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Channel: voyerismo – PORNOGRAFO AFICIONADO
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Relato erótico: “Caí entre las piernas de mi “ingenua” secretaria” (POR GOLFO)

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PORTADA ALUMNA2

Los hombres al mirar a una mujer tienden a fijarse en una parte de su cuerpo, La gran mayoría se fija en su culo o en sus tetas pero yo tengo predilección por las piernas. Es más, por mi experiencia cuando una hembra tiene buenas patas, el resto de su cuerpo va en sintonía. Unos muslos espectaculares suele llevar asociado un cuerpo no menos llamativo.

Hoy, os voy a contar como mi fijación por esos atributos femeninos, cambiaron mi vida y me llevaron a vivir una experiencia inolvidable. Todo empezó el día que la que había sido mi secretaria durante diez años, se casó y se fue de la empresa. Os tengo que reconocer que en un primer momento me cabreó su decisión porque me dejaba un hueco que me iba a resultar difícil de rellenar porque, no en vano, ella se había convertido en una pieza esencial en mi compañía.  Por eso cuando me lo comunicó, le pregunté si conocía a alguien de confianza que pudiera cubrir su baja. Tras pensarlo durante un minuto, María contestó que tenía una prima que acababa de terminar la carrera y que todavía no había encontrado trabajo pero que tenía un problema.
Mosqueado, le pregunté cuál era:
-Es muy joven. Usted siempre ha dicho que prefiere que sus empleados sean mayores de treinta años y Clara solo tiene veintitrés.
-¿Está preparada?
-Para lo que necesita sí. Es licenciada en Administración de empresas, domina Office y habla inglés.
Siempre había tenido reparos en contratar a veinteañeros porque siento que no están maduros para asumir responsabilidades pero al venir recomendada por ella, decidí hacer una excepción.
-¿Puedes quedarte hasta que aprenda?
-Por supuesto. Estoy segura que en menos de quince días mi prima es capaz de asimilar mi puesto. ¡Verá que no le defrauda!
Como no tenía nada que perder, le pedí que hablara con ella y que le concertara una cita para que yo la entrevistara al día siguiente. Después de agradecerme haber dado una oportunidad a su parienta, me dejó solo en el despacho. En ese instante no lo sabía pero esa decisión trastocaría mi vida por completo.
Soy un hombre hecho a mí mismo. Nacido en una familia de clase media, fui el único que no siguió la tradición familiar de ser militar. Nieto e hijo de militares, mi viejo nos educó pensando siempre que, al terminar el colegio, íbamos mis tres hermanos y yo a entrar en la Academia Militar de Zaragoza. Por eso cuando le comuniqué que prefería ser ingeniero, para él, fue como si le dijera que era Gay y aunque con esa decisión me hundí en el ostracismo familiar, mi desarrollo profesional me dio la razón: Con cuarenta años, era el director de una empresa de consulting tecnológico con sucursales en varios países. Dedicado en cuerpo y alma a mi carrera, no había tenido tiempo (o eso pensaba yo) de formalizar una relación seria y por eso seguía soltero y sin compromiso.
Volviendo a la historia que os estoy contando. Al día siguiente, mi secretaria me trajo a su prima y después de que hubiese pasado las pruebas del departamento de recursos humano, me la presentó para ver si la aceptaba como mi asistente. Os tengo que reconocer que cuando la conocí no me impresionó; me resultó una chavala muy guapa pero carente de cualquier tipo de atractivo. Hoy sé que advertida por Maria de mis gustos tradicionales a la hora de vestir, se disfrazó de beata para que yo no me percatara del bombón que estaba contratando. Vestida con un traje de chaqueta, cuya falda le llegaba por debajo de las rodillas, nada me sugirió la verdadera naturaleza de sus piernas.
Ese engaño propició que la colocara porque de haber sabido que esa cría estaba dotada de las piernas más alucinantes con las que me he topado hasta el día de hoy, nunca la hubiese contratado para evitar meter la tentación en la oficina. Durante las dos semanas que duró su aprendizaje Clara se comportó como una chavala avispada y tal como había prometido su prima, cuando se fue no solo no la eché de menos sino que la suplió incluso con mayor efectividad.
El problema vino cuando sin la supervisión familiar, poco a poco, fue olvidándose de los consejos y empezó a vestir de una forma correcta pero más en sintonía con su edad. La primera vez que caí en la cuenta de la belleza de sus piernas, fue un viernes en la tarde que previendo que no tendría tiempo para volver a su casa a cambiarse, Clara apareció en el trabajo con  una minifalda de impacto. Todavía recuerdo que estaba sentado en mi mesa cuando al pedirle un informe, la muchacha sin saber la conmoción que iba a provocar, llegó confiada a mi lado.  Os juro que al levantar la mirada de los papeles y ver ese espectáculo frente a mí esperando instrucciones, me quedé sin habla al observar la perfección de sus muslos y de sus pantorrillas.
Incapaz de retirar mis ojos de ella, recorrí con mi vista sus maravillosas extremidades para continuar con su culo y con su pecho. “Dios mío, ¡Qué mujer!”, exclamé mentalmente mientras por debajo de mi pantalón, mi sexo cobraba vida. Sé que mi atrevida mirada no le pasó inadvertida porque al llegar a su cara, observé que el rubor cubría sus mejillas.
-¿Desea algo más?- preguntó avergonzada y al contestarle que no, salió huyendo de mi despacho.
No sé qué fue más erótico si la visión de sus piernas estáticas o verlas siguiendo el movimiento acompasado de su culo. Lo cierto es que cuando desapareció por la puerta, el recuerdo de sus tobillos, pantorrillas y muslos quedó fijado en mi memoria durante todo el fin de semana. Aunque junto con dos amigos me fui a pasar esos días a un velero, cada vez que me quedaba solo o no tenía nada que hacer, volvían a mi mente la frescura y lozanía de esa cría al caminar. Reconozco que hasta me masturbé soñando con que mis manos recorrían esa piel y que su dueña se excitaba al hacerlo.
Por eso, el lunes al llegar a trabajar lo primero que hice fue mirar como venía vestida y me tranquilicé al comprobar que había vuelto a colocarse el uniforme monjil de secretaria. Aun así, con una fijación enfermiza, le echaba una ojeada cada dos por tres, imaginando la continuación de esos finos tobillos que veía a través del cristal. Mi secretaria no hizo ningún comentario a lo sucedido el viernes anterior por lo que al cabo de las horas, me olvidé del asunto encerrándolo en el baúl de las cosas inútiles.

Desgraciadamente el martes, Clara volvió a aparecer por la oficina con una minifalda y aunque intenté evitar mirarla, fui incapaz. Estaba como obsesionado, no solo no perdía ocasión de mirarla subrepticiamente sino que, cansado de observarla a distancia, le pedí que entrara en mi despacho porque quería dictarle una carta. La muchacha, ajena a la verdadera razón por la que la había llamado, se sentó en frente de mí para tomar notas. Al darme cuenta que mi propia mesa me ocultaba aquello que quería admirar, le insinué si no iba a estar más cómoda apoyando su libreta en la mesa de juntas que tenía en una esquina.

Ingenuamente, me dio las gracias y se pasó a una silla colocada en ese lugar. Creí haber muerto y que estaba en el cielo al contemplar la perfección del cuerpo de esa cría así como la tersura de su piel. Desde mi sillón, me quedé embelesado en la contemplación de sus piernas mientras ella esperaba confundida que empezara a dictarle. Confieso que no me di cuenta de ello hasta que con voz indecisa me preguntó si volvía en otro momento:
-¡No!- contesté horrorizado por perder la sensual estampa de Clara escribiendo.
Tomando aire, busqué algo que decirle y como no se me ocurría nada, me puse a dictarle un escrito de queja por falta de pago. Como no era tonta, me preguntó si no prefería que me mandase el formato oficial que usábamos en la compañía. Reparando en el ridículo que estaba haciendo, le pedí perdón y le acepté su sugerencia. Extrañada por mi comportamiento, Clara se levantó y volvió a su lugar pero, al hacerlo, separó sus rodillas y durante un segundo contemplé el tanga que llevaba puesto. Fue tiempo suficiente para que mi miembro reaccionara y se pusiera erecto de inmediato. Debí de poner una cara de asombro tan genuina que la chavala se me quedó mirando como si me pasara algo y sin saber a ciencia cierta que ocurría, salió casi corriendo hasta su mesa.
Cabreado por mi actuación pero sobre todo por haber perdido la oportunidad de recrearme en semejante belleza, intenté tranquilizarme pero por mucho que lo intenté, sus puñeteras piernas seguían fijas en mi retina. Sin saber qué hacer, me levanté y abriendo la puerta del baño que tenía en mi despacho, me metí en él y encerrándome en ese estrecho cubículo, di rienda a mi fantasía masturbándome. Al terminar era tanta mi vergüenza que sentía por mis actos que cogiendo la calle, salí de la oficina sin reparar que Clara entraba en mi baño al irme. Posteriormente, me ha reconocido que entró preocupada, pensando que había vomitado o algo así y que al descubrir restos de mi semen esparcido por el suelo, fue consciente de la atracción que provocaba en mí y que excitada, decidió utilizarla.
Desde ese día, echó a la basura el horrendo traje con el que la conocí y empezó a llevar ropa cada vez más ajustada y minifaldas más exiguas. De forma que se convirtió en una rutina que la llamara a mi despacho y le dictara cualquier tontería con el único objeto de recorrer con mi mirada su cuerpo. Aunque yo no era consciente al estar ofuscado con ella, mi secretaria descubrió el placer de ser observada y paulatinamente, su juego se fue convirtiendo en una necesidad porque al sentir la caricia de mis ojos, su cuerpo entraba en ebullición y dominada por mi misma obsesión, al salir de mi despacho tenía que liberar su calentura pajeándose en el cuarto de baño de empleados.
Los días y las semanas pasaron y lejos de reducirse nuestra mutua dependencia con el paso del tiempo se incrementó. Ya no me bastaba con dictarle una carta sino que con cualquier excusa, la llamaba a mi lado y me recreaba en mi particular vicio.  A ella le ocurría otro tanto, su calentura era tal que ya no se conformaba con mostrarme las piernas sino que con mayor asiduidad al llegar a mi despacho, se recreaba en su exhibicionismo desabrochándose un par de botones de su blusa para sentir mis ojos deleitándose en su pecho. Sin darnos cuenta, nos habíamos convertido en adictos uno del otro y nuestras continuas juntas a solas, empezaron a crear suspicacias en la oficina.

Una tarde, preocupado por las habladurías, mi socio, Alberto me cogió por banda y abusando de la confianza que existía entre nosotros, me preguntó si estaba liado con mi secretaria.

-¡Para nada!- protesté al escucharlo – ¡La llevo más de quince años!
-Pues haz algo, porque ¡Lo parece! Te pasas todo el jodido día encerrado con ella y para colmo, esa cría viene vestida como una puta.
Sus palabras me ofendieron y no tanto por mí sino por ella. En ese momento, no pensé en cómo me afectaba ese chisme sino en la reputación de Clara, por lo que al cabo de unos minutos y cuando ya me había tranquilizado, le prometí que hablaría con ella. Os tengo que reconocer que al irse, me quedé pensando en el asunto y comprendí que de haber observado ese comportamiento en él, también yo hubiese supuesto lo mismo. Ya decidido a terminar con ese juego, esperé a que dieran las siete y aprovechando que los demás empleados de la firma habían salido, la llamé a mi despacho.
Fue entonces cuando al verla sentarse frente a mí y como con un hábito aprendido desde niña, separar sus rodillas para que pudiese contemplar la coqueta braguita de encaje que llevaba puesta, fue cuando me percaté que mi juego era correspondido. Con los pezones duros como piedras y su boca entreabierta, esperó mis instrucciones. Alucinado, me la quedé mirando como si nunca le hubiese puesto los ojos encima y cayéndome del guindo, descubrí en su sexo una mancha oscura que me reveló su excitación.
Sacando fuerzas de mi interior, le dije toscamente que teníamos que hablar. Clara, que no sabía el motivo de mi llamada, se inclinó hacia mí mostrando su escote sin cortarse, haciéndomelo todavía más difícil. Supe que ni no se lo decía de corrido, no iba a ser capaz de terminar por lo que pidiéndola que no me interrumpiera, le expliqué las habladurías de sus compañeros. Os prometo que me sentí cucaracha al hacerlo y más cuando de sus ojos empezaron dos gruesos lagrimones, pero convencido de que era lo mejor, le ordené que a partir de ese día viniera más discreta a la oficina.
Había previsto muchas reacciones por parte de ella. Desde que se enfadara, a que me renunciara en el acto. Lo que no preví fue que echándose a llorar, me preguntara:
-Entonces, ¿Nunca más me va a mirar?
Su respuesta me dejó anonadado y acercándome a donde estaba sentada, le acaricié el pelo mientras le decía con dulzura.
-¿Te gusta que te mire?
Aun llorando, me reconoció que sí y no contenta con ello, me explicó que disfrutaba y se excitaba cada vez que yo la llamaba para verla. Su confesión se prolongó durante unos minutos, minutos durante los cuales me reconoció avergonzada que todos los días se masturbaba un par de veces en la oficina y que al llegar a casa, soñaba con ser mía. Tratando de asimilar sus palabras, me quedé pensando durante un rato y tras acomodar mis pensamientos, le susurré:
-A mí también me enloquece mirarte pero tendrás que reconocer que no podemos seguir así- y buscando otro motivo que afianzara mi determinación, le dije:- Además, para ti, soy un viejo.
El dolor que vi reflejado en su rostro, me desarmó y más cuando escuché su contestación:
-Mariano, no te considero un viejo sino un hombre muy atractivo que me ha hecho sentir mujer. Prefiero ser tu amante a los ojos de los demás a no volver a experimentar la caricia de tus ojos.

Os juro que todavía me asombra lo que hice a continuación. Dominado por una lujuria inenarrable, cerré la puerta del despacho con pestillo y sentándome en mi sillón, le pedí que se desnudara. Increíblemente, la muchacha al oír mis palabras, sonrió y poniéndose de pie en mitad de la habitación, comenzó un sensual striptease echando por tierra toda nuestra conversación. Desde mi sitio vi a esa morena desabrochar su falda y con una lentitud que me volvió loco, ir deslizándola centímetro a centímetro.

Tuve que tragar saliva al contemplar el inicio de su braga y más cuando dándose la vuelta, me mostró cómo iba apareciendo sus nalgas. Ese culo con el que tanto había soñado, me pareció todavía más increíble al percatarme que aun teniendo la piel tostada no mostraba la señal de un bikini.
“¡Toma el sol desnuda!” pensé para mí.
Duro y bien formado era una tentación difícil de soportar y aun así, haciendo un esfuerzo sobrehumano, me quedé sentado mientras mi pene me pedía acción. Clara supo al instante que me estaba excitando al ver el bulto de mi entrepierna y contagiada por mi excitación, se mordió los labios para a continuación dejar caer su falda al suelo.
¡Qué belleza!- exclamé en voz alta al observar sus piernas sin nada que estorbara mi visión.
Satisfecha al oír mi piropo se dio la vuelta y botón a botón se fue desabrochando la camisa mientras me decía con una sensualidad sin límite:
-He soñado tanto con esto que no me lo creo.
Los breves segundos que tardó en terminar lo que estaba haciendo, me parecieron una eternidad y por eso cuando ya tenía la camisa totalmente desabrochada, incapaz de contenerme, le solté:
-¡Hazlo  ya! ¡Joder! Necesito verte!
Muerta de risa, dominando la situación y sin hacerme caso, se sentó en una silla y separando las piernas, me preguntó si me gustaba lo que estaba viendo. La puta cría estaba gozando con mi entrega pero, al quedarme mirando a su sexo, descubrí que ella también estaba sobre excitada porque una mancha oscura de flujo en su braga la traicionaba.
-¡Enséñame tus pechos!- pedí con auténtica necesidad.
Clara concediendo parcialmente mi deseo, se abrió la camisa y sin quitarse el sujetador, sopesó sus senos con sus manos mientras me decía:
-¿No crees que los tengo demasiado grandes?
Sin poderme contener, me levanté de mi silla y le amenacé que si no me mostraba de una puta vez las tetas, iba a tener que ser yo quien  lo hiciera. Soltando una carcajada, se deshizo de su blusa y poniendo cara de puta, se dio la vuelta y me pidió que le desabrochara el sostén. Ni que decir tiene que me acerqué a donde estaba y con verdadera urgencia, la levanté y llevé mis manos a su espalda. Al tocar su piel, un escalofrío recorrió mi cuerpo y excediéndome en mi función, posé mi mano sobre sus pechos.
“¡Que delicia!”, alabé mentalmente mientras metía una mano por dentro de la tela y cogía entre mis yemas un pezón.

Mi  suave pellizco la hizo gemir de placer pero separándose de mí, protestó diciendo que no me había dado permiso de tocarla. Excitado como estaba, me vi obligado a sentarme en la mesa y babeando de deseo, me quedé observando como la muchacha se volvía a acomodar en su silla. Supe que debía de seguirle el juego cuando despojándose del sujetador, cogió en sus manos sus dos melones y me dijo:

-Si te portas bien, dejaré que me folles.
Su promesa me dejó anclado en mi sitio y costándome respirar, tuve que admirar sin acercarme como Clara cogía entre sus dedos las rosadas aureolas de sus pechos y acariciándolas con suavidad, me soltaba:
-¿No te gustaría que te diera de mamar?
Desesperado, contesté que sí.
-Estoy deseando sentir tu lengua recorriendo mis tetas pero antes quiero ver tu polla.
Dominado por un apetito brutal, me saqué el pene del pantalón. Clara al ver que le había obedecido se quitó el tanga y separando las rodillas, me demostró la humedad que la embargaba y metiendo un dedo en su vulva, se lo sacó y llevándoselo a la boca, comentó emocionada:
-Estoy brutísima. ¡Mira como me tienes!-
No hacía falta que me ordenara eso, con mis ojos clavados en su entrepierna, no podía dejar de admirar la belleza de ese coño. Casi depilado por completo, la estrecha franja de pelo que lo decoraba, maximizaba la sensualidad de sus rosados labios. 
-¿Te gustaría ver cómo me masturbo?- preguntó con un tono pícaro y antes que le pudiese contestar, llevó una mano hasta allí y separando sus pliegues, se empezó a pajear.

Nunca había visto nada tan erótico pero la calentura de la escena se vio todavía más incrementada cuando a los pocos segundos llegaron a mis oídos los gemidos que surgían de su garganta.  Comportándose como una fulana, mi secretaria se dedicó a acariciar su clítoris mientras con la otra mano, se pellizcaba con dureza un pezón. Reconozco que para entonces mi propia mano ya había agarrado mi extensión y solo el miedo a romper el encanto en el que estaba sumergido, evitó que buscara liberar mi hambre con mis dedos.

Afortunadamente, Clara pegando un grito me soltó:
-¡Qué esperas! ¡Mastúrbate para mí!
No tuvo que volvérmelo a repetir, dando un ritmo frenético a mi muñeca, cumplí sus órdenes mientras ella mantenía su mirada fija en mi entrepierna. Puede que os resulte extraño que dos personas, que ni siquiera se habían dado jamás un beso, estuvieran sentados uno frente al otro masturbándose sin tocarse. Sé que es raro, pero lo cierto es que en ese momento nuestras hormonas nos controlaban y tanto ella como yo, continuamos haciéndolo hasta que pegando un alarido, vi cómo se corría.
-¡Me encanta!- chilló convulsionando en la silla pero sin parar de meter y sacarse los dedos de su sexo.
Fue entonces cuando incapaz de mantenerme sentado más tiempo, me acerqué a ella y poniendo mi pene a escasos centímetros  de su cara, le pedí que me hiciera una mamada. No me costó ver en sus ojos que deseaba metérselo en su boca pero tras unos segundos de indecisión, se levantó de la silla y mientras cogía su ropa, me soltó:
-Hoy, ¡No!
Cabreado hasta la medula, me sentí manipulado y os confieso que estuve a punto de violarla pero entonces acercándose a mí, me besó en los labios y mientras me ayudaba a subirme el pantalón, me dijo:
-Estoy  deseando ser tuya pero son las ocho y a esta hora, llegan las señoras de la limpieza. ¿No querrás que nos pillen follando?- y muerta de risa, recalcó su disposición diciendo: – ¡Te aviso que soy muy gritona!

Intentando que no se me escapara viva, le pedí que me acompañara a casa pero con una sonrisa en sus labios, se negó en rotundo y dijo:

-Lo siento, amor mío. ¡He quedado con tus futuros suegros!
Su descaro me hizo reír y dándole un azote en su trasero, la agarré de la cintura y volví a besarla. Esta vez me correspondió y pegando su cuerpo a mí, colocó mi polla en su entrepierna y con una maestría brutal, empezó a rozarse contra ella.  Estábamos dejándonos llevar por nuestra pasión cuando escuchamos a las limpiadoras entrar y separándose de mí, sonrió diciendo:
-¡Mañana nos vemos!- tras lo cual me dejó solo con mi pene pidiendo guerra.
Ni que decir tiene que me quedé caliente como un burro y por eso nada más llegar a mi apartamento, tuve que saciar mis ansias con dos pajas mientras soñaba con que llegara el día siguiente.





Todo se acelera.
Esa mañana, me desperté deseando y temiendo llegar a mi oficina. La tarde anterior no solo me había dejado llevar por mi bragueta sino lo más importante fue que descubrí que era correspondido. Clara, mi joven e ingenua secretaria había demostrado ser una hembra caliente y dispuesta a ser tomada por mí. Os reconozco que cuando iba en el coche rumbo a la empresa, estaba aterrorizado porque me había entrado la paranoia de que esa muchacha no iba a aparecer a trabajar.
Llevaba ya diez minutos en mi despacho, cuando la vi entrar y aunque venía vestida con una falda larga hasta los tobillos y un jersey de cuello vuelto, respiré aliviado. Sonrió al verme y se sentó como tantos otros días en su mesa como si nada pasara. Reconozco que me sentí hundido por su actitud pero al cabo de un rato, recibí un mail suyo en mi ordenador que decía:
-Por tu culpa, no he podido dormir. No he hecho otra cosa que dar vueltas en mi cama, pensando en lo que ocurrió ayer. Quiero ser tuya pero tienes razón, no debemos dar más que hablar. ¿Qué propones?
Mi pene reaccionó al leerlo y con la urgencia que me exigió mi deseo por ella, la contesté si esa noche al salir, me acompañaba a mi apartamento.
-No puedo esperar tanto. Tengo el chocho empapado de solo pensar que estás a unos pocos metros de mí. ¡Te necesito antes!- respondió por la misma vía pero esta vez adjuntó un archivo.
Al abrirlo, me encontré con una foto de un picardías negro de encaje con una nota donde me explicaba que se lo había comprado anoche al salir de trabajar y que quería estrenarlo conmigo. Solo imaginármela con él puesto, hizo que mi corazón empezara a palpitar a mil por hora y cometiendo una indiscreción, le pregunté si lo llevaba puesto. Observándola desde mi mesa, vi que lo leía tras lo cual se levantó, desapareciendo de su sitio. Intrigado estuve a punto de seguirla pero decidí no hacerlo. A los diez minutos, volvió y entrando con una sonrisa en sus labios, se acercó a mí y depositando  una bolsa en mis manos, me dijo antes de desaparecer:
-Lo llevaba puesto pero ahora ya no. Espero que te guste, aunque te confieso que debe estar empapado porque me he corrido en el baño.
Al abrirla, observé que es su interior estaba el picardías perfectamente doblado bolsa pero al hacerlo llegó hasta mi nariz un aroma de mujer que no me costó reconocer como suyo. Justo entonces apareció por la puerta mi socio y sentándose en una silla, descojonado, me comentó:

-Ya veo que has hablado con tu secretaria. Es lo mejor, te juro que con las pintas que llevaba hasta a mí me ponía bruto.

Sin ser consciente de que mi secretaria no llevaba ropa interior, Alberto se explayó alabando el traje tan apropiado que llevaba la cría ese día. Con mi mano acariciando la suave tela de su picardías, contesté:
-Te dije que no tenías por qué preocuparte.
Satisfecho por mi respuesta me dejó solo, momento que aproveché para abrir la bolsa y respirar el olor dulzón que desprendía. Ya totalmente excitado, tecleé en mi ordenador:
-¿Por qué no dices que te sientes mal y me esperas en la esquina?
 Ansioso esperé su respuesta. Cuando llegó al cabo, me encontré con algo que no me esperaba:
-De acuerdo, ¡Me voy! pero antes me das la llave de tu casa y te esperó allí a las dos. Nadie va a sospechar si lo hacemos así.
Sin saber cómo actuar, estaba todavía pensando en ello cuando vi que se levantaba. Desde la puerta me dijo que se encontraba enferma para que lo oyeran todos y llegando hasta mí, extendió su mano diciendo en voz baja:
-Tus llaves-
Confuso y mientras se las daba, pregunté si sabía dónde vivía. Ella me respondió riendo:
-Mariano, ¡Soy tu secretaria!
Su contestación a todas luces lógica me terminó de convencer, tras lo cual, poniendo nuevamente cara de dolor desapareció de la oficina. Al verla partir, miré mi reloj y pensé:
“Son la diez, ¿Qué va a hacer en estas cuatro horas?”.
 Sabiendo que pronto lo sabría, me intenté concentrar en el día a día pero me resultó imposible porque el paso de los minutos me acercaba al momento que la volvería a ver. La mañana resultó un suplicio al pasar con una lentitud exasperante. Deseando que transcurriera rápida, se me hizo eterna. Por eso no habían dado las dos menos cuarto cuando recogí mis cosas y advirtiendo que no iba a volver por la tarde, salí de la oficina. Mientras me acercaba a casa me iba poniendo cada vez más nervioso. Cuando llegué tuve que tocar el timbre para que me abriera.
Tardó en abrir la puerta y cuando lo hizo, me quedé paralizado al verla vestida con un coqueto uniforme de criada.
-Buenos días, señor. ¿Cómo le ha ido en la oficina?
Reconocí en seguida su juego y haciendo como si fuera algo cotidiano, dejé que me quitara la chaqueta. Cumpliendo a rajatabla su papel, Clara la colgó en un perchero y girándose hacía mí, me informó que la comida estaba lista y servilmente, me pidió que la acompañase. Al seguirla por el pasillo, me maravilló observar el movimiento de su culo mientras caminaba pero más aún la perfección de esas piernas izadas sobre unos gigantescos tacones de aguja.
“¡Qué buena está!” pensé al recalar en que de seguro había recortado la falda porque en ninguna casa normal permitirían que la sirvienta llevase esa minúscula minifalda.
Ya en el comedor, me obligó a sentarme en la mesa y desapareciendo por la puerta, entró en la cocina. Al volver con el primer plato, algo había cambiado: aprovechando su ida, se había desabrochado un par de botones de su camisa. Reconozco que lo que menos me apetecía era comer, lo que realmente deseaba era saltarla encima y tras despojarla de su indumentaria, follármela allí mismo. Mi chacha-secretaria llegó sonriendo y al servirme la sopa, posó su escote en mi cuello mientras decía:
-Señor, espero que le guste la sopa de almejas. Son mi especialidad.
Rozando sus pechos contra mí durante unos segundos consiguió que mi excitación creciera pero al darme la vuelta con la intención de comerle sus tetas, se separó de mí y se quedó parada mirando como tomaba la sopa. No pudiendo hacer otra cosa, la probé para descubrir que estaba deliciosa  y dirigiéndome a ella, alabé su plato diciendo:
-Señorita, es una de las sopas más ricas que he probado en la vida.
-¿En serio? ¡Me encanta que me lo diga!- contestó desabrochándose otro botón.
Al verla hacerlo, comprendí las normas de ese juego y continuando con las alabanzas, le solté:
-¡Está en su punto! Un sabor definido donde creo descubrir varias especias- al ver que su mano desprendía otro botón, seguí diciendo:- Azafrán, orégano, ajo…
Para el aquel entonces se había despojado de la blusa, dejándome admirar su torso desnudo donde únicamente el sujetador negro de encaje, evitaba que  tuviese una visión completa de sus pechos. Azuzada por mis piropos, llevó sus manos a sus pechos y acariciándolos por encima de la tela, pegó un gemido de placer. Entretanto, por debajo de mi bragueta, mi miembro ya había adquirido toda su dureza y deseando acelerar su extraño striptease, me terminé la sopa diciendo:
-Creo que voy a tener que agradecer de alguna manera al chef de semejante delicia.
Al escucharme, llevó sus manos a la espalda y con una sensualidad sin límites, se quitó el sostén. Sus pechos desnudos rebotaron arriba y abajo al acercarse a retirar el plato y  poniéndolos a escasos centímetros de mi boca, se quedó quieta esperando su recompensa. Asumiendo que era una insinuación, cogí por vez primera una de esas maravillas y sacando la lengua recorrí su rosada aureola mientras escuchaba a su dueña suspirar llena de deseo. Como era una carrera por etapas, estuve mamando unos segundos tras lo cual, mi criada volvió a dejarme solo.
Al retornar, se había deshecho de su falda y venía vestida únicamente con un tanga y unas medias a mitad de muslo que maximizaban el erotismo de la muchacha. El calor que se iba aglutinando en mi entrepierna me hizo desembarazarme de mi corbata y quitándomela, me abrí el cuello de la camisa.
-Si el señor tiene calor, puede irse poniendo cómodo- me espetó con voz sensual mientras se acercaba.
Comprendiendo que quería que yo también me fuera desnudando, contesté mientras me terminaba de desabrochar todos los botones:
-Si el segundo plato es un manjar como el primero, creo que tendré que contratar de por vida a la cocinera.
Clara pegó un grito de alegría al escuchar mi oferta y llegando hasta mí, dejó la vianda en la mesa quedándose pegada a mí. Con sus piernas rozando mi silla, me informó que debía dar yo el siguiente paso, por lo que, llevando mi mano hasta su trasero, le acaricié sus nalgas mientras le preguntaba qué era lo que me había preparado:
-Pechugas al champagne- contestó con la voz entrecortada.
Al venir el pollo desmenuzado, no tuve que cortar y aprovechando esa circunstancia, llevé un trozo a mi boca mientras mis dedos recorrían sin disimulo la raja de su culo.
-¡Delicioso!- exclamé sin mentir –dime como lo has preparado-
Satisfecha, Clara fue detallando la receta mientras mis yemas cada vez más confiadas le estaban acariciando el esfínter. Reconozco que fui un cabrón porque valiéndome de su entrega, metí una de mis yemas en su entrada trasera.  Ella al sentir mi intrusión, pegó un gemido pero no intentó separarse y continuó explicándome el proceso de cocción.  Satisfecho la dejé marchar cuando terminó y adoptando la misma postura, esperó mis alabanzas pero esta vez lo que hice fue al ir comiendo me iba quitando ropa.
Primero me quité los zapatos, luego la camisa y ya con el torso desnudo, le solté:
-Exquisitamente presentado, la rama de perejil encima de las cebollas cambray le dan un aire fresco.
Al escuchar mis palabras, se despojó del tanga y volviendo a la posición inicial, se me quedó mirando. Mientras me desabrochaba el pantalón, le dije:
-La nata de la salsa le ha dado un toque especial en consonancia con el resto del plato…- gimiendo descaradamente, separó sus rodillas y llevando una mano a su entrepierna, se empezó a masturbar mientras me oía – … ¡En resumen! ¡Un diez!
Mi valoración coincidió con su orgasmo y teniendo que cerrar sus piernas para evitar que el flujo corriera por sus piernas vino a recoger mi plato. Esta vez su recompensa consistió en llevar mi mano a su sexo y con dos dedos empezar a acariciarla. Estuve dos minutos recorriendo su vulva hasta que con el sudor cayendo por sus pechos y con el coño encharcado, mi sirvienta se quejó del calor que hacía. Comprendí lo que quería y quitándome el pantalón, me quedé solo en calzoncillos.
Satisfecha, se llevó la loza a la cocina y esta vez, volvió enseguida llevando un bote de crema montada entre sus manos. Muerto de risa, le pregunté que tenía de postre:
-Bizcocho de crema- respondió mientras se subía encima de la mesa.
Deseándolo probar, dejé que aposentara su trasero y se abriera de piernas, para acto seguido, decorar con crema su sexo. Con la espalda posada sobre el mantel y poniendo su bizcocho al alcance de mi paladar, suspiró al decirme:
-Señor, este es un plato para comérselo lentamente.
Tanteando el terreno cogí entre mis dedos un poco de nata y mientras me bajaba el calzón, alabé su textura. Clara dio un respingo al sentir que lo hacía y con piel de gallina, esperó en silencio mi siguiente paso. Agachándome entre sus muslos, acerqué mi boca a su sexo y sacando la lengua, fui recogiendo la crema de los bordes sin hablar. Mi sensual postre se estremeció al sentir mi cálido aliento tan cerca de su meta sin tocarla. Incrementando su deseo, acaricié sus nalgas mientras daba buena cuenta de la crema.
-¡Esplendido!- exclamé al probar el sabor dulzón de su sexo.

La mujer chilló dándome las gracias y separando aún más sus rodillas, facilitó mi incursión. Para entonces ya casi no quedaba crema y separando los pegajosos pliegues de su sexo, descubrí que su clítoris estaba totalmente hinchado. Sin perder el tiempo, recorrí con mi lengua su botón y al oír los gemidos de placer que emitía la muchacha, decidí mordisquearlo. Clara al experimentar la presión  de mis dientes, convulsionó sobre la mesa y pegando un alarido se corrió sonoramente. Sin darle tiempo a descansar, introduje un par de dedos en el interior de su sexo e iniciando un lento mete-saca, prolongué su orgasmo.

Para entonces, mi supuesta criada estaba desbordada por las sensaciones y sin parar de gritar, me preguntó si no prefería echar un poco de leche al postre. No me lo tuvo que aclarar, comprendí en seguida que me estaba pidiendo que la tomara. Complaciendo sus deseos, me levanté de la silla y cogiendo mi pene entre mis manos acerqué mi glande a su vulva.

-¡Señor! ¡Su bizcocho está a punto de quemarse!- gritó mientras se pellizcaba los pezones, ansiosa de que empezara.
Incrementando el morbo de la cría, jugueteé con su sexo durante unos antes de introducirme unos centímetros dentro de ella. Sus ojos me pedían que continuara, que la hiciera mujer de una vez, pero haciendo caso omiso a sus ruegos, proseguí tonteando en sus labios. Tal y como me esperaba, se corrió gritando, momento que aproveché para de una sólo golpe meterme por completo en su interior. Sin esperar a que se acostumbrara a tenerlo dentro, inicié un lento movimiento, sacando y metiendo mi falo en su cueva. Clara estaba como poseída, clavando sus uñas en mi espalda, me abrazaba con sus piernas, intentando que acelerara mis incursiones, pero reteniéndome seguí al mismo ritmo.
-¿Está listo mi postre?-, le pregunté siguiendo el juego,- o ¿Necesita que lo siga orneando?-.
Se la veía desesperada, quería recuperar el tiempo perdido y agarrándose a los bordes de la mesa, se retorcía llorando de placer. Mi propia excitación me dominó y poniendo sus piernas en mis hombros forcé su entrada con mi pene. Esa nueva posición hizo que mi glande chocara contra la pared de su vagina y entonces, al sentir mis huevos rebotando contra su cuerpo, se puso a gritar desesperada. Su pasión se desbordó y ya sin disimulo, me pedía que siguiera follándomela dejando su papel de criada y de sensual postre a un  lado.  Convencido que esa iba a ser la primera vez de muchas, incrementé la velocidad de mis arremetidas mientras recogía entre mis manos sus pechos.
-¡Tienes una tetas maravillosas!- exclamé pellizcando sus pezones.
-¡Son todas tuyas!- berreó como posesa.
Con sus caderas convertidas en un torbellino, buscó mi placer mientras su cuerpo  se estremecía sobre el mantel. Su enésimo orgasmo fue brutal y mientras se mordía los labios, me pidió que me derramara en su interior.  La niña tímida había desaparecido totalmente, y en su lugar apareció una hembra ansiosa de ser tomada que pegando alaridos, intentaba calmar su calentura.Entonces cuando me di cuenta que no iba a poder aguantar mucho más, y apoyando mis manos en sus hombros forcé mi penetración, mientras me licuaba en su interior. En intensas erupciones, mi pene se vació en su cueva, consiguiendo que la muchacha se corriera a la vez, de forma que juntos cabalgamos hacia el clímax.
Cansado y agotado, me desplome sobre ella y así permanecimos unidos durante un tiempo. Ya recuperado, la cogí entre mis brazos y la llevé hasta mi cama. Tras depositarla en el colchón, me tumbé a su lado  y por primera vez, la besé en sus labios.
-No te he dicho que me encantan las piernas de mi chacha.
Sonriendo, contestó:
-Señor, no se preocupe. La zorra de su secretaria ya me lo contó, solo espero que cuando se la folle en la oficina, siga teniendo fuerzas para repetir en casa.
Descojonado y a la vez ilusionado de que la muchacha quisiera prolongar en el tiempo ese duplo de funciones, le pregunté:
-Por cierto, ¿No tendrás otras Claras que presentarme?
Muerta de risa y mientras trataba de reanimar mi pene entre sus manos, me contestó:
-Somos muchas: Hay una estricta policía, una profesora masoquista e incluso una beata que está deseando ser convertida en puta.
Solté una carcajada al oírla y deseando conocer sus otras facetas, me callé para concentrarme en la mamada que en ese momento, mi Clara-sirvienta, me  estaba obsequiando.

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
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Relato erótico: “Cogiendo con desconocidos.” (POR INDIRA)

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Sin título1

 Hace tiempo que no escribo nada para todo relatos, la verdad aunque mi último relato ha sido leído bastante a veces una requiere motivaciones para contar sus experiencias.

Como sea aquí estoy de nuevo, relatando algo real que pasa en mí y quiero externarlo.
En mi relato anterior me describí así que ya no lo haré aquí, pero si debo recordarle a mis lectores que soy una mujer muy caliente y cuando me despierto inquieta de verdad necesito a alguien que me quite la calentura y sobre todo que me haga sentir muy puta.
Yo necesito, esa es la palabra correcta y ahora la externo, necesito un hombre u hombres que me usen, que me hagan sentir el placer al máximo de mil formas posibles,  desgraciadamente los novios o amantes que he tenido cuando me empiezo a portar super caliente, casi ninfómana  regularmente se alejan, no del plano sexual pues a que hombre no le gusta una puta en la cama, pero el trato hacia mi comienza a cambiar, me ven de forma diferente y eso me molesta, ¿porque no puedo ser su novia y su putita a la vez y no solo lo segundo?
Esta mala experiencia ahora me hecho ser diferente, en el trabajo, amigos, pretendientes y novios soy una persona he internamente soy otra aunque a veces necesito sacar mis ansias pero debo hacerlo con gente que no me conozca, que nunca vuelva a ver y en un lugar ajeno a mi círculo social.
Este relato cuenta una de mis tantas escapadas a un lugar cercano a donde vivo, un pueblo a 1 una y media de distancia donde tengo un amigo que conocí por el chat, no con mi correo real si no un chat de los muchos que hay abiertos al público, me agradó su plática y comenzamos a frecuentarnos.
Pues bien cuando estoy que no aguanto planeo un fin de semana, mi amigo vive solo pero trabaja en un pueblo de su localidad por lo que a veces no tiene tiempo de ir a su casa los fines de semana y a mí me ha dejado sus llaves por lo que puedo ir los días que desee lo cual es perfecto para mí.
Ese viernes por la tarde salí de la oficina a las 5, pasé por una maleta pequeña con lencería, muchos bikinis tipo tanga (a lo mejor posteriormente explico por qué) y dos vestidos cortos, más el que llevaba puesto, un traje de baño por si las dudas entre otras cositas y me dirigí a la terminal del norte en un taxi, el tipo era un señor como de 35 años muy educado, no era un taxista común y corriente vestía bien y olía a loción de marca, en el trayecto no me quitaba la vista de las piernas ya que el vestido amarillo se me subía bastante y yo cruzaba las piernas muy a menudo para que se subiera más aún, el taxista estaba tan distraído que casi se pasa un alto y al frenar bruscamente me derramó un café que tenía en el portavaso sobre mis piernas, el muy apenado saco klinex de su guantera e intento limpiarme, al hacerlo me tocó las piernas y mi vestido se subió aún más, al darse cuenta que fue atrevido ya que casi mostraba mis bikini me ofreció disculpas y apenado me dijo que si yo aceptaba el gustoso me reponía el vestido.
Su ofrecimiento me saco de onda pero vi una oportunidad de coquetear un poco así que acepte, después de todo no tenía prisa por llegar a ningún lado.
Nos dirigimos a una plaza cercana y entramos a una boutique de mediana calidad con muchas ofertas.
Escogí dos vestidos, un short y una blusa y me dirigí a los probadores, él se sentó en una banca enfrente de estos, a estas alturas mi plan estaba trazado era lograr que me viera desnuda y por qué no dejarme tocar un poco, entre al probador y para mi buena suerte para mis planes no tenía ni un banco, ni un gancho para sostener mi ropa por lo que me asome y le pedí que se acercara, le comenté la situación y le pedí que sostuviera mis prendas y me las pasara conforme lo fuera necesitando por lo que se tuvo que quedar al lado del probador.
Me quite el vestido muy, muy lentamente, dándole la espalda que aunque tenía la cortina cerrada estaba segura que por alguna apertura me vería. Al quedarme solo en bragas y sostén le dije que metiera su mano para tomar mi vestido y para que me pasara el primero que me probaría.
Me paso un vestido rojo muy parecido al mío, corto y de tirantes arriba, me lo puse rápidamente y le pedí su opinión, inmediatamente tenía su cabeza asomada por la cortina, me gire y me chifló, le pregunté si se me notaba mucho la tanga (lo cual era obvio que si puesto que el vestido era pegado) y el asintió con la cabeza.
A estas alturas yo estaba empapada por la situación y el morbo, le hice señas que se saliera y me quite la tanga, la sentí mojada ya que como comenté en un relato anterior yo soy una mujer muy jugosa cuando me caliento, le dije mete la mano y le puse la tanga en la mano teniendo cuidado de que notara que estaba mojada.
Le pedí que viera ahora, él se asomó por la cortina y asintió con la cabeza, en la tienda había una persona atendiéndonos que en ese momento gritó: “como le quedó”, eso nos hizo salir del trance porque yo lo veía directo a los ojos y el me veía directo al cuerpo acariciando la tanga con descaro entre sus dedos. Rápidamente cerró la cortina y yo me quité el vestido solicitándole que me pasara el otro vestido, me lo probé y “desgraciadamente” me quedo muy chico, se me veían todas las nalgas y estaba muy ajustado arriba, más bien parecía una puta callejera con él así que le pedí a la dependienta que si me lo cambiaba por una talla más grande, ella comentó que no tenía en piso pero que en bodega si, y pidió que la esperáramos unos 5 minutos que iba rápido por el vestido.
Eso fue el incidente que me hizo lograr mi plan, en cuando escuchamos como se fue le pedí que me pasara mi tanga para probarme el short y la blusa, me paso la tanga, pero al hacerlo dejó la cortina a la mitad, yo no la cerré y me puse la tanga frente a él, a estas alturas yo ya estaba super excitada y quería que me tocara por todos lados pero el simplemente no hacía nada, solo me miraba hasta que empezó a tocarse encima del pantalón con descaro yo aproveche eso y lo jale hacia  adentro del probador, le planté un beso en la boca super cachondo, metiendo mi lengua lo más que pude, él no desaprovechó la oportunidad y me metió la mano bajo el vestido tocando bruscamente mi tanga sintiéndola sobre mi panochita empapada.
Yo me movía sobre su mano como si estuviera encima de él montándolo, y el con la otra mano me jalaba hacia él de las nalgas, prácticamente embarraba mi panochita en su mano y me empezó a meter dos dedos, luego tres, dejo mis nalgas con el vestido muy alzado para hacer a un lado los tirantes del vestido y manosearme las tetas, me las apretaba fuerte, recorría mi pezón y comenzó a lamerlas, mientras abajo ya metí a 3 dedos y lo que podía del dedo meñique.
Yo estaba super caliente y le empecé a desabrochar el pantalón para sentir su pito, quería sentir ese pedazo de carne, tenía ganas de que lo metiera junto con sus dedos, siempre me ha gustado sentir como me abren la panochita, como se les moja la mano y el pene de mis jugos.
Al desabrocharlo rápidamente salto una verga de buen tamaño, gorda y con rastros de líquido preseminal, no podía desaprovechar el momento y la jale así en la posición que estaba frente a él y la empecé a embarrar en mi panochita, es decir tomó el lugar de su mano pero obviamente por la posición en que estábamos no me lograba penetrar, solo estaba yo montada sobre su aparato, jalándolo para sentirlo bajo mis labios completamente mojados, el hizo a un lado mi tanga he intentó metérmela logrando solamente meter la cabeza, y así estuvimos en una vaivén delicioso.
Imaginen la escena, una mujer desnuda del torso con el sostén bajo las tetas y de abajo el vestido hecho una piltrafa, con las nalgas al aire y el frente todo levantado, el lugar apestaba a sexo ya que soy muy olorosa, alce una pierna para que pudiera cogerme bien al momento que mordía su cuello, de repente siento como me moja completamente, se estaba viniendo en mi panochita, no adentro de ella, afuera, en mi tanga, sentía sus chorros espesos en mí y  bajó la mano para meterme sus dedos junto con su lechita, me metió 3 dedos completamente mojados, yo gemía ya como toda una puta, estaba super caliente, me metía los dedos, los sentía pegajosos de su semen y mis jugos, movía intensamente sus dedos, sentía como toda su mano entraba en mí y me mordía las tetas, me las mordía fuerte, a la vez que me jalaba de las nalgas metiendo un dedo en mi culito, no pude más y me vine, ahhhh, ahhhhhh, ahhhhh, ay papi, papi, me vine riquísimo, sin cogerme hizo que me viniera delicioso.
Estuvimos un rato mas así sin movernos, el sentía como palpitada mi panocha en su mano mientras yo el acariciaba el pene, tenía la mano llena de semen y me la lamí, me encanta el sabor y sobre todo la cara que ponen cuando lo hago, nos separamos un poco y cuando saco su mano me los puso en los labios para lamer, yo como toda una putita lo hice, le deje limpia la mano y me agache a limpiar también su pene, me lo metía  la boca completo y lo succionaba hasta dejarlo limpio.
Uff estaba exhausta debido a la posición y a la adrenalina que comenzaba a bajar, me acomodé la ropa al igual que él y salió del probador, yo me recargué en la pared un momento cuando la dependienta me pasó el vestido, ya no me lo probé puesto el que traía apestaba a sexo por lo que tenía que cómpralo, solo le pedí que de favor me vendiera los vestidos pero me llevaría puesto el rojo.
Ella realizó todo su trámite y mi “novio” pago gustoso, salimos del lugar bastante acalorados con una enorme sonrisa y mi boca apestaba a semen, al pasar junto a los demás algunos hombres regresaban la mirada al olerme pasar puesto que apestaba a sexo.
Subimos al taxi y me llevó a la terminal del norte para retomar mi camino, en el trayecto me adulaba, me decía que estaba hermosa que le encantaría ser mi novio, etc, etc. Yo solo le agradecía los cumplidos.
Al llegar a la terminal, se estacionó y me dio un beso super cachondo mientras me tocaba las tetas encima del vestido, yo tome mi tanga de ambos lados y me la saqué entregándosela de recuerdo, intercambiamos números y me rogó porque le marcará en cuanto regresara de mi viaje.
Nos dimos un beso de despedida muy caliente pues me volvió a manosear completita …..
Me baje del auto sin calzones, apestando a sexo, caliente, y con un vestido nada apto para las horas y mucho menos para viajar, todo me veían y me comían con la mirada.
Compré mi boleto y me dispuse a esperar la salida, mientras lo hacía me dieron unas ganas tremendas de ir al baño  pero me daba asquito los baños de ahí así que le pedí a los chicos de la puerta si me dejaban subir al autobús rápido. Se acercó el chofer, un señor gordito como de 50 años y amablemente aceptó y me acompaño. Me cedió el paso y al subir antes que el pude sentir su mirada en mis nalgas, me ayudó con mi equipaje y corrí al baño, el corrió tras de mi indicándome que la puerta no cerraba y que él me la detenía, no me importó ya que me andaba bastante y me senté rápido a hacer pis pero al quererme limpiar me percaté que no había papel por lo que tuve que pedirle al chofer que me consiguiera algo, el sacó un klinex y tuve que abrir la puerta para que me lo pasara, él me pudo ver completamente las piernas y mi escote, mi limpié, me arreglé y salí.
Le agradecí bastante por la ayuda y en cuanto me iba a bajar me dijo que no había problema que podía esperar allí, que estaría más cómoda. Acepté gustosa y él se fue a su asiento delantero a preparar cosas del viaje me imagino, yo sentí a un poco de frio al andar sin calzones y busqué uno en mi equipaje para ponérmelo.
Me quedé relajada viendo la ventana cuando de pronto siento que se empiezan a subir personas, pocas, eran a lo mucho 12 personas en total, a mi lado se sentó un supervisor de la línea, lo supe después y él iba solo a la primer caseta. Me hizo la plática, era un chamaco de 23 años muy lanzado, desde que se sentó me empezó a tirar la onda, rápidamente me imagine montándome encima de él, eso me excito y comencé a seguirle la plática.
Continuará …..

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indira2bebe@gmail.com
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Relato erótico: “¡Qué culo tiene esa mujer!: La esposa de un amigo” (POR GOLFO Y VIRGEN JAROCHA)

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no son dos sino tres2

Este relato lo hemos escrito entre Virgen jarocha y yo. La coautora ha decidido premiaros con otra foto suya. El resto Sin títulode las imágenes del relato son de una modelo.

Si quereis agradecerle a esta preciosidad, tanto su relato como su foto, escribirla a:
virgenjarocha@hotmail.com
Lo conocía desde niño porque aunque yo había nacido en España, ambos crecimos en Martínez de la Torre, un pequeño pueblo de Veracruz. Y ahora el hecho de que esté muerto, no afecta a que considere que Alberto era un buenazo. Como amigo no había otro igual. Cariñoso, atento, divertido. Si tenía un problema, era el primero en acudir en tu ayuda. Pero siendo una persona maravillosa, tenía un problema:
“¡Era un auténtico desastre!”
Siendo un tipo inteligente y trabajador, era también derrochador a extremos impensables. Tal y como le entraba dinero, se lo gastaba. Nunca pensó en el mañana hasta el día en que le diagnosticaron cáncer, pero entonces era tarde.
Mientras estaba sano, con su salario bastaba para dar a su mujer un más que digno tren de vida. Linda había nacido en una familia acomodada, dueña de una planta de jugos cítricos pero que desgraciadamente había quebrado. Sabiendo de la manera que había sido educada, se ocupó de que a ella no le faltase de nada: si quería un vestido, iba a una tienda y se lo compraba. Si perdía el celular, le conseguía el último modelo. En pocas palabras la trató como una reina pero malgastando el resto en copas y putas. Por eso cuando cayó enfermo, vivía de alquiler y su cuenta corriente estaba en números rojos.
Todavía recuerdo el sábado en que fui a verle a la clínica. Fue duro contemplarlo conectado a todos esos aparatos. Del hombre vital y divertido solo quedaba una cascara de piel y huesos. Al entrar en su habitación, me pidió que me acercara y tomando mi mano entre las suyas, me confesó que estaba acojonado.
-Te comprendo- contesté pensando que se refería a la parca. Morirse a los treinta años es una putada.
Mi amigo se percató de cómo le había interpretado y susurrando para que nadie lo oyera, me sacó de mi error.
-No me preocupa el palmarla. Lo que me trae jodido es dejar a Linda sin un peso- y haciéndome una confidencia, me dijo: –  Mi vida no me importa pero no sé qué va a ser de ella.
Tratando de quitar hierro al asunto, contesté en plan de guasa que valía más muerto que vivo porque cuando falleciera su mujer cobraría la pensión de viudez. 
-Ese es el problema. No he cotizado los años suficientes y con lo que le va a quedar no puede pagarse ni un mísero cuartucho- respondió casi llorando.
Ver como sufría por el destino de su mujer no fue plato de buen gusto y actuando como un verdadero irresponsable, le solté:
-Alberto, como sabes mi situación económica es buena. Me comprometo en buscarle un trabajo con el que pueda sobrevivir holgadamente.
Mis palabras lejos de tranquilizarle, le alteraron más y levantando el tono de voz, me explicó que su mujer nunca había trabajado fuera de casa y aunque era una buena cocinera, no la veía trabajando en un restaurante.
Me debí de haber mordido un huevo en ese instante pero ya lanzado, le ofrecí que podría darle trabajo yo mismo:
-Ya sabes tengo en el pueblo una vieja hacienda y me vendría bien tener alguien de confianza que  se ocupara de mantenerlo. Los guardeses de toda la vida se han jubilado y por eso vengo poco al no tener nadie que me cocine. ¡Me haría un favor!.  
Al oírme se agarró a mi oferta como a un clavo ardiendo y me hizo jurar que lo haría. Si vivo no hubiera jamás defraudado a ese amigo, en la antesala de su muerte ve vi incapaz de hacerlo y sin saber en el lio que me estaba metiendo, le prometí que cumpliría con la palabra dada. En ese momento no fui consciente que desde el sillón, la aludida no se había perdido nuestra conversación pero al cabo de una hora cuando ya me iba, se acercó a mí y dándome las gracias, me preguntó cuándo tenía que ponerse a trabajar.
Sabiendo su mala situación, contesté:
-Considérate contratada desde ahora mismo- y cogiéndola del brazo, susurré a su oído: -Yo solo vengo los fines de semana pero si es demasiado apresurado, cuida a tu marido y si desgraciadamente fallece, ya tendrás tiempo de empezar a trabajar cuando te recuperes.
La mujer se quedó pensando durante unos segundos sobre que le convenía y tras meditarlo, preguntó:
-¿El puesto incluye la casa donde vivían “los jarochos”?
Supe que se refería a un pequeño pabellón que se hallaba en un extremo de la finca. Aunque tenía pensado convertir ese cobertizo en un garaje y viendo por donde iban los tiros de esa mujer, contesté:
-Está muy deteriorada pero si la necesitas, podrías vivir allí.
Incapaz de mirarme a la cara, me respondió:
-Ve vendría bien porque como le ha dicho mi marido, andamos justos y si me presta esa casa, no tendría que pagar alquiler.
-Por mí, no hay problema- 
-Entonces, D. Manuel: Me gustaría entrar de inmediato porque “La Floresta” está a cinco minutos del hospital y podría cuidar de Alberto sin problemas.
Me di cuenta que me estaba hablando de Usted. Y comprendiendo que era la forma correcta de dirigirse a mí ya que iba a pasar a formar parte de mi servicio, decidí dejar para otro día el corregirla. Me sonaba raro que esa mujer que conocía desde cría no me tuteara pero como era una tontería, le estreché su mano cerrando el acuerdo.
Linda se traslada a vivir a “La Floresta”
Todavía no os he explicado que aunque siempre me refería a la propiedad familiar como el casón, en realidad era una finca de diez hectáreas sita en mitad del pueblo. Entre sus muros de piedra, además de la vivienda de los señores y de la casa de los guardeses había una piscina, un jardín descomunal y una gran huerta. Fue mi padre el que viendo que le sobraba terreno quien decidió vallar una parte para producir hortalizas. Desgraciadamente, al vivir yo en Veracruz, la había dejado caer y por aquellas fechas, no era más que un criadero de malas hierbas.
Volviendo a la historia que os estaba contando. Esa noche cené con unos conocidos y se me pasaron las copas. En pocas palabras, llegué con un pedo a casa de los de órdago. Por eso a la mañana siguiente, cuando tocaron el timbre de la puerta, me levanté sobresaltado y con un enorme dolor de cabeza.
“¡Quien coño será a estar horas! ¡Un sábado!” pensé al ver que mi reloj marcaba las nueve.
Cabreado, me puse una bata y descalzo, bajé a abrir a la inoportuna visita. Fue al ver a la esposa de mi amigo en la puerta, cuando recordé que el día anterior la había contratado. La enorme maleta que traía me hizo saber que Linda venía para quedarse, por lo que dejándola pasar le pedí que me diera quince minutos para enseñarle la casa.
-No me esperaba que vinieras tan temprano- dije a modo de disculpa- me cambio y bajo.
-Por mí no se preocupe, Don Manuel- contestó mirando a su alrededor.
Consciente del desorden, traté de excusar el deplorable estado, diciendo:
-Me da vergüenza que veas tanta mierda pero desde que se jubilaron los jarochos, nadie se ocupa.
-Para eso estoy yo, vaya a ducharse que mientras tanto veré que puedo hacer.
Descojonado porque mi nueva guardesa me mandara a la ducha, subí la escalera y me metí en el baño. Fue bajo el agua cuando me dio que pensar si había hecho bien en contratar a esa muchacha. Aunque fuera la esposa de mi amigo, no dejaba por ello de tener veinticinco años y conociendo la mala leche que se gastaban en el pueblo para inventar un chisme, temí que una vez muerto su marido su reputación quedara en entredicho. Por otra parte, estaba acostumbrado a traerme a mis conquistas de una noche a casa y teniéndola a ella ahí, ninguna de las          del pueblo se atrevería a aceptar por aquello del qué dirán. Esa fue la primera vez que me percaté que su presencia iba a cambiar mi modo de vida, pero como le había dado mi palabra, decidí que si surgían problemas, tendría tiempo posteriormente de tomar medidas.
Ya vestido, bajé a buscarla. Linda había decidido ponerse manos a la obra y por eso cuando la encontré limpiando la cocina, no solo me había preparado el desayuno sino que incluso había echado mi ropa a lavar. Cuando entré en la habitación, mi empleada estaba subida a una escalera tratando de quitar la roña de un estante. La forzada posición me permitió valorar las piernas de esa mujer.
“Está buena la condenada” pensé y disimulando mientras me servía un café, di un buen repaso a su anatomía.
Ajena a ser objeto de mi examen, la muchacha parecía contenta e intentando que siguiera obsequiándome gratis la visión de ese par de muslos, me senté en silencio.
“¡Menudo culo!” valoré desde mi silla. Nunca me había fijado en que la esposa de Alberto tenía un trasero digno de museo. Dos nalgas duras y bien puestas hacían a  esa parte de su cuerpo muy deseable. 
El sentir que mi pene se ponía erecto bajo el pantalón hizo me avergonzara de mi actitud y dejando a un lado esos pensamientos, le dije si quería visitar la casa. Aunque me resultó raro, Linda se mostró encantada de acompañarme.
Cómo la casa es enorme, le pregunté por donde quería empezar:
-Si no le importa, me gustaría dejar la maleta en mi cuarto.
Sonará mal pero agradecí su deseo porque de esa forma vería antes ese sucio cobertizo antes que el resto y no al revés, de forma que no le resultará tan deprimente en relación con donde yo vivía porque aunque no había entrado en los últimos tres años, me constaba que era una mierda. Mis peores augurios se confirmaron nada más entrar, porque al abrir la puerta me encontré con que una parte del techo se había caído, haciéndolo inhabitable.
Si mi cara fue de espanto, la de Linda no se quedó atrás y llorando me explicó que esa mañana había hablado con su casero y le había dicho que en una semana, le dejaba el apartamento que estaba alquilando. Viendo la desolación de su rostro, cometí otra idiotez y con visos de se tranquilizara, le ofrecí quedarse en la casa grande mientras mandaba arreglar esa mazmorra.
-¿Está usted seguro?- preguntó aliviada.
-Por supuesto, aquí no hay quien viva- comenté y haciéndome el bueno, dije: -El casón es demasiado grande para mí solo, no me importa que te quedes ahí mientras consigo que alguien repare el techo y adecente el resto.
La mujer de mi amigo recibió mi oferta con tamaña felicidad que solo el hecho de ser yo un antiguo conocido, evitó que me lo agradeciera besando mis manos. Su gratitud me hizo valorar en su justa medida las dificultades de ese matrimonio y suponiendo que sería cuestión  de un par de meses, no vi problema en ello.
Fue cuando le mostré la habitación de invitados que estaba al lado de la mía cuando percibí la exacta dimensión de mi propuesta, ya que como era una casa antigua tendría que compartir con ella mi baño. Mis padres al remodelarla habían colocado el servicio con entrada a ambos cuartos, de manera que tendría que cerrar la puerta de interconexión para mantener mi privacidad. Reconozco que no dije nada porque me parecía clasismo de la peor especie pero habituado a vivir solo, la perspectiva de que alguien usara mi misma ducha no me hizo ni puñetera gracia.
En cambio, Linda estaba ilusionada porque no en vano al lado del pequeño piso que compartía con su marido, mi herencia le parecía un palacio. Tras dejar su maleta en la habitación, le enseñé el resto de la vivienda mientras en mi fuero interno me iba encabronando conmigo mismo.
“¡Seré idiota!” mascullé para mí al terminar y para tranquilizarme decidí salir a dar una vuelta.
Ya me iba cuando me preguntó si iba a volver a comer:
-No, gracias- contesté aunque no era cierto que había quedado.
Mentir de esa forma tan absurda, me sacó de las casillas y por eso nada más entrar en mi coche arranqué y salí huyendo sin rumbo fijo. No podía concebir que a mis treinta y cinco años hubiese mentido para no reconocer que prefería estar solo. Durante dos horas estuve dando vueltas por la sierra y sintiendo hambre me paré a comer en un bar de carretera.
La mala suerte me hizo entrar en un sitio penoso, la comida era una mierda por lo que dejé la mitad en mi plato. Al volver a mi casa, no vi a Linda y creyendo que debía estar limpiando otra zona de la casa, no le di importancia y me fui directamente a mi cuarto. Como tantas veces, estaba abriendo la puerta que daba al baño cuando escuché el ruido del agua de la ducha. Cortado la cerré y me tumbé en la cama.
A partir de ahí, reconozco mi culpa. Que la mujer de mi amigo se estuviera bañando a escasos metros me hizo recordar la maravilla de piernas con las que la naturaleza le había dotado y comportándome como un cerdo, decidí beneficiarme de esa circunstancia. Cómo ya os expliqué, la casa era antigua y por lo tanto sus puertas. Por lo que aprovechando el ojo de la cerradura, me agaché para espiarla. Lo primero que vi fue a sus pantaletas y a su brasier colocados en el lavabo. Saber que Linda estaba desnuda, fue suficiente para que mi pene saliera de su letargo. Juro que ya estaba excitado aun antes de ver su silueta a través de la mampara transparente de la ducha. Como si fuera una película porno, disfruté del modo tan sensual con el que se enjabonaba.
Si sus piernas eran espectaculares qué decir de los pechos que descubrí espiando. Grandes, duros e hinchados eran los mejores que había visto hasta entonces y ya sin ningún recato me desabroché la bragueta y sacando mi miembro me puse a masturbarme en su honor.
-¡Qué maravilla!- exclamé en voz baja al darse la vuelta y comprobar tanto los negros pezones que decoraban sus tetas como el cuidado coño que esa mujer lucia entre sus piernas.
Desde mi puesto de observación, me sorprendió no solo el tamaño de sus pitones sino también la exquisita belleza del resto de su cuerpo y por ende, desde ese momento envidié a mi amigo. 
“¡Joder! ¡Cómo se lo tenía escondido!”, pensé recordando que Alberto nunca había hecho mención del bellezón que tenía en su cama.
Me quedé con la boca abierta cuando la mujer separó sus piernas para enjabonarse la ingle, permitiendo que mi vista se recreara en su vulva. Linda llevaba el coño completamente depilado, lo que lo hacía extrañamente atractivo. Educado a la vieja usanza, me gustaba el pelo en el chocho pero os tengo que reconocer que mi respiración se aceleró al contemplar esa maravilla.
Si no llega a ser imposible, por el modo tan lento y sensual con el que se enjabonaba, hubiese supuesto que se estaba exhibiendo y que lo que realmente quería esa mujer era ponerme cachondo. Completamente absorto mirándola, me masturbé con más fuerza al admirar con detalle todos sus movimientos.  Para el aquel entonces, deseaba ser yo quien la enjabonara y recorrer de esta forma todo su cuerpo. Me imaginaba siendo yo quien  estuviera palpando sus pechos, acariciando su espalda pero sobre todo lamiendo su sexo. Pero la gota que derramó el vaso y que provocó que mi pene explotara, fue verla inclinarse a recoger el jabón que había resbalado de sus manos. Al hacerlo, me permitió maravillarme nuevamente con su culo y descubrir entre sus nalgas, su rosado y virginal esfínter. Imaginarme siendo yo quien desvirgara  la entrada trasera de la esposa de mi amigo, me terminó de excitar y descargando mi simiente sobre la alfombra, me corrí en silencio.
Temiendo que descubriera las manchas blancas y comprendiera que la había estado espiando, las limpié tras lo cual, bajé al salón, intentando olvidar su silueta mojada. Cosa que me resultó imposible, su piel desnuda se había grabado en mi mente y ya jamás se desvanecería. Esa tarde, Linda se fue a visitar a su marido al hospital, lo que me dio la oportunidad de revisar su habitación. Sé que fue algo inmoral pero esa mujer me tenía obsesionado y por eso cuando la vi marchar, esperé diez minutos antes de entrar.
Lo primero que hice fue asegurarme de que no me sorprendiera y por eso atranqué la puerta de entrada a la casa antes de introducirme como un voyeur en el cuarto donde iba a dormir. Ya una vez dentro, abrí su armario donde descubrí otra muestra más de lo mal que lo estaba pasando esa pareja. Había mucha ropa pero toda vieja. Se notaba que llevaba años sin comprarse ningún trapo. Pero lo que realmente me dejó encantado, fue descubrir en un cajón su colección de tangas. Tangas enanos y casi transparentes. Solo con imaginarme a esa belleza con esas prendas hicieron que volara mi imaginación. Me vi separando esos dos cachetes e introduciendo mi lengua en su interior.
Pero lo mejor llegó al final.  Al revisar su mesilla de noche, me encontré con que Linda tenía compañía por las noches. Daba igual que su marido estuviera postrado desde hace meses en una cama, su querida esposa aliviaba su ausencia con un enorme consolador.
“¡Joder con la mujercita de Alberto!” pensé mientras olisqueaba el aparato.
Fue entonces cuando descubrí que estaba recién usado. Todavía conservaba rastros de humedad y el olor dulzón que desprendía, era inconfundible.
-¡Se acaba de masturbar!- exclamé en voz alta, claramente excitado.
Colocando todo en su lugar, tuve que irme al baño a pajearme y mientras liberaba mi tensión, decidí que de algún modo ese culo sería mío. Aprovechándome de su situación económica y de que a buen seguro, debía llevar meses sin que su marido se la follara, esa mujer quisiera o no pasaría por mi cama. Intentaría primero seducirla pero si resultaba imposible, usaría todo tipo de malas artes para conseguir follármela.
El tiempo que transcurrió hasta su vuelta, lo usé para planear mis siguientes pasos y por eso nada más cruzar la puerta, le pregunté cómo seguía Alberto. Linda se echó a llorar al oírme preguntar por su marido y con lágrimas en los ojos, me contestó:
-Muy mal. Los médicos me han explicado que no le queda más de un mes-
Exagerando la pena que me produjeron sus palabras, la abracé y acariciando su pelo, le dije:
-Lo voy a echar de menos.
Su esposa se dejó consolar durante cinco minutos, sollozando contra mi hombro. Actuando como un buen amigo, actué como paño de lágrimas cuando realmente al sentir su cuerpo contra el mío, no podía dejar de pensar en cómo sería tenerla entre mis piernas. Cuando comprobé que se había tranquilizado, me separé de ella y valiéndome de su dolor, le pregunté porque no salíamos a cenar fuera.
-No estás de humor de cocinar- insistí cuando ella se negó.
-Te juro que no me importa y mira con que fachas voy.
Su respuesta para nada rotunda, me dio ánimos y con voz tierna, le contesté:
-No aceptaré un no. Te espero mientras te cambias.
Dando su brazo a torcer, se metió en su habitación. Satisfecho por esa primera escaramuza ganada, me entretuve pensando donde llevarla. Si íbamos a cualquier lugar del pueblo, su salida nocturna podría crear un chisme pero si la sacaba a otro lugar, podría mosquearse. Por eso, mientras la esperaba, decidí que fuera ella quien tomara la decisión. No me extrañó al verla bajar que esa mujer viniera vestida de forma recatada. Ataviada con un traje gris horrendo, podía pasar perfectamente por una feligresa yendo a un servicio religioso.
“¡Qué desperdicio!” pensé al verla.
Aun así, ese disfraz de monja no pudo ocultar a mis ojos, la rotundidad de sus formas. Su culo grande y duro se rebelaba a quedar enterrado bajo la gruesa falda. Valorando en su justa medida el espécimen que me iba a acompañar a cenar, galantemente, le cedí el paso. Linda me agradeció el gesto con una sonrisa y preguntó dónde íbamos.  Tardé en responder porque mi mente divagaba en ese momento sobre cómo y cuándo atacarla pero cuando ella insistió, contesté:
-¿Te parece que vayamos a Papantla?-
Salir del oprimente ambiente de nuestro pueblo le pareció una buena idea por lo que enfilando la carretera, nos hicimos los veinte kilómetros que nos separaban de ese lugar. Ya dentro del casco urbano, me dirigí  a un coqueto restaurante donde solía llevar a mis conquistas.
-¿Conoces esta fonda?- pregunté mientras le abría la puerta.
La muchacha negó con la cabeza y con paso asustadizo dejó que el Maître nos llevara a nuestra mesa, donde una vez estábamos solos, me soltó:
-¿Por qué no vamos a otro sitio? Esté es muy caro.
Comprendí los reparos de Linda y sin darle mayor importancia, le contesté:
-Por eso no te preocupes. Tú te mereces todo esto y más.
Mi piropo diluyó sus reticencias y por eso cuando llegó el camarero con el vino, no puso inconveniente en que le sirviera una copa. Durante la cena, la rubia se relajó y sin darse cuenta, comenzó a beber más de la cuenta. Tras el vino y la cena, vinieron tres cubalibres, de forma que al salir del restaurante, la mujer ya iba más que entonada. Viendo en su ingesta etílica una más que plausible oportunidad de que la esposa de Alberto hiciera una tontería, le pregunté si quería tomar una copa en otro antro.
-Solo una- contestó ya con problemas de articular las palabras.
Esa fue la primera y tras ella vinieron otras dos, por lo que ya bien entrada la noche, me confesó que estaba aterrada por su futuro y que me daba gracias por acogerla bajo mi brazo. Comportándose como el típico ebrio, me abrazaba mientras me decía que me debía la vida y que contara con ella para todo.
“¡Si tú supieras para lo que te quiero!” pensé en silencio mientras pagaba.
Durante el viaje de vuelta, Linda se quedó dormida de la borrachera que llevaba y por eso al llegar a casa, la sujeté por debajo de sus brazos y subiendo por las escaleras, la llevé hasta su cuarto. Una vez allí, la dejé caer sobre la cama. Absolutamente  inconsciente, se quedó en la misma postura en que cayó. Su falda se le había enroscado permitiendo que mis ojos se recrearan en esas piernas morenas y macizas.   Dicha imagen me impactó porque ajena a mi examen, mi nueva empleada me mostraba su trasero casi desnudo y digo casi porque solo  la tira de la tanga enterrada entre sus cachetes, evitaba que lo contemplara por completo.
Sentándome en un sillón frente a su cama, me la quedé mirando. La tentación de tocar las maravillosas tetas que había visto en el baño era demasiado fuerte y tras cinco minutos donde debatí sobre qué hacer, me animé a mí mismo pensando que si lo hacía con cuidado nadie se iba a enterar. Queriendo comprobar su verdadero estado, me acerque a ella y le propiné unos suaves cachetes en la cara.
“¡Está grogui!” confirmé al ver que no se enteraba.
Sin pensármelo dos veces, le fui desabrochando la camisa botón a botón. Cuanto más la abría, más excitado me sentía al comprobar en persona las dos maravillas con las que le había dotado la naturaleza. Cuando ya tenía la blusa totalmente desabotonada, me deleité tocando esas tetas que me tenían obsesionado. Actuando como un drogata al que la primera dosis no le sabe a nada, llevé mi boca hasta sus pezones y me puse a mordisquearlos. Mis maniobras pasaron totalmente desapercibidas por mi victima que como en trance seguía durmiendo la mona.
Ya  para entonces estaba dominado por la lujuria y moviéndola sobre el colchón, la puse boca arriba y con sus piernas separadas. Solo la breve tela de su tanga me separaba de su sexo y por eso, con cuidado de no despertarla, se lo fui bajando hasta sacársela por los pies. Nuevamente comprobé in situ lo que ya había avizorado a través de la cerradura.
“Menudo coño tiene la zorra” sentencié al contemplarlo.
 
