirección donde recoger a mi hija al día siguiente, colgué el teléfono.
“Hay que joderse”, pensé mientras volvía a concentrarme en mi pantalla del ordenador, “¿cómo coño voy a hacer para no ponerme bruto cada vez que la vea?”.
Gracias a que mi secretaria entró con unos cheques para firmar, no seguí reconcomiéndome con la idea. Tres horas más tarde, al llegar a mi apartamento, mi hija estaba encantada. Patricia le había explicado que dos días a la semana, iba a  darle clase en su casa.
Aproveché ese momento para preguntarle por ella. María, sin saber las motivaciones de esa pregunta, me contestó que le tenía enchufe y que era muy cariñosa con ella. Lo que no me esperaba es que la cría me soltara que su profesora llevaba todo el año preguntando por mí. Alucinado, tuve que indagar en su respuesta y sin darle importancia, dejé caer a que se refería:
-Papá, creo que le gustas- respondió soltando una risita -esta tarde me sonsacó si tenías novia- .
La confidencia de la niña de diez años me turbó y cambiando de tema, le dije que ese fin de semana íbamos a ver a la abuela. María adoraba a mi madre por lo que el resto de la cena, estuvimos planeando la visita. Aunque ella se había olvidado de la conversación, yo no pude. Y al meterme en la cama, no pude evitar imaginarme como sería ese estupendo culo al natural. Soñando que la poseía y derramándome sobre las sábanas, me corrí.
Al día siguiente, me levanté cansado. No había podido dormir, cada vez que intentaba conciliar el sueño, veía a Patricia desnuda susurrándome que la hiciera mía. No sé cuántas veces soñé con ella, esa noche, aunque fuera fantaseando, la tomé de todas las formas imaginables. Habíamos hecho el amor dulcemente, salvajemente e incluso, durante esas horas, había desvirgado ese trasero que me traía loco. 
Durante todo el día, estuve irritable. Saltaba como un energúmeno ante la más nimia contrariedad, mi propio socio, en un momento dado, me preguntó que me pasaba. Al contárselo, se descojonó de mí, diciendo:
-Macho, no te comprendo. Si está tan buena como dices, ¡qué haces que no le saltas al cuello!-.
-Ojalá pudiera. Ante ella, me quedo como un idiota, parado, sin saber que hacer-.
-Pues fóllatela, que falta te hace. Llevas demasiado tiempo sin tener a una mujer en tus brazos- respondió dando por zanjada la conversación.
“¿Follármela?, ¡si ni siquiera puedo hablar con ella, sin que se me ponga la piel de gallina!”, me recriminé dándolo por perdido. 
A las ocho, llegué puntualmente a su dirección y tocando al telefonillo, le dije que había llegado. Patricia me pidió que subiera, porque aún les quedaba diez minutos para terminar la lección. Cogiendo el ascensor, los nervios me atenazaban el estómago. Tratando de sosegar mi ánimo, me acomodé la corbata ante el espejo y al mirarme, comprendí que era inútil el soñar que esa mujer se fijara en mí. No solo era la diferencia de edad, mientras ella era un portento, yo era uno del montón.
Al salir, la profesora me esperaba en el zaguán. Vestida con un pijama de franela, lejos de menguar su atractivo, se incrementaba, al dotarle de un aspecto aniñado. Contra su costumbre de saludar con la mano, Patricia me dio un beso en la mejilla y sin más, me llevó a su salón:
-¿Quieres algo?- me preguntó tuteándome por primera vez, -María va a tardar un rato.
-No, muchas gracias. Estoy bien- respondí cortado.
Ella sonrió y dejándome, se marchó a terminar. Aprovechando que estaba solo, me puse a fisgonear las fotos de la habitación, buscando algún indicio que me permitiera conocer más a esa mujer. Pude averiguar poca cosa, porque la mayoría de ellas eran de la clase de mi hija. Solo cuando ya había perdido la esperanza, observé que, sobre una mesa camilla, había una en la que aparecía en bikini.
Incapaz de contenerme, la cogí en mis manos y totalmente excitado, disfruté al verla casi desnuda. Quien hubiese tomado esa instantánea, la había pedido que adoptara una pose sensual. Con los brazos alzados, la postura me permitió regocijarme en sus pechos. Tapados únicamente por un triángulo de tela, se podía comprobar la perfección de sus formas. Tan absorto me quedé, que no me di cuenta de que mi hija y su profesora habían terminado y me miraban desde la puerta. Abochornado, devolví la foto a su lugar y despidiéndome, cogí a mi cría y me fui.
“¡Qué vergüenza!”, pensé ya en el coche, “se ha dado cuenta  que me pone como una moto”.
Pensando que me había pasado y que de nada servía pedir perdón, porque eso solo empeoraría las cosas, decidí no repetir el mismo error. Ni que decir tiene que esa noche al meterme en la cama, volví a soñar con ella y dando vía libre a mi lujuria, me masturbé en su honor.
Me dejo llevar por su juego.
Dos días después, comprendí que esa mujer no solo no se había sentido molesta por el repaso que había dado a su anatomía a través de la foto, sino que se había sentido alagada. Os preguntareis el porqué de mi afirmación, pues, muy fácil:
Ese  jueves, al llegar a su casa, nuevamente Patricia me pidió que subiera y como si fuera un calco de lo ocurrido el martes, me dejó solo en el salón. Al mirar la mesa donde estaba en bikini, me percaté que dicha foto ya no estaba pero lejos de apenarme su ausencia, alucinado, descubrí que había dejado otras dos en su lugar.  Si ya era sensual la anterior, con gozo, disfruté de sus sustitutas. La primera de ellas era  un primer plano de su culo. Los granos de arena blanca pegados a las nalgas de esa mujer hacían contraste con lo moreno de su piel. Mi pene salió de su letargo al verla pero se irguió dolorosamente dentro de mi pantalón al regocijarme en la segunda. Esta era aún más explícita, ya que, era una pose artística donde la dueña de la casa aparecía completamente desnuda, tapándose con sus manos los pechos y la entrepierna.
“¿A qué coño juega?”, me pregunté sabiendo que no era fortuito el cambio y temiendo que me volvieran a pillar, volví a dejarlas en su lugar.
Cuando llegó con mi hija, lo primero que hizo al entrar fue mirar hacia las fotos y al ver que estaban descolocadas, sonrió. Acto seguido, me miró para comprobar con sus propios ojos si me había visto afectado. El bulto de mi cremallera me traicionó y ella sin hacer ningún comentario, nos acompañó a la puerta. Al despedirse de mí, rozó su cuerpo contra el mío mientras me informaba de los progresos de mi hija. Juro que estuve a un tris de acariciarla, pero la presencia de María lo evitó y completamente excitado, cogí el ascensor.
Durante el fin de semana no pude abstraerme de ella, cada vez que tenía un momento de tranquilidad, volvía a mi mente las sugerentes imágenes que esa mujer me había regalado.  Tenía que hacer algo, no podía dejar de pensar en cómo atacarla. Temiendo haberme equivocado y que fuera una coincidencia, decidí esperar y ver como se desarrollaban los acontecimientos.
La confirmación de que la profesora de mi hija estaba jugando con fuego, llegó al martes siguiente, porque al abrirme la puerta, me quedé de piedra al comprobar que llevaba un coqueto picardías casi transparente. No me cupo duda que se dio cuenta que me quedé observando sus negras aureolas porque estas se erizaron al sentir la caricia de mi mirada. Sonriendo, me besó en la mejilla y haciéndome pasar a la habitación, me soltó antes de irse:
-Que las disfrutes-.
No había cerrado aún la puerta cuando yo ya tenía en mis manos las fotos que habían sustituido a las anteriores. En esta ocasión, su regalo consistía en una serie de instantáneas donde aparecía luciendo un blusón aún más atrevido que el de esa noche.  De todas ellas, la que más me enervó fue una en la que sentada en una silla, con las piernas abiertas, se pellizcaba los pezones por encima de la tela. Sin llegar a ser porno, la serie de fotografías era francamente erótica y con ellas en la mano, me fui al baño a cascarme una paja.
Cinco minutos después, ya relajado, las devolví a su lugar y poniendo sobre la mesa una tarjeta mía, le escribí una nota en la que le decía que me habían encantado, dejándole mi dirección de correo electrónico. Dando un salto en nuestra relación, al despedirme, dejé durante unos instantes que mi mano se recreara en su trasero. Ella, al sentir mi caricia, no se apartó pero protestó, susurrándome al oído:
-Ahora, no. Está la niña–.
Ya en el coche, estaba sorprendido de haber tenido el valor de tocarle el culo pero más de su respuesta. Patricia me había dejado claro que solo le había molestado que lo hiciera en presencia de mi hija. ¡Ese pedazo de mujer claramente estaba tonteando conmigo!. Ajena a la consternación que sentía su padre, María me estaba contando que, gracias a Patricia, había sacado otro diez en matemáticas y que para compensárselo, la había invitado a cenar.
-¿Cuándo?- respondí temiendo que fuera esa misma noche.
-Este viernes, Papá. Patricia me ha pedido que le llames para confirmar-, me dijo alegremente-.
“¡Menos mal!”, suspiré aliviado pensando que no quiso contrariar a la niña y por eso, lo de la llamada, prefiere que sea yo quien le dijera que no podía ser.
Esperé que se metiera a la cama para llamar a su profesora, en parte, porque me daba corte que me echara en cara el magreo. Sin tenerlas todas conmigo, le marqué a su móvil.
-¿Si?-, dijo al contestar.
-Patricia, soy Alberto, el padre de María-.
-Ah, gracias por llamar, solo quería saber que querías que llevara. Me da vergüenza ir con las manos vacías-.
-No hace falta que traigas nada-, respondí tartamudeando por la sorpresa que quisiera venir.
-Vale, cómo pasado mañana tienes que recoger a la niña, ¿si te parece hablamos?-.
-¿Hablar de qué?-.

Riéndose, me contestó:

-Del correo que te acabo de mandar- y sin darme tiempo a preguntar, me colgó.
La curiosidad venció a mi pereza, sabiendo que podía ser importante, fui a mi portátil y lo encendí. Jamás me había parecido tan lento el puñetero ordenador. Me urgía ver que esa mujer me había mandado y desesperado, tuve que aguantar que el Windows se abriera. Tres minutos después pude, por fin, entrar en mi cuenta. Al desplegarse el correo de entrada, vi que no me había mentido al decirme que me había dado un mensaje.
Nervioso por lo que significaba, lo abrí para descubrir que me mandaba la dirección y la clave de un Dropbox.
“Joder”, farfullé mientras tecleaba la dirección.
Sin saber qué era lo que me iba a encontrar, vi que había tres archivos. Un video y dos documentos. La profesora había previsto el orden de apertura, de manera que tecleé el que tenía por nombre “Primero en abrir”.
Era una carta. Temblando hasta la medula, empecé a leerla:
Alberto:
He querido escribirte este mensaje porque me da vergüenza decírtelo en persona. Aunque todo el mundo piensa que soy una mujer sin problemas para conseguir el hombre que desea. Es falso, desde cría, les he dado miedo.
El más claro ejemplo eres tú. Llevo dos años enamorada de ti y por mucho que intenté que me hicieras caso, no lo conseguí. Al principio solo me reía cada vez que me comías con la vista, pero poco a poco fui cayendo en tu juego y ahora no puedo evitar estremecerme cada vez que me miras.
Eres todo lo que puedo desear. Maduro, guapo, rico y encima tienes buenos genes. Tu niña que me tiene  subyugada, es la hija que siempre he querido tener. No sabes las veces que he soñado que los tres formábamos una familia, por eso cuando me enteré del concurso, decidí aprovecharlo para conquistarte.
Supuse que sería lento conseguirlo, pero has cometido un error y no pienso dejarte escapar. Eres mío y estás en mis manos. Mira el video tan entretenido que te mando, no creo que quieras que llegue a los otros padres o a tus clientes, podrías perder hasta la patria potestad. Siento usarlo, pero estoy cansada de que no me hagas caso.
Para que no te enfades mucho, te envió en el otro Word, unas fotos mías. ¡Seguro que reconoces el camisón!
Un beso de tu novia
Patricia.
p.d. Me he corrido viéndote. Quiero tener  una foto tuya de cuerpo entero, a ser posible, desnudo y con una erección.
-¡Será hija de puta!- grité al suponer en qué consistía el video.
Mis temores se vieron confirmados al visionar el archivo. La zorra me había grabado masturbándome en su baño, incluso se había permitido acercar el enfoque y sacar un primer plano de mi cara, mientras daba rienda a mi lujuria.
“¡Me tiene cogido de los huevos!”, pensé al verlo. “cualquiera que lo vea, supondrá que la estoy acosando y que ella es una pobre víctima”. No en vano, ese video probaba que la escena se desarrollaba en su casa y que las fotos eran de ella. “Si no le sigo la corriente, o bien me monta una demanda o lo que es peor, se lo envía a la guarra de mi ex y pierdo a mi hija”.
Si la hubiera tenido enfrente, la hubiese matado. Hecho un energúmeno, me fui al salón y cogiendo una botella de whisky, me serví una copa, tratando de tranquilizarme. Apurando el vaso, busqué una vía de escape pero no pude encontrarla. No podía sustraerme a su chantaje, cualquier movimiento por mi parte en contra de ella, lo único que provocaría sería mi desgracia y  por eso, con la tranquilidad que da el saberse sin esperanza, volví a releer esa mierda de carta. La muy perra no se cortaba un pelo, después de confesar un supuesto enamoramiento, no solo me amenazaba, sino que haciendo uso del más infame chantaje, dejaba claras sus intenciones. Aunque sonase a una locura, ¡Patricia me quería de pareja! Con el orgullo herido, tuve que reconocer que yo soñaba con seducirla, pero  después de recibir ese correo, era odio lo que esa mujer me trasmitía. Podía ser bellísima pero era una arpía.
Sin ganas de saber que era el tercer archivo lo abrí.
Cómo me anticipó consistía en unas fotos eróticas de ella, vistiendo el camisón de esa noche. Mecánicamente y sin producirme ningún morbo, fui pasando de una instantánea a otra. Patricia me había enviado varias series divididas por secuencias. En la primera, con el rostro difuminado, miraba una pantalla donde se reproducía mi masturbación. La segunda serie consistía en striptease donde no aparecía su cara y la tercera era una imagen de ella con el camisón empapado.
“Se ha cuidado de no mandar nada que me pueda servir en su contra”, medité mientras cerraba el ordenador, “no tiene un pelo de tonta”.
Con la moral por el suelo, me metí en la cama, esperando que el nuevo día me inspirara y se me ocurriera cómo contrarrestarla.
Mi claudicación
Cómo es evidente, esa noche dormí fatal. Cada vez que intentaba conciliar el sueño, Patricia aparecía vestida de domina y fusta en mano me obligaba a cometer todo tipo de aberraciones. Bajo su mando, me tiré a una pastor alemán. Siguiendo sus órdenes, bebí sus orines. Fui sodomizado…
Pesadilla tras pesadilla, me vi envuelto en un ambiente de degradación y humillación que si, en vez de ser una invención onírica, fuera realidad, me hubiera llevado al borde del suicidio. Cansado, me duché y tras dar de desayunar a mi pequeña, me fui al trabajo. Es fácil de imaginar que esa mañana agradecí la llegada de la cuidadora. Aunque nunca fallaba, uno de los horrores que soñé consistió en llevar al colegio a María y que en la puerta de su clase, Patricia me obligara a arrodillarme a sus pies con todos los niños y padres riéndose de mí.
Estaba en el coche a punto de llegar a mi oficina, cuando escuché el sonido de un mensaje. Creyendo que era del curro, lo leí:
Cariño: He abierto mi mail y no tenía lo que te pedí. ¿No querrás que me enfade? Te doy hasta las dos para que me lo hagas llegar. Te quiere. Tu novia-
“¡Maldita zorra!”, me lamenté golpeando el volante con mi cabeza,  “no me va a dejar ni respirar”.
Si cedía, me tendría en sus garras pero sino lo hacía y me mantenía en mis trece, iba abocado hacia el desastre. Estuve a punto de pedir consejo a Gonzalo, mi socio, pero la vergüenza de reconocer que era un pelele ante ella, evitó que lo hiciera. Después de un rato encerrado en mi despacho,  entendí que lo mejor que podía hacer era ganar tiempo y por eso, entrando en mi baño, me desnudé y tomándome una foto de cuello para abajo, se la mandé. Estaba cumpliendo su exigencia a medias, sin comprometerme más de lo que ya estaba. Nadie podía reconocerme.
No tardé en recibir su respuesta:
-¡Eres malo conmigo! Quería tener una foto de tu pene erecto que mirar en mi teléfono, pero no te preocupes tenemos toda la vida para que me la mandes. Te echo de menos.  P. D. No sabes las ganas que tengo de conocer a mi suegra-.
“Menuda puta”, mascullé al terminar de leer, “¡Tengo que investigar su vida! Seguro que esto que me está haciendo, lo ha hecho antes”.
Esperanzado en averiguar algo de su pasado que me sirviera para sacudirme su presión, llamé al detective que usábamos en mi empresa para sacar los trapos sucios de los que queríamos despedir. José, acostumbrado a los peculiares pedidos de sus clientes, no puso objeción en investigar todo lo relacionado con esa profesora, ya se despedía cuando le expliqué que era importante y que no me importaba el coste sino los resultados.
-Comprendo- respondió desde el otro lado del teléfono.
Cómo no podía hacer otra cosa que esperar, me sumergí en el día a día y no volví a pensar en ella, hasta que comiendo con mi socio, este me preguntó:
-Alberto, ¿Qué tal tu cacería? ¿Alguna novedad?-
-No te entiendo- solté al no saber a qué se refería.
-Joder, pareces tonto. Esa profesora que te trae loco, ¿Ya le has pedido salir?-contestó muerto de risa.
Frunciendo el ceño, hice como si no hubiese oído. Gonzalo, suponiendo erróneamente que me había dado calabazas, cambió de tema al ver mi turbación. Mi irritación de ese momento, no venía del chantaje, sino que por primera vez me di cuenta que mi hija se pasaba con esa loca casi todo el día. A punto de ir al colegio a sacarla, tuve que aguantarme toda la tarde y que fuera su cuidadora quién lo hiciera.
Ya en casa, María sonrió al decirme que Patricia me mandaba saludos. Tuve que contestarle que se los devolviera de mi parte, no podía explicarle lo que esa zorra me estaba haciendo. No me costó percatarme que mi hija estaba encantada de ser la enchufada de esa mujer.
-Patricia me quiere mucho- se quejó cuando le hice ver que solo era la profesora. 
Sin saber cómo comportarme, le di de cenar. Estaba viendo la televisión, cuando escuche que esa zorra me había mandado otro mensaje:
-Que duermas bien, cariño. Tengo ganas de verte-
Hecho una furia me fui a dormir. Me había jodido la película.
A la mañana siguiente, me levanté con nuevos ánimos. Había conseguido descansar  y eso me permitió enfrentarme a ese día sin depresión, de manera, que durante toda esa jornada no pensé más en ella. Al llegar la hora de ir a recoger a mi cría, decidí mantenerme firme pero sin romper la baraja. Estaba convencido que, en pocos días, el detective me entregaría información con la que colocarla en su lugar. Increíblemente ese día no hubo tráfico y por eso llegué con antelación. Como de nada servía esperar, me bajé del coche y tocando su telefonillo, fui a enfrentarme con ella.
Patricia me recibió con una bata. Se la veía alegre y nada más verme, me dio un beso en los labios. No colaboré en su juego y separándola, le pregunté por María.
-Está estudiando, aún le falta media hora- me susurró al oído.
La ausencia de mi hija me dio los arrestos necesarios para plantarme y cogiéndola del brazo, le exigí que me dejara en paz.
-No pienso hacerlo- respondió con un brillo en  los ojos que no supe interpretar – pensarás que soy una zorra, pero estás equivocado. Desde que me enamoré de ti, no he estado con otro hombre-
-Y eso a mí qué me importa- protesté elevando la voz.
-Sssss, no querrás que tu hija se entere de nuestra primera discusión de pareja-  contestó con desparpajo y poniendo cara de viciosa, me soltó: -Para que veas que no estoy enfadada, tengo un regalo que hacerte. ¡Sígueme!-
Alucinado la acompañé hasta el baño. Una vez allí Patricia me hizo sentarme en la taza y cerrando la puerta, me informó:
-Voy a ducharme- sin darme tiempo a reaccionar, se desanudó la bata y mirándome a los ojos, se la fue abriendo mientras me decía –No te engañes, llevas años deseándome. Te hago un favor al forzarte-
No pude dejar de observarla. Coquetamente dejó caer la tela, quedando desnuda a mi lado. Por primera vez, la veía en cueros y tuve claro que no desmerecía a lo que me había imaginado. Con un cuerpo espectacular, sus pechos eran una locura. Grandes y bien colocados estaban adornados por unas aureolas negras que invitaban a llevárselas a la boca, pero lo que me dejó anonadado fue su culo. Sus nalgas fueron creadas para el deleite de los humanos. Ya fuera un hombre o una mujer quien tuviese la suerte de contemplarlas, no podría quedar indiferente. Duras y perfectamente contorneadas se me antojaron maravillosas.
Ella, sonriendo, se metió en la ducha y abriendo el grifo, empezó a enjabonarse. Aunque seguía encabronado, no pude evitar que mi pene reaccionara ante esa visión y más excitado de lo que me gustaría reconocer, seguí embobado cada gota de jabón que se deslizaba por su piel.
-Fíjate en como me pone que me mires- me espetó señalando sus pezones.
Sé que debería haberme ido de ese baño pero no pude. Ver a esa mujer pellizcándose los pechos mientras me miraba, era algo cautivador y   cayéndose mi baba, me quedé sentado. Hasta su sexo era bello, perfectamente recortado, el breve triangulo me pedía que lo comiera.
Patricia aprovechó mi debilidad y llevando su mano a la entrepierna, me dijo:
-Mañana en la cena, deberás explicar a tu hija que somos novios. María necesita una madre-.
Exasperado por sus palabras, no pude ni intentar huir. Aunque parezca una aberración, disfruté al verla masturbarse sin ningún pudor. Lo que había empezado como un suave toqueteo, se convirtió en un arrebato de pasión. Dejándose llevar, la profesora separó sus rodillas y sin dejar de observarme, torturó su ya henchido clítoris. Los suaves suspiros fueron transmutándose en profundos gemidos y completamente inmerso en la escena, no quité ojo de cómo el flujo fruto de su orgasmo se diluía con el agua jabonosa que recorría su piel.
“¡Que buena está!”, avergonzado, reconocí.
Patricia saliendo de la ducha, me pidió que le acercara la toalla. Como autómata, se la di sin poder retirar mi mirada de su piel. Deseaba dejar de fingir y hundir mi cara entre sus pechos. Ella, consciente del efecto que estaba provocando, se deleitó exhibiendo su hermosura.
-¿Te gusta lo que ves?- preguntó mientras comprobaba la dureza de mi pene por encima del pantalón.
-Si- confesé sin poder evitar echar una ojeada a su trasero.
-¡Será tuyo! Pero tienes que ganártelo- respondió soltando una carcajada.
Reconociendo mi derrota, vi cómo se ponía un albornoz y sin protestar, la seguí adonde estudiaba mi niña. Había llegado a su apartamento con el firme propósito de no ceder y en menos de quince minutos, esa mujer le había dado la vuelta a la tortilla y me volvía a tener en su poder. Si ya fue dura mi humillación, peor fue comprobar el cariño correspondido con el que trataba a María. Mi hija dándole un abrazo, se despidió de ella mientras su profesora le hacía una carantoña en la cabeza.
-¿Ves lo que te digo?, vamos a ser una familia- me susurró en voz baja mientras pegaba su pecho al mío. –Te veo mañana, ¡tengo ganas de conocer donde voy a vivir contigo!-
Con la moral por los suelos, cogí a mi niña y salí despavorido. No había llegado al coche cuando escuché el aviso de un mensaje. Sabiendo que era de ella, lo leí:
-Cariño: me has puesto brutísima, esta noche soñaré que me haces el amor –

Mi entrega

Me avergüenza reconocerlo pero esa noche, soñé con ella. No fui capaz de reprimir que mi mente divagara y que mi cuerpo se liberara pensando que compartía con Patricia una idílica velada. Su piel, su trasero y sus pechos fueron míos. Obviando su chantaje, fuimos dos amantes entregados a una mutua pasión que desbordaba lo meramente sexual y se nutría de un supuesto afecto que, de estar despierto, hubiera negado.
Cansado pero sobretodo abochornado por mi entrega, me levanté por la mañana. Quedaban pocas horas para que esa chantajista, durante la cena, tomara las riendas de mi vida y por eso, nada más llegar a la oficina llamé al detective.
-José, ¿tienes algo?-
-Jefe, no sé qué busca pero dudo que lo encuentre. La tipa está limpia. A simple vista parece la hija ideal que todo padre quisiera tener. Excelente expediente académico, bien considerada por sus jefes, nunca ha sido ni denunciada ni demandada. Para que se haga una idea, no tiene ni multas de tráfico-
-¿Has investigado sus finanzas?- pregunté pensando, quizás, que en el pasado su chantaje hubiese tenido un aspecto económico.
-¡Claro! pero tampoco. Hija de un abogado importante de Valladolid, he revisado los cinco últimos años y lo único destacable es que su padre la estuvo manteniendo hasta hace poco. Ya sabe, es la clásica niña bien de provincias-
Desesperado por la falta de resultados, le pregunté si al menos tenía constancia de algún hombre en su vida.  El investigador carraspeó antes de responder y sin estar seguro de cómo enfocarlo, me soltó:
-Alberto, desde que me avisó, el único varón con el que ha estado, ha sido usted. Disculpe mi atrevimiento: ¿Teme que le esté poniendo cuernos?. Comprendo sus dudas, es una mujer joven y guapa-.
Al no poder explicar que esa zorra me tenía agarrado de los huevos, por mucho que negué cualquier relación romántica, sé que no me creyó y dándome por vencido, le agradecí sus esfuerzos. Colgando el puto teléfono, comprendí que estaba solo. Tenía que resolver mis problemas sin esperar ayuda ajena.
En ese momento y como si fuera una premonición, me llegó otro mensaje:
-Cariño: Esta tarde quiero que, antes de ir a cenar, me acompañes a un sitio. Te espero a las siete en mi casa. Un beso apasionado de tu novia-
Haciendo tiempo,  dediqué todas mis energías a trabajar. Enfrascado en la faena cotidiana, el día se me pasó volando y sin darme cuenta, dieron las seis de la tarde. Cómo María estaría con la cuidadora hasta que llegásemos a cenar, al salir de la oficina me dirigí directamente al apartamento de Patricia. Tras estacionar en frente, toqué su telefonillo.
-Ahora bajo- me contestó. En su tono se notaba que esa puta estaba alegre.
Temblando como un crío, esperé a que saliera del portal y cuando lo hizo, me dejó pasmado. Mi extorsionadora se había vestido a conciencia. Enfundada en un entallado traje negro, sus curvas eran más atractivas que nunca y lo peor es que ella lo sabía.
-¿No me das un beso?- murmuró pegándose a mí.
No pude rechazarla y cogiéndola entre mis brazos, la besé. Su boca se abrió para recibir mi lengua y con una pasión desbordada, frotó su pubis contra mi sexo. Mi reacción fue coger entre mis manos el culo que tanto deseaba desde hacía dos años y sin importarme que nos vieran los viandantes que poblaban su calle a esa hora, amasarlo como si la vida me fuera en ello:
-Sigue, me excita- respondió bajando la cremallera de su pecho, dejándome recrearme en su generoso escote.
Sus palabras consiguieron el efecto contrario y separándome de ella, le pregunté dónde íbamos:
-¡Aguafiestas!- se quejó al comprender que no iba a seguir colaborando en esa diversión callejera. –Me vas a llevar a despedirme de unos amigos-.
Ya en el coche, al insistirle que me dijera nuestro destino, pasó de mí y sin revelar sus intenciones, me fue señalando el camino durante veinte minutos. Estábamos a punto de  llegar cuando comprendí adonde me llevaba:
-¿Qué coño quieres hacer en la Casa de Campo? A estas horas solo hay putas y pajeros- protesté parando el coche.
Patricia sonrió y pasando su mano por mi bragueta, se acurrucó sobre mi pecho al decirme:
-Recuerdas que te conté que desde que me enamoré de ti, ningún hombre me había puesto las manos encima, pues no te mentí.  He buscado sosegar mi sexualidad  de una forma poco ortodoxa-
-No te entiendo ¿De qué hablas?-
-Tú sigue mientras te cuento- respondió mientras se deshacía de mi cinturón. Horrorizado, me percaté de sus intenciones al abrirme el pantalón y acariciar con sus manos mi ya erecto sexo – Te vas a escandalizar pero no puedo evitar ser una calentorra. Vengo a despedirme de unos amigos que me han hecho más llevadera mi abstinencia. ¡Tuerce a la derecha y aparca cuando puedas!-
Tal y como me temía ese lugar estaba infestado de mirones, no llevábamos un minuto en ese claro cuando dos tipos se acercaron a ver a la pareja que acababa de llegar. Lo que no me esperaba fue que uno de ellos, dando un grito, dijera:
-Muchachos, ¡Es la morena buenorra!-.
Como buitres cayendo sobre una vaca muerta, una docena de esos ejemplares rodearon el coche. Estaba a punto de arrancar y salir despavorido cuando Patricia me quitó las llaves y se confesó:
-Esos son mis amigos, cada viernes durante un año, he venido a este sitio en busca de placer. Con las ventanas cerradas, me he desnudado y masturbado para ellos, pensando que era tu pene el que se descargaba contra el cristal. Vengo a despedirme de ellos, ya no los necesito. Te tengo a ti-
Y sin esperar a que asimilara sus palabras, se fue desnudando ante los ojos inyectados de lujuria de esos “sus” amigos.
-Tócame, ¡Qué vean que ya no estoy sola!- chilló mientras se quitaba el sujetador.
Me quedé paralizado al ver cómo se pellizcaba los pezones. Implorando mis caricias, gimió cogiendo mi mano y llevándola hasta una de sus negras aureolas. Sin dejar de estar cortado, mis dedos recorrieron sus pechos mientras ella suspiraba completamente excitada. Sus ruegos me estaban volviendo locos y venciendo a la vergüenza que me embargaba,  sopesé uno de ellos y apretando entre mis yemas el botón que lo coronaba, me quedé mirando su reacción.
Casi gritando, me pidió que continuara. Su entrega me cabreó y buscando que comprendiera de una puta vez que yo no era el tipo de hombre que ella necesitaba, incrementé la presión hasta convertir mi pellizco en doloroso.
-Te quiero- sollozó con lágrimas en sus ojos – Tómame-
Hecho una furia, desgarré su vestido y asiendo su tanga con mi mano, lo destrocé sin importarme sus gritos.
-Serás puta- dije llevando su cabeza a mi entrepierna.
Ella comprendió mis intenciones y sacando mi pene de su encierro, lo empezó a besar mientras me decía cuánto había deseado hacerlo. No me explico todavía por qué, pero al verla tan entregada, me tranquilicé y acomodándome en el asiento, dejé que se apoderara de él. Con una lentitud pasmosa, fue engullendo mi sexo hasta hacerlo desaparecer en su interior.
La calidez de su boca terminó de demoler mis reparos y pasando mis manos por su cuerpo, empecé a acariciarla. Me vi sorprendido por la fuerza de su orgasmo. Sin casi tocarla, Patricia se había corrido ante mis primeras maniobras. Creí que se conformaría con ello, pero la muchacha no esperó a reponerse e incrementando la velocidad de su manada, buscó devolverme el placer.
Los doce rostros pegados contra el parabrisas fueron testigos de cómo esa morena se afanaba con mi miembro. Nunca creí que pudiera ser coparticipe de algo semejante. Pene en mano, nuestra anónima concurrencia se deleitaba escudriñándonos en la oscuridad. Cualquier de ellos hubiera dado su vida por estar en ese preciso instante en mi lugar.
Patricia estaba en su salsa. Seducida por su papel, le encantaba sentirse observada y agradeciendo la fidelidad de esos hombres, se llevó su mano a su sexo y separando con los dedos los labios de su pubis, se empezó a masturbar. Su segundo orgasmo llegó de improviso y convulsionando, empapó la tapicería del vehículo. La audiencia contagiada de su fervor babeaba mientras sus vergüenzas se aireaban en el exterior.
El primer impacto de semen contra el cristal, me terminó de convencer de que ese no era mi lugar y cogiendo las llaves del suelo, arranqué el coche saliendo horrorizado por la carretera. La morena levantó la cabeza y con los ojos inyectados de pasión, me preguntó:
-¿Dónde Vamos?-
-A tu casa- contesté y cogiendo mi chaqueta del asiento trasero, le ordené que se tapara.
Llevando la contraria a mi razón y a cualquier norma de tráfico, la miré de reojo y al percatarme de que me había obedecido, le solté:
-¡Termina lo que has empezado!-
No se hizo de rogar, acomodándose el destrozado vestido, se agachó y mientras yo conducía, reactivó mi alicaído miembro con suaves besos. El túnel de la M-30 fue el decorado donde esa mujer dio rienda a mi deseo y cumpliendo su cometido, consiguió llevarme al borde del placer.
-Voy a correrme- avisé al sentir los primeros síntomas del orgasmo.
Patricia, al oírme, hizo que mi falo se introdujera aún más en su garganta y rozando con sus dientes la base de mi miembro, esperó a sentir que eyaculaba. Al notar mi explosión y que los chorros de mi simiente golpeaban contra su paladar, no dejó que nada se desperdiciara. Persuadida de no fallarme, con su lengua limpió cualquier rastro de mi pasión en mi sexo, antes de con una sonrisa en los labios, decirme:
-Te queda una hora y media para decirle a María que sales conmigo- y soltando una carcajada, me preguntó: -¿Qué quieres hacer?-
No la contesté. La muy perra seguía obstinada en ser mi pareja. Esa fijación era al menos tan perversa como su afición a exhibirse y comprendiendo que no pararía hasta que reemplazara esa fantasía por otra, aceleré hacia su casa. Era mi cabreo tan grande que al aparcar, le dije que se cambiara y que yo la esperaría fumando en el portal.
-Sube- me ordenó y sin esperar que le respondiera, me cogió de la mano y casi a rastras me llevó a su apartamento.
Ya en su interior, comportándose como si nada hubiese pasado, me devolvió la chaqueta y riendo me pidió que le pusiera una copa mientras se cambiaba de ropa. Sentir que me quería de criado, colmó mi paciencia y usando la violencia, la tiré en su cama mientras le decía:
-¿Quieres un macho? Pues macho tendrás-
Contra todo pronóstico, Patricia se echó a reír y llamándome a su lado, me contestó:
-¡Te estabas tardando!-
Ver a ese monumento de mujer, tirada en la cama, con su vestido desgarrado y sin bragas, fue más de lo que pude soportar y despojándome de mi ropa, me reuní con ella completamente desnudo. La chantajista y la exhibicionista desaparecieron en cuanto me tumbé y ante mi sorpresa, me cubrió de besos comportándose como una dulce amante. Contagiado por su pasión, llevé sus pechos a mi boca. Patricia gimió al sentir mi lengua jugando con su aureola y tratando de forzar que la tomara, llevó mi pene a su pubis.
Ni siquiera se había terminado de desvestir y ya quería que sentir mi pene en su interior. Comprendiendo que para ella era un capricho, decidí aprovechar la oportunidad y disfrutar de esa mujer. Deshaciéndome de su abrazo, le quité los restos del vestido. Patricia, sin saber cómo reaccionar, se mantuvo pasiva mientras mis manos recorrían su piel.
“Es preciosa”, pensé mirando sus grandes pechos y su sexo depilado.
En mis treinta y cinco años de vida, había disfrutado de decenas de coños y catalogándolo con la mirada, decidí que era el más bello que nunca había visto. Ante su entrega le separé las rodillas y pasé mi mano por sus bordes sin atreverme a tocarlo. Mi amante se mordió los labios cuando sintió que uno de mis dedos separaba sus pliegues y curioseando, iba en busca de su clítoris. Cuando lo descubrí, ya estaba esperando mis caricias. Duro y mojado, su dueña se retorció sobre las sábanas cuando le dediqué un leve pellizco. Satisfecho por su entrega, me deslicé por la cama y acercando mi boca a su sexo, probé por vez primera su néctar. Néctar que recorrió mis papilas, embriagándome y como alcohólico ante un botella, bebí de su flujo sin hartarme.
Su cueva se convirtió en un manantial inagotable, cuando más recogía, mas brotaba de su interior. Para entonces, Patricia estaba desesperada. Cerrando sus puños, me rogaba que la tomara pero venciendo mis ganas de hacerlo, proseguí horadando su agujero con mi lengua. No tardé en oír como se corría y buscando prolongar su éxtasis, metí un par de dedos dentro de ella. Absolutamente poseída, la mujer empezó a aullar de placer mientras sus cuerpo se convulsionaba.
-Por favor- me rogó casi llorando- ¡Fóllame!-
Al ver que no le hacía caso y que seguía enfrascado en mi particular banquete, Patricia se levantó y poniéndose a cuatro patas, me miró sin hablar.
Me quedé pasmado al ver la rotundidad de su trasero a mi disposición y pasando mis manos por sus nalgas, supe que era lo que realmente me apetecía hacer. No le di opción, separando sus cachetes descubrí que su entrada trasera nunca había sido conquistada y embadurnando mi dedo en su flujo, empecé a recorrer las rugosidades de su ano. Esperaba resistencia por su parte, pero en vez de quejarse, suspirando Patricia me confesó:
-Es mi mayor fantasía. Házmelo pero con cuidado-
Solté una carcajada al escuchar que su mayor anhelo coincidía con el mío. La de veces que había soñado con usar su culo y si me daba entrada, pensaba en explotar repetidamente su secreto. Alternando mis caricias entre su sexo y su ojete, conseguí relajarlo y con sumo cuidado, introduje una de mis yemas en su interior. Al no  retirarse, comprendí que realmente lo deseaba y tanteando sus paredes, fui aflojando su resistencia mientras, centímetro a centímetro y falange a falange, enterraba mi dedo en ese terreno vedado.
-Me encanta- escuché que decía al empezar a sacar y meterlo por entero.
Convencido de haberlo dilatado suficiente, repetí la operación con dos. La morena protestó con un quejido pero no se apartó, al contrario, meneando su cadera, buscó ayudarme en la labor. Agradecí con un cachete su disposición y colocándome a su espalda, le pregunté si estaba lista.
-Sí, mi amor-
Era la hora de la verdad y cogiendo mi pene lo embadurné con su flujo, antes de hacer cualquier intento de acercarme a su ojete. Ella al ver lo que hacía, poniendo cara de viciosa, me soltó:
-Estoy empapada, métemelo en el coño-
Me pareció una buena idea y colocándolo en su sexo, de un solo empujón lo embutí hasta el final de su vagina. Patricia se retorció como una loca, tratando que siguiera penetrándola de esa forma, pero haciendo caso omiso a sus deseos, se la saqué y puse mi glande en su orificio trasero. Con un breve movimiento, desfloré la virginidad de su ano.
-Me duele-, gritó sin moverse.
Sabiendo que debía dejar que se acostumbrara a tenerlo embutido, no me moví durante unos segundos. Cuando su dolor hubo menguado, le acaricié la espalda mientras lentamente enterraba mi pene en su interior. Poco a poco, sus intestinos terminaron de absorber mi extensión.
-Tócate- le ordené.
Patricia bajando su mano a la entrepierna, se empezó a masturbar con un frenesí que me dejó asustado. Chillando me pidió que comenzara. Imprimiendo un lento ritmo fui sacando y metiendo mi falo, mientras ella no dejaba de torturar su clítoris.
-¡Qué gusto!- me informó meneando sus caderas.
Sus palabras me hicieron comprender que el dolor había pasado y que en ese momento, era el placer lo que le estaba dominando. Vista su soltura, decidí incrementar mi vaivén y pausadamente, lo fui acelerando hasta que se convirtió en un loco cabalgar. Para aquel entonces, la respiración entrecortada de la muchacha me revelaba que estaba a punto de correrse y profundizando su excitación, cogí sus pechos con mis manos y usándolos de agarraderas, me lancé en caída libre. Lo forzado de la postura, elevó su calentura hasta límites insospechados y berreando, se quedó como muerta en mis brazos.
Al ver que se desplomaba le pregunté si estaba bien, sonriendo, me contestó que de maravilla y que siguiera. Su innecesario permiso me dio alas y apuñalando con mi escote su culo, prolongué su orgasmo. Nuevamente sus chillidos llegaron a mis oídos mientras mis piernas se llenaban del flujo que brotaba de su cueva pero esta vez, mi clímax coincidió con el suyo y acompañándola en sus gritos, eyaculé en su interior.
Agotado, me tumbé a su lado y mientras me recuperaba, empecé a temer en que el día que esa mujer se cansara de mí porque las iba a pasar putas.
-¿En qué piensas?- la oí decir.
-En la zorra de mi novia- contesté mientras le daba un azote, – ¿Y tú?-
Patricia se sonrojó antes de responderme:
-En otra de mis fantasías-
Interesado, pero a la vez temiendo su contestación, le pregunté cuál era.
-Quiero saber lo que se siente al hacer el amor… ¡embarazada de ti!-
 Aterrorizado comprendí que esa obsesiva mujer se había fijado otra meta y que no iba a cejar hasta conseguirla.

Relato erótico: “Animando a mi prima hermana, una hembra necesitada (POR GOLFO)

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MI LLEGADA

Lo que en teoría debía de haber sido una putada de las gordas, resultó ser un golpe de suerte. Un día de junio  tuve una reunión con el jefe de recursos humanos . Nada más entrar a su oficina, el muy cabrón me informó que debido a la crisis iba a haber una criba brutal en el banco y que si no quería ir a engrosar la lista del paro, tenía que aceptar un traslado. Al preguntarle a donde me tendría que desplazar, me contestó que había una vacante en la sucursal de Luarca.  Aunque sabía que eso significaba un retroceso en mi carrera, decidí aceptar porque mi madre y sus hermanos mantenían la antigua casona familiar.
“Al menos, no tendré que pagar un alquiler”, pensé. Al preguntar cuando tenía que incorporarme,  ese capullo me respondió con su peculiar tono de hijo de puta que el día uno, lo que me daba quince días para la mudanza.
Esa misma tarde, hablé con mi madre. La pobre se quedó triste al oírme pero se comprometió a hablar con mis tíos para que pudiera vivir en ella. Al poco rato, me llamó y me dijo que no había problema pero que tendría que compartir la casa con mi prima María. Al enterarme que iba a tener que vivir con ella, extrañado pregunté:
-Pero ¿mi prima no vivía en Barcelona?-.
-Eso era antes- me contestó,- se divorció hace dos años y tratando de rehacer su vida, volvió al pueblo-.
Hacía muchísimo que no la veía. María era tres años mayor que yo, y los únicos recuerdos que tenía de ella, eran su timidez y su tremendo culo. Mi primo Alberto y yo siempre habíamos fantaseado con verla desnuda pero jamás lo conseguimos. Todavía me rio al recordar cuando nos pilló escondidos en su armario y enfadadísima, nos cogió de las orejas y de esa forma nos llevó a ver a nuestro abuelo. El pobre viejo al enterarse de nuestra travesura se echó a reír en un principio, pero al ver el cabreo de su nieta no tuvo más remedio que castigarnos. Desde entonces habían pasado veinte años, por lo que mi prima debía de tener ahora unos treinta y cinco años.
“Ojala siga tan buena”, rumié mientras me trataba de consolar por la guarrada de tener que enterrarme en el pueblo, “al menos tendré un monumento que admirar al llegar a casa”.
Las dos semanas que quedaban para mi incorporación pasaron rápidamente y antes que me diese cuenta estaba camino de Luarca. Al llegar a la casa de los abuelos, María me estaba esperando. Al verla me llevé una desilusión, la estupenda quinceañera se había convertido en una mujer desaliñada y amargada. Con su pelo poblado de canas y vestida como una monja me recibió de manera amable pero distante. Nada en ella me recordaba a la cría que nos había vuelto locos de niños. Su cara era lo único que conservaba de su belleza infantil pero el rictus de amargura que destilaba, la hacían parecer una vieja prematura:
-Te he reservado la habitación de tus padres-, dijo al verme cargado de las maletas.
Desilusionado, la seguí por las escaleras. Su falda gris por debajo de las rodillas y su blusa blanca abotonada hasta el cuello, me parecieron en ese momento una  premonición de mis días en esa casa. Mecánicamente, me mostró el baño que podía usar y antes de darme tiempo a acomodar mis cosas, se sentó en una butaca y me expuso:
-Me han dicho que te vas a quedar al menos un año, por lo que creo que es conveniente dejar las cosas claras desde el principio. En esta casa se come a las dos y media y se cena a las nueve, si no vas a venir o vas a llegar tarde, hay que avisar. He abierto una cuenta en tu banco a nombre de los dos para el mantenimiento de la casa. Vamos  a ir al cincuenta por ciento, por lo que tienes que depositar quinientos euros para equilibrar lo que yo he ingresado. Todos tus caprichos los pagas tú. Y al igual que las dos habitaciones del fondo son en exclusividad mías, ésta y la contigua serán las tuyas, el resto serán de uso común. ¿Te ha quedado claro?-.
-Por supuesto, mi sargento-, respondí en broma.
Por la mirada asesina que me devolvió supe que no le había hecho gracia. La dulce cría se había vuelto una mujer huraña:
“Lo mal que debe haberle ido en su matrimonio”, me dije al ver que se iba sin despedirse.
Como no tenía nada que hacer al terminar de desembalar el equipaje, decidí dar una vuelta por el pueblo. El centro de Luarca no había cambiado nada desde que era un niño, los mismos edificios, la misma gente y sobre todo el mismo sabor a pueblo marinero que tanto me gustó esos veranos. Al ver el café Avenida, un bar al que mi abuelo solía llevarnos al salir de misa, decidí entrar y pedirme una sidra.  No llevaba diez minutos en él cuando vi llegar a un grupo de gente de mi edad montando un escándalo. Tanto los hombres como las mujeres venían con alguna copa de más, de manera que me vi marginado a una esquina de la barra. Cabreado por el escándalo, decidí volver a casa.
Al llegar, me estaba esperando en el comedor. Por suerte no había llegado tarde y por eso tras saludarla, me senté en la mesa. Contra todo pronóstico, mi prima resultó además de un encanto una estupenda cocinera. Todo estaba buenísimo y por eso al terminar y tratando de agradarla, le solté:
-Como me sigas cebando así, no me voy a ir de esta casa en años-.
María al escucharme, se soltó a llorar. Incapaz de comprender la reacción de la mujer, traté de consolarla abrazándola pero ella, levantándose de la mesa, me dijo:
-Te irás como se han ido todos los hombres de mi vida-.
Completamente alucinado, la vi marcharse. Una frase inocua había desatado una tormenta en su interior, recordándole el abandono de su marido. Sin saber qué hacer,  cogí los platos y ya en la cocina me puse a limpiarlos:
“Amargada es poco, esta tía esta de psiquiátrico”, sentencié mientras terminaba de ordenar la cocina, “lleva más de dos años sola y todavía no se ha hecho a la idea”.
Ya en mi cuarto, pude escuchar sus lamentos. Encerrada en su habitación, mi prima dejó que su angustia la dominase y durante dos horas no dejó de lamentarse por su suerte. Sabiendo que nada podía hacer, me puse los cascos y metiéndome en la cama, busqué que el sueño me impidiera seguir siendo testigo de la desazón de la mujer que dormía a unos metros.
A la mañana siguiente, María tenía el desayuno listo cuando salí de la ducha. Sus ojos hinchados eran prueba innegable que se había pasado llorando toda la noche. Al verme, me puso un café y tras darme los buenos días me pidió perdón:
-Disculpa por anoche, pero es que era la primera vez que cenaba con un hombre desde que me dejó mi marido-.
En ese momento no me percaté que se había referido a mí como un hombre y no como su primo y quitándole hierro al asunto le dije:
-No te preocupes. Ya se te pasará-.
-Eso jamás-, me gritó, -nunca podré olvidar la humillación que sentí cuando se fue con una mujer más joven-.
Mirándola, no me extrañaba que hubiese salido huyendo. María se había cambiado de ropa, pero seguía pareciendo una institutriz. Con una blusa almidonada y ancha, no se podía saber si esa mujer era plana o pechugona. Todo en ella enmascaraba su femineidad, la falda gruesa y casi hasta los tobillos podía ser el uniforme de una congregación de monjas. Sabiendo que si le decía algo se iba a enfadar, decidí callarme y al terminar de desayunar, me despedí de ella con un beso en la mejilla.
-Nos vemos a las dos-, dije mientras salía por la puerta.
Ya en la calle, me di cuenta que se había sentido incómoda por esa muestra de cariño pero soltando una carcajada, resolví que si eso la perturbaba iba a seguir haciéndolo. Durante el camino hacia el banco, no dejé de pensar en la mala fortuna que había tenido esa mujer y que siendo una belleza en su juventud, la mala experiencia de su matrimonio la había echado a perder. Ya en el trabajo, perdí toda la mañana conociendo a mi nuevo jefe y a los que iban a ser mis compañeros.
Don Mario, el director, resultó ser un viejo entrañable que viendo su jubilación cercana apenas trabajaba y se pasaba todo el día en el bar. Acostumbrado al hijo puta de José, no llevaba dos horas en esa sucursal cuando ya había comprendido que al exiliarme a ese remoto pueblo, me había hecho un favor.
“Aquí se vive bien”.
No me di cuenta del paso de las horas, de manera que me sorprendió saber que había que cerrar el banco e irnos a comer. Al llegar a casa, descubrí a mi prima limpiando de rodillas la escalera. Lo forzado de su postura me permitió percatarme que, aunque oculto, María seguía conservando el estupendo trasero de jovencita.
-No comprendo porque se tapa-, exterioricé sin darme cuenta.

-¿Has dicho algo?-, me preguntó dándose la vuelta.
Me sonrojé al pensar que me había oído y haciéndome el despistado le respondí que no.
-¿Tendrás hambre?-, me dijo poniéndose en pie, sin reparar que tenía dos botones desabrochados, lo que me permitió disfrutar de su profundo canalillo entre sus pechos. El sujetador de encaje que llevaba le quedaba chico, de manera que no solo se desbordaban sino que me dejó vislumbrar el inicio de unos pezones tan negros como apetitosos. Me vi mordisqueándolos mientras su dueña se corría entre mis brazos-
Cortado por la excitación que me produjo descubrir que esa hembra asexuada disponía de unos senos que serían la envidia de cualquier estrella del porno, le dije que me iba al baño y tras cerrar la puerta, no tuve más remedio que masturbarme pensando en ellos. Dominado por el deseo, me imaginé a esa estrecha entrando en el baño e implorando mis caricias, caminar a gatas a recoger su premio. Esa imagen tan deseada hacía veinte años, volvió con fuerza a mi mente y desparramando mi lujuria sobre el suelo del aseo, me corrí mientras pensaba en como follármela.
Al salir, la mojigata de mi prima se había vuelto a cerrar la blusa y con una sonrisa en su boca, me dijo que fuésemos a comer. Una vez en la mesa, me resultó imposible dejar de mirarla buscando en ella algo que me diera pie a un acercamiento pero, tras media hora de charla, comprendí que era absurdo y que esa tía era inaccesible. Como en el banco teníamos horario de verano después del café, decidí salir a correr un poco, porque llevaba una semana sin hacer ejercicio y sentía agarrotados mis músculos.  Aprovechando que la casa estaba en las afueras del pueblo,  recorrí durante dos horas los caminos de mi juventud, de manera que al volver a la casona, estaba empapado.
Cuando entré, mi prima estaba tranquilamente sentada leyendo en el salón.  Al levantar su mirada del libro, pude descubrir que fijó sus ojos en mi camiseta que, completamente pegada por el sudor, mostraba con claridad el efecto de largas horas en el gimnasio. Sin darse cuenta, recorrió mi cuerpo contando uno a uno los músculos de mi abdomen. Cortado por su escrutinio, le dije que me iba a duchar, ella volviendo a la novela ni siquiera me contestó. No me hizo falta, sonriendo subí por las escaleras y tras desnudarme, me duché.
“Joder con la amargada”, pensé mientras me enjabonaba, “menudo repaso me ha dado”.
Nada más terminar, fui directamente a mi habitación a vestirme. Acababa de terminar fue cuando me percaté que no había recogido la ropa sucia y que la había dejado tirada en el baño. Pensando que si entraba mi prima se iba a enfadar, decidí recogerla pero al llegar no estaba en el suelo. Comprendí al instante que ella la había cogido y avergonzado bajé al lavadero a disculparme. No tuve que tocar, la puerta estaba abierta. Ni siquiera entré desde fuera observé como María apretándola contra su cara no dejaba de olerla mientras sus manos se perdían en el interior de su falda. Mi querida prima, la puritana, completamente alterada por mi sudor, buscaba un placer vedado torturando su sexo con sus dedos. Sus gemidos me avisaron que ya estaba terminando. Impresionado por la lujuria de sus ojos, me retiré sin hacer ruido porque comprendí que si la descubría iba a sentirse humillada.
Al volver a mi cuarto, me tumbé en la cama y sin prisas me puse a planear el acoso y derribo de mi primita. De manera que cuando me llamó a cenar ya tenía el método por el cual esperaba tenerla en poco tiempo bebiendo de mi mano. Con todo ello en mi mente, me senté en mi silla y buscando el momento, esperé para preguntarle donde le parecía mejor que pusiera mis aparatos de gimnasia. Tras unos breves instantes, me contestó que la mejor ubicación era al lado del salón.
“Menuda zorra”, pensé al percatarme que desde el sillón donde había estado leyendo, iba a tener una visión perfecta de mí cuando me ejercitara. Satisfecho porque eso le venía de maravillas a mi plan, le dije que al día siguiente los montaría.
-Si quieres te ayudo después de cenar-, me contestó incapaz de contenerse.
Sabiendo que lo decía porque así desde el día siguiente iba a poder espiarme, acepté encantado, de forma que esa noche cuando me metí en la cama, la trampa estaba perfectamente instalada esperando que mi victima cayera. Y por segunda vez en el día, me masturbé pensando en ella y en cómo sería tenerla en mi poder.