Completamente depilado, no había pelos que me impidieran observar tamaña belleza y actuando como un cerdo, pasé uno de mis dedos por la rajita que tenía a mi entera disposición. Me resultó sorprendente encontrarme que estaba mojado y por eso me fijé si en su cara había algún rastro de que se estuviera enterando de en esos momentos me estaba sobrepasando con ella. Pero todo me revelaba  que seguía sumida en un sopor intenso por lo que agachando mi cabeza entre sus muslos, pasé mi lengua por sus pliegues.
“¡Qué rico está!” me dije mentalmente y ya más confiado me puse a mordisquear su clítoris. Su sabor a hembra insatisfecha inundó mis papilas por lo que totalmente excitado, me entretuve comiéndole el chocho hasta que bajo mi pantalón, mi pene me pidió más.
El calentón que recorría mis entrañas era tal que hasta me dolía de lo duro que lo tenía. Sin poderme retener, me bajé los pantalones y sacando mi polla de su encierro, me puse a juguetear con ese sexo. La humedad que anegaba esa preciosidad facilitó mi penetración y suavemente, se la ensarté hasta el fondo. Estaba follándomela cuando me percaté que debía de aprovechar aún más esa feliz circunstancia y sacándola muy a mi pesar, me fui a mi cuarto a por mi celular.
Con él en mi mano, le empecé a sacar fotos de las chichis y del espléndido coño de la cría y no contento con ello, realicé varias poniendo mi glande en su boca, como si me lo estuviera mamando. Acto seguido, le separé las rodillas y metiéndome entre sus muslos, inmortalicé el modo en que mi pene se iba haciendo dueño de su interior. En ese momento, Linda suspiró por lo que me quedé petrificado pensando que se había despertado y que iba a descubrirme violándola, pero todavía hoy doy gracias por que fue solo un susto y la esposa de mi amigo seguía roncando su borrachera. A pesar de ello, os tengo que reconocer que mi corazón a mil y sin moverme esperé unos segundos.
“¿Te imaginas que se despierta y me pilla con mi verga dentro de ella?” balbuceé mentalmente asustado.
Al cabo del tiempo y viendo que no se movía, empecé a moverme lentamente penetrando su interior con mi forastero. Lo estrecho de su conducto y mi calentura hicieron el resto y al cabo de cinco minutos, comprendí que iba a correrme. No queriendo dejar rastro, la saqué y eyaculé sobre sus piernas.
Entonces saciado y aunque deseaba repetir, preferí dejar eso para otro día y limpiando los restos sobre su piel, eliminé toda evidencia de mi paso por su cama. Ya estaba casi en la puerta cuando recordé que no le había puesto el tanga, por lo que retrocediendo unos pasos, cogí su braguita. Desgraciadamente para ella, me acordé de su consolador y pensando en el día después, decidí que si amanecía con él en sus manos, cualquier escozor en su coño lo atribuiría a que borracha lo había usado.
Improvisando sobre la marcha, se lo clavé hasta el fondo para que tuviera rastros de su flujo y dejándolo sobre el colchón, lo encendí a nivel mínimo.
“En dos o tres horas, ese zumbido la despertará y creerá que es eso lo que ha sucedido”.
Muerto de risa, cerré su habitación y me fui a mi cama. Ni que decir tiene que cogiendo las fotos que había hecho, las mandé a mi email para que estuvieran a buen recaudo, tras lo cual, las borré y me quedé dormido.
Reconozco que soy un aprovechado…
Esa mañana me desperté temprano y al ir a desayunar, me topé con Linda en la escalera. Olvidándose de que era domingo, esa mujer estaba lavando los escalones agachada, lo que me permitió dar un completo repaso a su escote.
“Esta tía tiene mas que un polvo” me dije recordando cómo había abusado de ella la víspera.
La validación de que no recordaba nada de lo ocurrido, me llegó al oírla saludarme alegremente y diciéndome que tenía el desayuno preparado. Mi tranquilidad se hizo total al reírse de la borrachera que se había pillado y preguntarme como había llegado hasta su cuarto.
Obviamente, le mentí:
-Dando eses-
Mi respuesta le satisfizo y levantándose del suelo, se fue a calentarme el café sin saber que al mirar su culo por el pasillo, era otra cosa a lo que le había elevado su temperatura. Desgraciadamente, después de tomármelo, me tuve que despedir de ella porque al medio día tenía un compromiso.
-¿Cuándo volverás? – me preguntó con tono apenado.
-El viernes- respondí sin caer en que me había tuteado otra vez.
Ya en el coche, estuve a punto de darme la vuelta pero asumiendo que si quería convertir a esa mujer en mi amante, debía ser una labor de zapa. Lentamente iría cerrando su mundo hasta que no tuviera más remedio que abrirse de piernas. A partir de ese momento, no pude sacármela de la cabeza. Los días encerrado en mi despacho no hicieron mas que avivar la necesidad que tenía de volvérsela a meter.
El viernes nada más llegar a mi oficina, la llamé para confirmarle que llegaba a comer. La mujer se mostró encantada con el detalle de que la hubiese avisado y cruzando un límite hasta entonces impensable, me comentó:
-Te he echado de menos. Sin ti no tengo a nadie con quien hablar.
Su confesión me dejó perplejo y sin saber que contestar, quedé con ella a la tres.
-Te esperaré con la mesa puesta-
Mientras conducía hacia el pueblo, me fui calentando. Necesitaba a esa mujer. Aunque la conocía desde niña, nunca me fijé en ella como en una hembra a la que echar mi lazo y por eso ahora estaba descolocado.
-Joder, es solo un coño- grité aprovechando de que iba solo en mi coche.
Pero algo me decía en  mi interior, que si conseguía llevármela a la cama, difícilmente la dejaría irse.
-Me la follo y si te he visto no me acuerdo- sentencié sin llegármelo a creer.
Al llegar a “la Floresta”, estaba temblando como un puñetero crío ante su primer cita. No sabía lo que me esperaba después de ese desliz verbal de la mujer de mi amigo y por eso saludé discretamente desde la puerta.
Linda contestó que estaba en la cocina. Siguiendo su voz, entré en la habitación y me la encontré preparando la comida. Alucinado me la quedé mirando. El calor que desprendían los fuegos, había elevado la temperatura del ambiente y el sudor de su cuerpo hacía que se le pegara la blusa contra el pecho.  La sensualidad de la escena se magnificaba por acción de sus pezones que grandes y duros se marcaban bajo la tela. Me consta de que ella adivinó mis pensamientos al pillarme fijamente observando ese par de maravillas desde la puerta pero lejos de asustarse o de cortarse, me sonrió.
“¡Dios! ¡La tumbaría sobre la mesa!” me dije tratando de retener mis instintos.
Fue la esposa de Alberto quien tuvo que romper el silencio incómodo que se instaló entre nosotros, pidiéndome que me sentara a la mesa. Desde mi silla contemplé a esa mujer, servirme la sopa mientras dejaba que mis ojos se recrearan nuevamente en su escote. Os juro que si llego a tener el valor que hacía falta, me hubiese lanzado a su cuello pero en vez de ello me tuve que conformar con la cuchara. Sabía que Linda estaba jugando conmigo y que dicho cambio de debía deber a algo y por eso, tanteando el terreno, le comenté que yo también le había echado de menos.
Sentándose a la mesa, se puso a comer sin dejar de tontear conmigo de manera que en el postre, ya sabía que iba a pedirme algo. Primero me contó que su marido estaba de mal en peor y que los médicos le habían desahuciado, para acto seguido explicarme que esa mañana al ir a recoger sus cosas a su antiguo piso, el propietario le avisó que tenía dos meses impagados.
-¿Cuánto es?- pregunté.
-Quince mil pesos- y yendo directamente al grano, me rogó que se los prestara pidiéndome que se lo retuviera de su salario.
-Por eso no te preocupes, ya hallaré el modo de cobrarme- solté como si nada.
Entonces la boba sin pensar en mis palabras me abrazó y me dio un beso en la mejilla, momento que aproveché para darle un buen meneo a su trasero.
-¡Qué haces!- protestó al sentir mis manos recorriendo sus nalgas.
-Tomar un anticipo- dije sin soltarla.
La mujer espantada por mi actitud, se rebeló un poco pero viendo que no avanzaba más allá, dejó que magreara su culo durante un minuto, tras lo cual indignada, salió de la habitación.  Solté una carcajada al verla irse y sacando el dinero de mi cartera, lo dejé encima de la mesa. Había levantado mis cartas y ya no me podría echar atrás. De lo que hiciera esa mujer en una hora, iba a depender no solo que me la pudiera tirar sino incluso mi reputación porque un escándalo haría insoportable mis fines de semana en ese lugar.
Dando tiempo para qué pensará, salí al jardín y mientras lo recorría, comprendí que necesitaba unos mayores cuidados. Al volver a casa, Linda no estaba pero el dinero había desaparecido y temiendo que se hubiese ido definitivamente, entré en su cuarto. Al descubrir su ropa en el armario, sonreí al saber que esa mujer había firmado su sentencia.
¡No tardaría en venir ronroneando hasta mi cama!
Decidido a hacerme con las riendas de su vida, llamé al doctor Heredia, el medico que trataba a Alberto en la clínica. Tras presentarme, me reconoció como el viejo amigo de su paciente e interesándome por él, le pregunté por cómo iba el tratamiento del enfermo.
-Mal- respondió- en este hospital poco podemos hacer. He recomendado a su mujer que se lo lleven a una clínica privada donde puedan darle cuidados paliativos. No va a mejorar pero al menos no seguiría sufriendo.
-Y ¿Qué le ha contestado?.
-La pobre me confesó que no tenía dinero para hacerlo.
-¿Cuánto costaría?- pregunté interesado.
-Unos noventa mil-
La cifra era importante pero afortunadamente no era descabellado y por eso tras pensármelo dos veces, le informé que yo me haría cargo pero que le exigía confidencialidad, nadie debía de saberlo. El médico se quedó extrañado pero viendo que era lo mejor para Alberto, aceptó mi explicación. Haciéndome el buen amigo, justifiqué mi decisión en la amistad que me unía con su paciente. Una vez arreglado ese pequeño pero caro detalle, me tumbé en el sofá del salón y puse la tele.
¡Solo me quedaba esperar!
A las ocho y media de la tarde, Linda llegó hecha una energúmena y nada más soltar el bolso, vino a encararse conmigo:
-¿Quién coño te crees para organizarme la vida?
Se la notaba francamente alterada y por eso esperé que soltara toda clase de improperios de su boca y al terminar, sin dejar de mirar la tele, le respondí:
-¿Te refieres a evitar que tu marido siga sufriendo? ¿Quieres que llame a doctor para retirar mi oferta?
Tal como había previsto, fue incapaz de pedirme tal cosa y con lágrimas en los ojos, me preguntó:
-¿Qué quieres a cambio?
Solté una carcajada y levantándome, fui hacía ella. Me encantó ver como temblaba al conocer de antemano mis intenciones. Ya a su lado, la cogí de la cintura y dándole un beso no deseado, contesté:
-Ya lo sabes.
Destrozada, salió corriendo de la habitación mientras oía desde el pasillo mi risa. Cualquier otro hubiese tomado posesión de su propiedad en ese momento pero yo no. Prefería que con el paso del tiempo, mi víctima se fuera haciendo a la idea, que cuando la tomara ya hubiese asimilado que iba a ser mía.
Como es lógico, Linda se recluyó en su cuarto a llorar durante una hora y solo cuando la llamé para que me pusiera de cenar salió de su encierro. Nada mas verla, no me costó reconocer su completa claudicación porque sacando valor quiso mostrarme que su desprecio, saliendo completamente desnuda.
Su descaro me hizo acercarme a ella y cogiendo uno de sus pechos entre mis manos, le pregunté:
-¿Cuántas veces te has tocado esta tarde imaginándote que te poseía?
-¡Ninguna!- contestó sin retirarse pero con un gesto de asco en su cara.
Encantado `por su rebeldía le cogí de la barbilla y la obligué a mirar la mueca burlesca que se dibujaba en mi cara.
-¿Te he dicho alguna vez que eres una putita muy bonita?
Sin hacer caso a mi insulto, se me quedó mirando con desprecio.
-¡Dejaré que me tomes con la condición de que ayudes a Alberto!.
Parecía tener todavía ganas de enfrentarse conmigo y haciendo caso a mis más bajos instintos, llevé uno de sus pezones a mi boca y recorrí con mi lengua todos sus bordes.
-Mi querida Linda, ¿Quién iba a suponer que tenías estas maravillas escondidas?
Tratando de evitar que la tomara, me preguntó si no le había llamado para que me sirviera de cenar pero entonces yo ya estaba excitado y cogiéndola entre mis brazos, la llevé hasta mi cama.
Asustada por lo que se le venía encima, me pidió que no le hiciera daño. Una carcajada fue mi respuesta y obligándola a separar sus rodillas,  me quedé mirando su coño. Llorando de rabia, la rubia vio que me sentaba a su lado en el colchón. Aunque era consciente de lo que iba a pasar, no pudo reprimir un gemido cuando pasé mi mano por uno de sus muslos.
Temblando de miedo, tuvo que soportar que mis dedos recorrieran toda su piel mientras le miraba a sus ojos, en busca de alguna reacción. Manteniéndose impávida, soportó mis caricias sin hacer ningún gesto. Al notar que pellizcaba uno de sus pezones, sacó fuerzas de la desesperación y con voz seca, me soltó:
-Desgraciado, hazlo rápido.
Inclinándome sobre su cara, lamí sus mejillas y forzando su boca, introduje mi lengua en su interior. La ausencia de respuesta de la muchacha me enervó y agarrándola del pelo, susurré a su oído:
-Mañana, me pedirás que te vuelva a tomar. ¡Zorrita mía!
Acto seguido y obviando sus lloros, descendí por su cuello y recreándome en su pecho, mordisqueé  nuevamente esos pezones que me traían obsesionado. Para entonces aunque nunca lo reconocerá, el calor había invadido sus mejillas y sus lamentos se habían atenuado. Comprendiendo que debía mostrarle quien mandaba, pellizqué su aureola con dureza, consiguiendo que de su garganta saliera un alarido.
-¡Por favor! ¡No me hagas daño!
-Hare lo que me venga en gana porque eres una puta y ¡Te he comprado!
Incapaz de aceptar que era verdad, separó su mirada de mí y se concentró en el techo para evitar la mía. Viendo su reacción, no me importó y agachándome entre sus piernas, saqué mi lengua y con ella, recogí un poco de flujo de su sexo. Al sentir la húmeda caricia en su vulva, cerró los puños mientras dos lagrimones caían por sus mejillas.
-¡No!- musitó calladamente al notar que me había apoderado de su clítoris.
Su lamento se intensificó al percibir que su cuerpo no era inmune a mis caricias y cuando me le metí un dedo dentro de su cueva, tuvo que reprimir un gemido para que no me diera cuenta que le estaba empezando a gustar ese insano trato.
-¿Te gusta? ¡Verdad!
-¡¡¡No!!!-  chilló con todas sus fuerzas.
Reanudando mis maniobras, le introduje el segundo. La respiración de la rubia se hizo entrecortada al notarlo. Decidido a conseguir su rendición, lentamente empecé a sacarlos y a meterlos mientras mi boca se ocupaba de su botón.
-Hazlo ya y déjame.
Muerto de risa, llevé mi mano hasta su boca y abriendo sus labios le obligué a que lamiera su propio flujo mientras le decía:
-Eres una guarra y como tal estás empapada. Lo puedes negar de boquilla pero tu coño dice que estás excitada.
Sin poder negar lo evidente, intentó morderme. Como lo preveía, no consiguió su objetivo y lanzándola contra el colchón, le solté una bofetada.
-¿Quieres que sea violento?- pregunté y levantándome de la cama, fui a su cuarto a por su consolador.
Una vez de vuelta, le mostré lo que traía en las manos, diciendo:
-¿Reconoces tu juguete? ¿Crees que no sé qué te masturbas pensando en mí?
Aunque fue un farol, en sus ojos descubrí que había acertado y ya convencido de lo que estaba haciendo, le obligué a abrir su boca.
-Chúpalo y no te hagas la estrecha.
Habiendo sido  descubierta, Linda no pudo hacer otra cosa que abrir la boca y obedecer. Ni que decir tiene que me encantó verla lamiendo ese falo de plástico mientras yo inmortalizaba ese instante con la cámara de mi celular.
-He pensado en mandar imprimir esta foto y ponerla en mitad del salón- le solté al dejar el teléfono sobre la mesilla.
-No lo hagas por favor. Todo el mundo sabrá que soy tu puta- dijo sin percatarse de su significado.
Aunque no se hubiese dado cuenta, la rubia ya asumía su condición y solo pedía que fuera algo entre nosotros. Para recompensarla, le cogí el aparato y encendiéndolo, se lo metí hasta el fondo de su coño. Al sentir la vibración en sus entrañas, la esposa de mi amigo pegó un gemido que no tardé en interpretar como el primero de placer.
-¡Por favor!- protestó suavemente mientras sus caderas la traicionaban, meciéndose al ritmo de mi muñeca.
Su calentura era evidente pero tratando de profundizar en su sumisión, no dije nada y seguí penetrando su cuerpo con el consolador.
-Estás cachonda, ¡Zorrita mía!- susurré en su oído- No tardarás en correrte-
Asumiendo que su rendición no iba a tardar, la besé forzando su boca.
-Reconócelo, Putita. Dime que te gusta que te trate así.
-¡Nunca!- aulló mientras su cuerpo temblaba al ir siendo sometido por las sensaciones que surgían de su entrepierna.
Sacando el aparato de su sexo, lo sustituí con  mi lengua y recorriendo con ella su cueva, la encontré ya totalmente anegada. Por mi experiencia, supe que Linda iba a correrse y por eso, levantando mi mirada, le ordené que se corriera.
Su orgullo la hizo negarlo pero su voz ya sonaba apagada.
-Hazlo, zorrita mía. ¡Córrete para mí!
Linda estaba tan caliente que no pudo articular palabra y retorciéndose sobre la sábana, negó lo evidente aunque en su mente reinaba la confusión. La mujer sabía que la estaba volviendo loca pero seguía siendo incapaz de reconocerlo.
-No me hagas enfadar. Córrete ya.
En ese momento, Linda no pudo más y levantando su cadera, no solo colaboró conmigo sino que incluso se incrustó aún más el consolador. Su orgasmo fue brutal, mordiéndose los labios para no gritar, se retorció en silencio mientras el placer inundaba su cuerpo. Sabiendo que lo había conseguido, aceleré el ritmo con el que metía y sacaba el aparato con la intención de prolongar su clímax.
-Ves cómo eres una putita obediente- dije en su oreja sin dejar de apuñalar su sexo.
Llorando a moco tendido, unió un orgasmo con el siguiente mientras yo me reía en su cara por lo fácil que me había resultado.
-Sigue, ¡Por favor!- olvidándose de mi burla al estar dominada por la pasión.
Al oírla comprendí que había conseguido mi meta y bajándome de la cama, la dejé sola en el cuarto. Desde el pasillo oí sus lloros porque al cesar su excitación, volvió con más fuerza su vergüenza. No solo se había entregado a mí sino que encima ¡Había disfrutado!.
Al cabo de cinco minutos, bajó al salón donde yo estaba poniéndome una copa y con voz temblorosa, me preguntó si me ponía ya la mesa.
-Perfecto. Tengo hambre- contesté siguiéndola hasta el comedor.
La cena:
Satisfecho de cómo se iban desarrollando los acontecimientos, me senté en la mesa mientras mi empleada-puta-amante iba a prepararme la cena. Con mi copa en la mano, me quedé pensando en cómo iba a aprovecharme de mi nueva adquisición y por eso estaba sonriendo cuando Linda llegó con la comida.
Estaba preciosa vestida únicamente con un mandil, sus enormes pechos sobresalían a ambos lados de la tela dándole una sensualidad difícil de soportar. Teniendo todo el tiempo del mundo para someterla, decidí primero comer y luego recrearme con ella. Estaba apurando mi copa, cuando la rubia llegó y al ir a poner el plato en la mesa, se le cayó encima de mí. Supe que lo había hecho a propósito al ver una sonrisa en su cara.
“¡Será cabrona!” pensé.
Sin hacer aspavientos y sentado, separé mi silla y le dije:
-Límpialo con tu boca.
La muchacha no respondió lo suficientemente rápido y tirándole de la melena, le obligué a agacharse entre mis piernas.
-Limpia tu estropicio.
La serena violencia con la que reaccioné la sacó de sus casillas y a voz en grito, se negó a cumplir mis órdenes.
-¡Tú lo has querido!- dije levantándome de la silla y valiéndome de su negativa, decidí usarla para hacer algo que deseaba desde que vi su culo en la ducha. Iba a castigarla rompiéndole ese maravilloso pandero.
Linda no lo vio venir. Todavía conservaba su sonrisa cuando la levanté del suelo pero al girarla y ponerla de pompas contra la mesa, comprendió lo que le iba a suceder:
-No, ¡Por ahí! ¡No!- chilló muerta de miedo.
Mientras la retenía de la cintura con una mano, usé la otra para desprenderme del pantalón y bajarme los pantalones. Mi miembro que ya estaba excitado desde antes, salió totalmente erecto de su encierro y dándole gustó, presioné con él la hendidura de sus cachetes.
Asustada por el tamaño del miembro que rozaba la raja de su culo, Linda empezó a chillar rogándome que no la sodomizara pero obviando sus lamentos, pasé mi mano por su coño en busca de flujo. Al notar en seguida que estaba seco, decidí que eso no iba a ser suficiente para hacerme cambiar de opinión y separando sus dos nalgas, escupí sobre su esfínter.
Mi empleada intentó escapar al sentir mi baba pero reteniéndola con dureza, puse mi glande en su entrada. La cara de terror de la mujer me confirmó que era virgen por ese agujero y recreándome en sus miedos, le solté:
-Puedes gritar: ¡Cuánto más grites mejor!
¡Y vaya si gritó!. Al sentir mi verga rompiendo la resistencia de su ano, sus ojos se abrieron como platos y de su garganta salió un alarido, en consonancia con el desgarrador dolor que le causó mi intrusión:
-Por favor, ¡Para! ¡Me duele horrores!
Sin ceder a sus ruegos, centímetro a centímetro, fui clavando mi estoque en su trasero. La lenta embestida no la permitía ni respirar y cerrando sus puños intentó no cerrar su  orificio pero le resultó imposible.
-¡No!- chilló golpeando la mesa.
Su sufrimiento me dio alas y al sentir que la base de mi falo, golpeaba contra sus cachetes, comencé un doloroso vaivén con mi cuerpo. El dolor se fue incrementando y la esposa de mi amigo en un vano intento de aguantarlo, cogió una servilleta y metiéndola en la boca, la mordió. Su intento de no gritar fue en vano porque entonces presioné con todas mis fuerzas mis caderas y se la enterré hasta el fondo.
-¡¡¡Ahhhhhh!!!-
Su alarido debió de oírse a cuadras a la redonda y con muy mala leche, susurré a su oído:
-A lo mejor hasta tu marido lo ha oído-
Que mencionara al enfermo, la enervó y sacando una entereza de donde no había, contestó llorando:
-¡A Alberto no le metas en esto!
Profundizando en la herida, volví a forzar con violencia su maltrecho trasero y me reí de su desgracia diciendo:
-Él es el culpable de que me hayas regalado tu culo.
Linda no tuvo fuerzas para contestarme, bastante tenía con acostumbrarse a sentir mi grosor desgarrando su esfínter y con soportar el inexpresable sufrimiento que ello la ocasionaba.  Su inacción me permitió agarrarla de las nalgas y comenzar una serie de penetraciones tan furiosas y rápidas que le hicieron rebotar contra la mesa.
-¿Te parece suficiente castigo o quieres más?
La rubia se agarraba al mantel para evitar el intenso zarandeo mientras su ano le ardía como si lo estuviera acuchillando con un puñal. Desgraciadamente y aunque me apetecía seguir sodomizando a esa mujer, la calentura acumulada durante toda la tarde, me hizo llegar al orgasmo con demasiada precocidad. Por eso al sentir que estaba a punto de explotar, la cogí de los hombros y jalando hacía mí, descargué mi simiente dentro de sus intestinos.  El suspiro que salió de sus gargantas al notar como se iba llenando su conducto, me hizo sonreír. Una vez había terminado de eyacular, retiré mi miembro y observé con detenimiento los desgarros que le había producido y a mi semen saliendo de su interior.
Hurgando en la humillación que sentía, la dejé sola y desde la puerta, le ordené:
-Vete a limpiarte, ¡En media hora te quiero en mi cama!

Relato erótico: “La musa desnuda” (POR CASIMIRO11)

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Quiero contar esta historia para que sirva de aviso y ejemplo a las chicas que, como yo, tienen el sueño de convertirse en actrices, y para que se planteen antes de nada hasta dónde están dispuestas a llegar para triunfar. En primer lugar, me presentaré, pues hoy no creo que mucha gente me recuerde. Me llamo Elena, tengo 28 años y soy, o mejor dicho era, actriz. Mido 1,75, soy morena y tengo los ojos verdes. Mi cuerpo no es espectacular, lo cual es un problema para la profesión, pero creo que puedo considerarme atractiva: tengo unos hermosos pechos, no muy grandes pero sí firmes y turgentes, y un culete redondo que siempre me ha dado muchos éxitos.
Como he dicho, desde muy joven he tenido el deseo de ser actriz, y desde que salí de la facultad, hace ya 6 años, todos mis esfuerzos han ido encaminados en esa dirección. Pero es francamente difícil triunfar, y hasta la fecha no había pasado de tener pequeños papeles en películas de poca monta o en obras de teatro sin mayor repercusión. Por eso, no podía creer lo que oía cuando Paco, mi agente de todos estos años, me llamó un lunes a primera hora de la mañana excitadísimo “Elena, siéntate, no te lo vas a creer: ¡te he conseguido un papel protagonista con Roberto Salazar en una obra de teatro!” Efectivamente, tuve que sentarme. Roberto era uno de los más prestigiosos actores de teatro del momento. Era un hombre ya maduro, debía rondar los 60, y su pelo blanco y su voz profunda le habían dado fama de galán irresistible. No me lo podía creer, iba a ser protagonista en una obra de teatro junto a él, uno de los ídolos de toda mi vida.
Siguiendo las indicaciones de Paco, me pasé al día siguiente por el teatro donde iba a tener lugar la representación, para conocer al director, Juan, y a Roberto, y para que me dieran una copia del guión para ir estudiando. Ambos fueron encantadores conmigo, especialmente Roberto, que me dijo unos cuantos requiebros y comentó que estaba seguro de que trabajar conmigo iba a ser maravilloso. Sin ni siquiera leer el guión, firmé el contrato, estaba como loca de alegría, me parecía increíble que, después de tanto esfuerzo y dedicación, mi sueño de triunfar como actriz se hubiera cumplido.
Nada más llegar a casa, saqué el guión de la carpeta y empecé a leerlo. Se trataba de una obra de un autor moderno, francés, un tal Jacques Ribery del que nunca había oído hablar. La obra pretendía ser un estudio del impulso creador del arte y un análisis de la relación del artista con sus musas. Una obra simbólica, según la definía su autor. “Puff, un pesado sin duda” pensé, pero no era como para perder la oportunidad. Empecé a leer la descripción de los personajes, éramos solamente tres:
-Roberto Salazar: compositor retirado, su crisis le lleva a refugiarse del mundo en sus musas. Pantalón gris, camisa blanca, va descalzo.
-Cristina Roig: esposa del compositor, intenta ayudarle, pero no le comprende. Lleva un vestido de flores y sandalias.
-Elena Gómez (yo): musa del compositor, le abre un nuevo mundo de creación. Permanece desnuda durante toda la obra.
¡¿Qué?! Tuve que leer tres veces la frase hasta que lo comprendí. Acababa de firmar un contrato para una obra de teatro en la que tenía que actuar desnuda desde el principio hasta el final. No podía creerlo, jamás había actuado sin ropa en ninguno de mis papeles anteriores, y la sola idea de que me vieran desnuda me ponía fuera de mí. Además, era teatro, el público estaría delante y, ¿qué pasaría si mis amigos o familiares iban a ver la obra? ¡Dios mío, mis padres SIEMPRE iban a ver todos mis trabajos! Llamé inmediatamente a Juan, el director, tenía que presentar mi renuncia inmediatamente.
Pero no era tan fácil, Juan había tenido dificultades para encontrar una actriz que quisiera aceptar el papel, y no quería dejarme libre “has firmado un contrato, y los contratos están para cumplirlos” Finalmente, me amenazó con que, si no aceptaba el papel, se encargaría personalmente de que no volviera a trabajar nunca en cine o teatro.
Sin saber qué hacer, lo consulté con la almohada, tratando de convencerme a mí misma de que no era tan terrible: que si es arte, que ya somos adultos, que en los tiempos que corren es de lo más corriente… Pero lo cierto es que iba a estar desnuda delante de 500 personas cada noche, durante dos horas, durante al menos un mes, que es el tiempo que en principio habíamos firmado. Eso suponiendo que la obra no fuera un éxito.
En fin, mi carrera era lo más importante, había trabajado mucho para llegar aquí y no pensaba ahora renunciar a ello, grandísimas actrices habían trabajado desnudas antes que yo, tenía que ser más profesional.
 

 

Así pues, estudié el guión y, el día señalado, acudí al teatro a empezar los ensayos. Teníamos sólo una semana, la dificultad de encontrar una actriz para mi papel había retrasado mucho los ensayos. Al principio todo fue bien, en el escenario nos movíamos Roberto, Cristina (la actriz que interpretaba a su mujer) y yo, vestidos con nuestra ropa de calle, pues era un ensayo. Sentados en la primera fila de butacas, el director y su ayudante (una chica de unos 30 años) nos iban haciendo correcciones. Aparte de ellos, el técnico de sonido y el de iluminación completaban la plantilla. Creo que el primer día fue un éxito por mi parte, al terminar, Roberto me felicitó, especialmente por la última escena, en la que, cubiertos por unas sábanas, ambos simulábamos hacer el amor. También Juan parecía satisfecho con mi actuación, sobre todo teniendo en cuenta que yo era casi una principiante.
Todo transcurrió con normalidad los tres primeros días de ensayos. Pero he aquí que el cuarto, Juan nos dice que la fecha de estreno se acera y quiere hacer un ensayo con el vestuario que llevaremos en la obra. El corazón me dio un vuelco, quizá había tratado de convencerme de que lo que leí en el guión nunca llegaría, pero lo cierto es que ahora estaba aquí, y no podía volverme atrás. Nos fuimos todos a los camerinos a cambiarnos, yo estaba aterrada. Me desnudé temblando y me puse una bata blanca que encontré sobre un biombo. Cuando regresé al escenario, Roberto y Cristina llevaban la ropa que exigía el guión. Las piernas me temblaban, me quedé en medio del escenario, con la bata puesta y sin saber qué hacer.
—Vamos Elena –dijo Juan- se hace tarde, quítate la bata y empecemos.
—Es que… no entiendo por qué tengo que estar desnuda, no añade nada a la obra.
—No empecemos otra vez con eso, somos profesionales y tú has firmado un contrato. Desnúdate por favor.
—Vamos Elena –intervino Roberto con una extraña sonrisa dibujada en la cara- he trabajado con muchas actrices en cueros, Cristina y yo haremos lo posible para que estés cómoda.
—Pero, esto es un ensayo –me defendí como pude- ¿no podemos dejarlo para el día del estreno?
—¡Maldita sea! –se exasperó el director- ¿pretendes estrenar sin hacer un ensayo completo antes? ¡quítate ahora mismo esa bata o estás despedida!
Casi sin saber dónde me encontraba, me quité la bata y aparecí desnuda ante ellos. Me sentí tan indefensa y expuesta que tenía ganas de llorar. Juan y su ayudante me miraban serios, Cristina parecía indiferente, a los técnicos de sonido e imagen no podía verlos, pero seguro que ellos sí me estaban mirando a mí. En cuanto a Roberto, me miraba de un modo que no me pareció nada profesional. Pero ése era ahora el menor de mis problemas. Intenté concentrarme, pero nada era igual. Era la primera vez que yo actuaba desnuda, y no era una simple escena de ducha o pasar fugazmente por el escenario. Tenía que estar en cueros las dos horas que duraba la obra, con un texto larguísimo, y cada vez que hablara yo, cientos de ojos estarían sobre mí.
Juan me regañaba continuamente, no daba una a derechas, y sólo faltaban tres días para el estreno. Finalmente, llegó la escena en que Roberto y yo simulábamos hacer el amor. Nos cubríamos parcialmente con las sábanas, él tumbado, con su pantalón gris y la camisa blanca, yo sobre él, desnuda. Las sábanas me cubrían de cintura para abajo, pero mis pechos quedaban al aire, tan cerca de Roberto que sentía su aliento. Mientras yo simulaba moverme encima de él, noté sus manos abiertas sobre mis nalgas. Iba a protestar, pero estaba tan cansada y deseosa de terminar, que no dije nada y seguí con la escena.
 
Cuando al fin terminó mi martirio, Juan estaba muy descontento conmigo “hoy has estado muy nerviosa y descentrada Elena, tienes que superarlo, los tres ensayos que nos faltan hasta el estreno los harás desnuda”. Sabía que tenía razón, debía superarlo y olvidarme de que estaba en el escenario sin ropa. No dije nada, me puse mi bata y me fui a mi camerino. Cuando pasé junto a Roberto le lancé una mirada de odio, que él respondió con una sonrisa.
Así pues, al día siguiente allí estaba yo, desnuda de nuevo en el escenario. Esta vez, y con el pretexto de que tenía que acostumbrarme, Juan hizo que estuvieran presentes en el ensayo todos los miembros del equipo, maquilladores, encargados de vestuario, etc. Debía haber 20 ó 25 personas viendo mi desnudez. Aun así, conseguí concentrarme y actuar mejor que el día anterior. Salvo las ya acostumbradas manos de Roberto sobre mi trasero en la escena final, el día fue más llevadero para mí. Al terminar, Juan me felicitó y me dio ánimos, sólo faltaba un ensayo antes del estreno.
Esa noche, mi madre me llamó, y me pidió entradas para el estreno. No podía negarme, era absurdo. Le dije que le dejaría dos entradas en taquilla y ella me contestó “no, déjame cuatro, los tíos del pueblo están locos por verte” Casi me pongo a llorar. Pensé en explicarle cuál iba a ser mi vestuario, pero me faltaron las fuerzas, quizá era mejor que las cosas siguieran su curso.
El último día de ensayo estuve francamente bien, conseguí concentrarme en mis frases y olvidarme de todo, incluso de las manos de Roberto, que cada vez se ceñían más a mi cuerpo, ocultas por la sábana. Estaba bastante satisfecha cuando, mientras me ponía la bata, oí que Roberto hablaba con Juan:
—Hay un pequeño problema con el look de mi musa
—¿Qué quieres decir?
—Bueno –carraspeó el galán- se supone que mi musa es alguien angelical, puro, inocente.
—No veo dónde quieres llegar –intervine mientras empezaba a ponerme nerviosa.
—No te ofendas Elena –siguió Roberto como si tal cosa- pero tienes demasiado pelo, creo que para parecer una ninfa auténtica y pura deberías afeitarte el pubis.
No me lo podía creer, estuve a punto de pegarle. Hablaba de mi sexo como si fuera un elemento decorativo, algo que él podía modelar a su antojo. Lo malo es que a Juan la idea le pareció acertada. Chillé y pateleé, pero no hubo manera, al director se le antojó que tenía que salir a escena desnuda y depilada “tienes que ser profesional” me dijo de nuevo.
No podía tirar por la borda todo mi esfuerzo, llevaba tres días ensayando desnuda ante un buen número de gente, sólo podía seguir adelante. Juan puso a mi disposición una peluquera “experta en la materia”. Cuando terminó su trabajo, me miré en el espejo. Estaba hermosa, ésa era la verdad, mis pechos con sus pezones erectos, el vientre plano, las nalgas redondas… y lo labios de mi vagina tan a la vista. Traté de no pensar.
Al día siguiente, en un teatro con 500 espectadores (entre los que se encontraban mis padres y mis tíos), llevé a cabo mi representación, totalmente desnuda y depilada.
Estaba muy nerviosa, por un momento pensé que no iba a ser capaz de hacerlo. No entendía por qué tenía que actuar desnuda, eso de las “exigencias del guión” me parecía absurdo, nunca son mujeres viejas u hombres los que tienen dichas exigencias. La obra me parecía ridícula. Si al menos todos los actores estuvieran desnudos… Pero era yo sola la que tenía que actuar sin ropa alguna.
Se alzó el telón, Roberto tenía un monólogo de cinco minutos en el que se quejaba de su falta de inspiración y reclamaba la llegada de su musa. Entonces, con el centro del escenario a oscuras, aparecía yo. Poco a poco, la luz iba subiendo de intensidad. Primero, apenas se adivinaban mis formas, finalmente, quedaba totalmente iluminada y expuesta. Se oyó un murmullo en la sala, nadie en la promoción de la obra había mencionado mi desnudez, y en los carteles de la taquilla sólo aparecían las caras de los tres actores.
Durante otros cinco minutos, Roberto y Cristina discutían sobre el arte, mientras yo permanecía de pie, en el centro del escenario, quieta y desnuda. Fueron cinco minutos horribles, porque tenía tiempo de pensar, e incluso ver a los espectadores de las primeras filas. ¡Dios mío, allí estaban mis padre y mis tíos! ¡en primera fila! Maldije a Juan, que les había dado tan buenas entradas. Mis padres estaban boquiabiertos, mi madre con una cara que era un poema. Mi tía, hermana de mi madre, estaba coloradísima, mientras mi tío… probablemente nunca había ido al teatro, pero estoy segura de que a partir de aquel día sería asiduo. Lo pasé fatal, saber que tenía que estar allí quieta durante tanto tiempo mientras ellos me miraban… y encima, pensar en mi sexo depilado, algo que siempre es llamativo, y más para gente mayor, aquello me hacía sentir más desnuda incluso.
Fue un alivio cuando tuve que empezar yo también a hablar. Poco a poco, conseguí ir olvidando mi estado y me centré en mi papel. Al final del primer acto, creo que había conseguido una actuación aceptable. Durante los cinco minutos de descanso, Juan vino a vernos. Yo tenía puesta la bata, aunque a esas alturas ya todo me daba igual. “La cosa va muy bien chicos, especialmente Elena está resultando muy convincente. Escuchad, me he enterado de que entre el público está David Cohen, el gran crítico teatral. Por favor, en la escena final quiero pasión, mucha pasión, quiero que parezca que vuestro coito es real. Tenemos que dejarle helado, es nuestra oportunidad de hacer algo grande”.
Empezó el segundo acto. Yo estaba cada vez más tranquila y segura de mí. Sabía que acaparaba todas las miradas del público. Decidí sacar partido de ello, las circunstancias me habían sido favorables, el actuar desnuda hacía que yo fuera la única protagonista de la obra, aunque Roberto fuera el actor consagrado y famoso. Me movía cada vez más suelta sobre el escenario, orgullosa de mi cuerpo. Mis pezones estaban duros como piedras, empezaba a disfrutar de mi trabajo. Incluso llegué a pensar que el desnudo estaba justificado, si el director me hubiera pedido vestirme, me hubiera molestado. Antes de llegar a la escena final, yo tenía un monólogo, de pie, en el borde del escenario. Fijé la mirada en el infinito y empecé, notaba las miradas en mi cuerpo desnudo, especialmente en mi sexo depilado. No me importó, hice el monólogo a la perfección y arranqué un gran aplauso del público. Cuando terminé mis frases, me di cuenta de que estaba húmeda.
Al fin, llegó la última escena. En total duraba diez minutos, durante los cuales, y mientras Roberto y yo fingíamos hacer el amor apasionadamente, Cristina recitaba una absurda poesía acerca del amor y del proceso creativo.
Roberto estaba tumbado, con su pantalón gris y su camisa blanca. Yo me subía a horcajadas sobre él y me tapaba con la sábana. Por primera vez desde mi entrada en escena, el público no podía verme de cintura para abajo, mientras mis pechos seguían descubiertos, próximos a la cara de Roberto, que me miraba con una leve sonrisa. En esta postura, empecé a moverme rítmicamente mientras, bajo las sábanas, Roberto ponía sus manos sobre mis nalgas, según su costumbre.
Estábamos poniéndole más pasión y sentimiento que nunca, de reojo vi la cara de mis padres, era un poema, ver a su hija fingir un coito en un teatro lleno hasta la bandera, mínimamente tapada con una sábana, era demasiado para ellos. De repente, noté que una de las manos de Roberto se retiraba de mi trasero para dirigirse… directamente a mi sexo. Por un momento me quedé paralizada.
Aquello era demasiado, no sabía qué hacer. No podía montar un escándalo, con mis padres mirando, y la escena estaba quedando brutal, además, yo era una profesional y estaba dispuesta a bordar mi actuación, mi futuro como actriz estaba en juego.
Las manos de Roberto eran ágiles y expertas. Ya he dicho que yo estaba un poco excitada al final de la obra. Mi compañero no tuvo problemas para introducir dos dedos en mi vagina y empezar a moverlos, acompasando el movimiento de sus manos al de mis caderas.
No podía creerlo, Roberto me estaba masturbando en público, con mi familia presente y yo, que tenía pánico a actuar desnuda… estaba disfrutando. Los cinco primeros minutos estuvimos así, el silencio era sepulcral en el teatro, sólo se oía a Cristina con su monólogo (creo que nadie le prestaba atención), y los gemidos que Roberto y yo lanzábamos. La diferencia era que, mientras los suyos eran fingidos, los míos eran reales: allí, ante todos, disfruté de un dulce y prolongado orgasmo. Entonces, Roberto sacó lentamente sus dedos de mi cuerpo. Debo reconocer que una parte de mí detestó que lo hiciera, quedaban cinco minutos de escena, el monólogo de Cristina era eterno, y yo hubiese querido seguir con los dedos de mi compañero dentro de mí.
Intenté rehacerme y concentrarme en mi trabajo cuando noté que, otra vez, algo pugnaba por entrar en mi vagina.
¡Dios! No sé cómo, Roberto se las había ingeniado para sacar su miembro fuera del pantalón, y ahora intentaba introducirlo en mi cuerpo. “Oh no –pensé- esto sí que no”, Roberto podía ser mi padre y, hablando de padres, allí estaban los míos, en primera fila y boquiabiertos. Afortunadamente, las sábanas no dejaban ver lo que realmente estaba sucediendo.

 

Traté de resistirme pero, mientras seguía adelante con la escena (era una profesional) en uno de los vaivenes, al bajar mi cuerpo sobre el de Roberto, éste acertó a introducir la punta de su verga en mi vagina. Al notarlo, levanté mi cuerpo enseguida pero, al volver a bajar, mi sexo estaba tan húmedo y abierto que, sin dificultad, la verga de Roberto se deslizó completamente en mi interior.
A partir de ahí perdí el control. ¡Oh señor!, estaba haciendo el amor en vivo y en directo, ante 500 personas y con mi familia asistiendo al espectáculo. Y lo peor de todo es que ya no podía parar, pude comprobar que la fama de seductor de Roberto estaba plenamente justificada. A cada movimiento, un misil tierra aire entraba y salía de mi cuerpo como una sacudida. Oleadas de placer me invadían sin remedio. Con un último resquicio de cordura, comprobé que las sábanas seguían cubriéndonos… y me entregué al placer.
Ahora nuestros gemidos eran tan altos que Cristina, colorada, tenía casi que gritar para que se la oyese, aunque ya nadie prestaba atención a su poesía. Finalmente, Roberto eyaculó dentro de mi cuerpo, su semen me inundó, su orgasmo parecía no tener fin, su rostro estaba congestionado. Yo grité como nunca, mientras tenía el más salvaje e intenso orgasmo de mi vida.
Era el final de la obra. Las luces se apagaron, el telón cayó y yo, a toda prisa, me limpié como pude los restos de semen mientras Roberto se ajustaba el pantalón. El aplauso era atronador, Juan se asomó tras el telón y, mientras me daba mi bata, nos dijo: “habéis estado magníficos, quizá un poco sobreactuados en la escena del coito. Rápido, salid a saludar”.
Tenía la bata puesta cuando pensé “¡qué diablos, es mi momento!”. Volví a quitármela y, totalmente desnuda, salí con Cristina y Roberto a recibir los aplausos. Hasta diez minutos estuvimos allí los tres mientras el público nos aplaudía. Entonces, Roberto y Cristina se retiraron y yo quedé sola en el escenario: debía reconocerlo, mi desnudez me había convertido en la gran triunfadora de la noche. Miré a mis padres y tíos. No sabían si aplaudir o irse, pero se quedaron y disfrutaron de mi éxito (en especial mi tío).
Eso fue todo, la obra fue un éxito (prueba de lo que una mujer desnuda puede conseguir). Durante un mes, Roberto y yo hicimos el amor apasionadamente ante un público que elogiaba el “realismo” de la escena final. Me convertí en una actriz famosa, una actriz a la que nadie había visto trabajar vestida. Tuve éxito pero, cuando al cabo de unos meses descubrí que estaba embarazada, decidí dejar las tablas y dedicarme a mi hijo.
Ahora debo dejaros, tengo que ir a recoger a mi marido Roberto y al niño, espero que mi historia os haya gustado.
***
Los que todavía sepan quién era Casimiro11 tal vez recuerden esta historia, que publiqué en TR hace ya unos cuantos años. Siempre pensé que el tema podía dar para un relato más largo y más elaborado, y finalmente me he decidido a intentarlo. Por si alguien pudiera estar interesado, pongo aquí el enlace (si buscáis me consta que hay muchos gratuitos en internet) de la primera parte de un cuento que narra las aventuras de una desdichada pelirroja, poseedora de un cuerpo espectacular pero terriblemente tímida, que se ve obligada a actuar desnuda en una obra de teatro. Sí, ya sé que soy inconstante y dudaréis de la posibilidad de leer el final de la historia, pero prometo que estoy trabajando en ello.
Gracias a todos los que aún recordéis a Casimiro 11, fue un placer estaR con todos vosotros.
 
 “si te ha gustado esta historia visita los siguientes enlaces con obras del mismo autor”, te lo agradecería.

Y gracias otra vez por tu interés.
 
http://www.amazon.es/Galeote-entre-sus-muslos-Freire-ebook/dp/B00H8RSU8M/ref=sr_1_4?s=digital-text&ie=UTF8&qid=1422966610&sr=1-4
 

 http://www.amazon.es/Exigencias-del-gui%C3%B3n-R-Freire-ebook/dp/B00K91VRFC%3FSubscriptionId%3DAKIAIBLJYWJZ6IJERLFQ%26tag%3Dsalvantor-21%26linkCode%3Dxm2%26camp%3D2025%26creative%3D165953%26creativeASIN%3DB00K91VRFC

Para contactar con el autor:

ugly1122@hotmail.com
 

Relato erótico: “De perra en celo a ser una cachorrita a mi servicio 2” (POR GOLFO Y ELENA)

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UNA EMBARAZADA2Este y todos los relatos de esta serie que están por venir consisten en las vivencias reales de Elena, una pelirroja con mucho morbo que me ha pedido ayuda para plasmarlas en relatos. Si quereís contactar con la co-autora podéis hacerlo a su email:  pelirroja.con.curvas@gmail.com.

También quiero aclararos que, aunque no son fotos de ella, lo creáis o no la modelo se parece mucho a Elena. Solo deciros que en persona sus tetas y su cuerpo son todavía más impresionantes.

Capítulo 3

sin-tituloMi apartamento lejos de resultarme un remanso de paz donde olvidarme de lo que había sucedido, sus paredes me parecieron parte del problema. Nada más llegar, me quité la corbata y salí a tomarme unas copas que me sirvieran como anestesia para que el alcohol ocultara mi sonrojo.
Cómo perro apaleado, me dirigí al bar de siempre. La familiaridad del barman incrementó mi turbación al preguntarme porque llegaba tan acalorado. Incapaz de reconocer hasta donde había llegado mi degradación, me bebí mi copa de un trago y hui de ese lugar.
Sin rumbo fijo recorrí las calles de Madrid hasta que involuntariamente me vi a las puertas de una casa de putas a la que solía acudir con mis amigos. Sobreexcitado debido a la escena de la que había sido testigo, entré en ese lupanar con la esperanza que un polvo me hiciera olvidar lo ocurrido.
Como en otras ocasiones tras los saludos de rigor, la madame me preguntó qué era lo que estaba buscando. Todavía hoy sé que fue instintivo y hasta yo me sorprendí al escuchar mi respuesta:
―Una pelirroja tetona.
Me quedé helado al percatarme de lo que había dicho. Aunque la vergüenza que sentía me impelía a salir por patas, no lo hice y temblando como novicio en esas lides, esperé que desde el interior del putero saliera la puta con la que quería sustituir a la mujer que me tenía obsesionado. Dos whiskies mas tarde apareció por la puerta una preciosa joven, la cual a pesar de su belleza, desde el momento que la vi comprendí que nunca podría sustituir a Elena.
«Es una cría», sentencié molesto porque la que quería olvidar era una hembra hecha, una mujer madura con experiencia.
La fulana debió de advertir mi disgusto porque temiendo que diera por terminada la velada aun antes de empezar, me preguntó si no le gustaba. Me dio ternura su angustia y llevando sus labios a los míos, la besé dulcemente mientras le decía:
―Por nada del mundo me perdería una noche en tu compañía.
Mis palabras azuzaron a la mujer que no queriendo perder a su cliente me empezó a besar. Sus besos matizaron mis suspicacias y con ella entre los brazos, traspasé la puerta que daba acceso a los cuarto. Nada más entrar en su habitación se arrodilló a mis pies con la intención de hacerme una mamada pero como mis intenciones eran otras, me separé de ella y desde la cama, la ordené:
―Desnúdate.
Mi acompañante dejó caer su vestido sobre las sábanas. Aunque en un principio esa chavala no me decía nada, casi me desmayo al ver por primera vez su cuerpo desnudo porque la fortuna me había sonreído y sus pechos se asemejaban en gran medida a los de la mujer que me había llevado allí. Era preciosa, la durísima vida de alterne todavía no había conseguido aminorar ni un ápice su belleza. Sin dejar de mirarla, me quité la chaqueta. Actuando como una experta en su oficio, esa pelirroja suspiró como si realmente sintiera deseo al ver que empezaba a desabrochar los botones de mi camisa.
―Tócate para mí― exigí mientras me quitaba la camisa.
La zorrita no se hizo de rogar y abriendo sus piernas de par en par, se empezó a masturbar sin dejar de observar cómo me deshacía del cinturón. La sensación de saber que, aunque fuera solo durante una hora, era el dueño de los destinos de esa monada, me excitó en demasía y bajándome la bragueta, busqué incrementar la supuesta lujuria de la mujer.
Ella, obedeciendo mis órdenes, llevó una de sus manos a su pecho y lo pellizcó a la par que imprimía a su clítoris una tortura salvaje. Al dejar deslizarse mi pantalón por mi piernas, la mujer dio un paso más en su actuación y chillando hizo como que se corría.
Lo cierto es que me dio igual saber que todo era fingido y más excitado de lo normal, me uní a ella en la cama. La putita creyó que quería poseerla y cogiendo mi pene entre sus manos, intentó que la penetrara pero, separándola de mí, le dije:
―Me apetece otra cosa.
La mirada curiosa de la muchacha me confirmó que tras esa máscara de niña inexperta, se escondía una profesional que le daba igual lo que le hiciera siempre que le pagara pero obviando sus motivos, decidí fantasear yo con que esa mujer realmente me deseaba.
―Estás preciosa.
Mi piropo la confundió al no esperárselo y por eso no puso ningún inconveniente cuando mi boca buscó sus labios mientras con mi mano acariciaba uno de sus pechos. Traicionándola, sus pezones se contrajeron a pesar que era consciente que la excitación de la muchacha brillaba por su ausencia y que por mucho que hiciera iba a ser imposible que en su interior se calentara.
―Necesito ser suya― suspiró con la respiración entrecortada.
A pesar de su hipocresía, la belleza de su cuerpo y su dulce sonrisa, hicieron que mi pene se alzara presionando el interior su entrepierna. Mi erección incrementó su confianza y sabiendo que ya era casi un hecho que me la iba a tirar, me rogó que fuera bueno con ella. Su papel de niña indefensa me satisfizo y empecé a acariciar su cuerpo con dulzura. Durante largos minutos, fui tocando cada una de sus teclas, cada uno de sus puntos eróticos hasta que creí haber conseguido derretirla.
La puta se merecía un óscar o realmente estaba excitada porque tiritando de placer, parecía sumida en la pasión justamente cuando con un grito me imploró que la tomara. Creyéndome a medias sus chillidos, la obligué a ponerse a cuatro patas y me coloqué sobre ella. La pelirroja creyó que había llegado el momento de cumplir pero en vez de penetrarla, acaricié los duros cachetes que formaban su culo e incrementé su turbación a base de suaves besos.
Todo su cuerpo tembló al sentir mi lengua jugando con su trasero pero en vez de gemir presa del deseo, me informó que el sexo anal costaba el doble. Cabreado decidí dejarme de prolegómenos y forzando su ojete, hundí mi pene en su interior.
La zorra gritó al sentir la violencia de mi asalto y temiendo sufrir un desgarro me rogo con lágrimas en los ojos que la dejara acostumbrarse a tenerlo dentro. Por mi parte, no estaba dispuesto a esperar y sin darle tiempo a relajarse comencé a mover con rapidez mis caderas.
―¡Madre mía!― sollozó de dolor al experimentar en sus carnes mi furia. Si hasta entonces se había comportado como una profesional, todo cambio y llorando como una magdalena, me rogó que aminorara el ritmo.
Obviando sus deseos, incluso incrementé el vaivén con el que la estaba sodomizando al tiempo que castigaba con duros azotes las nalgas de la pobre mujer. Nada me podía parar y ya lanzado, apuñalé su interior con mi estoque una y otra vez. La zorra al verse zarandeada de esa manera, se olvidó que yo era un cliente y sintiendo que su cuerpo colapsaba, disfrutó de cada uno de los asaltos de mi pene dándose el lujo de pedirme que no parara.
Dominado por mi faceta dominante, lo que terminó de excitarme fue ver a esa fulana pellizcando sus pezones y sin dejar de machacar su culo, le pregunté:
―¡Te gusta que te folle! ¿Verdad, puta?
―Mientras pagues me encanta ser toda suya― respondió todavía en plan altanera.
Su mercantilismo bajo mi excitación y deseando culminar para que no se fuera de vacío, agarré sus pechos y acelerando el ritmo de mis caderas, forcé su cuerpo hasta límites insospechados.
―¡Eres un bestia pero me gusta!― berreó sin importarla que la estuviera usando sin contemplaciones.
La exclamación de la que consideraba mi propiedad provocó que olvidara cualquier precaución y convirtiendo mi cuerpo en una ametralladora, martilleé con fiereza el ojete de esa mujer. Ella al sentir mis huevos rebotando contra los pliegues de su sexo, me soltó:
―Córrete de una puta vez, mamón.
Curiosamente ese insulto fue el empujón que mi cuerpo necesitaba y agarrándome a sus hombros, regué con mi semen su interior mientras en mi mente era a Elena a la que estaba inseminando.
La puta ni siquiera esperó que descansara y saliendo de la cama, me exigió de malos modos que la pagara. Mientras lo hacía, en plan cabrón le pregunté si le había gustado el tratamiento.
Por vez primera se comportó como un ser humano y sonriendo, me reconoció que sí pero que la próxima vez, la avisara antes para tener su esfínter ya relajado….

Capítulo 4

La visita al putero lejos de calmar la desazón que me producía esa mujer la incrementó y como si fuera una venganza del destino, me pase toda la puñetera noche dando vueltas incapaz de dormir. El recuerdo de la pelirroja dando rienda a su lujuria y el brilló de sus ojos mientras el chaval se la follaba me tenía obsesionado.
«Mierda», maldije al levantar más cansado que al acostarme.
Las manchas de humedad en mis sábanas eran un recordatorio de la excitación que durante todas esas horas había nublado mi mente. Sabía que era un pelele en manos de esa zorra. Aun así después del desayuno y contrariando mi decisión de no acudir al gimnasio, resolví que nada perdía si me acercaba a ver que era con lo que la tal Elena me iba a recibir.
«Quizás desea un polvo», pensé ilusionado.
Por ello zanjando el tema, preparé una mochila con ropa de deporte y salí rumbo a la oficina. Mi sentimiento de humillación por ser incapaz de olvidarla se fue incrementando con el paso de las horas pero se volvió insoportable al recibir sobre las dos de la tarde, la visita del portero.
Como apenas había cruzado unas palabras con ese sujeto, me extrañó que viniera a verme y por ello le recibí con las debidas suspicacias. A pesar de ello, os juro que nunca pensé que me dijera:
―Doña Elena me ha pedido que le informe que bajará sobre y media.
La sensación que iba a ser vox populi mi atracción por esa mujer me hundió en la miseria pero aun así contesté que, allí, la vería.
«Estoy gilipollas», mentalmente mascullé cabreado conmigo mismo mientras el empleado de la finca desaparecía rumbo a su portería.
Una hora más tarde y actuando como un autómata, bajé al vestuario anejo al gim. La ausencia de otros usuarios me tranquilizó. Ya vestido de corto, entré al local y me puse a pedalear sobre una bicicleta estática mientras miraba la puerta con la esperanza y el miedo de verla entrar. Esa dicotomía en la que me había sumergido se rompió en cuanto la escuché caminar por el pasillo.
El taconeo característico que producía con cada paso me alertó de su llegada justo en el momento que dos ejecutivos hacían su aparición en la sala. No tuve que esforzarme para comprender que venían charlando de ella al escuchar que uno de ellos decía:
―¡Qué buena está la zorra!
Y es que obviando mi presencia, ese par se recrearon a gusto hablando de las enormes ubres con las que la naturaleza había dotado a esa pelirroja. Ninguna parte de su cuerpo quedó libre de su escrutinio porque una vez habían acabado con su delantera, fijaron su atención en las gloriosas nalgas de las que era dueña.
―¡Y cómo las mueve!― observó descojonado el más apocado de ellos.
Ese comentario me hizo rememorar el sensual meneo que me había impresionado la primera ocasión en que me topé con ella.
«Son impresionantes», ratifiqué mentalmente cuando como una diva, Elena entró en la sala.
Enfundada en unas mallas que no dejaba lugar a la imaginación y con un coqueto top blanco con tirantes, sonrió a los presentes para acto seguido comenzar a estirar mientras los tres presentes seguía atentos cada uno de sus movimientos. Nuevamente fui consciente de su belleza. A pesar de sus treinta y tantos, ese monumento de cuerpo atlético todo lo que uno puede desear de una mujer.
Guapa hasta decir basta, sus pechos de ensueño cautivaron mi atención y deseé hundir la cara en su canalillo. Al mirar a los otros dos tipos, comprendí que estaban tan embelesados como yo y que no perdían ojo
“¡Quién se la follara!”, exclamé mentalmente al verla agacharse y tocarse la punta de sus zapatillas.
Si su rostro era precioso que os puedo decir de ese culo que voluntariamente exhibía con descaro a nosotros tres. Para describirlo tendría que gastar todos los seudónimos de exuberante y aun así me quedaría corto. Era sencillamente espectacular y para colmo, los leggins que llevaba lejos de taparlo, lo hacían aún más atractivo.
Desde mi posición, me quedé absorto disfrutando de los estiramientos de esa mujer. Os parecerá una exageración pero aunque he visto a muchas y he disfrutado de buena cantidad de ellas, ese zorron era lo mejor que había visto. Parecía sacada de un concurso de fitness erótico. Sabedora del atractivo que producía a su paso, se movía cual pantera incrementando el morbo de todos los que la observaban.
«Esta mujer es un peligro», medité ya que al observarla uno solo podía pensar en cuidarla y protegerla.
Mis hormonas estaban ya disparadas cuando habiendo terminado de calentar, el putón que había visto follar en el vagón se puso a correr sobre la banda y al hacerlo sus pechos se balancearon en un movimiento casi hipnótico que estuvo a punto de producirme un desgarro de cuello.
Su modo de correr era tranquilo pero eso no me decepcionó porque todo en esa criatura era impresionante. A cada zancada sus pechos rebotaban suavemente bajo su top, dando a su carrera una sensualidad sin límites. Incapaz de decir nada, seguí mirándola durante diez minutos, manteniendo por mi parte un pedaleo constante.
«Como me gustaría calzármela», certifiqué molesto al llegar a mis papilas el dulce aroma que desprendía.
No sé cuál era el perfume que llevaba pero, para mí en esos instantes, era un cúmulo de feromonas que me traían como perro en celo.
«¿Qué se propone?» pensé al verla coger una botella de agua y sonreírme con una especie de reto en su gesto.
Su actitud me hizo incrementar mis precauciones y escondiéndome de su mirada, la seguí con los ojos mientras se acercaba a la pareja. Reconozco que para entonces, la curiosidad había hecho mella en mí por lo que sin ya disimular observé que se paraba frente a ellos y llevaba la botella a sus labios.
«No me lo puedo creer», mascullé interiormente cuando observé que en vez de beber, esa zorra lo que estaba haciendo era dejar mojar el top blanco.
Si yo estaba alucinado, más lo estaban los sujetos que ajenos a lo puta que podía llegar a ser esa mujer, admiraban embobados como la tela empapada comenzaba a transparentarse dejándoles disfrutar del rosado de sus areolas. Siendo ya el centro de las miradas, esa exhibicionista dio un paso más allá al quejarse de la temperatura que hacía mientras con descaro se acariciaba los pechos.
El impudor con el que esa pelirroja les estaba provocando azuzó a uno de los tipos a decir:
―Si tienes tanto calor, por nosotros no hay problema si te quitas la ropa.
Su respuesta me terminó de descolocar y es que soltando una carcajada, esa guarra dejó caer uno de sus tirantes mientras decía:
―Gracias por vuestra comprensión. No sé qué me ocurre pero estoy súper acalorada.
No contenta con quitarse el top con un sensual striptease, al dejarlo caer cogió sus enormes tetas entre las manos y como si fuera un trofeo, las mostró a la concurrencia.
«Lleva un piercing», murmuré al fijarme que su pezón derecho lucía un aro curvado que me hizo la boca agua.
Todavía no me había repuesto de la sorpresa cuando vi como el más joven de los dos se acercaba a Elena y atrayéndola hacia él, la empezaba a besar mientras con las manos se apoderaba de su culo.
―Me encanta― rugió la pelirroja al sentir que bajando por su cuello, el tipo se apoderaba de uno de sus botones y se lo empezaba a morder.
Os imaginareis mi estupefacción cuando el segundo se unió al banquete sin importarle mi presencia y mientras sus dos tetorras estaban siendo objeto de manoseos, la pelirroja me retaba con la mirada. Creyendo que me invitaba tambien a mí, me bajé de la bicicleta con intención de disfrutar de ella pero entonces esa puta me dejó claro que no lo deseaba al decir en voz alta:
―Me pone cachonda que alguien mire mientras me follan.
Por sus palabras había vetado mi participación pero no así mi presencia y sentándome en un banco a un metro escaso de los tres observé como le bajaban las mallas mientras esa guarra no paraba de gemir. No estoy muy orgulloso de mi actitud pero creo que disculpareis que me haya quedado allí, en cuanto os narre como la escena se fue calentando y es que mientras esos dos la desnudaban ella se agachó frente al menos osado y sin esperar su permiso, sacó el miembro erecto que escondía bajo el short.
«¡No me lo puede creer!», dije para mí al admirar la maestría con la que esa zorra lamía la extensión del ejecutivo mientras su compañera se hacía fuerte mordiéndole las nalgas.
Lo morboso de la escena, me dominó y solo la vergüenza que luego esos dos comentaran lo sucedido evitó que sacara mi propio miembro y me empezara a masturbar.
«¡Puta madre!», exclamé mentalmente cuando la pelirroja permitió con una sonrisa que el que tenía a su espalda la pusiera a cuatro patas y comenzara a jugar con su pene en su trasero, «¡la va a dar por culo!
Tal y como preví, el hombre uso su estoque para forzar el ojete y de un solo empujón se lo clavó hasta el fondo al tiempo que el otro agarraba la cabeza de la mujer y su falo hasta el fondo de su garganta. Los berridos de satisfacción con los que recibió tal tratamiento incrementó de sobremanera mi excitación y juro que de no estar paralizado por el miedo al rechazo, hubiera ido hasta ella y sacando ese invasor de su culo, lo hubiera sustituido por mi pene.
La pasión con la que esa pareja satisfacía su lujuria con Elena impulsó aún más si cabe su propia lujuria y sin importarle el ser oída por todo el edificio a berrear de placer mientras desde mi asiento, yo seguía dudando si sacar mi pene de su encierro.
―Pajéate para que yo lo vea― dijo la pelirroja con sus ojos fijos en mi entrepierna.
Estuve a un tris de hacerla caso pero la mirada de odio que me lanzó uno de los tipos, me sacó de las casillas y olvidando esa actitud sumisa, decidí pasar a la acción diciendo:
―A esta puta le gusta que la azoten.
Mis palabras no cayeron en saco roto y el mismo que me había taladrado con la mirada, agradeció la información y alzando su mano, soltó un sonoro azote sobre uno de los glúteos de la pelirroja. La reacción de Elena, aun siendo previsible, me sorprendió porque soltando un aullido aceleró la velocidad de sus caderas, al tiempo que profundizaba en la mamada que le daba al otro.
―Rómpele el culo sin miramientos― exhorté en plan hijo de puta.
El sonido de las manazas del ejecutivo cayendo sobre el culo de la mujer resonaron en el gimnasio siguiendo el ritmo con el que la sodomizaba. La pelirroja que hasta entonces había llevado la iniciativa se convirtió en una marioneta de sus amantes, los cuales descanso disfrutaron de su boca y de su culo hasta que uno descargó su simiente dentro de la garganta de la que ya estaba indefensa. Entonces y solo entonces, el otro sacando su verga del interior de los intestinos de ese zorrón, se la empezó a menear frente a ella y uniéndose a su compañero, eyaculó sobre sus mejillas mientras la mujer era presa de un brutal orgasmo.
Usando una autoridad que nadie me había dado, exigí a esa desdichada que no desperdiciara ni una gota de la lefa que la estaban regalando y ella al oírme, con una diligencia que me alucinó, me obedeció mientras su cuerpo era sacudido nuevamente por el placer.
Los sujetos debieron creer que yo era algo de ella porque se retiraron sin decir nada cuando cogiendo su melena, la arrastré hasta donde mi sitio y sentándome nuevamente, la ordené:
―Ya has jugado bastante, es hora que satisfagas a un verdadero hombre.
Una vez a mi lado, le ordené que me hiciera una mamada. Sumisamente, se agachó y liberando mi miembro de su encierro, abrió los labios para a continuación írselo introduciendo sin rechistar como había hecho antes con el otro tipo. Pero esta vez le exigí que usara solo su boca.
No sé si fue mi tono duro y dominante pero si antes me había dejado asombrado su maestría, en ese momento me alucinó aún más que su pericia, la sumisión que mostró mientras se embutía mi glande hasta el fondo de su garganta.
―Así me gusta, que seas todavía más puta conmigo― recalqué satisfecho al comprobar que dos lágrimas recorrían sus mejillas.
Mis palabras la hicieron reaccionar y sacando mi falo de su boca, me insultó mientras intentaba huir pero adelantándome a ella, me puse a su espalda y aprovechando que tenía mi pene erecto, de un solo empujón se lo metí hasta el fondo de su vagina.
―¡No!, ¡Por favor!― gimió al sentir su conducto violado.
Sin apiadarme de ella, forcé el único agujero que no había usado esa tarde a base de brutales embestidas mientras mis manos pellizcaban sus pezones con crueldad. Indefensa, Elena tuvo que soportar que al darse por vencida y dejarse de mover, mis manos azotaran su trasero diciéndole:
―¿No es esto lo que venías buscando?―
Llorando como una magdalena, me reconoció que así era. Su confesión me sirvió de acicate y mientras el dolor y la humillación de la muchacha iban mutando en placer, seguí machacando con furia su sexo. No tardé en asumir que estaba cerca su claudicación al sentir que una gran humedad anegaba su coño.
Con su vagina encharcada por el flujo, su placer se desbordó por sus piernas, dejando un charco bajo sus pies. Pero lo que realmente me reveló que esa mujer estaba a punto de correrse fue el movimiento de sus caderas. Olvidando que era yo quien la estaba violando, la pelirroja forzó su sexo hacia adelante y hacia atrás, empalándose en mi miembro mientras sollozaba su entrega .
―Tienes prohibido correrte― ordené mientras me afianzaba en sus hombros con mis manos y reiniciaba un galope endiablado.
Esa nueva postura hizo que mi pene chocara contra su útero y ella al notar esa presión, la descolocó y ya dominada por la lujuria y aullando como cerda en el matadero, me rogó que la dejara liberar la tensión de su sexo. Ni siquiera la contesté porque abducido por mi papel, en ese momento mi verga explotó en su interior regando con mi semen su fértil vientre. Completamente insatisfecha, Elena se quedó inmóvil consciente que un movimiento más le llevaría al orgasmo. Encantado con la sumisión que demostraba, eyaculé como poseso sobre sus tetas tras lo cual, sin decir nada, saqué mi miembro y la dejé sola tirada en el suelo.
Ya en la puerta, me giré diciendo:
―A partir de hoy, tú y yo jugaremos a diario.
Tras lo cual salí rumbo a mi oficina con una sonrisa en mis labios.

Para contactar con la coautora: pelirroja.con.curvas@gmail.com

Relato erótico: “De perra en celo a ser una cachorrita a mi servicio 3” (POR GOLFO Y ELENA)

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TODO COMENZÓ POR UNA PARTIDA2Este y todos los relatos de esta serie que están por venir consisten en las vivencias reales de Elena, una pelirroja con mucho morbo que me ha pedido ayuda para plasmarlas en relatos. Si quereís contactar con la co-autora podéis hacerlo a su email:  pelirroja.con.curvas@gmail.com.

También quiero aclararos que, aunque no son fotos de ella, lo creáis o no la modelo se parece mucho a Elena. Solo deciros que en persona sus tetas y su cuerpo son todavía más impresionantes.

Capítulo 5

sin-tituloEse polvo rápido cambió la historia. Si antes era un desgraciado suspirando unas migajas, eso había terminado porque desde el momento que había pasado a la acción, esa pelirroja no había podido o querido oponerse a que la tratara como la zorra que era. No solo la había usado oralmente sino que había coronado mi cambio de actitud con una cogida en toda regla donde ella solo fue un instrumento de mi lujuria.
Asumiendo mi nuevo papel, esa tarde ni siquiera la esperé a la salida del trabajo puesto que tenía que organizar un par de cosas para llevar a cabo la meta que me había propuesto y que no era otra que emputecer a Elena hasta que ni siquiera ella se reconociera.
Por ello directamente me fui a un sexshop que conocía. Allí me agencié un surtido de juguetes, los cuales pensaba usar para disfrutar de los encantos de esa mujer. No me importó pagar una cifra descomunal por ellos, ya que me servirían para saciar mi apetito sexual mientras pervertía y envilecía a esa guarra. Con ellos bajo el brazo llegué a casa y al contrario que la noche anterior dormí como un bendito, sin que nada ni nadie perturbaran mi descanso.
Me desperté de buen humor ya que ese día marcaría el comienzo de la reeducación de Elena. Conociendo de primera mano que estaba obsesionada por el sexo, debía canalizar su furor uterino para convertirla en mi esclava particular con la que experimentar mis sucias pasiones.
Ya en mi oficina usé el mismo conducto que ella había utilizado para contactar y llamando al portero de la finca, le pedí que la informara que la esperaba a comer en un restaurante cercano. La elección del local no fue al azar sino que gracias a que conocía al dueño sabía que podía confiar que de ser necesario, podría usar uno de sus salones privados para desahogarme con ella.
A las dos y cinco, estaba sentado a la mesa de un rincón y con una tranquilidad que era difícil de entender, esperé su llegada con una cerveza. Quince minutos más tarde, hizo su aparición. Al verla entrar, reconocí el nerviosismo de sus ojos verdes y divertido con la situación, me levanté a separarle la silla para que se sentara.
―Gracias― dijo coquetamente mientras tomaba asiento.
No me pasó inadvertido viendo su escote que se había desabrochado un botón de más para que me viera obligado a admirar el profundo canalillo que lucía entre sus dos tetas.
«Esta zorra creé que todavía puede manipularme», pensé sin hacer mención a ello. Reservándome, llamé al camarero y le pedí que nos trajera la carta de vinos.
El empleado no tardó en extendérmela y tras una breve revisión, elegí un Rivera reserva de mis favoritos. Elena permaneció callada todo el rato como evaluando sus opciones y sin saber a ciencia cierta, la razón de esa invitación. Dejé que su tensión se incrementara hasta que ya con nuestras copas llenas, sonriendo le pedí que me diera sus bragas.
―¿Qué has dicho?― preguntó sorprendida.
Con la naturalidad que da el saber que uno está al mando, respondí:
―¿Qué esperas a entregarme tu tanga?
Al oírme lo primero que hizo fue mirar a nuestro alrededor para comprobar si alguien de nuestro entorno se había dado cuenta de mi petición y al ver que parecía que nadie se había percatado, en voz baja contestó mientras intentaba levantarse:
―Deja que vaya al baño.
Soltando una carcajada, insistí:
―Quítatela aquí… enfrente de toda esta gente.
Me miró sabiendo que la estaba poniendo a prueba y decidida a no dejarse vencer tan fácilmente, se volvió a sentar en la silla y disimulando poco a poco fue levantando su falda. A pesar del exhibicionismo que me había demostrado, no era lo mismo hacerlo en un sitio donde nadie la conocía que allí y por eso sus mejillas estaban totalmente coloradas cuando con las dos manos se bajó esa prenda. Viendo que tampoco nadie había advertido esa maniobra, con una sonrisa, me la dio en la mano diciendo:
―Eres un cerdo.
―¡No lo sabes tú bien!― respondí mientras observaba ese coqueto tanga de encaje rojo.
Acojonada al comprobar que lo mantenía extendido entre mis manos y que todos los comensales podían adivinar que era de ella, me dediqué a disfrutar de su textura y de su olor.
―Huele a hembra― dije satisfecho― ¿Te has masturbado antes de venir?
Mi pregunta la cogió desprevenida y asumiendo que lo había descubierto por lo húmedo que estaba, no pudo negarlo y bajando su mirada, contestó afirmativamente. Su respuesta ratificó la opinión que tenia de ella y forzando su entrega, le ordené:
―Abre las piernas.
Elena se quedó perpleja al oírme pero venciendo la vergüenza, fue separando sus rodillas sin ser capaz de levantar su mirada del plato. Cubriendo otra etapa de mi plan, esperé que el aire acondicionado del salón recorriese su entrepierna mientras la miraba sonriendo. Que la observase tan fijamente además de incomodarla, la estaba excitando. Sus pezones ya habían hecho su aparición por debajo de su vestido cuando viendo que que se mordía los labios en un vano intento de no demostrar su excitación, busqué sus límites diciendo:
―Tócate para mí.
La pelirroja me fulminó con la mirada pero al comprobar que iba en serio, se puso nerviosa. No tardé en comprobar que la lujuria había vencido a su razón porque con lágrimas en los ojos, metió una de sus manos bajo el mantel y empezó a masturbarse. Aunque su sometimiento me era suficiente, la azucé a darse prisa y mientras liberara su tensión entre tanto comensal, no paré de decirle lo puta que era. Mis insultos lejos de cortar de plano su desazón, la incrementaron y en pocos minutos, fui testigo del modo silencioso en que esa pelirroja se corría.
Todavía estaba sintiendo los últimos estertores de su orgasmo cuando una camarera nos trajo la comida y su presencia evitó que me descojonara de ella nuevamente. La dejé descansar unos minutos, tras los cuales, directamente le comenté que sabía que estaba casada y que tenía una hija pero que en vez de ser un problema, me parecía un aliciente.
―¿Y eso por qué?― preguntó un tanto más tranquila.
Descojonado, contesté:
―Cuando te folle, lo haré pensando en el cornudo de tu marido.
Mi burrada le hizo gracia y en un ambiente ya relajado quiso saber si le tenía algo preparado. Riendo señalé bajo la mesa mientras le decía:
―Solo tu postre.
Increíblemente no le molestó que le insinuara que quería una mamada sino que incluso percibí en su mirada una especie de satisfacción antes de verla desaparecer debajo de la mesa. Lo hizo de una forma tan natural que pasó desapercibida y solo cuando sus manos me bajaron la bragueta, comprendí que esa guarra estaba convencida que había encontrado en mí el complemento ideal a su lujuria y que a partir de ese momento, podía confiar en que nunca se iba a echar atrás por muy pervertidas que fueran mis órdenes.
Confirmando que cumpliría todos mis caprichos, se lo tomó con tranquilidad. Lo primero hizo fue liberar mi miembro de su prisión, para acto seguido explorar todos los recovecos de mi glande. Cuando la tenía ya bien embadurnada con su saliva, ansiosamente, su boca se apoderó de mi extensión mientras sus manos jugueteaban con mis testículos.
Su pericia dificultó de sobremanera que pudiera seguir disimulando y es que a pesar de poner cara de póker, poco a poco la excitación me fue dominando gracias a la húmeda calidez de su boca y al estímulo que sus manos ejercían con la rítmica paja a la que tenía sometida a mi extensión. Si a eso le sumamos que a nuestro alrededor compartían local al menos una veintena de personas, el morbo de poder ser descubierto me terminó de calentar.
«Se ha ganado que le eche un polvo», pensé mientras imaginaba las formas con la que podía hacer uso de ese bello cuerpo, en las posturas y experiencias que podía disfrutar con ella.
Elena aceleró sus maniobras al sentir como mis piernas se tensaban presagiando mi explosión, succionando y mordiéndome el capullo, mientras con sus dedos pellizcaban suavemente mis huevos. Su pericia y dedicación hizo que todo mi cuerpo entrara en ebullición y sin poder aguantar el tipo, derramé mi placer en su boca. La pelirroja al notar las blancas y dulzonas andanadas contra su paladar, usó su lengua como si fuera una cuchara, para recolectar mi semen y no queriendo que nadie notara nada al terminar, con largos lametazos dejó mi verga inmaculada. Tras lo cual, me subió la bragueta y saliendo de debajo de la mesa, se sentó en su silla.
Al mirarla, tenía sus mejillas coloradas y su mirada brillaba excitada, producto quizás de la travesura que había cometido. Comprendí los límites de su calentura cuando relamiéndose me preguntó:
―¿Te ha gustado?―, me preguntó mi opinión.
―Mucho― respondí mientras pedía la cuenta.
Ya salíamos del restaurant cuando desde la caja, la camarera que nos había servido llamó mi atención con un gesto. Al acercarme a ver que quería, discretamente me entregó un papel al tiempo que me susurraba al oído que si quería que una tercera persona participara en nuestros juegos, la llamara.
―Pensaré en ello― respondí mientras certificaba que no habíamos conseguido pasar desapercibidos y que por lo menos una persona nos había descubierto.
Al comentárselo a mi pareja, lejos de cohibirla, saber que alguien había sido testigo de todo azuzó su libido y notando que una de mis manos le estaba acariciando el pecho, sin disimulo me rogó que le regalara con un pellizco en sus pezones.
―Eres la más cerda que conozco― respondí cumpliendo sus deseos.
El gemido que salió de su garganta fue tan evidente que pudimos oír los cuchicheos de los presentes y no queriendo que la situación se me fuera de las manos, tomé rumbo a la salida.
―¿Dónde tienes tu coche?― la pelirroja preguntó susurrando en mi oído.
Al explicarle que en el parking del edificio, Elene, comportándose como una perra en celo, me pidió que la llevara a un hotel. Dudé de la conveniencia de hacerlo por todo el trabajo que tenía acumulado, pero para entonces mi calentura había vuelto con renovadas fuerzas y casi corriendo llegamos a ascensor que llevaba al sótano. La pelirroja aprovechó los pocos segundos que estuvimos en su interior para magrearme y sabiendo que era incapaz de esperar para tirármela, busqué un lugar discreto de la primera planta donde poder desahogar mis ganas.
Una vez allí, la obligué a darse la vuelta y a apoyar las manos contra un bmw oscuro.
―¿Qué vas a hacer?― preguntó claramente excitada al comprobar que estábamos frente a la puerta por donde salían todos.
Sin darle tiempo a reaccionar, levanté su falda y aprovechando la ausencia de ropa interior, recorrí sus pliegues con mis dedos. No fue ninguna sorpresa encontrar su coño ya encharcado.
―¿Te pone bruta esto? ― susurré al apoderarme del erecto botón de su entrepierna.
Revelando su ninfomanía, me rogó que la tomara casi llorando. Pero en vez de complacer sus instintos, me dediqué a torturar su clítoris buscando ponerla todavía más cachonda. La zorra, sin contener el volumen de su voz, chilló de placer al sentir que su cuerpo convulsionaba producto de mis caricias y ya dominada por su naturaleza, me imploró que rompiera su culo.
―¿Eres adicta a las vergas en tu culo? ¿Verdad? ¡Zorra!― pregunté mientras mojaba un dedo en su coño y se lo incrustaba por el ano.
―¡Sí!― aulló sin saber que con ello llamaba la atención de dos muchachos que pasaban frente a nosotros.
Solo meneando esa yema en su interior, provoqué que Elena gimiera como si la estuviera matando mientras esos críos se acercaban a ver qué pasaba, creyendo quizás que esa mujer estaba en dificultades. Sus agresivos modos se transformaron en diversión al darse cuenta que estábamos follando y sin importarles que pensáramos, se quedaron mirando desde un coche aparcado a escasos metros de nosotros.
La presencia de los chavales exacerbó más si cabe la temperatura de la pelirroja y gritando como una loca, me rogó que la tomara. Acababa de subirle el vestido hasta la cintura cuando al girarme, descubrí que uno de ellos había sacado el móvil e inmortalizaba la secuencia.
No me importó la actitud del muchacho y aprovechando el relajado ano que el destino había puesto a mi alcance, de un solo empujón incrusté mi falo hasta el fondo. La satisfacción que demostró con sus berridos de placer al experimentar esa invasión en el ojete, me permitió iniciar un rápido galope sobre ella mientras mordía su cuello y le decía guarrerías.
―Dale duro― los críos me ordenaron al ver que bajaban el ritmo.
Azuzado por sus palabras, incrementé la velocidad con la que la estaba sodomizando de tal modo que con cada penetración, la cara de la mujer chocara contra la ventanilla del automóvil. Pensé que estaba siendo demasiado salvaje pero al percatarme de la felicidad del rostro de mi contrincante, comprendí que estaba disfrutando.
Sin dejar de filmar la escena, los muchachos me espolearon para que machacaran sin pausa ese trasero, de forma que haciendo caso al respetable, sometí a Elena a un cruel castigo que demolió las pocas defensas que aún mantenía.
―¡Qué gozada!― escuché que decía mientras se corría al no poder aguantar el ataque al que estaba sometiendo a su entrada trasera.
«Está desbocada», sentencié al observar sus piernas completamente mojada por el flujo que brotaba de su coño y muerto de risa, les pedí a los chavales que enfocaran su entrepierna para que pasara a la posteridad el geiser en que se había convertido.
Gozando como nunca, Elena usó los movimientos de su culo para exprimir mi verga con una eficacia tal que despertó los aplausos de los mirones. Espoleado por las ovaciones, convertí su trasero en un frontón donde golpeaba rítmicamente mi pene y ella sintiéndose desbordada nuevamente con un aullido, se vio presa de un espeluznante orgasmo. Su clímax me estimuló a seguir machacando su esfínter hasta que totalmente domada y cual potrilla, se desplomó contra la carrocería del coche.
«Ahora me toca a mí», sentencié mientras me agarraba a sus pechos para seguir forzando su adolorido ojete.
Era tanto el placer que la dominaba que sin poderlo evitar, pude contemplar como de la boca, se le caía la baba.
―Cabrón, me estás matando― chilló al sentir que con las manos agarraba su melena y usándola como riendas tiraba de ella hacia atrás.
Las quejas de la pelirroja no afectaron a mi ritmo, sino que incluso fueron el aliciente que necesitaba para seguir aporreando brutalmente a mi montura. Afortunadamente para mi víctima, la acumulación de sensaciones hicieron imposible que siguiera reteniendo mi eyaculación y mientras obligaba a la mujer a seguir exprimiendo mi miembro con sonoras nalgadas, me corrí como pocas veces. La rudeza de esas caricias y un postrer orgasmo la hicieron flaquear y lentamente fue cayendo al suelo mientras rellenaba con mi semen su trasero.
Elena seguía tirada sobre el asfalto cuando descojonado me acerqué al chaval que había grabado la escena y con una sonrisa en los labios le pedí que como pago al espectáculo, quería una copia de la película. Muerto de risa me pidió mi número y sin poner ninguna objeción, me la mandó por whatsapp. La pelirroja todavía no se había recuperado del esfuerzo y por ello, tuve que ayudarla a levantarse mientras los chavales educadamente se despedían.
Ya solos y mientras se acomodaba la ropa, le enseñé el tesoro que guardaba en la memoria de mi teléfono.
―¡Qué vas a hacer con eso!― murmuró todavía impresionada porque no se había dado cuenta mientras follábamos que los críos estaban inmortalizando el momento. Si creéis que estaba enfadada, os equivocáis. Por su tono comprendí que saberse grabada la había excitado y a modo de gratificación, solté un azote en su mojado trasero mientras le decía:
―Chantajearte, si no quieres que llegue a las manos de tu marido, serás mi puta durante un año.
Juro que jamás creí que lejos de aterrorizarse, respondiera a mi vil extorsión diciendo:
―No te hará falta porque lo creas o no, me has hecho descubrir sensaciones desconocidas y sé que a tu lado, conoceré facetas del sexo con las que ni siquiera he soñado.
―¿A qué te refieres?― complacido susurré en su oído.
Radiante me miró a los ojos mientras respondía:
―No te rías pero no puedo dejar de pensar en lo siguiente que me vas a ordenar hacer.
―¿Y eso te excita?
El brillo de sus ojos anticipó su respuesta:
―¡No sabes cuánto!― y ratificando con hechos sus palabras, cogió una de mis manos y la llevó hasta su encharcado coño para que comprobara que no estaba mintiendo. Habiéndomelo dejado, me soltó: ―Solo pensar en complacerte, me pone bruta.
―¿Me estás diciendo qué te excita obedecerme?
―Aunque no me comprendas, sí― contestó mientras su almeja volvía a babear: ―Siempre he sido muy lanzada pero ahora me vuelve loca saber que tú estás al mando.
Sorpresivamente, esa guarra sin remedio se estaba auto nombrando mi sumisa y buscando el confirmar ese extremo, le pregunté:
―¿Te apetece que sea tu dueño?
Con felicidad casi enfermiza, respondió:
―Ya lo eres.
Su respuesta despejó mis dudas y recreándome en mi nuevo poder, me dediqué a masturbarla mientras esperábamos el ascensor que nos llevara a nuestros trabajos. Ni siquiera se habían abierto las puertas, cuando con una sonrisa de oreja a oreja, me preguntó:
―¿Esta noche mi amo me usará o me dejará esperando?
Soltando una carcajada, respondí:
―Vete a casa y folla con tu marido porque a partir de mañana, tendrás el coño tan rozado que no permitirás que se te acerque.
Eufórica respondió:
―Por eso no se preocupe, no sé qué le pasa pero ya no me toca.
―Yo sí sé que le pasa…¡es un imbécil!

PARA CONTACTAR CON LA COAUTORA: pelirroja.con.curvas@gmail.com

Relato erótico: “Cogiendo con desconocidos 2” (POR INDIRA)

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Antes que nada quiero agradecer todos los correos que he recibido, invitaciones incluso, en especial de una pareja muy linda de monterrey, me encanta leer sus correos, más aún si me mandan fotos de ustedes, cuando lo hacen respondo de igual manera. Gracias por todo y espero seguir relatando mas de mis anécdotas, todas son verídicas. 🙂 Y ya acepté la invitación de alguien que me escribió por este y pronto podré contarles ese relato ya que fue algo lindo también y en un cine, Cinapolis !
… Continuación de Cogiendo con desconocidos 1.
Nos presentamos mientras el vehículo avanzaba, me comentó que era soltero y que trabajaba en la línea de supervisor, etc, etc.
Mme preguntó si quería escuchar música y saco un reproductor, me paso un auricular y él tomó otro, a mí siempre me ha molestado el auricular en la oreja izquierda así que me lo puse del otro lado con la consecuencia que se tuvo que acercar a mí para que el cable alcanzara para ambos.
Me preguntaba cosas triviales y yo respondía cortantemente, al ser de noche un señor de dos asientos adelante nos cayó son el típico “shhh”, me causó gracia y para no hacer tanto ruido Roberto, que así se llamaba me empezó a hablar casi en el oído izquierdo.
Él: Que tipo tan pesado no?
Yo: Mmmm aja, me había hablado soplado en mi oído, y eso me enloquece…
Él: Te gusta esa música o le cambio?
Yo: Esta bien, y en ese momento me acaricié ambos brazos en señal de frío y es que ya comenzaba a sentirse un poco.
Él: Hace frio no? Espera voy por una frazada.
Amablemente se paró por una y  la extendió sobre mí y al acomodarla rozo mis tetas, el audífono se me cayó y me lo volvía  acomodar, el aprovecho para “jalarme” hacia el con el pretexto del cable, yo me dejé y quede de espaldas a él y el abrazándome por atrás, yo esta tapada con la frazada por lo que no se veía nada.
Su boca quedo entre mi cuello y oreja, y me empezó a decir cosas lindas como estas hermosa sabias?
Yo me empezaba a poner caliente y solo pude morderme el labio y decir “aja”, el aprovecho mi sumisión para meter su mano bajo la frazada y posarla en mi vientre sobre mi delgado vestido acariciando mi ombligo, yo recargue completamente mi cabeza hacia atrás y el empezó a subir y bajar su mano por mi vientre, la subía hasta debajo de mis senos y la volvía  abajar hasta sentir mi tanga y de regreso, un vaivén delicioso.
Me encanta tu ombligo dijo en el momento en que la otra mano entraba bajo la frazada, al hacerlo tuvo que ser aplastado su antebrazo por ms tetas, ahora hizo el mismo movimiento con la otra mano, pero al moverla me sobaba la teta derecha con el antebrazo, de inmediato mis pezones respondieron, la tela del sostén me estorbaba quería que me acariciara sobre el vestido solamente, el parece que leyó mi pensamiento porque me dijo: Estorba esto no? A la vez que con sus dientes mordía la parte del tirante de mi sostén.
Me eche hacia adelante y entendió perfecto la señal, con un movimiento de un casanova quito el broche con una mano rápidamente yo saque por el frente el sostén y mis pezones duros se me marcaron en el vestido, me volví a recostar hacia él y no perdió tiempo, inmediatamente empezó a masajear mi teta derecha sobre el vestido, su boca lamia mi cuello y oreja y con su otra mano empezó a acariciarme las piernas.
Dios otra vez estaba en las nubes, sacando jugos, demasiados, el olor nuevo empezó a mezclarse con el viejo y mi tanga seguramente ya estaba empapada y mi panochita palpitando.
Subió lentamente hasta llegar a mi panochita cubierta por mi tanga, yo abrí las piernas y empezó a dedearme encima de la tanga, arriba me lamia delicioso el cuello y ya había bajado un tirante del vestido y acariciaba una de mis tetas al natural.
Por la posición en que estaba empecé a sentir su pene en mi espalda, ah que ganas tenía de que me cogiera, con mi antebrazo empecé a acariciar su paquete mientras en me dedeaba rápido y yo ya no podía más empecé a gemir despacio, gemía cada vez más, mi respiración estaba agitada.
Acomodé mi mano de tal forma que pudiera agarrar su pene sobre el pantalón y al acariciarlo me dijo con lamiditas en mi oído, “te gusta el pito eh?”, yo respondí completamente salida, “me encanta”. El desabrochó su pantalón y yo me recosté lo más que pude para que mi boca mamara ese pito que ya se me antojaba mientras el seguí con su trabajo manual en mi panochita.
Allí estaba yo, con la blusa abajo, mis tetas al aire, con 3 dedos de un desconocido dentro de mi jugosa y muy abierta cosita y mamandole toda la verga.
Me la metía completa hasta llegar a los huevos, mi saliva y sus líquidos mezclados, más el olor de mis jugos hacían del ambiente algo muy especial, algo hipnotizador, a mí siempre me ha encantado el olor a SEXO, cuando lo huelo no puedo evitar ponerme caliente y en esta situación esto me prendió más aún.
Me tomó de la cabeza con una mano y me hizo moverla sobre él, simulando que me cogía la boca, aunque en realidad eso hacía, su pene llegaba hasta mi garganta y con la lengua jugaba sobre él, la sacaba completa de mi boca y me pegaba con él en los labios, en la cara, me la pasaba por todo el rostro y yo abría la boca y sacaba la lengua para sentir ese pedazo de carne.
Por la posición en que estábamos podía yo ver parte del pasillo del camión y vi como el señor que nos había cayado antes estaba completamente volteado intentando ver algo en la oscuridad ya que seguramente había escuchado lo que pasaba, eso me excitó más aún, que alguien me vea mientras me comporto como una puta y se le antoje cogerme me fascina.
Me levante y me puse de frente al señor dándole la espalda a mi amante para que me cogiera, tomé su pene y me lo metí en la vagina mientras el aplastaba mis tetas y me mordía el cuello por atrás.
Bajo una de sus manos a mi clítoris y empezó a acariciarlo muy rico mientras yo me daba sentones en él, el señor me podía ver más de la mitad del cuerpo, me veía con el vestido en la cintura, una teta al aire y la otra siendo manoseada salvajemente por mi amante.
Estaba yo en el cielo recosté mi cabeza hacia mi amante y gemía ya bastante pero por el sonido de la película que habían puesto no se podía escuchar, la escena era bastante cachonda, el señor me veía con la luz de la tele y en un momento yo le miré directo a los ojos mordiéndome el labio. Mi amante no aguantó más y me lleno de leche la panocha, sentí como se infló su pene y empezó a sacar todo, me encanta sentir cuando se vienen en mí.
Yo no había terminado y estaba bastante caliente así que me eche hacia  adelante agarrándome del asiento para que el pudiera moverse libremente y así evitar que se le pusiera flácida. Lo entendió y me tomo de la cintura y me la metió muy rápido, muy rico, sentía como el semen que tenía ya a dentro empezaba a salir cuando entraba su pene nuevamente, me encanta el semen así que no podía desperdiciarlo y baje la mano, tomé con mis dedos lo que salía de mí y me los chupe, es un delicioso manjar producto de ser tan puta, es mi premio así que nunca los he desperdiciado, tal vez después platique quién me enseño a comérmelos, a disfrutarlos. J
De pronto llegamos a la caseta y el me seguía cogiendo muy rápido y rico pero un poco adelante la luz del camión se prendió en señal que subirían pasaje o que bajaría, me dijo me tengo que bajar pero no quiero y me seguía dando, por la ventana vi como un señor se acercaba al camión con una libreta, era compañero de él supongo y subiría al camión a contar el pasaje, así es aquí en mi país.
Cuando saludo al chofer supe que todo había terminado y me zafé de su pene, baje mi vestido y me acomodé los tirantes, mientras el rápidamente se acomodaba la ropa, en cuanto llegó el supervisor a nuestro lugar todo estaba en orden, solo el olor que seguramente era por mucho detectable, SEXO, lujuria.
Se saludaron y le dijo, “ya voy”, se voltea hacia mí y me planta un beso delicioso en la boca como presumiéndole a su compañero que yo era su novia, o faje, o amiga. Su compañero me vio con lujuria y yo me dejé querer por mi amanteJ
El compañero se fue rápidamente mientras mi amante me dijo al oído, “me das tu número, ha sido el mejor sexo de mi vida”. Busqué mi bolso, tomé un plumín que siempre cargo, me alce para poder sacar mi tanga blanca bastante olorosa y manchada de mis jugos y parte de su semen. Le apunté mi número sobre ella con un corazón y antes de dársela me aseguré que los otros empleados que estaban abajo platicando con el supervisor que había bajado (y seguramente les estaba platicando mi) la vieran, sí que vieran que le estaba dando una tanga usada con mi número a su compañero, aún recuerdo la cara que pusieron cunado me vieron contoneándola en mi mano, se codeaban unos a los otros para que voltearan a verla.
Se la entregué a mi amante y le di las gracias, siempre hay que dar las gracias cuando te dan una buena cogida, aunque yo no terminé estuvo bastante rica y fueron más de 40 minutos de cachondería.
Él se paró tomó su cartera y sacó un billete de 500 pesos y me lo dio, yo puse cara de asombro pero me dijo, es para que te compres otra tanga, WoW pensé yo aparte de darme una buena cogida me paga la tanga, esos hombres me agradan, los “responsables”. Le agradecí me paré de rodillas sobre el asiento para darle un último beso, obviamente sus compañeros veían toda la escena desde abajo y el me acarició las nalgas sobre el vestido.
Se fue y me quedé caliente, sin calzones, sin sostén, con 500 pesos y muy cansada.
Solo tomé la frazada, la tomé de almohada y me recosté sobre la ventana a esperar que el camión avanzara,  comencé a sentir como salían de nuevo restos de que alguien me acaba de coger, baje la mano, puje un poquito, y salió el líquido, lo tomé entre los dedos, lo observé, lo olí, y lo saboree.
Intenté quedarme dormida un rato, ya solo faltaba una hora para llegar a mi destino pero sentí una mano en mi hombro, me espantó ya que no había nadie atrás de mí, me volteo y veo al señor que estaba enfrente en el asiento detrás mío, veo lo que trae en la mano y es un billete de 500 pesos.
Menudo cabrón pensé, no sentí a qué hora se pasó detrás y encima ¿me ofrece dinero? Imaginé que se había pasado antes de que se fuera mi amante, es decir que pudo ver cuando le di la tanga y cuando me dio el dinero.
No sabía cómo reaccionar, pero recordemos que estaba caliente y una mujer caliente al igual que un hombre no piensa, solamente quiere sexo así que tomé el billete, lo guarde en mi bolso y me pase a su asiento.
Él ya estaba listo, tenía el pito de fuera y se la estaba jalando, WoW, era enorme,  por fin creo que podré venirme,  pensé.
Me senté a su lado y le pregunte ¿qué quieres?, no contestó solo me tomó de la cabeza y me jalo para mamar su pene, Dios mío, era enorme, muy ancho y largo, lo sentía delicioso, llegaba muy al fondo de mi garganta, hasta me hizo atragantarme un poco.
Se le empecé a mamar muy rico mientras él me dedeaba, el gemía en señal de extrema excitación y yo me puse más caliente aún, comencé a escurrir fluidos, míos y de mi amante anterior y el los tomó entre sus dedos y me los embarro en mi culito, me metía cuidadosamente la mitad del dedo en mi culo mientras otros tres en mi panocha.
Tenía en verdad una verga muy rica y no aguanté más, me paré y me monté sobre él, no tenía calzones así que solamente alcé mi vestido y me ensarté en el de frente a él, podía lamer mis tetas y nalguearme a placer, me movía muy rápidamente ya que esta vez quería terminar yo ya que no lo había hecho la vez anterior y estaba muy caliente.
El me jalaba hacía el mientras yo hacía en la medida de lo posible movimientos de pelvis para sentir su pene más adentro, el me metió un dedo completo en el culo, completito, eso me excitó más y empecé a venirme delicioso me contonee como una puta, gemí bastante, no me importó si me escuchaban, me alce sosteniéndome con mis rodillas en los asientos para dejarlo moverse el ya que yo estaba en un orgasmo total.
El seguía cogiéndome, sentía su dedo en mi culo y mi vagina llena, las mujeres que han estado con un hombre con un buen instrumento saben a qué me refiero, sientes como tu vagina esta estirada y sientes el pene adentro, que te llena.
Mmmmm, ahhh, mmmmm, papi, si…. Mmmmmmm, ahhhhh, cógeme, dame más, papi ……
Tenía muy buen aguante, terminé de venirme y el seguía igual que al inicio, duro y grande, me mordía las tetas, muy fuerte, incluso me dejo marcas, eso me excitó de nuevo, no hay nada más delicioso que venirte varias veces sobre una verga.
Puso ambas manos en mis nalgas y con sus dos dedos medios en mi culo, me lo abrió bastante y yo estaba salida de nuevo, me movía sobre él, y le pedía más.
El jalaba los jugos de mi panocha para lubricar mi culo y me metía los dedos muy rico, me lamía el oído y mientras me dijo, “te quiero coger por atrás”, yo seguía con el movimiento de caderas sobre él y por un momento pensé en decirle que no debido a su tamaño, pero recordé que no muy a menudo encuentro un instrumento come el de él así que no me hice del rogar J
Me zafé de él, sentí como me dejaba un hoyo en la vagina señal de que me metieron una buena verga.
Volteé al pasillo para ver si nadie venía y me pase al siguiente asiento, de al lado después del pasillo, puse mis rodillas sobre el asiento, me quite el vestido y alce mi culo, él se paró y quedó la mitad de su cuerpo en el pasillo, comenzó por poner su cabeza en mi ano, yo apreté fuerte los dientes pes sabía que me dolería bastante, metió su cabeza completa mientras su mano hacía círculos en mi clítoris, empezó a moverse lentamente, tenía experiencia el señor, se lo agradecí bastante, se movía despacio para que mi ano se acostumbrara a su pene.
Era enorme sentía que me partían a la mitad, pero me gustaba, ya había metido la mitad y empezó a moverse de atrás hacia a delante, uyyy, era delicioso, me estaba partiendo el culo, comenzó a dedearme por el frente, sentir dos penes al mismo tiempo siempre ha sido lo máximo para mí, y esto se comparaba por el tamaño de lo que me metía atrás.
Me dolía bastante pero el placer era mayor, me estuvo dando un buen rato, jalo mis brazos hacia atrás y me jalaba hacia el ayudándose de ellos, me sentía toda una puta cogiendo con un señor que me había pagado por metérmela. El placer llegó al máximo en mí, me empecé a venir de nuevo, él lo notó y aceleró sus embestidas, y me comenzó a nalguear, mmmmm, quería que me nalgueara fuerte pero por el lugar no podía hacerlo tan fuerte, se recostó en mi espalda, quedé aprisionada con su peso encima de mí y el asiento del camión, su aliento en mi oído, su respiración y sus palabras ayudaron a que tuviera un orgasmo delicioso.
Eres una puta, ¿te encanta la verga verdad? Te vistes como puta, eres una perra, andas buscando quien te lo meta, ¿me puedo venir en ti?
Ya me había yo venido 2 veces con él se merecía lo que quisiera así que le dije: “donde quieras”.
Me la sacó de golpe dejando entrar aire a mi colita, yo seguía en mi orgasmo y estaba totalmente entregada a la lujuria. Se la empezó a jalar para terminar y yo me voltee abriendo las piernas y acariciándome el clítoris y las tetas.
Empezó a venirse, derramando una enorme cantidad de lechita cobre mi cuerpo, cayó el primer chorro en mi panocha y vientre, el segundo en mis tetas, el tercero en la cara, yo tomaba su semen y me lo embarraba en todo el cuerpo, me sentía una puta completa.
Me jaló hacia él y me la metió en la panocha, sentí como aún salían dos chorros de semen adentro de mí, me cargó y se sentó conmigo encima, yo caí rendida en él.
Me había dado una cogida excelente, tomé la lechita que resbalaba por mi cuerpo con mis dedos y los lamí, mi panocha palpitaba y apretaba su pena aún duro pero comenzaba a ponerse flácido.
Uffff, nos quedamos algo así como 5 minutos y empecé a ver que estábamos llegando al pueblo, se veían casas y las lámparas de la calle alumbraban al pasar el camión junto a ellas, me paré y sentí como escurrí semen, bastante sobre él, no podía dejarlo pasar así que se lo lamí un poquito, limpiándolo de los restos de semen, me los tragaba, lo que cayó en sus piernas lo lamí, le dejé limpio, muy limpio el pene, busqué mi vestido y me lo puse mientras él se vestía también.
Estaba sudando bastante super acalorada así que cogí una botella de agua en mi bolso, él me dijo que era una excelente amante y me dio 200 más, alcé la ceja y me dijo: de propina.
Jaja, vaya puta que soy dije mientras los tomaba y los guardaba.
Indira.
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Relato erótico: «Memorias de un exhibicionista (Parte 9)» (POR TALIBOS)

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MEMORIAS DE UN EXHIBICIONISTA (Parte 9):
CAPÍTULO 17: LOS JUGUETES DE ALICIA:
Domingo por la mañana. No fueron precisamente las primeras luces del alba las que me sacaron del sueño. Más bien las del mediodía. O más tarde incluso. Estaba en modo vago total.
Me estiré en la cama, solazándome con lo bien que me encontraba después de una reparadora noche de descanso. Estiré brazos y piernas todo lo que pude, desperezándome y fue entonces cuando me di cuenta de que estaba solito en la cama.
Joder, debía haber estado en coma si no me había enterado de cuando Tatiana se había levantado, pues ella no solía ser discreta precisamente.
–          ¿Tati? – exclamé en voz alta, alzando a duras penas la cabeza de la almohada.
Escuché entonces un golpe sordo y unos ruidos procedentes del cuarto de baño anexo, lo que me reveló el paradero de la chica.
–          ¡Estoy en el baño! – me contestó, su voz amortiguada por la puerta que separaba ambas estancias.
–          ¿Estás en la ducha? – pregunté empezando a sentirme juguetón – ¡Voy a reunirme contigo!
–          ¡NO! – aulló la chica en voz todavía más alta, sorprendiéndome – ¡Ya casi he acabado! ¡Me visto en un segundo y ya salgo!
Resignado, me dejé caer de nuevo encima del colchón. Mi memoria regresó entonces a los acontecimientos del día anterior, lo que provocó que una sonrisilla estúpida se perfilara en mis labios. Como quien no quiere la cosa, deslicé una mano bajo las sábanas y la colé dentro de mi slip, comenzando a sobarme el falo, que empezaba a ponerse morcillón. No tenía verdaderas intenciones de masturbarme, era sólo que… me apetecía tocarme un poco los huevos.
Como había prometido, un par de minutos después la puerta del baño se abrió y apareció Tati, vestida con shorts y camiseta, con el pelo envuelto en una toalla. Me lamenté en silencio pues, si llega a llevar la toalla envolviéndole el cuerpo en vez de la cabeza, no habría tardado ni un segundo en arrancársela y empezar el día con alegría, como dicen por la tele.
–          Hola guapísima – le dije sonriente, cruzando las manos tras la nuca y mirándola divertido.
–          Bu… buenos días, cari – respondió ella bastante aturrullada – ¿Qué tal has dormido?
–          Estupendamente. Anoche estaba agotado. He dormido toda la noche de un tirón.
–          Sí y yo – asintió la chica – Estaba cansadísima.
Tati me miró un segundo, mientras charlábamos, pero, cuando nuestros ojos se encontraron, ella apartó la mirada, ruborizándose un poco.
–          ¿Estás bien? – pregunté un tanto inquieto.
–          Sí, sí, estupendamente.
Demasiado rápida su respuesta. Y seguía sin mirarme a los ojos.
–          Ya sé que es tarde, pero, ¿quieres que te prepare algo para desayunar? – dijo tratando de cambiar de tema – Puedes darte una ducha mientras tanto.
Y salió del dormitorio sin esperar siquiera mi respuesta. Mi nivel de inquietud subió considerablemente.
Minutos después, mientras me enjabonaba bajo el chorro de la ducha, mi cabeza no paraba de darle vueltas a la situación. ¿Se habría arrepentido de lo del día anterior? ¿Se sentiría avergonzada? ¿Iba a echarse atrás?
Joder. Sobre todo esperaba que no se sintiera molesta. Podría soportar que Tati decidiera abandonar el juego, pero, si la habíamos traumatizado de alguna forma…
Cuando me reuní con ella en la cocina, era yo el que se sentía aturrullado. Tenía la sensación de que podía irse todo al garete. Una pena, ahora que las cosas empezaban a ponerse de veras divertidas…
–          ¿Quieres café? – me preguntó mientras yo me sentaba a la mesa.
–          Sí, por favor.
Tras llenar mi taza, Tati se sentó enfrente de mí y empezamos a comernos unas tostadas. Yo la miraba en silencio, nervioso, temeroso de interrogarla sobre lo que estaba rondándome por la cabeza. Se había quitado la toalla de la cabeza y estaba super sexy, con los cabellos mojados empapando su camiseta.
–          ¿Cómo estás? – pregunté, armándome de valor.
–          Bien – dijo ella encogiéndose de hombros – Lo de ayer fue una locura.
–          Sí que lo fue. ¿Y no hay nada que quieras contarme?
Tati se quedó mirándome, con la tostada a medio camino hasta su boca. Me di cuenta de que tenía una pequeña mancha de mantequilla en la mejilla, lo que le daba un aire de inocencia conmovedor.
–          No. ¿A qué te refieres?
–          A lo de ayer. ¿Estás segura de que…?
–          ¿Otra vez con lo mismo? – exclamó la chica interrumpiéndome, poniendo los ojos en blanco – Ya te he dicho que estoy decidida a participar en esto. No voy a rendirme…
–          Vale, vale – respondí alzando las manos en señal de paz, sorprendido por el súbito arranque de Tati – Es sólo que me preocupo por ti. Y antes, cuando saliste del baño, me pareció que estabas un poco rara…
En cuanto dije esto, Tati, sin poder evitarlo, bajó la mirada, como si se avergonzase de algo.
–          ¿Lo ves? – exclamé triunfante – A ti te pasa algo. No lo niegues. Vamos nena, es necesario que seas sincera conmigo. Si no estás a gusto con esta historia…
–          Que no, tonto, que no es eso…
Me quedé parado. Había conseguido que admitiera que algo pasaba, ahora sólo faltaba sonsacarle qué era.
–          A ver – dijo ella suspirando resignada – Esta mañana, cuando iba a la ducha… Jo, cari, me da vergüenza decírtelo…
Aquello despertó todavía más mi interés.
–          No seas tonta. Puedes contarme lo que quieras – dije estirando una mano y aferrando la suya por encima de la mesa.

–          Bueno… pensé que… Lo de ayer… Ya sabes, las fotos y eso…
No tenía ni idea de adonde quería llegar. Pero algo me decía que no iba a ser un problema tal y como me temía minutos antes.
–          Venga, Tati, dímelo. Confía en mí.
–          Se me ha ocurrido… ya sabes… probar yo sola.
–          ¿Probar el qué?
–          Pues eso… Hacer unas fotos…
Sí, ya lo sé, tienes razón, parecía medio idiota. No sé cómo me costó tanto comprender a qué se refería. Esa mañana estaba bastante espesito, lo reconozco.
–          ¿Quieres decir que te has hecho unas fotos en el baño? – pregunté divertido, cuando por fin encajaron todas las piezas del puzzle.
Tati no contestó, sino que asintió con la cabeza en silencio, toda colorada, mientras bebía lentamente de su café.
–          ¡Tengo que ver eso inmediatamente! – exclamé poniéndome de pie de un salto – ¿Dónde está tu móvil?
La perspectiva de que Tati se hubiera hecho fotos ella solita me hizo abandonar el modo vago total y entrar directamente en el de verraco máximo. La sola idea de que mi novia, la vergonzosa Tatiana, se hubiera animado a hacerse fotos guarrillas, me excitaba terriblemente. Porque las fotos tenían que ser guarrillas, ¿verdad?
Tatiana no dijo ni mú mientras yo salía de la cocina e iba al salón, a revisar la mesita donde siempre dejábamos los teléfonos y las llaves. El suyo no estaba.
–          ¿Dónde has metido el teléfono? – aullé desde el salón.
Pero ella no contestó, lo que me hizo recelar.
Con la sospecha en mente, regresé a la cocina y la miré con suspicacia. Tati, tratando de disimular, no me miraba directamente, pretendiendo estar totalmente concentrada en su taza de café.
–          Lo llevas encima, ¿verdad? – inquirí juguetón.
Tati no dijo nada, pero sus labios se curvaron casi imperceptiblemente con una sonrisilla pícara.
–          Dámelo – canturreé, aproximándome muy despacio.
Tati, que no me quitaba ojo, sonreía cada vez más abiertamente, desplazando su silla por el suelo muy despacio, apartándose de mí. Yo, como el lobo de Caperucita, me acercaba dispuesto a atacarla en cualquier momento y ella, con disimulo, se preparaba para la fuga.
Finalmente, el depredador se arrojó sobe su presa, pero ésta, con agilidad pasmosa, se incorporó de un salto y, dando un gritito, salió disparada de la cocina, seguida de cerca por el lobo, que estaba cada vez más cachondo y no estaba pensando en comérsela precisamente.
La persecución duró poco. La pobre gacela fue arrinconada en el dormitorio y arrojada sobre el colchón, entre risas, mientras el lobo se encaramaba encima de ella (aprovechando el meneo para sobetearla a placer) y, tras sentarse sobre su estómago, sujetó sus manos junto a la cabecera de la cama, impidiéndole escapar.
Tatiana, riendo, se retorcía bajo mi cuerpo, tratando de librarse, pero yo no la dejaba. No me costó nada encontrar el teléfono, que estaba metido en la cinturilla de sus shorts. Ella dio un gritito cuando aferré el aparato, pero me las arreglé para sujetar sus dos manos con una sola de las mías, con lo que podía manipular el teléfono con la otra. Tatiana me miraba con una expresión medio lasciva, medio divertida, que me hizo estremecer.
Desbloqueando el móvil con el pulgar (ambos conocemos la clave del teléfono del otro) no tardé ni un segundo en acceder a la galería fotográfica, mientras Tati se retorcía muerta de la risa, intentando recuperar el aparato.
En cuanto empecé a ver las fotos, dejé de reírme. No, que va, no vayas a pensar que no me gustaron… es que me dejaron sin palabras.
Tatiana se había apuntado a la moda del “selfie” y se había hecho un montón de fotos en la intimidad del cuarto de baño. Para las primeras, había usado el espejo que hay encima del lavabo, haciéndose unas instantáneas, bastante inocentes, en ropa interior, sosteniendo el teléfono en una mano mientras adoptaba poses no demasiado sugerentes.
Pero la cosa se iba caldeando.
Pronto, el sujetador desapareció del panorama, pero, por desgracia, la chica no dejaba en ningún momento de taparse los senos con la mano libre, lo que he de reconocer resultaba super erótico.
Entonces comenzó una serie de fotos en las que no usó el espejo, los “selfies” propiamente dichos, en los que, estirando el brazo al máximo, se hacía fotos desde arriba, con una perspectiva cenital.
Joder, qué cachondo me puse; me encantaron esas tomas en las que la chica se fotografiaba su exquisita anatomía, tapándose pudorosamente los pechos con el brazo. En algunas, se atisbaba un poquito de areola, a punto de dejar entrever el pezón y eran esas las que me ponían malo.
La madre que la parió. Eso fue lo que pensé cuando, por fin, descubrió uno de sus senos permitiendo admirarlo en todo su esplendor, deleitándome con su forma y tamaño perfectos.
–          Veo que te gustan – escuché que decía Tatiana.
–          ¿Eh? – dije regresando por un instante al mundo real.
Miré a Tatiana y me encontré con que sonreía de oreja a oreja. Sin darme apenas cuenta,  había liberado sus manos, pues estaba manipulando el móvil con las dos mías, pero ella había desistido de intentar escapar, permitiéndome disfrutar del show fotográfico.
–          Te gustan, ¿eh? – repitió.
–          Pues claro. Joder, nena, no veas lo cachondo que me he puesto…
–          No, si ya lo veo.
Era verdad. En mis shorts se apreciaba un tremendo bulto que mostraba bien a las claras mi estado de excitación. Juguetona, Tati llevó una manita al bulto y apretó con ganas, haciéndome gemir de placer. Hasta me mareé un poco.
Una vez perdidas las fuerzas, derrotado como Sansón (seguro de que eso de que le cortaron el pelo es un rollo, yo supongo que Dalila se la chupó o algo así), me derrumbé al lado de Tatiana, que reía divertida.
Me recosté en la almohada, a su lado, mientras ella apoyaba su cabecita en mi pecho, mojando mi camiseta con su cabello todavía húmedo, mientras mi brazo la rodeaba, estrechándola contra mí.
–          Estás preciosa – le dije besándola en la frente.
Ella no dijo nada, simplemente ronroneó como una gatita y se apretó todavía más.
Sosteniendo el teléfono entre ambos, puse la pantalla de forma que los dos pudiéramos verla sin problemas. Fui pasando las fotos muy despacio, recreándome en ellas, mientras hacía comentarios sobre lo sexy que se veía Tati y lo increíblemente guapa que había salido.
Ella recibía mis piropos con evidente placer y claro, deseosa de que yo también estuviera contento, me alegró de la forma que más me gustaba…
Sin que me diera cuenta al principio, Tati dejó su manita apoyada sobre mi corazón, pero, después de haber pasado 2 o 3 fotos, me di cuenta de que la había movido mucho más al sur, lo que me hizo sonreír.
Un par de minutos después, ambos repasábamos el reportaje fotográfico, muy juntitos en la cama, su cabecita reposando en mi pecho y su mano dentro de mis shorts, aferrando con fuerza mi herramienta y masturbándola con cariño, haciéndome disfrutar todavía más de la sesión.
Pronto llegamos a las fotos de completa desnudez y en ellas, Tati aparecía con las tetas ya completamente al aire, pero tapándose el coñito como si le diera vergüenza. No engañaba a nadie.
Las instantáneas finales eran geniales, recién duchadita, con el pelo mojado y brillantes gotitas de agua refulgiendo sobre su piel y completamente despatarrada en el baño, con un pie subido al mármol del lavabo, enseñando su chochito a cámara sin ningún rubor.
–          Joder, nena, voy a tener que poner ésta como fondo de pantalla en mi móvil.
–          Ni se te ocurra cari, que como la vez alguien… – dijo ella apretando perturbadoramente su mano sobre mi erección.
–          Tranquila, cariño, que es broma – dije, obteniendo un notable alivio de presión.
Poco después me corría como una bestia, dando resoplidos y sosteniendo el móvil a duras penas.
Tatiana, habilidosa, no dejó de deslizar su manita por mi rabo mientras eyaculaba, alargando todo lo que pudo mi orgasmo. Cuando acabé, jadeante, le sonreí y ella me devolvió la sonrisa, guiñándome un ojo. Sacó entonces su mano de mi pantalón y la miró, pringosa de semen y dijo:
–          Voy a tener que lavarme de nuevo.
–          Co… como quieras – jadeé recobrando el aliento.
–          ¿Vienes?
¿Tú que crees que hice?
——————

Lunes. Me esperaba una semanita de aúpa. Si quería tener la tarde del miércoles libre, tenía que ponerme las pilas y acabar con el trabajo atrasado, amén de todo el follón que tenía para esa semana.
Sin embargo, por una vez, mi imbecilidad acudió al rescate. Tuve mucha suerte.
Tras un par de horas hasta el cuello de papeles, paré para echar un café unos segundos en la sala de descanso. Como un gilipollas, no se me ocurrió otra cosa que ponerme a repasar con el móvil unas cuantas fotos que había transferido desde el teléfono de Tatiana. Embelesado y excitado con las imágenes, no me di cuenta de que Jorge, un compañero, se acercaba a charlar un poco.
Y claro, me pilló mirando las fotos.
–          No me jodas, Víctor. ¿Esa es tu novia?
Ni te cuento el susto que me dio. Casi me da un infarto. Acojonado, me apresuré a esconder el teléfono, pero Jorge no iba a dejarme escapar.
–          Venga, tío, déjame verla…
Para qué voy a aburrirte con la conversación. El tío se pasó media mañana dándome el coñazo, mandándome correos y wassaps al móvil. Yo estaba bastante cabreado, sopesando ir a soltarle un buen par de hostias. Pero entonces, llegó un mensaje que decía: “No seas cabrón. Si me pasas la foto te hago el informe de zona de la semana pasada”
¿Qué crees que hice? Y no sólo con él. Esa mañana me busqué un par de ayudantes más. Me costó que vieran a mi novia en pelotas (bueno, ellos y Dios sabe cuanta gente más, pues, aunque juraron y perjuraron que no enseñarían la foto a nadie, no les creí ni por un momento). Pero bueno, todo fuera por una buena causa; lo cierto es que el miércoles tenía todo el papeleo listo y pude dedicarme a hacer visitas, con lo que, a las tres en punto, estaba introduciendo la llave en la cerradura de casa, deseando averiguar qué tenía preparado Alicia para ese día.
—————————–
Alicia no fue puntual; el tráfico al parecer, así que no empezamos a almorzar hasta las tres y media. Llegó cargada como una mula, con varias bolsas de plástico, el abrigo medio arrastrando, el bolso colgado del brazo y un maletín al hombro que, obviamente, contenía un ordenador portátil, supuse que del trabajo.
Tras ayudarla a descargar, traté de echar un subrepticio vistazo al contenido de las bolsas, para averiguar en qué consistían los tan cacareados juguetes, pero bastó una mirada admonitoria de Ali para hacerme desistir de mi empeño.
Nos sentamos a la mesa y empezamos a almorzar, charlando alegremente, del trabajo sobre todo, eludiendo, al menos momentáneamente, el auténtico motivo de aquella reunión informal.  Tati nos hizo reír contándonos que, tanto el lunes como el martes, varias compañeras habían adoptado la técnica de “sostenes fuera”, logrando incrementar las ventas en la sección de caballeros.
–          Pues está claro – dijo Alicia riendo – Lo que tienes que hacer es llevarte a Víctor al trabajo y ponerle a vender en la sección femenina con la picha asomando por la bragueta y os forráis con las comisiones.
–          Buena idea – dijo Tati con aplomo – Quizás lo haga.
Y nos partimos de risa.
Seguimos hablando un rato, con alabanzas (un pelín exageradas) a las habilidades culinarias de mi novia, cosa que ella agradeció enormemente, a pesar de saber perfectamente que no éramos sinceros al cien por cien.
Por una vez, no fui yo el encargado de llevar el peso de la conversación, sino que las chicas llevaban la voz cantante. Por mi parte, encontraba mucho más interesante deleitarme en silencio con la hermosura de mis dos acompañantes. La pelirroja voluptuosa y la bella morenita. Tati iba vestida para estar por casa, un pantalón y una camisa con las mangas remangadas, lo que le daba un aire casual muy atractivo. Ali, por su parte, iba vestida para el trabajo, falda ajustada, por encima de la rodilla de color beige y una blusa de color claro. Eficiente y sexy. Me sentía el más afortunado de los hombres rodeado de tanta beldad.
Alicia se quejó especialmente de una tal Claudia, la dueña de la agencia, que, al parecer, había abandonado su costumbre de no aparecer por el trabajo y ahora se pasaba el día metida en la oficina, dándole el coñazo a los empleados. Tanto Tati como yo nos solidarizamos con Alicia, pues ¿quién no ha tenido alguna vez a un imbécil por jefe?
Fue un almuerzo agradable, entre 3 amigos normales y corrientes, sin que nada demostrara que todos estábamos pensando constantemente en el auténtico motivo de la reunión. Era como si nos diera miedo abordar la cuestión.
Bueno, eso no es del todo cierto. Alicia simplemente estaba disfrutando del almuerzo y podría jurar que también de nuestro nerviosismo.
Tras almorzar, nos sentamos en el salón, en los mismos puestos que el sábado anterior, las chicas en el sofá y yo en el sillón de enfrente. Serví unos cafés… y me quedé esperando, a ver qué intenciones tenía Ali. Y Tatiana, idem de lo mismo.
Por aquel entonces, ya había quedado claro quien era el jefe de nuestro pequeño clan.
–          Bueno, bueno – dijo por fin Ali, atrayendo de manera inmediata nuestra atención – Os prometí que hoy iba a traeros unos juguetitos… Y aquí están.
Miré con curiosidad a Alicia, sintiendo una gran expectación. No sé qué esperaba que fueran los inventos de Alicia, un espectacular consolador positrónico o qué sé yo, por lo que debo admitir que no pude evitar sentirme un poquito decepcionado cuando Ali sacó de su bolso una pequeña bolsita y se la alargó a Tati.
Mi novia, interesada, abrió la bolsa y echó un vistazo, quedándose visiblemente sorprendida, mientras yo me mordía las uñas por la curiosidad. Introdujo entonces la mano en la bolsa y sacó un objeto que, de tan común que era, hizo que me quedara atónito.
–          ¿Unas gafas? – exclamamos Tati y yo con perfecta sincronía.
–          Ajá – respondió Ali mirándonos con malicia.
Tati, tan sorprendida como yo (quizás también había estado esperando el consolador positrónico) volvió a meter la mano en la bolsa y extrajo un nuevo par de gafas, alargándome las primeras.
Como dos monos de laboratorio, examinamos las lentes desde todos los ángulos, mirándolas con desconcierto.
–          Pero no son unas gafas cualquiera – dijo Ali sin dejar de sonreír – Ponéoslas.
–          Pero yo tengo la vista perfectamente – argumenté.
–          No te preocupes. Los cristales no están graduados.
Encogiéndome de hombros, imité a Tati que ya se había puesto las suyas y me miraba desconcertada. La miré y pude comprobar que las gafas, de montura negra, le quedaban realmente bien, dándole un aire intelectual bastante sexy.
Aunque qué coño, Tati habría estado sexy hasta con un palomo cagándose en su hombro.
Sin saber qué pensar, miré a Ali y vi que había extraído el portátil de su maletín y estaba manipulándolo. Miré a mi novia y, encogiéndome de hombros, me resigné a que Alicia se dignara en explicarnos en qué consistía todo aquello.
–          ¡Voilá! – exclamó por fin Alicia tras manipular el ordenador un par de minutos.
Girando el aparato, nos mostró la pantalla, en la que aparecían dos ventanitas de webcam ejecutadas y en ambas aparecía la propia Alicia, con el portátil sobre las rodillas, sonriendo de oreja a oreja.
–          ¡Anda, si es justo lo que estoy mirando! – exclamó Tati dándose cuenta un instante antes que yo.
–          Ostras, es verdad. Las gafas son cámaras…
Alucinado, me quité las gafas y volví a examinarlas. Perfectamente camuflado en el puente entre los dos cristales, se ocultaba un objetivo.
–          ¡Bingo! – exclamó Ali aplaudiendo entusiasmada.
Miré la pantalla y vi mi propio rostro en ambas ventanas desde dos ángulos diferentes, uno desde abajo, de la cámara de mis gafas y el otro desde el punto de vista de Tati, que me miraba alucinada.
–          ¿Te acuerdas del otro día, en el probador? – exclamó Ali – ¿Recuerdas que dijiste que te habría encantado grabar a las chicas que te miraban? ¡Pues con esto puedes hacerlo sin problemas!
–          No me jodas – dije ofuscado – Cómo coño se te ha ocurrido esto…
–          A ver – dijo Ali regodeándose – Inteligente que es una…
–          ¿Y de dónde demonios has sacado estas gafas?
–          Pues del mismo sitio que las demás cosas. Encontré una web, *******delespia.org donde puedes comprar un montón de cosas parecidas de forma anónima.
Tardé un par de segundos en que sus palabras calaran en mi mente.
–          ¿Las demás cosas? ¿Qué cosas?
–          Pues estas.
Alicia recogió la bolsa y acabó de vaciarla encima del sofá. Cuando acabó, sobre el cojín reposaban las dos camaritas más pequeñas que había visto en mi vida (cubos de unos dos centímetros de lado), un minúsculo auricular y lo que debía ser (aunque no lo pareciera) un diminuto micrófono.
–          No me jodas – balbuceé – ¿Qué pretendes? ¿Vamos a colarnos en la embajada soviética? Esto qué es, ¿Mission Impossible?
–          Vamos, no seas tonto, no me digas que no se te ocurren mil cositas que podemos hacer con estos cacharros – dijo Ali mirándome con picardía.
No, si el problema no era que no se me ocurrieran cosas que hacer con ellos, el problema era que sí que se me ocurrían cosas.
–          ¿Y cómo funcionan? – intervino Tati haciendo gala de un gran pragmatismo.
–          A ver. Todos los apartaos son inalámbricos. Según el fabricante, la calidad de la señal es alta en un radio de unos 50 metros…
–          Aunque eso dependerá de si hay paredes o muros por medio – dije con aire entendido mientras examinaba una de las micro cámaras.
–          Supongo. Pues bien, cada aparato emite por una “frecuencia” única, sintonizada con el software de éste portátil. Es decir, que la señal es sólo para este receptor, no puede captarla cualquiera que pase por allí con wifi.
–          Menos mal – dije para mí.
–          Y el micrófono está sintonizado con el auricular. También tiene 50 metros de alcance.
–          ¿En serio? – dijo Tati cogiendo ambos aparatos e intentando probarlos – ¿Hola? ¿Hola?
–          A ver, dame – dije tomando el micro de sus manos – Nena, ¿me oyes? – susurré en voz baja.
–          ¡Sí que te oigo! – exclamó entusiasmada, riendo como una niña.
–          Siento que haya sólo dos gafas y un único micro. Cuando los encargué, no sabía que ibas a unirte a nosotros – dijo Ali dirigiéndose a mi novia – Si nos van bien, podemos encargar alguna más.
–          ¿Y las cámaras?
–          Funcionan igual que las gafas. De hecho, es posible recibir la señal de las cuatro cámaras simultáneamente. Ya lo he probado y es verdad. Según el que me lo vendió, este trasto tiene potencia suficiente para manejar 7 u 8 cámaras sin problemas.
–          ¿También te has comprado el portátil?
–          Sí. Hace un par de días.
–          Joder, pues con todo esto creo que podemos rodar una peli, vaya – dije con filosofía.
–          Sí – dijo Ali mirándome con expresión enigmática – Una porno. De exhibicionistas….

CAPÍTULO 18: PROBANDO LOS JUGUETES:

¿Tú qué crees que hicimos? Pues claro. Obviamente, Alicia no nos había citado esa tarde sólo para enseñarnos los aparatos. Estaba deseando probarlos. Y, como imaginas, lo tenía todo calculado hasta el último detalle. Tati y yo éramos los reclutas, imprescindibles para la misión, pero obligados a obedecer órdenes. Sin voz ni voto, vaya.
Las dos chicas se refugiaron en el dormitorio, con las bolsas que Ali había traído, con intención de cambiarse de ropa. Yo hice lo mismo, librándome del traje y vistiéndome más cómodo, pantalón de sport, camiseta y camisa, calzado cómodo y una cazadora. Sin ropa interior, por supuesto, je, je.
Las chicas tardaron un buen rato en estar listas, lo que yo aproveché para juguetear un poco con los aparatejos. Tenía que reconocerlo, la idea de Ali me seducía. Se me ocurrían cientos de maneras de darles uso. El problema era que no estaba seguro de si mis sugerencias serían escuchadas.
Un buen rato después, cerca de las seis de la tarde, reaparecieron por fin las dos mujeres.
Ali se había cambiado únicamente la falda, poniéndose una minifalda mucho más corta (y mucho más sexy). Cuando se agachaba un poco, la faldita permitía atisbar el borde de encaje de sus medias, lo que resultaba bastante más que estimulante. Además, se había desabrochado un botón extra de la blusa, lo que aprecié inmediatamente, en cuanto la chica se inclinó ligeramente delante de mí para meter la otra falda en una de las bolsas, brindándome un excitante atisbo de un sujetador de color claro.
Tatiana apareció un instante después y, cuando lo hizo, me dejó completamente sin palabras. Ali no la había hecho cambiarse simplemente de ropa. La había transformado por completo.
Para empezar, le había puesto una peluca, de color negro intensísimo, liso y melena corta, a lo paje, por encima de los hombros. Después, le había puesto un top también negro, que le quedaba convenientemente ajustado, realzando su esplendoroso busto y encima una camisa blanca, con sólo un par de botones abrochados, por lo que sus pechos asomaban con descaro, embutidos en el top que parecía ser un par de tallas más pequeño de lo debido. Una minifalda parecida a la de Ali y unas medias super oscuras, coronado el conjunto por unas botas con hebillas. Para acabar, se puso una chaqueta de cuero que Ali sacó de una bolsa. Un look urbano, duro y moderno, bastante alejado de la imagen habitual de Tati, pero que, como todo lo que se ponía, le quedaba de putísima madre.
–          Estáis preciosas – dije tratando de ser caballero – Super sexys.
Alicia me dio las gracias sin hacerme mucho caso, mientras terminaba de recoger sus cosas, pero Tati sí que se sintió halagada, dedicándome una encantadora sonrisa.
–          Bueno, ¿qué? – dijo Ali incorporándose – ¿Nos vamos?
–          Claro. Pero, ¿adónde?
–          ¿Dónde queda la parada del metro más cercana?
En ese momento supe por fin qué nos había preparado Alicia para esa tarde.
—————————-
Media hora después, los tres estábamos sentados en un banco del andén de la estación de metro, esperando la llegada del siguiente convoy.
No había mucha gente con nosotros, de hecho quedaban algunos bancos libres, pero yo ya había advertido que mis dos acompañantes atraían irresistiblemente la atención de todos los tíos que había. Llegué a pensar en esconderlas un poquito, no fueran a distraer al conductor del tren y tuviéramos una desgracia.
Ali estaba dándonos los últimos detalles de la operación que tenía en mente. Por una vez, iba a ser yo el protagonista de la historia, lo que me puso bastante nervioso y tranquilizó visiblemente a Tati.
El plan de Ali era muy sencillo y con un nivel de riesgo escasísimo, pues se trataba únicamente de comprobar si los aparatos funcionaban bien. De fácil que era, no podíamos fallar; sin embargo, precisamente por lo bien que salió todo, acabé jorobando el invento. ¿Que cómo lo hice? Pues siendo un guarro, por supuesto.
Cuando llegó el tren, nos desplegamos tal y como habíamos decidido minutos antes. La situación era que ni pintada, pues, justo en los asientos que había al lado de la puerta, estaban sentadas dos guapas jóvenes de veintipocos años, charlando animadamente entre ellas.
Ocupaban los asientos que miran hacia el interior del vagón y, como sabrás, esos siempre van en grupos de tres, con lo que quedaba uno libre que fue inmediatamente ocupado por Tatiana, que llevaba una de las gafas puestas.
Ali, por su parte, se sentó justo enfrente, con el portátil abierto sobre las rodillas, procurando que nadie más que ella pudiera ver la pantalla y enfocando subrepticiamente hacia las chicas con una de las mini cámaras.
Las puertas se cerraron enseguida y yo ocupé tranquilamente mi posición. ¿Qué dónde fue eso? Pues está bastante claro. Me puse en pié, justo delante de las dos chicas y de Tatiana, agarrado distraídamente a una barra para no caerme, llevando puesto el segundo par de gafas. Simulando que no me había dado cuenta, la bragueta de mi pantalón estaba completamente abierta, permitiendo que, con un simple vistazo, cualquiera de las tres mujeres que había frente a mí pudiera vislumbrar mi pajarito.
Como ves, era un plan sin riesgo alguno. Lo normal era que ninguna de las chicas dijera nada y, si por un casual alguna se cabreaba y me reprendía, bastaría con simular embarazo y que todo había sido accidental (“Uy, gracias, no me había dado cuenta. Qué vergüenza”).
Un buen plan, con todo calculado, o al menos así lo creí al principio.
Simulando estar pensando en mis cosas, permanecí en pie frente a las tres mujeres. Tatiana, con una sonrisilla en los labios, me echaba disimuladas miraditas, divertida por la situación y procurando que en todo momento la cámara de las gafas apuntara a mi bragueta abierta.
Al principio me sentía bastante tranquilo, aquello no era nada especial comparado con anteriores experiencias, pero entonces sucedió algo: las chicas se dieron cuenta de que llevaba la cremallera abierta.
Sí, ya sé. Eso era lo que pretendíamos claro, así que podría decirse que todo iba a pedir de boca, pero…
Me di cuenta de que la conversación entre las mujeres había menguado bastante y entonces, percibí por el rabillo del ojo cómo una le daba un disimulado codazo a su compañera y le hacía un ligero gesto con la cabeza, apuntando hacia mí.
Me puse en tensión. Empecé a sudar. Fue justo entonces cuando me di cuenta del fallo del plan. Respirando hondo, traté de calmarme y recuperar la compostura. Resistiendo la tentación, logré no mirar directamente a las chicas, aparentando estar profundamente interesado en el oscuro túnel que desfilaba por la ventana.
Cuando no pude más, desvié los ojos hacia Tati, que seguía mirándome divertida, pero aquello no ayudó precisamente, pues mi novia había cruzado las piernas y el borde de sus medias asomaba eróticamente bajo su minifalda.
Joder. Mierda. Paquirrín en bañador. Notaba perfectamente cómo una gota de sudor se deslizaba por mi espalda, haciéndome cosquillas. No podía mirarlas directamente, pero mi visión periférica percibía cómo ambas chicas echaban disimuladas miraditas a la bragueta abierta. Y el monstruo, que estaba empezando a despertar, amenazaba con escaparse de la cueva de un momento a otro. Qué quieres, soy exhibicionista. Me excito cuando me miran.
Entonces se me ocurrió que podía al menos conseguir que aquello quedara bien registrado. Me quité las gafas y sacando un pañuelo del bolsillo, empecé a limpiar los cristales, procurando en todo momento que el objetivo apuntara hacia mis bellas compañeras y también no obstruirlo en ningún momento.
Cómo había podido olvidarme. La excitación de exhibirme. Ya no podía más.
Y sucedió. Mi polla, ya completamente erecta, tensando la tela del pantalón, se escapó bruscamente de la bragueta, bamboleando frente a los asombrados ojos de las chicas. Como ya me daba todo igual, las miré por fin directamente y juro que pude percibir un inconfundible brillo de lujuria en la mirada de la que estaba justo frente a mí.
Pero el momento pasó pronto. Escandalizada, su compañera la agarró del brazo y ambas se pusieron en pié, obligándome a apartarme. Con  habilidad, yo había devuelto mi pene al interior del pantalón y me había abrochado la cremallera, rezando porque las chicas no montaran un escándalo.
Por fortuna no fue así, pues justo en ese instante el tren llegó a otra estación, las puertas se abrieron y las chicas salieron de allí como alma que lleva el diablo. Excitado y un poquito asustado, me dejé caer en el asiento al lado de Tatiana, quien, tras mirarme divertida unos segundos, estalló en sonoras carcajadas, que fueron pronto secundadas por Alicia y, finalmente, también por mí.
Los otros pasajeros nos miraban como si estuviéramos locos (no iban muy desencaminados) pero, como ninguno se había apercibido de lo que había pasado, no nos hicieron mucho caso.
Ali se levantó y se cambió de asiento, sentándose entre nosotros, de forma que ocupamos los tres asientos. De esta forma, pudo mostrarnos las grabaciones que habíamos logrado con las cámaras sin que nadie más pudiera verlo.
Joder. Menuda maravilla. Teníamos tres tomas desde diferentes ángulos de nuestra primera aventura en metro. Mientras contemplaba las imágenes, en mi cabeza ya iba montando mentalmente el vídeo, escogiendo fragmentos de uno u otro para crear una secuencia.
La toma de Tati era buenísima, pues se las había apañado no sólo para filmar un buen plano de mi bragueta abierta (y de la aparición final del monstruo), sino que también había mirado de vez en cuando a nuestras acompañantes, logrando pillarlas un par de veces mirando con disimulo a mi entrepierna. Me excité muchísimo al verlo.
Por su parte, la de Ali no era tan buena, por razones obvias, ya que yo estaba justo en medio. Aún así, había logrado captar varias miradas de una de las chicas hacia la zona de conflicto que me encantaron.