EL CEBO
Los siguientes días fueron una repetición de ese día. Al llegar del trabajo comía con mi prima, tras lo cual y durante dos horas me machacaba duramente en ese gimnasio improvisado bajo la atenta mirada de María. Sabiendo que ella observaba, hacía pesas sin camiseta, de manera que poco a poco mis músculos y mi abdomen la fueron subyugando. Siempre la misma rutina, al terminar me secaba el sudor con el polo y dándole un casto beso me iba a duchar, olvidándome la ropa empapada en el baño. En todas y cada una de las ocasiones, al salir esta había desaparecido.
El jueves viendo que no paraba de mirarme, le dije:
-Porque no lees aquí y así me haces compañía-.
Asustada pero sin poder negarse, trasladó su sillón a la habitación que donde hacia ejercicio. Nada más entrar dejó el libro a un lado  y en silencio se dedicó únicamente a mirarme. Verla tan entregada, hizo que mi pene saliera de su letargo irguiéndose dentro de mi pantalón. Ella no tardó en darse cuenta, pero en vez de cortarse su cara se iluminó con la visión. Haciendo como si no me hubiese enterado, la vi morderse el labio mientras cerraba sus piernas tratando de controlar la calentura que la atenazaba. Esa tarde le di un regalo, antes de ducharme me masturbé eyaculando sobre mi pantalón corto.
Buscando ver si mi semen había cumplido su objetivo, me acerqué sin hacer ruido al lavadero. No tuve que entrar, desde la cocina escuché sus gemidos. Totalmente fuera de sí, mi primita estaba apoyada con el pico de la lavadora contra su culo mientras con la falda a media pierna introducía sus dedos en su sexo. SI esa imagen ya de por sí era cautivadora más aún fue oír como se retorcía diciendo mi nombre mientras con su lengua recogía el semen que le había dejado. Sabiendo que debía seguir forzando su deseo, me retiré sonriendo.
Durante la cena, María estaba feliz. Sus ojos tenían un brillo que no me pasó desapercibido. Al mirarme desprendía un fulgor que supe interpretar. Esa mujer amargada se había despertado, convirtiéndose en una hembra hambrienta de líbido. No me quedaba duda de que caería como fruta madura ante cualquier acercamiento por mi parte pero esa no era mi intención. Quería obligarla a dar ese paso, a que venciendo todo tipo de resentimiento o tabú, ella viniese a mí implorando que la tomara.  Era una carrera de medio fondo, no podía ni debía de acelerar el paso.
Casi en el postre, como quien no quiere la cosa, dejé caer que me dolía la espalda y que me urgía un masaje. Mis palabras fueron un torpedo contra su línea de flotación y gozando  su próxima captura, la vi debatiéndose entre el morbo de tocarme y su aprensión a que me diese cuenta que me deseaba. Durante unos minutos no dijo nada pero cuando me levantaba a dejar mi taza en el fregadero, oí que me decía:
-Si quieres  yo puedo hacértelo-.
Disimulando, le contesté que no sabía a qué se refería. Bajando su mirada, sumisamente, María me aclaró:
-El masaje-.
 -De acuerdo. ¿Te parece que mientras lavas los platos, me desnude?-, contesté sin darle importancia.
Mi prima no pudo evitar dejar caer los platos que llevaba al lavavajillas al oírme. Con el estrépito de la loza rompiéndose en mis oídos, la dejé con sus miedos mientras subía a mi cuarto.  Cuidadosamente fui preparando el escenario, completamente desnudo y tapando únicamente mi trasero con la sábana, la esperé tumbado boca abajo. Sus complejos la mantuvieron durante quince minutos dizque limpiando la cocina y por eso cuando entró crema, estaba adormilado.
Casi de puntillas, se puso a mi lado y embadurnándome con la crema, empezó a recorrer tímidamente mis hombros.  Sus manos fueron perdiendo el miedo poco a poco. La mujer tomando confianza fue bajando por mi espalda, sin parar de suspirar. Encantado con la excitación de mi prima, me mantuve con los ojos cerrados. Sus dedos apretaron mis dorsales mientras su dueña sentía como se aflojaban sus piernas. Tratando de mejorar la postura, se puso a horcajadas sobre mí con una pierna a cada lado de mi cuerpo. En lo que no reparó fue que su braga quedaba en contacto con mi piel por lo que pude comprobar que la humedad envolvía su coño. Abstraída en las sensaciones que estaba sintiendo , María ya había perdido todo reparo y furiosamente masajeaba con sus palmas mi columna.
-Más abajo-, le dije sin levantar mi cara de la almohada.
Se quedó petrificada al oírme. Durante unos instantes no supo reaccionar por lo que tuve que forzar su respuesta quitándome la sabana. Por primera vez, me veía completamente desnudo. Indecisa, fue tanteando mi espalda baja luchando contra su deseo. Mi falta de respuesta, la tranquilizó y echando más crema sobre mi piel, reinició el masaje.   No tuve que ser un genio para interpretar su respiración entrecortada. Mi prima estaba luchando contra su deseo y éste estaba venciendo. Cuando sentí que estaba a punto, dije:
-Más abajo-.
La mujer, obedeciéndome, acarició mi trasero con sus manos sin atreverse a incrementar la presión de sus dedos.
-Más fuerte-.
Con sus defensas asoladas, se apoderó de mis nalgas. Sus palmas estrujaron mis músculos mientras su dueña sentía que su corazón se desbocaba. Absolutamente entregada, empezó a llorar cuando sus dedos recorrían mi trasero. Al percatarme de su estado, tapándome le dije que había sido una gozada el masaje pero que ya estaba relajado. Ella al oírme, comprendió que le estaba dando una salida y sin levantar su mirada, se despidió dejándome solo en la cama. No tardé en escuchar a través del pasillo, sus gemidos. María dando vía libre a sus sentimientos se estaba masturbando pensando en mí.
Satisfecho, pensé:
“Y mañana más”.

LA CAPTURA
Al despertar comprendí que ese fin de semana, tenía que dedicarlo en exclusiva a mi prima. En el comedor María me esperaba envuelta con una bata. Sonreí al darme cuenta que debido a su lujuria esa mujer no había dormido apenas y por eso no había tenido tiempo a vestirse antes de levantarse a preparar el desayuno. Forzando sus defensas, le di un beso en la mejilla mientras distraídamente mi mano acariciaba su trasero. Mi prima suspiró al sentirlo pero no dijo nada.
“Que poco queda para que me pidas que te tome”, pensé mientras sorbía el café.
La mujer, completamente absorta, no dejó de mirarme. Sus ojos seguían cada uno de mis movimientos como si estuviera hipnotizada.  Si lo hubiese querido con un chasquido de mis dedos esa mujer se hubiera entregado a mí pero su sumisión debía ser plena. Aguantándome las ganas de desnudarla y tirármela ahí mismo, terminé de desayunar.
Ya me iba por la puerta cuando volviendo sobre mis pasos, puse en su regazo trescientos euros.
-¿Y esto?-, preguntó.
-Como dijiste, cada uno paga sus caprichos. Quiero que vayas a la peluquería y te arregles el pelo y al salir entres en una boutique y te compres un vestido corto con la falda por encima de las rodillas. Estoy cansado que vayas vestida como si fueses a un funeral-, le dije.
Ella intentó protestar pero no cedí:
-No quiero vivir con una vieja. Ya es hora que despiertes-, respondí mientras salía de la casa dejándola sola.
 Disfrutando de antemano de mi triunfo, camino de la oficina no dejé de planificar mis siguientes pasos, concibiendo nuevas formas de dominio sobre la pobre mujer. La propia actividad de mi trabajo evitó que siguiera comiéndome la cabeza con ella, pero aun así, cada vez que tenía un respiro, lo usé para imaginarme que se habría comprado. Por eso, al abrir la puerta de la casa que compartía con esa mujer, estaba nervioso. Quería… necesitaba comprobar si había cumplido mis órdenes.
La confirmación de su entrega llegó ataviada con un vestido tan caro como exiguo en tela. María completamente cortada, me saludó mientras con sus manos intentaba alargar el vuelo de la falda. Teñida de rubia, con un escote que quitaba la respiración y mostrando sus piernas, me preguntó que me parecía:
-Estas guapísima-, contesté maravillado por la transformación.
Era increíble, la mujer amargada había desaparecido dando paso a una mujer desinhibida que destilaba sexualidad a cada paso. No solo era bella sino el sueño de todo hombre hecho realidad. Incapaz de contenerme, le pedí que diera una vuelta para verla bien. María, con sus mejillas teñidas de rojo, se exhibió ante mis ojos.
-Tienes unos pechos preciosos-, le dije posando mi mirada en sus enormes tentaciones.
Sus pezones involuntariamente se erizaron al escuchar mi piropo, su dueña totalmente ruborizada huyó a la cocina meneando su trasero. Ya envalentonado, le solté:
-Y un culo estupendo. ¡Me encanta que lo muevas para mí!-.
Mi querida prima había sobrepasado todas mis expectativas. Cuando empecé a seducirla no sabía el pedazo de mujer que se escondía debajo de ese disfraz. Lo había hecho por el morbo de tirarme al amor platónico de mi niñez pero ahora necesitaba poseerla por ella misma. Era tanta mi calentura que, durante la comida, no pude dejar de recrearme en sus curvas.
“Está buenísima”, reconocí al sentir que mi miembro pedía lo que mi cerebro retenía. “No sé si voy a poder aguantar no saltarle encima antes de tiempo”, pensé y  tratando de calmarme, le pregunté cómo estaba:
-Hoy es el primer día que no he pensado en mi ex marido-, me confesó con alegría, -tenías razón, tengo que pasar página-.
 Satisfecho con su respuesta, me levanté de la mesa y subiendo las escaleras me fui a cambiar. Al entrar al gimnasio, María me esperaba sentada en su asiento. Supe que estaba excitada al comprobar que, bajo la blusa, sus pezones la traicionaban. Meditando que hacer, me empecé a ejercitar bajo su atento examen. En un momento dado al mirarla vi que bajo el vestido, la mujer se había puesto un coqueto tanga y sin cortarme le dije:
-Me encanta verte las piernas pero más aún esas bragas rojas que llevas-.
Completamente avergonzada, cerró sus piernas diciéndome que no se había dado cuenta. Entonces echando un órdago, dije:
-Abre las piernas, te he dicho que me gusta verlas-.
Se quedó perpleja al oírme pero venciendo su vergüenza, fue separando sus rodillas sin ser capaz de mirarme. Cubriendo otra etapa de mi plan, fijé mi mirada en su entrepierna mientras mi prima se agarraba a los brazos del sillón para evitar tocarse. Que la mirase tan fijamente además de incomodarla, la estaba excitando. Su tanga se fue tiñendo de oscuro por la humedad que brotaba de su sexo. Al percatarme que estaba empapada y que se mordía los labios tratando de no demostrar el ardor que se le estaba acumulando entre las piernas, busqué sus límites diciendo:
-Tócate para mí-.
 María me fulminó con la mirada  indignada pero al comprobar que no cejaba en mi repaso y que iba en serio, se puso nerviosa luchando en su interior su razón contra la tensión almacenada en su sexo. Al fin venció su lujuria y con lágrimas en los ojos, metió sus dedos bajo el tanga y empezó a masturbarse. Su sometimiento era suficiente y dejando que se liberara en privado, salí de la habitación diciendo:
-Voy a ducharme, luego te llamo para que me ayudes a secarme-.
Sin esperar su respuesta, la dejé rumiando su calentura. Al entrar al baño, lo primero que hice fue descargar su ración de semen sobre mi pantalón para que cuando ella viniera a mí, ya estuviera dispuesta sobre la tela. Tranquilamente bajo el chorro, me enjaboné mientras mi mente volaba tratando de averiguar si esa noche sería su claudicación. El sonido de la puerta abriéndose, me confirmó que mi presa se había enredado en la red que había tejido. Solo la mampara me separaba de la pobre mujer.  Ahondando en su entrega, corrí la pantalla para que me viese desnudo. Sentada en el váter y estrujando mi ropa con sus manos, devoró con la mirada mi cuerpo. Su expresión desolada no hizo más que incrementar mi lujuria e impúdicamente, me di la vuelta para que viese mi pene en su máxima expresión. Avergonzada se intentó tapar la cara con mi pantalón la cara sin darse cuenta que mi semen iba a entrar en contacto con su boca.  Al sentir su sabor recorriendo sus labios, huyó del baño llevándose su regalo con ella.
Solté una carcajada al verla huir a descargar su excitación y gritando, le ordené:
-En cinco minutos, te quiero aquí-.
Acababa de cerrar el agua cuando volvió. Al regresar, ella misma había claudicado y sin esperar a que lo hiciera, le pedí que me acercara la toalla. De pie y desnudo aguardé a que me secara. Su sofoco era total, sin poder sostener mi mirada, mi prima fue retirando el agua de mi cuerpo mientras su sexo se mojaba. Al llegar a mi pene, le quité la toalla y levantándole la cara, le dije:
-¿Estaba hoy tan rico como ayer?-.
Tras unos momentos de turbación, me respondió sollozando que sí. Buscando derribar uno de sus últimos tabús, la tranquilicé acariciándole el pelo. Ella me miró con los ojos aún poblados de lágrimas y me preguntó:
-¿Desde cuándo lo sabes?-.
-Desde el primer día-.
Sus piernas se doblaron y sentándose en la taza, estalló a llorar exteriorizando su vergüenza. Anudándome la toalla, la levanté y entrando al trapo, le sonsaqué si se había corrido.
-Si-, me respondió.
Al escuchar su rendición, le dije:
-Dame tus bragas y así estaremos en paz-.
Incapaz de negarse, se las quitó y esperó a ver que iba a hacer con ellas. Nada más cogerlas, me las llevé a la nariz. El aroma a mujer inundó mis papilas y sabiendo que ella lo necesitaba, con mi lengua saboreé su flujo. Maria tuvo que cerrar sus piernas para no desvelar su deseo, momento que aproveché para decirle:
-Vamos a hacer un trato: Yo, todas las tardes te haré un regalo y en compensación, tú por las mañanas deberás entregarme la ropa interior que hayas usado durante la noche-.
 

Todavía abochornada, vio que era justo y que de esa manera éramos los dos, los que íbamos a compartir ese fetiche por lo que sonriendo me dio la mano sellando el acuerdo. Al verla irse meneando sus caderas, comprendí que podía ser cuestión de horas que ese portento acudiera a mí. Silbando mi triunfo, me vestí y poniendo su tanga en el bolsillo de mi chaqueta a modo de pañuelo, busqué a mi prima. La encontré en el salón, tarareando una canción mientras barría. Al fijarme en ella, me percaté que se la veía feliz. El saber que no solo no me había enfadado sino que era cómplice de su fantasía, la liberó. Cuando me vio, paró de cantar y regalándome una sonrisa, me preguntó a donde iba:

-Te equivocas primita, adonde vamos-, le respondí cogiéndola de la mano.
Muerta de risa, me pidió unos minutos para ponerse unas bragas. Pero cogiéndola en volandas, se lo prohibí y sin que pudiera hacer nada para evitarlo, la metí en el coche.
-¡Estás loco!-, me dijo abrochándose el cinturón, -la gente se va a dar cuenta de que no llevo nada debajo-.
-Te equivocas, solo tú y yo sabremos que tu tanga está en mi solapa-.
Sorprendida me miró la chaqueta porque hasta entonces no se había enterado de mi diablura y soltando una carcajada, me insultó diciendo:
-Además de cabrón, eres un pervertido-.
-Si-, respondí, -pero no te olvides que soy TU pervertido-.
Lejos de enfadarse, me devolvió una sonrisa mientras ponía en la radio un cd de los secretos. Por primera vez en dos años, María estaba contenta y sabiendo que no debía forzar la máquina decidí salir del pueblo y dirigirme hacia Puerto de Vega.  Durante los quince minutos que nos tomó llegar a esa población, no paré de decirle lo buenísima que estaba y lo tonta que había sido enterrándose en vida. Ella sin dejar de sonreír, me miró diciendo:
-Tienes toda la razón, pero gracias a ti he salido de mi encierro-.
Viendo que se ponía cursi, paré el coche y tomándola de los brazos, le dije:
-Yo estaré siempre ahí cuando me necesites, pero ahora es el momento que te liberes-.
-Te tomo la palabra-, me contestó y cambiando de tema, me preguntó a dónde íbamos. 
Al decirle que al bar Chicote, protestó diciendo que estaba en el muelle y que de seguro iba a estar atestado.
-Por eso-, respondí,-quiero que te sientas observada-.
-Capullo-.
-Zorra-.
-Sí, pero no te olvides que soy TU zorra-, me contestó usando mis mismas palabras mientras una de sus manos acariciaba mi pierna,
Al salir del coche, sus ojos brillaban por la excitación y sin quejarse me dio la mano, mientras entrabamos al local. Como había predicho, El Chicote estaba lleno por lo que tardamos unos minutos en llegar a la barra. Al preguntarle que quería, me dijo que un cubata porque necesitaba algo fuerte para pasar el trago.
-¿Tan mal te sientes?-, le contesté preocupado. 
-¡Que va!, lo que ocurre es que estoy empapada. Siento que todos saben que voy sin bragas y me encanta-.
-Pues disfruta-, le dije pasando mi mano por su trasero.
Al notar mi caricia, se pegó a mí diciendo:
-¡No seas malo!. Si me tocas,  voy a terminar corriéndome, y ¡no es eso lo que quieres!-.
-Todavía no. Querré que te corras el día que vengas a mí, de rodillas y pidiéndome que te tome. Ese día, me olvidaré que eres mi prima y te convertiré en mi mujer-.
Satisfecha con mi declaración de intenciones, pegando su pubis a mi entrepierna, me susurró al oído:
-¿Tiene que ser de día?, ¿no puede ser de noche?-.
-Estoy creando un monstruo-, le dije mientras  disimuladamente apretaba uno de sus pechos. –A este paso, te vas a convertir en una puta-.
-Ya te dije, si lo hago será tu culpa y yo, TU puta-.
Las siguientes dos horas fueron un combate de insinuaciones y caricias. María se lo estaba pasando en grande, retándome con la mirada mientras se exhibía ante la concurrencia. No paró de bailar ni de beber y ya un poco achispada, me pidió que nos retiráramos a  casa. En el coche, le pregunté si se sentía bien, a lo que me respondió que sí aunque un poco borracha. Fue entonces cuando me fijé que se le había subido la falda y que desde mi posición podía ver el inicio de su pubis. Mi sexo reaccionó saliendo de su modorra y solo el pantalón evitó que se irguiera por completo. Ella se dio cuenta y sonriendo me dijo si tenía algún problema.
-Yo no le respondí sino el camionero-, le respondí al percatarme que el conductor del tráiler que teníamos a la derecha en el semáforo, estaba disfrutando de una visión aún mejor que la mía, -o bien te bajas la falda, o te la subes para que el pobre hombre no sufra un tirón en su cuello-.
Mi prima se giró a ver a quien me refería y al ver la cara del buen hombre, riendo se subió el vestido y abriéndose de piernas, le mostró lo que  el tipo quería ver. No satisfecha con la cara de sorpresa, mojó uno de sus dedos en su sexo y descaradamente se lo chupó mientras le guiñaba un ojo. El camionero, tocando la bocina, agradeció a su manera el regalo recibido pero el objeto de su lujuria se había olvidado de él y mirándome, se destornillaba de risa en su asiento.
-¡Qué bruta estoy!-, me confesó al parar de reír.
-Por mí, no te cortes, si necesitas hacerlo -, respondí enfilando la carretera.
Poniendo cara de niña buena, me dijo que no sabía a qué me refería. Comprendí al instante, que quería que yo le ordenase por lo que prestando atención al camino, le dije:
-Quiero que te toques para mí-.
No se hizo de rogar, y bajando su mano por su pecho, pellizcó sus pezones mientras bromeando no paraba de maullar. Mirándola de reojo, observé como separaba sus rodillas y abriendo sus labios, me pedía permiso con sus ojos:
-¡Hazlo!-.
Mi orden desencadenó su deseo y sin prisa pero sin pausa, recorrió los pliegues de su sexo para concentrar toda la calentura que la dominaba en su entrepierna. Atónito presté atención a cómo con furia empezó a torturar su clítoris. Era alucinante verla restregándose sobre el asiento mientras con la otra mano se acariciaba los pechos. Los gemidos de mi prima no tardaron en acallar la canción de la radio y liberando sus miedos, se corrió sobre la tapicería.  Al terminar, pegándose su cuerpo al mío, me dio un beso mientras decía:
-Gracias, lo necesitaba-.
Asumiendo mi victoria, aparqué en el jardín y abriendo su puerta, le dije:
-La señora ha llegado sana, salva y empapada a casa-.
Soltó una carcajada al oír mi ocurrencia y meneando descaradamente su trasero, subió por las escaleras de la entrada principal. Al llegar al rellano, se dio la vuelta y plantándome un beso en los morros, me confesó que nunca en su vida se había sentido tan libre y que todo me lo debía a mí. No me quedó ninguna duda que mi prima buscaba con ese beso que le hiciera el amor pero sabiendo que necesitaba su entrega total, dándole un cachete en su culo desnudo le dije que era hora de irnos a dormir. Poniendo un puchero, se dio la vuelta y sin despedirse se fue a su cuarto.
No había acabado de desnudarme, cuando la vi aparecer por la puerta de mi habitación. Se había cambiado y volvía envuelta en un picardías transparente que no dejaba ningún resto a la imaginación. Sus pechos con sus negras aureolas y su pubis perfectamente recortado eran visibles a primera vista. Sabía a qué venía pero haciéndome el duro le pregunté qué quería. Como única respuesta, María deslizó los tirantes de su combinación y dejándola caer se quedó desnuda de pie, mirándome. Sin hacerla caso me tumbé y poniendo cara de extrañeza, dije:
-Algo más, ¡eso no es suficiente!-.

Comprendiendo a que me refería, se arrodilló y a gatas vino a mi lado, ronroneando de deseo al hacerlo. Lejos de parecer una gatita, mi prima me recordó a una pantera al acecho de  una presa, la cual se encontraba tumbada e indefensa en la cama. Al llegar hasta mí, restregó su cabeza contra mi brazo y poniendo voz dulce, susurró a mi oído:
-Esta cachorrita abandonada necesita un dueño. Tiene hambre y frio y las noches son muy largas-.
-Pobrecilla-, le contesté siguiendo la broma. -No comprendo cómo siendo tan hermosa no ha conseguido todavía a alguien que la mime-.
Mi prima se metió entre mis sábanas al sentir mi mano recorriendo sus pechos. Pegando su cuerpo, me besó mientras se restregaba buscando calmar la calentura que la dominaba. Al sentir que buscaba introducir mi pene en su sexo, la separé diciendo:
-Déjame a mí-.
Tenía a mi disposición el cuerpo que me había subyugado desde niño y no quería desaprovechar la oportunidad de disfrutar de él. Por eso colocándola frente a mí, fui besando y mordiendo su cuello con lentitud. La increíble belleza de sus pechos que me habían vuelto loco al regresar a Luarca, se me antojó aún más codiciada al percatarme que sus pezones esperaban erectos mis mimos. Acercando mi lengua a ellos, jugué con los bordes de su aureola antes de introducírmela en la boca. Satisfecho, escuché a mi prima suspirar cuando sin importarme que fuera moral o no, mamé de sus tesoros. María supo que tenía que permanecer inmóvil, deseaba sentirse mujer otra vez y mis caricias lo estaban consiguiendo.
No contento con ello, fui bajando por su cuerpo sin dejar de pellizcar sus pezones. La mujer al sentir que me aproximaba a su sexo, abrió sus piernas. Verla tan dispuesta, me maravilló y dejando un rastro húmedo, mi boca se entretuvo en la antesala de su pubis, mientras ella no dejaba de suspirar. Mi pene ya se encontraba a la máxima extensión cuando probé por vez primera su flujo directamente de su sexo. No me había apoderado de su clítoris cuando de su interior brotó un río ardiente de deseo. Llorando me informó que no podía más y que necesitaba ser tomada. Sonreí al oírla y haciendo caso omiso a sus ruegos, me dedique a mordisquear su botón mientras mis dedos se introducían en su vulva. Como si hubiese dado el banderazo de salida, el cuerpo de María empezó a convulsionar al apreciar los primeros síntomas del orgasmo. Convencido que de esa primera noche iba a depender que esa mujer se rindiera a mí, busqué su placer con mi lengua y bebiendo su lujuria prologué su climax mientras ella se retorcía entre mis brazos.
-No es posible-, sollozó al comprobar que se corría sin pausa dejando una húmeda mancha sobre las sabanas. -Te necesito-, gritó cogiendo mi cabeza y pegándola a su sexo.
Durante un cuarto de hora, no solté mi presa. Yendo de un orgasmo a otro sin descansar, mi prima se deshizo de todos sus tabúes y disfrutando por fin, cayó rendida a mis pies. Satisfecho me incorporé y besándola le pregunté si se arrepentía de haber cedido a su deseo:
-No-, me contestó con una sonrisa, -de lo que me arrepiento es de no haberlo hecho antes-.
Fue entonces cuando decidí formalizar su sumisión y pasando mi mano por su trasero, le di un azote mientras le ordenaba darse la vuelta. Incapaz de desobedecerme se tumbó boca abajo sin saber que era lo que quería hacerle. Sin pedirle permiso, separé sus nalgas para descubrir un esfínter rosado. Cogiendo con mi mano parte de su flujo, fui toqueteándolo ante su mirada alucinada. Se notaba que su ex nunca había hecho uso de él y saber que iba a ser yo el primero, me terminó de calentar.
-Tráete crema-, ordené a mi prima.
Dominada por la lujuria, María corrió a su baño y en breves instantes volvió con un bote de nívea entre sus manos. Sin tenérselo que recordar se puso a cuatro patas y abriendo sus dos cachetes, me demostró su obediencia. Con mis dedos llenos de crema, acaricié su esfínter mientras ella esperaba expectante mis maniobras. Buscando que fuese placentera su primera vez, introduje un dedo en su interior.
-¡Que gusto!-, gimió al sentir horadado su agujero.
Me sorprendió comprobar lo relajada que estaba y por eso casi sin pausa. Metí el segundo sin dejar de moverlo. Poco a poco, se fue dilatando mientras ella no dejaba de declamar el placer que la invadía. Comprendiendo que estaba dispuesta, embadurné mi pene y posando mi glande en su entrada, le pregunté si estaba lista.  Durante unos segundos dudó, pero entonces echándose hacia atrás se fue empalando lentamente sin quejarse. La lentitud con la que se introdujo toda mi extensión en su interior, me permitió sentir cada una de las rugosidades de su ano al ser desvirgado por mi pene. Solo cuando sintió la base de mi sexo chocando con sus nalgas, me pidió que la dejara acostumbrarse a esa invasión. Haciendo tiempo, cogí sus pechos entre mis manos y pellizcando sus pezones, le pedí que se masturbara.
No hizo falta que se lo repitiera dos veces, bajando su mano, empezó a acariciar su entrepierna a la par que empezaba a moverse. Moviendo sus caderas y sin sacar el intruso de sus entrañas, la mujer fue incrementando sus movimientos hasta que ya completamente relajada, me pidió que empezara. Cuidadosamente en un principio fui sacando y metiendo mi pene de su interior mientras ella no paraba de rozar su clítoris con sus dedos. Sus suspiros se fueron convirtiendo en gemidos y los gemidos en gritos de placer al sentir que incrementaba la velocidad de mis embestidas. Al cabo de unos minutos, mi presa totalmente entregada me pedía que   acrecentara el ritmo sin dejar de exteriorizar el goce que estaba experimentando.
Al percatarme que estaba completamente dilatada y que podía forzar mis estocadas, puse mis manos en sus hombros y atrayéndola hacía mí, la penetré sin contemplaciones. Completamente alucinada por el nuevo tipo de placer, María chilló a sentir que se volvía a correr y soltando una carcajada, me pidió que no parara:
-¿Te gusta putita?-, le dije dando un azote en su trasero.
-Me enloquece-, contestó al sentir el calor de mi golpe.
Percibiendo que mi azote había espoleado aún más su ardor, fui alternando mis acometidas con sonoras caricias a sus nalgas. Ella berreando me rogó que siguiera y como poseída, mordió la almohada levantando su trasero. Su enésimo orgasmo coincidió con el mío y rellenando su interior con mi simiente, me desplomé a su lado.
Exhaustos nos besamos y sin dejar de acariciarme, María esperó a que descansara, tras lo cual pasando su mano por mi pelo, me dijo:
 

-Tu cachorrita tiene el culo calentito pero sigue teniendo sed-.

Solté una carcajada al oírla al comprender que quería tomar de su envase original la blanca simiente de su liberación.

 

 
 

Relato erótico: “Memorias de un exhibicionista (Parte 9)” (POR TALIBOS)

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MEMORIAS DE UN EXHIBICIONISTA (Parte 9):
CAPÍTULO 17: LOS JUGUETES DE ALICIA:
Domingo por la mañana. No fueron precisamente las
primeras luces del alba las que me sacaron del sueño. Más bien las del mediodía. O más tarde incluso. Estaba en modo vago total.
Me estiré en la cama, solazándome con lo bien que me encontraba después de una reparadora noche de descanso. Estiré brazos y piernas todo lo que pude, desperezándome y fue entonces cuando me di cuenta de que estaba solito en la cama.
Joder, debía haber estado en coma si no me había enterado de cuando Tatiana se había levantado, pues ella no solía ser discreta precisamente.
–          ¿Tati? – exclamé en voz alta, alzando a duras penas la cabeza de la almohada.
Escuché entonces un golpe sordo y unos ruidos procedentes del cuarto de baño anexo, lo que me reveló el paradero de la chica.
–          ¡Estoy en el baño! – me contestó, su voz amortiguada por la puerta que separaba ambas estancias.
–          ¿Estás en la ducha? – pregunté empezando a sentirme juguetón – ¡Voy a reunirme contigo!
–          ¡NO! – aulló la chica en voz todavía más alta, sorprendiéndome – ¡Ya casi he acabado! ¡Me visto en un segundo y ya salgo!
Resignado, me dejé caer de nuevo encima del colchón. Mi memoria regresó entonces a los acontecimientos del día anterior, lo que provocó que una sonrisilla estúpida se perfilara en mis labios. Como quien no quiere la cosa, deslicé una mano bajo las sábanas y la colé dentro de mi slip, comenzando a sobarme el falo, que empezaba a ponerse morcillón. No tenía verdaderas intenciones de masturbarme, era sólo que… me apetecía tocarme un poco los huevos.
Como había prometido, un par de minutos después la puerta del baño se abrió y apareció Tati, vestida con shorts y camiseta, con el pelo envuelto en una toalla. Me lamenté en silencio pues, si llega a llevar la toalla envolviéndole el cuerpo en vez de la cabeza, no habría tardado ni un segundo en arrancársela y empezar el día con alegría, como dicen por la tele.
–          Hola guapísima – le dije sonriente, cruzando las manos tras la nuca y mirándola divertido.
–          Bu… buenos días, cari – respondió ella bastante aturrullada – ¿Qué tal has dormido?
–          Estupendamente. Anoche estaba agotado. He dormido toda la noche de un tirón.
–          Sí y yo – asintió la chica – Estaba cansadísima.
Tati me miró un segundo, mientras charlábamos, pero, cuando nuestros ojos se encontraron, ella apartó la mirada, ruborizándose un poco.
–          ¿Estás bien? – pregunté un tanto inquieto.
–          Sí, sí, estupendamente.
Demasiado rápida su respuesta. Y seguía sin mirarme a los ojos.
–          Ya sé que es tarde, pero, ¿quieres que te prepare algo para desayunar? – dijo tratando de cambiar de tema – Puedes darte una ducha mientras tanto.
Y salió del dormitorio sin esperar siquiera mi respuesta. Mi nivel de inquietud subió considerablemente.
Minutos después, mientras me enjabonaba bajo el chorro de la ducha, mi cabeza no paraba de darle vueltas a la situación. ¿Se habría arrepentido de lo del día anterior? ¿Se sentiría avergonzada? ¿Iba a echarse atrás?
Joder. Sobre todo esperaba que no se sintiera molesta. Podría soportar que Tati decidiera abandonar el juego, pero, si la habíamos traumatizado de alguna forma…
Cuando me reuní con ella en la cocina, era yo el que se sentía aturrullado. Tenía la sensación de que podía irse todo al garete. Una pena, ahora que las cosas empezaban a ponerse de veras divertidas…
–          ¿Quieres café? – me preguntó mientras yo me sentaba a la mesa.
–          Sí, por favor.
Tras llenar mi taza, Tati se sentó enfrente de mí y empezamos a comernos unas tostadas. Yo la miraba en silencio, nervioso, temeroso de interrogarla sobre lo que estaba rondándome por la cabeza. Se había quitado la toalla de la cabeza y estaba super sexy, con los cabellos mojados empapando su camiseta.
–          ¿Cómo estás? – pregunté, armándome de valor.
–          Bien – dijo ella encogiéndose de hombros – Lo de ayer fue una locura.
–          Sí que lo fue. ¿Y no hay nada que quieras contarme?
Tati se quedó mirándome, con la tostada a medio camino hasta su boca. Me di cuenta de que tenía una pequeña mancha de mantequilla en la mejilla, lo que le daba un aire de inocencia conmovedor.
–          No. ¿A qué te refieres?
–          A lo de ayer. ¿Estás segura de que…?
–          ¿Otra vez con lo mismo? – exclamó la chica interrumpiéndome, poniendo los ojos en blanco – Ya te he dicho que estoy decidida a participar en esto. No voy a rendirme…
–          Vale, vale – respondí alzando las manos en señal de paz, sorprendido por el súbito arranque de Tati – Es sólo que me preocupo por ti. Y antes, cuando saliste del baño, me pareció que estabas un poco rara…
En cuanto dije esto, Tati, sin poder evitarlo, bajó la mirada, como si se avergonzase de algo.
–          ¿Lo ves? – exclamé triunfante – A ti te pasa algo. No lo niegues. Vamos nena, es necesario que seas sincera conmigo. Si no estás a gusto con esta historia…
–          Que no, tonto, que no es eso…
Me quedé parado. Había conseguido que admitiera que algo pasaba, ahora sólo faltaba sonsacarle qué era.
–          A ver – dijo ella suspirando resignada – Esta mañana, cuando iba a la ducha… Jo, cari, me da vergüenza decírtelo…
Aquello despertó todavía más mi interés.
–          No seas tonta. Puedes contarme lo que quieras – dije estirando una mano y aferrando la suya por encima de la mesa.

–          Bueno… pensé que… Lo de ayer… Ya sabes, las fotos y eso…
No tenía ni idea de adonde quería llegar. Pero algo me decía que no iba a ser un problema tal y como me temía minutos antes.
–          Venga, Tati, dímelo. Confía en mí.
–          Se me ha ocurrido… ya sabes… probar yo sola.
–          ¿Probar el qué?
–          Pues eso… Hacer unas fotos…
Sí, ya lo sé, tienes razón, parecía medio idiota. No sé cómo me costó tanto comprender a qué se refería. Esa mañana estaba bastante espesito, lo reconozco.
–          ¿Quieres decir que te has hecho unas fotos en el baño? – pregunté divertido, cuando por fin encajaron todas las piezas del puzzle.
Tati no contestó, sino que asintió con la cabeza en silencio, toda colorada, mientras bebía lentamente de su café.
–          ¡Tengo que ver eso inmediatamente! – exclamé poniéndome de pie de un salto – ¿Dónde está tu móvil?
La perspectiva de que Tati se hubiera hecho fotos ella solita me hizo abandonar el modo vago total y entrar directamente en el de verraco máximo. La sola idea de que mi novia, la vergonzosa Tatiana, se hubiera animado a hacerse fotos guarrillas, me excitaba terriblemente. Porque las fotos tenían que ser guarrillas, ¿verdad?
Tatiana no dijo ni mú mientras yo salía de la cocina e iba al salón, a revisar la mesita donde siempre dejábamos los teléfonos y las llaves. El suyo no estaba.
–          ¿Dónde has metido el teléfono? – aullé desde el salón.
Pero ella no contestó, lo que me hizo recelar.
Con la sospecha en mente, regresé a la cocina y la miré con suspicacia. Tati, tratando de disimular, no me miraba directamente, pretendiendo estar totalmente concentrada en su taza de café.
–          Lo llevas encima, ¿verdad? – inquirí juguetón.
Tati no dijo nada, pero sus labios se curvaron casi imperceptiblemente con una sonrisilla pícara.
–          Dámelo – canturreé, aproximándome muy despacio.
Tati, que no me quitaba ojo, sonreía cada vez más abiertamente, desplazando su silla por el suelo muy despacio, apartándose de mí. Yo, como el lobo de Caperucita, me acercaba dispuesto a atacarla en cualquier momento y ella, con disimulo, se preparaba para la fuga.
Finalmente, el depredador se arrojó sobe su presa, pero ésta, con agilidad pasmosa, se incorporó de un salto y, dando un gritito, salió disparada de la cocina, seguida de cerca por el lobo, que estaba cada vez más cachondo y no estaba pensando en comérsela precisamente.
La persecución duró poco. La pobre gacela fue arrinconada en el dormitorio y arrojada sobre el colchón, entre risas, mientras el lobo se encaramaba encima de ella (aprovechando el meneo para sobetearla a placer) y, tras sentarse sobre su estómago, sujetó sus manos junto a la cabecera de la cama, impidiéndole escapar.
Tatiana, riendo, se retorcía bajo mi cuerpo, tratando de librarse, pero yo no la dejaba. No me costó nada encontrar el teléfono, que estaba metido en la cinturilla de sus shorts. Ella dio un gritito cuando aferré el aparato, pero me las arreglé para sujetar sus dos manos con una sola de las mías, con lo que podía manipular el teléfono con la otra. Tatiana me miraba con una expresión medio lasciva, medio divertida, que me hizo estremecer.
Desbloqueando el móvil con el pulgar (ambos conocemos la clave del teléfono del otro) no tardé ni un segundo en acceder a la galería fotográfica, mientras Tati se retorcía muerta de la risa, intentando recuperar el aparato.
En cuanto empecé a ver las fotos, dejé de reírme. No, que va, no vayas a pensar que no me gustaron… es que me dejaron sin palabras.
Tatiana se había apuntado a la moda del “selfie” y se había hecho un montón de fotos en la intimidad del cuarto de baño. Para las primeras, había usado el espejo que hay encima del lavabo, haciéndose unas instantáneas, bastante inocentes, en ropa interior, sosteniendo el teléfono en una mano mientras adoptaba poses no demasiado sugerentes.
Pero la cosa se iba caldeando.
Pronto, el sujetador desapareció del panorama, pero, por desgracia, la chica no dejaba en ningún momento de taparse los senos con la mano libre, lo que he de reconocer resultaba super erótico.
Entonces comenzó una serie de fotos en las que no usó el espejo, los “selfies” propiamente dichos, en los que, estirando el brazo al máximo, se hacía fotos desde arriba, con una perspectiva cenital.
Joder, qué cachondo me puse; me encantaron esas tomas en las que la chica se fotografiaba su exquisita anatomía, tapándose pudorosamente los pechos con el brazo. En algunas, se atisbaba un poquito de areola, a punto de dejar entrever el pezón y eran esas las que me ponían malo.
La madre que la parió. Eso fue lo que pensé cuando, por fin, descubrió uno de sus senos permitiendo admirarlo en todo su esplendor, deleitándome con su forma y tamaño perfectos.
–          Veo que te gustan – escuché que decía Tatiana.
–          ¿Eh? – dije regresando por un instante al mundo real.
Miré a Tatiana y me encontré con que sonreía de oreja a oreja. Sin darme apenas cuenta,  había liberado sus manos, pues estaba manipulando el móvil con las dos mías, pero ella había desistido de intentar escapar, permitiéndome disfrutar del show fotográfico.
–          Te gustan, ¿eh? – repitió.
–          Pues claro. Joder, nena, no veas lo cachondo que me he puesto…
–          No, si ya lo veo.
Era verdad. En mis shorts se apreciaba un tremendo bulto que mostraba bien a las claras mi estado de excitación. Juguetona, Tati llevó una manita al bulto y apretó con ganas, haciéndome gemir de placer. Hasta me mareé un poco.
Una vez perdidas las fuerzas, derrotado como Sansón (seguro de que eso de que le cortaron el pelo es un rollo, yo supongo que Dalila se la chupó o algo así), me derrumbé al lado de Tatiana, que reía divertida.
Me recosté en la almohada, a su lado, mientras ella apoyaba su cabecita en mi pecho, mojando mi camiseta con su cabello todavía húmedo, mientras mi brazo la rodeaba, estrechándola contra mí.
–          Estás preciosa – le dije besándola en la frente.
Ella no dijo nada, simplemente ronroneó como una gatita y se apretó todavía más.
Sosteniendo el teléfono entre ambos, puse la pantalla de forma que los dos pudiéramos verla sin problemas. Fui pasando las fotos muy despacio, recreándome en ellas, mientras hacía comentarios sobre lo sexy que se veía Tati y lo increíblemente guapa que había salido.
Ella recibía mis piropos con evidente placer y claro, deseosa de que yo también estuviera contento, me alegró de la forma que más me gustaba…
Sin que me diera cuenta al principio, Tati dejó su manita apoyada sobre mi corazón, pero, después de haber pasado 2 o 3 fotos, me di cuenta de que la había movido mucho más al sur, lo que me hizo sonreír.
Un par de minutos después, ambos repasábamos el reportaje fotográfico, muy juntitos en la cama, su cabecita reposando en mi pecho y su mano dentro de mis shorts, aferrando con fuerza mi herramienta y masturbándola con cariño, haciéndome disfrutar todavía más de la sesión.
Pronto llegamos a las fotos de completa desnudez y en ellas, Tati aparecía con las tetas ya completamente al aire, pero tapándose el coñito como si le diera vergüenza. No engañaba a nadie.
Las instantáneas finales eran geniales, recién duchadita, con el pelo mojado y brillantes gotitas de agua refulgiendo sobre su piel y completamente despatarrada en el baño, con un pie subido al mármol del lavabo, enseñando su chochito a cámara sin ningún rubor.
–          Joder, nena, voy a tener que poner ésta como fondo de pantalla en mi móvil.
–          Ni se te ocurra cari, que como la vez alguien… – dijo ella apretando perturbadoramente su mano sobre mi erección.
–          Tranquila, cariño, que es broma – dije, obteniendo un notable alivio de presión.
Poco después me corría como una bestia, dando resoplidos y sosteniendo el móvil a duras penas.
Tatiana, habilidosa, no dejó de deslizar su manita por mi rabo mientras eyaculaba, alargando todo lo que pudo mi orgasmo. Cuando acabé, jadeante, le sonreí y ella me devolvió la sonrisa, guiñándome un ojo. Sacó entonces su mano de mi pantalón y la miró, pringosa de semen y dijo:
–          Voy a tener que lavarme de nuevo.
–          Co… como quieras – jadeé recobrando el aliento.
–          ¿Vienes?
¿Tú que crees que hice?
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Lunes. Me esperaba una semanita de aúpa. Si quería tener la tarde del miércoles libre, tenía que ponerme las pilas y acabar con el trabajo atrasado, amén de todo el follón que tenía para esa semana.
Sin embargo, por una vez, mi imbecilidad acudió al rescate. Tuve mucha suerte.
Tras un par de horas hasta el cuello de papeles, paré para echar un café unos segundos en la sala de descanso. Como un gilipollas, no se me ocurrió otra cosa que ponerme a repasar con el móvil unas cuantas fotos que había transferido desde el teléfono de Tatiana. Embelesado y excitado con las imágenes, no me di cuenta de que Jorge, un compañero, se acercaba a charlar un poco.
Y claro, me pilló mirando las fotos.
–          No me jodas, Víctor. ¿Esa es tu novia?
Ni te cuento el susto que me dio. Casi me da un infarto. Acojonado, me apresuré a esconder el teléfono, pero Jorge no iba a dejarme escapar.
–          Venga, tío, déjame verla…
Para qué voy a aburrirte con la conversación. El tío se pasó media mañana dándome el coñazo, mandándome correos y wassaps al móvil. Yo estaba bastante cabreado, sopesando ir a soltarle un buen par de hostias. Pero entonces, llegó un mensaje que decía: “No seas cabrón. Si me pasas la foto te hago el informe de zona de la semana pasada”
¿Qué crees que hice? Y no sólo con él. Esa mañana me busqué un par de ayudantes más. Me costó que vieran a mi novia en pelotas (bueno, ellos y Dios sabe cuanta gente más, pues, aunque juraron y perjuraron que no enseñarían la foto a nadie, no les creí ni por un momento). Pero bueno, todo fuera por una buena causa; lo cierto es que el miércoles tenía todo el papeleo listo y pude dedicarme a hacer visitas, con lo que, a las tres en punto, estaba introduciendo la llave en la cerradura de casa, deseando averiguar qué tenía preparado Alicia para ese día.
—————————–
Alicia no fue puntual; el tráfico al parecer, así que no empezamos a almorzar hasta las tres y media. Llegó cargada como una mula, con varias bolsas de plástico, el abrigo medio arrastrando, el bolso colgado del brazo y un maletín al hombro que, obviamente, contenía un ordenador portátil, supuse que del trabajo.
Tras ayudarla a descargar, traté de echar un subrepticio vistazo al contenido de las bolsas, para averiguar en qué consistían los tan cacareados juguetes, pero bastó una mirada admonitoria de Ali para hacerme desistir de mi empeño.
Nos sentamos a la mesa y empezamos a almorzar, charlando alegremente, del trabajo sobre todo, eludiendo, al menos momentáneamente, el auténtico motivo de aquella reunión informal.  Tati nos hizo reír contándonos que, tanto el lunes como el martes, varias compañeras habían adoptado la técnica de “sostenes fuera”, logrando incrementar las ventas en la sección de caballeros.
–          Pues está claro – dijo Alicia riendo – Lo que tienes que hacer es llevarte a Víctor al trabajo y ponerle a vender en la sección femenina con la picha asomando por la bragueta y os forráis con las comisiones.
–          Buena idea – dijo Tati con aplomo – Quizás lo haga.
Y nos partimos de risa.
Seguimos hablando un rato, con alabanzas (un pelín exageradas) a las habilidades culinarias de mi novia, cosa que ella agradeció enormemente, a pesar de saber perfectamente que no éramos sinceros al cien por cien.
Por una vez, no fui yo el encargado de llevar el peso de la conversación, sino que las chicas llevaban la voz cantante. Por mi parte, encontraba mucho más interesante deleitarme en silencio con la hermosura de mis dos acompañantes. La pelirroja voluptuosa y la bella morenita. Tati iba vestida para estar por casa, un pantalón y una camisa con las mangas remangadas, lo que le daba un aire casual muy atractivo. Ali, por su parte, iba vestida para el trabajo, falda ajustada, por encima de la rodilla de color beige y una blusa de color claro. Eficiente y sexy. Me sentía el más afortunado de los hombres rodeado de tanta beldad.
Alicia se quejó especialmente de una tal Claudia, la dueña de la agencia, que, al parecer, había abandonado su costumbre de no aparecer por el trabajo y ahora se pasaba el día metida en la oficina, dándole el coñazo a los empleados. Tanto Tati como yo nos solidarizamos con Alicia, pues ¿quién no ha tenido alguna vez a un imbécil por jefe?
Fue un almuerzo agradable, entre 3 amigos normales y corrientes, sin que nada demostrara que todos estábamos pensando constantemente en el auténtico motivo de la reunión. Era como si nos diera miedo abordar la cuestión.
Bueno, eso no es del todo cierto. Alicia simplemente estaba disfrutando del almuerzo y podría jurar que también de nuestro nerviosismo.
Tras almorzar, nos sentamos en el salón, en los mismos puestos que el sábado anterior, las chicas en el sofá y yo en el sillón de enfrente. Serví unos cafés… y me quedé esperando, a ver qué intenciones tenía Ali. Y Tatiana, idem de lo mismo.
Por aquel entonces, ya había quedado claro quien era el jefe de nuestro pequeño clan.
–          Bueno, bueno – dijo por fin Ali, atrayendo de manera inmediata nuestra atención – Os prometí que hoy iba a traeros unos juguetitos… Y aquí están.
Miré con curiosidad a Alicia, sintiendo una gran expectación. No sé qué esperaba que fueran los inventos de Alicia, un espectacular consolador positrónico o qué sé yo, por lo que debo admitir que no pude evitar sentirme un poquito decepcionado cuando Ali sacó de su bolso una pequeña bolsita y se la alargó a Tati.
Mi novia, interesada, abrió la bolsa y echó un vistazo, quedándose visiblemente sorprendida, mientras yo me mordía las uñas por la curiosidad. Introdujo entonces la mano en la bolsa y sacó un objeto que, de tan común que era, hizo que me quedara atónito.
–          ¿Unas gafas? – exclamamos Tati y yo con perfecta sincronía.
–          Ajá – respondió Ali mirándonos con malicia.
Tati, tan sorprendida como yo (quizás también había estado esperando el consolador positrónico) volvió a meter la mano en la bolsa y extrajo un nuevo par de gafas, alargándome las primeras.
Como dos monos de laboratorio, examinamos las lentes desde todos los ángulos, mirándolas con desconcierto.
–          Pero no son unas gafas cualquiera – dijo Ali sin dejar de sonreír – Ponéoslas.
–          Pero yo tengo la vista perfectamente – argumenté.
–          No te preocupes. Los cristales no están graduados.
Encogiéndome de hombros, imité a Tati que ya se había puesto las suyas y me miraba desconcertada. La miré y pude comprobar que las gafas, de montura negra, le quedaban realmente bien, dándole un aire intelectual bastante sexy.
Aunque qué coño, Tati habría estado sexy hasta con un palomo cagándose en su hombro.
Sin saber qué pensar, miré a Ali y vi que había extraído el portátil de su maletín y estaba manipulándolo. Miré a mi novia y, encogiéndome de hombros, me resigné a que Alicia se dignara en explicarnos en qué consistía todo aquello.
–          ¡Voilá! – exclamó por fin Alicia tras manipular el ordenador un par de minutos.
Girando el aparato, nos mostró la pantalla, en la que aparecían dos ventanitas de webcam ejecutadas y en ambas aparecía la propia Alicia, con el portátil sobre las rodillas, sonriendo de oreja a oreja.
–          ¡Anda, si es justo lo que estoy mirando! – exclamó Tati dándose cuenta un instante antes que yo.
–          Ostras, es verdad. Las gafas son cámaras…
Alucinado, me quité las gafas y volví a examinarlas. Perfectamente camuflado en el puente entre los dos cristales, se ocultaba un objetivo.
–          ¡Bingo! – exclamó Ali aplaudiendo entusiasmada.
Miré la pantalla y vi mi propio rostro en ambas ventanas desde dos ángulos diferentes, uno desde abajo, de la cámara de mis gafas y el otro desde el punto de vista de Tati, que me miraba alucinada.
–          ¿Te acuerdas del otro día, en el probador? – exclamó Ali – ¿Recuerdas que dijiste que te habría encantado grabar a las chicas que te miraban? ¡Pues con esto puedes hacerlo sin problemas!
–          No me jodas – dije ofuscado – Cómo coño se te ha ocurrido esto…
–          A ver – dijo Ali regodeándose – Inteligente que es una…
–          ¿Y de dónde demonios has sacado estas gafas?
–          Pues del mismo sitio que las demás cosas. Encontré una web, *******delespia.org donde puedes comprar un montón de cosas parecidas de forma anónima.
Tardé un par de segundos en que sus palabras calaran en mi mente.
–          ¿Las demás cosas? ¿Qué cosas?
–          Pues estas.
Alicia recogió la bolsa y acabó de vaciarla encima del sofá. Cuando acabó, sobre el cojín reposaban las dos camaritas más pequeñas que había visto en mi vida (cubos de unos dos centímetros de lado), un minúsculo auricular y lo que debía ser (aunque no lo pareciera) un diminuto micrófono.
–          No me jodas – balbuceé – ¿Qué pretendes? ¿Vamos a colarnos en la embajada soviética? Esto qué es, ¿Mission Impossible?
–          Vamos, no seas tonto, no me digas que no se te ocurren mil cositas que podemos hacer con estos cacharros – dijo Ali mirándome con picardía.
No, si el problema no era que no se me ocurrieran cosas que hacer con ellos, el problema era que sí que se me ocurrían cosas.
–          ¿Y cómo funcionan? – intervino Tati haciendo gala de un gran pragmatismo.
–          A ver. Todos los apartaos son inalámbricos. Según el fabricante, la calidad de la señal es alta en un radio de unos 50 metros…
–          Aunque eso dependerá de si hay paredes o muros por medio – dije con aire entendido mientras examinaba una de las micro cámaras.
–          Supongo. Pues bien, cada aparato emite por una “frecuencia” única, sintonizada con el software de éste portátil. Es decir, que la señal es sólo para este receptor, no puede captarla cualquiera que pase por allí con wifi.
–          Menos mal – dije para mí.
–          Y el micrófono está sintonizado con el auricular. También tiene 50 metros de alcance.
–          ¿En serio? – dijo Tati cogiendo ambos aparatos e intentando probarlos – ¿Hola? ¿Hola?
–          A ver, dame – dije tomando el micro de sus manos – Nena, ¿me oyes? – susurré en voz baja.
–          ¡Sí que te oigo! – exclamó entusiasmada, riendo como una niña.
–          Siento que haya sólo dos gafas y un único micro. Cuando los encargué, no sabía que ibas a unirte a nosotros – dijo Ali dirigiéndose a mi novia – Si nos van bien, podemos encargar alguna más.
–          ¿Y las cámaras?
–          Funcionan igual que las gafas. De hecho, es posible recibir la señal de las cuatro cámaras simultáneamente. Ya lo he probado y es verdad. Según el que me lo vendió, este trasto tiene potencia suficiente para manejar 7 u 8 cámaras sin problemas.
–          ¿También te has comprado el portátil?
–          Sí. Hace un par de días.
–          Joder, pues con todo esto creo que podemos rodar una peli, vaya – dije con filosofía.
–          Sí – dijo Ali mirándome con expresión enigmática – Una porno. De exhibicionistas….