Mi vídeo, por su parte, era bastante malo en su primera mitad, pues no me había atrevido a mirar a las chicas. Pero luego, cuando simulé lo de la limpieza, había logrado un morboso primer plano de las chicas mirándome con disimulo y, finalmente, cuando la cosa se estropeó, filmé también mi propia erección asomando con descaro de mi pantalón y el último vistazo que una de las chicas le dedicó. Morbo puro.
Alicia, mientras veíamos el vídeo, no paró de burlarse de mí por haberme empalmado de esa forma. Al principio, excitado por la situación y las imágenes grabadas, no me importó mucho, pero, cuando Tati se sumó a las bromitas, debo reconocer que me piqué un poco.
–          Pues a ver si te ríes tanto cuando te toque a ti – le solté haciéndola dejar de reír de repente.
–          Eso – asintió Ali mirándola enigmáticamente – Veremos si te ríes después.
Algo en su tono me puso un poquito nervioso.
Sin embargo, contra todo pronóstico, fue Ali la siguiente en probar la cámara.
Repetimos el numerito, con ella de pié, delante de un señor mayor, conmigo sentado al lado y Tatiana enfrente, manipulando el ordenador.
Ali, con habilidad, se había subido varios centímetros la minifalda, de forma que el borde de las medias podía verse a placer. Para taparse del resto de viajeros, se había puesto su querida gabardina, que la tapaba por detrás, por lo que el espectáculo quedaba reservado para mí y para el tipo que había a mi lado.
Y la verdad es que el tío no se quejó. De vez en cuando, traté de emular a Tati, obteniendo tomas del hombre, mirando hacia el lado con disimulo, aunque la verdad es que no era necesaria tanta precaución, pues el tío tenía clavados los ojos en las cachas de Ali con todo el descaro del mundo, sin alterarse lo más mínimo.
Ali, cada vez más en su salsa, decidió poner más carne en el asador. Inclinándose repentinamente, levantó un poco un pié del suelo, comenzando a rascarse el tobillo, como si la hubiese asaltado un irresistible picor. Enseguida retomó su posición frente a nosotros, pero habiendo logrado su objetivo: que la minifalda se le subiera todavía más.
Joder, qué sexy estaba. Qué morbazo. La corta faldita estaba ya tan subida que no sólo dejaba ver el borde de las medias (y un excitante liguero que yo no sabía que llevaba) sino que permitía atisbar por delante la braguita de la chica. No sé si sería mi imaginación, pero juraría que había una tenue manchita de humedad en la tela.
Miré de nuevo a mi compañero y, sorprendentemente, me encontré con sus ojos clavados en mí. Me quedé paralizado por un segundo, pensando que nos habían descubierto, pero el tipo lo que hizo fue dirigirme una mirada cómplice, resoplar y volver a fijar su atención en las cachas de Alicia.
Me reí por dentro e hice lo mismo. Regalarme con el morboso espectáculo que nos ofrecía la joven.
Seguimos así unos minutos más, en los que pude obtener incluso unas buenas imágenes del bulto que había empezado a formarse en el pantalón del hombre.
Entonces el metro se detuvo y subió bastante gente, poniendo punto y final a la diversión. Una mujer mayor ocupó el asiento libre al lado del tipo y claro, Ali no tuvo más remedio que ponerse bien la falda.
El hombre, un poquito apesadumbrado, hizo ademán de ir detrás de Ali, pero ella le dirigió una mirada indicándole que no estaba por la labor y, por fortuna, el tipo se comportó y no insistió.
Como quedaba una sola parada para llegar al fin de línea, nos bajamos los tres del tren, reuniéndonos un par de minutos después para repasar las grabaciones.
La de Tati estaba bastante bien, con buenas tomas de los ojos del tipo saliéndose de sus órbitas pues Ali, al tratarse de un único objetivo, no había tenido problema alguno en no interponerse ante la cámara.
Mi toma también era muy morbosa, aunque he de reconocer que grabé más que nada los muslos de Alicia. En cambio, la toma de Ali resultó ser espectacular, pues, en cuanto la chica cogió un poco de confianza, no tuvo reparo alguno en mirar directamente al hombre, pudiendo grabar magníficos planos en los que el tipo la desnudaba con la mirada.
–          Ya hora te toca a ti – dijo Ali entonces, cogiendo el portátil de las manos de Tatiana – Esto es lo que vamos a hacer…
Como me temía, su plan para Tati era un pelín más atrevido. Bueno. Un pelín no, un pelo entero.
—————————–
Cambiamos de línea, para disminuir el riesgo de encontrarnos con alguien que nos hubiera visto antes.
Yo no acababa de verlo claro, el plan de Ali me parecía demasiado arriesgado, pero bastó que me opusiera un  poco para que Tati saltara como un resorte, anunciando que lo haría. Qué podía hacer, eran dos contra uno.
Esta vez nos costó bastante encontrar la ocasión perfecta. Estuvimos más de una hora vagando por diferentes trenes, buscando las condiciones óptimas. Hasta que lo conseguimos.
Un vagón solitario, sólo un par de viajeros al fondo. Justo lo que necesitábamos.
Ali y yo nos fuimos otro extremo, lo más alejados posible de los otros viajeros, sentándonos juntos, con el portátil activado, simulando estar hablando de nuestras cosas, sin prestar atención a lo que nos rodeaba.
Mientras, Tatiana, visiblemente nerviosa, se las apañó para colocar con disimulo una de las mini cámaras bajo uno de los asientos que miraban hacia el interior del vagón, de forma que enfocara justo enfrente. Cuando la tuvo lista, simplemente se sentó en el asiento que quedaba delante del objetivo, al otro lado del vagón, por lo que pronto tuvimos su imagen en la pantalla del portátil, sentada con las piernas cruzadas y el cuerpo tan tenso que parecía estar a punto de saltar en cualquier momento.
–          Nena – oí que susurraba Alicia a mi lado – Hay que comprobar el encuadre. Ya sabes lo que hay que hacer.
Tardé un segundo en comprender que Ali había equipado a mi novia con el auricular y se había quedado el micro para darle instrucciones. La miré en silencio, su rostro exaltado, los ojos brillantes por la excitación. A aquella chica no le gustaba únicamente exhibirse; también le encantaba dar órdenes.
–          Vamos, Tati, enséñanos tu precioso coñito…
Aquellas palabras captaron mi atención. Pegando mi hombro a Ali, miré sin parpadear a la pantalla, el corazón latiéndome desaforado en el pecho.
Tati, toda ruborizada, miró subrepticiamente a los otros viajeros que iban en el vagón, pero, como además de estar retirados estaban sentados de espaldas a ella, logró tranquilizarse lo suficiente como para obedecer.
Madre mía. Cuando por fin Tatiana separó los muslos y aferró el borde de su minifalda, sentí cómo mi miembro daba un salto dentro del pantalón. Tenía de nuevo la boca seca.
Qué espectáculo, mi chica abierta de piernas en el vagón de metro, enseñándonos el coño a través de la cámara, pues, obviamente, Alicia le había ordenado que fuera sin bragas.
–          Vale, nena, encuadre perfecto – comunicó Ale – Ya puedes cerrar las piernas.
Cosa que Tatiana hizo inmediatamente. Ahora sólo faltaba esperar.
En la siguiente parada no tuvimos suerte. Se subió únicamente una pareja de ancianos que, por desgracia, se sentaron justo delante de Tatiana, tapándonos la cámara y amenazando con estropear todo el plan.
Pero la fortuna no nos había abandonado, pues se bajaron enseguida, sólo dos paradas más adelante, agarrados por el brazo y con andar tambaleante.
Y, precisamente en esa parada, subió a bordo el candidato ideal para la idea que Ali tenía en mente.
Un hombre joven, más próximo a los treinta que a los cuarenta, bien vestido, con un periódico en la mano. Entró al vagón y, como hubiera hecho cualquier tío en su lugar, al ver a la preciosa chica sentada y solitaria, se colocó justo enfrente, empezando a leer su periódico tras haberle echado un par de miradas apreciativas a Tatiana.
Alicia y yo no nos perdíamos detalle, pues, aunque sus piernas nos tapaban el objetivo de la cámara oculta bajo su asiento, teníamos una magnífica visión del tipo gracias a las gafas que llevaba puestas Tati.
–          Asegúrate de llamar su atención – siseó Ali por el micro.
Cosa fácil. Tatiana no tuvo más que cruzarse de piernas. De todos es bien sabido que, cuando una tía buena cruza las piernas, una alarma salta en el cerebro de los hombres que hay cerca. Y el tipo aquel no fue ninguna excepción. Asomándose por encima del periódico, lanzó una mirada admirativa a Tatiana, que simulaba no haberse dado cuenta de nada.
–          Adelante con el plan – dijo Ali.
El plan. Menudo plan era ese. Estuve a punto de pararlo todo en ese momento. Pero no lo hice, pues, he de reconocer que me moría por ver lo que iba a pasar.
Fue muy sencillo. Dejamos pasar un par de minutos y Tatiana (cuyas dotes de actriz me sorprendieron), empezó a dar cabezadas en su asiento. Gracias a su cámara pudimos comprobar que el tipo no se perdía detalle, aunque, por desgracia, no teníamos imagen de Tati en el ordenador.

–          Mierda – me susurró Ali – Pásame la otra cámara.
Entendiendo sus intenciones, saqué la segunda mini cámara del bolsillo y se la di. Ali, con mucho cuidado, la colocó en el respaldo del asiento que tenía delante, de forma que al menos pudiera registrar una imagen lateral de Tatiana fingiendo dormir. No era una toma muy buena, pero mejor eso que nada.
Otra parada. La suerte nos sonreía. No subió nadie. En cuanto el tren reanudó su marcha, Ali ordenó a Tatiana que diera un pasito más.
Tragué saliva, los ojos clavados en la pantalla del portátil, deseando ver si Tati se atrevía. Y vaya si se atrevió.
Mi chica, simulando estar ya completamente dormida, descruzó las piernas y, recostada contra la ventanilla que había a su espalda, permitió que sus muslos se separaran, dando vía libre a los lujuriosos ojos del viajero para regalarse con la hermosura que ocultaban.
En pantalla vimos cómo el hombre se ponía en tensión, sus manos se crisparon sobre el periódico, arrugándolo. No podía creerse lo que estaba viendo.
Con nerviosismo, miró a ambos lados, para asegurarse de que nadie le veía espiando bajo la faldita de Tatiana. Los otros viajeros seguían de espaldas y Ali y yo, con las cabezas inclinadas sobre el ordenador, simulábamos no estar dándonos cuenta de nada.
Más calmado, el tipo se inclinó levemente, agachando la cabeza para poder atisbar mejor bajo la falda de la chica. Al hacerlo, el hombre separó un poco los pies, lo que permitió que, durante unos instantes, pudiéramos ver en pantalla a Tati, despatarrada en su asiento, exhibiendo impúdicamente la hermosura que ocultaba entre sus piernas. Y aquel hombre parecía ser un rendido admirador de la hermosura.
Yo no dejaba de pensar en qué estaría pensando Tati en ese instante. ¿Estará asustada? ¿Excitada? Yo, por mi parte, ya portaba una erección de campeonato y sentía además un intenso escozor en los ojos, supongo que de esforzarme tanto en no parpadear.
Entonces el tipo fue un poco más allá. Dejando con mucho cuidado (para no hacer ruido) el periódico en el asiento de al lado, sacó su móvil del bolsillo y, subrepticiamente, consiguió unas buenas imágenes del chochito expuesto de mi novia. No me preocupó acabar viendo las imágenes en Internet, pues el disfraz de Tati era muy bueno. Mientras lo hacía, llevó una mano a su entrepierna y estrujó su propia erección por encima del pantalón. Por un momento, temí que se sacara la chorra allí mismo, pero se contuvo.
Me alegré de que Tati tuviera la suficiente presencia de ánimo para mantener los ojos bien cerrados, pues estoy seguro de que, si hubiese visto al tipo sobándose el falo delante de ella, hubiera sido incapaz de continuar con la farsa.
Estaba excitadísimo, no podía más. Me estaba poniendo cachondísimo sólo de ver cómo mi novia se exhibía. No sé, es posible que incluso más de cuando lo había hecho yo un par de horas antes.
Entonces se me ocurrió. Si estaba cachondo, ¿por qué iba a aguantarme? Total, nadie más que Ali podía verme… y la verdad, me apetecía que me viera.
Procurando que el tipo no se diera cuenta de mis maniobras (aunque los respaldos de los asientos nos ocultaban de su vista), me las apañé para sacar mi durísima polla de la bragueta del pantalón.
–          Pero, ¿qué coño haces? – siseó Ali mirándome sorprendida.
–          Estoy cachondo perdido. Voy a hacerme una paja.
Por toda respuesta, Ali se rió en silencio, aunque no pudo evitar echar un vistazo a mi erección, cosa que me encantó.
Procurando no hacer ruido ni movimientos bruscos, empecé a masturbarme lentamente, con los ojos de nuevo clavados en los acontecimientos de la pantalla.
Finalmente, el tipo se cansó de echar fotos o de grabar. Volvió a mirar a los lados. Algo se avecinaba.
–          Jo, ya va, ya va – susurraba Alicia in perderse detalle – Ahora tranquila Tatiana, no muevas ni un músculo…
Alicia no me había dicho que llegaríamos tan lejos, pero debería habérmelo imaginado. Sin embargo, a esas alturas y con lo excitado que estaba, no se me pasó por la mente ponerle fin a aquello. Mi mano empezó a deslizarse más deprisa sobre mi polla.
Con mucho cuidado, moviéndose muy despacito, el tipo se puso de pié, dando un sigiloso paso hacia la bella durmiente. En cuanto se movió, volvió a despejarse el plano de la mini cámara, por lo que pude regalarme con la visión de Tati despatarrada en su asiento. Joder, no me extrañaba que el tío se hubiera puesto en acción, el espectáculo no era para menos.
Inesperadamente, Alicia plantó su mano sobre mi polla, deteniendo mi paja. El corazón me latía desbocado, pues era eso precisamente lo que había estado deseando. La miré y me encontré con un indescriptible brillo de lujuria refulgiendo en el fondo de sus ojos.
No hizo falta que dijera nada. Mi mano soltó mi instrumento, que enseguida fue empuñado con firmeza por Alicia, haciéndome estremecer. Con mucho cuidado, deslicé mi mano bajo el portátil, que estaba en su regazo y, moviéndola con destreza, la colé bajo su falda, acariciando su cálida piel desnuda en el punto en que terminaban sus medias, haciéndola gemir en voz baja y obligándola a separar de forma inconsciente los muslos, facilitándome el acceso.

Con habilidad, colé un par de dedos bajos sus braguitas, deleitándome con la humedad y el calor que había entre sus piernas. Su mano, entretanto, no permaneció ociosa, comenzando a deslizarse lentamente sobre mi rezumante falo, haciéndome ver estrellitas por el placer.
Nuestro amigo, mientras tanto, se las había ingeniado para acuclillarse justo frente a las piernas abiertas de Tatiana, volviendo a usar su móvil para obtener unos buenos primeros planos.
–          No te muevas, Tati, tranquila – gimoteaba Alicia, tratando de ahogar los suspiros de placer que mis inquietos dedos le provocaban.
Por fin y con mucho cuidado, el hombre se sentó junto a Tati, que no movía ni un músculo. Se tomó entonces un pequeño respiro, sin dejar de sobarse la polla por encima del pantalón, volviendo a mirar a los lados, reuniendo valor suficiente para atreverse a más.
Alicia, con los ojos brillantes, no se perdía detalle y parecía estar a punto de gritarle al tipo que siguiera. Su excitación se traducía en la fiereza con que su mano me masturbaba, deslizándose sobre mi polla a toda velocidad. Traté de calmarla, sujetándola con mi otra mano, logrando que bajara un poco el ritmo.
Justo entonces, el tipo se atrevió. Con infinito cuidado, rozó suavemente una pierna de Tati, con los dedos, con el cuerpo en tensión, a punto de saltar. Tati, por su parte, también parecía tensa como una cuerda de piano, pero Alicia no iba a dejarla escapar, susurrándole palabras tranquilizadoras y recordándole que aquello lo estaba haciendo por mí.
Poco a poco y como Tatiana, no daba muestras de despertarse, el hombre fue ganado confianza, atreviéndose a posar su mano con decisión en el muslo de la chica, acariciándolo con mucho cuidado, pero llegando cada vez más arriba.
–          Así, cabrón, así – siseaba Alicia enfebrecida – Tócale el coño, vamos cabrón.
Joder, cómo se ponía. No sé por qué, pero el verla tan fuera de control me cortó un poco el rollo. Empecé a preocuparme al pensar en hasta donde sería capaz de llegar aquella mujer con tal de satisfacer sus deseos.
Entonces Alicia se corrió. Mis dedos, que instantes antes habían atrapado su clítoris entre sus yemas acariciándolo, parecieron arder por el intenso calor que brotaba de las entrañas de Ali. La chica bufó, soltando mi polla y tapándose la boca con la mano, para ahogar el grito de placer que había estado a punto de escapársele.
Nervioso, alcé la vista por si el tipo se había dado cuenta de algo, pero estaba tan concentrado en lo suyo que podríamos haber explotado un petardo sin que se enterara de nada. Mientras tanto, yo no había dejado de acariciar y estimular la vagina de Alicia, que se deshacía en un mar de humedad entre mis dedos, mientras sus caderas se movían agitadas por pequeños espasmos de placer.
Riendo, divertido por la intensidad de la corrida de Ali, agarré el portátil (que por poco no se había caído al suelo) y lo afirmé bien entre nosotros. Ni corto ni perezoso y una vez recuperada la imagen, agarré la muñeca de Alicia y atraje su mano hasta mi rabo, con intenciones obvias.
Una sonrisilla maliciosa se dibujó en sus labios, dedicándome un sensual guiño antes de reanudar la paja; pero, de repente, sus ojos se abrieron como platos, clavándose en la pantalla.
Justo en ese instante, el tipo llegó hasta el final. Envalentonado por la aparente falta de resistencia de Tati (y puede que habiendo notado que la chica fingía dormir mientras se dejaba meter mano) el tipejo deslizó su mano por completo bajo la minifalda de Tatiana, posándola por fin en su coño.
Según me contó Tati después, el hombre no se cortó un pelo y, tras percibir que estaba húmeda, no dudó en introducir uno de sus dedazos en el coñito de mi chica, clavándoselo hasta el fondo.
Y claro, aquello ya era demasiado para Tati, que, dando un respingo, trató de empujar al tipo y apartarlo de su cuerpo serrano.
Y pasó lo que tantas veces habíamos comentado Alicia y yo. El tipo no se detuvo.
Con un gruñido, se echó encima de Tatiana sobre el banco, aplastándola con su peso y obligándola a tumbarse en los asientos. Habiendo perdido por completo el control, el tipo le metía mano a la pobre chica por todas partes, mientras ella trataba de escapar con desespero.
Obviamente, me puse en acción, poniéndome en pié de un salto. Alicia, por un instante, me agarró por el brazo, como si intentara detenerme, aunque no lo hizo con mucha convicción. Daba igual, no habría podido pararme.
Un segundo después, estaba encima del tipejo ese y agarrándole por la chaqueta, lo quité de encima de Tatiana de un tirón, arrojándole contra los asientos que ocupaba minutos antes.
El pobre me miró asustado unos segundos sin reaccionar y fue una suerte para él que no lo hiciera, pues si llega a intentar algo lo tiro por una ventanilla.
Los otros viajeros, sorprendidos por el jaleo, se habían vuelto a mirarnos alucinados. El hombre, sin decir ni pío, se puso en pié a trompicones, justo en el instante en que llegábamos a otra parada.
Con una expresión de alivio casi cómica, el pobre tipo se dirigió a las puertas que se abrían y casi corriendo, salió disparado del tren, perdiéndose en la estación. Segundos después, los otros viajero, supongo que temerosos de verse mezclados en algún follón, se bajaron también, procurando no mirarnos en ningún momento.
–          ¿Estás bien? – pregunté volviéndome preocupado hacia Tatiana y ayudándola a sentarse derecha.
–          Sí, sí, no te preocupes…
–          ¿Te ha hecho daño?
–          No, no, estoy bien… Ha sido el susto.
Alicia apareció entonces a nuestro lado, sentándose en el asiento que quedaba libre.
–          Menuda pasada, Tatiana, lo has hecho increíblemente bien. No sabes cuánto se ha excitado Víctor mientras te miraba… Ha empezado a masturbarse…
–          La madre que la parió – pensé – ¿Se había vuelto loca?
–          No digas tonterías – le dije en tono muy serio – La cosa se nos ha ido de las manos. Una cosa es exhibirse con cuidado y otra lo que acaba de pasar. Lo mejor va a ser ponerle fin a esta locura…
Estaba enfadado. Y preocupado. Si nos dejábamos arrastrar, no podía imaginarme hasta donde sería capaz de llevarnos Alicia. Había que poner el freno.
–          Esto se acabó – dije – Lo mejor será que nos olvidemos de estos juegos y que…
Empecé a soltar mi discurso, argumentando apropiadamente lo que quería decir, dando sólidas razones de peso para poner fin a aquella locura.
Las muy…. zorras. Me dejaron hablar durante varios minutos sin decir ni pío, hasta que por fin me di cuenta de que las dos estaban aguantando las ganas de reír a duras penas.
–          ¿Se puede saber qué coño os pasa? ¿De qué cojones os reís?
Tati, con los ojos llorosos, aguantando como podía la risa, consiguió articular con el rostro ruborizado…
–          Cari… Tu pene…
Miré mi propia bragueta, mudo de estupor. Joder. Me había dejado la polla fuera. Y seguía bastante dura.
Las dos se echaron a reír abiertamente, mientras que yo, sintiéndome muy avergonzado, forcejeaba con la bragueta para esconder mi erección en mis pantalones.
–          ¿Así que no te habías puesto cachondo? – dijo Ali mirándome con sonrisa traviesa.
Derrotado, me dejé caer en el asiento, sabiendo que todos mis argumentos habían perdido su razón de ser. Las dos chicas, descojonadas, se partieron a mi costa un buen rato todavía.
Cuando llegamos a la última parada, nos bajamos del tren tras recuperar la cámara de debajo del asiento.
–          Bueno, chicos – dijo Ali – Me voy. Me esperan en casa para cenar. Mi prometido, ya sabéis…
Le devolvimos todos los cacharros y ella los guardó en el maletín del portátil.
–          ¿Quedamos mañana otra vez? – preguntó ilusionada.
–          Mañana no puedo – me apresuré a decir – Me toca coger el coche y hacer varias visitas fuera de la provincia. No volveré hasta la noche.
–          Sí, y yo mañana estoy de tarde. Una compañera me ha pedido que se lo cambiara…
–          Bueno, pues el viernes entonces – dijo mirando a Tatiana de forma enigmática.
–          Ok. Hablamos el viernes por la mañana – asentí.
Nos despedimos de Ali, que iba a tomar un taxi, pero, justo antes de marcharse, se acercó a mi novia y le dijo algo al oído que la hizo enrojecer.
Por fin, la joven se marchó con el portátil al hombro, lanzándonos un guiño cómplice y riéndose divertida.
–          ¿Qué te ha dicho? – pregunté intrigado.
Tatiana me miró fijamente un instante, muy colorada, antes de decidirse a responder.
–          Me ha dicho… Que no desperdicie esa erección.
—————————-
Un par de minutos después, con mucho sigilo, nos colamos en los servicios de caballeros de la estación. Y echamos un polvo de la hostia en uno de los retretes. Me la follé a lo bestia, apoyada contra la pared, sus piernas anudadas en torno a mi cintura, ahogando sus gritos de placer enterrando su rostro en mi cuello. Fue un polvazo, que alivió por fin la increíble excitación de la jornada.
Al día siguiente, por la noche, me enteré de que Tati me había mentido y que las palabras de Alicia al oído habían sido otras muy distintas.
TALIBOS

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Relato erótico: «Animando a mi prima hermana, una hembra necesitada (POR GOLFO)

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MI LLEGADA

Lo que en teoría debía de haber sido una putada de las gordas, resultó ser un golpe de suerte. Un día de junio  tuve una reunión con el jefe de recursos humanos . Nada más entrar a su oficina, el muy cabrón me informó que debido a la crisis iba a haber una criba brutal en el banco y que si no quería ir a engrosar la lista del paro, tenía que aceptar un traslado. Al preguntarle a donde me tendría que desplazar, me contestó que había una vacante en la sucursal de Luarca.  Aunque sabía que eso significaba un retroceso en mi carrera, decidí aceptar porque mi madre y sus hermanos mantenían la antigua casona familiar.
“Al menos, no tendré que pagar un alquiler”, pensé. Al preguntar cuando tenía que incorporarme,  ese capullo me respondió con su peculiar tono de hijo de puta que el día uno, lo que me daba quince días para la mudanza.
Esa misma tarde, hablé con mi madre. La pobre se quedó triste al oírme pero se comprometió a hablar con mis tíos para que pudiera vivir en ella. Al poco rato, me llamó y me dijo que no había problema pero que tendría que compartir la casa con mi prima María. Al enterarme que iba a tener que vivir con ella, extrañado pregunté:
-Pero ¿mi prima no vivía en Barcelona?-.
-Eso era antes- me contestó,- se divorció hace dos años y tratando de rehacer su vida, volvió al pueblo-.
Hacía muchísimo que no la veía. María era tres años mayor que yo, y los únicos recuerdos que tenía de ella, eran su timidez y su tremendo culo. Mi primo Alberto y yo siempre habíamos fantaseado con verla desnuda pero jamás lo conseguimos. Todavía me rio al recordar cuando nos pilló escondidos en su armario y enfadadísima, nos cogió de las orejas y de esa forma nos llevó a ver a nuestro abuelo. El pobre viejo al enterarse de nuestra travesura se echó a reír en un principio, pero al ver el cabreo de su nieta no tuvo más remedio que castigarnos. Desde entonces habían pasado veinte años, por lo que mi prima debía de tener ahora unos treinta y cinco años.
“Ojala siga tan buena”, rumié mientras me trataba de consolar por la guarrada de tener que enterrarme en el pueblo, “al menos tendré un monumento que admirar al llegar a casa”.
Las dos semanas que quedaban para mi incorporación pasaron rápidamente y antes que me diese cuenta estaba camino de Luarca. Al llegar a la casa de los abuelos, María me estaba esperando. Al verla me llevé una desilusión, la estupenda quinceañera se había convertido en una mujer desaliñada y amargada. Con su pelo poblado de canas y vestida como una monja me recibió de manera amable pero distante. Nada en ella me recordaba a la cría que nos había vuelto locos de niños. Su cara era lo único que conservaba de su belleza infantil pero el rictus de amargura que destilaba, la hacían parecer una vieja prematura:
-Te he reservado la habitación de tus padres-, dijo al verme cargado de las maletas.
Desilusionado, la seguí por las escaleras. Su falda gris por debajo de las rodillas y su blusa blanca abotonada hasta el cuello, me parecieron en ese momento una  premonición de mis días en esa casa. Mecánicamente, me mostró el baño que podía usar y antes de darme tiempo a acomodar mis cosas, se sentó en una butaca y me expuso:
-Me han dicho que te vas a quedar al menos un año, por lo que creo que es conveniente dejar las cosas claras desde el principio. En esta casa se come a las dos y media y se cena a las nueve, si no vas a venir o vas a llegar tarde, hay que avisar. He abierto una cuenta en tu banco a nombre de los dos para el mantenimiento de la casa. Vamos  a ir al cincuenta por ciento, por lo que tienes que depositar quinientos euros para equilibrar lo que yo he ingresado. Todos tus caprichos los pagas tú. Y al igual que las dos habitaciones del fondo son en exclusividad mías, ésta y la contigua serán las tuyas, el resto serán de uso común. ¿Te ha quedado claro?-.
-Por supuesto, mi sargento-, respondí en broma.
Por la mirada asesina que me devolvió supe que no le había hecho gracia. La dulce cría se había vuelto una mujer huraña:
“Lo mal que debe haberle ido en su matrimonio”, me dije al ver que se iba sin despedirse.
Como no tenía nada que hacer al terminar de desembalar el equipaje, decidí dar una vuelta por el pueblo. El centro de Luarca no había cambiado nada desde que era un niño, los mismos edificios, la misma gente y sobre todo el mismo sabor a pueblo marinero que tanto me gustó esos veranos. Al ver el café Avenida, un bar al que mi abuelo solía llevarnos al salir de misa, decidí entrar y pedirme una sidra.  No llevaba diez minutos en él cuando vi llegar a un grupo de gente de mi edad montando un escándalo. Tanto los hombres como las mujeres venían con alguna copa de más, de manera que me vi marginado a una esquina de la barra. Cabreado por el escándalo, decidí volver a casa.
Al llegar, me estaba esperando en el comedor. Por suerte no había llegado tarde y por eso tras saludarla, me senté en la mesa. Contra todo pronóstico, mi prima resultó además de un encanto una estupenda cocinera. Todo estaba buenísimo y por eso al terminar y tratando de agradarla, le solté:
-Como me sigas cebando así, no me voy a ir de esta casa en años-.
María al escucharme, se soltó a llorar. Incapaz de comprender la reacción de la mujer, traté de consolarla abrazándola pero ella, levantándose de la mesa, me dijo:
-Te irás como se han ido todos los hombres de mi vida-.
Completamente alucinado, la vi marcharse. Una frase inocua había desatado una tormenta en su interior, recordándole el abandono de su marido. Sin saber qué hacer,  cogí los platos y ya en la cocina me puse a limpiarlos:
“Amargada es poco, esta tía esta de psiquiátrico”, sentencié mientras terminaba de ordenar la cocina, “lleva más de dos años sola y todavía no se ha hecho a la idea”.
Ya en mi cuarto, pude escuchar sus lamentos. Encerrada en su habitación, mi prima dejó que su angustia la dominase y durante dos horas no dejó de lamentarse por su suerte. Sabiendo que nada podía hacer, me puse los cascos y metiéndome en la cama, busqué que el sueño me impidiera seguir siendo testigo de la desazón de la mujer que dormía a unos metros.
A la mañana siguiente, María tenía el desayuno listo cuando salí de la ducha. Sus ojos hinchados eran prueba innegable que se había pasado llorando toda la noche. Al verme, me puso un café y tras darme los buenos días me pidió perdón:
-Disculpa por anoche, pero es que era la primera vez que cenaba con un hombre desde que me dejó mi marido-.
En ese momento no me percaté que se había referido a mí como un hombre y no como su primo y quitándole hierro al asunto le dije:
-No te preocupes. Ya se te pasará-.
-Eso jamás-, me gritó, -nunca podré olvidar la humillación que sentí cuando se fue con una mujer más joven-.
Mirándola, no me extrañaba que hubiese salido huyendo. María se había cambiado de ropa, pero seguía pareciendo una institutriz. Con una blusa almidonada y ancha, no se podía saber si esa mujer era plana o pechugona. Todo en ella enmascaraba su femineidad, la falda gruesa y casi hasta los tobillos podía ser el uniforme de una congregación de monjas. Sabiendo que si le decía algo se iba a enfadar, decidí callarme y al terminar de desayunar, me despedí de ella con un beso en la mejilla.
-Nos vemos a las dos-, dije mientras salía por la puerta.
Ya en la calle, me di cuenta que se había sentido incómoda por esa muestra de cariño pero soltando una carcajada, resolví que si eso la perturbaba iba a seguir haciéndolo. Durante el camino hacia el banco, no dejé de pensar en la mala fortuna que había tenido esa mujer y que siendo una belleza en su juventud, la mala experiencia de su matrimonio la había echado a perder. Ya en el trabajo, perdí toda la mañana conociendo a mi nuevo jefe y a los que iban a ser mis compañeros.
Don Mario, el director, resultó ser un viejo entrañable que viendo su jubilación cercana apenas trabajaba y se pasaba todo el día en el bar. Acostumbrado al hijo puta de José, no llevaba dos horas en esa sucursal cuando ya había comprendido que al exiliarme a ese remoto pueblo, me había hecho un favor.
“Aquí se vive bien”.
No me di cuenta del paso de las horas, de manera que me sorprendió saber que había que cerrar el banco e irnos a comer. Al llegar a casa, descubrí a mi prima limpiando de rodillas la escalera. Lo forzado de su postura me permitió percatarme que, aunque oculto, María seguía conservando el estupendo trasero de jovencita.
-No comprendo porque se tapa-, exterioricé sin darme cuenta.
loading-¿Has dicho algo?-, me preguntó dándose la vuelta.
Me sonrojé al pensar que me había oído y haciéndome el despistado le respondí que no.
-¿Tendrás hambre?-, me dijo poniéndose en pie, sin reparar que tenía dos botones desabrochados, lo que me permitió disfrutar de su profundo canalillo entre sus pechos. El sujetador de encaje que llevaba le quedaba chico, de manera que no solo se desbordaban sino que me dejó vislumbrar el inicio de unos pezones tan negros como apetitosos. Me vi mordisqueándolos mientras su dueña se corría entre mis brazos-
Cortado por la excitación que me produjo descubrir que esa hembra asexuada disponía de unos senos que serían la envidia de cualquier estrella del porno, le dije que me iba al baño y tras cerrar la puerta, no tuve más remedio que masturbarme pensando en ellos. Dominado por el deseo, me imaginé a esa estrecha entrando en el baño e implorando mis caricias, caminar a gatas a recoger su premio. Esa imagen tan deseada hacía veinte años, volvió con fuerza a mi mente y desparramando mi lujuria sobre el suelo del aseo, me corrí mientras pensaba en como follármela.
Al salir, la mojigata de mi prima se había vuelto a cerrar la blusa y con una sonrisa en su boca, me dijo que fuésemos a comer. Una vez en la mesa, me resultó imposible dejar de mirarla buscando en ella algo que me diera pie a un acercamiento pero, tras media hora de charla, comprendí que era absurdo y que esa tía era inaccesible. Como en el banco teníamos horario de verano después del café, decidí salir a correr un poco, porque llevaba una semana sin hacer ejercicio y sentía agarrotados mis músculos.  Aprovechando que la casa estaba en las afueras del pueblo,  recorrí durante dos horas los caminos de mi juventud, de manera que al volver a la casona, estaba empapado.
Cuando entré, mi prima estaba tranquilamente sentada leyendo en el salón.  Al levantar su mirada del libro, pude descubrir que fijó sus ojos en mi camiseta que, completamente pegada por el sudor, mostraba con claridad el efecto de largas horas en el gimnasio. Sin darse cuenta, recorrió mi cuerpo contando uno a uno los músculos de mi abdomen. Cortado por su escrutinio, le dije que me iba a duchar, ella volviendo a la novela ni siquiera me contestó. No me hizo falta, sonriendo subí por las escaleras y tras desnudarme, me duché.
“Joder con la amargada”, pensé mientras me enjabonaba, “menudo repaso me ha dado”.
Nada más terminar, fui directamente a mi habitación a vestirme. Acababa de terminar fue cuando me percaté que no había recogido la ropa sucia y que la había dejado tirada en el baño. Pensando que si entraba mi prima se iba a enfadar, decidí recogerla pero al llegar no estaba en el suelo. Comprendí al instante que ella la había cogido y avergonzado bajé al lavadero a disculparme. No tuve que tocar, la puerta estaba abierta. Ni siquiera entré desde fuera observé como María apretándola contra su cara no dejaba de olerla mientras sus manos se perdían en el interior de su falda. Mi querida prima, la puritana, completamente alterada por mi sudor, buscaba un placer vedado torturando su sexo con sus dedos. Sus gemidos me avisaron que ya estaba terminando. Impresionado por la lujuria de sus ojos, me retiré sin hacer ruido porque comprendí que si la descubría iba a sentirse humillada.
Al volver a mi cuarto, me tumbé en la cama y sin prisas me puse a planear el acoso y derribo de mi primita. De manera que cuando me llamó a cenar ya tenía el método por el cual esperaba tenerla en poco tiempo bebiendo de mi mano. Con todo ello en mi mente, me senté en mi silla y buscando el momento, esperé para preguntarle donde le parecía mejor que pusiera mis aparatos de gimnasia. Tras unos breves instantes, me contestó que la mejor ubicación era al lado del salón.
“Menuda zorra”, pensé al percatarme que desde el sillón donde había estado leyendo, iba a tener una visión perfecta de mí cuando me ejercitara. Satisfecho porque eso le venía de maravillas a mi plan, le dije que al día siguiente los montaría.
-Si quieres te ayudo después de cenar-, me contestó incapaz de contenerse.
Sabiendo que lo decía porque así desde el día siguiente iba a poder espiarme, acepté encantado, de forma que esa noche cuando me metí en la cama, la trampa estaba perfectamente instalada esperando que mi victima cayera. Y por segunda vez en el día, me masturbé pensando en ella y en cómo sería tenerla en mi poder.
loadingEL CEBO
Los siguientes días fueron una repetición de ese día. Al llegar del trabajo comía con mi prima, tras lo cual y durante dos horas me machacaba duramente en ese gimnasio improvisado bajo la atenta mirada de María. Sabiendo que ella observaba, hacía pesas sin camiseta, de manera que poco a poco mis músculos y mi abdomen la fueron subyugando. Siempre la misma rutina, al terminar me secaba el sudor con el polo y dándole un casto beso me iba a duchar, olvidándome la ropa empapada en el baño. En todas y cada una de las ocasiones, al salir esta había desaparecido.
El jueves viendo que no paraba de mirarme, le dije:
-Porque no lees aquí y así me haces compañía-.
Asustada pero sin poder negarse, trasladó su sillón a la habitación que donde hacia ejercicio. Nada más entrar dejó el libro a un lado  y en silencio se dedicó únicamente a mirarme. Verla tan entregada, hizo que mi pene saliera de su letargo irguiéndose dentro de mi pantalón. Ella no tardó en darse cuenta, pero en vez de cortarse su cara se iluminó con la visión. Haciendo como si no me hubiese enterado, la vi morderse el labio mientras cerraba sus piernas tratando de controlar la calentura que la atenazaba. Esa tarde le di un regalo, antes de ducharme me masturbé eyaculando sobre mi pantalón corto.
Buscando ver si mi semen había cumplido su objetivo, me acerqué sin hacer ruido al lavadero. No tuve que entrar, desde la cocina escuché sus gemidos. Totalmente fuera de sí, mi primita estaba apoyada con el pico de la lavadora contra su culo mientras con la falda a media pierna introducía sus dedos en su sexo. SI esa imagen ya de por sí era cautivadora más aún fue oír como se retorcía diciendo mi nombre mientras con su lengua recogía el semen que le había dejado. Sabiendo que debía seguir forzando su deseo, me retiré sonriendo.
Durante la cena, María estaba feliz. Sus ojos tenían un brillo que no me pasó desapercibido. Al mirarme desprendía un fulgor que supe interpretar. Esa mujer amargada se había despertado, convirtiéndose en una hembra hambrienta de líbido. No me quedaba duda de que caería como fruta madura ante cualquier acercamiento por mi parte pero esa no era mi intención. Quería obligarla a dar ese paso, a que venciendo todo tipo de resentimiento o tabú, ella viniese a mí implorando que la tomara.  Era una carrera de medio fondo, no podía ni debía de acelerar el paso.
Casi en el postre, como quien no quiere la cosa, dejé caer que me dolía la espalda y que me urgía un masaje. Mis palabras fueron un torpedo contra su línea de flotación y gozando  su próxima captura, la vi debatiéndose entre el morbo de tocarme y su aprensión a que me diese cuenta que me deseaba. Durante unos minutos no dijo nada pero cuando me levantaba a dejar mi taza en el fregadero, oí que me decía:
-Si quieres  yo puedo hacértelo-.
Disimulando, le contesté que no sabía a qué se refería. Bajando su mirada, sumisamente, María me aclaró:
-El masaje-.
 -De acuerdo. ¿Te parece que mientras lavas los platos, me desnude?-, contesté sin darle importancia.
Mi prima no pudo evitar dejar caer los platos que llevaba al lavavajillas al oírme. Con el estrépito de la loza rompiéndose en mis oídos, la dejé con sus miedos mientras subía a mi cuarto.  Cuidadosamente fui preparando el escenario, completamente desnudo y tapando únicamente mi trasero con la sábana, la esperé tumbado boca abajo. Sus complejos la mantuvieron durante quince minutos dizque limpiando la cocina y por eso cuando entró crema, estaba adormilado.
Casi de puntillas, se puso a mi lado y embadurnándome con la crema, empezó a recorrer tímidamente mis hombros.  Sus manos fueron perdiendo el miedo poco a poco. La mujer tomando confianza fue bajando por mi espalda, sin parar de suspirar. Encantado con la excitación de mi prima, me mantuve con los ojos cerrados. Sus dedos apretaron mis dorsales mientras su dueña sentía como se aflojaban sus piernas. Tratando de mejorar la postura, se puso a horcajadas sobre mí con una pierna a cada lado de mi cuerpo. En lo que no reparó fue que su braga quedaba en contacto con mi piel por lo que pude comprobar que la humedad envolvía su coño. Abstraída en las sensaciones que estaba sintiendo , María ya había perdido todo reparo y furiosamente masajeaba con sus palmas mi columna.
-Más abajo-, le dije sin levantar mi cara de la almohada.
Se quedó petrificada al oírme. Durante unos instantes no supo reaccionar por lo que tuve que forzar su respuesta quitándome la sabana. Por primera vez, me veía completamente desnudo. Indecisa, fue tanteando mi espalda baja luchando contra su deseo. Mi falta de respuesta, la tranquilizó y echando más crema sobre mi piel, reinició el masaje.   No tuve que ser un genio para interpretar su respiración entrecortada. Mi prima estaba luchando contra su deseo y éste estaba venciendo. Cuando sentí que estaba a punto, dije:
-Más abajo-.
La mujer, obedeciéndome, acarició mi trasero con sus manos sin atreverse a incrementar la presión de sus dedos.
-Más fuerte-.
Con sus defensas asoladas, se apoderó de mis nalgas. Sus palmas estrujaron mis músculos mientras su dueña sentía que su corazón se desbocaba. Absolutamente entregada, empezó a llorar cuando sus dedos recorrían mi trasero. Al percatarme de su estado, tapándome le dije que había sido una gozada el masaje pero que ya estaba relajado. Ella al oírme, comprendió que le estaba dando una salida y sin levantar su mirada, se despidió dejándome solo en la cama. No tardé en escuchar a través del pasillo, sus gemidos. María dando vía libre a sus sentimientos se estaba masturbando pensando en mí.
Satisfecho, pensé:
“Y mañana más”.
loadingLA CAPTURA
Al despertar comprendí que ese fin de semana, tenía que dedicarlo en exclusiva a mi prima. En el comedor María me esperaba envuelta con una bata. Sonreí al darme cuenta que debido a su lujuria esa mujer no había dormido apenas y por eso no había tenido tiempo a vestirse antes de levantarse a preparar el desayuno. Forzando sus defensas, le di un beso en la mejilla mientras distraídamente mi mano acariciaba su trasero. Mi prima suspiró al sentirlo pero no dijo nada.
“Que poco queda para que me pidas que te tome”, pensé mientras sorbía el café.
La mujer, completamente absorta, no dejó de mirarme. Sus ojos seguían cada uno de mis movimientos como si estuviera hipnotizada.  Si lo hubiese querido con un chasquido de mis dedos esa mujer se hubiera entregado a mí pero su sumisión debía ser plena. Aguantándome las ganas de desnudarla y tirármela ahí mismo, terminé de desayunar.
Ya me iba por la puerta cuando volviendo sobre mis pasos, puse en su regazo trescientos euros.
-¿Y esto?-, preguntó.
-Como dijiste, cada uno paga sus caprichos. Quiero que vayas a la peluquería y te arregles el pelo y al salir entres en una boutique y te compres un vestido corto con la falda por encima de las rodillas. Estoy cansado que vayas vestida como si fueses a un funeral-, le dije.
Ella intentó protestar pero no cedí:
-No quiero vivir con una vieja. Ya es hora que despiertes-, respondí mientras salía de la casa dejándola sola.
 Disfrutando de antemano de mi triunfo, camino de la oficina no dejé de planificar mis siguientes pasos, concibiendo nuevas formas de dominio sobre la pobre mujer. La propia actividad de mi trabajo evitó que siguiera comiéndome la cabeza con ella, pero aun así, cada vez que tenía un respiro, lo usé para imaginarme que se habría comprado. Por eso, al abrir la puerta de la casa que compartía con esa mujer, estaba nervioso. Quería… necesitaba comprobar si había cumplido mis órdenes.
La confirmación de su entrega llegó ataviada con un vestido tan caro como exiguo en tela. María completamente cortada, me saludó mientras con sus manos intentaba alargar el vuelo de la falda. Teñida de rubia, con un escote que quitaba la respiración y mostrando sus piernas, me preguntó que me parecía:
-Estas guapísima-, contesté maravillado por la transformación.
Era increíble, la mujer amargada había desaparecido dando paso a una mujer desinhibida que destilaba sexualidad a cada paso. No solo era bella sino el sueño de todo hombre hecho realidad. Incapaz de contenerme, le pedí que diera una vuelta para verla bien. María, con sus mejillas teñidas de rojo, se exhibió ante mis ojos.
-Tienes unos pechos preciosos-, le dije posando mi mirada en sus enormes tentaciones.
Sus pezones involuntariamente se erizaron al escuchar mi piropo, su dueña totalmente ruborizada huyó a la cocina meneando su trasero. Ya envalentonado, le solté:
-Y un culo estupendo. ¡Me encanta que lo muevas para mí!-.
Mi querida prima había sobrepasado todas mis expectativas. Cuando empecé a seducirla no sabía el pedazo de mujer que se escondía debajo de ese disfraz. Lo había hecho por el morbo de tirarme al amor platónico de mi niñez pero ahora necesitaba poseerla por ella misma. Era tanta mi calentura que, durante la comida, no pude dejar de recrearme en sus curvas.
“Está buenísima”, reconocí al sentir que mi miembro pedía lo que mi cerebro retenía. “No sé si voy a poder aguantar no saltarle encima antes de tiempo”, pensé y  tratando de calmarme, le pregunté cómo estaba:
-Hoy es el primer día que no he pensado en mi ex marido-, me confesó con alegría, -tenías razón, tengo que pasar página-.
 Satisfecho con su respuesta, me levanté de la mesa y subiendo las escaleras me fui a cambiar. Al entrar al gimnasio, María me esperaba sentada en su asiento. Supe que estaba excitada al comprobar que, bajo la blusa, sus pezones la traicionaban. Meditando que hacer, me empecé a ejercitar bajo su atento examen. En un momento dado al mirarla vi que bajo el vestido, la mujer se había puesto un coqueto tanga y sin cortarme le dije:
-Me encanta verte las piernas pero más aún esas bragas rojas que llevas-.
Completamente avergonzada, cerró sus piernas diciéndome que no se había dado cuenta. Entonces echando un órdago, dije:
-Abre las piernas, te he dicho que me gusta verlas-.
Se quedó perpleja al oírme pero venciendo su vergüenza, fue separando sus rodillas sin ser capaz de mirarme. Cubriendo otra etapa de mi plan, fijé mi mirada en su entrepierna mientras mi prima se agarraba a los brazos del sillón para evitar tocarse. Que la mirase tan fijamente además de incomodarla, la estaba excitando. Su tanga se fue tiñendo de oscuro por la humedad que brotaba de su sexo. Al percatarme que estaba empapada y que se mordía los labios tratando de no demostrar el ardor que se le estaba acumulando entre las piernas, busqué sus límites diciendo:
-Tócate para mí-.
 María me fulminó con la mirada  indignada pero al comprobar que no cejaba en mi repaso y que iba en serio, se puso nerviosa luchando en su interior su razón contra la tensión almacenada en su sexo. Al fin venció su lujuria y con lágrimas en los ojos, metió sus dedos bajo el tanga y empezó a masturbarse. Su sometimiento era suficiente y dejando que se liberara en privado, salí de la habitación diciendo:
-Voy a ducharme, luego te llamo para que me ayudes a secarme-.
Sin esperar su respuesta, la dejé rumiando su calentura. Al entrar al baño, lo primero que hice fue descargar su ración de semen sobre mi pantalón para que cuando ella viniera a mí, ya estuviera dispuesta sobre la tela. Tranquilamente bajo el chorro, me enjaboné mientras mi mente volaba tratando de averiguar si esa noche sería su claudicación. El sonido de la puerta abriéndose, me confirmó que mi presa se había enredado en la red que había tejido. Solo la mampara me separaba de la pobre mujer.  Ahondando en su entrega, corrí la pantalla para que me viese desnudo. Sentada en el váter y estrujando mi ropa con sus manos, devoró con la mirada mi cuerpo. Su expresión desolada no hizo más que incrementar mi lujuria e impúdicamente, me di la vuelta para que viese mi pene en su máxima expresión. Avergonzada se intentó tapar la cara con mi pantalón la cara sin darse cuenta que mi semen iba a entrar en contacto con su boca.  Al sentir su sabor recorriendo sus labios, huyó del baño llevándose su regalo con ella.
Solté una carcajada al verla huir a descargar su excitación y gritando, le ordené:
-En cinco minutos, te quiero aquí-.
Acababa de cerrar el agua cuando volvió. Al regresar, ella misma había claudicado y sin esperar a que lo hiciera, le pedí que me acercara la toalla. De pie y desnudo aguardé a que me secara. Su sofoco era total, sin poder sostener mi mirada, mi prima fue retirando el agua de mi cuerpo mientras su sexo se mojaba. Al llegar a mi pene, le quité la toalla y levantándole la cara, le dije:
-¿Estaba hoy tan rico como ayer?-.
Tras unos momentos de turbación, me respondió sollozando que sí. Buscando derribar uno de sus últimos tabús, la tranquilicé acariciándole el pelo. Ella me miró con los ojos aún poblados de lágrimas y me preguntó:
-¿Desde cuándo lo sabes?-.
-Desde el primer día-.
Sus piernas se doblaron y sentándose en la taza, estalló a llorar exteriorizando su vergüenza. Anudándome la toalla, la levanté y entrando al trapo, le sonsaqué si se había corrido.
-Si-, me respondió.
Al escuchar su rendición, le dije:
-Dame tus bragas y así estaremos en paz-.
Incapaz de negarse, se las quitó y esperó a ver que iba a hacer con ellas. Nada más cogerlas, me las llevé a la nariz. El aroma a mujer inundó mis papilas y sabiendo que ella lo necesitaba, con mi lengua saboreé su flujo. Maria tuvo que cerrar sus piernas para no desvelar su deseo, momento que aproveché para decirle:
-Vamos a hacer un trato: Yo, todas las tardes te haré un regalo y en compensación, tú por las mañanas deberás entregarme la ropa interior que hayas usado durante la noche-.
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Todavía abochornada, vio que era justo y que de esa manera éramos los dos, los que íbamos a compartir ese fetiche por lo que sonriendo me dio la mano sellando el acuerdo. Al verla irse meneando sus caderas, comprendí que podía ser cuestión de horas que ese portento acudiera a mí. Silbando mi triunfo, me vestí y poniendo su tanga en el bolsillo de mi chaqueta a modo de pañuelo, busqué a mi prima. La encontré en el salón, tarareando una canción mientras barría. Al fijarme en ella, me percaté que se la veía feliz. El saber que no solo no me había enfadado sino que era cómplice de su fantasía, la liberó. Cuando me vio, paró de cantar y regalándome una sonrisa, me preguntó a donde iba:

-Te equivocas primita, adonde vamos-, le respondí cogiéndola de la mano.
Muerta de risa, me pidió unos minutos para ponerse unas bragas. Pero cogiéndola en volandas, se lo prohibí y sin que pudiera hacer nada para evitarlo, la metí en el coche.
-¡Estás loco!-, me dijo abrochándose el cinturón, -la gente se va a dar cuenta de que no llevo nada debajo-.
-Te equivocas, solo tú y yo sabremos que tu tanga está en mi solapa-.
Sorprendida me miró la chaqueta porque hasta entonces no se había enterado de mi diablura y soltando una carcajada, me insultó diciendo:
-Además de cabrón, eres un pervertido-.
-Si-, respondí, -pero no te olvides que soy TU pervertido-.
Lejos de enfadarse, me devolvió una sonrisa mientras ponía en la radio un cd de los secretos. Por primera vez en dos años, María estaba contenta y sabiendo que no debía forzar la máquina decidí salir del pueblo y dirigirme hacia Puerto de Vega.  Durante los quince minutos que nos tomó llegar a esa población, no paré de decirle lo buenísima que estaba y lo tonta que había sido enterrándose en vida. Ella sin dejar de sonreír, me miró diciendo:
-Tienes toda la razón, pero gracias a ti he salido de mi encierro-.
Viendo que se ponía cursi, paré el coche y tomándola de los brazos, le dije:
-Yo estaré siempre ahí cuando me necesites, pero ahora es el momento que te liberes-.
-Te tomo la palabra-, me contestó y cambiando de tema, me preguntó a dónde íbamos. 
Al decirle que al bar Chicote, protestó diciendo que estaba en el muelle y que de seguro iba a estar atestado.
-Por eso-, respondí,-quiero que te sientas observada-.
-Capullo-.
-Zorra-.
-Sí, pero no te olvides que soy TU zorra-, me contestó usando mis mismas palabras mientras una de sus manos acariciaba mi pierna,
Al salir del coche, sus ojos brillaban por la excitación y sin quejarse me dio la mano, mientras entrabamos al local. Como había predicho, El Chicote estaba lleno por lo que tardamos unos minutos en llegar a la barra. Al preguntarle que quería, me dijo que un cubata porque necesitaba algo fuerte para pasar el trago.
-¿Tan mal te sientes?-, le contesté preocupado. 
-¡Que va!, lo que ocurre es que estoy empapada. Siento que todos saben que voy sin bragas y me encanta-.
-Pues disfruta-, le dije pasando mi mano por su trasero.
Al notar mi caricia, se pegó a mí diciendo:
-¡No seas malo!. Si me tocas,  voy a terminar corriéndome, y ¡no es eso lo que quieres!-.
-Todavía no. Querré que te corras el día que vengas a mí, de rodillas y pidiéndome que te tome. Ese día, me olvidaré que eres mi prima y te convertiré en mi mujer-.
Satisfecha con mi declaración de intenciones, pegando su pubis a mi entrepierna, me susurró al oído:
-¿Tiene que ser de día?, ¿no puede ser de noche?-.
-Estoy creando un monstruo-, le dije mientras  disimuladamente apretaba uno de sus pechos. –A este paso, te vas a convertir en una puta-.
-Ya te dije, si lo hago será tu culpa y yo, TU puta-.
Las siguientes dos horas fueron un combate de insinuaciones y caricias. María se lo estaba pasando en grande, retándome con la mirada mientras se exhibía ante la concurrencia. No paró de bailar ni de beber y ya un poco achispada, me pidió que nos retiráramos a  casa. En el coche, le pregunté si se sentía bien, a lo que me respondió que sí aunque un poco borracha. Fue entonces cuando me fijé que se le había subido la falda y que desde mi posición podía ver el inicio de su pubis. Mi sexo reaccionó saliendo de su modorra y solo el pantalón evitó que se irguiera por completo. Ella se dio cuenta y sonriendo me dijo si tenía algún problema.
-Yo no le respondí sino el camionero-, le respondí al percatarme que el conductor del tráiler que teníamos a la derecha en el semáforo, estaba disfrutando de una visión aún mejor que la mía, -o bien te bajas la falda, o te la subes para que el pobre hombre no sufra un tirón en su cuello-.
Mi prima se giró a ver a quien me refería y al ver la cara del buen hombre, riendo se subió el vestido y abriéndose de piernas, le mostró lo que  el tipo quería ver. No satisfecha con la cara de sorpresa, mojó uno de sus dedos en su sexo y descaradamente se lo chupó mientras le guiñaba un ojo. El camionero, tocando la bocina, agradeció a su manera el regalo recibido pero el objeto de su lujuria se había olvidado de él y mirándome, se destornillaba de risa en su asiento.
-¡Qué bruta estoy!-, me confesó al parar de reír.
-Por mí, no te cortes, si necesitas hacerlo -, respondí enfilando la carretera.
Poniendo cara de niña buena, me dijo que no sabía a qué me refería. Comprendí al instante, que quería que yo le ordenase por lo que prestando atención al camino, le dije:
-Quiero que te toques para mí-.
No se hizo de rogar, y bajando su mano por su pecho, pellizcó sus pezones mientras bromeando no paraba de maullar. Mirándola de reojo, observé como separaba sus rodillas y abriendo sus labios, me pedía permiso con sus ojos:
-¡Hazlo!-.
Mi orden desencadenó su deseo y sin prisa pero sin pausa, recorrió los pliegues de su sexo para concentrar toda la calentura que la dominaba en su entrepierna. Atónito presté atención a cómo con furia empezó a torturar su clítoris. Era alucinante verla restregándose sobre el asiento mientras con la otra mano se acariciaba los pechos. Los gemidos de mi prima no tardaron en acallar la canción de la radio y liberando sus miedos, se corrió sobre la tapicería.  Al terminar, pegándose su cuerpo al mío, me dio un beso mientras decía:
-Gracias, lo necesitaba-.
Asumiendo mi victoria, aparqué en el jardín y abriendo su puerta, le dije:
-La señora ha llegado sana, salva y empapada a casa-.
Soltó una carcajada al oír mi ocurrencia y meneando descaradamente su trasero, subió por las escaleras de la entrada principal. Al llegar al rellano, se dio la vuelta y plantándome un beso en los morros, me confesó que nunca en su vida se había sentido tan libre y que todo me lo debía a mí. No me quedó ninguna duda que mi prima buscaba con ese beso que le hiciera el amor pero sabiendo que necesitaba su entrega total, dándole un cachete en su culo desnudo le dije que era hora de irnos a dormir. Poniendo un puchero, se dio la vuelta y sin despedirse se fue a su cuarto.
No había acabado de desnudarme, cuando la vi aparecer por la puerta de mi habitación. Se había cambiado y volvía envuelta en un picardías transparente que no dejaba ningún resto a la imaginación. Sus pechos con sus negras aureolas y su pubis perfectamente recortado eran visibles a primera vista. Sabía a qué venía pero haciéndome el duro le pregunté qué quería. Como única respuesta, María deslizó los tirantes de su combinación y dejándola caer se quedó desnuda de pie, mirándome. Sin hacerla caso me tumbé y poniendo cara de extrañeza, dije:
-Algo más, ¡eso no es suficiente!-.
loadingComprendiendo a que me refería, se arrodilló y a gatas vino a mi lado, ronroneando de deseo al hacerlo. Lejos de parecer una gatita, mi prima me recordó a una pantera al acecho de  una presa, la cual se encontraba tumbada e indefensa en la cama. Al llegar hasta mí, restregó su cabeza contra mi brazo y poniendo voz dulce, susurró a mi oído:
-Esta cachorrita abandonada necesita un dueño. Tiene hambre y frio y las noches son muy largas-.
-Pobrecilla-, le contesté siguiendo la broma. -No comprendo cómo siendo tan hermosa no ha conseguido todavía a alguien que la mime-.
Mi prima se metió entre mis sábanas al sentir mi mano recorriendo sus pechos. Pegando su cuerpo, me besó mientras se restregaba buscando calmar la calentura que la dominaba. Al sentir que buscaba introducir mi pene en su sexo, la separé diciendo:
-Déjame a mí-.
Tenía a mi disposición el cuerpo que me había subyugado desde niño y no quería desaprovechar la oportunidad de disfrutar de él. Por eso colocándola frente a mí, fui besando y mordiendo su cuello con lentitud. La increíble belleza de sus pechos que me habían vuelto loco al regresar a Luarca, se me antojó aún más codiciada al percatarme que sus pezones esperaban erectos mis mimos. Acercando mi lengua a ellos, jugué con los bordes de su aureola antes de introducírmela en la boca. Satisfecho, escuché a mi prima suspirar cuando sin importarme que fuera moral o no, mamé de sus tesoros. María supo que tenía que permanecer inmóvil, deseaba sentirse mujer otra vez y mis caricias lo estaban consiguiendo.
No contento con ello, fui bajando por su cuerpo sin dejar de pellizcar sus pezones. La mujer al sentir que me aproximaba a su sexo, abrió sus piernas. Verla tan dispuesta, me maravilló y dejando un rastro húmedo, mi boca se entretuvo en la antesala de su pubis, mientras ella no dejaba de suspirar. Mi pene ya se encontraba a la máxima extensión cuando probé por vez primera su flujo directamente de su sexo. No me había apoderado de su clítoris cuando de su interior brotó un río ardiente de deseo. Llorando me informó que no podía más y que necesitaba ser tomada. Sonreí al oírla y haciendo caso omiso a sus ruegos, me dedique a mordisquear su botón mientras mis dedos se introducían en su vulva. Como si hubiese dado el banderazo de salida, el cuerpo de María empezó a convulsionar al apreciar los primeros síntomas del orgasmo. Convencido que de esa primera noche iba a depender que esa mujer se rindiera a mí, busqué su placer con mi lengua y bebiendo su lujuria prologué su climax mientras ella se retorcía entre mis brazos.
-No es posible-, sollozó al comprobar que se corría sin pausa dejando una húmeda mancha sobre las sabanas. -Te necesito-, gritó cogiendo mi cabeza y pegándola a su sexo.
Durante un cuarto de hora, no solté mi presa. Yendo de un orgasmo a otro sin descansar, mi prima se deshizo de todos sus tabúes y disfrutando por fin, cayó rendida a mis pies. Satisfecho me incorporé y besándola le pregunté si se arrepentía de haber cedido a su deseo:
-No-, me contestó con una sonrisa, -de lo que me arrepiento es de no haberlo hecho antes-.
Fue entonces cuando decidí formalizar su sumisión y pasando mi mano por su trasero, le di un azote mientras le ordenaba darse la vuelta. Incapaz de desobedecerme se tumbó boca abajo sin saber que era lo que quería hacerle. Sin pedirle permiso, separé sus nalgas para descubrir un esfínter rosado. Cogiendo con mi mano parte de su flujo, fui toqueteándolo ante su mirada alucinada. Se notaba que su ex nunca había hecho uso de él y saber que iba a ser yo el primero, me terminó de calentar.
-Tráete crema-, ordené a mi prima.
Dominada por la lujuria, María corrió a su baño y en breves instantes volvió con un bote de nívea entre sus manos. Sin tenérselo que recordar se puso a cuatro patas y abriendo sus dos cachetes, me demostró su obediencia. Con mis dedos llenos de crema, acaricié su esfínter mientras ella esperaba expectante mis maniobras. Buscando que fuese placentera su primera vez, introduje un dedo en su interior.
-¡Que gusto!-, gimió al sentir horadado su agujero.
Me sorprendió comprobar lo relajada que estaba y por eso casi sin pausa. Metí el segundo sin dejar de moverlo. Poco a poco, se fue dilatando mientras ella no dejaba de declamar el placer que la invadía. Comprendiendo que estaba dispuesta, embadurné mi pene y posando mi glande en su entrada, le pregunté si estaba lista.  Durante unos segundos dudó, pero entonces echándose hacia atrás se fue empalando lentamente sin quejarse. La lentitud con la que se introdujo toda mi extensión en su interior, me permitió sentir cada una de las rugosidades de su ano al ser desvirgado por mi pene. Solo cuando sintió la base de mi sexo chocando con sus nalgas, me pidió que la dejara acostumbrarse a esa invasión. Haciendo tiempo, cogí sus pechos entre mis manos y pellizcando sus pezones, le pedí que se masturbara.
No hizo falta que se lo repitiera dos veces, bajando su mano, empezó a acariciar su entrepierna a la par que empezaba a moverse. Moviendo sus caderas y sin sacar el intruso de sus entrañas, la mujer fue incrementando sus movimientos hasta que ya completamente relajada, me pidió que empezara. Cuidadosamente en un principio fui sacando y metiendo mi pene de su interior mientras ella no paraba de rozar su clítoris con sus dedos. Sus suspiros se fueron convirtiendo en gemidos y los gemidos en gritos de placer al sentir que incrementaba la velocidad de mis embestidas. Al cabo de unos minutos, mi presa totalmente entregada me pedía que   acrecentara el ritmo sin dejar de exteriorizar el goce que estaba experimentando.
Al percatarme que estaba completamente dilatada y que podía forzar mis estocadas, puse mis manos en sus hombros y atrayéndola hacía mí, la penetré sin contemplaciones. Completamente alucinada por el nuevo tipo de placer, María chilló a sentir que se volvía a correr y soltando una carcajada, me pidió que no parara:
-¿Te gusta putita?-, le dije dando un azote en su trasero.
-Me enloquece-, contestó al sentir el calor de mi golpe.
Percibiendo que mi azote había espoleado aún más su ardor, fui alternando mis acometidas con sonoras caricias a sus nalgas. Ella berreando me rogó que siguiera y como poseída, mordió la almohada levantando su trasero. Su enésimo orgasmo coincidió con el mío y rellenando su interior con mi simiente, me desplomé a su lado.
Exhaustos nos besamos y sin dejar de acariciarme, María esperó a que descansara, tras lo cual pasando su mano por mi pelo, me dijo:
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-Tu cachorrita tiene el culo calentito pero sigue teniendo sed-.

Solté una carcajada al oírla al comprender que quería tomar de su envase original la blanca simiente de su liberación.
Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
 
 
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

Relato erótico: «Inducida por mi marido» (POR LEONNELA)