CAPÍTULO 18: PROBANDO LOS JUGUETES:

¿Tú qué crees que hicimos? Pues claro. Obviamente, Alicia no nos había citado esa tarde sólo para enseñarnos los aparatos. Estaba deseando probarlos. Y, como imaginas, lo tenía todo calculado hasta el último detalle. Tati y yo éramos los reclutas, imprescindibles para la misión, pero obligados a obedecer órdenes. Sin voz ni voto, vaya.
Las dos chicas se refugiaron en el dormitorio, con las bolsas que Ali había traído, con intención de cambiarse de ropa. Yo hice lo mismo, librándome del traje y vistiéndome más cómodo, pantalón de sport, camiseta y camisa, calzado cómodo y una cazadora. Sin ropa interior, por supuesto, je, je.
Las chicas tardaron un buen rato en estar listas, lo que yo aproveché para juguetear un poco con los aparatejos. Tenía que reconocerlo, la idea de Ali me seducía. Se me ocurrían cientos de maneras de darles uso. El problema era que no estaba seguro de si mis sugerencias serían escuchadas.
Un buen rato después, cerca de las seis de la tarde, reaparecieron por fin las dos mujeres.
Ali se había cambiado únicamente la falda, poniéndose una minifalda mucho más corta (y mucho más sexy). Cuando se agachaba un poco, la faldita permitía atisbar el borde de encaje de sus medias, lo que resultaba bastante más que estimulante. Además, se había desabrochado un botón extra de la blusa, lo que aprecié inmediatamente, en cuanto la chica se inclinó ligeramente delante de mí para meter la otra falda en una de las bolsas, brindándome un excitante atisbo de un sujetador de color claro.
Tatiana apareció un instante después y, cuando lo hizo, me dejó completamente sin palabras. Ali no la había hecho cambiarse simplemente de ropa. La había transformado por completo.
Para empezar, le había puesto una peluca, de color negro intensísimo, liso y melena corta, a lo paje, por encima de los hombros. Después, le había puesto un top también negro, que le quedaba convenientemente ajustado, realzando su esplendoroso busto y encima una camisa blanca, con sólo un par de botones abrochados, por lo que sus pechos asomaban con descaro, embutidos en el top que parecía ser un par de tallas más pequeño de lo debido. Una minifalda parecida a la de Ali y unas medias super oscuras, coronado el conjunto por unas botas con hebillas. Para acabar, se puso una chaqueta de cuero que Ali sacó de una bolsa. Un look urbano, duro y moderno, bastante alejado de la imagen habitual de Tati, pero que, como todo lo que se ponía, le quedaba de putísima madre.
–          Estáis preciosas – dije tratando de ser caballero – Super sexys.
Alicia me dio las gracias sin hacerme mucho caso, mientras terminaba de recoger sus cosas, pero Tati sí que se sintió halagada, dedicándome una encantadora sonrisa.
–          Bueno, ¿qué? – dijo Ali incorporándose – ¿Nos vamos?
–          Claro. Pero, ¿adónde?
–          ¿Dónde queda la parada del metro más cercana?
En ese momento supe por fin qué nos había preparado Alicia para esa tarde.
—————————-
Media hora después, los tres estábamos sentados en un banco del andén de la estación de metro, esperando la llegada del siguiente convoy.
No había mucha gente con nosotros, de hecho quedaban algunos bancos libres, pero yo ya había advertido que mis dos acompañantes atraían irresistiblemente la atención de todos los tíos que había. Llegué a pensar en esconderlas un poquito, no fueran a distraer al conductor del tren y tuviéramos una desgracia.
Ali estaba dándonos los últimos detalles de la operación que tenía en mente. Por una vez, iba a ser yo el protagonista de la historia, lo que me puso bastante nervioso y tranquilizó visiblemente a Tati.
El plan de Ali era muy sencillo y con un nivel de riesgo escasísimo, pues se trataba únicamente de comprobar si los aparatos funcionaban bien. De fácil que era, no podíamos fallar; sin embargo, precisamente por lo bien que salió todo, acabé jorobando el invento. ¿Que cómo lo hice? Pues siendo un guarro, por supuesto.
Cuando llegó el tren, nos desplegamos tal y como habíamos decidido minutos antes. La situación era que ni pintada, pues, justo en los asientos que había al lado de la puerta, estaban sentadas dos guapas jóvenes de veintipocos años, charlando animadamente entre ellas.
Ocupaban los asientos que miran hacia el interior del vagón y, como sabrás, esos siempre van en grupos de tres, con lo que quedaba uno libre que fue inmediatamente ocupado por Tatiana, que llevaba una de las gafas puestas.
Ali, por su parte, se sentó justo enfrente, con el portátil abierto sobre las rodillas, procurando que nadie más que ella pudiera ver la pantalla y enfocando subrepticiamente hacia las chicas con una de las mini cámaras.
Las puertas se cerraron enseguida y yo ocupé tranquilamente mi posición. ¿Qué dónde fue eso? Pues está bastante claro. Me puse en pié, justo delante de las dos chicas y de Tatiana, agarrado distraídamente a una barra para no caerme, llevando puesto el segundo par de gafas. Simulando que no me había dado cuenta, la bragueta de mi pantalón estaba completamente abierta, permitiendo que, con un simple vistazo, cualquiera de las tres mujeres que había frente a mí pudiera vislumbrar mi pajarito.
Como ves, era un plan sin riesgo alguno. Lo normal era que ninguna de las chicas dijera nada y, si por un casual alguna se cabreaba y me reprendía, bastaría con simular embarazo y que todo había sido accidental (“Uy, gracias, no me había dado cuenta. Qué vergüenza”).
Un buen plan, con todo calculado, o al menos así lo creí al principio.
Simulando estar pensando en mis cosas, permanecí en pie frente a las tres mujeres. Tatiana, con una sonrisilla en los labios, me echaba disimuladas miraditas, divertida por la situación y procurando que en todo momento la cámara de las gafas apuntara a mi bragueta abierta.
Al principio me sentía bastante tranquilo, aquello no era nada especial comparado con anteriores experiencias, pero entonces sucedió algo: las chicas se dieron cuenta de que llevaba la cremallera abierta.
Sí, ya sé. Eso era lo que pretendíamos claro, así que podría decirse que todo iba a pedir de boca, pero…
Me di cuenta de que la conversación entre las mujeres había menguado bastante y entonces, percibí por el rabillo del ojo cómo una le daba un disimulado codazo a su compañera y le hacía un ligero gesto con la cabeza, apuntando hacia mí.
Me puse en tensión. Empecé a sudar. Fue justo entonces cuando me di cuenta del fallo del plan. Respirando hondo, traté de calmarme y recuperar la compostura. Resistiendo la tentación, logré no mirar directamente a las chicas, aparentando estar profundamente interesado en el oscuro túnel que desfilaba por la ventana.
Cuando no pude más, desvié los ojos hacia Tati, que seguía mirándome divertida, pero aquello no ayudó precisamente, pues mi novia había cruzado las piernas y el borde de sus medias asomaba eróticamente bajo su minifalda.
Joder. Mierda. Paquirrín en bañador. Notaba perfectamente cómo una gota de sudor se deslizaba por mi espalda, haciéndome cosquillas. No podía mirarlas directamente, pero mi visión periférica percibía cómo ambas chicas echaban disimuladas miraditas a la bragueta abierta. Y el monstruo, que estaba empezando a despertar, amenazaba con escaparse de la cueva de un momento a otro. Qué quieres, soy exhibicionista. Me excito cuando me miran.
Entonces se me ocurrió que podía al menos conseguir que aquello quedara bien registrado. Me quité las gafas y sacando un pañuelo del bolsillo, empecé a limpiar los cristales, procurando en todo momento que el objetivo apuntara hacia mis bellas compañeras y también no obstruirlo en ningún momento.
Cómo había podido olvidarme. La excitación de exhibirme. Ya no podía más.
Y sucedió. Mi polla, ya completamente erecta, tensando la tela del pantalón, se escapó bruscamente de la bragueta, bamboleando frente a los asombrados ojos de las chicas. Como ya me daba todo igual, las miré por fin directamente y juro que pude percibir un inconfundible brillo de lujuria en la mirada de la que estaba justo frente a mí.
Pero el momento pasó pronto. Escandalizada, su compañera la agarró del brazo y ambas se pusieron en pié, obligándome a apartarme. Con  habilidad, yo había devuelto mi pene al interior del pantalón y me había abrochado la cremallera, rezando porque las chicas no montaran un escándalo.
Por fortuna no fue así, pues justo en ese instante el tren llegó a otra estación, las puertas se abrieron y las chicas salieron de allí como alma que lleva el diablo. Excitado y un poquito asustado, me dejé caer en el asiento al lado de Tatiana, quien, tras mirarme divertida unos segundos, estalló en sonoras carcajadas, que fueron pronto secundadas por Alicia y, finalmente, también por mí.
Los otros pasajeros nos miraban como si estuviéramos locos (no iban muy desencaminados) pero, como ninguno se había apercibido de lo que había pasado, no nos hicieron mucho caso.
Ali se levantó y se cambió de asiento, sentándose entre nosotros, de forma que ocupamos los tres asientos. De esta forma, pudo mostrarnos las grabaciones que habíamos logrado con las cámaras sin que nadie más pudiera verlo.
Joder. Menuda maravilla. Teníamos tres tomas desde diferentes ángulos de nuestra primera aventura en metro. Mientras contemplaba las imágenes, en mi cabeza ya iba montando mentalmente el vídeo, escogiendo fragmentos de uno u otro para crear una secuencia.
La toma de Tati era buenísima, pues se las había apañado no sólo para filmar un buen plano de mi bragueta abierta (y de la aparición final del monstruo), sino que también había mirado de vez en cuando a nuestras acompañantes, logrando pillarlas un par de veces mirando con disimulo a mi entrepierna. Me excité muchísimo al verlo.
Por su parte, la de Ali no era tan buena, por razones obvias, ya que yo estaba justo en medio. Aún así, había logrado captar varias miradas de una de las chicas hacia la zona de conflicto que me encantaron.

Mi vídeo, por su parte, era bastante malo en su primera mitad, pues no me había atrevido a mirar a las chicas. Pero luego, cuando simulé lo de la limpieza, había logrado un morboso primer plano de las chicas mirándome con disimulo y, finalmente, cuando la cosa se estropeó, filmé también mi propia erección asomando con descaro de mi pantalón y el último vistazo que una de las chicas le dedicó. Morbo puro.
Alicia, mientras veíamos el vídeo, no paró de burlarse de mí por haberme empalmado de esa forma. Al principio, excitado por la situación y las imágenes grabadas, no me importó mucho, pero, cuando Tati se sumó a las bromitas, debo reconocer que me piqué un poco.
–          Pues a ver si te ríes tanto cuando te toque a ti – le solté haciéndola dejar de reír de repente.
–          Eso – asintió Ali mirándola enigmáticamente – Veremos si te ríes después.
Algo en su tono me puso un poquito nervioso.
Sin embargo, contra todo pronóstico, fue Ali la siguiente en probar la cámara.
Repetimos el numerito, con ella de pié, delante de un señor mayor, conmigo sentado al lado y Tatiana enfrente, manipulando el ordenador.
Ali, con habilidad, se había subido varios centímetros la minifalda, de forma que el borde de las medias podía verse a placer. Para taparse del resto de viajeros, se había puesto su querida gabardina, que la tapaba por detrás, por lo que el espectáculo quedaba reservado para mí y para el tipo que había a mi lado.
Y la verdad es que el tío no se quejó. De vez en cuando, traté de emular a Tati, obteniendo tomas del hombre, mirando hacia el lado con disimulo, aunque la verdad es que no era necesaria tanta precaución, pues el tío tenía clavados los ojos en las cachas de Ali con todo el descaro del mundo, sin alterarse lo más mínimo.
Ali, cada vez más en su salsa, decidió poner más carne en el asador. Inclinándose repentinamente, levantó un poco un pié del suelo, comenzando a rascarse el tobillo, como si la hubiese asaltado un irresistible picor. Enseguida retomó su posición frente a nosotros, pero habiendo logrado su objetivo: que la minifalda se le subiera todavía más.
Joder, qué sexy estaba. Qué morbazo. La corta faldita estaba ya tan subida que no sólo dejaba ver el borde de las medias (y un excitante liguero que yo no sabía que llevaba) sino que permitía atisbar por delante la braguita de la chica. No sé si sería mi imaginación, pero juraría que había una tenue manchita de humedad en la tela.
Miré de nuevo a mi compañero y, sorprendentemente, me encontré con sus ojos clavados en mí. Me quedé paralizado por un segundo, pensando que nos habían descubierto, pero el tipo lo que hizo fue dirigirme una mirada cómplice, resoplar y volver a fijar su atención en las cachas de Alicia.
Me reí por dentro e hice lo mismo. Regalarme con el morboso espectáculo que nos ofrecía la joven.
Seguimos así unos minutos más, en los que pude obtener incluso unas buenas imágenes del bulto que había empezado a formarse en el pantalón del hombre.
Entonces el metro se detuvo y subió bastante gente, poniendo punto y final a la diversión. Una mujer mayor ocupó el asiento libre al lado del tipo y claro, Ali no tuvo más remedio que ponerse bien la falda.
El hombre, un poquito apesadumbrado, hizo ademán de ir detrás de Ali, pero ella le dirigió una mirada indicándole que no estaba por la labor y, por fortuna, el tipo se comportó y no insistió.
Como quedaba una sola parada para llegar al fin de línea, nos bajamos los tres del tren, reuniéndonos un par de minutos después para repasar las grabaciones.
La de Tati estaba bastante bien, con buenas tomas de los ojos del tipo saliéndose de sus órbitas pues Ali, al tratarse de un único objetivo, no había tenido problema alguno en no interponerse ante la cámara.
Mi toma también era muy morbosa, aunque he de reconocer que grabé más que nada los muslos de Alicia. En cambio, la toma de Ali resultó ser espectacular, pues, en cuanto la chica cogió un poco de confianza, no tuvo reparo alguno en mirar directamente al hombre, pudiendo grabar magníficos planos en los que el tipo la desnudaba con la mirada.
–          Ya hora te toca a ti – dijo Ali entonces, cogiendo el portátil de las manos de Tatiana – Esto es lo que vamos a hacer…
Como me temía, su plan para Tati era un pelín más atrevido. Bueno. Un pelín no, un pelo entero.
—————————–
Cambiamos de línea, para disminuir el riesgo de encontrarnos con alguien que nos hubiera visto antes.
Yo no acababa de verlo claro, el plan de Ali me parecía demasiado arriesgado, pero bastó que me opusiera un  poco para que Tati saltara como un resorte, anunciando que lo haría. Qué podía hacer, eran dos contra uno.
Esta vez nos costó bastante encontrar la ocasión perfecta. Estuvimos más de una hora vagando por diferentes trenes, buscando las condiciones óptimas. Hasta que lo conseguimos.
Un vagón solitario, sólo un par de viajeros al fondo. Justo lo que necesitábamos.
Ali y yo nos fuimos otro extremo, lo más alejados posible de los otros viajeros, sentándonos juntos, con el portátil activado, simulando estar hablando de nuestras cosas, sin prestar atención a lo que nos rodeaba.
Mientras, Tatiana, visiblemente nerviosa, se las apañó para colocar con disimulo una de las mini cámaras bajo uno de los asientos que miraban hacia el interior del vagón, de forma que enfocara justo enfrente. Cuando la tuvo lista, simplemente se sentó en el asiento que quedaba delante del objetivo, al otro lado del vagón, por lo que pronto tuvimos su imagen en la pantalla del portátil, sentada con las piernas cruzadas y el cuerpo tan tenso que parecía estar a punto de saltar en cualquier momento.
–          Nena – oí que susurraba Alicia a mi lado – Hay que comprobar el encuadre. Ya sabes lo que hay que hacer.
Tardé un segundo en comprender que Ali había equipado a mi novia con el auricular y se había quedado el micro para darle instrucciones. La miré en silencio, su rostro exaltado, los ojos brillantes por la excitación. A aquella chica no le gustaba únicamente exhibirse; también le encantaba dar órdenes.
–          Vamos, Tati, enséñanos tu precioso coñito…
Aquellas palabras captaron mi atención. Pegando mi hombro a Ali, miré sin parpadear a la pantalla, el corazón latiéndome desaforado en el pecho.
Tati, toda ruborizada, miró subrepticiamente a los otros viajeros que iban en el vagón, pero, como además de estar retirados estaban sentados de espaldas a ella, logró tranquilizarse lo suficiente como para obedecer.
Madre mía. Cuando por fin Tatiana separó los muslos y aferró el borde de su minifalda, sentí cómo mi miembro daba un salto dentro del pantalón. Tenía de nuevo la boca seca.
Qué espectáculo, mi chica abierta de piernas en el vagón de metro, enseñándonos el coño a través de la cámara, pues, obviamente, Alicia le había ordenado que fuera sin bragas.
–          Vale, nena, encuadre perfecto – comunicó Ale – Ya puedes cerrar las piernas.
Cosa que Tatiana hizo inmediatamente. Ahora sólo faltaba esperar.
En la siguiente parada no tuvimos suerte. Se subió únicamente una pareja de ancianos que, por desgracia, se sentaron justo delante de Tatiana, tapándonos la cámara y amenazando con estropear todo el plan.
Pero la fortuna no nos había abandonado, pues se bajaron enseguida, sólo dos paradas más adelante, agarrados por el brazo y con andar tambaleante.
Y, precisamente en esa parada, subió a bordo el candidato ideal para la idea que Ali tenía en mente.
Un hombre joven, más próximo a los treinta que a los cuarenta, bien vestido, con un periódico en la mano. Entró al vagón y, como hubiera hecho cualquier tío en su lugar, al ver a la preciosa chica sentada y solitaria, se colocó justo enfrente, empezando a leer su periódico tras haberle echado un par de miradas apreciativas a Tatiana.
Alicia y yo no nos perdíamos detalle, pues, aunque sus piernas nos tapaban el objetivo de la cámara oculta bajo su asiento, teníamos una magnífica visión del tipo gracias a las gafas que llevaba puestas Tati.
–          Asegúrate de llamar su atención – siseó Ali por el micro.
Cosa fácil. Tatiana no tuvo más que cruzarse de piernas. De todos es bien sabido que, cuando una tía buena cruza las piernas, una alarma salta en el cerebro de los hombres que hay cerca. Y el tipo aquel no fue ninguna excepción. Asomándose por encima del periódico, lanzó una mirada admirativa a Tatiana, que simulaba no haberse dado cuenta de nada.
–          Adelante con el plan – dijo Ali.
El plan. Menudo plan era ese. Estuve a punto de pararlo todo en ese momento. Pero no lo hice, pues, he de reconocer que me moría por ver lo que iba a pasar.
Fue muy sencillo. Dejamos pasar un par de minutos y Tatiana (cuyas dotes de actriz me sorprendieron), empezó a dar cabezadas en su asiento. Gracias a su cámara pudimos comprobar que el tipo no se perdía detalle, aunque, por desgracia, no teníamos imagen de Tati en el ordenador.

–          Mierda – me susurró Ali – Pásame la otra cámara.
Entendiendo sus intenciones, saqué la segunda mini cámara del bolsillo y se la di. Ali, con mucho cuidado, la colocó en el respaldo del asiento que tenía delante, de forma que al menos pudiera registrar una imagen lateral de Tatiana fingiendo dormir. No era una toma muy buena, pero mejor eso que nada.
Otra parada. La suerte nos sonreía. No subió nadie. En cuanto el tren reanudó su marcha, Ali ordenó a Tatiana que diera un pasito más.
Tragué saliva, los ojos clavados en la pantalla del portátil, deseando ver si Tati se atrevía. Y vaya si se atrevió.
Mi chica, simulando estar ya completamente dormida, descruzó las piernas y, recostada contra la ventanilla que había a su espalda, permitió que sus muslos se separaran, dando vía libre a los lujuriosos ojos del viajero para regalarse con la hermosura que ocultaban.
En pantalla vimos cómo el hombre se ponía en tensión, sus manos se crisparon sobre el periódico, arrugándolo. No podía creerse lo que estaba viendo.
Con nerviosismo, miró a ambos lados, para asegurarse de que nadie le veía espiando bajo la faldita de Tatiana. Los otros viajeros seguían de espaldas y Ali y yo, con las cabezas inclinadas sobre el ordenador, simulábamos no estar dándonos cuenta de nada.
Más calmado, el tipo se inclinó levemente, agachando la cabeza para poder atisbar mejor bajo la falda de la chica. Al hacerlo, el hombre separó un poco los pies, lo que permitió que, durante unos instantes, pudiéramos ver en pantalla a Tati, despatarrada en su asiento, exhibiendo impúdicamente la hermosura que ocultaba entre sus piernas. Y aquel hombre parecía ser un rendido admirador de la hermosura.
Yo no dejaba de pensar en qué estaría pensando Tati en ese instante. ¿Estará asustada? ¿Excitada? Yo, por mi parte, ya portaba una erección de campeonato y sentía además un intenso escozor en los ojos, supongo que de esforzarme tanto en no parpadear.
Entonces el tipo fue un poco más allá. Dejando con mucho cuidado (para no hacer ruido) el periódico en el asiento de al lado, sacó su móvil del bolsillo y, subrepticiamente, consiguió unas buenas imágenes del chochito expuesto de mi novia. No me preocupó acabar viendo las imágenes en Internet, pues el disfraz de Tati era muy bueno. Mientras lo hacía, llevó una mano a su entrepierna y estrujó su propia erección por encima del pantalón. Por un momento, temí que se sacara la chorra allí mismo, pero se contuvo.
Me alegré de que Tati tuviera la suficiente presencia de ánimo para mantener los ojos bien cerrados, pues estoy seguro de que, si hubiese visto al tipo sobándose el falo delante de ella, hubiera sido incapaz de continuar con la farsa.
Estaba excitadísimo, no podía más. Me estaba poniendo cachondísimo sólo de ver cómo mi novia se exhibía. No sé, es posible que incluso más de cuando lo había hecho yo un par de horas antes.
Entonces se me ocurrió. Si estaba cachondo, ¿por qué iba a aguantarme? Total, nadie más que Ali podía verme… y la verdad, me apetecía que me viera.
Procurando que el tipo no se diera cuenta de mis maniobras (aunque los respaldos de los asientos nos ocultaban de su vista), me las apañé para sacar mi durísima polla de la bragueta del pantalón.
–          Pero, ¿qué coño haces? – siseó Ali mirándome sorprendida.
–          Estoy cachondo perdido. Voy a hacerme una paja.
Por toda respuesta, Ali se rió en silencio, aunque no pudo evitar echar un vistazo a mi erección, cosa que me encantó.
Procurando no hacer ruido ni movimientos bruscos, empecé a masturbarme lentamente, con los ojos de nuevo clavados en los acontecimientos de la pantalla.
Finalmente, el tipo se cansó de echar fotos o de grabar. Volvió a mirar a los lados. Algo se avecinaba.
–          Jo, ya va, ya va – susurraba Alicia in perderse detalle – Ahora tranquila Tatiana, no muevas ni un músculo…
Alicia no me había dicho que llegaríamos tan lejos, pero debería habérmelo imaginado. Sin embargo, a esas alturas y con lo excitado que estaba, no se me pasó por la mente ponerle fin a aquello. Mi mano empezó a deslizarse más deprisa sobre mi polla.
Con mucho cuidado, moviéndose muy despacito, el tipo se puso de pié, dando un sigiloso paso hacia la bella durmiente. En cuanto se movió, volvió a despejarse el plano de la mini cámara, por lo que pude regalarme con la visión de Tati despatarrada en su asiento. Joder, no me extrañaba que el tío se hubiera puesto en acción, el espectáculo no era para menos.
Inesperadamente, Alicia plantó su mano sobre mi polla, deteniendo mi paja. El corazón me latía desbocado, pues era eso precisamente lo que había estado deseando. La miré y me encontré con un indescriptible brillo de lujuria refulgiendo en el fondo de sus ojos.
No hizo falta que dijera nada. Mi mano soltó mi instrumento, que enseguida fue empuñado con firmeza por Alicia, haciéndome estremecer. Con mucho cuidado, deslicé mi mano bajo el portátil, que estaba en su regazo y, moviéndola con destreza, la colé bajo su falda, acariciando su cálida piel desnuda en el punto en que terminaban sus medias, haciéndola gemir en voz baja y obligándola a separar de forma inconsciente los muslos, facilitándome el acceso.

Con habilidad, colé un par de dedos bajos sus braguitas, deleitándome con la humedad y el calor que había entre sus piernas. Su mano, entretanto, no permaneció ociosa, comenzando a deslizarse lentamente sobre mi rezumante falo, haciéndome ver estrellitas por el placer.
Nuestro amigo, mientras tanto, se las había ingeniado para acuclillarse justo frente a las piernas abiertas de Tatiana, volviendo a usar su móvil para obtener unos buenos primeros planos.
–          No te muevas, Tati, tranquila – gimoteaba Alicia, tratando de ahogar los suspiros de placer que mis inquietos dedos le provocaban.
Por fin y con mucho cuidado, el hombre se sentó junto a Tati, que no movía ni un músculo. Se tomó entonces un pequeño respiro, sin dejar de sobarse la polla por encima del pantalón, volviendo a mirar a los lados, reuniendo valor suficiente para atreverse a más.
Alicia, con los ojos brillantes, no se perdía detalle y parecía estar a punto de gritarle al tipo que siguiera. Su excitación se traducía en la fiereza con que su mano me masturbaba, deslizándose sobre mi polla a toda velocidad. Traté de calmarla, sujetándola con mi otra mano, logrando que bajara un poco el ritmo.
Justo entonces, el tipo se atrevió. Con infinito cuidado, rozó suavemente una pierna de Tati, con los dedos, con el cuerpo en tensión, a punto de saltar. Tati, por su parte, también parecía tensa como una cuerda de piano, pero Alicia no iba a dejarla escapar, susurrándole palabras tranquilizadoras y recordándole que aquello lo estaba haciendo por mí.
Poco a poco y como Tatiana, no daba muestras de despertarse, el hombre fue ganado confianza, atreviéndose a posar su mano con decisión en el muslo de la chica, acariciándolo con mucho cuidado, pero llegando cada vez más arriba.
–          Así, cabrón, así – siseaba Alicia enfebrecida – Tócale el coño, vamos cabrón.
Joder, cómo se ponía. No sé por qué, pero el verla tan fuera de control me cortó un poco el rollo. Empecé a preocuparme al pensar en hasta donde sería capaz de llegar aquella mujer con tal de satisfacer sus deseos.
Entonces Alicia se corrió. Mis dedos, que instantes antes habían atrapado su clítoris entre sus yemas acariciándolo, parecieron arder por el intenso calor que brotaba de las entrañas de Ali. La chica bufó, soltando mi polla y tapándose la boca con la mano, para ahogar el grito de placer que había estado a punto de escapársele.
Nervioso, alcé la vista por si el tipo se había dado cuenta de algo, pero estaba tan concentrado en lo suyo que podríamos haber explotado un petardo sin que se enterara de nada. Mientras tanto, yo no había dejado de acariciar y estimular la vagina de Alicia, que se deshacía en un mar de humedad entre mis dedos, mientras sus caderas se movían agitadas por pequeños espasmos de placer.
Riendo, divertido por la intensidad de la corrida de Ali, agarré el portátil (que por poco no se había caído al suelo) y lo afirmé bien entre nosotros. Ni corto ni perezoso y una vez recuperada la imagen, agarré la muñeca de Alicia y atraje su mano hasta mi rabo, con intenciones obvias.
Una sonrisilla maliciosa se dibujó en sus labios, dedicándome un sensual guiño antes de reanudar la paja; pero, de repente, sus ojos se abrieron como platos, clavándose en la pantalla.
Justo en ese instante, el tipo llegó hasta el final. Envalentonado por la aparente falta de resistencia de Tati (y puede que habiendo notado que la chica fingía dormir mientras se dejaba meter mano) el tipejo deslizó su mano por completo bajo la minifalda de Tatiana, posándola por fin en su coño.
Según me contó Tati después, el hombre no se cortó un pelo y, tras percibir que estaba húmeda, no dudó en introducir uno de sus dedazos en el coñito de mi chica, clavándoselo hasta el fondo.
Y claro, aquello ya era demasiado para Tati, que, dando un respingo, trató de empujar al tipo y apartarlo de su cuerpo serrano.
Y pasó lo que tantas veces habíamos comentado Alicia y yo. El tipo no se detuvo.
Con un gruñido, se echó encima de Tatiana sobre el banco, aplastándola con su peso y obligándola a tumbarse en los asientos. Habiendo perdido por completo el control, el tipo le metía mano a la pobre chica por todas partes, mientras ella trataba de escapar con desespero.
Obviamente, me puse en acción, poniéndome en pié de un salto. Alicia, por un instante, me agarró por el brazo, como si intentara detenerme, aunque no lo hizo con mucha convicción. Daba igual, no habría podido pararme.
Un segundo después, estaba encima del tipejo ese y agarrándole por la chaqueta, lo quité de encima de Tatiana de un tirón, arrojándole contra los asientos que ocupaba minutos antes.
El pobre me miró asustado unos segundos sin reaccionar y fue una suerte para él que no lo hiciera, pues si llega a intentar algo lo tiro por una ventanilla.
Los otros viajeros, sorprendidos por el jaleo, se habían vuelto a mirarnos alucinados. El hombre, sin decir ni pío, se puso en pié a trompicones, justo en el instante en que llegábamos a otra parada.
Con una expresión de alivio casi cómica, el pobre tipo se dirigió a las puertas que se abrían y casi corriendo, salió disparado del tren, perdiéndose en la estación. Segundos después, los otros viajero, supongo que temerosos de verse mezclados en algún follón, se bajaron también, procurando no mirarnos en ningún momento.
–          ¿Estás bien? – pregunté volviéndome preocupado hacia Tatiana y ayudándola a sentarse derecha.
–          Sí, sí, no te preocupes…
–          ¿Te ha hecho daño?
–          No, no, estoy bien… Ha sido el susto.
Alicia apareció entonces a nuestro lado, sentándose en el asiento que quedaba libre.
–          Menuda pasada, Tatiana, lo has hecho increíblemente bien. No sabes cuánto se ha excitado Víctor mientras te miraba… Ha empezado a masturbarse…
–          La madre que la parió – pensé – ¿Se había vuelto loca?
–          No digas tonterías – le dije en tono muy serio – La cosa se nos ha ido de las manos. Una cosa es exhibirse con cuidado y otra lo que acaba de pasar. Lo mejor va a ser ponerle fin a esta locura…
Estaba enfadado. Y preocupado. Si nos dejábamos arrastrar, no podía imaginarme hasta donde sería capaz de llevarnos Alicia. Había que poner el freno.
–          Esto se acabó – dije – Lo mejor será que nos olvidemos de estos juegos y que…
Empecé a soltar mi discurso, argumentando apropiadamente lo que quería decir, dando sólidas razones de peso para poner fin a aquella locura.
Las muy…. zorras. Me dejaron hablar durante varios minutos sin decir ni pío, hasta que por fin me di cuenta de que las dos estaban aguantando las ganas de reír a duras penas.
–          ¿Se puede saber qué coño os pasa? ¿De qué cojones os reís?
Tati, con los ojos llorosos, aguantando como podía la risa, consiguió articular con el rostro ruborizado…
–          Cari… Tu pene…
Miré mi propia bragueta, mudo de estupor. Joder. Me había dejado la polla fuera. Y seguía bastante dura.
Las dos se echaron a reír abiertamente, mientras que yo, sintiéndome muy avergonzado, forcejeaba con la bragueta para esconder mi erección en mis pantalones.
–          ¿Así que no te habías puesto cachondo? – dijo Ali mirándome con sonrisa traviesa.
Derrotado, me dejé caer en el asiento, sabiendo que todos mis argumentos habían perdido su razón de ser. Las dos chicas, descojonadas, se partieron a mi costa un buen rato todavía.
Cuando llegamos a la última parada, nos bajamos del tren tras recuperar la cámara de debajo del asiento.
–          Bueno, chicos – dijo Ali – Me voy. Me esperan en casa para cenar. Mi prometido, ya sabéis…
Le devolvimos todos los cacharros y ella los guardó en el maletín del portátil.
–          ¿Quedamos mañana otra vez? – preguntó ilusionada.
–          Mañana no puedo – me apresuré a decir – Me toca coger el coche y hacer varias visitas fuera de la provincia. No volveré hasta la noche.
–          Sí, y yo mañana estoy de tarde. Una compañera me ha pedido que se lo cambiara…
–          Bueno, pues el viernes entonces – dijo mirando a Tatiana de forma enigmática.
–          Ok. Hablamos el viernes por la mañana – asentí.
Nos despedimos de Ali, que iba a tomar un taxi, pero, justo antes de marcharse, se acercó a mi novia y le dijo algo al oído que la hizo enrojecer.
Por fin, la joven se marchó con el portátil al hombro, lanzándonos un guiño cómplice y riéndose divertida.
–          ¿Qué te ha dicho? – pregunté intrigado.
Tatiana me miró fijamente un instante, muy colorada, antes de decidirse a responder.
–          Me ha dicho… Que no desperdicie esa erección.
—————————-
Un par de minutos después, con mucho sigilo, nos colamos en los servicios de caballeros de la estación. Y echamos un polvo de la hostia en uno de los retretes. Me la follé a lo bestia, apoyada contra la pared, sus piernas anudadas en torno a mi cintura, ahogando sus gritos de placer enterrando su rostro en mi cuello. Fue un polvazo, que alivió por fin la increíble excitación de la jornada.
Al día siguiente, por la noche, me enteré de que Tati me había mentido y que las palabras de Alicia al oído habían sido otras muy distintas.
TALIBOS