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El ardor de un chirlazo estampado en mi trasero me hizo incorporar de golpe y voltear furibunda
_Demonios!! mira lo que ocasionas!!, dije señalando el desinfectante que usaba para limpiar la cocina y que por la sorpresa terminó derramado por el piso.
_Lo siento cariño, pero verte así en esa posición, con esos shorcitos tan cortos, con los cacheticos al aire, difícilmente uno se resiste a azotarte… lástima que deba ir a trabajar porque sino…
_Sino que?…respondí algo melosa, acercándome hasta permitir que mis pechos lo rocen de forma provocativa, mientras deslizaba mi mano hacia su  bragueta.
_Mmm mujer… no juegues así…que me enviarás inquieto a lidiar con los presupuestos
_Presupuestos…otra escusa  para desaparecerte el sábado no?
_Sabes que no son escusas, dijo mientras me acariciaba el culo  pero…en la noche arreglo cuentas contigo guapa!
_Eso espero…eso espero…porque sino…
_Sino que?
_Sino buscaré la forma de resolver esos pendientes sin tu ayuda respondí juguetona
_jajaja me encantan tus amenazas espero en la noche encontrarte así de lanzada, por cierto si durante mi ausencia haces algo indebido me lo cuentas eh?  ya sabes que siempre quiero cosas nuevas pero te acobardas…
Entendí perfectamente a lo que se refería, Laureano, mi esposo había hecho varios intentos por  inducirme al exhibicionismo y quien sabe que otras prácticas alborotaban sus fantasías; puesto que los 45 años a más de llenarle de canas las sienes, lo estaban volviendo morboso.
 La verdad es que el tema del exhibicionismo no me atraía del todo, pero tampoco me incomodaba, quizá tan solo era cuestión de una oportunidad y lo mas importante: decisión,  decisión ésa es la parte que me faltaba, aunque últimamente  también a mi la madurez me estaba volviendo más apasionada y atrevida.
_Ahhh y deberías ponerte otros shorcitos porque se te ve un culo precioso y tu hijo esta en el estudio con sus amigos, no sea que no los dejes concentrar…
_Mmm lástima que los amiguitos de Marcelo no pasen de veinte años y yo sea una cuarentona, porqué sino te haría atrancar con esas palabras.
_Y se puede saber que tienen que ver tus 40 en todo esto?
_Obvio!! Que los chiquillos no se fijan en mujeres viejas, bueno viejas suena exagerado, digamos mas bien que no se fijan en mujeres grandes
Ja!! No tienes idea de todas las fantasías que tuve a los veinte con mujeres  grandes, así que pensándolo bien, quizá debería dejarte  encerrada en la habitación…por si a alguno de esos degenerados se le ocurre algo contigo
_jajaja ya deja de decir tonterías y vete que te atrasas….ahhhh y si me animo a portar mal, te llamo para contártelo pasa a paso…
_Eres un encanto de esposa, espero la llamada eh?
Mientras continuaba con la limpieza, no se me quitaba la sonrisa, comenzar el día con un esposo que amanece de buen humor, regalando a diestra y siniestra halagos, y aun más con una buena oferta de sexo para la noche, era suficiente motivo de alegría para al menos una semana, aunque tuviera que pasar el resto de mi día libre limpiando.
En una de las tantas idas y venidas me detuve unos segundos frente al espejo que colgaba en el recibidor; recordando las palabras de mi marido di vuelta, y pude confirmar que en verdad los shorcitos me quedaban a la medida, no cabe duda que los dos kilitos de mas me sentaban muy bien. Por delante se reflejaba un vientre casi plano,  una cintura bonita que la hubiese querido un tantico mas estrecha, y un par de muslos fuertes que quizá eran lo mas atractivo que tenia.
Vestía una blusa blanca de tirantes que me permitía llevar los pechos desnudos,  librándome del tormento de andar en casa con brasier. El cabello lo tenía recogido en una coleta que me daba aspecto juvenil, pese a que unas cuantas líneas de expresión me traicionaban. Además era dueña de un rostro agradable y un airecito seductor con el que enfrentaba a creces la madurez, una madurez que últimamente me estaba llenando de muchas inquietudes.
El timbre del teléfono  interrumpió mi autoexamen   y al levantar el auricular  escuché la voz de Laureano
_Querida, necesito hablar con Marcelo por favor pónmelo
_ok, espera un segundo voy para el estudio, aun  sigue con sus compañeros
_Lo se, me dijo que tenían tarea para todo el día….
La puerta del estudio estaba  abierta, así que me acerqué al escritorio donde mi hijo y sus compañeros trabajaban.
_Tu papa le dije entregándole el teléfono
Mientras mi hijo se desahogaba con su padre maldiciendo al profesor, yo apenas le escuchaba, extrañamente mi cerebro se entretenía en buscar la mínima intención de una mirada indebida por parte de alguno de los muchachos; era como si me sofocara una repentina necesidad  de sentirme atractiva.
Intencionalmente coloque los codos en el escritorio como si pretendiera curiosear lo que hacían en la portátil, eso fue suficiente para atraer las miradas a mi escote; la posición en la que me encontraba dejaba a la vista buena parte de mis senos, y el paisaje se volvía mas llamativo puesto que no llevaba sujetador y unos bonitos pezones se levantaban airosos.
Al permanecer semi  inclinada,  mi cuerpo tomaba la forma precisa para una buena cogida, espalda recta, trasero levantado, incluso el escritorio tenia la altura perfecta para dar rienda suelta a la imaginación. No se que pensaban los chicos pero me encantaba la insistencia con la que me miraban.
Disfrutaba de un verdadero momento de gloria, pero la voz de mi hijo me hizo dejar mi sutil coqueteo
 _Gracias mami, papa quiere volverte a hablar
Agarré el teléfono y respondí
_Te escucho cielo
_Dime algo querida….cuantos te han mirado el culo?
_Queeee dije soltando una carcajada  mientras me dirigía a la sala
_Anda, dime quien te miro mas? Jin, Manu, o Alejo
_ Que cosas dices!! Por supuesto que ninguno!! Mentí
_No me digas que te cambiaste los shorcitos? porque si los tenias puestos y no te miraron, son unos verdaderos maricas
_Jajaja , estas enfermo!!!!,  así que ese fue el motivo de tu llamada? mandarme al estudio para que me vean el trasero!, ay Laureano estas loco
_Nada de eso, simplemente quiero que mi mujer compruebe que es deseable para cualquiera, incluyendo a esos niñatos
Y si así fuera, que es lo que ganas con eso eh?
_Tenerte mas cachonda,  y si la suerte acompaña que cumplas alguna de mis fantasía
_Cuidado cariño,  mira que al menos Alejo se ve como todo un hombrecito y pues si, se la ha pasado mirándome el culo
_Solo el culo amor? Y ese rico par de tetas no? de seguro babeó con tus pezones queriendo reventar la blusa
_Mmmm pues de hecho no solo miró mis pechos, también mis muslos, y no le importó que me diera cuenta, bueno al menos no lo disimuló apropiadamente.
_Caramba…caramba…o sea que mi mujer los dejó cachondos
_Pues humildemente creo que esta noche podría ser parte de alguna de sus fantasías
_Hazme un favor Vero, ve nuevamente al estudio, pero esta vez pórtate mas provocativa, si? así les ayudamos con sus sueños nocturnos
_Hablas en serio? Este juego se puede poner peligroso Laureano
_No, amor que bah, bien lo dices solo es un juego y no sabes como estoy de cachondo  tan solo con imaginarme la escenita…
_así que cachondo, interesante.. interesante…
 _Anda, ve con el pretexto de que alguien te ayude en algo, de seguro Marcelo no se ofrecerá de voluntario, pero alguno de sus amigos sí, o esta vez también te acobardaras?
_No me retes Laureano, porque no respondo…
_Si amor anda,  pero hazte un nudo en la camisetilla, deja que se vea ese ombliguito precioso que conduce al coño delicioso que se te dibuja, ese en el que quisiera entrar ahora mismo y darte una buena…
Las insinuaciones de mi esposo empezaban a hacer efecto en mi cuerpo y animada por sus palabras, y por mis propias ganas de sentirme deseada, me hice un nudillo en la blusa dejando desnuda mi cintura y parte de mis caderas; una nueva mujer se despertaba, una ansiosa de nuevas experiencias.
Caminé con paso oscilante al estudio y sin vacilación me situé frente a ellos.
_Chicos…alguno de ustedes me ayuda un momentico?
Casi no acababa de terminar la frase, cuando precisamente Alejo que era el que más me miraba cerró el libro y se incorporó automáticamente.
_Yop,  después de todo hasta los genios merecemos un descanso, señaló mostrando una sonrisa traviesa
Los demás le tildaron de ocioso y movieron la cabeza burlonamente mientras él les propinaba un codazo al salir.
No se si su sonrisa se debía al hecho de  abandonar  unos minutos sus tareas  de investigación o a la oportunidad de ir tras de mi, alegrando la vista.
Caminé delante de él, sintiendo que seguía mis movimientos, le escuché carraspear un par de veces y voltee, descubriendo sus inquietos ojos sobre mis caderas; me sentía mas hermosa que nunca, quizá porque a cierta edad las miradas adolescentes tienen un efecto especial que a las mujeres maduras  nos rejuvenece.
  Atravesamos el recibidor, subí las escaleras que conducen a la planta alta, y no se me ocurrió otra cosa que encaminarme a la bodega. No sabia que inventar, así que le pedí a Alejo que me ayudara a revisar unos cestos que estaban ubicados en los estantes, y aprovechando el espacio reducido, disimuladamente restregué mis senos contra su espalda. Quería notar su reacción, confirmar si en verdad yo podía inquietarlo hasta el punto de generarle una erección, ya no era un juego,  era una cuestión de orgullo de mujer .
A mi contacto él se quedo quieto, rígido, creo que su falta de experiencia lo tenia transpirando. Me acerqué aun más, crucé mi brazo por encima de su hombro y dejé que sintiera mis pechos, los aplasté contra él, los suficientes segundos para que mi cercanía acelerara su respiración y seguramente su…
 Le eché un vistazo, parecía nervioso, un nerviosismo tierno que bajaba mis defensas, y aunque Alejo solía llegar los fines de semana a casa,  no me había percatado que el hermoso tono azabache de su cabello era el mismo que el de sus ojos, unos ojos que ahora me miraban con una inusitada insistencia.
_Anda, mejor ayúdame a trepar en la escalerilla, quiero ver que contienen esas cajas le dije dando unas palmaditas sobre su espalda
La escalera domestica contaba con unos pocos peldaños, sin embargo tenia la suficiente altura para que sus ojos se agasajaran con mis carnes, intencionalmente separe un poco mis muslos dejando que su mirada penetre entre mis ingles, estaba consiente que al ser una prenda muy corta, restaba trabajo a su imaginación. Al pretender subir otro escalón el vibrato del teléfono que traía en mi bolsillo me sobresaltó haciendo que perdiera un poco el equilibrio
_Hey!! Alejo sujétame!!!  ,
Sus manos sudorosas se posaron sobre mis muslos ayudándome a ubicar en el estribo.
_Supongo que no querrás que caiga sobre ti? o si? le dije camuflando una doble intención
El tan solo sonrió, sus ojos brillaron mientras me ayudaba a bajar, dejando en mi piel la suavidad de un roce que pudo ser una caricia…
No puedo negarlo, me emocionó el temblorcito de sus manos, la delicadeza de su roce, la ligera fricción casi sobre mis glúteos…Nos quedamos unos segundos en silencio, unos segundos que se hicieron eternos; el impresionado por una mujer grande yo atemorizada por el candor de un chiquillo.
El teléfono volvió a sonar, sabia que era mi esposo, así que preferí salir y responder en mi habitación, no sin antes plantarle la mirada
_Gracias Alejo, me avisas cuando termines… (cuando termines de hacerte la paja) …esto último lo dije para mis adentros y me encaminé a mi habitación con cara sonreída.
Respondí a la llamada de Laureano:
_Si amor?
_Dime linda que paso? fuiste al estudio?
_Si, Alejo se ofreció a ayudarme
_Te miraron? coqueteaste? detállame..detállame todo…
 Queriendo satisfacer las fantasías de mi marido, empecé a exagerar lo sucedido:
Entré muy segura meneándome toda, me senté en el sillón que está frente al escritorio, crucé la pierna,  luego las separe ligeramente permitiendo que vean la cara interna de mis muslos, cuando tu hijo no miraba, pase mis manos por mis senos como si me acomodara la blusa, mis pezones se levantaron  atrayendo sus miradas.
 Manu,  me miraba disimuladamente, el otro chico todo el muy   cochino  se apretó la bragueta, en  cambio Alejo tenia perdida la mirada entre mis piernas incluso se le cayó el libro que revisaba; baje la vista y noté como su pantalán se abultaba, creo que lo puse cachondo..amor estas? me escuchas?
_Si amor ufff  Me tienes loco de solo imaginarte, sigue, sigue …
_Pedí que alguien me ayudara, Alejo  se ofreció y lo llevé a la bodega, tú sabes que el espacio es reducido así que le  rocé con mis senos. Se puso pálido, su bragueta se abultó y se  atrevió a pasarse la mano por ahí  sin importarle que yo pudiera verlo, imagínate!! Que chiquillo este, ahora mismo esta en la bodega y me queda la duda de si se está haciendo una paja.
_De seguro Vero, de seguro, como la que quiero hacerme yo aquí encerrado en la oficina, ..mmm ve a la bodega  espíalo y me lo cuentas todo, anda por favor…
Ya no tenia la indecisión de antes, ésta vez no lo hacia por complacer a mi marido, mas bien quería ver si Alejo había necesitado un desahogo express por mi culpa. Sigilosa me acerque a la puerta de la bodega, una pequeña abertura me permitía observarlo, estaba con las piernas  separadas y arrinconado contra la pared. Sus manos cubrían su herramienta y se la agitaba con tanta intensidad que parecía no necesitar mas que unos cuantos movimientos para correrse, de rato en rato volteaba hacia la puerta que si temiera que yo entrara.
Todo sucedía justo como yo lo había imaginado, sus ojos inyectados de ganas, sus músculos apretados, su cuerpo desesperado por el desenlace, pero lo que nunca imaginé, es que en ese cuerpo espigado y debajo de ese jean descolorido se escondiera tamaño armamento.
Era una verga preciosa, digo verga, porque a esa no se la puede llamar de otra manera, hermosa, con un tono rojizo en el glande, hinchada, grande, muy lejos de los 15 cm de mi marido…como demonios un muchachito tan frágil podía albergar algo así.
Verla allí en todo su esplendor me calentó, por un instante hubiera querido darle refugio en mi boca, en mi sexo o donde fuera, pero me tuve que conformar con ver como en cuestión de segundos se desinflaba  desparramando el contenido entre sus manos…lástima!! que desperdicio, con lo que esta tan cara la leche me dije, mientras retiraba la  mano que ya escondía en mi sexo.
Volví con urgencia a mi habitación, me sentía húmeda, con un cosquilleo entre los muslos que no me dejaba racionalizar; repetí una y otra vez la imagen de su sexo levantado, levantado por mí. Me tendí en la cama, estaba ansiosa de placer y ésta vez fui yo la que marque al teléfono de mi marido.
_Lo acabo de ver cielo, lo acabo de ver
_Que viste nena …se estaba pajeando
_Humm sip
_Anda cuéntame mas, que hacia? como lo tenia?
_Jajaja no querrás saberlo, añadí mientras metía la mano dentro de la blusa y empezaba a acariciarme
_Amor te calentó verla?, dime que estas cachonda…dime que te gustó provocarlo…
_Y si te digo que estoy tumbada en la cama…quitándome los shorcitos…
_Ahhh, esa es mi nena, haz a un lado tu tanguita que yo ya estoy bajando el cierre de mi bragueta
_Humm, por lo visto no hay nadie en tu oficina amor?
_No linda no, estoy solo y con ganas de correrme para ti…
_Mmm q rico no sabes como estoy, quiero que me des una buena …espera..espera…oigo un ruido afuera
_Quien es Vero?…no me digas que el niñato te espía?
_No lo se, no estoy segura, le dije que me avisara cuando termine, espera pondré seguro en la puerta
_Nada de eso, te quedas ahí!!! Seguro es Alejo después de todo debe pasar por nuestra habitación  para regresar al estudio…tócate amor, hazlo!!! Deja que vea lo que es una buena hembra
La calentura en mi cuerpo era más que evidente, las palabras de mi marido a través de la línea telefónica y la sola idea de que Alejo me espiara mientras me masturbaba, me estaba volviendo literalmente loca.
Me quité la blusa dejando al aire la redondez de mi tetas, coronadas con un par de hermosos botones. Mis manos jugaban en mi pelvis, recorrían mis muslos mientras le contaba a mi esposo exactamente lo que hacia con mis dedos. Sus gemidos se oían a través de la línea y lo imaginaba jalándosela, apretando sus bolas, respirando profundo…
Me deshice de la tanguita, abrí las piernas sin importarme que se viera la humedad de mi sexo, una humedad que ya resbalaba por mis ingles. Me abrí aun mas, separe mis labios como  una verdadera guarra, mostrando todo lo que tengo. Un par de minutos más y alejo no resistió, empujó ligeramente la puerta, y mientras yo no paraba de sobar mi clítoris y decir zorradas, el creyendo que no lo veía empezó a acariciarse la bragueta.
Que zorra me estaba volviendo!!! Tenía a mi marido gimiendo al otro lado de la línea y gozaba calentando a Alejo.. El morbo me estaba ofuscando  y sin medir las consecuencias, en medio de susurros continúe con la llamada.
_Laureano..Ahhh sigue…sigue… quiero sentirla toda…
_Eso es lo que hago, clavártela… clavártela bien duro…
_Humm, así….dame mas fuerte….que me pone caliente que Alejo me espié
_Mmm que putería!!!…el cabrón seguro muere de ganas….te gusta? te gusta calentar a dos hombres putita?
_Ouuuch…sii me provoca correremeee….
_Se la está jalando? dime, dime!!!  me excita que te vea!!! dímelo zorra!!
_Sí, Sí la tiene dura, y no para de menearla, creo que le gusta como juego con mis dedos,  esta mirando como me los chupo…
_Ufffff, vamos acaricia tu clítoris fuerte, duro, no pares que estoy a punto, quiero que te corras y dejemos al cabroncito con ganas…
Ahhh que ricooo.!!! dame más!!! …quiero que nos corramos…que nos corramos los tres!!!
_No zorra!!! A mi me excita más dejarlo con ganas todo el día…ufff ya no aguantooo…
_Sí.  Siii ……ya casi ya casi….
En ese mismo momento escuché un leve gemido de Alejo, recordé  su carita dulce, su preciosa verga y sin poder controlar mi lujuria, sin que mi marido lo supiera cambie  de planes….
Me incorporé sensualmente, y volteando hacia la puerta, hice un ademán invitando a Alejo a que entrara….
Con paso torpe se acercó a la cama, se inclinó y tímidamente empezó a tocar mis muslos, pero tomándolo con fuerza,  le obligué a zambullirse en mi sexo.
Su legua se movía entre mis labios, la agitaba rodeando mi clítoris chupándolo, lamiéndolo, desplazándose en mi entrada… lo hacia algo torpe, pero era suficiente para que mis gemidos a través de la línea siguieran calentando a mi marido.
_Mete tu lengua, métela hasta fondo….
Mi esposo respondía pensando que se lo decía a él
_Si putita, te la meto toda, así me gustas cachonda y sucia…
Laureano era quien me calentaba con sus palabras, pero no sabía que tenía a Alejo en medio de mis muslos, haciéndome sentir…
Sin resistir la avalancha de sensaciones , emití un gemido largo y potente, al otro lado de la línea como si fuera una prolongación de mis jadeos, también Laureano gritó soltando un cerro de palabrotas…
Poco a poco nuestras respiraciones iban tranquilizándose, mientras Alejo  se masturbaba con desesperación.
_Ufff Vero estuvo delicioso, ahora creo que si podre concentrarme en los presupuestos.
_Jajaja también yo en las tareas pendientes  respondí mientras agarraba el falo del muchacho
_Besos linda voy al sanitario
_Si, claro, yo voy a la ducha
_Lástima q tengas que ir sola
_Quien dice que iré sola?
_Ahhh si? No me digas que iras con Alejo?
_Si es que él acepta mi invitación…o no me crees capaz?
Un silencio de varios segundos se  hizo a través de la línea antes de que Laureano respondiera
_Lo dudo, siempre fuiste tan poco liberal pero, ….me llamarás si te portas mal?
_O sea tengo tu permiso?
_Si me das permiso con mi secretaria, que acaba de entrar… por cierto lleva una minifalda de escandalo y se acaba de sentar en mis piernas…
Mierda!!! que cabrón!! ya no sabía si bromeaba o hablaba en serio.
_Ok divierte querido…que yo hare lo mismo…
Al otro lado de la línea se escuchó su carcajada, no se si lo de la secretaria era cierto…pero lo de la ducha,  no era mala idea…
Cerré la bocina, Alejo me miraba suplicando que le tocara;  le acaricie el rostro,  me incliné, y pasee mi lengua desde la base de su falo hasta el vértice. Tensó su cuerpo ansiando mas, abrí mi boca sobre su glande y poco a poco me la fui introduciendo, despacio, sin prisas, dejando que sienta mi humedad.
Procuraba metérmela y a medida que sus gemidos se hacían mas profundos aceleraba los movimientos, cuatro cinco bajadas, y me la empujó con fuerza como si quisiera atragantarme con ella, en pocos segundos sus gestos me amenazaban con una explosiva corrida y queriendo que la disfrute, continué allí chupando hasta que explote en mi boca.
Luego de limpiarlo con mis labios nos dirigimos a la ducha, y mientras el agua caía sobre mi desnudez, el empezó a quitarse la ropa. Entró a la regadera y se  tumbó contra la pared, parecía conformarse con tan solo ver la espuma que se deslizaba acariciando mi cuerpo; no había palabras, no las necesitábamos
Miró mis pechos, abrió sus manos sobre ellos rozándolos apenas, su índice caminaba sobre mi aureola, jugueteando en mis pezones que al instante se volvieron duros. Deslizó su mano por mi cintura, bajo hacia mi pelvis, e inexplicablemente se detuvo en la cicatriz causada por el nacimiento de Marcelo.
Me avergoncé, la herida estaba allí, recordándome que mi hijo tenia la misma edad, gritándome que de seguro habría para Alejo decenas de chiquillas con la piel tersa; sin embargo con la dulzura que yo hubiera esperado de un hombre experimentado, se arrodilló a besar mi cicatriz como si fuera algo deseable, la acariciaba con su lengua, la mordía y la chupaba como si le produjera placer, baje la vista a su reata y la tenia totalmente rígida.
Luego nuestros labios se buscaron y nuestras lenguas se encontraron por primera vez; ya no había dulzura en nuestros ojos, había deseo, ganas y hambre
Dirigí mis manos hacia su sexo, en verdad era impresionante, siempre había pensado que un tamaño normalito para mi era suficiente, pero sostener en mis manos aquella herramienta me hizo tragar saliva con tan solo verla.
 No tardó en llenarme de caricias, en palpar mi cuerpo y apretarlo; sus besos viajaban por mis  rincones haciéndome olvidar hasta de mi nombre. Era ese olor diferente, esa piel joven, y esas manos que sin necesidad de tanta experiencia me estaba llevando a la gloria. No, no solo era eso, también la candidez de su sonrisa y la puta inocencia de sus ojos, lo que me estaba haciendo abrir los muslos con desesperación
Por un instante me pregunté si hacia bien dejándome llevar…sí, si, estaba bien, claro que estaba bien, deliciosamente bien!!!! Al diablo con la conciencia!!!
Estaba sentado en la bañera, sosteniéndola con sus manos, me ubiqué sobre el ariete introduciéndolo despacio, mis carnes se abrieron permitiéndole entrar, suave, pausadamente, hasta llegar al fondo. Se sentía tan ajustado que lastimaba un poco mis pliegues y sin poder evitar solté un fuerte gemido, cuando aquella espada se hundió totalmente en mi cuerpo. Me quedé unos segundos quieta disfrutando de sentirme tan llena, luego empecé a subir y abajar galopando con precisión…ahhhhhh me estaba corriendo tan solo con unos cuantos embates.
Me empujó contra la pared y se colocó tras de mi, ouuuuuchh volvió a ingresar!!  esta vez con saña, con furia, golpeaba como un animalito salvaje…qué furia!!! qué fuerzas!! qué hombre!!!
Unos cuantos movimientos mas de cadera y nuevamente subí al cielo, al cielo, al infierno, a la eternidad, no importa el lugar al que  me llevó,  solo sé que desde lo mas profundo de mi ser, otro orgasmo intenso me doblegó, me robó el aire, me quitó la respiración y me dejó con  las piernas temblando.
Aun mi cuerpo se contraía cuando sus movimientos se aceleraron, su momento llegaba, y echando mi cuerpo hacia atrás me dejé amar con brusquedad, con dureza. No demoró más que escasos segundos, apretó la pelvis contra mí y soltó toda su miel en mis profundidades.
Agradecida estampé mis labios en los suyos, Alejo besó mis hombros y me acarició el rostro  mientras me abrazaba tiernamente…cielos!! sabia exactamente lo que necesito después de follar.
Nos vestimos, y con el mayor de los cuidados nos dispusimos a bajar.
_Si te preguntan porque demoraste, les dices que me ayudaste a hacer unos arreglos en la bodega…. ahhhhh y quita esa cara de felicidad, que nadie te va a creer jajaja
_Jajaja tranquila, yo me encargo de todo, ya vez que no soy un niño
Antes de que saliera de mi habitación algo atemorizada por las consecuencias,  le detuve
_Alejo, quiero que olvides lo que paso, me entiendes?
_Verónica soy un muchacho, no un tonto, nadie lo va a saber… pero no me pidas que olvide el día en que se cumplió mi mejor fantasía
_Quieres decir que…
_Que llevo meses soñando con esto…contigo
_Lo dices en serio? No pensé que…
_Te demostraré cuan en serio lo digo
Tomó mi mano y la estiró hacia su bragueta, haciendo que abriera los ojos sorprendida, la tenia dura, durísima otra vez…
No pude menos que decir: juventud divino tesoro!!
Ambos reímos mientras me volvió a besar….
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leonnela8@hotmail.com

Relato erótico; «Mi obsesión por el culo de la profesora de mi hija» (POR GOLFO)

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Sin título1

El culo de la profesora.

Sin títuloNo había padre que no volteara a ver el culo de esa profesora. Desde que mi hija entrara en la escuela, cada vez que iba a recogerla, no podía dejar de aprovechar la ocasión para echar una mirada a ese primor de trasero. Durante dos años, me había hecho multitud de pajas en su honor. No solo era  grande y duro, lo que en verdad enloquecía a los hombres era su manera de menearlo. Consciente y orgullosa de ser la dueña de semejante monumento, Patricia lo exhibía sin disimulo, vistiendo diminutas minifaldas y todavía más exiguos shorts.  Nadie era inmune. A todos, y yo no podía ser una excepción, se nos hacía agua la boca al disfrutar de la visión de esa morena cuando, con una sonrisa, nos entregaba a nuestros hijos.
Era joven, no tenía más que veinticinco años y aun así desprendía una madurez que te cautivaba. Con un culo espectacular, una cara preciosa, para colmo, la naturaleza le había dotado de unos pechos que te invitaban a meter la cabeza entre ellos. En resumen, esa muchacha era una mujer de bandera, de esas que adoran los padres y ponen celosas a las madres de todo el que tenga la suerte de ser su amigo.
Como mi niña era buena estudiante, nunca tuve que ir a verla, es más, creo que, si hiciera memoria, jamás hasta ese día, había cruzado cinco palabras seguidas con ella y por eso me sorprendió que, una tarde, la cuidadora de mi hija me entregara una nota suya. Extrañado, abrí el sobre donde me mandaba el mensaje. Al leerlo vi que lejos de ser una reprimenda a su  alumna, la profesora me decía que estaba impresionada de la capacidad de María y que quería saber si podía pasarme, por el colegio,  ese lunes a las tres.
Ni que decir tiene que le metí a mi chavala en su mochila una breve nota mía, confirmando la cita. Sin saber qué era lo que quería, no le di demasiada importancia, mandándolo al baúl de los recuerdos y no volví a pensar en ello hasta el día de la entrevista. Esa mañana al recordar que tenía que ir a verla, me vestí con mis mejores galas y hecho un pincel, fui a verla.
Al llegar, me dirigí directamente a la sala de profesores. Estaba cabreado conmigo mismo al darme cuenta que me estaba poniendo nervioso por el mero hecho de hablar con ella.
“Joder, Alberto, que no eres un crio”, me decía tratando de calmarme, “a tus treinta y cinco años no puedes ser tan idiota de alterarte por la idea de ver a esa mujer”.
Por mucho que lo intenté, seguía temblando como un flan, cuando toqué la puerta. Desde dentro, la profesora me pidió que pasara. Al entrar, me tranquilicé al ver que no se levantaba de la mesa, ya que así, no tendría que sufrir la tentación de verla en pie.
-Siéntese, por favor- dijo casi sin levantar la mirada del expediente que estaba leyendo. Su voz gruesa, casi masculina, era quizás más subyugante que su trasero y nuevamente excitado, tomé asiento.
Tardó todavía dos minutos en hacerme caso, ciento veinte segundos que solo sirvieron para incrementar mi deseo al darme la oportunidad de dar un rápido repaso a esa anatomía de película. Patricia se había puesto para la ocasión una escotada blusa que dejaba entrever las sensuales formas de su pecho.
“Mierda”, exclamé mentalmente al sentir que bajo mi pantalón, mi pene se empezaba a alborotar.
Afortunadamente, sus primeras palabras cortaron de cuajo mi entusiasmo.
-Es divorciado, ¿no?- soltó, haciéndome recordar el abandono de la zorra de mi mujer.
-Sí-
-¿Y tiene usted, la patria potestad de María?-
Bastante mosqueado por el interrogatorio, contesté afirmativamente y sin cortarme un pelo, me quejé de a que venía eso.
-Perdone mi falta de tacto, pero quería asegurarme antes de plantearle un asunto-, me dijo un tanto avergonzada, –Verá, el colegio ha seleccionado a su hija para que nos represente en una olimpiada de conocimientos y queremos pedirle su consentimiento-
No tuve más remedio que reconocerle que no tenía ni puñetera idea de lo que me estaba hablando. Ella, soltando una carcajada, me explicó que era un concurso a nivel nacional y que de aceptar mi niña, durante todo un fin de semana, competiría con los mejores expedientes del país.
-Le aconsejo que la deje ir, si gana se llevaría una beca-
Sin necesitar dicha ayuda, comprendí que además de ser un honor, era una oportunidad y por eso, no puse  traba alguna y casi sin leer, firmé los papeles que la muchacha me puso enfrente. Ya me había despedido, cuando desde la puerta recordé que no sabía cuándo ni dónde iba a tener lugar.
-El uno de marzo en Santander-
Alucinado que se tuviera que desplazar tan lejos, pregunté quien la iba a acompañar:
-Por eso no se preocupe- contestó sin saber lo que su respuesta iba a provocar en mí: -El colegio se hace cargo de mi estancia  y la de ustedes dos-
“¡Puta madre!”, mascullé entre dientes al pensar en la tortura que supondría pasar todo un fin de semana con ese bombón. Sabiendo que era inalcanzable, esos dos días serían una dura prueba a superar. De nuevo le dije adiós, pero esta vez, salí huyendo y ya en el coche, idílicas imágenes de esa mujer entregándose a mis brazos, poblaron mi imaginación.
Clases extra.
Quedaban dos meses para el concurso, por lo que, supuse que con el paso de los días, me iba a ir serenando. ¡Qué equivocado estaba!. Esa misma tarde, mientras estaba en la oficina, recibí una llamada suya al móvil. En ella, me informó que, como el director estaba muy interesado en ganar, había autorizado a que después del horario normal, María recibiera clases extra. Tal y como lo planteó, me pareció lógico pero tuve que negarme:
-Lo siento es imposible, la cuidadora de mi hija termina su turno a las seis y si se queda más tiempo en el colegio, no tengo a nadie que la recoja-
-Por eso no se preocupe- contestó, -había pensado en dárselas en mi casa y que usted, al salir de trabajar, la recogiera sobre las ocho-
Comprendiendo que aunque perdiera, ese refuerzo redundaría en beneficio de la cría, no pude negarme y aceptando, le pregunté qué días iban a ser:
-Martes y jueves- respondió y tras titubear un poco, me pidió que no hablara con los otros padres sobre ello – Sabe cómo es la gente, si se enteraran, se quejarían de que sus hijos no reciben el mismo trato-.
-No se preocupe- respondí y pidiéndole la dirección donde recoger a mi hija al día siguiente, colgué el teléfono.
“Hay que joderse”, pensé mientras volvía a concentrarme en mi pantalla del ordenador, “¿cómo coño voy a hacer para no ponerme bruto cada vez que la vea?”.
Gracias a que mi secretaria entró con unos cheques para firmar, no seguí reconcomiéndome con la idea. Tres horas más tarde, al llegar a mi apartamento, mi hija estaba encantada. Patricia le había explicado que dos días a la semana, iba a  darle clase en su casa.
Aproveché ese momento para preguntarle por ella. María, sin saber las motivaciones de esa pregunta, me contestó que le tenía enchufe y que era muy cariñosa con ella. Lo que no me esperaba es que la cría me soltara que su profesora llevaba todo el año preguntando por mí. Alucinado, tuve que indagar en su respuesta y sin darle importancia, dejé caer a que se refería:
-Papá, creo que le gustas- respondió soltando una risita -esta tarde me sonsacó si tenías novia- .
La confidencia de la niña de diez años me turbó y cambiando de tema, le dije que ese fin de semana íbamos a ver a la abuela. María adoraba a mi madre por lo que el resto de la cena, estuvimos planeando la visita. Aunque ella se había olvidado de la conversación, yo no pude. Y al meterme en la cama, no pude evitar imaginarme como sería ese estupendo culo al natural. Soñando que la poseía y derramándome sobre las sábanas, me corrí.
Al día siguiente, me levanté cansado. No había podido dormir, cada vez que intentaba conciliar el sueño, veía a Patricia desnuda susurrándome que la hiciera mía. No sé cuántas veces soñé con ella, esa noche, aunque fuera fantaseando, la tomé de todas las formas imaginables. Habíamos hecho el amor dulcemente, salvajemente e incluso, durante esas horas, había desvirgado ese trasero que me traía loco. 
Durante todo el día, estuve irritable. Saltaba como un energúmeno ante la más nimia contrariedad, mi propio socio, en un momento dado, me preguntó que me pasaba. Al contárselo, se descojonó de mí, diciendo:
-Macho, no te comprendo. Si está tan buena como dices, ¡qué haces que no le saltas al cuello!-.
-Ojalá pudiera. Ante ella, me quedo como un idiota, parado, sin saber que hacer-.
-Pues fóllatela, que falta te hace. Llevas demasiado tiempo sin tener a una mujer en tus brazos- respondió dando por zanjada la conversación.
“¿Follármela?, ¡si ni siquiera puedo hablar con ella, sin que se me ponga la piel de gallina!”, me recriminé dándolo por perdido. 
A las ocho, llegué puntualmente a su dirección y tocando al telefonillo, le dije que había llegado. Patricia me pidió que subiera, porque aún les quedaba diez minutos para terminar la lección. Cogiendo el ascensor, los nervios me atenazaban el estómago. Tratando de sosegar mi ánimo, me acomodé la corbata ante el espejo y al mirarme, comprendí que era inútil el soñar que esa mujer se fijara en mí. No solo era la diferencia de edad, mientras ella era un portento, yo era uno del montón.
Al salir, la profesora me esperaba en el zaguán. Vestida con un pijama de franela, lejos de menguar su atractivo, se incrementaba, al dotarle de un aspecto aniñado. Contra su costumbre de saludar con la mano, Patricia me dio un beso en la mejilla y sin más, me llevó a su salón:
-¿Quieres algo?- me preguntó tuteándome por primera vez, -María va a tardar un rato.
-No, muchas gracias. Estoy bien- respondí cortado.
Ella sonrió y dejándome, se marchó a terminar. Aprovechando que estaba solo, me puse a fisgonear las fotos de la habitación, buscando algún indicio que me permitiera conocer más a esa mujer. Pude averiguar poca cosa, porque la mayoría de ellas eran de la clase de mi hija. Solo cuando ya había perdido la esperanza, observé que, sobre una mesa camilla, había una en la que aparecía en bikini.
Incapaz de contenerme, la cogí en mis manos y totalmente excitado, disfruté al verla casi desnuda. Quien hubiese tomado esa instantánea, la había pedido que adoptara una pose sensual. Con los brazos alzados, la postura me permitió regocijarme en sus pechos. Tapados únicamente por un triángulo de tela, se podía comprobar la perfección de sus formas. Tan absorto me quedé, que no me di cuenta de que mi hija y su profesora habían terminado y me miraban desde la puerta. Abochornado, devolví la foto a su lugar y despidiéndome, cogí a mi cría y me fui.
“¡Qué vergüenza!”, pensé ya en el coche, “se ha dado cuenta  que me pone como una moto”.
Pensando que me había pasado y que de nada servía pedir perdón, porque eso solo empeoraría las cosas, decidí no repetir el mismo error. Ni que decir tiene que esa noche al meterme en la cama, volví a soñar con ella y dando vía libre a mi lujuria, me masturbé en su honor.
Me dejo llevar por su juego.
Dos días después, comprendí que esa mujer no solo no se había sentido molesta por el repaso que había dado a su anatomía a través de la foto, sino que se había sentido alagada. Os preguntareis el porqué de mi afirmación, pues, muy fácil:
Ese  jueves, al llegar a su casa, nuevamente Patricia me pidió que subiera y como si fuera un calco de lo ocurrido el martes, me dejó solo en el salón. Al mirar la mesa donde estaba en bikini, me percaté que dicha foto ya no estaba pero lejos de apenarme su ausencia, alucinado, descubrí que había dejado otras dos en su lugar.  Si ya era sensual la anterior, con gozo, disfruté de sus sustitutas. La primera de ellas era  un primer plano de su culo. Los granos de arena blanca pegados a las nalgas de esa mujer hacían contraste con lo moreno de su piel. Mi pene salió de su letargo al verla pero se irguió dolorosamente dentro de mi pantalón al regocijarme en la segunda. Esta era aún más explícita, ya que, era una pose artística donde la dueña de la casa aparecía completamente desnuda, tapándose con sus manos los pechos y la entrepierna.
“¿A qué coño juega?”, me pregunté sabiendo que no era fortuito el cambio y temiendo que me volvieran a pillar, volví a dejarlas en su lugar.
Cuando llegó con mi hija, lo primero que hizo al entrar fue mirar hacia las fotos y al ver que estaban descolocadas, sonrió. Acto seguido, me miró para comprobar con sus propios ojos si me había visto afectado. El bulto de mi cremallera me traicionó y ella sin hacer ningún comentario, nos acompañó a la puerta. Al despedirse de mí, rozó su cuerpo contra el mío mientras me informaba de los progresos de mi hija. Juro que estuve a un tris de acariciarla, pero la presencia de María lo evitó y completamente excitado, cogí el ascensor.
Durante el fin de semana no pude abstraerme de ella, cada vez que tenía un momento de tranquilidad, volvía a mi mente las sugerentes imágenes que esa mujer me había regalado.  Tenía que hacer algo, no podía dejar de pensar en cómo atacarla. Temiendo haberme equivocado y que fuera una coincidencia, decidí esperar y ver como se desarrollaban los acontecimientos.
La confirmación de que la profesora de mi hija estaba jugando con fuego, llegó al martes siguiente, porque al abrirme la puerta, me quedé de piedra al comprobar que llevaba un coqueto picardías casi transparente. No me cupo duda que se dio cuenta que me quedé observando sus negras aureolas porque estas se erizaron al sentir la caricia de mi mirada. Sonriendo, me besó en la mejilla y haciéndome pasar a la habitación, me soltó antes de irse:
-Que las disfrutes-.
No había cerrado aún la puerta cuando yo ya tenía en mis manos las fotos que habían sustituido a las anteriores. En esta ocasión, su regalo consistía en una serie de instantáneas donde aparecía luciendo un blusón aún más atrevido que el de esa noche.  De todas ellas, la que más me enervó fue una en la que sentada en una silla, con las piernas abiertas, se pellizcaba los pezones por encima de la tela. Sin llegar a ser porno, la serie de fotografías era francamente erótica y con ellas en la mano, me fui al baño a cascarme una paja.
Cinco minutos después, ya relajado, las devolví a su lugar y poniendo sobre la mesa una tarjeta mía, le escribí una nota en la que le decía que me habían encantado, dejándole mi dirección de correo electrónico. Dando un salto en nuestra relación, al despedirme, dejé durante unos instantes que mi mano se recreara en su trasero. Ella, al sentir mi caricia, no se apartó pero protestó, susurrándome al oído:
-Ahora, no. Está la niña–.
Ya en el coche, estaba sorprendido de haber tenido el valor de tocarle el culo pero más de su respuesta. Patricia me había dejado claro que solo le había molestado que lo hiciera en presencia de mi hija. ¡Ese pedazo de mujer claramente estaba tonteando conmigo!. Ajena a la consternación que sentía su padre, María me estaba contando que, gracias a Patricia, había sacado otro diez en matemáticas y que para compensárselo, la había invitado a cenar.
-¿Cuándo?- respondí temiendo que fuera esa misma noche.
-Este viernes, Papá. Patricia me ha pedido que le llames para confirmar-, me dijo alegremente-.
“¡Menos mal!”, suspiré aliviado pensando que no quiso contrariar a la niña y por eso, lo de la llamada, prefiere que sea yo quien le dijera que no podía ser.
Esperé que se metiera a la cama para llamar a su profesora, en parte, porque me daba corte que me echara en cara el magreo. Sin tenerlas todas conmigo, le marqué a su móvil.
-¿Si?-, dijo al contestar.
-Patricia, soy Alberto, el padre de María-.
-Ah, gracias por llamar, solo quería saber que querías que llevara. Me da vergüenza ir con las manos vacías-.
-No hace falta que traigas nada-, respondí tartamudeando por la sorpresa que quisiera venir.
-Vale, cómo pasado mañana tienes que recoger a la niña, ¿si te parece hablamos?-.
-¿Hablar de qué?-.

Riéndose, me contestó:

-Del correo que te acabo de mandar- y sin darme tiempo a preguntar, me colgó.
La curiosidad venció a mi pereza, sabiendo que podía ser importante, fui a mi portátil y lo encendí. Jamás me había parecido tan lento el puñetero ordenador. Me urgía ver que esa mujer me había mandado y desesperado, tuve que aguantar que el Windows se abriera. Tres minutos después pude, por fin, entrar en mi cuenta. Al desplegarse el correo de entrada, vi que no me había mentido al decirme que me había dado un mensaje.
Nervioso por lo que significaba, lo abrí para descubrir que me mandaba la dirección y la clave de un Dropbox.
“Joder”, farfullé mientras tecleaba la dirección.
Sin saber qué era lo que me iba a encontrar, vi que había tres archivos. Un video y dos documentos. La profesora había previsto el orden de apertura, de manera que tecleé el que tenía por nombre “Primero en abrir”.
Era una carta. Temblando hasta la medula, empecé a leerla:
Alberto:
He querido escribirte este mensaje porque me da vergüenza decírtelo en persona. Aunque todo el mundo piensa que soy una mujer sin problemas para conseguir el hombre que desea. Es falso, desde cría, les he dado miedo.
El más claro ejemplo eres tú. Llevo dos años enamorada de ti y por mucho que intenté que me hicieras caso, no lo conseguí. Al principio solo me reía cada vez que me comías con la vista, pero poco a poco fui cayendo en tu juego y ahora no puedo evitar estremecerme cada vez que me miras.
Eres todo lo que puedo desear. Maduro, guapo, rico y encima tienes buenos genes. Tu niña que me tiene  subyugada, es la hija que siempre he querido tener. No sabes las veces que he soñado que los tres formábamos una familia, por eso cuando me enteré del concurso, decidí aprovecharlo para conquistarte.
Supuse que sería lento conseguirlo, pero has cometido un error y no pienso dejarte escapar. Eres mío y estás en mis manos. Mira el video tan entretenido que te mando, no creo que quieras que llegue a los otros padres o a tus clientes, podrías perder hasta la patria potestad. Siento usarlo, pero estoy cansada de que no me hagas caso.
Para que no te enfades mucho, te envió en el otro Word, unas fotos mías. ¡Seguro que reconoces el camisón!
Un beso de tu novia
Patricia.
p.d. Me he corrido viéndote. Quiero tener  una foto tuya de cuerpo entero, a ser posible, desnudo y con una erección.
-¡Será hija de puta!- grité al suponer en qué consistía el video.
Mis temores se vieron confirmados al visionar el archivo. La zorra me había grabado masturbándome en su baño, incluso se había permitido acercar el enfoque y sacar un primer plano de mi cara, mientras daba rienda a mi lujuria.
“¡Me tiene cogido de los huevos!”, pensé al verlo. “cualquiera que lo vea, supondrá que la estoy acosando y que ella es una pobre víctima”. No en vano, ese video probaba que la escena se desarrollaba en su casa y que las fotos eran de ella. “Si no le sigo la corriente, o bien me monta una demanda o lo que es peor, se lo envía a la guarra de mi ex y pierdo a mi hija”.
Si la hubiera tenido enfrente, la hubiese matado. Hecho un energúmeno, me fui al salón y cogiendo una botella de whisky, me serví una copa, tratando de tranquilizarme. Apurando el vaso, busqué una vía de escape pero no pude encontrarla. No podía sustraerme a su chantaje, cualquier movimiento por mi parte en contra de ella, lo único que provocaría sería mi desgracia y  por eso, con la tranquilidad que da el saberse sin esperanza, volví a releer esa mierda de carta. La muy perra no se cortaba un pelo, después de confesar un supuesto enamoramiento, no solo me amenazaba, sino que haciendo uso del más infame chantaje, dejaba claras sus intenciones. Aunque sonase a una locura, ¡Patricia me quería de pareja! Con el orgullo herido, tuve que reconocer que yo soñaba con seducirla, pero  después de recibir ese correo, era odio lo que esa mujer me trasmitía. Podía ser bellísima pero era una arpía.
Sin ganas de saber que era el tercer archivo lo abrí.
Cómo me anticipó consistía en unas fotos eróticas de ella, vistiendo el camisón de esa noche. Mecánicamente y sin producirme ningún morbo, fui pasando de una instantánea a otra. Patricia me había enviado varias series divididas por secuencias. En la primera, con el rostro difuminado, miraba una pantalla donde se reproducía mi masturbación. La segunda serie consistía en striptease donde no aparecía su cara y la tercera era una imagen de ella con el camisón empapado.
“Se ha cuidado de no mandar nada que me pueda servir en su contra”, medité mientras cerraba el ordenador, “no tiene un pelo de tonta”.
Con la moral por el suelo, me metí en la cama, esperando que el nuevo día me inspirara y se me ocurriera cómo contrarrestarla.
Mi claudicación
Cómo es evidente, esa noche dormí fatal. Cada vez que intentaba conciliar el sueño, Patricia aparecía vestida de domina y fusta en mano me obligaba a cometer todo tipo de aberraciones. Bajo su mando, me tiré a una pastor alemán. Siguiendo sus órdenes, bebí sus orines. Fui sodomizado…
Pesadilla tras pesadilla, me vi envuelto en un ambiente de degradación y humillación que si, en vez de ser una invención onírica, fuera realidad, me hubiera llevado al borde del suicidio. Cansado, me duché y tras dar de desayunar a mi pequeña, me fui al trabajo. Es fácil de imaginar que esa mañana agradecí la llegada de la cuidadora. Aunque nunca fallaba, uno de los horrores que soñé consistió en llevar al colegio a María y que en la puerta de su clase, Patricia me obligara a arrodillarme a sus pies con todos los niños y padres riéndose de mí.
Estaba en el coche a punto de llegar a mi oficina, cuando escuché el sonido de un mensaje. Creyendo que era del curro, lo leí:
Cariño: He abierto mi mail y no tenía lo que te pedí. ¿No querrás que me enfade? Te doy hasta las dos para que me lo hagas llegar. Te quiere. Tu novia-
“¡Maldita zorra!”, me lamenté golpeando el volante con mi cabeza,  “no me va a dejar ni respirar”.
Si cedía, me tendría en sus garras pero sino lo hacía y me mantenía en mis trece, iba abocado hacia el desastre. Estuve a punto de pedir consejo a Gonzalo, mi socio, pero la vergüenza de reconocer que era un pelele ante ella, evitó que lo hiciera. Después de un rato encerrado en mi despacho,  entendí que lo mejor que podía hacer era ganar tiempo y por eso, entrando en mi baño, me desnudé y tomándome una foto de cuello para abajo, se la mandé. Estaba cumpliendo su exigencia a medias, sin comprometerme más de lo que ya estaba. Nadie podía reconocerme.
No tardé en recibir su respuesta:
-¡Eres malo conmigo! Quería tener una foto de tu pene erecto que mirar en mi teléfono, pero no te preocupes tenemos toda la vida para que me la mandes. Te echo de menos.  P. D. No sabes las ganas que tengo de conocer a mi suegra-.
“Menuda puta”, mascullé al terminar de leer, “¡Tengo que investigar su vida! Seguro que esto que me está haciendo, lo ha hecho antes”.
Esperanzado en averiguar algo de su pasado que me sirviera para sacudirme su presión, llamé al detective que usábamos en mi empresa para sacar los trapos sucios de los que queríamos despedir. José, acostumbrado a los peculiares pedidos de sus clientes, no puso objeción en investigar todo lo relacionado con esa profesora, ya se despedía cuando le expliqué que era importante y que no me importaba el coste sino los resultados.
-Comprendo- respondió desde el otro lado del teléfono.
Cómo no podía hacer otra cosa que esperar, me sumergí en el día a día y no volví a pensar en ella, hasta que comiendo con mi socio, este me preguntó:
-Alberto, ¿Qué tal tu cacería? ¿Alguna novedad?-
-No te entiendo- solté al no saber a qué se refería.
-Joder, pareces tonto. Esa profesora que te trae loco, ¿Ya le has pedido salir?-contestó muerto de risa.
Frunciendo el ceño, hice como si no hubiese oído. Gonzalo, suponiendo erróneamente que me había dado calabazas, cambió de tema al ver mi turbación. Mi irritación de ese momento, no venía del chantaje, sino que por primera vez me di cuenta que mi hija se pasaba con esa loca casi todo el día. A punto de ir al colegio a sacarla, tuve que aguantarme toda la tarde y que fuera su cuidadora quién lo hiciera.
Ya en casa, María sonrió al decirme que Patricia me mandaba saludos. Tuve que contestarle que se los devolviera de mi parte, no podía explicarle lo que esa zorra me estaba haciendo. No me costó percatarme que mi hija estaba encantada de ser la enchufada de esa mujer.
-Patricia me quiere mucho- se quejó cuando le hice ver que solo era la profesora. 
Sin saber cómo comportarme, le di de cenar. Estaba viendo la televisión, cuando escuche que esa zorra me había mandado otro mensaje:
-Que duermas bien, cariño. Tengo ganas de verte-
Hecho una furia me fui a dormir. Me había jodido la película.
A la mañana siguiente, me levanté con nuevos ánimos. Había conseguido descansar  y eso me permitió enfrentarme a ese día sin depresión, de manera, que durante toda esa jornada no pensé más en ella. Al llegar la hora de ir a recoger a mi cría, decidí mantenerme firme pero sin romper la baraja. Estaba convencido que, en pocos días, el detective me entregaría información con la que colocarla en su lugar. Increíblemente ese día no hubo tráfico y por eso llegué con antelación. Como de nada servía esperar, me bajé del coche y tocando su telefonillo, fui a enfrentarme con ella.
Patricia me recibió con una bata. Se la veía alegre y nada más verme, me dio un beso en los labios. No colaboré en su juego y separándola, le pregunté por María.
-Está estudiando, aún le falta media hora- me susurró al oído.
La ausencia de mi hija me dio los arrestos necesarios para plantarme y cogiéndola del brazo, le exigí que me dejara en paz.
-No pienso hacerlo- respondió con un brillo en  los ojos que no supe interpretar – pensarás que soy una zorra, pero estás equivocado. Desde que me enamoré de ti, no he estado con otro hombre-
-Y eso a mí qué me importa- protesté elevando la voz.
-Sssss, no querrás que tu hija se entere de nuestra primera discusión de pareja-  contestó con desparpajo y poniendo cara de viciosa, me soltó: -Para que veas que no estoy enfadada, tengo un regalo que hacerte. ¡Sígueme!-
Alucinado la acompañé hasta el baño. Una vez allí Patricia me hizo sentarme en la taza y cerrando la puerta, me informó:
-Voy a ducharme- sin darme tiempo a reaccionar, se desanudó la bata y mirándome a los ojos, se la fue abriendo mientras me decía –No te engañes, llevas años deseándome. Te hago un favor al forzarte-
No pude dejar de observarla. Coquetamente dejó caer la tela, quedando desnuda a mi lado. Por primera vez, la veía en cueros y tuve claro que no desmerecía a lo que me había imaginado. Con un cuerpo espectacular, sus pechos eran una locura. Grandes y bien colocados estaban adornados por unas aureolas negras que invitaban a llevárselas a la boca, pero lo que me dejó anonadado fue su culo. Sus nalgas fueron creadas para el deleite de los humanos. Ya fuera un hombre o una mujer quien tuviese la suerte de contemplarlas, no podría quedar indiferente. Duras y perfectamente contorneadas se me antojaron maravillosas.
Ella, sonriendo, se metió en la ducha y abriendo el grifo, empezó a enjabonarse. Aunque seguía encabronado, no pude evitar que mi pene reaccionara ante esa visión y más excitado de lo que me gustaría reconocer, seguí embobado cada gota de jabón que se deslizaba por su piel.
-Fíjate en como me pone que me mires- me espetó señalando sus pezones.
Sé que debería haberme ido de ese baño pero no pude. Ver a esa mujer pellizcándose los pechos mientras me miraba, era algo cautivador y   cayéndose mi baba, me quedé sentado. Hasta su sexo era bello, perfectamente recortado, el breve triangulo me pedía que lo comiera.
Patricia aprovechó mi debilidad y llevando su mano a la entrepierna, me dijo:
-Mañana en la cena, deberás explicar a tu hija que somos novios. María necesita una madre-.
Exasperado por sus palabras, no pude ni intentar huir. Aunque parezca una aberración, disfruté al verla masturbarse sin ningún pudor. Lo que había empezado como un suave toqueteo, se convirtió en un arrebato de pasión. Dejándose llevar, la profesora separó sus rodillas y sin dejar de observarme, torturó su ya henchido clítoris. Los suaves suspiros fueron transmutándose en profundos gemidos y completamente inmerso en la escena, no quité ojo de cómo el flujo fruto de su orgasmo se diluía con el agua jabonosa que recorría su piel.
“¡Que buena está!”, avergonzado, reconocí.
Patricia saliendo de la ducha, me pidió que le acercara la toalla. Como autómata, se la di sin poder retirar mi mirada de su piel. Deseaba dejar de fingir y hundir mi cara entre sus pechos. Ella, consciente del efecto que estaba provocando, se deleitó exhibiendo su hermosura.
-¿Te gusta lo que ves?- preguntó mientras comprobaba la dureza de mi pene por encima del pantalón.
-Si- confesé sin poder evitar echar una ojeada a su trasero.
-¡Será tuyo! Pero tienes que ganártelo- respondió soltando una carcajada.
Reconociendo mi derrota, vi cómo se ponía un albornoz y sin protestar, la seguí adonde estudiaba mi niña. Había llegado a su apartamento con el firme propósito de no ceder y en menos de quince minutos, esa mujer le había dado la vuelta a la tortilla y me volvía a tener en su poder. Si ya fue dura mi humillación, peor fue comprobar el cariño correspondido con el que trataba a María. Mi hija dándole un abrazo, se despidió de ella mientras su profesora le hacía una carantoña en la cabeza.
-¿Ves lo que te digo?, vamos a ser una familia- me susurró en voz baja mientras pegaba su pecho al mío. –Te veo mañana, ¡tengo ganas de conocer donde voy a vivir contigo!-
Con la moral por los suelos, cogí a mi niña y salí despavorido. No había llegado al coche cuando escuché el aviso de un mensaje. Sabiendo que era de ella, lo leí:
-Cariño: me has puesto brutísima, esta noche soñaré que me haces el amor –

Mi entrega

Me avergüenza reconocerlo pero esa noche, soñé con ella. No fui capaz de reprimir que mi mente divagara y que mi cuerpo se liberara pensando que compartía con Patricia una idílica velada. Su piel, su trasero y sus pechos fueron míos. Obviando su chantaje, fuimos dos amantes entregados a una mutua pasión que desbordaba lo meramente sexual y se nutría de un supuesto afecto que, de estar despierto, hubiera negado.
Cansado pero sobretodo abochornado por mi entrega, me levanté por la mañana. Quedaban pocas horas para que esa chantajista, durante la cena, tomara las riendas de mi vida y por eso, nada más llegar a la oficina llamé al detective.
-José, ¿tienes algo?-
-Jefe, no sé qué busca pero dudo que lo encuentre. La tipa está limpia. A simple vista parece la hija ideal que todo padre quisiera tener. Excelente expediente académico, bien considerada por sus jefes, nunca ha sido ni denunciada ni demandada. Para que se haga una idea, no tiene ni multas de tráfico-
-¿Has investigado sus finanzas?- pregunté pensando, quizás, que en el pasado su chantaje hubiese tenido un aspecto económico.
-¡Claro! pero tampoco. Hija de un abogado importante de Valladolid, he revisado los cinco últimos años y lo único destacable es que su padre la estuvo manteniendo hasta hace poco. Ya sabe, es la clásica niña bien de provincias-
Desesperado por la falta de resultados, le pregunté si al menos tenía constancia de algún hombre en su vida.  El investigador carraspeó antes de responder y sin estar seguro de cómo enfocarlo, me soltó:
-Alberto, desde que me avisó, el único varón con el que ha estado, ha sido usted. Disculpe mi atrevimiento: ¿Teme que le esté poniendo cuernos?. Comprendo sus dudas, es una mujer joven y guapa-.
Al no poder explicar que esa zorra me tenía agarrado de los huevos, por mucho que negué cualquier relación romántica, sé que no me creyó y dándome por vencido, le agradecí sus esfuerzos. Colgando el puto teléfono, comprendí que estaba solo. Tenía que resolver mis problemas sin esperar ayuda ajena.
En ese momento y como si fuera una premonición, me llegó otro mensaje:
-Cariño: Esta tarde quiero que, antes de ir a cenar, me acompañes a un sitio. Te espero a las siete en mi casa. Un beso apasionado de tu novia-
Haciendo tiempo,  dediqué todas mis energías a trabajar. Enfrascado en la faena cotidiana, el día se me pasó volando y sin darme cuenta, dieron las seis de la tarde. Cómo María estaría con la cuidadora hasta que llegásemos a cenar, al salir de la oficina me dirigí directamente al apartamento de Patricia. Tras estacionar en frente, toqué su telefonillo.
-Ahora bajo- me contestó. En su tono se notaba que esa puta estaba alegre.
Temblando como un crío, esperé a que saliera del portal y cuando lo hizo, me dejó pasmado. Mi extorsionadora se había vestido a conciencia. Enfundada en un entallado traje negro, sus curvas eran más atractivas que nunca y lo peor es que ella lo sabía.
-¿No me das un beso?- murmuró pegándose a mí.
No pude rechazarla y cogiéndola entre mis brazos, la besé. Su boca se abrió para recibir mi lengua y con una pasión desbordada, frotó su pubis contra mi sexo. Mi reacción fue coger entre mis manos el culo que tanto deseaba desde hacía dos años y sin importarme que nos vieran los viandantes que poblaban su calle a esa hora, amasarlo como si la vida me fuera en ello:
-Sigue, me excita- respondió bajando la cremallera de su pecho, dejándome recrearme en su generoso escote.
Sus palabras consiguieron el efecto contrario y separándome de ella, le pregunté dónde íbamos:
-¡Aguafiestas!- se quejó al comprender que no iba a seguir colaborando en esa diversión callejera. –Me vas a llevar a despedirme de unos amigos-.
Ya en el coche, al insistirle que me dijera nuestro destino, pasó de mí y sin revelar sus intenciones, me fue señalando el camino durante veinte minutos. Estábamos a punto de  llegar cuando comprendí adonde me llevaba:
-¿Qué coño quieres hacer en la Casa de Campo? A estas horas solo hay putas y pajeros- protesté parando el coche.
Patricia sonrió y pasando su mano por mi bragueta, se acurrucó sobre mi pecho al decirme:
-Recuerdas que te conté que desde que me enamoré de ti, ningún hombre me había puesto las manos encima, pues no te mentí.  He buscado sosegar mi sexualidad  de una forma poco ortodoxa-
-No te entiendo ¿De qué hablas?-
-Tú sigue mientras te cuento- respondió mientras se deshacía de mi cinturón. Horrorizado, me percaté de sus intenciones al abrirme el pantalón y acariciar con sus manos mi ya erecto sexo – Te vas a escandalizar pero no puedo evitar ser una calentorra. Vengo a despedirme de unos amigos que me han hecho más llevadera mi abstinencia. ¡Tuerce a la derecha y aparca cuando puedas!-
Tal y como me temía ese lugar estaba infestado de mirones, no llevábamos un minuto en ese claro cuando dos tipos se acercaron a ver a la pareja que acababa de llegar. Lo que no me esperaba fue que uno de ellos, dando un grito, dijera:
-Muchachos, ¡Es la morena buenorra!-.
Como buitres cayendo sobre una vaca muerta, una docena de esos ejemplares rodearon el coche. Estaba a punto de arrancar y salir despavorido cuando Patricia me quitó las llaves y se confesó:
-Esos son mis amigos, cada viernes durante un año, he venido a este sitio en busca de placer. Con las ventanas cerradas, me he desnudado y masturbado para ellos, pensando que era tu pene el que se descargaba contra el cristal. Vengo a despedirme de ellos, ya no los necesito. Te tengo a ti-
Y sin esperar a que asimilara sus palabras, se fue desnudando ante los ojos inyectados de lujuria de esos “sus” amigos.
-Tócame, ¡Qué vean que ya no estoy sola!- chilló mientras se quitaba el sujetador.
Me quedé paralizado al ver cómo se pellizcaba los pezones. Implorando mis caricias, gimió cogiendo mi mano y llevándola hasta una de sus negras aureolas. Sin dejar de estar cortado, mis dedos recorrieron sus pechos mientras ella suspiraba completamente excitada. Sus ruegos me estaban volviendo locos y venciendo a la vergüenza que me embargaba,  sopesé uno de ellos y apretando entre mis yemas el botón que lo coronaba, me quedé mirando su reacción.
Casi gritando, me pidió que continuara. Su entrega me cabreó y buscando que comprendiera de una puta vez que yo no era el tipo de hombre que ella necesitaba, incrementé la presión hasta convertir mi pellizco en doloroso.
-Te quiero- sollozó con lágrimas en sus ojos – Tómame-
Hecho una furia, desgarré su vestido y asiendo su tanga con mi mano, lo destrocé sin importarme sus gritos.
-Serás puta- dije llevando su cabeza a mi entrepierna.
Ella comprendió mis intenciones y sacando mi pene de su encierro, lo empezó a besar mientras me decía cuánto había deseado hacerlo. No me explico todavía por qué, pero al verla tan entregada, me tranquilicé y acomodándome en el asiento, dejé que se apoderara de él. Con una lentitud pasmosa, fue engullendo mi sexo hasta hacerlo desaparecer en su interior.
La calidez de su boca terminó de demoler mis reparos y pasando mis manos por su cuerpo, empecé a acariciarla. Me vi sorprendido por la fuerza de su orgasmo. Sin casi tocarla, Patricia se había corrido ante mis primeras maniobras. Creí que se conformaría con ello, pero la muchacha no esperó a reponerse e incrementando la velocidad de su manada, buscó devolverme el placer.
Los doce rostros pegados contra el parabrisas fueron testigos de cómo esa morena se afanaba con mi miembro. Nunca creí que pudiera ser coparticipe de algo semejante. Pene en mano, nuestra anónima concurrencia se deleitaba escudriñándonos en la oscuridad. Cualquier de ellos hubiera dado su vida por estar en ese preciso instante en mi lugar.
Patricia estaba en su salsa. Seducida por su papel, le encantaba sentirse observada y agradeciendo la fidelidad de esos hombres, se llevó su mano a su sexo y separando con los dedos los labios de su pubis, se empezó a masturbar. Su segundo orgasmo llegó de improviso y convulsionando, empapó la tapicería del vehículo. La audiencia contagiada de su fervor babeaba mientras sus vergüenzas se aireaban en el exterior.
El primer impacto de semen contra el cristal, me terminó de convencer de que ese no era mi lugar y cogiendo las llaves del suelo, arranqué el coche saliendo horrorizado por la carretera. La morena levantó la cabeza y con los ojos inyectados de pasión, me preguntó:
-¿Dónde Vamos?-
-A tu casa- contesté y cogiendo mi chaqueta del asiento trasero, le ordené que se tapara.
Llevando la contraria a mi razón y a cualquier norma de tráfico, la miré de reojo y al percatarme de que me había obedecido, le solté:
-¡Termina lo que has empezado!-
No se hizo de rogar, acomodándose el destrozado vestido, se agachó y mientras yo conducía, reactivó mi alicaído miembro con suaves besos. El túnel de la M-30 fue el decorado donde esa mujer dio rienda a mi deseo y cumpliendo su cometido, consiguió llevarme al borde del placer.
-Voy a correrme- avisé al sentir los primeros síntomas del orgasmo.
Patricia, al oírme, hizo que mi falo se introdujera aún más en su garganta y rozando con sus dientes la base de mi miembro, esperó a sentir que eyaculaba. Al notar mi explosión y que los chorros de mi simiente golpeaban contra su paladar, no dejó que nada se desperdiciara. Persuadida de no fallarme, con su lengua limpió cualquier rastro de mi pasión en mi sexo, antes de con una sonrisa en los labios, decirme:
-Te queda una hora y media para decirle a María que sales conmigo- y soltando una carcajada, me preguntó: -¿Qué quieres hacer?-
No la contesté. La muy perra seguía obstinada en ser mi pareja. Esa fijación era al menos tan perversa como su afición a exhibirse y comprendiendo que no pararía hasta que reemplazara esa fantasía por otra, aceleré hacia su casa. Era mi cabreo tan grande que al aparcar, le dije que se cambiara y que yo la esperaría fumando en el portal.
-Sube- me ordenó y sin esperar que le respondiera, me cogió de la mano y casi a rastras me llevó a su apartamento.
Ya en su interior, comportándose como si nada hubiese pasado, me devolvió la chaqueta y riendo me pidió que le pusiera una copa mientras se cambiaba de ropa. Sentir que me quería de criado, colmó mi paciencia y usando la violencia, la tiré en su cama mientras le decía:
-¿Quieres un macho? Pues macho tendrás-
Contra todo pronóstico, Patricia se echó a reír y llamándome a su lado, me contestó:
-¡Te estabas tardando!-
Ver a ese monumento de mujer, tirada en la cama, con su vestido desgarrado y sin bragas, fue más de lo que pude soportar y despojándome de mi ropa, me reuní con ella completamente desnudo. La chantajista y la exhibicionista desaparecieron en cuanto me tumbé y ante mi sorpresa, me cubrió de besos comportándose como una dulce amante. Contagiado por su pasión, llevé sus pechos a mi boca. Patricia gimió al sentir mi lengua jugando con su aureola y tratando de forzar que la tomara, llevó mi pene a su pubis.
Ni siquiera se había terminado de desvestir y ya quería que sentir mi pene en su interior. Comprendiendo que para ella era un capricho, decidí aprovechar la oportunidad y disfrutar de esa mujer. Deshaciéndome de su abrazo, le quité los restos del vestido. Patricia, sin saber cómo reaccionar, se mantuvo pasiva mientras mis manos recorrían su piel.
“Es preciosa”, pensé mirando sus grandes pechos y su sexo depilado.
En mis treinta y cinco años de vida, había disfrutado de decenas de coños y catalogándolo con la mirada, decidí que era el más bello que nunca había visto. Ante su entrega le separé las rodillas y pasé mi mano por sus bordes sin atreverme a tocarlo. Mi amante se mordió los labios cuando sintió que uno de mis dedos separaba sus pliegues y curioseando, iba en busca de su clítoris. Cuando lo descubrí, ya estaba esperando mis caricias. Duro y mojado, su dueña se retorció sobre las sábanas cuando le dediqué un leve pellizco. Satisfecho por su entrega, me deslicé por la cama y acercando mi boca a su sexo, probé por vez primera su néctar. Néctar que recorrió mis papilas, embriagándome y como alcohólico ante un botella, bebí de su flujo sin hartarme.
Su cueva se convirtió en un manantial inagotable, cuando más recogía, mas brotaba de su interior. Para entonces, Patricia estaba desesperada. Cerrando sus puños, me rogaba que la tomara pero venciendo mis ganas de hacerlo, proseguí horadando su agujero con mi lengua. No tardé en oír como se corría y buscando prolongar su éxtasis, metí un par de dedos dentro de ella. Absolutamente poseída, la mujer empezó a aullar de placer mientras sus cuerpo se convulsionaba.
-Por favor- me rogó casi llorando- ¡Fóllame!-
Al ver que no le hacía caso y que seguía enfrascado en mi particular banquete, Patricia se levantó y poniéndose a cuatro patas, me miró sin hablar.
Me quedé pasmado al ver la rotundidad de su trasero a mi disposición y pasando mis manos por sus nalgas, supe que era lo que realmente me apetecía hacer. No le di opción, separando sus cachetes descubrí que su entrada trasera nunca había sido conquistada y embadurnando mi dedo en su flujo, empecé a recorrer las rugosidades de su ano. Esperaba resistencia por su parte, pero en vez de quejarse, suspirando Patricia me confesó:
-Es mi mayor fantasía. Házmelo pero con cuidado-
Solté una carcajada al escuchar que su mayor anhelo coincidía con el mío. La de veces que había soñado con usar su culo y si me daba entrada, pensaba en explotar repetidamente su secreto. Alternando mis caricias entre su sexo y su ojete, conseguí relajarlo y con sumo cuidado, introduje una de mis yemas en su interior. Al no  retirarse, comprendí que realmente lo deseaba y tanteando sus paredes, fui aflojando su resistencia mientras, centímetro a centímetro y falange a falange, enterraba mi dedo en ese terreno vedado.
-Me encanta- escuché que decía al empezar a sacar y meterlo por entero.
Convencido de haberlo dilatado suficiente, repetí la operación con dos. La morena protestó con un quejido pero no se apartó, al contrario, meneando su cadera, buscó ayudarme en la labor. Agradecí con un cachete su disposición y colocándome a su espalda, le pregunté si estaba lista.
-Sí, mi amor-
Era la hora de la verdad y cogiendo mi pene lo embadurné con su flujo, antes de hacer cualquier intento de acercarme a su ojete. Ella al ver lo que hacía, poniendo cara de viciosa, me soltó:
-Estoy empapada, métemelo en el coño-
Me pareció una buena idea y colocándolo en su sexo, de un solo empujón lo embutí hasta el final de su vagina. Patricia se retorció como una loca, tratando que siguiera penetrándola de esa forma, pero haciendo caso omiso a sus deseos, se la saqué y puse mi glande en su orificio trasero. Con un breve movimiento, desfloré la virginidad de su ano.
-Me duele-, gritó sin moverse.
Sabiendo que debía dejar que se acostumbrara a tenerlo embutido, no me moví durante unos segundos. Cuando su dolor hubo menguado, le acaricié la espalda mientras lentamente enterraba mi pene en su interior. Poco a poco, sus intestinos terminaron de absorber mi extensión.
-Tócate- le ordené.
Patricia bajando su mano a la entrepierna, se empezó a masturbar con un frenesí que me dejó asustado. Chillando me pidió que comenzara. Imprimiendo un lento ritmo fui sacando y metiendo mi falo, mientras ella no dejaba de torturar su clítoris.
-¡Qué gusto!- me informó meneando sus caderas.
Sus palabras me hicieron comprender que el dolor había pasado y que en ese momento, era el placer lo que le estaba dominando. Vista su soltura, decidí incrementar mi vaivén y pausadamente, lo fui acelerando hasta que se convirtió en un loco cabalgar. Para aquel entonces, la respiración entrecortada de la muchacha me revelaba que estaba a punto de correrse y profundizando su excitación, cogí sus pechos con mis manos y usándolos de agarraderas, me lancé en caída libre. Lo forzado de la postura, elevó su calentura hasta límites insospechados y berreando, se quedó como muerta en mis brazos.
Al ver que se desplomaba le pregunté si estaba bien, sonriendo, me contestó que de maravilla y que siguiera. Su innecesario permiso me dio alas y apuñalando con mi escote su culo, prolongué su orgasmo. Nuevamente sus chillidos llegaron a mis oídos mientras mis piernas se llenaban del flujo que brotaba de su cueva pero esta vez, mi clímax coincidió con el suyo y acompañándola en sus gritos, eyaculé en su interior.
Agotado, me tumbé a su lado y mientras me recuperaba, empecé a temer en que el día que esa mujer se cansara de mí porque las iba a pasar putas.
-¿En qué piensas?- la oí decir.
-En la zorra de mi novia- contesté mientras le daba un azote, – ¿Y tú?-
Patricia se sonrojó antes de responderme:
-En otra de mis fantasías-
Interesado, pero a la vez temiendo su contestación, le pregunté cuál era.
-Quiero saber lo que se siente al hacer el amor… ¡embarazada de ti!-
 Aterrorizado comprendí que esa obsesiva mujer se había fijado otra meta y que no iba a cejar hasta conseguirla.

Relato erótico: “La madre y el negro” (POR XELLA)

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LA MADRE Y EL NEGRO

Alicia bajó a desayunar harta de oír a su madre.

– Ya es hora de despertarse, ¿No crees? – Le dijo ésta cuando llegó a la cocina.

Alicia se llevó la mano a la cabeza, la noche anterior había sido muy dura y tenía una resaca de caballo, lo último que necesitaba oír eran los sermones de su madre. Se sentó al lado de su hermana y comenzó a marear los cereales con la cuchara.

– ¿Demasiada fiesta ayer? – La chinchaba Claudia, en voz baja, para que su madre no la oyera – ¿O también te sentó mal la cena?

– Oh, cállate. – Dijo, dando un manotazo a su hermana en el hombro.

– ¿Cuantos cayeron anoche? – Seguía la chica. – Cubatas, digo, chicos ya se que ninguno.

Alicia, cansada, volvió a lanzar un manotazo a su hermana, esta vez dirigido a su cara pero ésta, más fresca y espabilada, lo detuvo con rapidez.

– ¡Chicas! ¿No podéis estar un minuto tranquilas? – Las reprendió su madre. – Venga, acabad el desayuno que tenemos muchas cosas que hacer.

La chica mandó una mirada de reproche a su hermana y siguió dando vueltas a su tazón, esperando que desapareciera mágicamente. No entraba nada en su estómago.

Alicia se llevaba bien con su hermana, pero eso no evitaba que siempre se estuvieran peleando. Claudia era unos años más pequeña que ella pero siempre se las daba de marisabidilla, siempre tenía que quedar por encima de Alicia. Realmente se parecían bastante, físicamente Claudia era una fotocopia de su hermana, muchas veces las confundían, lo que exasperaba a la mayor. Ambas morenas, castañas, ojos marrones y estatura media, algo más bajita Claudia. Tenían un cuerpo bien formado pero no exuberante. En cuanto a su forma de ser, a ojos de Alicia su hermana era bastante irritante a veces, y muy inmadura. A ojos de los demás (su madre, por ejemplo) eran tan parecidas cómo en el físico.

La madre de ambas, Elena, no se parecía demasiado a ellas, salvo en su bien formado cuerpo que mantenía a base de dieta permanente y gimnasio. Elena era rubia, blanca de piel, unos ojos verdes preciosos y más alta que sus hijas. Estaba claro que habían salido a su padre.

Su padre… Su padre era un cabrón. O había sido un cabrón, por lo menos. Las abandonó cuando las chicas eran pequeñas, dejándolas sin un duro y sin nadie que las pudiese mantener. Elena tuvo que doblar turnos en el trabajo para poder dar de comer a las niñas. Pero la situación mejoró. Un día, el padre apareció muerto, parece ser que fue un infarto. Ni siquiera fueron al funeral de ese infeliz pero, al estar todavía casados, el dinero y la pensión que correspondía gracias al seguro de vida que poseía el hombre, recayó por completo en Elena y sus hijas, lo que las permitió vivir de manera desahogada.

– ¿Por qué tuve que salir ayer? – Se dijo a si misma Alicia, cuando llegó a su cuarto.

Sabía perfectamente que hoy iba a ser un día duro, venía el último camión de mudanza y tenían que colocar todas las cajas. Si ya de por sí no era una tarea agradable, con la resaca que llevaba encima se convertía en un pequeño infierno.

– Pues por que quieres comerte un buen rabo por fin. – Dijo Claudia. No se había dado cuenta que había subido tras ella.

Alicia nuevamente intentó golpear a su hermana pero, igual que antes, esta consiguió esquivarla.

– Admitelo, cometiste un error al dejar a Gonzalo. – Continuaba la pequeña, a una distancia prudencial. – Te comieron la cabeza, creíste que ibas a ser la reina de la noche y ahora no te comes un colín.

– No tienes ni idea de lo que hago o dejo de hacer.

– ¿Ah, no? Entonces, ¿Mojaste anoche? ¿Te quitaron las telarañas?

Alicia se puso roja cómo un tomate. No, no “le quitaron las telarañas” pero no lo quería admitir ante su hermana. Realmente pensaba que haber dejado a Gonzalo fue un error, al menos visto desde la distancia. Era su novio desde los 15 años, y había descubierto todo con el, la trataba genial pero…

Pero sus amigas le comían la cabeza. Que si se habían ligado a uno, se habían tirado a otro, que “¡Que sosa eres, Alicia! Solo has probado un hombre”. Le decían que a poco que se soltarse y dejase al chico, le iban a llover los amantes. Y allí estaba. Llevaba 6 meses de sequía.

– ¿A ti que te importa? Vete a jugar con las muñecas, ¡Niñata!

Salió tras ella y Claudia saltó por encima de la cama para evitarla. Cuando estaba en la puerta de la habitación dijo:

– A lo mejor necesitas que te presente algún amigo… Creo que Manolo te caería bien.

Y salió de la habitación.

Alicia, harta de las burlas de su hermana y del dolor de cabeza, se dio una ducha. Cuando salió, había una camita encima de su cama con una nota.

Este es mi amigo Manolo, cuídalo bien 😉

Decía. Al abrir la caja y ver el interior no pudo evitar sonrojarse. Dentro había un consolador rosa, de buen tamaño. Desde que lo había dejado con Gonzalo no había tenido sexo, pero tampoco se había masturbado. Le parecía que el sexo era algo para compartir con alguien y que masturbarse era rebajarse de alguna manera.

Levantó a Manolo y vio que tenia un pequeño botón en la base. Lo pulsó y el aparato comenzó a vibrar. Una fugaz escena de ella usando aquel juguetito hizo que un escalofrío fruto de la excitacion recorriera su espalda. ¿Lo habría usado mucho su hermana? Y parecía tonta…

– ¡Chicas! ¡Ya está aquí el camión! – Gritó su madre desde la planta de abajo.

Del susto Alicia dejó caer el vibrador. Rápidamente lo recogió y lo guardo en un cajón de su mesita.

– Lo siento Manolo, creo que no eres mi tipo. – Dijo, se vistió rápidamente y bajo con su madre.

Cuando vio la cantidad de cajas que había se desanimó. Habia pensado tener la tarde libre y parecía que se iban a tirar allí una eternidad.

– ¿Quieres que recojamos todo esto en una mañana? – Le preguntó a su madre.

– ¿Que esperabas? Venga anda, deja de quejarte y empieza a subir cosas.

Alicia resopló y cogió una caja. Casi se le cae cuando le vio entrar.

Un chico negro de su edad acababa de entrar por la puerta de casa cargando una caja.

– Buenos días, Ali. ¿Fue muy dura la noche de ayer? – Apuntó, después de ver la cara de resaca que llevaba. Después se echó a reír, dejo la caja y volvió a salir hacia el camión.

– ¿Que hace EL aquí? – Preguntó furiosa a su madre. – Sabes que no le soporto.

– No digas tonterías, ¡Si le conoces desde que erais críos! Además, si es majisimo.

– ¿Que tiene que ver desde cuando le conozca? ¡Es insoportable! Siempre se está metiendo conmigo.

– Te lo tomas todo muy a pecho, está de broma. Sabes que ha tenido una infancia difícil, siempre ha estado sólo… Y también siempre nos ha echado una mano cuando se lo hemos pedido. Además, ¿No te quejabas de que era mucho para nosotras solas? Con el aquí tardaremos menos.

– Preferiría tirarme todo el día cargando cajas pero no tener que verle la cara… – Rezongó la chica.

– Deja de refunfuñar y comienza a coger cajas, ¡Venga!

Alicia obedeció de mala gana, estaba siendo un día estupendo.

Frank, el chico negro que las estaba ayudando, había ido a clase de Alicia desde que eran pequeños. Siempre se habían llevado mal. Frank se metía con la chica a la mínima posibilidad y, lo que más rabia le daba era que parecía que el resto del mundo no se daba cuenta de lo imbécil que era.

Era verdad que había tenido una infancia difícil, había perdido a sus padres muy temprano y había ido siempre de una casa a otra. Ya de muy joven comenzó a hacer algo más que trastadas pero, debido a su situación, la gente parecía pasarlo por alto.

En cuanto llegó a la edad de dieciséis años, en los que no es obligatorio asistir a clase, dejo el colegio. Empezó a hacer trabajos de mantenimiento a conocidos y de esa forma había salido adelante. La madre de Alicia siempre se había comparecido de él así que, para desgracia de la chica, siempre que surgía la ocasión le llamaba, e incluso a veces le había invitado a comer.

Esas cosas hacían que Alicia le odiara todavía más, puesto que, a diferencia de con ella, con su familia era un santo.

Pero había algo más que molestaba a la chica. Con el paso de los años y el despertar de sus hormonas, no se le pasaba por alto las miradas que Frank dedicaba tanto a su madre como a su hermana. Y seguro que a ella, cuando no se daba cuenta, también. Aprovechaba la mínima excusa para tener un roce, un contacto más íntimo…

Solo de pensarlo le entraban ganas de vomitar.

– ¿Que haces aquí? ¿Intentas escaquearse? – Le dijo a Claudia cuando la vio zanganeando en la habitación.

– Estoy colocando las cosas, estúpida. ¿O es que la resaca no te deja ver bien?

– Pues aquí tienes otra caja más. – Dejó la caja en el suelo. – ¿Has visto que mamá ha llamado al imbécil de Frank?

– No se que problema tienes con el chico… Siempre que puede nos echa una mano.

– ¡Ahhggg! Tu también con lo mismo no, por favor.

– ¿Que os ocurre, chicas? – Preguntó Frank, entrando por la puerta. – ¿Me echabais de menos?

– ¡Hola Frank! – Saludó Claudia. – Gracias por venir a echarnos una mano.

– Siempre es un placer estar rodeado de chicas guapas. – Replicó, guiñando un ojo. – Y… De ti. – Dijo, mirando a Alicia.

Claudia se echó a reír ante la ocurrencia del chico.

– Pffff… No estoy para discutir. – Contestó Alicia. – Por lo menos estando tu aquí acabaremos antes, necesito echarme a dormir un rato.

– Que pasa, ¿Ya te has olvidado? – Claudia miraba con cara de reproche a su hermana y, ante su falta de entendimiento añadió. – ¡Hoy venías conmigo al cine! Nadie quiere ver la nueva de American Pie conmigo y tu te ofreciste a acompañarme.

Era verdad, maldita sea su buena voluntad. Por lo menos se podría dormir en la sala…

Una vez acabaron con todo, Alicia llevó a su hermana al centro comercial.

– ¡María! ¿Que haces aquí? – Gritó su hermana al llegar a la cola. – ¿No decías que no querías venir?

– Ya lo se, tía, pero Adrián se ha empeñado en invitarme. – Dijo la chica, señalando a un chico que estaba un poco más adelante en la cola. – Menos mal que has venido, no sabia como decirle que no… No me apetece quedarme sola con el, pero ha insistido tanto… Si estáis aquí se cortará un poco.

– Si está. – Cortó Alicia. – Si ya tienes con quien ver la película yo me voy a dormir. Te espero en casa.

Dio un beso a su hermana y se fue, sin oportunidad de dejarla replicar y con su cómoda y confortable cama en mente.

Llegó rápidamente a su casa. Esperaba poder descansar tranquila puesto que su madre había dicho que iba a ir a comprar, y Frank, aunque se iba a quedar a mirar un grifo que goteaba, ya debería haber acabado.

Subió las escaleras directa a su cuarto, pero a mitad de camino se detuvo. Había oído algo. Llegaban ruidos desde el salón. ¿No se había ido Frank todavía?

Se acercó a la sala con la intención de decirle que se diese prisa o, por lo menos, que no hiciese ruido, pero nada mas verle se quedó muda.

El chico estaba de pie, sin camiseta. Tenía tanto odio hacia su persona que nunca se había dado cuenta del cuerpo tan definido que tenía el chico. Estaba tras el sofá y Alicia no veía mucho más pero, tras situarse para ver mejor, la chica casi se cae al suelo de la impresión, ¡Estaba completamente desnudo! Y no solo eso, ¡No estaba sólo!

En un primer momento no se había fijado en la cara de Frank, pero no había duda. Los ojos cerrados, la cara alzada, como mirando al cielo, la boca entreabierta, respiración agitada… Estaba claro lo que le estaba haciendo su acompañante… Alicia no la veía bien, solamente la coronilla por encima del sofá, pero le debía estar haciendo una mamada de campeonato.

Frank acompañaba los vaivenes de su amante con la mano sobre su nuca, marcándole el ritmo.

– Eso es, zorrita… Trágatela entera… – Farfullaba el chico.

¡Ese cabrón se había traído a una zorra a casa! Aprovechando que iban a estar todas fuera… Cuando su madre se enterase iba a poner el grito en el cielo,por lo menos no volvería a ver a ese infeliz. Alicia estuvo a punto de entrar y ponerse a gritarle pero en el último momento se detuvo, aunque le costase admitirlo, la situación era muy morbosa lo que, unido a sus meses de abstinencia, la estaba poniendo muy cachonda.

Podía escuchar la respiración agitada de Frank, así como el húmedo sonido de roce producido entre la polla de él y la garganta de ella. De vez en cuando parecía que la chica se atragantaba, hacía un sonido como de arcada ahogada y continuaba con la faena.

– Has mejorado mucho desde la última vez. – Decía él. – Ahora te cabe entera.

Al decir eso empujó la cabeza de su “zorra” contra su polla y la obligó a mantenerla hasta dentro durante varios segundos. La chica se agitó un poco, debía costarle respirar y, cuando Frank la soltó, tragó una enorme bocanada de aire.

– Esa es mi zorrita, estás hecha una verdadera traga-pollas. Me has echado de menos, ¿Verdad?

Como respuesta, la chica volvió a meterse el rabo de Frank en la boca y, por como sonaba, lo hacía con ansia. Estuvieron unos minutos más, hasta que Frank la ordenó que parara.

– Para un poco, zorra. Antes de correrme quiero follarte como la puta que eres. Tiéndete aquí.

Cuando comenzaron a moverse, Alicia se apartó de la puerta con miedo a que la descubrieran.

– Veo que has sido obediente y te has depilado el coño como te ordené. Ahora prepárate que vas a recibir tu premio.

Alicia volvió a asomarse, con cuidado, intentando no dejarse ver. Por suerte, Frank estaba de lado, y su pareja estaba con los pies en el suelo y el cuerpo sobre el brazo del sofá, lo que dejaba su sexo expuesto e imposibilitaba que viera a Alicia.

Pero la chica no se fijó en eso, no podía apartar la mirada del monstruo que tenia delante. La polla de Frank se mostraba enhiesta entre el y su víctima, era de un tamaño descomunal. “¿Piensa meterle eso? ¡La va a partir en dos!” Pensaba Alicia. Su novio (EX-novio, tuvo que recordarse) la tenía de buen tamaño, pero era una miniatura en comparación de aquella monstruosidad.

Frank se la agarraba, agitándola, golpeando con ella las nalgas de la chica. Ésta, como obedeciendo una orden, se las separó con sus manos, dejando a la vista del chico su coño y su culo. Alicia pudo comprobar que no tenía un sólo pelo en su entrepierna.

Mientras veía como el chico iba introduciendo centímetro a centímetro su enorme polla en el coño de su amante, Alicia comenzó a restregar sus muslos uno contra otro. La excitación que le producía esa situación iba en aumento, y no pudo evitar que una de sus manos descendiera a su entrepierna.

El chico comenzó a bombear, primero lentamente, dejando que el coño su acompañante se adaptara a su polla. Después comenzó a aumentar el ritmo.

Un rítmico PLAS PLAS PLAS al chocar los dos cuerpos llegaba a oídos de Alicia, acompañado de los gemidos de la chica, que parecía disfrutar de la enorme polla que la penetraba. Alicia acompasó también los movimientos de sus dedos al ritmo de los amantes, imaginando que estaba participando en la acción.

El contraste del negro cuerpo del joven con la pálida piel de la chica era impresionante, su polla, negra y enorme desaparecía una y otra vez en un movimiento hipnótico que tenía atrapada a Alicia. Sus dedos se movían rápidamente en su sexo, acelerando su respiración, trasladándola a un inevitable y ansiado orgasmo.

La zorra que se estaba follando Frank comenzó a gritar, las piernas le temblaban y pedía más. Estaba al borde del orgasmo. Cuando Alicia oyó sus gritos notó como un escalofrío le recorría la espalda, pero pensó que era debido a la excitación del momento. Ella también estaba al borde del orgasmo.

– Ven aquí, puta. – Dijo Frank. – Ya tienes la merienda preparada. Una buena ración de leche.

La chica, obediente, se dio la vuelta y se colocó de rodillas ante Frank, agarró la enorme polla con las dos manos, abrió la boca y comenzó a pajear al chico poniendo una cara de lascivia que Alicia nunca había visto antes.

Alicia se había quedado petrificada. Aún tenía un par de dedos dentro de su coño, pero ya inmóviles. La boca estaba entreabierta, pero no para dejar escapar los silenciosos gemidos de placer de hace unos segundos, si no de pura estupefacción.

La “zorrita” de Frank… Era su madre.

Contempló impertérrita como el chico derramaba su semen sobre la cara de su madre, que lo recibía con deleite, intentando atrapar con su boca la mayor cantidad posible.

Una vez acabó, Elena limpió con sonoros lametones el enorme miembro que tenía ante ella, y comenzó a recoger con sus dedos los chorretones que se habían escapado hacia su cara o sus tetas. Después, mirando con lascivia al chico, se llevó los dedos a la boca.

Alicia, tras ver a su madre de una manera que jamás había pensado, se dio la vuelta e intentó salir de la casa sin que la oyeran. No se podían enterar de que los había visto, debía parecer que llegaba ahora.

Esperó en la calle unos minutos y después llamó al timbre, se negaba a volver a entrar de improviso.

Frank abrió la puerta. Estaba sin camiseta todavía.

– Hola, ¿Ya habéis salido del cine?

Alicia se quedó clavada en el sitio. Aquél cabrón acababa de follarse a su madre. A su “zorrita” como la llamaba él. Inconscientemente, la mirada la chica se detuvo en su entrepierna, estaba algo abultada. Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo levantó la vista, azorada, sólo para encontrarse la mirada fija de Frank, adornada con una ligera sonrisa.

– ¿Que pasa? ¿Tengo monos en la cara? – Dijo, con sorna.

– Quítate de en medio.

Alicia subió a su cuarto, esta vez sin interrupciones ni sorpresas, cerró la puerta y se tiró en la cama. Necesitaba descansar, había sido un día demasiado agitado.

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Relato erótico: “De camping con mi suegro y sus amigos” (POR ROCIO)

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Los padres de mi novio me habían invitado a una acampada en el Parque Nacional Santa Teresa, al este de Montevideo, un lugar de más de mil hectáreas de naturaleza, bordeado por playas hermosas. Era una actividad ideal y necesaria a todas luces; tocaba conocer más a su familia y desde luego que ellos me conocieran también. Christian y yo estábamos a punto de llegar a nuestro tercer año juntos y sentía que era tiempo de que conocieran otra faceta mía distinta a la que mostraba durante las cenas, cumpleaños y eventos en los que me presentaba.

Su padre, Miguel, era quien conducía el vehículo; un hombre bastante bien conservado pese a sus cincuenta y nueve años. Se mostraba coqueto conmigo, diciendo que en el parque tendría que protegerme de los “buitres” (acosadores); o que no tendría problemas en dejarme dormir en su carpa si tenía miedo de la noche. La madre, Marisa, de edad similar aunque he de confesar que el físico contrastaba con lo cuidado que se mantenía su marido, nunca dejaba de acariciar a su esposo por el hombro, compartiendo un mate, dándole pellizcos reprendedores cada vez que me hacía bromas, tildándolo de un “buitre” más.  
Llegado al famoso parque, alquilaron una parcela agreste. El lugar se divide en zonas de ruido y de silencio, para gente joven que viene a farrear por un lado, y para gente mayor o familias que vienen a disfrutar de la naturaleza por el otro. Esta última fue la evidente elección para acampar, un lugar tranquilo en medio del denso bosque.
Ahora, ¿cómo iba a saber yo que algo a priori divertido iba a desmadrarse tanto?
I. Vóley de playa con mi suegro y sus amigos
Todo parecía un paraíso. El aire puro, charlar en grupo sentados en un añejo banco de madera, con el sonido del mar a solo cientos de metros más adelante, con un cielo imponentemente celeste. Sus padres fueron a la playa y nos pidieron que les acompañáramos, pero Christian les dijo que se adelantaran, que primero quería hablar conmigo en privado. Así que al retirarse ellos, me rodeó los hombros con su brazo.
—¿Qué tal lo estás pasando, nena?
—Súper bien. Me encanta tu papá, me está volviendo loquita con tanto piropo.
—Suele ser un completo pesado conmigo y mi hermano, vaya, tenía miedo de que fuera igual contigo. Pero parece que tendré que tener cuidado, que me puede robar a la novia, ¿eh?
—¡Exagerado! Voy a cambiarme, nene.  
Así que me puse un bikini negro con lazos anudados, además de un pareo que me cubría desde la cintura hasta abajo.  Fuimos a la playa para buscar a sus papás. Mi chico me decía entre bromas que me quitara el pareo para conquistar a su padre y ganarme su corazón, que es un hombre de “colas”, pero entre risas le respondía que no quería, que me dejara en paz. Para colmo me quería desajustar los lazos de mi bikini, justificándose que a su papá le encantaría verme desnuda.
—En serio, nena, con esa colita de infarto lo vas a volver loco y no te va a dejar en paz.
—Bueno, ¡ya suéltame!, ¿pero tú eres mi novio o un pervertido?, carambas, que me vas a dejar en pelotas si tiras de los lazos, cabrón.  

Su padre se acercó trotando, con una pelota de vóley en mano.

—¡Tú, muchacho imberbe! ¿¡Dónde andabas!? ¿Qué tal si jugamos un partido de vóley de playa contra mis colegas? Me falta un hombre, y como no hay uno, pues pensé en ti, hijo.
—¡Qué gracioso eres, viejo! Mira, jugar vóley contra dinosaurios tiene que ser una experiencia alucinante, pero paso.
—¡Ya decía que no tenías pelotas suficiente para jugar con nosotros! ¡Rocío, caramelito!
—¿Señor Miguel?
—¿Quieres jugar al vóley? Mi esposa ha desaparecido junto con las señoras de mis colegas, no tengo a nadie quien me haga compañía.
—¡Ja, déjala en paz! Rocío es más de tenis, no va a jugar al vóley. Normal que mamá se haya pirado a otro lado con las demás señoras, ¿quién carajo quiere mirar a unos viejos jugando vóley a pecho descubierto? No es agradable a la vista, ¿sabes?  
Pues lo cierto es que no sé jugar mucho al vóley pero no era plan de rechazar al papá de mi novio. Es decir, ¿habíamos viajado a un extremo de mi país para que el papá pase con sus colegas, la mamá con sus amigas, y yo a solas con mi novio? La idea el viaje era pasar tiempo con sus padres, así que le reprendí a mi chico.
—¡Ya deja de tratar así a tu papá! Si no vas a jugar, yo lo haré.
—¿En serio, Rocío? ¿Estás segura? ¿Con mi papá y sus colegas?
—¡Eso es, mi nuerita ha salvado la tarde! Ven, caramelito, vas a ser mi compañera, jugaremos contra don Rafael y don Gabriel, unos colegas que encontré aquí.
—¡Ja, como los tres arcángeles! ¡Claro que sí, don Miguel!
—Venga, llámame “papá”, que ya eres de la familia. Además nunca tuve hija y me hace ilusión. Y tú, desgraciado imberbe, ¿ya le dijiste a esta preciosa niña que te orinabas en la cama hasta los seis años? Ni te atrevas a venir con nosotros. Ve junto a tu madre, se ha ido a ver el museo del parque con sus amigas.
—¡Ni siquiera pienso acercarme, viejo! ¡Rocío, cuidado con los balonazos, bastones y pastillas! —se mofó mi chico.
—¡Dios santo, ya dejen de pelear! —protesté, mientras su papá me llevaba de la cintura.
En una apartada cancha de arena débilmente delineada, con una pobre y desgastada red que la partía, se encontraban los dos amigos de mi suegro, sentados en un banquillo y charlando amenamente, torsos al desnudo y con shorts solamente. Una pequeña conservadora de hielo repleta de latas de cerveza estaba a un costado. Iba en serio eso de que nadie querría ver a señores de edad jugando al vóley, todos se agrupaban en las inmediaciones para ver otros juegos, de disciplinas como hándbol, fútbol de playa y hasta vóley también, pero practicadas por enérgicos jóvenes.
—¡Madre de dios!, ¿de qué parte del cielo caíste, angelita? —picó su amigo al vernos. Era Gabriel, muy alto, de complexión física bastante agradable para mi vista. De seguro en su juventud fue algún deportista. Piel morena, bien peinado y afeitado, todo un galán que me conquistó con su mirada penetrante y sonrisa cautivadora con hoyuelos.
—¿Es tu hija, Miguel? —preguntó el señor Rafael. Bajito en comparación a sus amigos, algo peludo, con una tímida pancita cervecera, de risa contagiosa y chispeantes ojos—. ¡Creo que estoy enamorado!
—Compórtense, amigos, es mi nuera. Se llama Rocío. Mira, caramelito, este es Gabriel. El otro es Rafael. No les hagas mucho caso, solo están bromeando contigo.  
—¡Buenas tardes, señores!
—¡Ah, pero no pongas esa carita tan linda, que yo cuando entro en la cancha no tengo piedad de nadie! ¡Aquí no hay nueritas ni amigos, solo rivales! ¡Me transformo en la cancha! —amenazó don Rafael.
—Sí, ya veo que te transformas en Moby Dick —se burló su amigo Gabriel, dándole palmadas a su panza—, vamos, ¡desde hace rato que quiero jugar!
Yo y mi suegro íbamos a comenzar, así que me retiré el pareo para ponerlo en el banquillo, iba a estar mucho más cómoda sin él. Cuando entré a la cancha, don Rafael me silbó para sacarme los colores.  
—¡Uy! ¡Vaya con la nuerita!
—¡Menudo bombón! —dijo don Gabriel, con una amplia sonrisa—, ¿aún hay posibilidad de que abandones a ese noviecito que tienes?
—Ni caso, quieren ponerte nerviosa, caramelito, ¡vamos a jugar!
Me pidió que sacara, y no puedo encontrar las palabras para describir el cosquilleo intenso que sentía con tanto piropo, era algo que probablemente lo decían para desconcentrarme, sí, pero me agradaba porque no eran groseros. El corazón se quería desbocar; abracé la pelota y sonreí como una tonta mientras los hombres se acomodaban en sus puestos.
—¡Dale, Rocío, saca y muéstrales de qué estás hecha!
—¡Sí, don Mig… papá!
Así que lancé la bola al aire, arqué mi espalda hacia atrás y, dibujando un semicírculo con el brazo, mandé el balón con un poderoso salto. Cuando seguí la trayectoria del balón con la mirada, me di cuenta de que tanto mi suegro como sus dos amigos preferían observarme a mí antes que a la pelota picando en el área contraria.
Estaban boquiabiertos y extrañados. En ese entonces pensé que simplemente fueron buenitos conmigo y me regalaron un punto fácil, para romper el hielo y tal.
—¡Punto, papá!
—Esto… —don Gabriel achinó los ojos.  
—¿Pero qué carajo estoy viend… ? —don Rafael me miraba a mí y luego a mi suegro alternativamente.
—B… Buen servicio, Rocío… ¡Buen servicio, comenzamos ganando, eso es… bueno, eso es muy bueno!  —se acercó y me tomó del hombro—. Y ponte el bikini, caramelito, se te ha caído la parte inferior.
Se me congeló la sangre. ¿Que qué había sucedido? Pues el lazo de la parte inferior de mi bañador se había desprendido, revelando mis carnecitas; lo primero que pensé fue que quería matar a mi novio ya que estuvo toda la maldita tarde intentando desprenderlas a modo de broma. Al haberlas aflojado, el cabronazo me sirvió en bandeja de plata a unos cincuentones; su padre y sus dos amigos vieron que la nuerita iba depilada a cero, amén de tener un tatuaje de una pequeña rosa en la cintura que estaba estratégicamente oculta por el bikini. Bueno, ahora ya nada estaba oculta…
Diez minutos después, cuando dejé de llorar a moco tendido en el banquillo de madera, siempre consolada por los tres señores que no paraban de quitarle hierro al asunto, decidí continuar con el vóley de marras. Me sequé las lágrimas y comencé a reír de los chistes que me decían para levantarme el ánimo. Eso sí, me ajusté cinco o seis veces las tiras en mi cintura, no fuera que me volviera a suceder otra debacle.
—Bueno, estamos ganando, caramelito. ¡Sácala!
—¡No te dejaré anotar esta vez, bomboncito! —se rio don Rafael.
Volví a sacar. La lancé muy fuerte, se fue afuera. Pero los señores, los tres arcángeles maduritos, prefirieron volver a verme antes que observar el balón picando hacia la playa. Creí que me iba a desmayar, es decir, no tenía ni idea de qué estaba mostrándoles ahora, tampoco es que estuviera emocionada por saberlo. Volvieron a repetir esos rostros estupefactos mientras yo empezaba a resoplar de manera nerviosa. 
—Okey, estoy se pone interesante —dijo don Gabriel, acomodándose el paquete, seguro que se estaba poniendo duro por mi culpa. Me sonrió.
—Caramelito, por favor no vuelvas a llorar… pero ahora la parte superior de tu bikini…
Cuando supe que el lazo del cuello de mi bikini había cedido, también por el intento de afloje de mi novio, me volví a derrumbar. La razón por la que llevé un bikini negro era simplemente para disimular los pequeños piercings en mis pezones… es decir, ocultarlas de sus padres. Pero allí estaban, mostrándose las barritas con bolillas en todo su esplendor, chispeando por el sol mientras la parte superior de mi bikini revoloteaba por la cancha…
Veinte minutos después, tras haberse acabado mis lágrimas y mocos, siempre rodeada y consolada por mis tres arcángeles, decidí volver a jugar el maldito partido de vóley. Esta vez, los tres hombres se prestaron a ayudarme para asegurar cada uno de los lazos de mi bikini. Don Gabriel llegó a bromear de que no me fiara de don Rafael, que seguro los iba a aflojar, pero por suerte eran solo chistes para subirme el ánimo.
Era el turno de que los contrarios sacaran la pelota. Y el juego se puso muy raro porque todos los balones me los mandaban a mí para que pudiera esforzarme y regalarles la vista no solo de frente sino detrás, cada vez que corría, saltaba y me lanzaba a por todos los envíos. Pero era evidente que no jugaba bien al vóley, siempre terminaba fallando mis remates, tropezándome y hasta gimiendo de dolor cada vez que los balones venían muy fuerte.
Por suerte no sucedió nada raro. Cuando terminó el primer set, que por cierto perdimos, nos volvimos para sentarnos en el banquillo. Ya estaba ocultándose el sol en el horizonte, tiñendo la playa de naranja, repletándolo de chispas doradas; las cervecitas empezaron a correr. Don Rafael me pasó una latita.
—Oye, Rocío, en serio eres muy guapa y divertida, el hijo de Miguel es un chico muy afortunado. Por lo general las chicas de hoy van de divas, pero me alegra que no sea tu caso.

—Muchas gracias, señor Rafael. Usted es muy gracioso, me hizo reír mucho con sus chistes.

—Es muy joven ese muchacho que tienes de novio, seguro que disfrutarás de alguien con más experiencia —picó don Gabriel, codeándome.
 —¡Eh, eh! ¡Piratas! Si está con mi hijo es porque le gusta él, y ahora que Rocío está pasando tiempo conmigo, verá que yo multiplico todas esas cualidades que ese muchacho imberbe heredó de mí. ¡Ja, aquí el suegro tiene la potestad!
—Maldita sea, yo tengo hijas, no hijos —don Gabriel se pasó la mano por su blanca cabellera, antes de rodearme la cintura con su brazo para apretarme contra su moreno cuerpo—. ¡Cómo quiero una nuerita como tú, bombón! ¿Cuánto tiempo más vas a estar por aquí?
—Hasta mañana, señor Gabriel —bebí la cervecita.  
—Miguel, sé buen amigo e invítala a ese lugarcito “especial”, ¿qué me dices? Mañana por la mañana.
—¡Jo! Rocío —mi suegro rodeó mis hombros con su brazo. Estaba atrapada entre dos maduritos; había más chispas entre nosotros que en el mar—. Mi esposa ya tiene planeado visitar mañana los humedales, seguramente irán las señoras de Gabriel y Rafael. ¿Quieres pasarla con ellas o con nosotros? No iremos a los humedales, sino a un lugar muy especial y secreto. Prometo que te va a encantar. 
—Uf, lo cierto es que tengo que aprovechar y pasar tiempo con su esposa también, que para eso he venido…
—Entiendo, Rocío. Es comprensible. Total, solo somos unos viejos venidos a menos.
—No… ¡No diga eso! Y no ponga esa carita, don Mig… quiero decir, papá —le dije acariciándole la pierna—. ¡Claro que les voy a hacer compañía, me haría mucha ilusión pasarla con ustedes!
—¿En serio? —don Gabriel, que seguía abrazando mi cinturita, apretó con fuerza—. Rocío, en serio caíste del cielo, ¿dónde están tus alitas? ¡Confiesa!
—¡Ya, exagerado!
Luego de un rato más bebiendo y riendo, volvimos mi suegro y yo a la finca porque ya estaba anocheciendo. Tomados de la mano como si fuéramos una pareja. Él súper sonriente y yo muy pegadita a su cuerpo, lo cierto es que me estaba encantando ese lado coqueto y picarón de ese hombre, ya ni decir de sus amigos. Los accidentes durante nuestro juego de vóley quedaron allí en la playa, como un secreto enterrado bajo la gruesa arena y las chispas del atardecer. Es más, las ganas de asesinar a mi novio se esfumaron y solo quería verlo cuanto antes.
Don Miguel preparó una fogata mientras yo me bañaba; luego se nos unieron mi novio con su mamá, que volvieron del museo del parque. Tras la cena, sus padres fueron a su carpa, mientras que yo contaba los segundos para que mi chico me tirara de la mano y me llevara a su tienda o a la mía, ¡pero ya! Y así fue. Dentro de su carpa, dibujando chispas sobre su pecho, maquillé un poco los sucesos de esa tarde.
—¡Así que les ganaste a los amigos de papá! ¡Vaya campeona!
—Uf, nene, ¿te parece si hacemos algo?
En ese momento escuchamos unos tímidos gemidos provenientes de la carpa de sus padres. Era evidente que ellos también, por la pinta, estaban queriendo “hacer algo”. Yo me reí pero mi chico quedó con la cara espantada. Le peiné con mis dedos:
—Christian, ¿te asquea que tus papás lo hagan o qué?
—Claro. Son mis padres, nena. ¡Qué incómodo! ¿Te parece si nos dormimos y continuamos mañana? —preguntó arropándose con una manta y cerrando los ojos. Ya no me hizo caso pese a que lo zarandeaba. Incluso metí mano para acariciarle el vientre pero no hubo caso, parecía que saber que sus padres tenían sexo le cortaba todo el rollo.
Así que salí de su tienda, bastante cabreada, y miré de reojo la carpa donde sus padres estaban haciéndolo. Gracias al brillo de una farola tras los árboles podía ver la silueta oscura de ambos allí adentro. Iba a irme a mi carpa, pero escuché a don Miguel rogándole a su señora:
—Mira, querida, mira cómo estoy, no me dejes así.
Descubrí, al acercarme silenciosamente, que no estaban teniendo sexo. Por la sombra que proyectaba, entendía que él estaba sobre su esposa, animándole a que tuvieran relaciones, pero la señora no quería saber nada.
—¿Pero qué te pasa, Miguel? Déjame dormir, me duele la cabeza.
—¿Pero estás viendo este pedazo de erección que tengo, Marisa?
Cuando dijo aquello, el señor se puso de rodillas, de perfil, y pude ver boquiabierta la polla de mi suegro (mejor dicho, la sombra). ¡Era enorme! ¡Pues claro, era una maldita sombra, normal que pareciera titánica, engañando mi percepción! Pero, ¿y si no? Madre mía, ¿por qué el hijo no heredó esa lanza? Empezó a estrujársela, parecía que buscaba la mano de su esposa para que ella comprobara su estado pero la mujer no quería saber nada de nada.
Me calenté tanto viendo aquella espada que no dudé en meter mano bajo mi short de algodón y tocarme. No lo podía creer, ese señor rogaba por sexo y su señora no lo quería contentar. Y yo le había implorado a mi novio que aplacara el calor que me tenía en ascuas.
Disfruté de las dos vertientes del voyerismo aquella vez. De tarde, exhibiéndome a unos señores que triplicaban mi edad. De noche, espiando a mi suegro masturbándose. Pensé, mientras mis finos dedos entraban y salían de mi húmeda gruta, que seguramente don Miguel estaba empalmado gracias a mí y mis accidentes durante el juego de vóley. Seguramente se tocaba imaginando mi cola, mi sexo, mis pezones anillados, recordando mis gemidos…
Me mordí un puño para no gemir porque el orgasmo que tuve fue inolvidable. Caí allí, en el suelo, retorciéndome y tensando mis dedos dentro de mí. Mientras recuperaba mi vista, que se había nublado durante el clímax, volví a mirar la tienda; el pobre hombre, por lo pinta, también se estaba corriendo en un pañuelo o camiseta que se acercó él mismo.
“Don Miguel…”, susurré con mis finos dedos haciendo ganchos en mi húmeda cueva, viendo chispas doradas en el cielo negro.
II. Exhibida, pervertida y follada por mi suegro y sus amigos
Al día siguiente, cuando mi suegro salió de su tienda para desperezarse, prácticamente me abalancé sobre él para darle los buenos días y llenarle la cara a besos. Me dijo, tomándome de los hombros, que desayunáramos rápido y nos escapáramos, que luego él llamaría a su esposa para decirles que hicimos un cambio de planes, que no iríamos con ella a los humedales.
Con camiseta holgada, short y sandalias, me adentré al bosque rumbo a una nueva aventura, siempre tomada de su cálida mano, siempre pegadita a su cuerpo.
La zona que quería enseñarme era una hermosa piscina natural por donde flotaban flores de loto; el lugar se alimenta de una pequeña pero alta cascada cuyo sonido era celestial; todo ese pequeño paraíso estaba escondido en medio de la espesura del bosque. Para mi sorpresa, ya estaban esperándonos don Gabriel y don Rafael, sentados en sillas plegadizas, pegados al agua prácticamente. Discutían entre bromas, no nos vieron llegar. 
—¡Buen día, señores! Tal como prometí, vine para pasarla con ustedes.
—¡Ah, Rocío, ven, siéntate sobre mi regazo! —dijo el guaperas de don Gabriel, mostrándome su sonrisa con hoyuelos—. Es el castigo por haber perdido ayer el partido de vóley. 
—Caramelito —mi suegro me tomó del hombro—. No quiero que te sientas incómoda o que pienses mal de nosotros. Sabes cómo somos, nos gusta bromear y picar, pero quiero que sepas que cuando sientas que algo no te gusta, puedes decirlo y te lo vamos a respetar.
—No pasa nada, “papá”, es lo que me toca por haber perdido.

Así que entre risas y aplausos me senté sobre el regazo de don Gabriel; rodeé sus hombros con mi brazo. Mi suegro repartió unos habanos, preguntándome antes si me iba a molestar que fumaran. Lo cierto es que no estoy acostumbrada a ello pero no iba a ser aguafiestas, les dije que no me importaba en lo más mínimo.

—Ahora es mi turno —dijo don Rafael, levantándose con unos trapitos blancos en mano, mordiendo su habano—. Mi castigo para Rocío, por haber perdido ayer, es que se ponga esto.
O me estaba gastando una broma o en serio pensaba que iba a ponerme esa tanga hilo de licra. ¡Era pequeñísima! Suelo usar tanga, pero para disfrute de mi chico, no para goce de unos cincuentones. Y no es que yo sea acomplejada, pero tengo cintura algo ancha, que… ¡sí, me acompleja a veces! Mostró luego un sujetador de media copa, a juego. La risita que solté evidenció mi nerviosismo.
—Se lo robé a mi nieta antes de venir aquí.
—¡Ya! ¡La llevan claro si piensan que voy a ponerme eso!
—Pero si eres tan guapa, ¿no nos vas a dar un alegrón? —preguntó don Gabriel, abrazándome para apretarme contra su moreno y fornido pecho, besándome toda la carita.
—Uf, ¡basta! No sé… No me gusta llevar bikinis tan… pequeños. Verán, tengo senos grandes… y luego está mi cintura, que es… bueno…
—¿Pero qué te sucede? —don Rafael se acercó con sus trapitos en mano—. No me digas que estás acomplejada, ¡si estás hecha un vicio! ¡Míranos, niña! ¡Nosotros no somos modelos precisamente!
—Hazle caso a Moby Dick —me dijo el señor Gabriel, besándome la nariz—. Si lo haces, te prometo que te llevará a un paseo por el Shopping, ¿qué me dices? Te compraré todas las ropitas que quieras.
—Suficiente, amigos, si mi nuera no quiere, pues ya está dicho… —mi suegro ahora se pasaba la mano por la cabellera, resoplando, visiblemente triste.
—¡Ya, ya! Al carajo con ustedes…
Así que me dirigí tras la cascada para cambiarme conforme me aplaudían y vitoreaban entre el denso humo de habano que les rodeaba. Me desnudé; short, blusita, sujetador y braguitas afuera. No podía ver bien a los señores ya que el agua de la cascada deformaba la visión, pero más o menos imaginé que podrían percibir mi desnudez, lo cual hacía que mi corazón apresurara latidos incontrolablemente.  
Comencé a subirme el tanga por mis piernas; era estrecha, no era mi talla, pero luché y conseguí ponérmela. Al acomodarme los bordes delanteros que cubrían mi sexo y acomodármela bien entre mis nalgas, no pude evitar un estremecimiento que me corrió desde mi vaginita hasta los hombros. Sentía cómo aquella tira se clavaba entre mis glúteos; la tela entre las piernas se hundía, metiéndose en medio de mi cuerpo, provocándome una sensación riquísima. Por delante, debido a lo ajustado que era, mis labios íntimos se delineaban groseramente debajo del pequeño triangulito de tela.
“Creo que lo mejor será quitármelo, es demasiado ajustado”, pensé, tratando de mirarme la cola. Veía como el hilito desparecía entre mis nalgas regordetas. En ese momento, sin esperármelo, alguien se adentró tras la cascada y se robó no solo mis ropas, sino el sostén que hacía juego con mi hilito. Salí inmediatamente, tapándome los grandes senos con un brazo.
—¡Don Rafael! ¡Es un mentiroso y además tramposo! ¡No me queda bien!
—¡Uy, madre mía! —dijo poniendo mis ropas sobre su hombro, retrocediendo hasta su asiento, riéndose en todo momento—. ¡Rocío, si te queda de puta madre!
Avancé hasta donde ellos estaban, ya sentados, riéndose cómodamente en esa espiral de humo gris que forjaron con sus habanos; mirándome de arriba para abajo sin ningún tipo de disimulo. A mí no me parecía nada gracioso, es más, mi ceño era bastante serio. Don Gabriel expelió el humo de su cigarro:
—No ha terminado el castigo. Vuelve sobre mi regazo.
—Quiero que me devuelvan mis ropas —dije sentándome donde me había ordenado, siempre tapando mis senos. Tosiendo también.
—Rocío, realmente eres una chica muy coqueta —dijo don Gabriel, abrazándome por la cintura, jugando con mi hilito.
—Nosotros cuando teníamos tu edad solíamos venir por acá —dijo mi suegro, habano en mano—, y traíamos a nuestras chicas para desnudarnos y disfrutar de la naturaleza. Viste que aquí no hay playa nudista, así que nos rebuscamos por un lugar especial. Ayer quisimos invitarlas pero prefirieron otros planes, como ves.
—Niña —dijo don Rafael, dándole una calada fuerte a su habano—. Lo de ayer fue muy especial, jugando al vóley, digo. Me encanta cuando una mujer exhibe su cuerpo con total naturalidad, cuando se muestra sin vergüenza. Dime, ayer, ¿lo hiciste adrede? ¿Te sentiste cómoda así, aunque sea por breves segundos, mostrándote naturalmente?
—No mencionen lo de ayer, por favor, no soy una exhibicionista ni nada de eso… —Los brazos se cansaban de sostener mis senos.  
—Nuestras señoras ya hace rato que se acomplejaron, no sé si de nosotros o de ellas mismas. Por eso no quisieron venir aquí. Pero al verte ayer tan coqueta, jugando con nosotros y mostrándote tan natural, mostrando esa colita preciosa que tienes… pues nos volvió la nostalgia, ¿qué quieres que te diga? ¿No te importaría que nos desnudemos, verdad?
—¿En serio, señores? ¿Se van a desnudar aquí?
—Míralo de esta forma, caramelito. Así emparejamos lo de ayer. Te vimos toda, ¿eh?
Don Rafael me besó el hombro y me volvió a traer contra su pecho. Por otro lado, mi suegro y don Rafael se levantaron para quitarse las ropas. Tenían sus sexos dormidos, aunque la del señor Gabriel se sentía palpitando bajo mis muslos. No voy a mentir, rodeada de maduritos, mi cuerpo se calentó, se mareó, se vio sobrepasado por la situación y el humo del habano. No sabía qué decir o hacer; la razón se me perdió en un tumulto avasallador.
—No tengas vergüenza, Rocío, baja tu brazo —me susurró mientras los otros dos señores entraban al agua, esperándome. Varios besos ruidosos volvieron a caerme. Mejilla, nariz, mentón, oreja, entre los ojos.
—Don Gabriel… Uf, ¡está bien, ya basta con los besitos!, pero a la mínima que se burlen voy a cortar con esto.
Así que cerré los ojos, resoplé y bajé el brazo, dejando que mis tetas cayeran lentamente y se mostraran en toda su plenitud, adornadas con aquellos piercings que destellaban al sol. Me levanté del regazo que me acobijaba. Estaba prácticamente desnuda, con ese hilito que nada hacía sino relucir mis vergüenzas, casi temblando ante señores que triplicaban mi edad. Mi suegro extendió la mano y me invitó para acompañarlos en esa piscina natural repleta de flores de loto. Destellos dorados por todos lados.
Estaba tan ensimismada al entrar que ni me di cuenta que pisé algún desnivel. Terminé resbalándome pero logré sostenerme de las piernas de mi suegro. Su sexo estaba despertando frente a mis ojos. Disimuladamente miré otro lado, pero allí donde observaba solo habían más vergas, y más duras incluso. Don Rafael me ayudó a reponerme, tomándome de la mano y tirándome contra su velludo pecho, pegándome contra su pancita de cervecero. La punta de su verga me golpeó el vientre.  
—¡Ahh! —chillé, arañando su pecho.
—Ups… Lo siento, niña, es que… ¡Mírate nada más, qué rica estás! Normal que levantes el ánimo.
—N-no pasa nada, don Rafael.
Le salpiqué agua a la cara para destensar el asunto. Los dos hombres detrás de mí se acercaron para rodearme, apartando las flores de loto a su paso, con sus mástiles completamente armados y apuntándome.
—Tenemos visita —susurró mi suegro—. Sobre nosotros, tras las rocas y arbustos, hay unos chicos observándonos. Vaya buitres, ¡ja!
Los miré de reojo, ocultos tras unos matojos, eran seis chicos. Evidentemente me pillaron viéndoles así que me sonrieron. Me alarmé y me volví a cubrir los senos. Les di la espalda y casi grité del susto antes de que los tres maduritos me rodearan para tranquilizarme. Miré a mi suegro.
—¡Don Miguel! ¡Espántelos, por dios! ¿No le asusta que nos estén mirando?
—Para nada, caramelito. Es más, me gusta que nos vean con una chica tan linda como tú.
—Pues a mí me parece incómodo… Madre mía, ¿y siguen mirando?
Roja como un tomate, recibí el abrazo de mi suegro. Iba a seguir rogando que les mandara a tomar por viento porque yo no les conocía. Pero antes de que dijera algo, me dio una fuerte nalgada que me hizo dar un respingo; apretó con sus dedos, fuerte, hundiéndolas en mis nalgas. Mi corazón empezó a desbocarse, ¡mi suegro estaba tocándome!… Y no me sentía mal. Confundida, sí, ¡montón!, pero no asqueada ni nada de eso.
—¡Auch! ¡Don Miguel!
—Tres.
—¿Qué?
—Tres chicos se están tocando.
—¿Se están tocando? Auch, me está apretando fuerte, don Miguel… mi cola… ¡la está apretando muy fuerte!
—Caramelito, es que en serio, tienes un culito fuera de serie, ¡uf! Excesivo, te van a multar un día de estos.

Estaba prácticamente sintiendo los latidos de su verga reposando contra mi vientre, pero lejos de sentirme indignada, sentía algo distinto, algo rico, especial, tabú, morboso, ¡algo! Pero no era plan de derretirme tan fácilmente. Quería salirme pero el señor me apretaba muy fuerte contra él.

—Se van a pajear esta noche pensando en tu cola. En… esta… jugosa… colita…
—¡Ahhh!
La cabeza se me arremolinaba en una amalgama de sensaciones contradictorias. Por un momento me imaginé en la situación. Seis completos desconocidos tocándose en la privacidad, o incluso en grupo, en la cala, en el bosque o cerca de algún humedal. Pensando en mí, dedicándome, ¿cuánto? ¿Cinco, diez minutos de sus vidas para descargarse? Yo, al menos durante un breve instante de sus vidas, sería la protagonista de las fantasías de unos completos anónimos. Mejor dicho, mi cola sería la protagonista… algo así revoluciona aún más una autoestima como la mía.
Destellos dorados cabrilleaban por la piscina natural, entre las flores de loto de errático andar. Todo comenzaba a vibrar, ¿o era solamente yo?
—¿Se van a… pajear… pensando en mí?
Desearía decir que seguí resistiendo, pero sinceramente me estaba gustando la idea de… mostrar mi colita a unos completos desconocidos mientras mi suegro me trataba así, como si fuera una zorrita. Ni sus nombres, ni sus edades, ni de dónde venían, ¡no sabía nada de ellos! Pero mi cuerpo sería foco de sus más oscuras fantasías. ¡Madre!
Estaba tan excitada, prácticamente me estaba restregando contra mi señor y sacando demasiado la cola. Sus dos manos agarraron, cada una, una nalga. Me susurró “Démosle algo especial”. No sabía qué iba a hacer, pero no me importaba, me estaba encantando ser guiada, ser pervertida por mi suegro. “¿Qué va a hacer, don Miguel?”, pregunté en otro susurro.
No sabría describir el placer que me recorrió todo el cuerpo cuando separó descaradamente mis nalgas, mostrando mis vergüenzas. Mi conejito asomando abajo, seguramente abultadito; depilado y húmedo, mi cola también. Abrí la boca y casi tuve un orgasmo descontrolado cuando me tocó el ano con uno de sus dedos, acariciando el anillo. Le mordí un hombro con el rostro arrugado de placer. 
—Qué linda, ¿estás teniendo un orgasmo sabiendo que unos desconocidos te miran?
—N-no… —mordí más fuerte.
Tras una sonora nalgada que rebotó por todo el bosque, me apartó de él. Estaba excitadísima, y colorada, y avergonzada, y muy curiosa, y, y, y… Pero no podía ni hablar. Don Miguel me tomó de los hombros y me giró para mostrarme a esos chicos voyeristas. “Míralos, allá arriba”, susurró. “Y baja tu brazo, muéstrales lo que tienes”.
—Que vean tu carita repleta de gozo —dijo don Gabriel, a mi lado derecho, agarrando mi manita y llevándola hasta su verga. Di un respingo al sentir su carne y él se rio de mí. Era caliente, durísima pero de piel suave. Era tan grande que mi manita ni siquiera se cerraba al agarrarla por el tronco.
—Que vean tus preciosos senos —susurró don Rafael, tomando mi otra mano para que le agarrara su tranca, casi toda escondida bajo su pancita de cervecero. Se sentía más grande aún, venosa y palpitante. La acaricié con dulzura—. Que miren tu hermoso coñito depilado… que se mueran de envidia de estos supuestos viejos y acabados de los que tanto se burlan cuando nos ven jugar en la playa.
Y les vi. Los seis chicos seguían sonriéndome, tocándose también… y yo les devolví mi sonrisa más sucia, repleta de vicio, pajeando la polla de Gabriel a mi derecha y la de Rafael a mi izquierda. Por accidente casi saqué toda la lengua para afuera mientras blanqueaba mis ojos cuando mi suegro me abrazó por detrás, pegando su poderosa erección contra mi colita, su fuerte pecho contra mi espalda, restregándose contra mí. Ladeando el triangulito que cubría mi vaginita, metió un par de sus gruesos y rugosos dedos dentro de mi gruta.
Me decía que le encantaba que tuviera una vagina tan abultadita, pues se podía pasar horas y horas entre mis carnosos labios rebuscando por mi agujerito. Me quería desmayar de placer, pero de algún lugar quité fuerzas para seguir allí, parada, masturbándole a dos viejos, siendo vaginalmente estimulada por otro.
—¿Te gusta que te vean, caramelito?
No respondí. Solo gemía y gemía ante la maestría de ese catedrático del sexo metiéndome dedos.  
—A nosotros nos gusta verte, ¿ves cómo nos estás poniendo con tu cuerpito? Y tú tan acomplejada por nada…
Estaba que no podía creerlo, si la cosa seguía así, no iba a tomar mucho tiempo para que ellos estuvieran metiéndome carne. Don Miguel me tomó de la mano que pajeaba a uno de sus colegas, y me apartó de ellos. “Voy a robarte de mis amigos un momento. Potestad del suegro”, dijo con una sonrisa, llevándome consigo. Atontada como estaba, me dejé llevar hasta la orilla.
Nos acostamos sobre la arena, un par de flores de loto estaban pegadas a mis muslos; me acosté encima del señor, lamiéndole la cara y arañándole ese pecho peludo mientras él me magreaba la cola. Él apretaba fuerte mis nalgas, las movía de forma circular y las separaba para mostrarle no solo a sus amigos sino a esos chicos curiosos. Yo me restregaba contra él, masajeándole su anhelante sexo como mejor podía, restregándola por mi vulva.
—¿Qué te pasa? ¿La quieres adentro, caramelito? —preguntó acomodando su cipote en la punta de mi húmeda almeja.
Gemí, afirmando ligeramente con mi cabeza pues mi voz estaba rota de placer. Acomodó la puntita de su polla, mojándose de mis juguitos, y lo sacó al verme la carita roja y boquiabierta. Le abracé con fuerza, rogándole por su carne. Volvió a meter, un poco más profundo, pero la sacó de nuevo. El cabrón estaba jugando conmigo, se divertía viéndome temblando de gusto sobre él.
Le rogué que me hiciera suya, restregándome fuerte contra su cuerpo; me apretó contra su cara y metió lengua hasta el fondo al tiempo que su espada se abría paso en mi interior, de manera lenta porque yo la tengo bien estrechita. Su gruesa lengua sabía a perverso habano; cuando dejó de besarme dijo que jamás en su vida había estado dentro de una chica tan apretadita como yo, tan calentita y jugosa por dentro. Mi panochita estaba contrayéndose del placer engullendo aquella verga.  
Lamentablemente me volví a correr, una vez más en mi vida, sin siquiera durar más de un minuto. Me retorcí y arrugué grotescamente mi rostro, encharcando su verga de mis juguitos. Se me nubló la visión y los demás sentidos mientras él seguía dándome rico. Cuando volví en mí, por poco no lloré sobre su pecho, pidiéndole una y otra vez mil disculpas porque me llegué de manera tan apresurada.
—¡Perdón, don Miguel!, ¡soy una estúpida sin experiencia!
—¿Cómo vas a decir eso, mi niña? A mí me pareces adorable, estás como casi sin estrenar, me encanta, mi hijo es el pendejo más afortunado que pueda existir.
Me acarició la caballera y empezó a salirse de adentro de mí. Ni siquiera tuve oportunidad de hacerle correr, otra vez en mi vida tenía que sentir cómo un hombre mayor se salía sin siquiera tener un orgasmo. La idea del sexo es reciprocidad, cosa que hasta ese día los hombres no solían encontrarlo conmigo.
—¡No!, ¡no se salga de adentro! ¡Por fa, no me lo voy a perdonar! Deme otra oportunidad, le juro que lo haré mejor.  
Me sequé las lágrimas disimuladamente, viéndole levantarse. Me puse de rodillas ante él, abrazándole las piernas, esperando que pudiera darse cuenta de que yo aún tenía mucho que ofrecerle. Besé su imponente verga, sus gruesos huevos luego, lamiendo por otra oportunidad. Cuando levanté la mirada, vi que Rafael le dio su habano. Me miró, expeliendo el humo hacia mí. 
—¿Quieres otra oportunidad? Depende. ¿Amas a mi hijo?
Se estrujó la verga y la restregó fuertemente por mis labios. Conseguí decirle que “sí” entre el líquido preseminal que se le escurría y ponía pegajosa mi boca. Y la mirada que le clavé; confianzuda, repleta de vicio y con promesas de vicio, terminaron por convencerle de seguir jugando conmigo.
—Bien, caramelito. Ponte de cuatro patas. La colita en pompa.
Dio un cabeceo afirmativo a uno de sus amigos cuando adopté la pose que ordenó. Otro, no supe quién, se acercó para lamerme la espalda. Desde entre los hombros, trazando una línea de saliva por todo mi cuerpo hasta llegar hasta mi cola. Aquella lengua era calentita y gruesa; cerró la faena besándome el ano; fuerte, pervertido, muy ruidoso. Otro, o tal vez el mismo, metió dedos en mi grutita que la sentía muy hinchada.  
—Todavía está mojadita, eso es bueno. ¿Quieres contentar a tu suegro, no? Pues a ver qué tal este otro agujerito que tienes…

Era don Gabriel. Me quitó la flor de loto adherida en un muslo y me abrió la cola; chupó mi culo de manera magistral, arrancándome fuertes berridos. Su gruesa lengua entraba y salía de mi ano, hacía ganchitos retorcidos dentro de mí. Arañé la arena, poniendo en pompa la cola para que siguiera metiendo más de aquella cálida carnecita.  

—¡Uf! ¡Delicioso! Su culo es un ojo de aguja, pero yo creo que lo podrás penetrar sin dramas, Miguel.
Mi suegro por su parte se arrodilló frente a mí. Su gloriosa polla estaba apuntándome la boca. Estaban planeando hacerme la cola; me asustaba la idea de practicar sexo anal, no todos saben hacerlo. Pero de nuevo, lo último que quería era dejar a esos tres señores insatisfechos, de evidenciarme como una maldita e inexperta cría.
—Aquí tienes tu nueva oportunidad, caramelito. ¿Quieres hacerlo? —preguntó mi suegro, masajeándose la polla frente a mi cara desencajada de placer.
Ni dudé, con lo viciosa que estaba ya no sabía ni cómo harían para apartarme la boca de esa verga. Tuve que abrir muchísimo, eso sí, para que me cupiera su gigantesco aparato. Una vez que metió el glande, me sujetó de la quijada y me pidió que lo mirara a los ojos; empezó a follarme la boca de manera lenta, siempre tratando de humedecerse bien, teniendo cuidado de no hacerme dar arcadas. 
Tras largo rato en donde mamé y me dejé besar por la cola por su colega, don Miguel se acostó en la arena, dejando su lanza apuntando al cielo. Don Rafael fue hasta las sillas, de donde trajo una cajita de condones; me la lanzó al suelo para que forrara a mi señor. “Tamaño grande, sabor frambuesa”.
Luego de colocarle el condón con sumo respeto y cuidado, mi suegro me pidió que me sentara sobre su verga, y que yo quedara de espaldas a él. Me coloqué en cuclillas, sujetándome firmemente de sus flexionadas rodillas. Sus amigos, parados a mis lados, empezaban a estrujarse sus vergas de manera demencial. Los chicos de arriba, más de lo mismo.
El señor reposó la punta de su tranca en mi colita, presta a empujar. Yo estaba desesperadísima, aunque disimulaba bravamente mis miedos. Tomó de mi cintura y empezó a tirar hacia sí.
Me quería morir de dolor, su glande era enorme y me forzaba el esfínter. Lagrimeé, enterrando mis uñas en sus rodillas, encorvando la espalda. Parecía que iba a partirme en dos, pensaba en rogarle que desistiera, pero seguí aunando fuerzas para aguantar. Como premio a mi valor, la presión cedió y la punta entró.
Empezó a bufar como un animal, me decía que mi cola estaba tan apretada que su polla iba a reventar. Sus colegas le animaban, pedían que aprovechara mi culito estrecho antes de que yo estuviera más acostumbradita a tragar vergas. Uno me tomó de la barbilla y me preguntó si yo me encontraba bien, pues las lágrimas corrían por mis mejillas de manera evidente.
—¡A-aguantaré, aguantaré!
—Qué linda, una campeona —dijo don Rafael, metiendo su grueso dedo corazón en mi boquita.  
—Esperaré un poco a que se dilate la cabecita dentro de tu cola.
Me dejó así, resoplando y lagrimeando mientras su glande palpitaba en mi culo, dejándome con la cara desencajada de dolor. Yo temblaba, realmente no quería continuar pero yo misma no me lo iba a perdonar si abortaba aquello, deseaba fuertemente que ese hombre tuviera un orgasmo dentro de mí. De repente, mi suegro tiró con más fuerza y su verga consiguió meter otra porción más que me arrancó un chillido terrible. Rafael se anticipó y sacó su dedo antes de que fuera cercenado por mis dientes. Botearon mis senos, saltaban lágrimas de mis ojos. Destellos dorados otra vez.
—¡Ay! ¡Madre…! Uf, ¡no la s-saque, no la saque, puedo aguantar!
—Tranquila, se nota que tu culito no está acostumbrado a comer vergas. Mejor lo dejo hasta aquí.
—Ahhh… ¡Mierda! ¡No se rinda, señor! ¡Sé que pue… ay, mierda, sé que puedo resistir!
—Está muy apretado, sí, realmente no es muy tragón tu culo.
Llegó la parte más gruesa de su polla y pensé que ya no iba a caber ni un centímetro más. Según mi suegro, era solo la mitad de su verga y desde luego la desesperación y el dolor hicieron que prácticamente llorara allí como una niña a moco tendido. Pero también me dijo que la parte más ancha ya había entrado por lo que lo peor había terminado. Entonces me volvió a sujetar; me mordí los dientes, cerré fuerte los ojos; tiró con fuerza hacia sí para que todo entrara de una vez, abriéndose paso de manera terrible.
Encorvé tanto la espalda que creía que iba a romperme una vértebra. Grité tanto que las palomas alrededor levantaron vuelo. No pude contenerme y meé descontroladamente sobre él, pero no pareció importarle, o simplemente no quiso sacarlo a colación para que no me sintiera más mal de lo que ya estaba.  
—¡Ay! ¡Dios! ¡P-perdón, no pude aguantarme!
—¡Listo, pequeña guarrilla!… Ni un centímetro afuera. Miren cómo quedó, amigos.  
Creí que iba a desfallecer, estaba llorando, temblando, seguía orinando, sudaba a mares; la saliva se me desbordaba de la comisura de los labios. Miré arriba y los chicos curiosos se tapaban la boca, uno incluso hizo la señal de la cruz. Los señores hicieron que me recostara sobre mi suegro, lentamente para que su verga dentro de mí no me dañara. Quedé con mi espalda contra su velludo pecho, ahora ambos mirábamos el imponente cielo celeste, aunque yo veía borroso debido a mis lágrimas.
—Caramelito, ¿estás bien? —preguntó, besándome el lóbulo. Empezó a masajearme las tetas, jugando con mis piercings.
—Perdón por orinarme toda, señor… soy una puerquita… pero me… encanta tenerlo adentro… le puedo sentir todo… cómo palpita adentro de mi cola… Uf, me quiero quedar así para siempre… —mentí. Realmente quería desmayarme, pero por nada del mundo dejaría ir esa verga hasta exprimirle todo. 
—¿Te excita que te vean, caramelito? ¿Te excita que mis amigos y además unos extraños se pajeen viéndote cómo te parto el culito?
—Ahhh… Ahhh… no. No es verdad, no invente cosas… ¡Auch, no tan fuerte, por fa!
—Chilla fuerte, pequeña exhibicionista, chilla para que te oigan. Mira cómo mis amigos también se están masturbando, se van a correr encima de ti… —sus gruesas y rugosas manos me acariciaban el vientre, calentándome a tope.
—¿No lo quieres admitir? —preguntó don Gabriel, siempre estrujándose el sexo—. Creo que te gusta, la forma que llamaste la atención de esos chicos, sonriéndoles mientras te tocábamos. Andar así con las tetas y tu panocha al aire sin pudor, siempre coqueta.
—Ahhh… No, no muestro todo, tengo un hilo p-puesto —me costaba hablar con una gigantesca verga pulsando en mis intestinos. Mi cara seguramente estaba toda deformada de dolor.
—Bueno —don Gabriel también seguía tocándose fuerte, viéndome sufrir—, pero es como si no lo tienes, se te ve todo, el hilo está metido entre esos enormes labios de tu vagina.
—¡N-no se burle de mí!
—Bombón, ¡es verdad! —don Gabriel se arrodilló y metió su mano entre mis piernas; dos de sus dedos se metieron en mi chochito, llevando consigo el hilito de mi bikini más adentro de mi cueva. Gemí de placer al sentir sus dedos entrando, y casi como un acto reflejo levanté mi cintura para que metiera más.
—Admítelo, caramelito —dijo mi suegro, arremetiendo para partirme en dos.
Y me sobrevino una visión cristalina de las cosas, como el segundo previo a un orgasmo. Las chispas doradas dando saltitos alrededor de un mar naranja, el cabrilleo del agua de una piscina natural repleta de flores de loto de errático andar. Toda mi aventura se agolpó en mis llorosos ojos, y la putita dentro de mí salió para bramar:

—¡Ahhh! ¡S-s-sí!  ¡Lo admito, me e-encanta… que me miren!

Y don Miguel tuvo un orgasmo, ¡un hombre mayor tuvo por fin un orgasmo dentro de mí! Podía sentir el calorcito de su semen contenido en el condón. Me abrazaba con fuerza contra su peludo cuerpo, bufaba, empujaba su polla, me chupaba el lóbulo, me apretaba las tetas mientras sus amigos apuraban sus pajas para correrse sobre mí, sobre mis senos, mi vientre y mi entrepierna. Me dejaron bañada de semen, cosa que para mí fue el pistoletazo para que la alegría se me desbordara: por primera vez estaba siendo recíproca antes hombres tan expertos.
Cuando la verga flácida salió de mí, el condón se quedó colgando desde adentro de mi cola. Lo señores felicitaron a mi suegro pues la cantidad de leche que caía desde ese forro era increíble, como si hubiera sido un jovencito quien se corrió allí. Lo quitaron lentamente y me lo mostraron. Prefiero no describir cómo estaba el forrito… pero ya no olía a frambuesas.
Me pidieron que me volviera a poner de cuatro patas porque querían mostrarle a esos chicos allá arriba cómo me habían dejado el culo; húmedo, enrojecido, totalmente abierto, roto, irreconocible ya de lo magullado. Tuve otro orgasmo demoledor sabiéndome observada, repleta de leche, temblando como posesa, de cuatro patitas mientras tres señores fumaban a mi alrededor, felicitándose entre ellos, viéndome tan putita y entregada, casi destruida ante la evidente experiencia de su madurez. Fue tan avasallador que me desmayé allí, sobre el charco de orín y semen, a los pies de mis tres arcángeles…
III. Adiós Santa Teresa
Cuando abrí los ojos, sin saber cuánto tiempo estuve inconsciente, me encontré ahora sí totalmente desnuda, sobre el regazo de mi suegro que fumaba su habano. No estábamos más que nosotros dos. La cola ya no me dolía tanto pero se sentía muy pringosa adentro. Varios días después descubrí, viendo las fotos que tomaron con sus móviles, que don Rafael aún tenía mucha carga, tanto así que se pajeó sobre mi cola mientras que don Gabriel abría mis nalgas, retándolo a jugar “Tiro al blanco”.
Lo primero que hizo mi adorado suegro, al verme despertar, fue invitarme a probar su habano. Tosí como una tonta, nunca me voy a acostumbrar a ese olor, sinceramente.
—Caramelito, ya es casi mediodía. Creo que tenemos que volver, seguro que mi esposa y mi hijo estarán de camino al campamento también. Tus ropas están aquí, desperézate un poco y ve poniéndotelas.
—Uf… ¿Y el señor Gabriel? ¿Y Rafael?
—Me ayudaron a bañarte, pero luego se fueron por el mismo motivo por el que debemos volver nosotros. No pongas esa carita, prometimos quedar de nuevo, pero en Montevideo, en un Shopping, para pasar un lindo domingo contigo. Eso sí, Gabriel llevó tu braguita, Rafael tu sostén. Y tu tanga hilo… pues ese sí que no sé dónde fue a parar… —silbó, revoloteando sus ojos.
—¡Ya! ¡Qué vivos!
—¡Ja! ¿Estás mejor ahora, caramelito?
—Sí… no veo la hora de encontrarnos nuevamente. Ojalá mi novio me tratara como ustedes, como a una reina —dije acariciándole la blanca cabellera, antes de darle un largo y tendido beso. Su lengua sabía a habano; a algo de whisky también; por lo visto bebieron para cerrar con broche de oro mi total entrega. Pero no me importaba, es más, me encantaba chupar esa lengua, mordérsela también; podría quedarme así toda la vida.
Concluí más tarde que lo mejor sería… maquillar los hechos y decirle a mi novio que simplemente su papá y yo nos la pasamos recorriendo el bosque, que conseguí ganarme su corazón. Aunque no sé si algo habrá sospechado debido a mi alientito a habano.
Cuando don Miguel conducía el coche que nos llevaba de nuevo a casa, sucedió algo llamativo. Yo estaba reposando mi cabeza en el hombro de mi chico, en el asiento de atrás, cuando su madre, adelante, se indignó por algo que vio en la ruta. Cuando yo y Christian observamos, notamos que un coche pasó a nuestro lado a gran velocidad, ocupado por seis jóvenes que cantaban y vitoreaban. El vehículo tenía un pedacito de tela ataviada a la antena de radio.
Era un tanga hilito de licra, color blanco. Sospechosamente similar a la que me puse en aquella piscina natural, y cuya desaparición estaba cobrando sentido.
Mi suegro se unió a la indignación de su esposa, comentando que la juventud de hoy día “está muy degenerada”. Se giró brevemente para decirme con un guiño cómplice.
—Me alegra haberte alejado de esos buitres, caramelito.
Muchas gracias a los que llegaron hasta aquí.

Relato erótico: “Memorias de un exhibicionista (Parte 9)” (POR TALIBOS)

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MEMORIAS DE UN EXHIBICIONISTA (Parte 9):
CAPÍTULO 17: LOS JUGUETES DE ALICIA:
Domingo por la mañana. No fueron precisamente las primeras luces del alba las que me sacaron del sueño. Más bien las del mediodía. O más tarde incluso. Estaba en modo vago total.
Me estiré en la cama, solazándome con lo bien que me encontraba después de una reparadora noche de descanso. Estiré brazos y piernas todo lo que pude, desperezándome y fue entonces cuando me di cuenta de que estaba solito en la cama.
Joder, debía haber estado en coma si no me había enterado de cuando Tatiana se había levantado, pues ella no solía ser discreta precisamente.
–          ¿Tati? – exclamé en voz alta, alzando a duras penas la cabeza de la almohada.
Escuché entonces un golpe sordo y unos ruidos procedentes del cuarto de baño anexo, lo que me reveló el paradero de la chica.
–          ¡Estoy en el baño! – me contestó, su voz amortiguada por la puerta que separaba ambas estancias.
–          ¿Estás en la ducha? – pregunté empezando a sentirme juguetón – ¡Voy a reunirme contigo!
–          ¡NO! – aulló la chica en voz todavía más alta, sorprendiéndome – ¡Ya casi he acabado! ¡Me visto en un segundo y ya salgo!
Resignado, me dejé caer de nuevo encima del colchón. Mi memoria regresó entonces a los acontecimientos del día anterior, lo que provocó que una sonrisilla estúpida se perfilara en mis labios. Como quien no quiere la cosa, deslicé una mano bajo las sábanas y la colé dentro de mi slip, comenzando a sobarme el falo, que empezaba a ponerse morcillón. No tenía verdaderas intenciones de masturbarme, era sólo que… me apetecía tocarme un poco los huevos.
Como había prometido, un par de minutos después la puerta del baño se abrió y apareció Tati, vestida con shorts y camiseta, con el pelo envuelto en una toalla. Me lamenté en silencio pues, si llega a llevar la toalla envolviéndole el cuerpo en vez de la cabeza, no habría tardado ni un segundo en arrancársela y empezar el día con alegría, como dicen por la tele.
–          Hola guapísima – le dije sonriente, cruzando las manos tras la nuca y mirándola divertido.
–          Bu… buenos días, cari – respondió ella bastante aturrullada – ¿Qué tal has dormido?
–          Estupendamente. Anoche estaba agotado. He dormido toda la noche de un tirón.
–          Sí y yo – asintió la chica – Estaba cansadísima.
Tati me miró un segundo, mientras charlábamos, pero, cuando nuestros ojos se encontraron, ella apartó la mirada, ruborizándose un poco.
–          ¿Estás bien? – pregunté un tanto inquieto.
–          Sí, sí, estupendamente.
Demasiado rápida su respuesta. Y seguía sin mirarme a los ojos.
–          Ya sé que es tarde, pero, ¿quieres que te prepare algo para desayunar? – dijo tratando de cambiar de tema – Puedes darte una ducha mientras tanto.
Y salió del dormitorio sin esperar siquiera mi respuesta. Mi nivel de inquietud subió considerablemente.
Minutos después, mientras me enjabonaba bajo el chorro de la ducha, mi cabeza no paraba de darle vueltas a la situación. ¿Se habría arrepentido de lo del día anterior? ¿Se sentiría avergonzada? ¿Iba a echarse atrás?
Joder. Sobre todo esperaba que no se sintiera molesta. Podría soportar que Tati decidiera abandonar el juego, pero, si la habíamos traumatizado de alguna forma…
Cuando me reuní con ella en la cocina, era yo el que se sentía aturrullado. Tenía la sensación de que podía irse todo al garete. Una pena, ahora que las cosas empezaban a ponerse de veras divertidas…
–          ¿Quieres café? – me preguntó mientras yo me sentaba a la mesa.
–          Sí, por favor.
Tras llenar mi taza, Tati se sentó enfrente de mí y empezamos a comernos unas tostadas. Yo la miraba en silencio, nervioso, temeroso de interrogarla sobre lo que estaba rondándome por la cabeza. Se había quitado la toalla de la cabeza y estaba super sexy, con los cabellos mojados empapando su camiseta.
–          ¿Cómo estás? – pregunté, armándome de valor.
–          Bien – dijo ella encogiéndose de hombros – Lo de ayer fue una locura.
–          Sí que lo fue. ¿Y no hay nada que quieras contarme?
Tati se quedó mirándome, con la tostada a medio camino hasta su boca. Me di cuenta de que tenía una pequeña mancha de mantequilla en la mejilla, lo que le daba un aire de inocencia conmovedor.
–          No. ¿A qué te refieres?
–          A lo de ayer. ¿Estás segura de que…?
–          ¿Otra vez con lo mismo? – exclamó la chica interrumpiéndome, poniendo los ojos en blanco – Ya te he dicho que estoy decidida a participar en esto. No voy a rendirme…
–          Vale, vale – respondí alzando las manos en señal de paz, sorprendido por el súbito arranque de Tati – Es sólo que me preocupo por ti. Y antes, cuando saliste del baño, me pareció que estabas un poco rara…
En cuanto dije esto, Tati, sin poder evitarlo, bajó la mirada, como si se avergonzase de algo.
–          ¿Lo ves? – exclamé triunfante – A ti te pasa algo. No lo niegues. Vamos nena, es necesario que seas sincera conmigo. Si no estás a gusto con esta historia…
–          Que no, tonto, que no es eso…
Me quedé parado. Había conseguido que admitiera que algo pasaba, ahora sólo faltaba sonsacarle qué era.
–          A ver – dijo ella suspirando resignada – Esta mañana, cuando iba a la ducha… Jo, cari, me da vergüenza decírtelo…
Aquello despertó todavía más mi interés.
–          No seas tonta. Puedes contarme lo que quieras – dije estirando una mano y aferrando la suya por encima de la mesa.