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Relato erótico: “Compañera decente se desata en la universidad ” (POR GOLFO)

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Para contaros esta historia, me tengo que retrotraer unos años a cuando recién salido del colegio acababa de entrar en la universidad. Recuerdo con añoranza esa época, durante la cual no solo aprendí los rudimentos básicos de todo geólogo sino el arte de complacer a una mujer. Curiosamente mi profesora en esos menesteres fue la catedrática de Cristalografía.
Doña Mercedes, aparte de estar buenísima, era un hueso duro de roer por lo que todos los estudiantes temblábamos al verla entrar en el aula. Con una mala leche proverbial, usaba y abusaba de su poder para menospreciar a los que habíamos tenido la desgracia de tenerla como tutora. Su menosprecio no tenía sexo, le daba igual que el objeto de su ira fuera una mujer o un hombre, en cuanto te enfilaba podía darte por jodido. Todavía me acuerdo de la primera vez que la tomó conmigo.
Esa mañana el metro se había retrasado y por eso llegué tarde a sus clases. Al entrar se me ocurrió no pedir perdón por mi retraso y obviando que ya estaba explicando la materia, me senté. La muy zorra no esperó a que me hubiera acomodado en mi asiento y alzando la voz, dijo:
-Se puede ver por la falta de interés del Sr. Martínez que domina los sistemas cristalinos- y señalando la pizarra, prosiguió diciendo: -¿Nos puede obsequiar con su sabiduría?
La fortuna había hecho que la tarde anterior, hubiese estudiado lo que íbamos a dar con esa arpía y aun así, totalmente acojonado, subí a la palestra desde donde los profesores impartían sus clases. Nada más llegar a su lado, me soltó:
-Como no ha tenido tiempo de escucharme, les estaba explicando a sus compañeros que había siete tipos de sistemas-
No queriendo parecer un palurdo, cogí el toro por los cuernos y demostrando una tranquilidad que no tenía, expliqué a mis amigos que aunque había  treinta y dos posibles agrupaciones  de cristales en función de sus elementos de simetría, se podían reagrupar en siete sistemas. Debió sorprenderle que lo supiera pero decidida a humillarme, esperó a que terminara de enunciar los tipos para preguntar:
-Parece que Usted no es tan inculto como parece pero me puede explicar: ¿Cómo le afecta a un haz de rayos x  el pasar por cada una de esas estructuras cristalinas? 
Aunque sabía que su asignatura se basaba en eso, no supe que responder y con el rabo entre las piernas, lo reconocí en público. Satisfecha por haberme pillado, lo explicó ella. Tras lo cual y mandándome a mi asiento, me ordenó que el lunes siguiente quería en su mesa un trabajo de cincuenta páginas sobre el asunto.
Cabreado, me mordí un huevo y no contesté a esa guarra como se merecía. Sabía que si me quejaba, de algún modo esa mujer me lo haría pagar. El resto de los presentes tampoco dijo nada porque temía ser objeto del mismo castigo. Durante los cuarenta minutos que quedaban de su clase, me quedé refunfuñando pero aun siendo imposible, deseando devolverle la afrenta. Observándola mientras daba la lección, me percaté por primera vez que esa cuarentona estaba buena. Con un metro setenta y una melena rubia, su severa vestimenta no podía ocultar que Doña Mercedes tenía un cuerpo que haría suspirar a cualquier muchacho de mi edad.
Dotada por la naturaleza de unos pechos grandes e hinchados, la blusa que llevaba en esos instantes era demasiado estrecha y eso hacía que los botones parecieran estar a punto de estallar. Absorto contemplándola dejé volar mi imaginación y deseé que mi venganza consistiera en tirármela. Ya excitado con la idea, mi pene reaccionó poniéndose erecto cuando al caérsele la tiza, se agachó para recogerla.
“¡Menudo culo tiene la vieja!”, exclamé para mí al comprobar la clase de pandero que tenía.
Sus nalgas me parecieron una maravilla y prendado por tan bella estampa, no pude retirar mis ojos de ellas con la suficiente rapidez y por eso al incorporarse, la profesora se percató de la forma en que la miraba. Curiosamente, no dijo nada y dando por terminada la clase, desapareció por la puerta. Aunque aliviado por su súbita desaparición, no pude dejar de echarme en cara el haber sido tan idiota.
En ese momento no lo supe pero al sorprenderme, se escandalizó por el brillo de mis ojos pero una vez en su despacho, cerró la puerta y recordando que había adivinado la erección de mi miembro a través del pantalón, se excitó y levantándose la falda se tuvo que masturbar mientras se lamentaba de que fuera su alumno y no un hombre que le hubiesen presentado cualquier noche.
 
Mientras tanto, fui el objeto de las burlas de mis compañeros que regodeándose en mi desgracia, me sentenciaron diciendo que por lo que sabían de otros años, esa puta siempre la tomaba con uno y que por bocazas, me había tocado a mí ser su víctima ese curso. Tengo que reconocer que su guasa no hizo mella en mí porque mi mente divagaba en ese momento, soñando con hacer mío ese culito.
Doña Mercedes inicia su acoso.
Tratando de no dar otro motivo a esa zorra para humillarme aún más, me pasé ese puto fin de semana encerrado en casa, haciendo el trabajo que me había ordenado. Sabiendo que no iba a dejar pasar la oportunidad para putearme, decidí leer varios de los libros que había publicado y de esa forma teniéndola a ella como principal referencia, no pudiera objetar nada de cómo había desarrollado el tema.
Satisfecho pero en absoluto tranquilo llegué a su oficina ese lunes.    Al entrar en su cubículo, me pidió que cerrara la puerta y ordenando que me sentara, empezó a revisar el trabajo. La muy hoja de puta me dejó en la silla mientras se ponía a estudiar concienzudamente mi escrito. Durante los primeros diez minutos estaba tan nervioso que no pude hacer otra cosa que mirarla y eso fue mi perdición porque al recorrer su cuerpo con mis ojos, me empecé a excitar al comprobar la perfección de sus curvas.
Ajena a mi escrutinio, mi profesora estaba tan concentrada en el trabajo que no se percató de que uno de los botones de su blusa se había abierto dejándome disfrutar de parte del coqueto sujetador de encaje que portaba. Absorto en tratar de vislumbrar de alguna forma su pezón, me estaba acomodando en mi asiento cuando involuntariamente, o eso pensé, Doña Mercedes se acarició un pecho. Como un resorte mi pene se irguió bajo mi bragueta y ya dominado por el morbo, no quité ojo de su escote.
Aunque me pareció en ese instante imposible, la profesora cambió de postura mostrándome sin pudor el inicio de una negra aureola. Intentando que no notara mi erección estaba ahuecando mi pantalón cuando levantando su mirada de los papeles, me pilló haciéndolo. Noté que se había dado cuenta porque contrariando su fama, se mordió los labios antes de decirme con voz entrecortada:
-Su trabajo está muy bien, le felicito.
-Gracias- y tratando de huir de allí, le pregunté si podía volver a clase.
Afortunadamente me dio permiso y cogiendo mi bolsa, salí de su despacho hecho un mar de dudas. No me podía creer lo ocurrido y dirigiéndome directamente al baño, me encerré en uno de sus retretes mientras liberando mi pene me empezaba a masturbar recordando su mirada de deseo. Mientras daba rienda suelta a mi excitación, deseé no haberme equivocado y que sus intenciones fueran otras.
Con mi lujuria saciada, me auto convencí de que lo había imaginado y olvidando el tema, volví al aula donde mis compañeros estaban. Al verme entrar, me preguntaron cómo me había ido e incapaz de reconocer lo vivido, dije entre risas que como siempre, ese zorrón me había puesto a caer de un burro.
Desde ese día, la actitud de Doña Mercedes hacia mí no solo no cambió sino que me cogió como el saco donde descargar sus golpes y era rara la clase donde no se metía conmigo. Pero realmente si había cambiado porque después de reñirme en público, esperaba a que todo el mundo saliera para pedirme que le ayudara a llevar sus trastos al despacho. Ya en su cubículo resolvía las dudas que pudiese tener mientras hacía una clara exhibición de su cuerpo.
 
Aunque parezca una fantasía de adolescente, se convirtió en rutina que esa cuarentona me explicara nuevamente la materia entre esas paredes, dejando que se le abrieran los botones de su camisa o bien permitiendo que la falda se le levantara dejándome disfrutar de sus piernas. Era un acuerdo tácito, ni ella ni yo comentamos jamás, en esas reuniones, su exhibicionismo ni dejó que  pasara de ahí. Lo más que llegamos fue un día que al ir a coger de un estante un libro con el que explayarse en su explicación, dio un paso en falso. Al tratarla de sostener, puse mis manos en sus nalgas y durante unos segundos nos quedamos callados mientras cada uno decidía si tendría el suficiente valor de dar el siguiente paso.
Desgraciadamente, ninguno se atrevió y separando mis manos de su culo, me volví a sentar en la silla. Al hacerlo, descubrí que sus pezones estaban totalmente erectos bajo la tela y despidiéndome de ella, la dejé plantada. Meses más tarde me reconoció que al irme, atrancó su puerta y separando sus rodillas se masturbó deseando y temiendo que algún día la hiciese mía.
 
Por una casualidad todo se descontrola.
Llevábamos medio trimestre con ese juego, cuando su departamento decidió hacer una salida al campo. Aunque estaba programada de ante mano, con  una alegría no compartida por mis compañeros, escuché que durante una de sus conferencias, nos avisaba que el jueves y el viernes siguientes, ella y otros cinco profesores nos llevarían a comprobar in situ las diferentes formaciones rocosas de la sierra de Madrid.
Como éramos solo doce los que cursábamos ese seminario, nos dividió en grupos de un docente por cada dos alumnos.  Al revisar la lista, descubrí que nos había tocado a Irene y a mí con ella. Deseando que llegara ese viaje de estudios, pregunté a mi compañera sino sería bueno que nos juntáramos para estudiar la zona que en teoría íbamos a recorrer.
Como ambos sabíamos que nos iba a examinar a conciencia durante esos dos días, no puso reparo alguno y el martes por la tarde, nos reunimos en su casa. Sabiendo que esa muchacha, además de ser un bombón, era un cerebrito llegué a la cita tranquilo pero al recibirme vestida con una bata y un grueso pijama me percaté de que tenía un trancazo de tomo y lomo. Temiendo contagiarme y que la gripe me impidiera ir a ese viaje, me mantuve distante y en menos de cinco minutos, me repartí con ella la zona a estudiar.
Irene aquejada de fiebre y con dolores de cabeza que le hacían imposible salir de casa, faltó al día siguiente. Esa misma tarde la llamé y con voz compungida me confesó que no podría ir. Lejos de enfadarme, me alegró su ausencia y frotándome las manos, con voz apenada la calmé diciendo:
-Tú no te preocupes. Si te sientes mejor, ya sabes dónde estamos.
Esa monada agradeció mi comprensión y prometiendo que si mejoraba se nos uniría, colgó. Como no quería anticipar su enfermedad, no fuera a ser que conociéndola Doña Mercedes cambiase la distribución de los alumnos, me abstuve de llamarla y por eso al día siguiente se cabreó, cuando habiéndose ido los otros grupos, se lo conté.
Su enfado se fue diluyendo al paso de los kilómetros y por eso al salir de la autopista con destino al parque natural de Peñalara, ya estaba de buen humor. Lo noté enseguida porque haciendo como si fuera un despiste, dejó que su falda se izara por encima de sus rodillas. Al ver que me estaba mostrando sus piernas con descaro, de la misma forma, no disimulé al contemplarlas. Con los ojos fijos en ella, recorrí con mi vista sus tobillos, pantorrillas y muslos dejando clara mi excitación al hacerlo. Sé que ella se contagió de mi entusiasmo porque sin soltar las manos del volante, me dijo que me pusiera cómodo.
 
Creyendo que lo que quería era verme, me desabroché el cinturón y ya estaba abriéndome el pantalón cuando dio un volantazo y entrando en una gasolinera, me soltó:
-Ahora vuelvo- y dejándome solo en el automóvil, desapareció en el interior del establecimiento.
Asustado por si me había adelantado, esperé su vuelta. A los diez minutos, apareció con una bolsa con bebidas y sentándose en su asiento reanudó la marcha. En silencio, aguardé a que ella diese el siguiente paso porque no quería contrariarla y menos hacer el ridículo con un ataque antes de tiempo.
-Dame una coca cola- dijo rompiendo el incómodo silencio.
Al sacar la lata, descubrí que mi decente profesora no solo había adquirido refrescos sino que en el fondo de la bolsa había una botella de whisky. Ya roto el hielo, le pregunté si solía beber ese licor, a lo que ella soltando una carcajada respondió:
-Solo bebo después de echar un buen polvo.
Admirado por su franqueza y por lo que significaban sus palabras, me la quedé mirando. Reconozco que me sorprendió descubrir que llevaba su falda totalmente levantada y que había aprovechado su entrada en la gasolinera para despojarse de su ropa interior.
-¡No lleva bragas!- exclamé pegando un grito.
Doña Mercedes, poniendo voz de putón, respondió a mi exabrupto en voz baja diciendo:
-Y a ti, eso te gusta. ¿No es verdad?
Avergonzado y con rubor en mi rostro, respondí:
-Ya lo sabe-
Muerta de risa y separando sus rodillas mientras conducía, me soltó:
-Relájate y disfruta-
Por supuesto que disfruté pero en lo que respecta a relajarme no pude porque excitada hasta unos niveles insospechados, la profesora tenía el coño encharcado. La humedad que brillaba entre los pliegues de su sexo me dio los arrestos suficientes para que sin que me hubiera dado permiso, empezara a acariciar sus piernas.
El gemido de deseo que surgió de sus garganta al sentir mis yemas recorriendo su piel, fue el estímulo que necesitaba para sin cortarme ir subiendo por sus muslos. Mi avance le hizo separar sus rodillas aún más y sin retirar sus ojos de la carretera, esperó mi llegada. Sabiendo que mi acompañante era una mujer con experiencia, decidí no defraudarla y por eso ralenticé el avance de mis dedos, de forma que cuando ya mi mano estaba a escasos centímetros de su poblado sexo, sus suspiros ya denotaban la excitación que le corría por su cuerpo.
-No sabía que sus enseñanzas incluían el estudio de las cuevas- solté en plan de guasa mientras con un dedo separaba los pliegues de su negra gruta.
-Eso y mucho más- espetó con voz colmada de deseo al sentir que no solo había cogido su clítoris entre mis yemas sino que aprovechando su entrega, uno de mis dedos se introdujo en su interior.
El olor a hembra necesitada llenó con su aroma el estrecho habitáculo del coche y contagiado de su pasión, me puse a pajearla mientras alababa su belleza. La calentura que le corroía sus entrañas, le hizo parar a un lado del camino y olvidándose de los otros automovilistas, me pidió que siguiera masturbándola mientras tumbaba para atrás su asiento.

No me lo tuvo que repetir e imprimiendo a mis caricias de un ritmo cada vez más rápido, estimulé su botón mientras metía y sacaba un par de dedos del fondo de su sexo. Sin dejar de gemir, mi profesora buscó su placer abriéndose la camisa. Al poner sus pechos a mi disposición, no me lo pensé dos veces y recorriendo con mi lengua los bordes de sus pezones, me puse a mamar de ellos mientras mi mano seguía sin pausa con la paja.
-¡Qué gusto!- gritó la rubia retorciéndose en el asiento.
Al adivinar la cercanía de su orgasmo, mordí levemente una de sus aureolas. Ella al sentir mis dientes presionando su pezón, aulló como posesa y derramando su placer sobre el asiento, se corrió dando gritos. No satisfecho intenté prolongar su clímax pero entonces y  mientras se acomodaba la ropa, preguntó:
-¿Tienes carnet de conducir?
-Sí- contesté.
Dejándome con la palabra en mi boca, salió del coche y abriendo mi puerta, me soltó:
-¡Conduce!
A empujones me cambió de asiento. Doña Mercedes dejando a un lado su fama de adusta profesora, ni siquiera esperó a que arrancara para con sus manos bajarme la bragueta.
No tardé en sentir como la humedad de su boca envolvía toda mi extensión mientras con su mano acariciaba mis testículos. Su lengua recorría todos los pliegues de mi glande, lubricando mi pene con su saliva. No me podía creer que esa cuarentona que llevaba meses volviéndome loco, estuviera ahora haciéndome una mamada.
El colmo del morbo fue ver cómo se retorció en el asiento buscando la mejor posición para profundizar sus caricias. No pude contenerme y soltando una mano del volante, le levanté el vestido dejando expuesto su maravilloso culo. La visión de esas nalgas desnudas incrementó mi calentura y pasando mi palma por su trasero, lo acaricié sin vergüenza alguna. Ella suspiró al sentir mi mano, recorriendo sus posaderas. Envalentonado por su rápida respuesta, alargué mi brazo rozando su cueva. Esta vez fue un gemido lo que escuché, mientras uno de mis dedos se introducía en su sexo. El flujo que lo anegaba, me demostró que seguía totalmente dominada por la lujuria.
Fuera de sí, buscó su propio placer masturbándose mientras devoraba mi miembro. Creí estar en el cielo cuando sentí que se lo metía por completo en su garganta. Con veinte años recién cumplidos, nunca ninguna de mis parejas se había introducido mi pene hasta la base, jamás había sentido la presión que me estaba ejerciendo, con sus labios besándome el inicio de mi falo.
“¡Que bruta está!”, pensé justo antes de oír cómo se volvía a correr empapando la tapicería de asiento.
Acomplejado por su maestría, la vi arquear su cuerpo y sin sacar mi sexo de su boca, intentó que yo profundizara mis caricias, diciendo:
 
-¡Mi culo es tuyo!
Concentrado en su placer introduje uno de mis dedos en su ojete y al hacerlo estuve a punto de chocar contra el coche que venía de frente. El susto hizo que olvidándose de la mamada que me estaba haciendo, me dijera:
-Ya estamos cerca- y acomodándose la ropa, me informó que tenía que tomar la siguiente desviación.
Como comprenderéis, me quejé al ver que paraba pero entonces metiendo un dedo en lo más profundo de su coño, lo llevó hasta y boca y dejando que lo chupara, me preguntó entre risas:
-¿Traes traje de baño?
-No- respondí
Descojonada al oírme, contestó mientras ponía una expresión pícara en su cara:
-Huy, ¡Qué pena! Yo tampoco- y prosiguiendo con su guasa, me soltó: -¡Tendremos que bañarnos desnudos en el estanque al que te voy a llevar!
La promesa de verla completamente desnuda apaciguó mi malestar y pisando el acelerador, busqué acortar mi espera. Felizmente no llevaba ni cinco minutos por ese pasaje de piedras, cuando la escuché pedirme que parara. Nada más parar el vehículo abrió la puerta y soltando una carcajada, me soltó:
-Mi ropa te enseñará el camino-
Tras lo cual la vi salir corriendo internándose en el bosque. Alucinado no me quedó más remedio que ir recogiendo las prendas que dejaba caer en su carrera y cada vez más excitado, buscar la siguiente entre los matorrales. Supe que quedaba poco al recoger sus zapatos y doblando un recodo me encontré que sentada sobre una piedra me esperaba totalmente desnuda.
-Señor Martínez, ¡Su profesora le necesita!- dijo mientras se mordía los labios, provocándome.
La cara de deseo con la que me llamaba, me hizo reaccionar y empecé a desnudarme mientras me acercaba a donde estaba. Extasiado comprobé que era todavía más atractiva en pelotas de lo que me había imaginado. Sus pechos aun siendo enormes, no se había dejado vencer por la edad e inhiestos me retaban mientras su dueña separaba sus piernas. 
Sin esperar a que me diera su bendición, al llegar a su lado me arrodillé e hundiendo mi cara entre sus muslos, caté otra vez el sabor de ese coño que por maduro no dejaba de ser atrayente.  La rubia suspiró aliviada al sentir mi lengua recorriendo los pliegues de su sexo y en voz alta, me informó que llevaba deseándolo desde que me regañó ese día en clase.
-¡Que buena está mi profe!- me escuchó decir mientras  tomaba posesión de su  entrepierna.
Dándome vía libre a que me apoderara de su clítoris, se pellizcó los pechos mientras yo, separando sus labios como si fueran la piel de un plátano, dejé al descubierto ese botón que iba buscando. Tanteando con la punta de mi lengua sus bordes, la oí gemir y entonces al apretarlo entre los dientes mi boca se llenó del flujo que manaba de su cueva. Al sentirlo, la cuarentona que llevaba suspirando un buen rato, aferró con sus manos mi cabeza en un intento de prolongar el placer que estaba sintiendo. Su éxtasis fue incrementándose a la par de mi calentura y prolongando su espera, me separé de ella.
Insatisfecha me rogó que continuara pero obviando sus deseos, la cogí entre mis brazos y depositándola en una zona de césped, me la quedé mirando con mi pene entre mis manos.
-¡Voy a follarme a la zorra de Cristalografía!- le informé mientras me arrodillaba entre sus muslos.
-Se lo ruego, ¡Señor Martínez!- imploró con su respiración entrecortada al sentir mi glande jugueteando  con su sexo.
Siguiendo con el papel de discípulo y docente, introduje unos centímetros de mi extensión en su interior y entonces pregunté:
-¿Le gusta lo que hace su alumno al putón de mi profe?
Sí-respondió con su voz impregnada de pasión.
-¿Mucho?- insistí mientras uno de mis dedos jugaba con su clítoris.
-¡Sí!- contestó, apretando sus pechos entre sus manos.
Su calentura me confirmó lo que necesitaba y metiendo un poco más mi pene en su coño, esperé su reacción.
-¡Hágalo! ¡Complace a esta zorra! – y pegando un alarido, exclamó: Por favor, ¡no aguanto más!-.
Lentamente, centímetro a centímetro, fui introduciendo mi verga. Toda la piel de mi extensión al hacerlo, disfrutó de los pliegues de su sexo. Su cueva se me mostró estrecha y sorprendido noté que ejercía una intensa presión al irla empalando. Su pasión era total, levantando su trasero del césped, intentó metérsela más profundamente pero lo incomodo de la postura no se lo permitió.
Me recreé observándola mientras intentaba infructuosamente de ensartarse con mi pene. Estaba como poseída, sus ganas de que me la follara eran tantas que incluso me hizo daño.
-Quieta– grité y alzándola, la puse a cuatro patas.
Si ya era hermosa de frente, por detrás lo era aún más. Sus nalgas duras y prietas para tener cuarenta años, me hicieron saber que esa mujer dedicaba muchas horas a la semana a fortalecer sus músculos. Al separar sus cachetes descubrí que escondían un tesoro virgen que decidí que tenía que desvirgar y no lo hice en ese instante al estar convencido de que iba a hacerlo en un futuro. Por eso y poniendo mi pene en su cueva, le pedí que se echara despacio hacia atrás. No debió de entenderme porque al notar la punta abriéndose camino dentro de ella de un solo golpe se lo insertó.
Pegó un grito que resonó en el bosque al sentirse llena y moviendo sus caderas, me pidió que la tomara. Doña Mercedes dejó de ser mi profesora para convertirse en mi yegua y recreándose en mi monta, me agarré de sus pechos para iniciar mi cabalgar. Relinchando al sentir que mi pene, ya descompuesta me rogó que la tomara. Satisfecho, escuché cómo gemía cada vez que mi sexo chocaba contra la pared de su vagina pero, fue el sonido del chapoteo que manaba de su cueva inundada cada vez que la penetraba, lo que me hizo incrementar la velocidad de mis incursiones. Cambiando de posición, agarré su melena como si de riendas se tratara y palmeándole el trasero, azucé a mi montura para que reforzara su ritmo. Sentir los azotes la excitó más si cabe y berreando como una puta, me pidió que no parara.
Excitado por el rendimiento de mi yegua, fui azotándola mientras ella se hundía en un estado de locura que me dejó helado.
-Fóllate a la puta de tu profe sin piedad- rogó implorando un mayor castigo.
Decidido a no dejar que me dominara, saqué mi polla de su interior y muerto de risa me tumbé a su lado. Doña Mercedes, insatisfecha y queriendo más, me tumbó boca arriba y poniéndose a horcajadas sobre mí, se empaló con mi miembro mientras el flujo que manaba de su sexo mojaba mis piernas. Hipnotizado por sus pechos, me quedé mirando como rebotaban arriba y abajo mientras su dueña se empalaba. Su bamboleo y la imposibilidad de besarlos por la postura, me habían puesto a cien y por eso mojando mis dedos en su sexo, los froté humedeciéndolos.
La antipática catedrática se dejó hacer y entonces con voz autoritaria, le pedí que fuera ella quien los besase. Doña Mercedes obedeciendo a su alumno, me hizo caso y cogiéndolos con sus manos los estiró y se los llevó a su boca. Os reconozco que creí correrme cuando sacando su lengua, los besó con lascivia. Tanta lascivia que fue demasiado para mi torturado pene y explotando en el interior de su cueva, me corrí.
La rubia al sentir que mi simiente bañaba su vientre de cuatro décadas, aceleró sus embestidas intentando juntar su orgasmo con el mío. Justo cuando terminaba de ordeñar mi miembro y la última oleada de semen brotaba de mi glande, Doña Mercedes consiguió su objetivo y pegando un grito se corrió. Totalmente exhaustos, caímos sobre el césped.
Al cabo de unos minutos, me besó y recogiendo su ropa, me ordenó que me levantara.
-Arriba, ¡Vago! Tenemos una tarea que hacer.
-¿Y el baño que me prometió en el estanque?
Sonriendo, me lanzó mi pantalón mientras me decía:
-¡Todavía nos quedan dos días!
 