–          Bueno… pensé que… Lo de ayer… Ya sabes, las fotos y eso…
No tenía ni idea de adonde quería llegar. Pero algo me decía que no iba a ser un problema tal y como me temía minutos antes.
–          Venga, Tati, dímelo. Confía en mí.
–          Se me ha ocurrido… ya sabes… probar yo sola.
–          ¿Probar el qué?
–          Pues eso… Hacer unas fotos…
Sí, ya lo sé, tienes razón, parecía medio idiota. No sé cómo me costó tanto comprender a qué se refería. Esa mañana estaba bastante espesito, lo reconozco.
–          ¿Quieres decir que te has hecho unas fotos en el baño? – pregunté divertido, cuando por fin encajaron todas las piezas del puzzle.
Tati no contestó, sino que asintió con la cabeza en silencio, toda colorada, mientras bebía lentamente de su café.
–          ¡Tengo que ver eso inmediatamente! – exclamé poniéndome de pie de un salto – ¿Dónde está tu móvil?
La perspectiva de que Tati se hubiera hecho fotos ella solita me hizo abandonar el modo vago total y entrar directamente en el de verraco máximo. La sola idea de que mi novia, la vergonzosa Tatiana, se hubiera animado a hacerse fotos guarrillas, me excitaba terriblemente. Porque las fotos tenían que ser guarrillas, ¿verdad?
Tatiana no dijo ni mú mientras yo salía de la cocina e iba al salón, a revisar la mesita donde siempre dejábamos los teléfonos y las llaves. El suyo no estaba.
–          ¿Dónde has metido el teléfono? – aullé desde el salón.
Pero ella no contestó, lo que me hizo recelar.
Con la sospecha en mente, regresé a la cocina y la miré con suspicacia. Tati, tratando de disimular, no me miraba directamente, pretendiendo estar totalmente concentrada en su taza de café.
–          Lo llevas encima, ¿verdad? – inquirí juguetón.
Tati no dijo nada, pero sus labios se curvaron casi imperceptiblemente con una sonrisilla pícara.
–          Dámelo – canturreé, aproximándome muy despacio.
Tati, que no me quitaba ojo, sonreía cada vez más abiertamente, desplazando su silla por el suelo muy despacio, apartándose de mí. Yo, como el lobo de Caperucita, me acercaba dispuesto a atacarla en cualquier momento y ella, con disimulo, se preparaba para la fuga.
Finalmente, el depredador se arrojó sobe su presa, pero ésta, con agilidad pasmosa, se incorporó de un salto y, dando un gritito, salió disparada de la cocina, seguida de cerca por el lobo, que estaba cada vez más cachondo y no estaba pensando en comérsela precisamente.
La persecución duró poco. La pobre gacela fue arrinconada en el dormitorio y arrojada sobre el colchón, entre risas, mientras el lobo se encaramaba encima de ella (aprovechando el meneo para sobetearla a placer) y, tras sentarse sobre su estómago, sujetó sus manos junto a la cabecera de la cama, impidiéndole escapar.
Tatiana, riendo, se retorcía bajo mi cuerpo, tratando de librarse, pero yo no la dejaba. No me costó nada encontrar el teléfono, que estaba metido en la cinturilla de sus shorts. Ella dio un gritito cuando aferré el aparato, pero me las arreglé para sujetar sus dos manos con una sola de las mías, con lo que podía manipular el teléfono con la otra. Tatiana me miraba con una expresión medio lasciva, medio divertida, que me hizo estremecer.
Desbloqueando el móvil con el pulgar (ambos conocemos la clave del teléfono del otro) no tardé ni un segundo en acceder a la galería fotográfica, mientras Tati se retorcía muerta de la risa, intentando recuperar el aparato.
En cuanto empecé a ver las fotos, dejé de reírme. No, que va, no vayas a pensar que no me gustaron… es que me dejaron sin palabras.
Tatiana se había apuntado a la moda del “selfie” y se había hecho un montón de fotos en la intimidad del cuarto de baño. Para las primeras, había usado el espejo que hay encima del lavabo, haciéndose unas instantáneas, bastante inocentes, en ropa interior, sosteniendo el teléfono en una mano mientras adoptaba poses no demasiado sugerentes.
Pero la cosa se iba caldeando.
Pronto, el sujetador desapareció del panorama, pero, por desgracia, la chica no dejaba en ningún momento de taparse los senos con la mano libre, lo que he de reconocer resultaba super erótico.
Entonces comenzó una serie de fotos en las que no usó el espejo, los “selfies” propiamente dichos, en los que, estirando el brazo al máximo, se hacía fotos desde arriba, con una perspectiva cenital.
Joder, qué cachondo me puse; me encantaron esas tomas en las que la chica se fotografiaba su exquisita anatomía, tapándose pudorosamente los pechos con el brazo. En algunas, se atisbaba un poquito de areola, a punto de dejar entrever el pezón y eran esas las que me ponían malo.
La madre que la parió. Eso fue lo que pensé cuando, por fin, descubrió uno de sus senos permitiendo admirarlo en todo su esplendor, deleitándome con su forma y tamaño perfectos.
–          Veo que te gustan – escuché que decía Tatiana.
–          ¿Eh? – dije regresando por un instante al mundo real.
Miré a Tatiana y me encontré con que sonreía de oreja a oreja. Sin darme apenas cuenta,  había liberado sus manos, pues estaba manipulando el móvil con las dos mías, pero ella había desistido de intentar escapar, permitiéndome disfrutar del show fotográfico.
–          Te gustan, ¿eh? – repitió.
–          Pues claro. Joder, nena, no veas lo cachondo que me he puesto…
–          No, si ya lo veo.
Era verdad. En mis shorts se apreciaba un tremendo bulto que mostraba bien a las claras mi estado de excitación. Juguetona, Tati llevó una manita al bulto y apretó con ganas, haciéndome gemir de placer. Hasta me mareé un poco.
Una vez perdidas las fuerzas, derrotado como Sansón (seguro de que eso de que le cortaron el pelo es un rollo, yo supongo que Dalila se la chupó o algo así), me derrumbé al lado de Tatiana, que reía divertida.
Me recosté en la almohada, a su lado, mientras ella apoyaba su cabecita en mi pecho, mojando mi camiseta con su cabello todavía húmedo, mientras mi brazo la rodeaba, estrechándola contra mí.
–          Estás preciosa – le dije besándola en la frente.
Ella no dijo nada, simplemente ronroneó como una gatita y se apretó todavía más.
Sosteniendo el teléfono entre ambos, puse la pantalla de forma que los dos pudiéramos verla sin problemas. Fui pasando las fotos muy despacio, recreándome en ellas, mientras hacía comentarios sobre lo sexy que se veía Tati y lo increíblemente guapa que había salido.
Ella recibía mis piropos con evidente placer y claro, deseosa de que yo también estuviera contento, me alegró de la forma que más me gustaba…
Sin que me diera cuenta al principio, Tati dejó su manita apoyada sobre mi corazón, pero, después de haber pasado 2 o 3 fotos, me di cuenta de que la había movido mucho más al sur, lo que me hizo sonreír.
Un par de minutos después, ambos repasábamos el reportaje fotográfico, muy juntitos en la cama, su cabecita reposando en mi pecho y su mano dentro de mis shorts, aferrando con fuerza mi herramienta y masturbándola con cariño, haciéndome disfrutar todavía más de la sesión.
Pronto llegamos a las fotos de completa desnudez y en ellas, Tati aparecía con las tetas ya completamente al aire, pero tapándose el coñito como si le diera vergüenza. No engañaba a nadie.
Las instantáneas finales eran geniales, recién duchadita, con el pelo mojado y brillantes gotitas de agua refulgiendo sobre su piel y completamente despatarrada en el baño, con un pie subido al mármol del lavabo, enseñando su chochito a cámara sin ningún rubor.
–          Joder, nena, voy a tener que poner ésta como fondo de pantalla en mi móvil.
–          Ni se te ocurra cari, que como la vez alguien… – dijo ella apretando perturbadoramente su mano sobre mi erección.
–          Tranquila, cariño, que es broma – dije, obteniendo un notable alivio de presión.
Poco después me corría como una bestia, dando resoplidos y sosteniendo el móvil a duras penas.
Tatiana, habilidosa, no dejó de deslizar su manita por mi rabo mientras eyaculaba, alargando todo lo que pudo mi orgasmo. Cuando acabé, jadeante, le sonreí y ella me devolvió la sonrisa, guiñándome un ojo. Sacó entonces su mano de mi pantalón y la miró, pringosa de semen y dijo:
–          Voy a tener que lavarme de nuevo.
–          Co… como quieras – jadeé recobrando el aliento.
–          ¿Vienes?
¿Tú que crees que hice?
——————

Lunes. Me esperaba una semanita de aúpa. Si quería tener la tarde del miércoles libre, tenía que ponerme las pilas y acabar con el trabajo atrasado, amén de todo el follón que tenía para esa semana.
Sin embargo, por una vez, mi imbecilidad acudió al rescate. Tuve mucha suerte.
Tras un par de horas hasta el cuello de papeles, paré para echar un café unos segundos en la sala de descanso. Como un gilipollas, no se me ocurrió otra cosa que ponerme a repasar con el móvil unas cuantas fotos que había transferido desde el teléfono de Tatiana. Embelesado y excitado con las imágenes, no me di cuenta de que Jorge, un compañero, se acercaba a charlar un poco.
Y claro, me pilló mirando las fotos.
–          No me jodas, Víctor. ¿Esa es tu novia?
Ni te cuento el susto que me dio. Casi me da un infarto. Acojonado, me apresuré a esconder el teléfono, pero Jorge no iba a dejarme escapar.
–          Venga, tío, déjame verla…
Para qué voy a aburrirte con la conversación. El tío se pasó media mañana dándome el coñazo, mandándome correos y wassaps al móvil. Yo estaba bastante cabreado, sopesando ir a soltarle un buen par de hostias. Pero entonces, llegó un mensaje que decía: “No seas cabrón. Si me pasas la foto te hago el informe de zona de la semana pasada”
¿Qué crees que hice? Y no sólo con él. Esa mañana me busqué un par de ayudantes más. Me costó que vieran a mi novia en pelotas (bueno, ellos y Dios sabe cuanta gente más, pues, aunque juraron y perjuraron que no enseñarían la foto a nadie, no les creí ni por un momento). Pero bueno, todo fuera por una buena causa; lo cierto es que el miércoles tenía todo el papeleo listo y pude dedicarme a hacer visitas, con lo que, a las tres en punto, estaba introduciendo la llave en la cerradura de casa, deseando averiguar qué tenía preparado Alicia para ese día.
—————————–
Alicia no fue puntual; el tráfico al parecer, así que no empezamos a almorzar hasta las tres y media. Llegó cargada como una mula, con varias bolsas de plástico, el abrigo medio arrastrando, el bolso colgado del brazo y un maletín al hombro que, obviamente, contenía un ordenador portátil, supuse que del trabajo.
Tras ayudarla a descargar, traté de echar un subrepticio vistazo al contenido de las bolsas, para averiguar en qué consistían los tan cacareados juguetes, pero bastó una mirada admonitoria de Ali para hacerme desistir de mi empeño.
Nos sentamos a la mesa y empezamos a almorzar, charlando alegremente, del trabajo sobre todo, eludiendo, al menos momentáneamente, el auténtico motivo de aquella reunión informal.  Tati nos hizo reír contándonos que, tanto el lunes como el martes, varias compañeras habían adoptado la técnica de “sostenes fuera”, logrando incrementar las ventas en la sección de caballeros.
–          Pues está claro – dijo Alicia riendo – Lo que tienes que hacer es llevarte a Víctor al trabajo y ponerle a vender en la sección femenina con la picha asomando por la bragueta y os forráis con las comisiones.
–          Buena idea – dijo Tati con aplomo – Quizás lo haga.
Y nos partimos de risa.
Seguimos hablando un rato, con alabanzas (un pelín exageradas) a las habilidades culinarias de mi novia, cosa que ella agradeció enormemente, a pesar de saber perfectamente que no éramos sinceros al cien por cien.
Por una vez, no fui yo el encargado de llevar el peso de la conversación, sino que las chicas llevaban la voz cantante. Por mi parte, encontraba mucho más interesante deleitarme en silencio con la hermosura de mis dos acompañantes. La pelirroja voluptuosa y la bella morenita. Tati iba vestida para estar por casa, un pantalón y una camisa con las mangas remangadas, lo que le daba un aire casual muy atractivo. Ali, por su parte, iba vestida para el trabajo, falda ajustada, por encima de la rodilla de color beige y una blusa de color claro. Eficiente y sexy. Me sentía el más afortunado de los hombres rodeado de tanta beldad.
Alicia se quejó especialmente de una tal Claudia, la dueña de la agencia, que, al parecer, había abandonado su costumbre de no aparecer por el trabajo y ahora se pasaba el día metida en la oficina, dándole el coñazo a los empleados. Tanto Tati como yo nos solidarizamos con Alicia, pues ¿quién no ha tenido alguna vez a un imbécil por jefe?
Fue un almuerzo agradable, entre 3 amigos normales y corrientes, sin que nada demostrara que todos estábamos pensando constantemente en el auténtico motivo de la reunión. Era como si nos diera miedo abordar la cuestión.
Bueno, eso no es del todo cierto. Alicia simplemente estaba disfrutando del almuerzo y podría jurar que también de nuestro nerviosismo.
Tras almorzar, nos sentamos en el salón, en los mismos puestos que el sábado anterior, las chicas en el sofá y yo en el sillón de enfrente. Serví unos cafés… y me quedé esperando, a ver qué intenciones tenía Ali. Y Tatiana, idem de lo mismo.
Por aquel entonces, ya había quedado claro quien era el jefe de nuestro pequeño clan.
–          Bueno, bueno – dijo por fin Ali, atrayendo de manera inmediata nuestra atención – Os prometí que hoy iba a traeros unos juguetitos… Y aquí están.
Miré con curiosidad a Alicia, sintiendo una gran expectación. No sé qué esperaba que fueran los inventos de Alicia, un espectacular consolador positrónico o qué sé yo, por lo que debo admitir que no pude evitar sentirme un poquito decepcionado cuando Ali sacó de su bolso una pequeña bolsita y se la alargó a Tati.
Mi novia, interesada, abrió la bolsa y echó un vistazo, quedándose visiblemente sorprendida, mientras yo me mordía las uñas por la curiosidad. Introdujo entonces la mano en la bolsa y sacó un objeto que, de tan común que era, hizo que me quedara atónito.
–          ¿Unas gafas? – exclamamos Tati y yo con perfecta sincronía.
–          Ajá – respondió Ali mirándonos con malicia.
Tati, tan sorprendida como yo (quizás también había estado esperando el consolador positrónico) volvió a meter la mano en la bolsa y extrajo un nuevo par de gafas, alargándome las primeras.
Como dos monos de laboratorio, examinamos las lentes desde todos los ángulos, mirándolas con desconcierto.
–          Pero no son unas gafas cualquiera – dijo Ali sin dejar de sonreír – Ponéoslas.
–          Pero yo tengo la vista perfectamente – argumenté.
–          No te preocupes. Los cristales no están graduados.
Encogiéndome de hombros, imité a Tati que ya se había puesto las suyas y me miraba desconcertada. La miré y pude comprobar que las gafas, de montura negra, le quedaban realmente bien, dándole un aire intelectual bastante sexy.
Aunque qué coño, Tati habría estado sexy hasta con un palomo cagándose en su hombro.
Sin saber qué pensar, miré a Ali y vi que había extraído el portátil de su maletín y estaba manipulándolo. Miré a mi novia y, encogiéndome de hombros, me resigné a que Alicia se dignara en explicarnos en qué consistía todo aquello.
–          ¡Voilá! – exclamó por fin Alicia tras manipular el ordenador un par de minutos.
Girando el aparato, nos mostró la pantalla, en la que aparecían dos ventanitas de webcam ejecutadas y en ambas aparecía la propia Alicia, con el portátil sobre las rodillas, sonriendo de oreja a oreja.
–          ¡Anda, si es justo lo que estoy mirando! – exclamó Tati dándose cuenta un instante antes que yo.
–          Ostras, es verdad. Las gafas son cámaras…
Alucinado, me quité las gafas y volví a examinarlas. Perfectamente camuflado en el puente entre los dos cristales, se ocultaba un objetivo.
–          ¡Bingo! – exclamó Ali aplaudiendo entusiasmada.
Miré la pantalla y vi mi propio rostro en ambas ventanas desde dos ángulos diferentes, uno desde abajo, de la cámara de mis gafas y el otro desde el punto de vista de Tati, que me miraba alucinada.
–          ¿Te acuerdas del otro día, en el probador? – exclamó Ali – ¿Recuerdas que dijiste que te habría encantado grabar a las chicas que te miraban? ¡Pues con esto puedes hacerlo sin problemas!
–          No me jodas – dije ofuscado – Cómo coño se te ha ocurrido esto…
–          A ver – dijo Ali regodeándose – Inteligente que es una…
–          ¿Y de dónde demonios has sacado estas gafas?
–          Pues del mismo sitio que las demás cosas. Encontré una web, *******delespia.org donde puedes comprar un montón de cosas parecidas de forma anónima.
Tardé un par de segundos en que sus palabras calaran en mi mente.
–          ¿Las demás cosas? ¿Qué cosas?
–          Pues estas.
Alicia recogió la bolsa y acabó de vaciarla encima del sofá. Cuando acabó, sobre el cojín reposaban las dos camaritas más pequeñas que había visto en mi vida (cubos de unos dos centímetros de lado), un minúsculo auricular y lo que debía ser (aunque no lo pareciera) un diminuto micrófono.
–          No me jodas – balbuceé – ¿Qué pretendes? ¿Vamos a colarnos en la embajada soviética? Esto qué es, ¿Mission Impossible?
–          Vamos, no seas tonto, no me digas que no se te ocurren mil cositas que podemos hacer con estos cacharros – dijo Ali mirándome con picardía.
No, si el problema no era que no se me ocurrieran cosas que hacer con ellos, el problema era que sí que se me ocurrían cosas.
–          ¿Y cómo funcionan? – intervino Tati haciendo gala de un gran pragmatismo.
–          A ver. Todos los apartaos son inalámbricos. Según el fabricante, la calidad de la señal es alta en un radio de unos 50 metros…
–          Aunque eso dependerá de si hay paredes o muros por medio – dije con aire entendido mientras examinaba una de las micro cámaras.
–          Supongo. Pues bien, cada aparato emite por una “frecuencia” única, sintonizada con el software de éste portátil. Es decir, que la señal es sólo para este receptor, no puede captarla cualquiera que pase por allí con wifi.
–          Menos mal – dije para mí.
–          Y el micrófono está sintonizado con el auricular. También tiene 50 metros de alcance.
–          ¿En serio? – dijo Tati cogiendo ambos aparatos e intentando probarlos – ¿Hola? ¿Hola?
–          A ver, dame – dije tomando el micro de sus manos – Nena, ¿me oyes? – susurré en voz baja.
–          ¡Sí que te oigo! – exclamó entusiasmada, riendo como una niña.
–          Siento que haya sólo dos gafas y un único micro. Cuando los encargué, no sabía que ibas a unirte a nosotros – dijo Ali dirigiéndose a mi novia – Si nos van bien, podemos encargar alguna más.
–          ¿Y las cámaras?
–          Funcionan igual que las gafas. De hecho, es posible recibir la señal de las cuatro cámaras simultáneamente. Ya lo he probado y es verdad. Según el que me lo vendió, este trasto tiene potencia suficiente para manejar 7 u 8 cámaras sin problemas.
–          ¿También te has comprado el portátil?
–          Sí. Hace un par de días.
–          Joder, pues con todo esto creo que podemos rodar una peli, vaya – dije con filosofía.
–          Sí – dijo Ali mirándome con expresión enigmática – Una porno. De exhibicionistas….

CAPÍTULO 18: PROBANDO LOS JUGUETES:

¿Tú qué crees que hicimos? Pues claro. Obviamente, Alicia no nos había citado esa tarde sólo para enseñarnos los aparatos. Estaba deseando probarlos. Y, como imaginas, lo tenía todo calculado hasta el último detalle. Tati y yo éramos los reclutas, imprescindibles para la misión, pero obligados a obedecer órdenes. Sin voz ni voto, vaya.
Las dos chicas se refugiaron en el dormitorio, con las bolsas que Ali había traído, con intención de cambiarse de ropa. Yo hice lo mismo, librándome del traje y vistiéndome más cómodo, pantalón de sport, camiseta y camisa, calzado cómodo y una cazadora. Sin ropa interior, por supuesto, je, je.
Las chicas tardaron un buen rato en estar listas, lo que yo aproveché para juguetear un poco con los aparatejos. Tenía que reconocerlo, la idea de Ali me seducía. Se me ocurrían cientos de maneras de darles uso. El problema era que no estaba seguro de si mis sugerencias serían escuchadas.
Un buen rato después, cerca de las seis de la tarde, reaparecieron por fin las dos mujeres.
Ali se había cambiado únicamente la falda, poniéndose una minifalda mucho más corta (y mucho más sexy). Cuando se agachaba un poco, la faldita permitía atisbar el borde de encaje de sus medias, lo que resultaba bastante más que estimulante. Además, se había desabrochado un botón extra de la blusa, lo que aprecié inmediatamente, en cuanto la chica se inclinó ligeramente delante de mí para meter la otra falda en una de las bolsas, brindándome un excitante atisbo de un sujetador de color claro.
Tatiana apareció un instante después y, cuando lo hizo, me dejó completamente sin palabras. Ali no la había hecho cambiarse simplemente de ropa. La había transformado por completo.
Para empezar, le había puesto una peluca, de color negro intensísimo, liso y melena corta, a lo paje, por encima de los hombros. Después, le había puesto un top también negro, que le quedaba convenientemente ajustado, realzando su esplendoroso busto y encima una camisa blanca, con sólo un par de botones abrochados, por lo que sus pechos asomaban con descaro, embutidos en el top que parecía ser un par de tallas más pequeño de lo debido. Una minifalda parecida a la de Ali y unas medias super oscuras, coronado el conjunto por unas botas con hebillas. Para acabar, se puso una chaqueta de cuero que Ali sacó de una bolsa. Un look urbano, duro y moderno, bastante alejado de la imagen habitual de Tati, pero que, como todo lo que se ponía, le quedaba de putísima madre.
–          Estáis preciosas – dije tratando de ser caballero – Super sexys.
Alicia me dio las gracias sin hacerme mucho caso, mientras terminaba de recoger sus cosas, pero Tati sí que se sintió halagada, dedicándome una encantadora sonrisa.
–          Bueno, ¿qué? – dijo Ali incorporándose – ¿Nos vamos?
–          Claro. Pero, ¿adónde?
–          ¿Dónde queda la parada del metro más cercana?
En ese momento supe por fin qué nos había preparado Alicia para esa tarde.
—————————-
Media hora después, los tres estábamos sentados en un banco del andén de la estación de metro, esperando la llegada del siguiente convoy.
No había mucha gente con nosotros, de hecho quedaban algunos bancos libres, pero yo ya había advertido que mis dos acompañantes atraían irresistiblemente la atención de todos los tíos que había. Llegué a pensar en esconderlas un poquito, no fueran a distraer al conductor del tren y tuviéramos una desgracia.
Ali estaba dándonos los últimos detalles de la operación que tenía en mente. Por una vez, iba a ser yo el protagonista de la historia, lo que me puso bastante nervioso y tranquilizó visiblemente a Tati.
El plan de Ali era muy sencillo y con un nivel de riesgo escasísimo, pues se trataba únicamente de comprobar si los aparatos funcionaban bien. De fácil que era, no podíamos fallar; sin embargo, precisamente por lo bien que salió todo, acabé jorobando el invento. ¿Que cómo lo hice? Pues siendo un guarro, por supuesto.
Cuando llegó el tren, nos desplegamos tal y como habíamos decidido minutos antes. La situación era que ni pintada, pues, justo en los asientos que había al lado de la puerta, estaban sentadas dos guapas jóvenes de veintipocos años, charlando animadamente entre ellas.
Ocupaban los asientos que miran hacia el interior del vagón y, como sabrás, esos siempre van en grupos de tres, con lo que quedaba uno libre que fue inmediatamente ocupado por Tatiana, que llevaba una de las gafas puestas.
Ali, por su parte, se sentó justo enfrente, con el portátil abierto sobre las rodillas, procurando que nadie más que ella pudiera ver la pantalla y enfocando subrepticiamente hacia las chicas con una de las mini cámaras.
Las puertas se cerraron enseguida y yo ocupé tranquilamente mi posición. ¿Qué dónde fue eso? Pues está bastante claro. Me puse en pié, justo delante de las dos chicas y de Tatiana, agarrado distraídamente a una barra para no caerme, llevando puesto el segundo par de gafas. Simulando que no me había dado cuenta, la bragueta de mi pantalón estaba completamente abierta, permitiendo que, con un simple vistazo, cualquiera de las tres mujeres que había frente a mí pudiera vislumbrar mi pajarito.
Como ves, era un plan sin riesgo alguno. Lo normal era que ninguna de las chicas dijera nada y, si por un casual alguna se cabreaba y me reprendía, bastaría con simular embarazo y que todo había sido accidental (“Uy, gracias, no me había dado cuenta. Qué vergüenza”).
Un buen plan, con todo calculado, o al menos así lo creí al principio.
Simulando estar pensando en mis cosas, permanecí en pie frente a las tres mujeres. Tatiana, con una sonrisilla en los labios, me echaba disimuladas miraditas, divertida por la situación y procurando que en todo momento la cámara de las gafas apuntara a mi bragueta abierta.
Al principio me sentía bastante tranquilo, aquello no era nada especial comparado con anteriores experiencias, pero entonces sucedió algo: las chicas se dieron cuenta de que llevaba la cremallera abierta.
Sí, ya sé. Eso era lo que pretendíamos claro, así que podría decirse que todo iba a pedir de boca, pero…
Me di cuenta de que la conversación entre las mujeres había menguado bastante y entonces, percibí por el rabillo del ojo cómo una le daba un disimulado codazo a su compañera y le hacía un ligero gesto con la cabeza, apuntando hacia mí.
Me puse en tensión. Empecé a sudar. Fue justo entonces cuando me di cuenta del fallo del plan. Respirando hondo, traté de calmarme y recuperar la compostura. Resistiendo la tentación, logré no mirar directamente a las chicas, aparentando estar profundamente interesado en el oscuro túnel que desfilaba por la ventana.
Cuando no pude más, desvié los ojos hacia Tati, que seguía mirándome divertida, pero aquello no ayudó precisamente, pues mi novia había cruzado las piernas y el borde de sus medias asomaba eróticamente bajo su minifalda.
Joder. Mierda. Paquirrín en bañador. Notaba perfectamente cómo una gota de sudor se deslizaba por mi espalda, haciéndome cosquillas. No podía mirarlas directamente, pero mi visión periférica percibía cómo ambas chicas echaban disimuladas miraditas a la bragueta abierta. Y el monstruo, que estaba empezando a despertar, amenazaba con escaparse de la cueva de un momento a otro. Qué quieres, soy exhibicionista. Me excito cuando me miran.
Entonces se me ocurrió que podía al menos conseguir que aquello quedara bien registrado. Me quité las gafas y sacando un pañuelo del bolsillo, empecé a limpiar los cristales, procurando en todo momento que el objetivo apuntara hacia mis bellas compañeras y también no obstruirlo en ningún momento.
Cómo había podido olvidarme. La excitación de exhibirme. Ya no podía más.
Y sucedió. Mi polla, ya completamente erecta, tensando la tela del pantalón, se escapó bruscamente de la bragueta, bamboleando frente a los asombrados ojos de las chicas. Como ya me daba todo igual, las miré por fin directamente y juro que pude percibir un inconfundible brillo de lujuria en la mirada de la que estaba justo frente a mí.
Pero el momento pasó pronto. Escandalizada, su compañera la agarró del brazo y ambas se pusieron en pié, obligándome a apartarme. Con  habilidad, yo había devuelto mi pene al interior del pantalón y me había abrochado la cremallera, rezando porque las chicas no montaran un escándalo.
Por fortuna no fue así, pues justo en ese instante el tren llegó a otra estación, las puertas se abrieron y las chicas salieron de allí como alma que lleva el diablo. Excitado y un poquito asustado, me dejé caer en el asiento al lado de Tatiana, quien, tras mirarme divertida unos segundos, estalló en sonoras carcajadas, que fueron pronto secundadas por Alicia y, finalmente, también por mí.
Los otros pasajeros nos miraban como si estuviéramos locos (no iban muy desencaminados) pero, como ninguno se había apercibido de lo que había pasado, no nos hicieron mucho caso.
Ali se levantó y se cambió de asiento, sentándose entre nosotros, de forma que ocupamos los tres asientos. De esta forma, pudo mostrarnos las grabaciones que habíamos logrado con las cámaras sin que nadie más pudiera verlo.
Joder. Menuda maravilla. Teníamos tres tomas desde diferentes ángulos de nuestra primera aventura en metro. Mientras contemplaba las imágenes, en mi cabeza ya iba montando mentalmente el vídeo, escogiendo fragmentos de uno u otro para crear una secuencia.
La toma de Tati era buenísima, pues se las había apañado no sólo para filmar un buen plano de mi bragueta abierta (y de la aparición final del monstruo), sino que también había mirado de vez en cuando a nuestras acompañantes, logrando pillarlas un par de veces mirando con disimulo a mi entrepierna. Me excité muchísimo al verlo.
Por su parte, la de Ali no era tan buena, por razones obvias, ya que yo estaba justo en medio. Aún así, había logrado captar varias miradas de una de las chicas hacia la zona de conflicto que me encantaron.

Mi vídeo, por su parte, era bastante malo en su primera mitad, pues no me había atrevido a mirar a las chicas. Pero luego, cuando simulé lo de la limpieza, había logrado un morboso primer plano de las chicas mirándome con disimulo y, finalmente, cuando la cosa se estropeó, filmé también mi propia erección asomando con descaro de mi pantalón y el último vistazo que una de las chicas le dedicó. Morbo puro.
Alicia, mientras veíamos el vídeo, no paró de burlarse de mí por haberme empalmado de esa forma. Al principio, excitado por la situación y las imágenes grabadas, no me importó mucho, pero, cuando Tati se sumó a las bromitas, debo reconocer que me piqué un poco.
–          Pues a ver si te ríes tanto cuando te toque a ti – le solté haciéndola dejar de reír de repente.
–          Eso – asintió Ali mirándola enigmáticamente – Veremos si te ríes después.
Algo en su tono me puso un poquito nervioso.
Sin embargo, contra todo pronóstico, fue Ali la siguiente en probar la cámara.
Repetimos el numerito, con ella de pié, delante de un señor mayor, conmigo sentado al lado y Tatiana enfrente, manipulando el ordenador.
Ali, con habilidad, se había subido varios centímetros la minifalda, de forma que el borde de las medias podía verse a placer. Para taparse del resto de viajeros, se había puesto su querida gabardina, que la tapaba por detrás, por lo que el espectáculo quedaba reservado para mí y para el tipo que había a mi lado.
Y la verdad es que el tío no se quejó. De vez en cuando, traté de emular a Tati, obteniendo tomas del hombre, mirando hacia el lado con disimulo, aunque la verdad es que no era necesaria tanta precaución, pues el tío tenía clavados los ojos en las cachas de Ali con todo el descaro del mundo, sin alterarse lo más mínimo.
Ali, cada vez más en su salsa, decidió poner más carne en el asador. Inclinándose repentinamente, levantó un poco un pié del suelo, comenzando a rascarse el tobillo, como si la hubiese asaltado un irresistible picor. Enseguida retomó su posición frente a nosotros, pero habiendo logrado su objetivo: que la minifalda se le subiera todavía más.
Joder, qué sexy estaba. Qué morbazo. La corta faldita estaba ya tan subida que no sólo dejaba ver el borde de las medias (y un excitante liguero que yo no sabía que llevaba) sino que permitía atisbar por delante la braguita de la chica. No sé si sería mi imaginación, pero juraría que había una tenue manchita de humedad en la tela.
Miré de nuevo a mi compañero y, sorprendentemente, me encontré con sus ojos clavados en mí. Me quedé paralizado por un segundo, pensando que nos habían descubierto, pero el tipo lo que hizo fue dirigirme una mirada cómplice, resoplar y volver a fijar su atención en las cachas de Alicia.
Me reí por dentro e hice lo mismo. Regalarme con el morboso espectáculo que nos ofrecía la joven.
Seguimos así unos minutos más, en los que pude obtener incluso unas buenas imágenes del bulto que había empezado a formarse en el pantalón del hombre.
Entonces el metro se detuvo y subió bastante gente, poniendo punto y final a la diversión. Una mujer mayor ocupó el asiento libre al lado del tipo y claro, Ali no tuvo más remedio que ponerse bien la falda.
El hombre, un poquito apesadumbrado, hizo ademán de ir detrás de Ali, pero ella le dirigió una mirada indicándole que no estaba por la labor y, por fortuna, el tipo se comportó y no insistió.
Como quedaba una sola parada para llegar al fin de línea, nos bajamos los tres del tren, reuniéndonos un par de minutos después para repasar las grabaciones.
La de Tati estaba bastante bien, con buenas tomas de los ojos del tipo saliéndose de sus órbitas pues Ali, al tratarse de un único objetivo, no había tenido problema alguno en no interponerse ante la cámara.
Mi toma también era muy morbosa, aunque he de reconocer que grabé más que nada los muslos de Alicia. En cambio, la toma de Ali resultó ser espectacular, pues, en cuanto la chica cogió un poco de confianza, no tuvo reparo alguno en mirar directamente al hombre, pudiendo grabar magníficos planos en los que el tipo la desnudaba con la mirada.
–          Ya hora te toca a ti – dijo Ali entonces, cogiendo el portátil de las manos de Tatiana – Esto es lo que vamos a hacer…
Como me temía, su plan para Tati era un pelín más atrevido. Bueno. Un pelín no, un pelo entero.
—————————–
Cambiamos de línea, para disminuir el riesgo de encontrarnos con alguien que nos hubiera visto antes.
Yo no acababa de verlo claro, el plan de Ali me parecía demasiado arriesgado, pero bastó que me opusiera un  poco para que Tati saltara como un resorte, anunciando que lo haría. Qué podía hacer, eran dos contra uno.
Esta vez nos costó bastante encontrar la ocasión perfecta. Estuvimos más de una hora vagando por diferentes trenes, buscando las condiciones óptimas. Hasta que lo conseguimos.
Un vagón solitario, sólo un par de viajeros al fondo. Justo lo que necesitábamos.
Ali y yo nos fuimos otro extremo, lo más alejados posible de los otros viajeros, sentándonos juntos, con el portátil activado, simulando estar hablando de nuestras cosas, sin prestar atención a lo que nos rodeaba.
Mientras, Tatiana, visiblemente nerviosa, se las apañó para colocar con disimulo una de las mini cámaras bajo uno de los asientos que miraban hacia el interior del vagón, de forma que enfocara justo enfrente. Cuando la tuvo lista, simplemente se sentó en el asiento que quedaba delante del objetivo, al otro lado del vagón, por lo que pronto tuvimos su imagen en la pantalla del portátil, sentada con las piernas cruzadas y el cuerpo tan tenso que parecía estar a punto de saltar en cualquier momento.
–          Nena – oí que susurraba Alicia a mi lado – Hay que comprobar el encuadre. Ya sabes lo que hay que hacer.
Tardé un segundo en comprender que Ali había equipado a mi novia con el auricular y se había quedado el micro para darle instrucciones. La miré en silencio, su rostro exaltado, los ojos brillantes por la excitación. A aquella chica no le gustaba únicamente exhibirse; también le encantaba dar órdenes.
–          Vamos, Tati, enséñanos tu precioso coñito…
Aquellas palabras captaron mi atención. Pegando mi hombro a Ali, miré sin parpadear a la pantalla, el corazón latiéndome desaforado en el pecho.
Tati, toda ruborizada, miró subrepticiamente a los otros viajeros que iban en el vagón, pero, como además de estar retirados estaban sentados de espaldas a ella, logró tranquilizarse lo suficiente como para obedecer.
Madre mía. Cuando por fin Tatiana separó los muslos y aferró el borde de su minifalda, sentí cómo mi miembro daba un salto dentro del pantalón. Tenía de nuevo la boca seca.
Qué espectáculo, mi chica abierta de piernas en el vagón de metro, enseñándonos el coño a través de la cámara, pues, obviamente, Alicia le había ordenado que fuera sin bragas.
–          Vale, nena, encuadre perfecto – comunicó Ale – Ya puedes cerrar las piernas.
Cosa que Tatiana hizo inmediatamente. Ahora sólo faltaba esperar.
En la siguiente parada no tuvimos suerte. Se subió únicamente una pareja de ancianos que, por desgracia, se sentaron justo delante de Tatiana, tapándonos la cámara y amenazando con estropear todo el plan.
Pero la fortuna no nos había abandonado, pues se bajaron enseguida, sólo dos paradas más adelante, agarrados por el brazo y con andar tambaleante.
Y, precisamente en esa parada, subió a bordo el candidato ideal para la idea que Ali tenía en mente.
Un hombre joven, más próximo a los treinta que a los cuarenta, bien vestido, con un periódico en la mano. Entró al vagón y, como hubiera hecho cualquier tío en su lugar, al ver a la preciosa chica sentada y solitaria, se colocó justo enfrente, empezando a leer su periódico tras haberle echado un par de miradas apreciativas a Tatiana.
Alicia y yo no nos perdíamos detalle, pues, aunque sus piernas nos tapaban el objetivo de la cámara oculta bajo su asiento, teníamos una magnífica visión del tipo gracias a las gafas que llevaba puestas Tati.
–          Asegúrate de llamar su atención – siseó Ali por el micro.
Cosa fácil. Tatiana no tuvo más que cruzarse de piernas. De todos es bien sabido que, cuando una tía buena cruza las piernas, una alarma salta en el cerebro de los hombres que hay cerca. Y el tipo aquel no fue ninguna excepción. Asomándose por encima del periódico, lanzó una mirada admirativa a Tatiana, que simulaba no haberse dado cuenta de nada.
–          Adelante con el plan – dijo Ali.
El plan. Menudo plan era ese. Estuve a punto de pararlo todo en ese momento. Pero no lo hice, pues, he de reconocer que me moría por ver lo que iba a pasar.
Fue muy sencillo. Dejamos pasar un par de minutos y Tatiana (cuyas dotes de actriz me sorprendieron), empezó a dar cabezadas en su asiento. Gracias a su cámara pudimos comprobar que el tipo no se perdía detalle, aunque, por desgracia, no teníamos imagen de Tati en el ordenador.

–          Mierda – me susurró Ali – Pásame la otra cámara.
Entendiendo sus intenciones, saqué la segunda mini cámara del bolsillo y se la di. Ali, con mucho cuidado, la colocó en el respaldo del asiento que tenía delante, de forma que al menos pudiera registrar una imagen lateral de Tatiana fingiendo dormir. No era una toma muy buena, pero mejor eso que nada.
Otra parada. La suerte nos sonreía. No subió nadie. En cuanto el tren reanudó su marcha, Ali ordenó a Tatiana que diera un pasito más.
Tragué saliva, los ojos clavados en la pantalla del portátil, deseando ver si Tati se atrevía. Y vaya si se atrevió.
Mi chica, simulando estar ya completamente dormida, descruzó las piernas y, recostada contra la ventanilla que había a su espalda, permitió que sus muslos se separaran, dando vía libre a los lujuriosos ojos del viajero para regalarse con la hermosura que ocultaban.
En pantalla vimos cómo el hombre se ponía en tensión, sus manos se crisparon sobre el periódico, arrugándolo. No podía creerse lo que estaba viendo.
Con nerviosismo, miró a ambos lados, para asegurarse de que nadie le veía espiando bajo la faldita de Tatiana. Los otros viajeros seguían de espaldas y Ali y yo, con las cabezas inclinadas sobre el ordenador, simulábamos no estar dándonos cuenta de nada.
Más calmado, el tipo se inclinó levemente, agachando la cabeza para poder atisbar mejor bajo la falda de la chica. Al hacerlo, el hombre separó un poco los pies, lo que permitió que, durante unos instantes, pudiéramos ver en pantalla a Tati, despatarrada en su asiento, exhibiendo impúdicamente la hermosura que ocultaba entre sus piernas. Y aquel hombre parecía ser un rendido admirador de la hermosura.
Yo no dejaba de pensar en qué estaría pensando Tati en ese instante. ¿Estará asustada? ¿Excitada? Yo, por mi parte, ya portaba una erección de campeonato y sentía además un intenso escozor en los ojos, supongo que de esforzarme tanto en no parpadear.
Entonces el tipo fue un poco más allá. Dejando con mucho cuidado (para no hacer ruido) el periódico en el asiento de al lado, sacó su móvil del bolsillo y, subrepticiamente, consiguió unas buenas imágenes del chochito expuesto de mi novia. No me preocupó acabar viendo las imágenes en Internet, pues el disfraz de Tati era muy bueno. Mientras lo hacía, llevó una mano a su entrepierna y estrujó su propia erección por encima del pantalón. Por un momento, temí que se sacara la chorra allí mismo, pero se contuvo.
Me alegré de que Tati tuviera la suficiente presencia de ánimo para mantener los ojos bien cerrados, pues estoy seguro de que, si hubiese visto al tipo sobándose el falo delante de ella, hubiera sido incapaz de continuar con la farsa.
Estaba excitadísimo, no podía más. Me estaba poniendo cachondísimo sólo de ver cómo mi novia se exhibía. No sé, es posible que incluso más de cuando lo había hecho yo un par de horas antes.
Entonces se me ocurrió. Si estaba cachondo, ¿por qué iba a aguantarme? Total, nadie más que Ali podía verme… y la verdad, me apetecía que me viera.
Procurando que el tipo no se diera cuenta de mis maniobras (aunque los respaldos de los asientos nos ocultaban de su vista), me las apañé para sacar mi durísima polla de la bragueta del pantalón.
–          Pero, ¿qué coño haces? – siseó Ali mirándome sorprendida.
–          Estoy cachondo perdido. Voy a hacerme una paja.
Por toda respuesta, Ali se rió en silencio, aunque no pudo evitar echar un vistazo a mi erección, cosa que me encantó.
Procurando no hacer ruido ni movimientos bruscos, empecé a masturbarme lentamente, con los ojos de nuevo clavados en los acontecimientos de la pantalla.
Finalmente, el tipo se cansó de echar fotos o de grabar. Volvió a mirar a los lados. Algo se avecinaba.
–          Jo, ya va, ya va – susurraba Alicia in perderse detalle – Ahora tranquila Tatiana, no muevas ni un músculo…
Alicia no me había dicho que llegaríamos tan lejos, pero debería habérmelo imaginado. Sin embargo, a esas alturas y con lo excitado que estaba, no se me pasó por la mente ponerle fin a aquello. Mi mano empezó a deslizarse más deprisa sobre mi polla.
Con mucho cuidado, moviéndose muy despacito, el tipo se puso de pié, dando un sigiloso paso hacia la bella durmiente. En cuanto se movió, volvió a despejarse el plano de la mini cámara, por lo que pude regalarme con la visión de Tati despatarrada en su asiento. Joder, no me extrañaba que el tío se hubiera puesto en acción, el espectáculo no era para menos.
Inesperadamente, Alicia plantó su mano sobre mi polla, deteniendo mi paja. El corazón me latía desbocado, pues era eso precisamente lo que había estado deseando. La miré y me encontré con un indescriptible brillo de lujuria refulgiendo en el fondo de sus ojos.
No hizo falta que dijera nada. Mi mano soltó mi instrumento, que enseguida fue empuñado con firmeza por Alicia, haciéndome estremecer. Con mucho cuidado, deslicé mi mano bajo el portátil, que estaba en su regazo y, moviéndola con destreza, la colé bajo su falda, acariciando su cálida piel desnuda en el punto en que terminaban sus medias, haciéndola gemir en voz baja y obligándola a separar de forma inconsciente los muslos, facilitándome el acceso.

Con habilidad, colé un par de dedos bajos sus braguitas, deleitándome con la humedad y el calor que había entre sus piernas. Su mano, entretanto, no permaneció ociosa, comenzando a deslizarse lentamente sobre mi rezumante falo, haciéndome ver estrellitas por el placer.
Nuestro amigo, mientras tanto, se las había ingeniado para acuclillarse justo frente a las piernas abiertas de Tatiana, volviendo a usar su móvil para obtener unos buenos primeros planos.
–          No te muevas, Tati, tranquila – gimoteaba Alicia, tratando de ahogar los suspiros de placer que mis inquietos dedos le provocaban.
Por fin y con mucho cuidado, el hombre se sentó junto a Tati, que no movía ni un músculo. Se tomó entonces un pequeño respiro, sin dejar de sobarse la polla por encima del pantalón, volviendo a mirar a los lados, reuniendo valor suficiente para atreverse a más.
Alicia, con los ojos brillantes, no se perdía detalle y parecía estar a punto de gritarle al tipo que siguiera. Su excitación se traducía en la fiereza con que su mano me masturbaba, deslizándose sobre mi polla a toda velocidad. Traté de calmarla, sujetándola con mi otra mano, logrando que bajara un poco el ritmo.
Justo entonces, el tipo se atrevió. Con infinito cuidado, rozó suavemente una pierna de Tati, con los dedos, con el cuerpo en tensión, a punto de saltar. Tati, por su parte, también parecía tensa como una cuerda de piano, pero Alicia no iba a dejarla escapar, susurrándole palabras tranquilizadoras y recordándole que aquello lo estaba haciendo por mí.
Poco a poco y como Tatiana, no daba muestras de despertarse, el hombre fue ganado confianza, atreviéndose a posar su mano con decisión en el muslo de la chica, acariciándolo con mucho cuidado, pero llegando cada vez más arriba.
–          Así, cabrón, así – siseaba Alicia enfebrecida – Tócale el coño, vamos cabrón.
Joder, cómo se ponía. No sé por qué, pero el verla tan fuera de control me cortó un poco el rollo. Empecé a preocuparme al pensar en hasta donde sería capaz de llegar aquella mujer con tal de satisfacer sus deseos.
Entonces Alicia se corrió. Mis dedos, que instantes antes habían atrapado su clítoris entre sus yemas acariciándolo, parecieron arder por el intenso calor que brotaba de las entrañas de Ali. La chica bufó, soltando mi polla y tapándose la boca con la mano, para ahogar el grito de placer que había estado a punto de escapársele.
Nervioso, alcé la vista por si el tipo se había dado cuenta de algo, pero estaba tan concentrado en lo suyo que podríamos haber explotado un petardo sin que se enterara de nada. Mientras tanto, yo no había dejado de acariciar y estimular la vagina de Alicia, que se deshacía en un mar de humedad entre mis dedos, mientras sus caderas se movían agitadas por pequeños espasmos de placer.
Riendo, divertido por la intensidad de la corrida de Ali, agarré el portátil (que por poco no se había caído al suelo) y lo afirmé bien entre nosotros. Ni corto ni perezoso y una vez recuperada la imagen, agarré la muñeca de Alicia y atraje su mano hasta mi rabo, con intenciones obvias.
Una sonrisilla maliciosa se dibujó en sus labios, dedicándome un sensual guiño antes de reanudar la paja; pero, de repente, sus ojos se abrieron como platos, clavándose en la pantalla.
Justo en ese instante, el tipo llegó hasta el final. Envalentonado por la aparente falta de resistencia de Tati (y puede que habiendo notado que la chica fingía dormir mientras se dejaba meter mano) el tipejo deslizó su mano por completo bajo la minifalda de Tatiana, posándola por fin en su coño.
Según me contó Tati después, el hombre no se cortó un pelo y, tras percibir que estaba húmeda, no dudó en introducir uno de sus dedazos en el coñito de mi chica, clavándoselo hasta el fondo.
Y claro, aquello ya era demasiado para Tati, que, dando un respingo, trató de empujar al tipo y apartarlo de su cuerpo serrano.
Y pasó lo que tantas veces habíamos comentado Alicia y yo. El tipo no se detuvo.
Con un gruñido, se echó encima de Tatiana sobre el banco, aplastándola con su peso y obligándola a tumbarse en los asientos. Habiendo perdido por completo el control, el tipo le metía mano a la pobre chica por todas partes, mientras ella trataba de escapar con desespero.
Obviamente, me puse en acción, poniéndome en pié de un salto. Alicia, por un instante, me agarró por el brazo, como si intentara detenerme, aunque no lo hizo con mucha convicción. Daba igual, no habría podido pararme.
Un segundo después, estaba encima del tipejo ese y agarrándole por la chaqueta, lo quité de encima de Tatiana de un tirón, arrojándole contra los asientos que ocupaba minutos antes.
El pobre me miró asustado unos segundos sin reaccionar y fue una suerte para él que no lo hiciera, pues si llega a intentar algo lo tiro por una ventanilla.
Los otros viajeros, sorprendidos por el jaleo, se habían vuelto a mirarnos alucinados. El hombre, sin decir ni pío, se puso en pié a trompicones, justo en el instante en que llegábamos a otra parada.
Con una expresión de alivio casi cómica, el pobre tipo se dirigió a las puertas que se abrían y casi corriendo, salió disparado del tren, perdiéndose en la estación. Segundos después, los otros viajero, supongo que temerosos de verse mezclados en algún follón, se bajaron también, procurando no mirarnos en ningún momento.
–          ¿Estás bien? – pregunté volviéndome preocupado hacia Tatiana y ayudándola a sentarse derecha.
–          Sí, sí, no te preocupes…
–          ¿Te ha hecho daño?
–          No, no, estoy bien… Ha sido el susto.
Alicia apareció entonces a nuestro lado, sentándose en el asiento que quedaba libre.
–          Menuda pasada, Tatiana, lo has hecho increíblemente bien. No sabes cuánto se ha excitado Víctor mientras te miraba… Ha empezado a masturbarse…
–          La madre que la parió – pensé – ¿Se había vuelto loca?
–          No digas tonterías – le dije en tono muy serio – La cosa se nos ha ido de las manos. Una cosa es exhibirse con cuidado y otra lo que acaba de pasar. Lo mejor va a ser ponerle fin a esta locura…
Estaba enfadado. Y preocupado. Si nos dejábamos arrastrar, no podía imaginarme hasta donde sería capaz de llevarnos Alicia. Había que poner el freno.
–          Esto se acabó – dije – Lo mejor será que nos olvidemos de estos juegos y que…
Empecé a soltar mi discurso, argumentando apropiadamente lo que quería decir, dando sólidas razones de peso para poner fin a aquella locura.
Las muy…. zorras. Me dejaron hablar durante varios minutos sin decir ni pío, hasta que por fin me di cuenta de que las dos estaban aguantando las ganas de reír a duras penas.
–          ¿Se puede saber qué coño os pasa? ¿De qué cojones os reís?
Tati, con los ojos llorosos, aguantando como podía la risa, consiguió articular con el rostro ruborizado…
–          Cari… Tu pene…
Miré mi propia bragueta, mudo de estupor. Joder. Me había dejado la polla fuera. Y seguía bastante dura.
Las dos se echaron a reír abiertamente, mientras que yo, sintiéndome muy avergonzado, forcejeaba con la bragueta para esconder mi erección en mis pantalones.
–          ¿Así que no te habías puesto cachondo? – dijo Ali mirándome con sonrisa traviesa.
Derrotado, me dejé caer en el asiento, sabiendo que todos mis argumentos habían perdido su razón de ser. Las dos chicas, descojonadas, se partieron a mi costa un buen rato todavía.
Cuando llegamos a la última parada, nos bajamos del tren tras recuperar la cámara de debajo del asiento.
–          Bueno, chicos – dijo Ali – Me voy. Me esperan en casa para cenar. Mi prometido, ya sabéis…
Le devolvimos todos los cacharros y ella los guardó en el maletín del portátil.
–          ¿Quedamos mañana otra vez? – preguntó ilusionada.
–          Mañana no puedo – me apresuré a decir – Me toca coger el coche y hacer varias visitas fuera de la provincia. No volveré hasta la noche.
–          Sí, y yo mañana estoy de tarde. Una compañera me ha pedido que se lo cambiara…
–          Bueno, pues el viernes entonces – dijo mirando a Tatiana de forma enigmática.
–          Ok. Hablamos el viernes por la mañana – asentí.
Nos despedimos de Ali, que iba a tomar un taxi, pero, justo antes de marcharse, se acercó a mi novia y le dijo algo al oído que la hizo enrojecer.
Por fin, la joven se marchó con el portátil al hombro, lanzándonos un guiño cómplice y riéndose divertida.
–          ¿Qué te ha dicho? – pregunté intrigado.
Tatiana me miró fijamente un instante, muy colorada, antes de decidirse a responder.
–          Me ha dicho… Que no desperdicie esa erección.
—————————-
Un par de minutos después, con mucho sigilo, nos colamos en los servicios de caballeros de la estación. Y echamos un polvo de la hostia en uno de los retretes. Me la follé a lo bestia, apoyada contra la pared, sus piernas anudadas en torno a mi cintura, ahogando sus gritos de placer enterrando su rostro en mi cuello. Fue un polvazo, que alivió por fin la increíble excitación de la jornada.
Al día siguiente, por la noche, me enteré de que Tati me había mentido y que las palabras de Alicia al oído habían sido otras muy distintas.
TALIBOS

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MI LLEGADA

Lo que en teoría debía de haber sido una putada de las gordas, resultó ser un golpe de suerte. Un día de junio  tuve una reunión con el jefe de recursos humanos . Nada más entrar a su oficina, el muy cabrón me informó que debido a la crisis iba a haber una criba brutal en el banco y que si no quería ir a engrosar la lista del paro, tenía que aceptar un traslado. Al preguntarle a donde me tendría que desplazar, me contestó que había una vacante en la sucursal de Luarca.  Aunque sabía que eso significaba un retroceso en mi carrera, decidí aceptar porque mi madre y sus hermanos mantenían la antigua casona familiar.
“Al menos, no tendré que pagar un alquiler”, pensé. Al preguntar cuando tenía que incorporarme,  ese capullo me respondió con su peculiar tono de hijo de puta que el día uno, lo que me daba quince días para la mudanza.
Esa misma tarde, hablé con mi madre. La pobre se quedó triste al oírme pero se comprometió a hablar con mis tíos para que pudiera vivir en ella. Al poco rato, me llamó y me dijo que no había problema pero que tendría que compartir la casa con mi prima María. Al enterarme que iba a tener que vivir con ella, extrañado pregunté:
-Pero ¿mi prima no vivía en Barcelona?-.
-Eso era antes- me contestó,- se divorció hace dos años y tratando de rehacer su vida, volvió al pueblo-.
Hacía muchísimo que no la veía. María era tres años mayor que yo, y los únicos recuerdos que tenía de ella, eran su timidez y su tremendo culo. Mi primo Alberto y yo siempre habíamos fantaseado con verla desnuda pero jamás lo conseguimos. Todavía me rio al recordar cuando nos pilló escondidos en su armario y enfadadísima, nos cogió de las orejas y de esa forma nos llevó a ver a nuestro abuelo. El pobre viejo al enterarse de nuestra travesura se echó a reír en un principio, pero al ver el cabreo de su nieta no tuvo más remedio que castigarnos. Desde entonces habían pasado veinte años, por lo que mi prima debía de tener ahora unos treinta y cinco años.
“Ojala siga tan buena”, rumié mientras me trataba de consolar por la guarrada de tener que enterrarme en el pueblo, “al menos tendré un monumento que admirar al llegar a casa”.
Las dos semanas que quedaban para mi incorporación pasaron rápidamente y antes que me diese cuenta estaba camino de Luarca. Al llegar a la casa de los abuelos, María me estaba esperando. Al verla me llevé una desilusión, la estupenda quinceañera se había convertido en una mujer desaliñada y amargada. Con su pelo poblado de canas y vestida como una monja me recibió de manera amable pero distante. Nada en ella me recordaba a la cría que nos había vuelto locos de niños. Su cara era lo único que conservaba de su belleza infantil pero el rictus de amargura que destilaba, la hacían parecer una vieja prematura:
-Te he reservado la habitación de tus padres-, dijo al verme cargado de las maletas.
Desilusionado, la seguí por las escaleras. Su falda gris por debajo de las rodillas y su blusa blanca abotonada hasta el cuello, me parecieron en ese momento una  premonición de mis días en esa casa. Mecánicamente, me mostró el baño que podía usar y antes de darme tiempo a acomodar mis cosas, se sentó en una butaca y me expuso:
-Me han dicho que te vas a quedar al menos un año, por lo que creo que es conveniente dejar las cosas claras desde el principio. En esta casa se come a las dos y media y se cena a las nueve, si no vas a venir o vas a llegar tarde, hay que avisar. He abierto una cuenta en tu banco a nombre de los dos para el mantenimiento de la casa. Vamos  a ir al cincuenta por ciento, por lo que tienes que depositar quinientos euros para equilibrar lo que yo he ingresado. Todos tus caprichos los pagas tú. Y al igual que las dos habitaciones del fondo son en exclusividad mías, ésta y la contigua serán las tuyas, el resto serán de uso común. ¿Te ha quedado claro?-.
-Por supuesto, mi sargento-, respondí en broma.
Por la mirada asesina que me devolvió supe que no le había hecho gracia. La dulce cría se había vuelto una mujer huraña:
“Lo mal que debe haberle ido en su matrimonio”, me dije al ver que se iba sin despedirse.
Como no tenía nada que hacer al terminar de desembalar el equipaje, decidí dar una vuelta por el pueblo. El centro de Luarca no había cambiado nada desde que era un niño, los mismos edificios, la misma gente y sobre todo el mismo sabor a pueblo marinero que tanto me gustó esos veranos. Al ver el café Avenida, un bar al que mi abuelo solía llevarnos al salir de misa, decidí entrar y pedirme una sidra.  No llevaba diez minutos en él cuando vi llegar a un grupo de gente de mi edad montando un escándalo. Tanto los hombres como las mujeres venían con alguna copa de más, de manera que me vi marginado a una esquina de la barra. Cabreado por el escándalo, decidí volver a casa.
Al llegar, me estaba esperando en el comedor. Por suerte no había llegado tarde y por eso tras saludarla, me senté en la mesa. Contra todo pronóstico, mi prima resultó además de un encanto una estupenda cocinera. Todo estaba buenísimo y por eso al terminar y tratando de agradarla, le solté:
-Como me sigas cebando así, no me voy a ir de esta casa en años-.
María al escucharme, se soltó a llorar. Incapaz de comprender la reacción de la mujer, traté de consolarla abrazándola pero ella, levantándose de la mesa, me dijo:
-Te irás como se han ido todos los hombres de mi vida-.
Completamente alucinado, la vi marcharse. Una frase inocua había desatado una tormenta en su interior, recordándole el abandono de su marido. Sin saber qué hacer,  cogí los platos y ya en la cocina me puse a limpiarlos:
“Amargada es poco, esta tía esta de psiquiátrico”, sentencié mientras terminaba de ordenar la cocina, “lleva más de dos años sola y todavía no se ha hecho a la idea”.
Ya en mi cuarto, pude escuchar sus lamentos. Encerrada en su habitación, mi prima dejó que su angustia la dominase y durante dos horas no dejó de lamentarse por su suerte. Sabiendo que nada podía hacer, me puse los cascos y metiéndome en la cama, busqué que el sueño me impidiera seguir siendo testigo de la desazón de la mujer que dormía a unos metros.
A la mañana siguiente, María tenía el desayuno listo cuando salí de la ducha. Sus ojos hinchados eran prueba innegable que se había pasado llorando toda la noche. Al verme, me puso un café y tras darme los buenos días me pidió perdón:
-Disculpa por anoche, pero es que era la primera vez que cenaba con un hombre desde que me dejó mi marido-.
En ese momento no me percaté que se había referido a mí como un hombre y no como su primo y quitándole hierro al asunto le dije:
-No te preocupes. Ya se te pasará-.
-Eso jamás-, me gritó, -nunca podré olvidar la humillación que sentí cuando se fue con una mujer más joven-.
Mirándola, no me extrañaba que hubiese salido huyendo. María se había cambiado de ropa, pero seguía pareciendo una institutriz. Con una blusa almidonada y ancha, no se podía saber si esa mujer era plana o pechugona. Todo en ella enmascaraba su femineidad, la falda gruesa y casi hasta los tobillos podía ser el uniforme de una congregación de monjas. Sabiendo que si le decía algo se iba a enfadar, decidí callarme y al terminar de desayunar, me despedí de ella con un beso en la mejilla.
-Nos vemos a las dos-, dije mientras salía por la puerta.
Ya en la calle, me di cuenta que se había sentido incómoda por esa muestra de cariño pero soltando una carcajada, resolví que si eso la perturbaba iba a seguir haciéndolo. Durante el camino hacia el banco, no dejé de pensar en la mala fortuna que había tenido esa mujer y que siendo una belleza en su juventud, la mala experiencia de su matrimonio la había echado a perder. Ya en el trabajo, perdí toda la mañana conociendo a mi nuevo jefe y a los que iban a ser mis compañeros.
Don Mario, el director, resultó ser un viejo entrañable que viendo su jubilación cercana apenas trabajaba y se pasaba todo el día en el bar. Acostumbrado al hijo puta de José, no llevaba dos horas en esa sucursal cuando ya había comprendido que al exiliarme a ese remoto pueblo, me había hecho un favor.
“Aquí se vive bien”.
No me di cuenta del paso de las horas, de manera que me sorprendió saber que había que cerrar el banco e irnos a comer. Al llegar a casa, descubrí a mi prima limpiando de rodillas la escalera. Lo forzado de su postura me permitió percatarme que, aunque oculto, María seguía conservando el estupendo trasero de jovencita.
-No comprendo porque se tapa-, exterioricé sin darme cuenta.

-¿Has dicho algo?-, me preguntó dándose la vuelta.
Me sonrojé al pensar que me había oído y haciéndome el despistado le respondí que no.
-¿Tendrás hambre?-, me dijo poniéndose en pie, sin reparar que tenía dos botones desabrochados, lo que me permitió disfrutar de su profundo canalillo entre sus pechos. El sujetador de encaje que llevaba le quedaba chico, de manera que no solo se desbordaban sino que me dejó vislumbrar el inicio de unos pezones tan negros como apetitosos. Me vi mordisqueándolos mientras su dueña se corría entre mis brazos-
Cortado por la excitación que me produjo descubrir que esa hembra asexuada disponía de unos senos que serían la envidia de cualquier estrella del porno, le dije que me iba al baño y tras cerrar la puerta, no tuve más remedio que masturbarme pensando en ellos. Dominado por el deseo, me imaginé a esa estrecha entrando en el baño e implorando mis caricias, caminar a gatas a recoger su premio. Esa imagen tan deseada hacía veinte años, volvió con fuerza a mi mente y desparramando mi lujuria sobre el suelo del aseo, me corrí mientras pensaba en como follármela.
Al salir, la mojigata de mi prima se había vuelto a cerrar la blusa y con una sonrisa en su boca, me dijo que fuésemos a comer. Una vez en la mesa, me resultó imposible dejar de mirarla buscando en ella algo que me diera pie a un acercamiento pero, tras media hora de charla, comprendí que era absurdo y que esa tía era inaccesible. Como en el banco teníamos horario de verano después del café, decidí salir a correr un poco, porque llevaba una semana sin hacer ejercicio y sentía agarrotados mis músculos.  Aprovechando que la casa estaba en las afueras del pueblo,  recorrí durante dos horas los caminos de mi juventud, de manera que al volver a la casona, estaba empapado.
Cuando entré, mi prima estaba tranquilamente sentada leyendo en el salón.  Al levantar su mirada del libro, pude descubrir que fijó sus ojos en mi camiseta que, completamente pegada por el sudor, mostraba con claridad el efecto de largas horas en el gimnasio. Sin darse cuenta, recorrió mi cuerpo contando uno a uno los músculos de mi abdomen. Cortado por su escrutinio, le dije que me iba a duchar, ella volviendo a la novela ni siquiera me contestó. No me hizo falta, sonriendo subí por las escaleras y tras desnudarme, me duché.
“Joder con la amargada”, pensé mientras me enjabonaba, “menudo repaso me ha dado”.
Nada más terminar, fui directamente a mi habitación a vestirme. Acababa de terminar fue cuando me percaté que no había recogido la ropa sucia y que la había dejado tirada en el baño. Pensando que si entraba mi prima se iba a enfadar, decidí recogerla pero al llegar no estaba en el suelo. Comprendí al instante que ella la había cogido y avergonzado bajé al lavadero a disculparme. No tuve que tocar, la puerta estaba abierta. Ni siquiera entré desde fuera observé como María apretándola contra su cara no dejaba de olerla mientras sus manos se perdían en el interior de su falda. Mi querida prima, la puritana, completamente alterada por mi sudor, buscaba un placer vedado torturando su sexo con sus dedos. Sus gemidos me avisaron que ya estaba terminando. Impresionado por la lujuria de sus ojos, me retiré sin hacer ruido porque comprendí que si la descubría iba a sentirse humillada.
Al volver a mi cuarto, me tumbé en la cama y sin prisas me puse a planear el acoso y derribo de mi primita. De manera que cuando me llamó a cenar ya tenía el método por el cual esperaba tenerla en poco tiempo bebiendo de mi mano. Con todo ello en mi mente, me senté en mi silla y buscando el momento, esperé para preguntarle donde le parecía mejor que pusiera mis aparatos de gimnasia. Tras unos breves instantes, me contestó que la mejor ubicación era al lado del salón.
“Menuda zorra”, pensé al percatarme que desde el sillón donde había estado leyendo, iba a tener una visión perfecta de mí cuando me ejercitara. Satisfecho porque eso le venía de maravillas a mi plan, le dije que al día siguiente los montaría.
-Si quieres te ayudo después de cenar-, me contestó incapaz de contenerse.
Sabiendo que lo decía porque así desde el día siguiente iba a poder espiarme, acepté encantado, de forma que esa noche cuando me metí en la cama, la trampa estaba perfectamente instalada esperando que mi victima cayera. Y por segunda vez en el día, me masturbé pensando en ella y en cómo sería tenerla en mi poder.

EL CEBO
Los siguientes días fueron una repetición de ese día. Al llegar del trabajo comía con mi prima, tras lo cual y durante dos horas me machacaba duramente en ese gimnasio improvisado bajo la atenta mirada de María. Sabiendo que ella observaba, hacía pesas sin camiseta, de manera que poco a poco mis músculos y mi abdomen la fueron subyugando. Siempre la misma rutina, al terminar me secaba el sudor con el polo y dándole un casto beso me iba a duchar, olvidándome la ropa empapada en el baño. En todas y cada una de las ocasiones, al salir esta había desaparecido.
El jueves viendo que no paraba de mirarme, le dije:
-Porque no lees aquí y así me haces compañía-.
Asustada pero sin poder negarse, trasladó su sillón a la habitación que donde hacia ejercicio. Nada más entrar dejó el libro a un lado  y en silencio se dedicó únicamente a mirarme. Verla tan entregada, hizo que mi pene saliera de su letargo irguiéndose dentro de mi pantalón. Ella no tardó en darse cuenta, pero en vez de cortarse su cara se iluminó con la visión. Haciendo como si no me hubiese enterado, la vi morderse el labio mientras cerraba sus piernas tratando de controlar la calentura que la atenazaba. Esa tarde le di un regalo, antes de ducharme me masturbé eyaculando sobre mi pantalón corto.
Buscando ver si mi semen había cumplido su objetivo, me acerqué sin hacer ruido al lavadero. No tuve que entrar, desde la cocina escuché sus gemidos. Totalmente fuera de sí, mi primita estaba apoyada con el pico de la lavadora contra su culo mientras con la falda a media pierna introducía sus dedos en su sexo. SI esa imagen ya de por sí era cautivadora más aún fue oír como se retorcía diciendo mi nombre mientras con su lengua recogía el semen que le había dejado. Sabiendo que debía seguir forzando su deseo, me retiré sonriendo.
Durante la cena, María estaba feliz. Sus ojos tenían un brillo que no me pasó desapercibido. Al mirarme desprendía un fulgor que supe interpretar. Esa mujer amargada se había despertado, convirtiéndose en una hembra hambrienta de líbido. No me quedaba duda de que caería como fruta madura ante cualquier acercamiento por mi parte pero esa no era mi intención. Quería obligarla a dar ese paso, a que venciendo todo tipo de resentimiento o tabú, ella viniese a mí implorando que la tomara.  Era una carrera de medio fondo, no podía ni debía de acelerar el paso.
Casi en el postre, como quien no quiere la cosa, dejé caer que me dolía la espalda y que me urgía un masaje. Mis palabras fueron un torpedo contra su línea de flotación y gozando  su próxima captura, la vi debatiéndose entre el morbo de tocarme y su aprensión a que me diese cuenta que me deseaba. Durante unos minutos no dijo nada pero cuando me levantaba a dejar mi taza en el fregadero, oí que me decía:
-Si quieres  yo puedo hacértelo-.
Disimulando, le contesté que no sabía a qué se refería. Bajando su mirada, sumisamente, María me aclaró:
-El masaje-.
 -De acuerdo. ¿Te parece que mientras lavas los platos, me desnude?-, contesté sin darle importancia.
Mi prima no pudo evitar dejar caer los platos que llevaba al lavavajillas al oírme. Con el estrépito de la loza rompiéndose en mis oídos, la dejé con sus miedos mientras subía a mi cuarto.  Cuidadosamente fui preparando el escenario, completamente desnudo y tapando únicamente mi trasero con la sábana, la esperé tumbado boca abajo. Sus complejos la mantuvieron durante quince minutos dizque limpiando la cocina y por eso cuando entró crema, estaba adormilado.
Casi de puntillas, se puso a mi lado y embadurnándome con la crema, empezó a recorrer tímidamente mis hombros.  Sus manos fueron perdiendo el miedo poco a poco. La mujer tomando confianza fue bajando por mi espalda, sin parar de suspirar. Encantado con la excitación de mi prima, me mantuve con los ojos cerrados. Sus dedos apretaron mis dorsales mientras su dueña sentía como se aflojaban sus piernas. Tratando de mejorar la postura, se puso a horcajadas sobre mí con una pierna a cada lado de mi cuerpo. En lo que no reparó fue que su braga quedaba en contacto con mi piel por lo que pude comprobar que la humedad envolvía su coño. Abstraída en las sensaciones que estaba sintiendo , María ya había perdido todo reparo y furiosamente masajeaba con sus palmas mi columna.
-Más abajo-, le dije sin levantar mi cara de la almohada.
Se quedó petrificada al oírme. Durante unos instantes no supo reaccionar por lo que tuve que forzar su respuesta quitándome la sabana. Por primera vez, me veía completamente desnudo. Indecisa, fue tanteando mi espalda baja luchando contra su deseo. Mi falta de respuesta, la tranquilizó y echando más crema sobre mi piel, reinició el masaje.   No tuve que ser un genio para interpretar su respiración entrecortada. Mi prima estaba luchando contra su deseo y éste estaba venciendo. Cuando sentí que estaba a punto, dije:
-Más abajo-.
La mujer, obedeciéndome, acarició mi trasero con sus manos sin atreverse a incrementar la presión de sus dedos.
-Más fuerte-.
Con sus defensas asoladas, se apoderó de mis nalgas. Sus palmas estrujaron mis músculos mientras su dueña sentía que su corazón se desbocaba. Absolutamente entregada, empezó a llorar cuando sus dedos recorrían mi trasero. Al percatarme de su estado, tapándome le dije que había sido una gozada el masaje pero que ya estaba relajado. Ella al oírme, comprendió que le estaba dando una salida y sin levantar su mirada, se despidió dejándome solo en la cama. No tardé en escuchar a través del pasillo, sus gemidos. María dando vía libre a sus sentimientos se estaba masturbando pensando en mí.
Satisfecho, pensé:
“Y mañana más”.

LA CAPTURA
Al despertar comprendí que ese fin de semana, tenía que dedicarlo en exclusiva a mi prima. En el comedor María me esperaba envuelta con una bata. Sonreí al darme cuenta que debido a su lujuria esa mujer no había dormido apenas y por eso no había tenido tiempo a vestirse antes de levantarse a preparar el desayuno. Forzando sus defensas, le di un beso en la mejilla mientras distraídamente mi mano acariciaba su trasero. Mi prima suspiró al sentirlo pero no dijo nada.
“Que poco queda para que me pidas que te tome”, pensé mientras sorbía el café.
La mujer, completamente absorta, no dejó de mirarme. Sus ojos seguían cada uno de mis movimientos como si estuviera hipnotizada.  Si lo hubiese querido con un chasquido de mis dedos esa mujer se hubiera entregado a mí pero su sumisión debía ser plena. Aguantándome las ganas de desnudarla y tirármela ahí mismo, terminé de desayunar.
Ya me iba por la puerta cuando volviendo sobre mis pasos, puse en su regazo trescientos euros.
-¿Y esto?-, preguntó.
-Como dijiste, cada uno paga sus caprichos. Quiero que vayas a la peluquería y te arregles el pelo y al salir entres en una boutique y te compres un vestido corto con la falda por encima de las rodillas. Estoy cansado que vayas vestida como si fueses a un funeral-, le dije.
Ella intentó protestar pero no cedí:
-No quiero vivir con una vieja. Ya es hora que despiertes-, respondí mientras salía de la casa dejándola sola.
 Disfrutando de antemano de mi triunfo, camino de la oficina no dejé de planificar mis siguientes pasos, concibiendo nuevas formas de dominio sobre la pobre mujer. La propia actividad de mi trabajo evitó que siguiera comiéndome la cabeza con ella, pero aun así, cada vez que tenía un respiro, lo usé para imaginarme que se habría comprado. Por eso, al abrir la puerta de la casa que compartía con esa mujer, estaba nervioso. Quería… necesitaba comprobar si había cumplido mis órdenes.
La confirmación de su entrega llegó ataviada con un vestido tan caro como exiguo en tela. María completamente cortada, me saludó mientras con sus manos intentaba alargar el vuelo de la falda. Teñida de rubia, con un escote que quitaba la respiración y mostrando sus piernas, me preguntó que me parecía:
-Estas guapísima-, contesté maravillado por la transformación.
Era increíble, la mujer amargada había desaparecido dando paso a una mujer desinhibida que destilaba sexualidad a cada paso. No solo era bella sino el sueño de todo hombre hecho realidad. Incapaz de contenerme, le pedí que diera una vuelta para verla bien. María, con sus mejillas teñidas de rojo, se exhibió ante mis ojos.
-Tienes unos pechos preciosos-, le dije posando mi mirada en sus enormes tentaciones.
Sus pezones involuntariamente se erizaron al escuchar mi piropo, su dueña totalmente ruborizada huyó a la cocina meneando su trasero. Ya envalentonado, le solté:
-Y un culo estupendo. ¡Me encanta que lo muevas para mí!-.
Mi querida prima había sobrepasado todas mis expectativas. Cuando empecé a seducirla no sabía el pedazo de mujer que se escondía debajo de ese disfraz. Lo había hecho por el morbo de tirarme al amor platónico de mi niñez pero ahora necesitaba poseerla por ella misma. Era tanta mi calentura que, durante la comida, no pude dejar de recrearme en sus curvas.
“Está buenísima”, reconocí al sentir que mi miembro pedía lo que mi cerebro retenía. “No sé si voy a poder aguantar no saltarle encima antes de tiempo”, pensé y  tratando de calmarme, le pregunté cómo estaba:
-Hoy es el primer día que no he pensado en mi ex marido-, me confesó con alegría, -tenías razón, tengo que pasar página-.
 Satisfecho con su respuesta, me levanté de la mesa y subiendo las escaleras me fui a cambiar. Al entrar al gimnasio, María me esperaba sentada en su asiento. Supe que estaba excitada al comprobar que, bajo la blusa, sus pezones la traicionaban. Meditando que hacer, me empecé a ejercitar bajo su atento examen. En un momento dado al mirarla vi que bajo el vestido, la mujer se había puesto un coqueto tanga y sin cortarme le dije:
-Me encanta verte las piernas pero más aún esas bragas rojas que llevas-.
Completamente avergonzada, cerró sus piernas diciéndome que no se había dado cuenta. Entonces echando un órdago, dije:
-Abre las piernas, te he dicho que me gusta verlas-.
Se quedó perpleja al oírme pero venciendo su vergüenza, fue separando sus rodillas sin ser capaz de mirarme. Cubriendo otra etapa de mi plan, fijé mi mirada en su entrepierna mientras mi prima se agarraba a los brazos del sillón para evitar tocarse. Que la mirase tan fijamente además de incomodarla, la estaba excitando. Su tanga se fue tiñendo de oscuro por la humedad que brotaba de su sexo. Al percatarme que estaba empapada y que se mordía los labios tratando de no demostrar el ardor que se le estaba acumulando entre las piernas, busqué sus límites diciendo:
-Tócate para mí-.
 María me fulminó con la mirada  indignada pero al comprobar que no cejaba en mi repaso y que iba en serio, se puso nerviosa luchando en su interior su razón contra la tensión almacenada en su sexo. Al fin venció su lujuria y con lágrimas en los ojos, metió sus dedos bajo el tanga y empezó a masturbarse. Su sometimiento era suficiente y dejando que se liberara en privado, salí de la habitación diciendo:
-Voy a ducharme, luego te llamo para que me ayudes a secarme-.
Sin esperar su respuesta, la dejé rumiando su calentura. Al entrar al baño, lo primero que hice fue descargar su ración de semen sobre mi pantalón para que cuando ella viniera a mí, ya estuviera dispuesta sobre la tela. Tranquilamente bajo el chorro, me enjaboné mientras mi mente volaba tratando de averiguar si esa noche sería su claudicación. El sonido de la puerta abriéndose, me confirmó que mi presa se había enredado en la red que había tejido. Solo la mampara me separaba de la pobre mujer.  Ahondando en su entrega, corrí la pantalla para que me viese desnudo. Sentada en el váter y estrujando mi ropa con sus manos, devoró con la mirada mi cuerpo. Su expresión desolada no hizo más que incrementar mi lujuria e impúdicamente, me di la vuelta para que viese mi pene en su máxima expresión. Avergonzada se intentó tapar la cara con mi pantalón la cara sin darse cuenta que mi semen iba a entrar en contacto con su boca.  Al sentir su sabor recorriendo sus labios, huyó del baño llevándose su regalo con ella.
Solté una carcajada al verla huir a descargar su excitación y gritando, le ordené:
-En cinco minutos, te quiero aquí-.
Acababa de cerrar el agua cuando volvió. Al regresar, ella misma había claudicado y sin esperar a que lo hiciera, le pedí que me acercara la toalla. De pie y desnudo aguardé a que me secara. Su sofoco era total, sin poder sostener mi mirada, mi prima fue retirando el agua de mi cuerpo mientras su sexo se mojaba. Al llegar a mi pene, le quité la toalla y levantándole la cara, le dije:
-¿Estaba hoy tan rico como ayer?-.
Tras unos momentos de turbación, me respondió sollozando que sí. Buscando derribar uno de sus últimos tabús, la tranquilicé acariciándole el pelo. Ella me miró con los ojos aún poblados de lágrimas y me preguntó:
-¿Desde cuándo lo sabes?-.
-Desde el primer día-.
Sus piernas se doblaron y sentándose en la taza, estalló a llorar exteriorizando su vergüenza. Anudándome la toalla, la levanté y entrando al trapo, le sonsaqué si se había corrido.
-Si-, me respondió.
Al escuchar su rendición, le dije:
-Dame tus bragas y así estaremos en paz-.
Incapaz de negarse, se las quitó y esperó a ver que iba a hacer con ellas. Nada más cogerlas, me las llevé a la nariz. El aroma a mujer inundó mis papilas y sabiendo que ella lo necesitaba, con mi lengua saboreé su flujo. Maria tuvo que cerrar sus piernas para no desvelar su deseo, momento que aproveché para decirle:
-Vamos a hacer un trato: Yo, todas las tardes te haré un regalo y en compensación, tú por las mañanas deberás entregarme la ropa interior que hayas usado durante la noche-.