 
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 
 
 

Relato erótico: “Exhibiendome en la playa” (POR JESSICA97)

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Hola, me llamo Jessica, tengo 35 años actualmente. Llevo leyendo algunos años los artículos publicados en esta página pero nunca había sacado el tiempo para redactar alguno. Me gusta leer sobre relatos de exhibicionismo, pues me identifico en ese sentido, y siempre que entro trato de buscar relatos de situaciones similares a las que me gusta vivir personalmente, aunque la verdad son muy pocos los que he visto de ese tipo, por lo que intentaré enriquecer este campo.

Soy una mujer más bien atractiva, de muy buen ver, no por que lo diga yo sobre mí, mido 1,74 m de estatura, peso 62 kg, cabello rubio lacio casi a la cintura, de piel blanca pero me bronceo bastante, así que más bien diría dorada, un trasero como dicen por mi pueblo “paradito” y unos senos bastante grandes (no lo voy a negar, tengo implantes) siendo mis medidas 103, 61, 92.

Como dije antes, mi afición es el exhibicionismo, me encanta lucir mi cuerpo, levantar miradas y provocar en la calle o donde quiera que valla. Me gusta usar minifaldas, blusitas escotadas o vestidos del mismo tipo, siempre calzo zapatos de tacón alto, por lo que me veo más alta de lo que soy, cosa que a algunas chicas les da complejo, más aun en mi país donde la estatura promedio de las mujeres no sobrepasa el 1,60 m, el tener mi estatura ya es notable, y con tacones altos normalmente sobrepaso el 1,80, incluso con algunos zapatos llego hasta 1,87m.

Bien, la historia que narraré es algo que me sucedió un par de semanas atrás, cuando decidimos con mi novio ir a las playas por un descanso merecido, aparte que nos hacía mucha falta un buen tiempo juntos, que por su trabajo a veces se complica el asunto. Quedamos de irnos un martes en la mañana, el pasaría por mí y de ahí el viaje, que nos tomaría unas 6 horas hasta el lugar de destino. El lunes en la noche me dispuse a preparar mis cosas para el viaje, y aunque soy muy práctica en esto de los paseos, no como la mayora de chicas que llevan 20 maletas para un día, no quería andar en prisas al día siguiente por la mañana. Me fui al cajón donde tengo mis trajes de baño (debo tener más de 50 trajes de baño) y empecé a buscar los que llevaría al viaje, evidentemente para mi gusto, entre más chicos mejor, seleccione 5 o 6 del cajón, dos de ellos incluso son solo la parte de abajo del bikini, así que con ellos forzosamente debo estar en topless, y uno de ellos es un “slingshot” muy provocativo. Decidido esto, que en realidad es lo más importante para la playa, busque un par de shorts, unas minis, algunas blusitas de tirantes finitas, otro par sin tirantes, algunas pañoletas o pareos, y busque dos vestidos muy sexis para salir en la noche, uno es negro, muy ajustado en la parte de abajo, la espalda totalmente desnuda, y dos tiras de unos 8 cm de ancho que suben separadas desde más abajo del ombligo para amarrarlas tras el cuello, dejando ver prácticamente todo, aparte que suelo amarrarlo tras mi cuello sin ajustar mucho para que mis pechos se muevan libremente. El otro vestidito, el blanco, es el más atrevido, ya que es muy translucido, igual lleva la espalda desnuda, con dos tiras también pero debe ser colocado en forma cruzada, este lo uso ajustado al cuerpo, dejando ver mis tetas prácticamente desnudas, la parte de abajo, es más bien voladita, y excesivamente corta, al punto que prácticamente mis “cachetitos” están a la vista siempre. Adicionalmente a esto, llevo siempre un par de botas, en este caso negras, y al menos 4 pares más de zapatos abiertos, todos de tacón aguja, incluso para ir a la playa!!!

Esa noche, ya cuando estoy en mi cama acostada para dormir, me empiezo a excitar de solo pensar en las situaciones que pasaran durante esa semana en la playa con mi novio, pienso en las noches de sexo que me va a dar y al rato de estar con esas ideas no me queda más remedio que estirar mi mano al cajón de la mesita de noche y sacar uno de mis juguetitos sexuales preferidos, un consolador de casi 25 cm que tengo para estos momentos de calentura y soledad, con el cual satisfago mi gran necesidad de placer por casi una hora hasta quedar totalmente rendida al cansancio y al sueño luego de haber tenido unos 5 o 6 orgasmos en ese tiempo.

Al día siguiente, me despierto con la bocina del auto de mi novio, y en cuanto me incorporo ya le escucho entrando por la puerta principal del depa, ya que él tiene llaves, me encuentra aún desnuda en mi cuarto por lo que se sorprende.

-Te estas despertando recién cierto???

-Si amor, le contesto

-Pero no te preocupes, ya ayer deje todo listo, deja que me visto enseguida y nos ponemos en marcha.

-Humm, pero aquí huele a…. se queda como olfateando el cuarto, y en eso me acuerdo de la noche excitante que tuve, inmediatamente veo que se acerca a la cama y levanta las cobijas y…

-Parece que la pasaste bien anoche no? Claro, había dejado el consolador en la cama pues me había dormido en plena acción, más bien tuve suerte que no me lo deje adentro!!!

-Si amor, estaba pensando en las cosas ricas que pasaríamos durante estos días que vienen y me excite al punto que…

-No me digas más mejor, de lo contrario nos retrasaremos en exceso, y creo será mejor que te des una ducha antes de irnos, me dijo el interrumpiéndome.

No dije nada más, y me fui rápidamente al baño, para salir lo antes posible, el me espero en la habitación y al regresar yo, abrí mi armario y busque rápidamente un short de mezclilla, muy ajustado y extremadamente cortito, en el cual se me ve casi media nalga, me lo puse, y en seguida una camiseta blanca muy finita de tirantes, recortada a la altura de mis tetas, dejando ver todo mi vientre desnudo, y dependiendo de la posición de mis brazos incluso se llegan a ver mis senos por debajo de la camiseta, igual me queda bastante ajustada, por lo que mis pezones se marcan claramente en la tela y hasta se transparentan un poco, finalmente busco unas sandalias de tacón de aguja, de esas que tienen muchas tiritas, me giro para poner mi trasero de frente a mi novio y mientras me las estoy poniendo lo escucho decirme:

-Pero si vas prácticamente desnuda amor, sé que es normal que no usas nada de ropa interior, pero vas que paras el tránsito.

-No vamos para un recital amor, le replico, vamos para la playa, te aclaro que esto que llevo puesto es de lo más tapadito que me veras en estos días, le dije con una mirada picara y voz de maliciosa, así que será mejor que te hagas la idea.

Tenemos ya casi siete años de estar juntos, por lo que evidentemente el me conoce muy bien, y sabe cómo me gusta vestir, o como me gusta desvestirme más bien como dice el, pero siempre me hace ese tipo de comentarios para ponerle el picante al ambiente, además que sabe que eso me encanta, el que se fije lo poco que llevo puesto o lo mucho que enseño.

Una vez que estoy lista, él toma mi maleta y nos disponemos a salir, y cuando estoy llegando a la puerta de mi depa, me acuerdo de algo, y le digo:

-Ya te alcanzo, ve subiendo las cosas al auto, que deje algo olvidado arriba.

Regreso a mi habitación y busco mi consolador de la noche anterior, sé que va ser algo importante en este paseo. Cuando voy saliendo de la casa, se cruza un vecino en la acera con migo, que al verme casi se le salen los ojos, no sé si alcanzo a mirar lo que llevaba en la mano, pero si lo hizo ya me imagino lo que pudo pensar de mí. Al montarme en el auto mi novio me pregunta que fue lo que había olvidado, yo le enseño el consolador con una mirada de lujuria y lo meto en la guantera del auto, él sabe que me gusta estar bien llenita por mis dos agujeros cuando tengo sexo desenfrenado con él.

Así nos ponemos en marcha, él va manejando y yo en el asiento de copiloto, me gusta colocar el asiento lo más atrás posible y el respaldo un poco hacia atrás, por lo que en mi posición mi cuerpo está en una postura más sugerente aun, y doy una vista magnifica a todos los conductores que pasan a nuestro lado, sobre todo en vehículos más altos que el nuestro, que son prácticamente todos, ya que nos movilizamos en un automóvil semideportivo. Le menciono a mi novio que debemos detenernos en algún sitio para desayunar y comprar agua para calmar la sed del viaje, a lo que responde que lo haremos, pero más adelante, que en las ropas que voy no podemos detenernos en cualquier sitio, así que el viaje se prolonga por más de una hora hasta llegar a la costa, donde nos detenemos en un sitio donde existe un pequeño restaurant y un comercio.

Al llegar al sitio, noto que no hay mucho movimiento de personas, y las personas que se encuentran en el restaurant son la mayoría repartidores de productos, que por ser un martes de trabajo normal, las personas están en sus ocupaciones normales. Apenas bajarme del auto noto todas las miradas de quienes están ahí clavarse en mí, principalmente sobre mi cuerpo, cierro la puerta del auto y hago un gesto como por componerme mis ropas, me acomodo la camiseta para que me cubra las tetas y me ajusto el short lo mejor posible, aun así no es posible que tape más de lo que mide, igual justo es lo que me agrada. Se acerca mi novio, me toma de la mano y nos dirigimos al local, mientras caminamos me hace el comentario de la manera como me miran todos, y aun cuando no llegan a ser más de 5 o 6 los clientes, noto que todos están paralizados mirándome descaradamente.

Nos sentamos en un sitio que está desocupado, y me pongo a observar el lugar, en eso se aproxima la mesera y nos toma la orden, al retirarse le digo a mi novio que iré al lavatorio para asearme, el vuelve a ver y mira el lavatorio, que no está en un sitio privado, sino más bien en un rincón del salón, por lo que me mira y me dice:

-Ya se a lo que vas, pero yo también me voy a deleitar de eso. Y claro, él tenía una posición privilegiada para observar el lavatorio. Me levanto y me aproximo al lavabo, siento todas las miradas sobre mi culo, y escucho a los hombres de las otras mesas mientras cuchichean, y aun cuando no distingo lo que dicen, por el espejito logro ver como uno me señala llamándole la atención al otro, y eso hace que yo trate de poner mi culito más en pompa, y con una mano hago un movimiento como para ajustarme mejor el short, subiéndolo un poco más hacia mi cadera, haciendo que se meta un poco más entre mis nalguitas. Cierro el lavabo y me doy vuelta, camino hacia la mesa que ocupamos y siento como la parte inferior de mis tetas se asoma bajo mi camiseta, pero decido no ajustarla y dar una bonita vista a los presentes, me siento en mi sitio y mi novio se acerca a mi oído y me dice:}

-Estás hecha una zorrita, y lo sabes.

Esas palabras hacen que mi calentura aumente, y le digo en el oído a el:

-Y a ti te encanta que sea así!!!

Terminamos de desayunar y mi novio se levanta para pagar la cuenta, en cuanto llega a la caja decido ir tras él, ninguno de los clientes se ha ido del lugar, pese a que han terminado todos ya hace bastante rato, por lo que les daré una vista más de mi cuerpo, al llegar donde mi novio, lo abrazo por el cuello, por lo que la camiseta se me sube aún más arriba, prácticamente dejando toda mi teta al descubierto, y aunque abraso a mi novio y mis tetas están pegadas a él, sé que la visión desde atrás de más de media teta al descubierto por los costados debe ser realmente formidable, además que debo ponerme un poco de puntillas ya que mi novio es bastante más alto que yo, por lo que mi culito también debe verse espectacular. Al retirarnos, en cuanto me doy media vuelta siento mis tetas al aire, ya no tengo a mi novio de escudo por lo que son totalmente visibles, así que me compongo un poco la camiseta dirigiendo mi mirada a los espectadores y regalándoles una sonrisa de inocente, como pidiéndoles disculpas.

Al salir le recuerdo a mi novio que debemos pasar a comprar a la tienda la botella de agua, y alguna crema bronceadora, el me mira y entre risas me dice que ahí también tengo que ir a exhibirme, le digo que sí, a lo que responde que ya luego se las va a cobrar con migo todas. Eso me deja pensativa, pero igual seguimos hacia la tienda, entramos y veo que hay una chica en la caja, sin más clientes, por lo que mis planes de exhibicionista se truncan un poco, aunque si noto la mirada de la cajera como diciendo “que puta esta”. Tomamos lo que ocupamos, pagamos y nos marchamos, al salir, observo que en el restaurant ya no hay nadie, se han ido todos los clientes en cuanto nos retiramos nosotros.

Nos montamos en el auto y seguimos nuestro camino. Al poco tiempo veo un camión adelante nuestro el cual empezamos a adelantar, y me percato que era uno de los vehículos que estaban estacionados en el restaurant, veo por su espejo retrovisor, ya que aún estamos atrás de la cabina, (vamos en una vía de dos carriles por sentido) y noto la mirada del conductor sobre nosotros, específicamente en mí, y este a su hace gestos a su acompañante de la presencia nuestra. En ese momento le pido a mi novio que disminuya un poco el ritmo para adelantarles lentamente, tomo entre mis manos la botella de agua, la abro y empiezo a beber algunos tragos, al llegar a la altura de la cabina del conductor los miro de manera disimulada, pero de manera que ellos puedan ver mi mirada, saco la botella de mi boca, le mi lengua por la boquilla y bajo la botella a la altura de mis tetas, echando un poco del líquido sobre mi camiseta, haciendo que esta se transparente totalmente dejando mis pezones duros totalmente visibles, mi novio al percatarse de esto acelera a fondo el auto y me dice:

-Estás loca tú!!! Si te has dejado las tetas totalmente visibles.

-Hay amor, disfrútalo, esos chicos estaban deseando ver un poco más, si no hubieras acelerado me quitaba la camiseta para completar el show, le dije!!!

El resto del camino transcurrió sin más detalles, al rato del incidente ya mi camiseta se había secado sobre mi cuerpo, gracias al fuerte sol y la brisa que entraba por la ventana abierta.

Finalmente llegamos a nuestro destino, un hotel de playa a unos 200 metros de la costa, al entrar vemos que tiene una enorme piscina en el centro, rodeada de las habitaciones que son como cabañitas individuales separadas una de otra como 5 metros, todas estas tienen una gran puerta corrediza que da en dirección a la piscina. Estacionamos el auto y nos dirigimos a la recepción del hotel, no se ve nadie en el lugar, es obvio, no es un día de fiestas, por lo que supongo es lo normal para esas horas de un día así. Mi novio trae ambas maletas, por lo que voy relajada, al llegar a la recepción veo al tipo atrás del mostrador, y claro, él no puede evitar mirarme de pies a cabeza, estacionando su mirada por un rato en mis tetas, que se mueven sugerentemente bajo la camiseta al ritmo de mis pasos. El mostrador es alto, justo a la altura de mis tetas, por lo que al llegar, él tiene a la vista mi par de melones, mi novio lo saca del trance en que se encuentra al preguntarle por nuestra habitación, yo por mi parte me acerco más al mostrador y prácticamente pongo mis senos sobre el mostrador, sintiendo como la parte baja de mis pechos descansa desnuda sobre el mostrador. El administrador se pone nervioso, busca en su registro nuestros nombres, pero por la desconcentración que trae no logra encontrar nada, me doy cuenta que busca en la página del día anterior, así que en voz bajita le digo, estamos a 12 de marzo, no 11, mira la fecha de la página y me vuelve a ver, luego busca en la página correcta encontrando nuestra reserva. Nos entrega la llave, la número 13, y enseguida nos indica por donde debemos ir. Al retirarnos de la recepción, me imagino no pierde detalle esta vez de mi culito, que le debe estar dando una vista fantástica, y claro, un adelanto de lo que seguramente podrá ver durante esos días que estemos en el hotel.

Cruzamos por la orilla de la piscina, hay varias sillas a los alrededores, especiales para tomar el sol, de esas que puedes convertir prácticamente en cama, todas están desocupadas, hay otras zonas con sombra, gracias a varios árboles que hay en el lugar. Por fin llegamos a la habitación, es muy amplia, dos camas matrimoniales, y baño enorme y hasta hay un pequeño refrigerador. Enseguida entramos y colocamos las cosas sobre una de las camas y abro mi maleta. Enseguida me quito la ropa que traigo, a lo que mi novio me advierte que hemos dejado la puerta de la habitación abierta, y podrían verme desde la piscina. Le digo que no hay nadie, y además, paro lo que pienso ponerme no hay mucha diferencia. Busco entre mis trajecitos de baño y encuentro el que busco, es de color blanco, uno de los pocos que tengo con la parte de arriba, aun cuando en su parte superior tiene dos triangulitos de unos 8 cm de alto, y la base escasamente tiene 5 cm, por lo que a duras penas podrá tapar mis pezones y aureolas, la parte de abajo no difiere mucho de la anterior, siendo un pequeñísimo triangulo similar a uno de los anteriores, con los cuales debo intentar taparme la fina línea de bellos que me dejo sobre mi vagina, el resto son solo tiritas, en la parte trasera tiene forma de “Y”, y la unión de los dos laterales en la parte trasera ocurre ya entre mis nalgas, prácticamente a la altura de mi agujerito trasero. Puedo sentir como al colocarme bien la parte de abajo, esta se hunde en mi vagina, situación que me provoca un morbo tremendo.

-Veo que ya casi no se te notan las marcas de tu bronceado, me dice mi novio observando más de cerca su propiedad. Él le encanta que tenga dibujado en mi cuerpo las líneas de la parte baja del bikini.

-Sí, hace días no he podido tomar el sol como se debe, y claro, me he puesto más pálida, pero hoy mismo empiezo a corregir esa situación, le contesto yo de manera picara. En eso mi novio advierte que el recepcionista ha olvidado entregarnos los jabones, el paño e incluso el control remoto de la tv.

-Mira, el recepcionista no nos ha entregado los paños, los jabones ni el control de la tele por estar embobado viendo tus tetas.

-Iré por ellos, le contesto, sonriendo maliciosamente.

-Veo que quieres dejarlo en shock, si con tu atuendo anterior no encontraba nuestros nombres, con esto que tienes puesto ahora no encontrará ni sus manos.

Me sonrío y salgo de la habitación sin decir más. A cada 3 o 4 pasos que doy siento de mi bikini se desacomoda por todos lados, siento escaparse mi pezón derecho y de igual forma siento como el pequeño triangulito de la parte baja se desliza más hacia mi vagina, dejando a la vista mi línea de bellitos, por lo que cada 3 o 4 pasos debo estar acomodando todo. Por el momento no hay nadie en el lugar, aunque ya he visto al recepcionista que se ha percatado de que me acerco por el sonido de mis tacones en la orilla de la piscina, y claro, con el espectáculo que le voy dando cada 3 o 4 pasos no pierde detalle de nada. Al llegar a la recepción, decido no acomodarme nada, así que entro hasta el mostrador y siento como mi teta derecha está totalmente fuera de lugar, y aunque la parte baja esta igual, el mostrador no le permite ver al recepcionista mi vagina.

-Hola de nuevo, olvidaste entregarnos los paños y jabones, y también el control de la televisión, le dije.

-Discúlpame, es que estaba ocupado con unas listas antes de que llegaran Uds, se excusó él. –En seguida te entrego todo. Se levantó de su sitio y empezó a buscar el control en un cajón, los paños y jabones los tenía guardados en otro sitio, a un costado del salón, por lo que tenía que salir de su sitio, esta vez con la posibilidad de contemplarme en mi totalidad, yo aun sin componerme el bikini le sigo, y me coloco a su lado, cerca, a máximo un metro.

-Tienes algún shampo para cabello? Le pregunto.

-Sí, claro, ya te busco, aquí tenemos uno para cabello claro, como el tuyo, te daré varios ya que lo tienes bastante largo, dudo que te alcance con uno. Me dice.

-Gracias por tu amabilidad, cuál es tu nombre, disculpa, no te había preguntado.

-Soy Juan, y tu Jessica supongo, por la reserva.

-Sí, estas en lo correcto. Dime, hay algún problema en que use bañadores de este tipo? Le pregunte con una voz de niña inocente, tratando de calentarlo.

-No Jessica, ningún problema, igual durante el día habrá poca gente estos días, puedes usar la zona de piscina a tu gusto, en las noches llegan los agentes que trabajan en la zona, pero entran después de las 17 horas.

-Perfecto, es que no me gustan las marcas en mi cuerpo, y me gusta broncearme en toples, a veces hasta desnuda, le dije en el mismo tono. El me vuelve a ver como diciéndome con sus pensamientos “pero si estas desnuda prácticamente”. Me entrega las cosas, le doy las gracias y me retiro, dándole ahora la espalda y una vista de mi culo, con solo el hilito que sube entre mis nalgas.

Al llegar a la habitación mi novio me mira y nota que todo el bikini lo llevo descompuesto.

-Supongo se ha dado gusto el recepcionista viendo a la perrita de mi novia.

-Pues me imagino, ya que tenía una sonrisa de oreja a oreja, hasta le consulté si había problema si me bronceaba en toples…

-Supongo te ha dicho que lo puedes hacer, afirmó mi novio, interrumpiendo lo que yo decía.

-En efecto, le contesté, -incluso me ha dicho que puedo estar como me plazca, así que eso podría implicar algo más! Y dicho esto, coloque las cosas que traía en la cama y me di vuelta para dirigirme a la piscina, tome un frasco de bronceador y salí diciendo:

-Te espero en la piscina amor. Me retiré de la habitación y me acerque a una de las sillas a la orilla de la piscina, era toda de plástico, y al tocarla con mi mano, tal cual supuse, estaba hirviendo, por lo que tendría que regresar por una de las toallas para colocarla sobre la silla. En eso lo pensé dos veces, y decidí ir a la recepción y pedir otra toalla adicional, y así calentar más al chico. Entro nuevamente en el saloncito y al verlo le digo:

-Vengo a molestarte de nuevo Juan.

-No es ninguna molestia Jessica, en que te puedo ayudar?

-Es que las sillas de la piscina están muy calientes, me preguntaba si me podrías facilitar una toalla para ponerla sobre la silla.

-Claro que sí, dame un minuto, tengo unas toallas especiales para eso, son más grandes y suaves, si gustas me esperas en la piscina y te la llevo en seguida.

-De acuerdo, le contesté. Salí de la recepción nuevamente sintiendo la mirada del chico en mi culo, tire de los laterales de mi bikini haciendo que este se hunda nuevamente entre mi vagina, y seguí caminando hasta la silla que quería ocupar, un sitio en el que desde la recepción tenia perfecta vista. Al llegar a la silla, eché la mirada atrás y ya venía Juan con dos toallas grandes, de colores llamativos, de esas especiales para la playa, no me haría esperar un minuto!

-Ya traigo tus toallas Jessica, donde quieres que las coloque.

-Ponlas ahí, le dije a Juan señalando la silla donde quería recostarme.

-No te preocupes, yo colocare la toalla para que puedas recostarte, igual traje dos, la otra para tu esposo, me dijo el amablemente.

-No es mi esposo, es mi novio, replique yo.

-Ah, disculpa, pero bueno, para el caso es casi lo mismo, me dijo el mientras colocaba la toalla en la silla. Terminado, procedió a colocar la otra toalla en la silla de al lado, mientras yo me acosté en mi silla boca abajo, dándole una vista esplendida de mi culo.

-Listo, ya están las toallas, si se te ofrece algo mas no dudes en llamarme, me dijo, y ya se daba vuelta para retirarse cuando le dije.

-Disculpa Juan, de hecho se me ofrece algo más si no es mucho pedir, a esto se detuvo él y dándose vuelta me dijo:

-Dime, en que te puedo ayudar.

-Es que me da un poco de pena, pero mi novio aun no viene, y no me he puesto crema en la espalda, y si se ha quedado dormido me voy a quemar toda, me harías el favor de pasarme la crema, le pedí con una voz característica de niña buena e inocente. Noté como a Juan se le subieron los colores al rostro del asombro, pero al mismo tiempo vi como un bulto empezó a crecer en su entrepierna!

-Eh, eh, po.. por su-pu-es-to que si Jessica, tartamudeo el acercándose. Tomó la botella de bronceador, la batió y dirigió la boquilla hacia mi espalda. En ese momento lo detuve y le dije:

-Me desatas las tiras en la espalda por favor, le dije, se hizo un silencio de un par de segundos, en el que se quedó paralizado, y tuve que hablar de nuevo para que reaccionara.

-No quiero que se marque mi espalda con esa línea, le dije.

-Como no Jessica, me dijo medio embobado mientras desataba el lazo en mi espalda, y en seguida el de mi cuello. Yo estaba boca abajo, apoyada en mis antebrazos, por lo que mi cuerpo no estaba totalmente sobre la toalla, mis tetas colgaban y apenas llegaban a rozar la toalla, por lo que al desatar ambos nudos de mi “bra”, este callo sobre el paño, dejando ya totalmente desnuda la parte superior de mi cuerpo. Juan procedió a rociarme del bronceador por toda la espalda, y en seguida a masajearme tímidamente la espalda con ambas manos. Yo me mantuve en silencio por al menos un minuto, hasta que consideré que ya mi espalda tenía suficiente bronceador, así que le dije:

-Baja un poco Juan, necesito que me pases por las piernas, los costados y el culo también. Decirle eso fue como darle un dulce a un niño, en su rostro se dibujó una sonrisa enorme.

-Espero no venga tu novio y me vea haciendo esto, me dijo.

-No te preocupes, además, él tiene la culpa por lerdo, si estuviese aquí no tendría que molestarte con esto, (como si fuera molestia pensé yo).

-No, tranquila, no es molestia para mí, solo que no quiero meterme en problemas, mientras me pasaba las manos por las piernas, había decidido dejar lo mejor para lo último. Fue subiendo poco a poco, hasta que llego a lo inevitable, tomo el frasco y roció mis nalgas de aquel líquido que le permitiría posar sus manos sobre mi culo, y así lo hizo, ya sin ningún reparo empezó a masajear mis glúteos, pasando sus manos arriba y abajo, en círculos, cada vez más cerca de mi rajita, a lo que yo reaccione levantando un poquito más mis pompas, con la excusa que no quería que dejara ningún sitio sin bronceador, dándole un vista de toda mi rajita, y hasta posiblemente de mi vagina succionando el hilito, dejando ver mis labios perfectamente. En ese momento logre escuchar como respiraba Juan profundamente y se le salía de su boca a un tono muy bajo una frase “pero que culo tan rico”, yo me hice la que no escucho nada y le dije:

-Asegúrate de no dejarme nada sin bronceador. A lo que siguió masajeando mi culo a placer, llegando incluso a tocarme mi sexo en algunas oportunidades.

-Estás lista Jessica, ya tienes bronceador por todo tu cuerpo, me dijo el, como con una voz de desconsuelo por haber terminada con aquello.

-Muchas gracias Juan, eres un sol, le contesté yo levantando la mirada y girando un poco mi cuerpo hacia él, con lo que aparte tuvo una vista adicional de mi pecho ya desnudo.

-Con gusto, ya me voy, que debo estar en la recepción si alguien llama, con lo que se fue a prisa. En ese instante, vi que salía mi novio de la habitación, con lo que supuse no había perdido detalle de la situación.

-Veo que te las has pasado genial, perrita! Dijo el al llegar.

-Tenía que colocarme el bronceador, y como no estabas tuve que solicitar ayuda amor.

-Sí, claro, y el recepcionista se ha dado el gusto de tocarte todo el cuerpo.

-Alguien debía hacerlo, no puedo yo sola, lo sabes. Mi novio rio a esto y se tumbó en su silla. Al rato, me levanté de la silla y le dije a mi novio que nadaría un rato. Me tiré en la piscina y nada un par de largos. Desde mi sitio, pude ver como Juan no perdía detalle de mis movimientos. Divisé una escalerilla para salir de la alberca justo al frente de la recepción, y pese a que había otra justo donde se encontraba nuestro sitio, me fui nadando hacia la primera, sentí mi tanguita que estaba totalmente descompuesta, aun así no la compuse y empecé a subir la escalerilla, dándole a Juan una vista frontal, primero de mis tetas desnudas, y al seguir subiendo la vista de mi línea de bellos al aire, con el triangulito de tela del bikini prácticamente desaparecido entre mi vagina, al llegar a la parte superior de la escalerilla me detuve a componer la tanguita, la cual al estar mojada se había transparentado casi totalmente, y aunque estaba sobre mis bellitos, estos eran igual visibles, eché a caminar mirando hacia la recepción y regalándole una sonrisa pícara al Juan que estaba con la boca abierta.

-Si serás zorrilla, me dijo mi novio al llegar a mi sitio, -sales de la piscina para exhibirte al recepcionista sin reparo!

-Sabes cómo me gusta exhibirme amor, y el más beneficiado de eso eres tú al final de cuentas, le dije mientras me acostaba en la silla boca arriba esta vez.

-Me pones el bronceador amor, o tendré que llamar a Juan nuevamente? Le dije.

-Te gusta tu juego eh, dijo el mientras se levantaba y comenzaba a pasarme el bronceador, por mis tetas, abdomen, piernas y todo mi sexo, deleitándose ahí por un buen rato, sacándome más de un suspira y uno que otro gemido.

-Te gusta eso? Me dijo.

-Sabes que me encanta, y estoy muy cachonda.

-Ya me di cuenta, estas totalmente empapada, y no es el aceite de bronceador.

-Necesito que me hagas el amor, vamos a la habitación, le propuse.

-Mmm, no, estas castigada ahora, por andar de sobrada con el de la recepción, ahora tendrás que esperar hasta que yo decida, me dijo el, con un tono de autoridad.

-Por favor amor, le dije, casi suplicando, mientras él seguía jugando con mi clítoris, sacándome cada vez más gemidos, -no seas malito, vamos, necesito correrme, necesito que me llenes de tu lechita toda mi panochita.

-Eh dicho que no, no insistas, debes aprender a comportarte como una buena chica, y esto te lo has ganado, me dijo, pero seguía masajeándome el clítoris y metiendo un par de dedos en mi vagina. Siguió así por un par de minutos, y cuando estaba a punto de llegar a correrme se detuvo, diciendo:

-Pensaste que me apiadaría de ti? No bebe, tendrás que contenerte ese orgasmo, me dijo con la misma autoridad, – y no quiero ver que ni acerques una mano a tu sexo, prosiguió en el mismo tono, como si me hubiera leído los pensamientos. Ahora tendría que quedarme con el calentón que me había provocado el exhibirme ante Juan y la manoseada que me ha dado mi novio sin poder tener mi orgasmo. Así transcurrió el resto de la tarde, yo intentando dejar de pensar en mi situación, cosa que se me hacía muy difícil, más aun cuando cada cierto rato mi novio se me acercaba a decirme que me ponía más bronceador, y me volvía a calentar hasta el punto del orgasmo dejándome cada vez con más ganas, y yo suplicándole que me dejase terminar. Igual me di cuenta que Juan no perdía detalle de la situación, y aunque no estaba demasiado cerca para saber exactamente lo que pasaba, si era obvio que mi novio se quedaba más rato de lo normal colocándome el bronceador en mi sexo, y supongo que mis movimientos me delataban totalmente de lo que sucedía.

Al ir bajando el sol, a eso de las cinco de la tarde, empezamos a notar como iban llegando otros clientes, yo estaba tumbada boca abajo cuando pasó un par de hombres por nuestro sitio, sin que ninguno de los dos perdiera detalle de mi presencia, y lo poco que llevaba puesto o lo mucho que dejaba ver. Pasados estos dos hombres, mi novio se incorporó y con su voz de autoridad me dijo:

-Vamos, ya es hora de ir a la habitación, yo sabía que había tomado el control, y de ahí en adelante me tocaría seguir su juego. Me levante, recogí mis cosas (como si fuera mucho la parte superior del bikini, el bronceador y la toalla) y nos fuimos para la habitación. Ya en la habitación, decidí tomar un baño, y pensé que así podría masturbarme para aliviar mi situación, me quite el hilito y en cuanto entre al baño escuche a mi novio decir.

-No cierres la puerta, no me vallas a hacer trampas eh, yo mire dentro del baño y vi que las puertas de la ducha eran transparentes totalmente, por lo que no habría privacidad con la puerta principal abierta, y lo peor, no podría sacarme las ganas. Me duché, el agua estaba deliciosa, miraba por el vidrio y mi novio no perdía detalle, así que preferí ni intentar nada, sabía que de intentar algo y ser descubierta implicaría un castigo más largo sin sexo, mi novio le encanta hacerme sufrir en ese sentido, y a mi igual me gusta ese juego, sentirme dominada por él.

Salí de la ducha, me seque y me aproximé a la cama, donde me observaba mi novio con detalle, con voz de niña buena le pregunte:

-Que quieres que me ponga amor?

-No sé, no he revisado que has traído, supongo que cualquiera de las indumentarias que trajiste te harán lucir como una zorra.

-Ha decir verdad sí, pero es que veníamos para la playa como te dije antes.

-Bien, veamos que hay, se levantó de la cama y se aproximó a mis cosas, empezó a revisar mirando las pocas cosas que traje, entregándome una blusita de tirantes roja, muy ajustada y una mini negra voladita, muy cortita también.

-Y tu ropa interior? Parece que se te ha olvidado!

-En realidad no se me ha olvidado amor, no traje, no creí necesitar aquí, me sonreí nuevamente de forma maliciosa.

-Pues bueno, claro, era de esperarse de ti. Buscó un par de zapatos rojos, y me los entregó. Me puse lo que me entregó y me miré al espejo, me di la vuelta para mirarme por atrás y vi como mis nalguitas se asomaban bajo la faldita, sabía que tenía el aspecto de una perrita. Mi novio procedió a ducharse rápidamente, y al salir de la ducha y verlo mis hormonas volvieron a ponerme cachonda, totalmente desnudo se paseaba frente a mí, dejándome a la vista aquel instrumento que estaba deseando tener dentro de mí, mi novio está muy bien dotado, tiene un pene enorme, que pene, es un tronco aquello, en su estado natural mide casi 20 cm de largo, y en su mejor estado debe medir unos 25 a 27 cm, la verdad nunca he perdido el tiempo sacando una regla para medirlo precisamente, y su grosor de igual forma es formidable, es una de las razones por las que estoy con él. Sentía como mi vagina se empezaba a encharcar nuevamente, por lo que lo volví a pedir casi a modo de súplica que me perforara de una vez, a lo que jugueteando el con su pene, y entre risas me dijo que tendría que aguantarme, y aun cuando note que se le empezó a poner dura, obviamente mis palabras también tienen efecto en él, se sabe controlar mucho mejor que yo, colocándose unos bóxer y haciéndome caer en la realidad que no satisfacerla aun mi deseo de sexo.

Finalmente se terminó de vestir, y me dijo que saldríamos a dar una vuelta, tomo las llaves del auto y salimos de la habitación, al llegar al parque noté como ya habían varios vehículos estacionados, y aunque no era como para pensar que el hotel estaría lleno, ya había bastante clientela. Me entrego las llaves del auto, diciéndome que conduciría yo, así que me senté al volante y él me empezó a dar las indicaciones de hacia dónde íbamos. A los diez minutos de conducir llegamos a un pequeño centro comercial, donde estacioné el vehículo y nos bajamos a caminar un poco. Por donde pasábamos todos los hombres tenían que mirarme, y hasta las mujeres, y no era para menos, mis pezones se repintaban en la blusita, y aunque no era transparente para nada, era muy evidente que no había nada abajo, y la mini, pues en cada paso, con el movimiento dejaba ver las puntas de mis nalgas por atrás, y si agregamos a esto que no traía nada por abajo, evidentemente la situación era más excitante. De igual manera, por delante la mini no dejaba ver fácilmente mi vagina, aunque con algún mal movimiento o una suave brisa la situación podía cambiar, mi novio me llevaba de la mano, y a ratos colocaba la mano sobre mi trasero, sobándomelo sobre la faldita, cosa que me pone a mil cuando lo hace así descaradamente en público. Llegamos a una tienda donde tenían en la ventana una salida de playa en un maniquí, era un tipo de vestido al cuerpo, ajustado, de amarrar en el cuello, pero todo de maya, y en la parte baja una tira de unos 5 cm de ancho que delimitaba la parte inferior del vestidito. Era en color negro, estaba estupendo para usar con un traje de baño, en mi caso se me vino mi propia imagen en el en topless, mi novio se detuvo con migo, y mirándolo me dijo:

-Te gusta esa salida de playa?

-Sí, se ve fabulosa!

-Vamos, entremos, me dijo él.

Entramos al negocio, la dependienta era una chica hermosa, joven, de unos 22 o 23 años, delgada, enseguida se acercó a nosotros para atendernos.

-Buenas tardes, en que les puedo ayudar?

-Quisiéramos ver esa salida de playa que tienes en la ventana, dijo mi novio.

-La del maniquí? Preguntó ella.

-Sí, la negra, le dije yo

-Claro, tenemos en varios colores, contestó la dependienta.

-El negro me gusta, le dije.

-Ok, en seguida lo traigo, son uni-talla, tengo algunos adentro, regreso en seguida. Se fue adentro de una bodeguita, y salió al instante con lo solicitado diciendo:

-Aquí lo tienes, si gusta te lo puedes medir, para ver cómo te queda! En ese momento recordé que no tenía nada abajo, por lo que la situación iba volverse muy interesante.

-Donde me lo puedo colocar, le pregunte a la dependienta.

-No tenemos vestidor, pero puedes usar la bodeguita, el espejo está en la puerta. Mire hacia la puerta y vi que había un espejo, pero hacia el lado de la tienda. Me dirigí ahí, y efectivamente tenían una banquita en la bodeguita, que era bastante reducida, a modo de probador improvisado, pero al entrar y cerrar la puerta me percaté que no había más espejos, así que tendría que salir a dar el espectáculo afuera, igual no había nadie más en la tienda. Me desnudé enseguida, y me puse el vestidito, intentando que la tira de tela al menos me tapara un poco mi sexo, aunque era prácticamente imposible eso, igual no me importaba, abrí la puerta y Salí como si nada, mirándome al espejo, viendo que estaba desnuda prácticamente, miré a mi novio y le pregunté:

-Como me veo amor?

-Muy bien, dijo el, mirándome de pies a cabeza. Miré a la dependienta, que me miraba con un poco de asombro y envidia entremezcladas, y al verme que la miraba dijo:

-Se te ve muy bien, tienes un cuerpo digno de esa prenda, igual, tengo algunos trajes de baño que combinan con el traje si quieres verte con ellos. En eso me entro la malicia y le contesté:

-No, así está bien, igual lo usaría máximo con un hilito, haciendo cara de pícara. Seguí mirándome en el espejo por algunos segundos, dando vueltas para uno y otro lado. Luego de esto, regresé al cambiador improvisado, pero sin cerrar la puerta procedí a cambiarme, arriesgándome a que si alguien más entraba a la tienda me vería de seguro en esa situación. Al salir, me acerqué al mostrador, donde ya estaba la dependienta, para pagar la prenda.

Salimos del negocio, y continuamos caminando por el centro comercial, buscábamos ya un sitio para cenar. Encontramos un sitio bonito, de cocina italiana, y le dije a mi novio que me gustaría cenar pizza. El accedió, así que entramos y buscamos un sitio agradable, podíamos escoger, pues el restaurante estaba casi vacío, excepto por una pareja no había nadie más. Al caminar hacia nuestra mesa, la mujer que estaba en la otra mesa notó nuestra presencia, especialmente la mía, y me miraba con una cara de rechazo, lo cual lejos de molestarme me provocaba más bien algún tipo de excitación, por lo que busque sentarme en nuestra mesa de modo que estuviese visible perfectamente a ellos. Al sentarme en la silla, vi cómo tanto la mujer como su acompañante no perdían detalle de mis movimientos, por lo que me senté despacio, levantando un poco mi faldita para sentarme sobre mi culo desnudo en la silla. El mesero se acercó y tomo nuestra orden, sin mostrarse para nada interesado en mirarme, lo cual me hizo pensar que era muy respetuoso o rarito. Así pasó la cena sin mayor novedad, sintiendo la mirada de la otra mesa hasta que se retiraron. La pizza estuvo deliciosa, y mientras cenábamos mi novio me comentaba sobre las miradas que me daban los vecinos. Nos retiramos del restaurante y caminamos hacia el parqueo, ya eran cerca de las nueve de la noche, y hacia una brisa un poco más fuerte, por lo que mi faldita constantemente se levantaba, dejando mi trasero al descubierto, y hasta la vista de mi panochita desnuda para algunos transeúntes y guardias del lugar. En todo momento, los comentarios de mi novio, de lo zorrita que soy, y esto calentándome cada vez más, haciendo que mi vagina ya estuviera totalmente empapada, palpitando y pidiendo ser penetrada.

De regreso al hotel, nuevamente iba conduciendo, mientras mi novio se deleitaba con la inundación entre mis piernas. Al llegar, noté que habían bastantes más autos en el parqueo, que hasta me fue difícil encontrar un espacio adecuado. Nos fuimos hacia la habitación, yo solo iba mentalizada en la noche de sexo que tendría a continuación. Entramos a la habitación y sentí que mi novio no tenía mucha prisa por acostarse con migo, por lo que empecé a desnudarme frente a él, lentamente, insinuándomele al inicio, con miradas, pero ya a los pocos segundos empecé a suplicarle que quería que me cogiera, que estaba desesperada por sentir su tronco dentro de mí, y estas suplicas yo sabía que lo excitaban, le encanta que le pida eso. Yo estaba totalmente desnuda, solo tenía los zapatos puestos, cuando lo escuche decirme:

-Quieres tener sexo verdad perrita?

-Si… le dije en tono de súplica, -necesito que me metas tu picha amor, necesito que me hagas venir muy rico, como solo tú puedes hacerlo!

-Muy bien, entonces quiero que vallas al auto y traigas tu consolador, ya que te voy a dar sexo como una perra merece. Al escuchar eso, fue como si me hubiese ganado la lotería, tome la mini y en eso escuché:

-No no, nada de vestirse, así como estas iras a traerlo, me dijo. Ahora resulta que mi novio disfruta que me exhiba, me dije para mis adentros, como si yo fuera a tener problemas para salir desnuda, así que eche a caminar, pero antes de llegar a la puerta escuche de nuevo:

Un momento perrita, aun no termino, ven, que tengo que darte algo para que te lo pongas. Me detuve, y lo mire para saber que era este nuevo jueguito, en eso se acercó a su maletín, y sacó de el una bolsita, de la cual salió un “plug” anal rojo brillante bastante grande, de unos 15 cm de largo por 5 de ancho.

-Póntelo, irás con él en tu culito, como la zorra que eres. Si bien estoy muy acostumbrada al sexo anal, y a los juguetes en mi vagina y culo, ese era un plug bastante grande, y estábamos hablando de que tendría que caminar unos 50 o 75 metros de ida y regresar de nuevo, lo cual sería bastante incomodo, y sumándole a eso que tendría que ir desnuda todo el trayecto, sería bastante vergonzoso que alguien me viera en esas andanzas, pero bueno, estaba desesperada por sexo, y haría lo que fuera por tener la picha de mi novio en mi vagina, así que, tome el plug, me coloque de espaldas a mi novio, a un metro de distancia, incliné mi cuerpo levantando mi culito en pompa, y empecé a restregar el plug por toda mi panochita para lubricarlo, sé que mi novio le encanta verme hacer eso, y más aún si luego me meto de golpe el plug entre mi culito, por lo que decidí que tenía que darle gusto, lo ocupaba excitado para poder disfrutar yo, así que una vez humedecida la punta del plug, lo coloque en la entradita de mi ano, y de un empujón lo enterré en mi culo, haciéndome esta acción pegar un grito que se debió escuchar en todo el hotel, voltee mi cabeza sobre mi hombro, mirando a mi novio fijamente, y comencé a mover el plug dentro de mi ano, tirando de el un poco, y volviendo a introducirlo hasta el fondo, acompañando cada movimiento de un gemido de placer, hice un par de veces este mete-saca hasta que mi novio me interrumpió:

-Vete ya perra, que de lo contrario te vas a correr con eso. Tenía razón, un rato más y me podría correr con ese juguete, le sonreí, y sin decir nada seguí su orden, salí de la habitación caminando, con el plug sembrado en mi culo. Caminaba despacio, tratando de controlar el juguete que llevaba, los tacones hacían ese ruido característico y sabía que era solo cuestión de tiempo para que alguien me mirase en el trayecto, llevaba unos 20 metros de caminata cuando recordé que no traía las llaves del auto, así que me detuve y tuve que regresar sobre mis pasos, al entrar a la habitación mi novio jugaba con las llaves, riéndose burlonamente, lo observe y entonces me dijo:

-Al menos parece que te diste cuenta antes de llegar al auto. Estás tan cachonda que no te deja trabajar bien tu cabeza.

-Sí, tienes razón, necesito que me revientes el panochito.

-Se nota perrita, toma las llaves, a ver si no has perdido el juguete! Me acerque para tomar las llaves, y al darle la espalda me volví a inclinar, abrí mis piernas para enseñarle el plug, lo tome y lo saque del todo violentamente de mi culo, introduciéndolo en seguida con más violencia aun, tanto que tuve que dar un alarido de dolor, y aun así repetí la acción por segunda vez, y de igual forma, deje escapar un grito nuevamente.

-Ahí lo tengo bien metido, como puedes ver, no se caerá con nada, le dije mientras me alejaba nuevamente. Esta vez al salir ya caminaba más a prisa, mis zapatos hacían más ruido pero no me importaba, me urgía regresar a la habitación para ser cogida, domada como la perra que soy. A medio camino, escuche como una puerta se abría, alguien se había alertado por el golpe que daban mis zapatos, en ese instante pensé en detenerme, para que no me vieran, pero el impulso que tenía impidió esto, seguí caminando con el mismo ritmo y el observador se quedó inmóvil mientras pasaba frente a su habitación, a unos 5 metros de su posición, ya que yo caminaba por la orilla de la piscina. No me dijo nada, pero si sentí su mirada recorrerme por completo bajo la luz de las lámparas, que iluminada para mi desgracia, muy bien toda la zona. Al llegar al auto, vi que la puerta del acompañante estaba bloqueada por otro vehículo que habían estacionado muy cerca, por lo que me dirigí a la puerta del conductor, abrí con el control y el vehículo hizo el sonido característico al desarmar la alarma, lo que alertó al guarda, que de inmediato se levantó y me miro al menos de la cintura hacia arriba, notando mi desnudes. Se empezó a acercar, así que abrí la puerta rápido y me metí de 4 patas sobre el asiento para llegar a la guantera, y ops, estaba con llave, y la llave, en la puerta, me salgo del auto de nuevo, saco la llave ce la cerradura de la puerta y en eso me percato de que el guarda ya está justo en frente del auto, no tengo opción, así que entro nuevamente al auto en la misma posición, con mi culo en pompa y el plug posiblemente visible claramente entre mi culo. Abrí la guantera y tomé el consolador, ahora sería doble la vergüenza, y de fijo el guarda pensaría que soy una ninfómana (lo cual es cierto) al verme desnuda, con un plug anal y buscando un enorme consolador en el auto. Me importo poco, salí del auto, cerré la puerta, y sin mediar palabra emprendí mi marcha hacia la habitación. Al pasar por la puerta que se había abierto, ya no había solo un tipo en la puerta, sino dos, los cuales me empezaron a decir varios piropos muy subidos de tono, de los cuales sentí que era más que merecedora. Al fin, llegue a la habitación, entré y le entregue a mi novio al consolador, e inmediatamente busque su paquete bajo su pantalón, me detuvo, y riendo me dijo:

-Estas realmente desesperada eh, perra, eres una legitima puta que hace lo que sea por sexo, me dijo, cosa que me excitó aún más, ya que me pone muy cachonda que me insulten y me traten mal cuando hacemos el amor.

-Si amor, estoy desesperada por picha, cógeme, dale picha a tu putita, reviéntame el panochito por favor, le decía yo casi a modo de súplica.

-Ven acá y mame la picha, como la puta que eres, me ordenó. Y aun cuando no soy aficionada de dar sexo oral, en ese momento su pene me sabía a gloria, le di una mamada de película, metiéndome todo lo que podía de su pene en mi boca, es imposible que entre toda, pero yo hacia mi mejor esfuerzo, ahogándome a ratos con la acción.

-Traga más puta, tienes que comértela toda, me decía. Yo seguía haciendo mi mejor esfuerzo, metiéndome todo lo que podía de su pene en mi boca. Por fin, sacó su pene de mi garganta y me dijo:

-Quieres picha, verdad, puta, quieres que te la meta toda!

-Si amor, métemela toda, dame picha bien duro, destroza esta perrita.

-Entonces ven perra… Me levanto del cabello, me dio media vuelta e hizo que colocara mis manos sobre una mesilla del cuarto, separé las piernas un poco para darle más facilidad y en seguida sentí como su mástil se abría paso violentamente en mi vagina. Me penetro de golpe, lo mojada que estaba hizo que en la primera embestida llegara a golpear sus huevos contra mi vagina, yo di un grito de placer, y él me dijo:

-Estas totalmente mojada perrita, se ve que estabas urgida.

-Siiiii amoooor, ta-lá-dra-me la pa-no-chi-ta, da-me pi-chaaaa, le dije yo entre jadeos y gritos, gritos que de seguro escucharían al menos a dos o tres habitaciones de distancia. Me empezó a bombear violentamente, tenía como sus golpes en mi trasero hacían que el plug también se metiera cada vez más en mi ano, aumentando así el placer que sentía al estar doblemente penetrada, yo seguía gritando como una loca, pidiéndole más picha y diciéndole que no se detuviera. Fueron unos 4 minutos de bombeo cuando sentí que saco su pene de mi vagina, ya yo me había corrido dos veces, pero quería más, inmediatamente sentí como sacó el plug de mi culo y me preparé para lo que venía.

-Ahora si perra, vas a saber lo que es bueno, me dijo, y colocando la punta de su pene en la entrada de mi culo empezó a empujar hacia adentro lentamente, y aunque ya estaba algo dilatado gracias al plug, la diferencia de tamaña hacia que la entrada de este nuevo intruso fuera algo lenta, y al menos él tenía siempre ese cuidado de entrar despacio por mi culo, para no lastimarme. Yo empecé a gritar aún más fuerte, si es que eso era posible, mientras él me decía:

-Te gusta que te dé por el culo verdad perra!!

-Me en-can-ta amooooor, métela ya de una vez toda, destrózame el culo, y dicho esto me la termino de hundir completa de un fuerte empujón que casi me hace desmayar del dolor, di un grito que hasta el parqueo se debió escuchar. Entonces empezó con el mete-saca, primero a un ritmo lento y luego fue aumentando su velocidad, y con esto yo aumentaba el ritmo de mis quejidos:

-Ay, ay, ay, dame más papi, ay, ay, ay, métela toda, no la saques, soy tu perra rica, ay, ay, ay… Yo baje mi mano para masturbarme pues sentía la ausencia de estar penetrada en mi vagina, y sabía que el consolador lo había dejado en la cama cuando se lo entregue a mi novio, y en ese momento no habría oportunidad de ir por él, así que continúe con mis dedos en mi clítoris intentando aumentar el placer que ya de todos modos era enorme, y me estaba sacando orgasmo tras orgasmo. En ese momento, sentí como saco su pene de mi culo y de golpe lo metió en mi vagina, cosa que normalmente no le permito hacer, pero dado el calor del momento lo disfruté a mil.

-Mira si eres perra, que te dejas pasar la picha de hueco a hueco, perra, y dicho esto lo sacó de mi vagina y nuevamente a mi culo. Yo estaba que no daba más, pero tampoco quería que parara aquella situación, la cual siguió por unos dos o tres minutos más. Cambio dos veces más de mi culo a la vagina y regreso, hasta que la saco de mi culo y me ordeno ponerme de rodillas para que se la chupase y limpiase completita. Eso solo lo había hecho en muy pocas ocasiones, dejarlo sacar su pene de mi culo y meterlo en mi boca directamente, pero quería que me diera toda su lechita, así que no dude un momento e inicie una mamada de campeonato, limpiándole la verga hasta dejarla reluciente, hecho esto, me tomo del cabello y me coloco de 4 patas, en el suelo, y con su pie derecho me obligo a poner la cara contra el suelo, dejando mi culo en lo más alto, sentí nuevamente la penetración por mi culo, y nuevamente empecé a gemir y gritar de placer, y justo en el momento que me venía un orgasmo más, sentí como se corría en mi ano profundamente, en seguida saco su pene de mi culo y me obligó nuevamente a mamársela y dejarla limpia, cosa que lejos de ser una obligación, fue un gusto hacerlo. Al terminar, se sonrió y me dijo:

-Me ha encantado como lo has hecho bebe, eres la mejor chica que pude haber elegido en este planeta, me dijo ya con un tono gentil y amable.

-Gracias amor, le dije, yo también he disfrutado mucho de este rato, pero recuerda que fui yo quien te eligió a ti, y no tu a mí, le dije con voz inocente mientras me metía un par de dedos en mi culo, sacándolos llenos de lefa y llevándolo a mi boca para saborearlo, con una cara de lujuria tremenda. Nos acostamos desnudos en la cama y nos dormimos profundamente.

Continuará…
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jessicaact@hotmail.com

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