Todavía abochornada, vio que era justo y que de esa manera éramos los dos, los que íbamos a compartir ese fetiche por lo que sonriendo me dio la mano sellando el acuerdo. Al verla irse meneando sus caderas, comprendí que podía ser cuestión de horas que ese portento acudiera a mí. Silbando mi triunfo, me vestí y poniendo su tanga en el bolsillo de mi chaqueta a modo de pañuelo, busqué a mi prima. La encontré en el salón, tarareando una canción mientras barría. Al fijarme en ella, me percaté que se la veía feliz. El saber que no solo no me había enfadado sino que era cómplice de su fantasía, la liberó. Cuando me vio, paró de cantar y regalándome una sonrisa, me preguntó a donde iba:

-Te equivocas primita, adonde vamos-, le respondí cogiéndola de la mano.
Muerta de risa, me pidió unos minutos para ponerse unas bragas. Pero cogiéndola en volandas, se lo prohibí y sin que pudiera hacer nada para evitarlo, la metí en el coche.
-¡Estás loco!-, me dijo abrochándose el cinturón, -la gente se va a dar cuenta de que no llevo nada debajo-.
-Te equivocas, solo tú y yo sabremos que tu tanga está en mi solapa-.
Sorprendida me miró la chaqueta porque hasta entonces no se había enterado de mi diablura y soltando una carcajada, me insultó diciendo:
-Además de cabrón, eres un pervertido-.
-Si-, respondí, -pero no te olvides que soy TU pervertido-.
Lejos de enfadarse, me devolvió una sonrisa mientras ponía en la radio un cd de los secretos. Por primera vez en dos años, María estaba contenta y sabiendo que no debía forzar la máquina decidí salir del pueblo y dirigirme hacia Puerto de Vega.  Durante los quince minutos que nos tomó llegar a esa población, no paré de decirle lo buenísima que estaba y lo tonta que había sido enterrándose en vida. Ella sin dejar de sonreír, me miró diciendo:
-Tienes toda la razón, pero gracias a ti he salido de mi encierro-.
Viendo que se ponía cursi, paré el coche y tomándola de los brazos, le dije:
-Yo estaré siempre ahí cuando me necesites, pero ahora es el momento que te liberes-.
-Te tomo la palabra-, me contestó y cambiando de tema, me preguntó a dónde íbamos. 
Al decirle que al bar Chicote, protestó diciendo que estaba en el muelle y que de seguro iba a estar atestado.
-Por eso-, respondí,-quiero que te sientas observada-.
-Capullo-.
-Zorra-.
-Sí, pero no te olvides que soy TU zorra-, me contestó usando mis mismas palabras mientras una de sus manos acariciaba mi pierna,
Al salir del coche, sus ojos brillaban por la excitación y sin quejarse me dio la mano, mientras entrabamos al local. Como había predicho, El Chicote estaba lleno por lo que tardamos unos minutos en llegar a la barra. Al preguntarle que quería, me dijo que un cubata porque necesitaba algo fuerte para pasar el trago.
-¿Tan mal te sientes?-, le contesté preocupado. 
-¡Que va!, lo que ocurre es que estoy empapada. Siento que todos saben que voy sin bragas y me encanta-.
-Pues disfruta-, le dije pasando mi mano por su trasero.
Al notar mi caricia, se pegó a mí diciendo:
-¡No seas malo!. Si me tocas,  voy a terminar corriéndome, y ¡no es eso lo que quieres!-.
-Todavía no. Querré que te corras el día que vengas a mí, de rodillas y pidiéndome que te tome. Ese día, me olvidaré que eres mi prima y te convertiré en mi mujer-.
Satisfecha con mi declaración de intenciones, pegando su pubis a mi entrepierna, me susurró al oído:
-¿Tiene que ser de día?, ¿no puede ser de noche?-.
-Estoy creando un monstruo-, le dije mientras  disimuladamente apretaba uno de sus pechos. –A este paso, te vas a convertir en una puta-.
-Ya te dije, si lo hago será tu culpa y yo, TU puta-.
Las siguientes dos horas fueron un combate de insinuaciones y caricias. María se lo estaba pasando en grande, retándome con la mirada mientras se exhibía ante la concurrencia. No paró de bailar ni de beber y ya un poco achispada, me pidió que nos retiráramos a  casa. En el coche, le pregunté si se sentía bien, a lo que me respondió que sí aunque un poco borracha. Fue entonces cuando me fijé que se le había subido la falda y que desde mi posición podía ver el inicio de su pubis. Mi sexo reaccionó saliendo de su modorra y solo el pantalón evitó que se irguiera por completo. Ella se dio cuenta y sonriendo me dijo si tenía algún problema.
-Yo no le respondí sino el camionero-, le respondí al percatarme que el conductor del tráiler que teníamos a la derecha en el semáforo, estaba disfrutando de una visión aún mejor que la mía, -o bien te bajas la falda, o te la subes para que el pobre hombre no sufra un tirón en su cuello-.
Mi prima se giró a ver a quien me refería y al ver la cara del buen hombre, riendo se subió el vestido y abriéndose de piernas, le mostró lo que  el tipo quería ver. No satisfecha con la cara de sorpresa, mojó uno de sus dedos en su sexo y descaradamente se lo chupó mientras le guiñaba un ojo. El camionero, tocando la bocina, agradeció a su manera el regalo recibido pero el objeto de su lujuria se había olvidado de él y mirándome, se destornillaba de risa en su asiento.
-¡Qué bruta estoy!-, me confesó al parar de reír.
-Por mí, no te cortes, si necesitas hacerlo -, respondí enfilando la carretera.
Poniendo cara de niña buena, me dijo que no sabía a qué me refería. Comprendí al instante, que quería que yo le ordenase por lo que prestando atención al camino, le dije:
-Quiero que te toques para mí-.
No se hizo de rogar, y bajando su mano por su pecho, pellizcó sus pezones mientras bromeando no paraba de maullar. Mirándola de reojo, observé como separaba sus rodillas y abriendo sus labios, me pedía permiso con sus ojos:
-¡Hazlo!-.
Mi orden desencadenó su deseo y sin prisa pero sin pausa, recorrió los pliegues de su sexo para concentrar toda la calentura que la dominaba en su entrepierna. Atónito presté atención a cómo con furia empezó a torturar su clítoris. Era alucinante verla restregándose sobre el asiento mientras con la otra mano se acariciaba los pechos. Los gemidos de mi prima no tardaron en acallar la canción de la radio y liberando sus miedos, se corrió sobre la tapicería.  Al terminar, pegándose su cuerpo al mío, me dio un beso mientras decía:
-Gracias, lo necesitaba-.
Asumiendo mi victoria, aparqué en el jardín y abriendo su puerta, le dije:
-La señora ha llegado sana, salva y empapada a casa-.
Soltó una carcajada al oír mi ocurrencia y meneando descaradamente su trasero, subió por las escaleras de la entrada principal. Al llegar al rellano, se dio la vuelta y plantándome un beso en los morros, me confesó que nunca en su vida se había sentido tan libre y que todo me lo debía a mí. No me quedó ninguna duda que mi prima buscaba con ese beso que le hiciera el amor pero sabiendo que necesitaba su entrega total, dándole un cachete en su culo desnudo le dije que era hora de irnos a dormir. Poniendo un puchero, se dio la vuelta y sin despedirse se fue a su cuarto.
No había acabado de desnudarme, cuando la vi aparecer por la puerta de mi habitación. Se había cambiado y volvía envuelta en un picardías transparente que no dejaba ningún resto a la imaginación. Sus pechos con sus negras aureolas y su pubis perfectamente recortado eran visibles a primera vista. Sabía a qué venía pero haciéndome el duro le pregunté qué quería. Como única respuesta, María deslizó los tirantes de su combinación y dejándola caer se quedó desnuda de pie, mirándome. Sin hacerla caso me tumbé y poniendo cara de extrañeza, dije:
-Algo más, ¡eso no es suficiente!-.

Comprendiendo a que me refería, se arrodilló y a gatas vino a mi lado, ronroneando de deseo al hacerlo. Lejos de parecer una gatita, mi prima me recordó a una pantera al acecho de  una presa, la cual se encontraba tumbada e indefensa en la cama. Al llegar hasta mí, restregó su cabeza contra mi brazo y poniendo voz dulce, susurró a mi oído:
-Esta cachorrita abandonada necesita un dueño. Tiene hambre y frio y las noches son muy largas-.
-Pobrecilla-, le contesté siguiendo la broma. -No comprendo cómo siendo tan hermosa no ha conseguido todavía a alguien que la mime-.
Mi prima se metió entre mis sábanas al sentir mi mano recorriendo sus pechos. Pegando su cuerpo, me besó mientras se restregaba buscando calmar la calentura que la dominaba. Al sentir que buscaba introducir mi pene en su sexo, la separé diciendo:
-Déjame a mí-.
Tenía a mi disposición el cuerpo que me había subyugado desde niño y no quería desaprovechar la oportunidad de disfrutar de él. Por eso colocándola frente a mí, fui besando y mordiendo su cuello con lentitud. La increíble belleza de sus pechos que me habían vuelto loco al regresar a Luarca, se me antojó aún más codiciada al percatarme que sus pezones esperaban erectos mis mimos. Acercando mi lengua a ellos, jugué con los bordes de su aureola antes de introducírmela en la boca. Satisfecho, escuché a mi prima suspirar cuando sin importarme que fuera moral o no, mamé de sus tesoros. María supo que tenía que permanecer inmóvil, deseaba sentirse mujer otra vez y mis caricias lo estaban consiguiendo.
No contento con ello, fui bajando por su cuerpo sin dejar de pellizcar sus pezones. La mujer al sentir que me aproximaba a su sexo, abrió sus piernas. Verla tan dispuesta, me maravilló y dejando un rastro húmedo, mi boca se entretuvo en la antesala de su pubis, mientras ella no dejaba de suspirar. Mi pene ya se encontraba a la máxima extensión cuando probé por vez primera su flujo directamente de su sexo. No me había apoderado de su clítoris cuando de su interior brotó un río ardiente de deseo. Llorando me informó que no podía más y que necesitaba ser tomada. Sonreí al oírla y haciendo caso omiso a sus ruegos, me dedique a mordisquear su botón mientras mis dedos se introducían en su vulva. Como si hubiese dado el banderazo de salida, el cuerpo de María empezó a convulsionar al apreciar los primeros síntomas del orgasmo. Convencido que de esa primera noche iba a depender que esa mujer se rindiera a mí, busqué su placer con mi lengua y bebiendo su lujuria prologué su climax mientras ella se retorcía entre mis brazos.
-No es posible-, sollozó al comprobar que se corría sin pausa dejando una húmeda mancha sobre las sabanas. -Te necesito-, gritó cogiendo mi cabeza y pegándola a su sexo.
Durante un cuarto de hora, no solté mi presa. Yendo de un orgasmo a otro sin descansar, mi prima se deshizo de todos sus tabúes y disfrutando por fin, cayó rendida a mis pies. Satisfecho me incorporé y besándola le pregunté si se arrepentía de haber cedido a su deseo:
-No-, me contestó con una sonrisa, -de lo que me arrepiento es de no haberlo hecho antes-.
Fue entonces cuando decidí formalizar su sumisión y pasando mi mano por su trasero, le di un azote mientras le ordenaba darse la vuelta. Incapaz de desobedecerme se tumbó boca abajo sin saber que era lo que quería hacerle. Sin pedirle permiso, separé sus nalgas para descubrir un esfínter rosado. Cogiendo con mi mano parte de su flujo, fui toqueteándolo ante su mirada alucinada. Se notaba que su ex nunca había hecho uso de él y saber que iba a ser yo el primero, me terminó de calentar.
-Tráete crema-, ordené a mi prima.
Dominada por la lujuria, María corrió a su baño y en breves instantes volvió con un bote de nívea entre sus manos. Sin tenérselo que recordar se puso a cuatro patas y abriendo sus dos cachetes, me demostró su obediencia. Con mis dedos llenos de crema, acaricié su esfínter mientras ella esperaba expectante mis maniobras. Buscando que fuese placentera su primera vez, introduje un dedo en su interior.
-¡Que gusto!-, gimió al sentir horadado su agujero.
Me sorprendió comprobar lo relajada que estaba y por eso casi sin pausa. Metí el segundo sin dejar de moverlo. Poco a poco, se fue dilatando mientras ella no dejaba de declamar el placer que la invadía. Comprendiendo que estaba dispuesta, embadurné mi pene y posando mi glande en su entrada, le pregunté si estaba lista.  Durante unos segundos dudó, pero entonces echándose hacia atrás se fue empalando lentamente sin quejarse. La lentitud con la que se introdujo toda mi extensión en su interior, me permitió sentir cada una de las rugosidades de su ano al ser desvirgado por mi pene. Solo cuando sintió la base de mi sexo chocando con sus nalgas, me pidió que la dejara acostumbrarse a esa invasión. Haciendo tiempo, cogí sus pechos entre mis manos y pellizcando sus pezones, le pedí que se masturbara.
No hizo falta que se lo repitiera dos veces, bajando su mano, empezó a acariciar su entrepierna a la par que empezaba a moverse. Moviendo sus caderas y sin sacar el intruso de sus entrañas, la mujer fue incrementando sus movimientos hasta que ya completamente relajada, me pidió que empezara. Cuidadosamente en un principio fui sacando y metiendo mi pene de su interior mientras ella no paraba de rozar su clítoris con sus dedos. Sus suspiros se fueron convirtiendo en gemidos y los gemidos en gritos de placer al sentir que incrementaba la velocidad de mis embestidas. Al cabo de unos minutos, mi presa totalmente entregada me pedía que   acrecentara el ritmo sin dejar de exteriorizar el goce que estaba experimentando.
Al percatarme que estaba completamente dilatada y que podía forzar mis estocadas, puse mis manos en sus hombros y atrayéndola hacía mí, la penetré sin contemplaciones. Completamente alucinada por el nuevo tipo de placer, María chilló a sentir que se volvía a correr y soltando una carcajada, me pidió que no parara:
-¿Te gusta putita?-, le dije dando un azote en su trasero.
-Me enloquece-, contestó al sentir el calor de mi golpe.
Percibiendo que mi azote había espoleado aún más su ardor, fui alternando mis acometidas con sonoras caricias a sus nalgas. Ella berreando me rogó que siguiera y como poseída, mordió la almohada levantando su trasero. Su enésimo orgasmo coincidió con el mío y rellenando su interior con mi simiente, me desplomé a su lado.
Exhaustos nos besamos y sin dejar de acariciarme, María esperó a que descansara, tras lo cual pasando su mano por mi pelo, me dijo:

-Tu cachorrita tiene el culo calentito pero sigue teniendo sed-.

Solté una carcajada al oírla al comprender que quería tomar de su envase original la blanca simiente de su liberación.

Relato erótico; “Mi obsesión por el culo de la profesora de mi hija” (POR GOLFO)

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El culo de la profesora.

No había padre que no volteara a ver el culo de esa profesora. Desde que mi hija entrara en la escuela, cada vez que iba a recogerla, no podía dejar de aprovechar la ocasión para echar una mirada a ese primor de trasero. Durante dos años, me había hecho multitud de pajas en su honor. No solo era  grande y duro, lo que en verdad enloquecía a los hombres era su manera de menearlo. Consciente y orgullosa de ser la dueña de semejante monumento, Patricia lo exhibía sin disimulo, vistiendo diminutas minifaldas y todavía más exiguos shorts.  Nadie era inmune. A todos, y yo no podía ser una excepción, se nos hacía agua la boca al disfrutar de la visión de esa morena cuando, con una sonrisa, nos entregaba a nuestros hijos.
Era joven, no tenía más que veinticinco años y aun así desprendía una madurez que te cautivaba. Con un culo espectacular, una cara preciosa, para colmo, la naturaleza le había dotado de unos pechos que te invitaban a meter la cabeza entre ellos. En resumen, esa muchacha era una mujer de bandera, de esas que adoran los padres y ponen celosas a las madres de todo el que tenga la suerte de ser su amigo.
Como mi niña era buena estudiante, nunca tuve que ir a verla, es más, creo que, si hiciera memoria, jamás hasta ese día, había cruzado cinco palabras seguidas con ella y por eso me sorprendió que, una tarde, la cuidadora de mi hija me entregara una nota suya. Extrañado, abrí el sobre donde me mandaba el mensaje. Al leerlo vi que lejos de ser una reprimenda a su  alumna, la profesora me decía que estaba impresionada de la capacidad de María y que quería saber si podía pasarme, por el colegio,  ese lunes a las tres.
Ni que decir tiene que le metí a mi chavala en su mochila una breve nota mía, confirmando la cita. Sin saber qué era lo que quería, no le di demasiada importancia, mandándolo al baúl de los recuerdos y no volví a pensar en ello hasta el día de la entrevista. Esa mañana al recordar que tenía que ir a verla, me vestí con mis mejores galas y hecho un pincel, fui a verla.
Al llegar, me dirigí directamente a la sala de profesores. Estaba cabreado conmigo mismo al darme cuenta que me estaba poniendo nervioso por el mero hecho de hablar con ella.
“Joder, Alberto, que no eres un crio”, me decía tratando de calmarme, “a tus treinta y cinco años no puedes ser tan idiota de alterarte por la idea de ver a esa mujer”.
Por mucho que lo intenté, seguía temblando como un flan, cuando toqué la puerta. Desde dentro, la profesora me pidió que pasara. Al entrar, me tranquilicé al ver que no se levantaba de la mesa, ya que así, no tendría que sufrir la tentación de verla en pie.
-Siéntese, por favor- dijo casi sin levantar la mirada del expediente que estaba leyendo. Su voz gruesa, casi masculina, era quizás más subyugante que su trasero y nuevamente excitado, tomé asiento.
Tardó todavía dos minutos en hacerme caso, ciento veinte segundos que solo sirvieron para incrementar mi deseo al darme la oportunidad de dar un rápido repaso a esa anatomía de película. Patricia se había puesto para la ocasión una escotada blusa que dejaba entrever las sensuales formas de su pecho.
“Mierda”, exclamé mentalmente al sentir que bajo mi pantalón, mi pene se empezaba a alborotar.
Afortunadamente, sus primeras palabras cortaron de cuajo mi entusiasmo.
-Es divorciado, ¿no?- soltó, haciéndome recordar el abandono de la zorra de mi mujer.
-Sí-
-¿Y tiene usted, la patria potestad de María?-
Bastante mosqueado por el interrogatorio, contesté afirmativamente y sin cortarme un pelo, me quejé de a que venía eso.
-Perdone mi falta de tacto, pero quería asegurarme antes de plantearle un asunto-, me dijo un tanto avergonzada, –Verá, el colegio ha seleccionado a su hija para que nos represente en una olimpiada de conocimientos y queremos pedirle su consentimiento-
No tuve más remedio que reconocerle que no tenía ni puñetera idea de lo que me estaba hablando. Ella, soltando una carcajada, me explicó que era un concurso a nivel nacional y que de aceptar mi niña, durante todo un fin de semana, competiría con los mejores expedientes del país.
-Le aconsejo que la deje ir, si gana se llevaría una beca-
Sin necesitar dicha ayuda, comprendí que además de ser un honor, era una oportunidad y por eso, no puse  traba alguna y casi sin leer, firmé los papeles que la muchacha me puso enfrente. Ya me había despedido, cuando desde la puerta recordé que no sabía cuándo ni dónde iba a tener lugar.
-El uno de marzo en Santander-
Alucinado que se tuviera que desplazar tan lejos, pregunté quien la iba a acompañar:
-Por eso no se preocupe- contestó sin saber lo que su respuesta iba a provocar en mí: -El colegio se hace cargo de mi estancia  y la de ustedes dos-
“¡Puta madre!”, mascullé entre dientes al pensar en la tortura que supondría pasar todo un fin de semana con ese bombón. Sabiendo que era inalcanzable, esos dos días serían una dura prueba a superar. De nuevo le dije adiós, pero esta vez, salí huyendo y ya en el coche, idílicas imágenes de esa mujer entregándose a mis brazos, poblaron mi imaginación.
Clases extra.
Quedaban dos meses para el concurso, por lo que, supuse que con el paso de los días, me iba a ir serenando. ¡Qué equivocado estaba!. Esa misma tarde, mientras estaba en la oficina, recibí una llamada suya al móvil. En ella, me informó que, como el director estaba muy interesado en ganar, había autorizado a que después del horario normal, María recibiera clases extra. Tal y como lo planteó, me pareció lógico pero tuve que negarme:
-Lo siento es imposible, la cuidadora de mi hija termina su turno a las seis y si se queda más tiempo en el colegio, no tengo a nadie que la recoja-
-Por eso no se preocupe- contestó, -había pensado en dárselas en mi casa y que usted, al salir de trabajar, la recogiera sobre las ocho-
Comprendiendo que aunque perdiera, ese refuerzo redundaría en beneficio de la cría, no pude negarme y aceptando, le pregunté qué días iban a ser:
-Martes y jueves- respondió y tras titubear un poco, me pidió que no hablara con los otros padres sobre ello – Sabe cómo es la gente, si se enteraran, se quejarían de que sus hijos no reciben el mismo trato-.
-No se preocupe- respondí y pidiéndole la dirección donde recoger a mi hija al día siguiente, colgué el teléfono.
“Hay que joderse”, pensé mientras volvía a concentrarme en mi pantalla del ordenador, “¿cómo coño voy a hacer para no ponerme bruto cada vez que la vea?”.
Gracias a que mi secretaria entró con unos cheques para firmar, no seguí reconcomiéndome con la idea. Tres horas más tarde, al llegar a mi apartamento, mi hija estaba encantada. Patricia le había explicado que dos días a la semana, iba a  darle clase en su casa.
Aproveché ese momento para preguntarle por ella. María, sin saber las motivaciones de esa pregunta, me contestó que le tenía enchufe y que era muy cariñosa con ella. Lo que no me esperaba es que la cría me soltara que su profesora llevaba todo el año preguntando por mí. Alucinado, tuve que indagar en su respuesta y sin darle importancia, dejé caer a que se refería:
-Papá, creo que le gustas- respondió soltando una risita -esta tarde me sonsacó si tenías novia- .
La confidencia de la niña de diez años me turbó y cambiando de tema, le dije que ese fin de semana íbamos a ver a la abuela. María adoraba a mi madre por lo que el resto de la cena, estuvimos planeando la visita. Aunque ella se había olvidado de la conversación, yo no pude. Y al meterme en la cama, no pude evitar imaginarme como sería ese estupendo culo al natural. Soñando que la poseía y derramándome sobre las sábanas, me corrí.
Al día siguiente, me levanté cansado. No había podido dormir, cada vez que intentaba conciliar el sueño, veía a Patricia desnuda susurrándome que la hiciera mía. No sé cuántas veces soñé con ella, esa noche, aunque fuera fantaseando, la tomé de todas las formas imaginables. Habíamos hecho el amor dulcemente, salvajemente e incluso, durante esas horas, había desvirgado ese trasero que me traía loco. 
Durante todo el día, estuve irritable. Saltaba como un energúmeno ante la más nimia contrariedad, mi propio socio, en un momento dado, me preguntó que me pasaba. Al contárselo, se descojonó de mí, diciendo:
-Macho, no te comprendo. Si está tan buena como dices, ¡qué haces que no le saltas al cuello!-.
-Ojalá pudiera. Ante ella, me quedo como un idiota, parado, sin saber que hacer-.
-Pues fóllatela, que falta te hace. Llevas demasiado tiempo sin tener a una mujer en tus brazos- respondió dando por zanjada la conversación.
“¿Follármela?, ¡si ni siquiera puedo hablar con ella, sin que se me ponga la piel de gallina!”, me recriminé dándolo por perdido. 
A las ocho, llegué puntualmente a su dirección y tocando al telefonillo, le dije que había llegado. Patricia me pidió que subiera, porque aún les quedaba diez minutos para terminar la lección. Cogiendo el ascensor, los nervios me atenazaban el estómago. Tratando de sosegar mi ánimo, me acomodé la corbata ante el espejo y al mirarme, comprendí que era inútil el soñar que esa mujer se fijara en mí. No solo era la diferencia de edad, mientras ella era un portento, yo era uno del montón.
Al salir, la profesora me esperaba en el zaguán. Vestida con un pijama de franela, lejos de menguar su atractivo, se incrementaba, al dotarle de un aspecto aniñado. Contra su costumbre de saludar con la mano, Patricia me dio un beso en la mejilla y sin más, me llevó a su salón:
-¿Quieres algo?- me preguntó tuteándome por primera vez, -María va a tardar un rato.
-No, muchas gracias. Estoy bien- respondí cortado.
Ella sonrió y dejándome, se marchó a terminar. Aprovechando que estaba solo, me puse a fisgonear las fotos de la habitación, buscando algún indicio que me permitiera conocer más a esa mujer. Pude averiguar poca cosa, porque la mayoría de ellas eran de la clase de mi hija. Solo cuando ya había perdido la esperanza, observé que, sobre una mesa camilla, había una en la que aparecía en bikini.
Incapaz de contenerme, la cogí en mis manos y totalmente excitado, disfruté al verla casi desnuda. Quien hubiese tomado esa instantánea, la había pedido que adoptara una pose sensual. Con los brazos alzados, la postura me permitió regocijarme en sus pechos. Tapados únicamente por un triángulo de tela, se podía comprobar la perfección de sus formas. Tan absorto me quedé, que no me di cuenta de que mi hija y su profesora habían terminado y me miraban desde la puerta. Abochornado, devolví la foto a su lugar y despidiéndome, cogí a mi cría y me fui.
“¡Qué vergüenza!”, pensé ya en el coche, “se ha dado cuenta  que me pone como una moto”.
Pensando que me había pasado y que de nada servía pedir perdón, porque eso solo empeoraría las cosas, decidí no repetir el mismo error. Ni que decir tiene que esa noche al meterme en la cama, volví a soñar con ella y dando vía libre a mi lujuria, me masturbé en su honor.
Me dejo llevar por su juego.
Dos días después, comprendí que esa mujer no solo no se había sentido molesta por el repaso que había dado a su anatomía a través de la foto, sino que se había sentido alagada. Os preguntareis el porqué de mi afirmación, pues, muy fácil:
Ese  jueves, al llegar a su casa, nuevamente Patricia me pidió que subiera y como si fuera un calco de lo ocurrido el martes, me dejó solo en el salón. Al mirar la mesa donde estaba en bikini, me percaté que dicha foto ya no estaba pero lejos de apenarme su ausencia, alucinado, descubrí que había dejado otras dos en su lugar.  Si ya era sensual la anterior, con gozo, disfruté de sus sustitutas. La primera de ellas era  un primer plano de su culo. Los granos de arena blanca pegados a las nalgas de esa mujer hacían contraste con lo moreno de su piel. Mi pene salió de su letargo al verla pero se irguió dolorosamente dentro de mi pantalón al regocijarme en la segunda. Esta era aún más explícita, ya que, era una pose artística donde la dueña de la casa aparecía completamente desnuda, tapándose con sus manos los pechos y la entrepierna.
“¿A qué coño juega?”, me pregunté sabiendo que no era fortuito el cambio y temiendo que me volvieran a pillar, volví a dejarlas en su lugar.
Cuando llegó con mi hija, lo primero que hizo al entrar fue mirar hacia las fotos y al ver que estaban descolocadas, sonrió. Acto seguido, me miró para comprobar con sus propios ojos si me había visto afectado. El bulto de mi cremallera me traicionó y ella sin hacer ningún comentario, nos acompañó a la puerta. Al despedirse de mí, rozó su cuerpo contra el mío mientras me informaba de los progresos de mi hija. Juro que estuve a un tris de acariciarla, pero la presencia de María lo evitó y completamente excitado, cogí el ascensor.
Durante el fin de semana no pude abstraerme de ella, cada vez que tenía un momento de tranquilidad, volvía a mi mente las sugerentes imágenes que esa mujer me había regalado.  Tenía que hacer algo, no podía dejar de pensar en cómo atacarla. Temiendo haberme equivocado y que fuera una coincidencia, decidí esperar y ver como se desarrollaban los acontecimientos.
La confirmación de que la profesora de mi hija estaba jugando con fuego, llegó al martes siguiente, porque al abrirme la puerta, me quedé de piedra al comprobar que llevaba un coqueto picardías casi transparente. No me cupo duda que se dio cuenta que me quedé observando sus negras aureolas porque estas se erizaron al sentir la caricia de mi mirada. Sonriendo, me besó en la mejilla y haciéndome pasar a la habitación, me soltó antes de irse:
-Que las disfrutes-.
No había cerrado aún la puerta cuando yo ya tenía en mis manos las fotos que habían sustituido a las anteriores. En esta ocasión, su regalo consistía en una serie de instantáneas donde aparecía luciendo un blusón aún más atrevido que el de esa noche.  De todas ellas, la que más me enervó fue una en la que sentada en una silla, con las piernas abiertas, se pellizcaba los pezones por encima de la tela. Sin llegar a ser porno, la serie de fotografías era francamente erótica y con ellas en la mano, me fui al baño a cascarme una paja.
Cinco minutos después, ya relajado, las devolví a su lugar y poniendo sobre la mesa una tarjeta mía, le escribí una nota en la que le decía que me habían encantado, dejándole mi dirección de correo electrónico. Dando un salto en nuestra relación, al despedirme, dejé durante unos instantes que mi mano se recreara en su trasero. Ella, al sentir mi caricia, no se apartó pero protestó, susurrándome al oído:
-Ahora, no. Está la niña–.
Ya en el coche, estaba sorprendido de haber tenido el valor de tocarle el culo pero más de su respuesta. Patricia me había dejado claro que solo le había molestado que lo hiciera en presencia de mi hija. ¡Ese pedazo de mujer claramente estaba tonteando conmigo!. Ajena a la consternación que sentía su padre, María me estaba contando que, gracias a Patricia, había sacado otro diez en matemáticas y que para compensárselo, la había invitado a cenar.
-¿Cuándo?- respondí temiendo que fuera esa misma noche.
-Este viernes, Papá. Patricia me ha pedido que le llames para confirmar-, me dijo alegremente-.
“¡Menos mal!”, suspiré aliviado pensando que no quiso contrariar a la niña y por eso, lo de la llamada, prefiere que sea yo quien le dijera que no podía ser.
Esperé que se metiera a la cama para llamar a su profesora, en parte, porque me daba corte que me echara en cara el magreo. Sin tenerlas todas conmigo, le marqué a su móvil.
-¿Si?-, dijo al contestar.
-Patricia, soy Alberto, el padre de María-.
-Ah, gracias por llamar, solo quería saber que querías que llevara. Me da vergüenza ir con las manos vacías-.
-No hace falta que traigas nada-, respondí tartamudeando por la sorpresa que quisiera venir.
-Vale, cómo pasado mañana tienes que recoger a la niña, ¿si te parece hablamos?-.
-¿Hablar de qué?-.

Riéndose, me contestó:

-Del correo que te acabo de mandar- y sin darme tiempo a preguntar, me colgó.
La curiosidad venció a mi pereza, sabiendo que podía ser importante, fui a mi portátil y lo encendí. Jamás me había parecido tan lento el puñetero ordenador. Me urgía ver que esa mujer me había mandado y desesperado, tuve que aguantar que el Windows se abriera. Tres minutos después pude, por fin, entrar en mi cuenta. Al desplegarse el correo de entrada, vi que no me había mentido al decirme que me había dado un mensaje.
Nervioso por lo que significaba, lo abrí para descubrir que me mandaba la dirección y la clave de un Dropbox.
“Joder”, farfullé mientras tecleaba la dirección.
Sin saber qué era lo que me iba a encontrar, vi que había tres archivos. Un video y dos documentos. La profesora había previsto el orden de apertura, de manera que tecleé el que tenía por nombre “Primero en abrir”.
Era una carta. Temblando hasta la medula, empecé a leerla:
Alberto:
He querido escribirte este mensaje porque me da vergüenza decírtelo en persona. Aunque todo el mundo piensa que soy una mujer sin problemas para conseguir el hombre que desea. Es falso, desde cría, les he dado miedo.
El más claro ejemplo eres tú. Llevo dos años enamorada de ti y por mucho que intenté que me hicieras caso, no lo conseguí. Al principio solo me reía cada vez que me comías con la vista, pero poco a poco fui cayendo en tu juego y ahora no puedo evitar estremecerme cada vez que me miras.
Eres todo lo que puedo desear. Maduro, guapo, rico y encima tienes buenos genes. Tu niña que me tiene  subyugada, es la hija que siempre he querido tener. No sabes las veces que he soñado que los tres formábamos una familia, por eso cuando me enteré del concurso, decidí aprovecharlo para conquistarte.
Supuse que sería lento conseguirlo, pero has cometido un error y no pienso dejarte escapar. Eres mío y estás en mis manos. Mira el video tan entretenido que te mando, no creo que quieras que llegue a los otros padres o a tus clientes, podrías perder hasta la patria potestad. Siento usarlo, pero estoy cansada de que no me hagas caso.
Para que no te enfades mucho, te envió en el otro Word, unas fotos mías. ¡Seguro que reconoces el camisón!
Un beso de tu novia
Patricia.
p.d. Me he corrido viéndote. Quiero tener  una foto tuya de cuerpo entero, a ser posible, desnudo y con una erección.
-¡Será hija de puta!- grité al suponer en qué consistía el video.
Mis temores se vieron confirmados al visionar el archivo. La zorra me había grabado masturbándome en su baño, incluso se había permitido acercar el enfoque y sacar un primer plano de mi cara, mientras daba rienda a mi lujuria.
“¡Me tiene cogido de los huevos!”, pensé al verlo. “cualquiera que lo vea, supondrá que la estoy acosando y que ella es una pobre víctima”. No en vano, ese video probaba que la escena se desarrollaba en su casa y que las fotos eran de ella. “Si no le sigo la corriente, o bien me monta una demanda o lo que es peor, se lo envía a la guarra de mi ex y pierdo a mi hija”.
Si la hubiera tenido enfrente, la hubiese matado. Hecho un energúmeno, me fui al salón y cogiendo una botella de whisky, me serví una copa, tratando de tranquilizarme. Apurando el vaso, busqué una vía de escape pero no pude encontrarla. No podía sustraerme a su chantaje, cualquier movimiento por mi parte en contra de ella, lo único que provocaría sería mi desgracia y  por eso, con la tranquilidad que da el saberse sin esperanza, volví a releer esa mierda de carta. La muy perra no se cortaba un pelo, después de confesar un supuesto enamoramiento, no solo me amenazaba, sino que haciendo uso del más infame chantaje, dejaba claras sus intenciones. Aunque sonase a una locura, ¡Patricia me quería de pareja! Con el orgullo herido, tuve que reconocer que yo soñaba con seducirla, pero  después de recibir ese correo, era odio lo que esa mujer me trasmitía. Podía ser bellísima pero era una arpía.
Sin ganas de saber que era el tercer archivo lo abrí.
Cómo me anticipó consistía en unas fotos eróticas de ella, vistiendo el camisón de esa noche. Mecánicamente y sin producirme ningún morbo, fui pasando de una instantánea a otra. Patricia me había enviado varias series divididas por secuencias. En la primera, con el rostro difuminado, miraba una pantalla donde se reproducía mi masturbación. La segunda serie consistía en striptease donde no aparecía su cara y la tercera era una imagen de ella con el camisón empapado.
“Se ha cuidado de no mandar nada que me pueda servir en su contra”, medité mientras cerraba el ordenador, “no tiene un pelo de tonta”.
Con la moral por el suelo, me metí en la cama, esperando que el nuevo día me inspirara y se me ocurriera cómo contrarrestarla.
Mi claudicación
Cómo es evidente, esa noche dormí fatal. Cada vez que intentaba conciliar el sueño, Patricia aparecía vestida de domina y fusta en mano me obligaba a cometer todo tipo de aberraciones. Bajo su mando, me tiré a una pastor alemán. Siguiendo sus órdenes, bebí sus orines. Fui sodomizado…
Pesadilla tras pesadilla, me vi envuelto en un ambiente de degradación y humillación que si, en vez de ser una invención onírica, fuera realidad, me hubiera llevado al borde del suicidio. Cansado, me duché y tras dar de desayunar a mi pequeña, me fui al trabajo. Es fácil de imaginar que esa mañana agradecí la llegada de la cuidadora. Aunque nunca fallaba, uno de los horrores que soñé consistió en llevar al colegio a María y que en la puerta de su clase, Patricia me obligara a arrodillarme a sus pies con todos los niños y padres riéndose de mí.
Estaba en el coche a punto de llegar a mi oficina, cuando escuché el sonido de un mensaje. Creyendo que era del curro, lo leí:
Cariño: He abierto mi mail y no tenía lo que te pedí. ¿No querrás que me enfade? Te doy hasta las dos para que me lo hagas llegar. Te quiere. Tu novia-
“¡Maldita zorra!”, me lamenté golpeando el volante con mi cabeza,  “no me va a dejar ni respirar”.
Si cedía, me tendría en sus garras pero sino lo hacía y me mantenía en mis trece, iba abocado hacia el desastre. Estuve a punto de pedir consejo a Gonzalo, mi socio, pero la vergüenza de reconocer que era un pelele ante ella, evitó que lo hiciera. Después de un rato encerrado en mi despacho,  entendí que lo mejor que podía hacer era ganar tiempo y por eso, entrando en mi baño, me desnudé y tomándome una foto de cuello para abajo, se la mandé. Estaba cumpliendo su exigencia a medias, sin comprometerme más de lo que ya estaba. Nadie podía reconocerme.
No tardé en recibir su respuesta:
-¡Eres malo conmigo! Quería tener una foto de tu pene erecto que mirar en mi teléfono, pero no te preocupes tenemos toda la vida para que me la mandes. Te echo de menos.  P. D. No sabes las ganas que tengo de conocer a mi suegra-.
“Menuda puta”, mascullé al terminar de leer, “¡Tengo que investigar su vida! Seguro que esto que me está haciendo, lo ha hecho antes”.
Esperanzado en averiguar algo de su pasado que me sirviera para sacudirme su presión, llamé al detective que usábamos en mi empresa para sacar los trapos sucios de los que queríamos despedir. José, acostumbrado a los peculiares pedidos de sus clientes, no puso objeción en investigar todo lo relacionado con esa profesora, ya se despedía cuando le expliqué que era importante y que no me importaba el coste sino los resultados.
-Comprendo- respondió desde el otro lado del teléfono.
Cómo no podía hacer otra cosa que esperar, me sumergí en el día a día y no volví a pensar en ella, hasta que comiendo con mi socio, este me preguntó:
-Alberto, ¿Qué tal tu cacería? ¿Alguna novedad?-
-No te entiendo- solté al no saber a qué se refería.
-Joder, pareces tonto. Esa profesora que te trae loco, ¿Ya le has pedido salir?-contestó muerto de risa.
Frunciendo el ceño, hice como si no hubiese oído. Gonzalo, suponiendo erróneamente que me había dado calabazas, cambió de tema al ver mi turbación. Mi irritación de ese momento, no venía del chantaje, sino que por primera vez me di cuenta que mi hija se pasaba con esa loca casi todo el día. A punto de ir al colegio a sacarla, tuve que aguantarme toda la tarde y que fuera su cuidadora quién lo hiciera.
Ya en casa, María sonrió al decirme que Patricia me mandaba saludos. Tuve que contestarle que se los devolviera de mi parte, no podía explicarle lo que esa zorra me estaba haciendo. No me costó percatarme que mi hija estaba encantada de ser la enchufada de esa mujer.
-Patricia me quiere mucho- se quejó cuando le hice ver que solo era la profesora. 
Sin saber cómo comportarme, le di de cenar. Estaba viendo la televisión, cuando escuche que esa zorra me había mandado otro mensaje:
-Que duermas bien, cariño. Tengo ganas de verte-
Hecho una furia me fui a dormir. Me había jodido la película.
A la mañana siguiente, me levanté con nuevos ánimos. Había conseguido descansar  y eso me permitió enfrentarme a ese día sin depresión, de manera, que durante toda esa jornada no pensé más en ella. Al llegar la hora de ir a recoger a mi cría, decidí mantenerme firme pero sin romper la baraja. Estaba convencido que, en pocos días, el detective me entregaría información con la que colocarla en su lugar. Increíblemente ese día no hubo tráfico y por eso llegué con antelación. Como de nada servía esperar, me bajé del coche y tocando su telefonillo, fui a enfrentarme con ella.
Patricia me recibió con una bata. Se la veía alegre y nada más verme, me dio un beso en los labios. No colaboré en su juego y separándola, le pregunté por María.
-Está estudiando, aún le falta media hora- me susurró al oído.
La ausencia de mi hija me dio los arrestos necesarios para plantarme y cogiéndola del brazo, le exigí que me dejara en paz.
-No pienso hacerlo- respondió con un brillo en  los ojos que no supe interpretar – pensarás que soy una zorra, pero estás equivocado. Desde que me enamoré de ti, no he estado con otro hombre-
-Y eso a mí qué me importa- protesté elevando la voz.
-Sssss, no querrás que tu hija se entere de nuestra primera discusión de pareja-  contestó con desparpajo y poniendo cara de viciosa, me soltó: -Para que veas que no estoy enfadada, tengo un regalo que hacerte. ¡Sígueme!-
Alucinado la acompañé hasta el baño. Una vez allí Patricia me hizo sentarme en la taza y cerrando la puerta, me informó:
-Voy a ducharme- sin darme tiempo a reaccionar, se desanudó la bata y mirándome a los ojos, se la fue abriendo mientras me decía –No te engañes, llevas años deseándome. Te hago un favor al forzarte-
No pude dejar de observarla. Coquetamente dejó caer la tela, quedando desnuda a mi lado. Por primera vez, la veía en cueros y tuve claro que no desmerecía a lo que me había imaginado. Con un cuerpo espectacular, sus pechos eran una locura. Grandes y bien colocados estaban adornados por unas aureolas negras que invitaban a llevárselas a la boca, pero lo que me dejó anonadado fue su culo. Sus nalgas fueron creadas para el deleite de los humanos. Ya fuera un hombre o una mujer quien tuviese la suerte de contemplarlas, no podría quedar indiferente. Duras y perfectamente contorneadas se me antojaron maravillosas.
Ella, sonriendo, se metió en la ducha y abriendo el grifo, empezó a enjabonarse. Aunque seguía encabronado, no pude evitar que mi pene reaccionara ante esa visión y más excitado de lo que me gustaría reconocer, seguí embobado cada gota de jabón que se deslizaba por su piel.
-Fíjate en como me pone que me mires- me espetó señalando sus pezones.
Sé que debería haberme ido de ese baño pero no pude. Ver a esa mujer pellizcándose los pechos mientras me miraba, era algo cautivador y   cayéndose mi baba, me quedé sentado. Hasta su sexo era bello, perfectamente recortado, el breve triangulo me pedía que lo comiera.
Patricia aprovechó mi debilidad y llevando su mano a la entrepierna, me dijo:
-Mañana en la cena, deberás explicar a tu hija que somos novios. María necesita una madre-.
Exasperado por sus palabras, no pude ni intentar huir. Aunque parezca una aberración, disfruté al verla masturbarse sin ningún pudor. Lo que había empezado como un suave toqueteo, se convirtió en un arrebato de pasión. Dejándose llevar, la profesora separó sus rodillas y sin dejar de observarme, torturó su ya henchido clítoris. Los suaves suspiros fueron transmutándose en profundos gemidos y completamente inmerso en la escena, no quité ojo de cómo el flujo fruto de su orgasmo se diluía con el agua jabonosa que recorría su piel.
“¡Que buena está!”, avergonzado, reconocí.
Patricia saliendo de la ducha, me pidió que le acercara la toalla. Como autómata, se la di sin poder retirar mi mirada de su piel. Deseaba dejar de fingir y hundir mi cara entre sus pechos. Ella, consciente del efecto que estaba provocando, se deleitó exhibiendo su hermosura.
-¿Te gusta lo que ves?- preguntó mientras comprobaba la dureza de mi pene por encima del pantalón.
-Si- confesé sin poder evitar echar una ojeada a su trasero.
-¡Será tuyo! Pero tienes que ganártelo- respondió soltando una carcajada.
Reconociendo mi derrota, vi cómo se ponía un albornoz y sin protestar, la seguí adonde estudiaba mi niña. Había llegado a su apartamento con el firme propósito de no ceder y en menos de quince minutos, esa mujer le había dado la vuelta a la tortilla y me volvía a tener en su poder. Si ya fue dura mi humillación, peor fue comprobar el cariño correspondido con el que trataba a María. Mi hija dándole un abrazo, se despidió de ella mientras su profesora le hacía una carantoña en la cabeza.
-¿Ves lo que te digo?, vamos a ser una familia- me susurró en voz baja mientras pegaba su pecho al mío. –Te veo mañana, ¡tengo ganas de conocer donde voy a vivir contigo!-
Con la moral por los suelos, cogí a mi niña y salí despavorido. No había llegado al coche cuando escuché el aviso de un mensaje. Sabiendo que era de ella, lo leí:
-Cariño: me has puesto brutísima, esta noche soñaré que me haces el amor –

Mi entrega

Me avergüenza reconocerlo pero esa noche, soñé con ella. No fui capaz de reprimir que mi mente divagara y que mi cuerpo se liberara pensando que compartía con Patricia una idílica velada. Su piel, su trasero y sus pechos fueron míos. Obviando su chantaje, fuimos dos amantes entregados a una mutua pasión que desbordaba lo meramente sexual y se nutría de un supuesto afecto que, de estar despierto, hubiera negado.
Cansado pero sobretodo abochornado por mi entrega, me levanté por la mañana. Quedaban pocas horas para que esa chantajista, durante la cena, tomara las riendas de mi vida y por eso, nada más llegar a la oficina llamé al detective.
-José, ¿tienes algo?-
-Jefe, no sé qué busca pero dudo que lo encuentre. La tipa está limpia. A simple vista parece la hija ideal que todo padre quisiera tener. Excelente expediente académico, bien considerada por sus jefes, nunca ha sido ni denunciada ni demandada. Para que se haga una idea, no tiene ni multas de tráfico-
-¿Has investigado sus finanzas?- pregunté pensando, quizás, que en el pasado su chantaje hubiese tenido un aspecto económico.
-¡Claro! pero tampoco. Hija de un abogado importante de Valladolid, he revisado los cinco últimos años y lo único destacable es que su padre la estuvo manteniendo hasta hace poco. Ya sabe, es la clásica niña bien de provincias-
Desesperado por la falta de resultados, le pregunté si al menos tenía constancia de algún hombre en su vida.  El investigador carraspeó antes de responder y sin estar seguro de cómo enfocarlo, me soltó:
-Alberto, desde que me avisó, el único varón con el que ha estado, ha sido usted. Disculpe mi atrevimiento: ¿Teme que le esté poniendo cuernos?. Comprendo sus dudas, es una mujer joven y guapa-.
Al no poder explicar que esa zorra me tenía agarrado de los huevos, por mucho que negué cualquier relación romántica, sé que no me creyó y dándome por vencido, le agradecí sus esfuerzos. Colgando el puto teléfono, comprendí que estaba solo. Tenía que resolver mis problemas sin esperar ayuda ajena.
En ese momento y como si fuera una premonición, me llegó otro mensaje:
-Cariño: Esta tarde quiero que, antes de ir a cenar, me acompañes a un sitio. Te espero a las siete en mi casa. Un beso apasionado de tu novia-
Haciendo tiempo,  dediqué todas mis energías a trabajar. Enfrascado en la faena cotidiana, el día se me pasó volando y sin darme cuenta, dieron las seis de la tarde. Cómo María estaría con la cuidadora hasta que llegásemos a cenar, al salir de la oficina me dirigí directamente al apartamento de Patricia. Tras estacionar en frente, toqué su telefonillo.
-Ahora bajo- me contestó. En su tono se notaba que esa puta estaba alegre.
Temblando como un crío, esperé a que saliera del portal y cuando lo hizo, me dejó pasmado. Mi extorsionadora se había vestido a conciencia. Enfundada en un entallado traje negro, sus curvas eran más atractivas que nunca y lo peor es que ella lo sabía.
-¿No me das un beso?- murmuró pegándose a mí.
No pude rechazarla y cogiéndola entre mis brazos, la besé. Su boca se abrió para recibir mi lengua y con una pasión desbordada, frotó su pubis contra mi sexo. Mi reacción fue coger entre mis manos el culo que tanto deseaba desde hacía dos años y sin importarme que nos vieran los viandantes que poblaban su calle a esa hora, amasarlo como si la vida me fuera en ello:
-Sigue, me excita- respondió bajando la cremallera de su pecho, dejándome recrearme en su generoso escote.
Sus palabras consiguieron el efecto contrario y separándome de ella, le pregunté dónde íbamos:
-¡Aguafiestas!- se quejó al comprender que no iba a seguir colaborando en esa diversión callejera. –Me vas a llevar a despedirme de unos amigos-.
Ya en el coche, al insistirle que me dijera nuestro destino, pasó de mí y sin revelar sus intenciones, me fue señalando el camino durante veinte minutos. Estábamos a punto de  llegar cuando comprendí adonde me llevaba:
-¿Qué coño quieres hacer en la Casa de Campo? A estas horas solo hay putas y pajeros- protesté parando el coche.
Patricia sonrió y pasando su mano por mi bragueta, se acurrucó sobre mi pecho al decirme:
-Recuerdas que te conté que desde que me enamoré de ti, ningún hombre me había puesto las manos encima, pues no te mentí.  He buscado sosegar mi sexualidad  de una forma poco ortodoxa-
-No te entiendo ¿De qué hablas?-
-Tú sigue mientras te cuento- respondió mientras se deshacía de mi cinturón. Horrorizado, me percaté de sus intenciones al abrirme el pantalón y acariciar con sus manos mi ya erecto sexo – Te vas a escandalizar pero no puedo evitar ser una calentorra. Vengo a despedirme de unos amigos que me han hecho más llevadera mi abstinencia. ¡Tuerce a la derecha y aparca cuando puedas!-
Tal y como me temía ese lugar estaba infestado de mirones, no llevábamos un minuto en ese claro cuando dos tipos se acercaron a ver a la pareja que acababa de llegar. Lo que no me esperaba fue que uno de ellos, dando un grito, dijera:
-Muchachos, ¡Es la morena buenorra!-.
Como buitres cayendo sobre una vaca muerta, una docena de esos ejemplares rodearon el coche. Estaba a punto de arrancar y salir despavorido cuando Patricia me quitó las llaves y se confesó:
-Esos son mis amigos, cada viernes durante un año, he venido a este sitio en busca de placer. Con las ventanas cerradas, me he desnudado y masturbado para ellos, pensando que era tu pene el que se descargaba contra el cristal. Vengo a despedirme de ellos, ya no los necesito. Te tengo a ti-
Y sin esperar a que asimilara sus palabras, se fue desnudando ante los ojos inyectados de lujuria de esos “sus” amigos.
-Tócame, ¡Qué vean que ya no estoy sola!- chilló mientras se quitaba el sujetador.
Me quedé paralizado al ver cómo se pellizcaba los pezones. Implorando mis caricias, gimió cogiendo mi mano y llevándola hasta una de sus negras aureolas. Sin dejar de estar cortado, mis dedos recorrieron sus pechos mientras ella suspiraba completamente excitada. Sus ruegos me estaban volviendo locos y venciendo a la vergüenza que me embargaba,  sopesé uno de ellos y apretando entre mis yemas el botón que lo coronaba, me quedé mirando su reacción.
Casi gritando, me pidió que continuara. Su entrega me cabreó y buscando que comprendiera de una puta vez que yo no era el tipo de hombre que ella necesitaba, incrementé la presión hasta convertir mi pellizco en doloroso.
-Te quiero- sollozó con lágrimas en sus ojos – Tómame-
Hecho una furia, desgarré su vestido y asiendo su tanga con mi mano, lo destrocé sin importarme sus gritos.
-Serás puta- dije llevando su cabeza a mi entrepierna.
Ella comprendió mis intenciones y sacando mi pene de su encierro, lo empezó a besar mientras me decía cuánto había deseado hacerlo. No me explico todavía por qué, pero al verla tan entregada, me tranquilicé y acomodándome en el asiento, dejé que se apoderara de él. Con una lentitud pasmosa, fue engullendo mi sexo hasta hacerlo desaparecer en su interior.
La calidez de su boca terminó de demoler mis reparos y pasando mis manos por su cuerpo, empecé a acariciarla. Me vi sorprendido por la fuerza de su orgasmo. Sin casi tocarla, Patricia se había corrido ante mis primeras maniobras. Creí que se conformaría con ello, pero la muchacha no esperó a reponerse e incrementando la velocidad de su manada, buscó devolverme el placer.
Los doce rostros pegados contra el parabrisas fueron testigos de cómo esa morena se afanaba con mi miembro. Nunca creí que pudiera ser coparticipe de algo semejante. Pene en mano, nuestra anónima concurrencia se deleitaba escudriñándonos en la oscuridad. Cualquier de ellos hubiera dado su vida por estar en ese preciso instante en mi lugar.
Patricia estaba en su salsa. Seducida por su papel, le encantaba sentirse observada y agradeciendo la fidelidad de esos hombres, se llevó su mano a su sexo y separando con los dedos los labios de su pubis, se empezó a masturbar. Su segundo orgasmo llegó de improviso y convulsionando, empapó la tapicería del vehículo. La audiencia contagiada de su fervor babeaba mientras sus vergüenzas se aireaban en el exterior.
El primer impacto de semen contra el cristal, me terminó de convencer de que ese no era mi lugar y cogiendo las llaves del suelo, arranqué el coche saliendo horrorizado por la carretera. La morena levantó la cabeza y con los ojos inyectados de pasión, me preguntó:
-¿Dónde Vamos?-
-A tu casa- contesté y cogiendo mi chaqueta del asiento trasero, le ordené que se tapara.
Llevando la contraria a mi razón y a cualquier norma de tráfico, la miré de reojo y al percatarme de que me había obedecido, le solté:
-¡Termina lo que has empezado!-
No se hizo de rogar, acomodándose el destrozado vestido, se agachó y mientras yo conducía, reactivó mi alicaído miembro con suaves besos. El túnel de la M-30 fue el decorado donde esa mujer dio rienda a mi deseo y cumpliendo su cometido, consiguió llevarme al borde del placer.
-Voy a correrme- avisé al sentir los primeros síntomas del orgasmo.
Patricia, al oírme, hizo que mi falo se introdujera aún más en su garganta y rozando con sus dientes la base de mi miembro, esperó a sentir que eyaculaba. Al notar mi explosión y que los chorros de mi simiente golpeaban contra su paladar, no dejó que nada se desperdiciara. Persuadida de no fallarme, con su lengua limpió cualquier rastro de mi pasión en mi sexo, antes de con una sonrisa en los labios, decirme:
-Te queda una hora y media para decirle a María que sales conmigo- y soltando una carcajada, me preguntó: -¿Qué quieres hacer?-
No la contesté. La muy perra seguía obstinada en ser mi pareja. Esa fijación era al menos tan perversa como su afición a exhibirse y comprendiendo que no pararía hasta que reemplazara esa fantasía por otra, aceleré hacia su casa. Era mi cabreo tan grande que al aparcar, le dije que se cambiara y que yo la esperaría fumando en el portal.
-Sube- me ordenó y sin esperar que le respondiera, me cogió de la mano y casi a rastras me llevó a su apartamento.
Ya en su interior, comportándose como si nada hubiese pasado, me devolvió la chaqueta y riendo me pidió que le pusiera una copa mientras se cambiaba de ropa. Sentir que me quería de criado, colmó mi paciencia y usando la violencia, la tiré en su cama mientras le decía:
-¿Quieres un macho? Pues macho tendrás-
Contra todo pronóstico, Patricia se echó a reír y llamándome a su lado, me contestó:
-¡Te estabas tardando!-
Ver a ese monumento de mujer, tirada en la cama, con su vestido desgarrado y sin bragas, fue más de lo que pude soportar y despojándome de mi ropa, me reuní con ella completamente desnudo. La chantajista y la exhibicionista desaparecieron en cuanto me tumbé y ante mi sorpresa, me cubrió de besos comportándose como una dulce amante. Contagiado por su pasión, llevé sus pechos a mi boca. Patricia gimió al sentir mi lengua jugando con su aureola y tratando de forzar que la tomara, llevó mi pene a su pubis.
Ni siquiera se había terminado de desvestir y ya quería que sentir mi pene en su interior. Comprendiendo que para ella era un capricho, decidí aprovechar la oportunidad y disfrutar de esa mujer. Deshaciéndome de su abrazo, le quité los restos del vestido. Patricia, sin saber cómo reaccionar, se mantuvo pasiva mientras mis manos recorrían su piel.
“Es preciosa”, pensé mirando sus grandes pechos y su sexo depilado.
En mis treinta y cinco años de vida, había disfrutado de decenas de coños y catalogándolo con la mirada, decidí que era el más bello que nunca había visto. Ante su entrega le separé las rodillas y pasé mi mano por sus bordes sin atreverme a tocarlo. Mi amante se mordió los labios cuando sintió que uno de mis dedos separaba sus pliegues y curioseando, iba en busca de su clítoris. Cuando lo descubrí, ya estaba esperando mis caricias. Duro y mojado, su dueña se retorció sobre las sábanas cuando le dediqué un leve pellizco. Satisfecho por su entrega, me deslicé por la cama y acercando mi boca a su sexo, probé por vez primera su néctar. Néctar que recorrió mis papilas, embriagándome y como alcohólico ante un botella, bebí de su flujo sin hartarme.
Su cueva se convirtió en un manantial inagotable, cuando más recogía, mas brotaba de su interior. Para entonces, Patricia estaba desesperada. Cerrando sus puños, me rogaba que la tomara pero venciendo mis ganas de hacerlo, proseguí horadando su agujero con mi lengua. No tardé en oír como se corría y buscando prolongar su éxtasis, metí un par de dedos dentro de ella. Absolutamente poseída, la mujer empezó a aullar de placer mientras sus cuerpo se convulsionaba.
-Por favor- me rogó casi llorando- ¡Fóllame!-
Al ver que no le hacía caso y que seguía enfrascado en mi particular banquete, Patricia se levantó y poniéndose a cuatro patas, me miró sin hablar.
Me quedé pasmado al ver la rotundidad de su trasero a mi disposición y pasando mis manos por sus nalgas, supe que era lo que realmente me apetecía hacer. No le di opción, separando sus cachetes descubrí que su entrada trasera nunca había sido conquistada y embadurnando mi dedo en su flujo, empecé a recorrer las rugosidades de su ano. Esperaba resistencia por su parte, pero en vez de quejarse, suspirando Patricia me confesó:
-Es mi mayor fantasía. Házmelo pero con cuidado-
Solté una carcajada al escuchar que su mayor anhelo coincidía con el mío. La de veces que había soñado con usar su culo y si me daba entrada, pensaba en explotar repetidamente su secreto. Alternando mis caricias entre su sexo y su ojete, conseguí relajarlo y con sumo cuidado, introduje una de mis yemas en su interior. Al no  retirarse, comprendí que realmente lo deseaba y tanteando sus paredes, fui aflojando su resistencia mientras, centímetro a centímetro y falange a falange, enterraba mi dedo en ese terreno vedado.
-Me encanta- escuché que decía al empezar a sacar y meterlo por entero.
Convencido de haberlo dilatado suficiente, repetí la operación con dos. La morena protestó con un quejido pero no se apartó, al contrario, meneando su cadera, buscó ayudarme en la labor. Agradecí con un cachete su disposición y colocándome a su espalda, le pregunté si estaba lista.
-Sí, mi amor-
Era la hora de la verdad y cogiendo mi pene lo embadurné con su flujo, antes de hacer cualquier intento de acercarme a su ojete. Ella al ver lo que hacía, poniendo cara de viciosa, me soltó:
-Estoy empapada, métemelo en el coño-
Me pareció una buena idea y colocándolo en su sexo, de un solo empujón lo embutí hasta el final de su vagina. Patricia se retorció como una loca, tratando que siguiera penetrándola de esa forma, pero haciendo caso omiso a sus deseos, se la saqué y puse mi glande en su orificio trasero. Con un breve movimiento, desfloré la virginidad de su ano.
-Me duele-, gritó sin moverse.
Sabiendo que debía dejar que se acostumbrara a tenerlo embutido, no me moví durante unos segundos. Cuando su dolor hubo menguado, le acaricié la espalda mientras lentamente enterraba mi pene en su interior. Poco a poco, sus intestinos terminaron de absorber mi extensión.
-Tócate- le ordené.
Patricia bajando su mano a la entrepierna, se empezó a masturbar con un frenesí que me dejó asustado. Chillando me pidió que comenzara. Imprimiendo un lento ritmo fui sacando y metiendo mi falo, mientras ella no dejaba de torturar su clítoris.
-¡Qué gusto!- me informó meneando sus caderas.
Sus palabras me hicieron comprender que el dolor había pasado y que en ese momento, era el placer lo que le estaba dominando. Vista su soltura, decidí incrementar mi vaivén y pausadamente, lo fui acelerando hasta que se convirtió en un loco cabalgar. Para aquel entonces, la respiración entrecortada de la muchacha me revelaba que estaba a punto de correrse y profundizando su excitación, cogí sus pechos con mis manos y usándolos de agarraderas, me lancé en caída libre. Lo forzado de la postura, elevó su calentura hasta límites insospechados y berreando, se quedó como muerta en mis brazos.
Al ver que se desplomaba le pregunté si estaba bien, sonriendo, me contestó que de maravilla y que siguiera. Su innecesario permiso me dio alas y apuñalando con mi escote su culo, prolongué su orgasmo. Nuevamente sus chillidos llegaron a mis oídos mientras mis piernas se llenaban del flujo que brotaba de su cueva pero esta vez, mi clímax coincidió con el suyo y acompañándola en sus gritos, eyaculé en su interior.
Agotado, me tumbé a su lado y mientras me recuperaba, empecé a temer en que el día que esa mujer se cansara de mí porque las iba a pasar putas.
-¿En qué piensas?- la oí decir.
-En la zorra de mi novia- contesté mientras le daba un azote, – ¿Y tú?-
Patricia se sonrojó antes de responderme:
-En otra de mis fantasías-
Interesado, pero a la vez temiendo su contestación, le pregunté cuál era.
-Quiero saber lo que se siente al hacer el amor… ¡embarazada de ti!-
 Aterrorizado comprendí que esa obsesiva mujer se había fijado otra meta y que no iba a cejar hasta conseguirla.

Relato erótico: “De camping con mi suegro y sus amigos” (POR ROCIO)

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Los padres de mi novio me habían invitado a una acampada en el Parque Nacional Santa Teresa, al este de Montevideo, un lugar de más de mil hectáreas de naturaleza, bordeado por playas hermosas. Era una actividad ideal y necesaria a todas luces; tocaba conocer más a su familia y desde luego que ellos me conocieran también. Christian y yo estábamos a punto de llegar a nuestro tercer año juntos y sentía que era tiempo de que conocieran otra faceta mía distinta a la que mostraba durante las cenas, cumpleaños y eventos en los que me presentaba.

Su padre, Miguel, era quien conducía el vehículo; un hombre bastante bien conservado pese a sus cincuenta y nueve años. Se mostraba coqueto conmigo, diciendo que en el parque tendría que protegerme de los “buitres” (acosadores); o que no tendría problemas en dejarme dormir en su carpa si tenía miedo de la noche. La madre, Marisa, de edad similar aunque he de confesar que el físico contrastaba con lo cuidado que se mantenía su marido, nunca dejaba de acariciar a su esposo por el hombro, compartiendo un mate, dándole pellizcos reprendedores cada vez que me hacía bromas, tildándolo de un “buitre” más.  
Llegado al famoso parque, alquilaron una parcela agreste. El lugar se divide en zonas de ruido y de silencio, para gente joven que viene a farrear por un lado, y para gente mayor o familias que vienen a disfrutar de la naturaleza por el otro. Esta última fue la evidente elección para acampar, un lugar tranquilo en medio del denso bosque.
Ahora, ¿cómo iba a saber yo que algo a priori divertido iba a desmadrarse tanto?
I. Vóley de playa con mi suegro y sus amigos
Todo parecía un paraíso. El aire puro, charlar en grupo sentados en un añejo banco de madera, con el sonido del mar a solo cientos de metros más adelante, con un cielo imponentemente celeste. Sus padres fueron a la playa y nos pidieron que les acompañáramos, pero Christian les dijo que se adelantaran, que primero quería hablar conmigo en privado. Así que al retirarse ellos, me rodeó los hombros con su brazo.
—¿Qué tal lo estás pasando, nena?
—Súper bien. Me encanta tu papá, me está volviendo loquita con tanto piropo.
—Suele ser un completo pesado conmigo y mi hermano, vaya, tenía miedo de que fuera igual contigo. Pero parece que tendré que tener cuidado, que me puede robar a la novia, ¿eh?
—¡Exagerado! Voy a cambiarme, nene.  
Así que me puse un bikini negro con lazos anudados, además de un pareo que me cubría desde la cintura hasta abajo.  Fuimos a la playa para buscar a sus papás. Mi chico me decía entre bromas que me quitara el pareo para conquistar a su padre y ganarme su corazón, que es un hombre de “colas”, pero entre risas le respondía que no quería, que me dejara en paz. Para colmo me quería desajustar los lazos de mi bikini, justificándose que a su papá le encantaría verme desnuda.
—En serio, nena, con esa colita de infarto lo vas a volver loco y no te va a dejar en paz.
—Bueno, ¡ya suéltame!, ¿pero tú eres mi novio o un pervertido?, carambas, que me vas a dejar en pelotas si tiras de los lazos, cabrón.  

Su padre se acercó trotando, con una pelota de vóley en mano.

—¡Tú, muchacho imberbe! ¿¡Dónde andabas!? ¿Qué tal si jugamos un partido de vóley de playa contra mis colegas? Me falta un hombre, y como no hay uno, pues pensé en ti, hijo.
—¡Qué gracioso eres, viejo! Mira, jugar vóley contra dinosaurios tiene que ser una experiencia alucinante, pero paso.
—¡Ya decía que no tenías pelotas suficiente para jugar con nosotros! ¡Rocío, caramelito!
—¿Señor Miguel?
—¿Quieres jugar al vóley? Mi esposa ha desaparecido junto con las señoras de mis colegas, no tengo a nadie quien me haga compañía.
—¡Ja, déjala en paz! Rocío es más de tenis, no va a jugar al vóley. Normal que mamá se haya pirado a otro lado con las demás señoras, ¿quién carajo quiere mirar a unos viejos jugando vóley a pecho descubierto? No es agradable a la vista, ¿sabes?  
Pues lo cierto es que no sé jugar mucho al vóley pero no era plan de rechazar al papá de mi novio. Es decir, ¿habíamos viajado a un extremo de mi país para que el papá pase con sus colegas, la mamá con sus amigas, y yo a solas con mi novio? La idea el viaje era pasar tiempo con sus padres, así que le reprendí a mi chico.
—¡Ya deja de tratar así a tu papá! Si no vas a jugar, yo lo haré.
—¿En serio, Rocío? ¿Estás segura? ¿Con mi papá y sus colegas?
—¡Eso es, mi nuerita ha salvado la tarde! Ven, caramelito, vas a ser mi compañera, jugaremos contra don Rafael y don Gabriel, unos colegas que encontré aquí.
—¡Ja, como los tres arcángeles! ¡Claro que sí, don Miguel!
—Venga, llámame “papá”, que ya eres de la familia. Además nunca tuve hija y me hace ilusión. Y tú, desgraciado imberbe, ¿ya le dijiste a esta preciosa niña que te orinabas en la cama hasta los seis años? Ni te atrevas a venir con nosotros. Ve junto a tu madre, se ha ido a ver el museo del parque con sus amigas.
—¡Ni siquiera pienso acercarme, viejo! ¡Rocío, cuidado con los balonazos, bastones y pastillas! —se mofó mi chico.
—¡Dios santo, ya dejen de pelear! —protesté, mientras su papá me llevaba de la cintura.
En una apartada cancha de arena débilmente delineada, con una pobre y desgastada red que la partía, se encontraban los dos amigos de mi suegro, sentados en un banquillo y charlando amenamente, torsos al desnudo y con shorts solamente. Una pequeña conservadora de hielo repleta de latas de cerveza estaba a un costado. Iba en serio eso de que nadie querría ver a señores de edad jugando al vóley, todos se agrupaban en las inmediaciones para ver otros juegos, de disciplinas como hándbol, fútbol de playa y hasta vóley también, pero practicadas por enérgicos jóvenes.
—¡Madre de dios!, ¿de qué parte del cielo caíste, angelita? —picó su amigo al vernos. Era Gabriel, muy alto, de complexión física bastante agradable para mi vista. De seguro en su juventud fue algún deportista. Piel morena, bien peinado y afeitado, todo un galán que me conquistó con su mirada penetrante y sonrisa cautivadora con hoyuelos.
—¿Es tu hija, Miguel? —preguntó el señor Rafael. Bajito en comparación a sus amigos, algo peludo, con una tímida pancita cervecera, de risa contagiosa y chispeantes ojos—. ¡Creo que estoy enamorado!
—Compórtense, amigos, es mi nuera. Se llama Rocío. Mira, caramelito, este es Gabriel. El otro es Rafael. No les hagas mucho caso, solo están bromeando contigo.  
—¡Buenas tardes, señores!
—¡Ah, pero no pongas esa carita tan linda, que yo cuando entro en la cancha no tengo piedad de nadie! ¡Aquí no hay nueritas ni amigos, solo rivales! ¡Me transformo en la cancha! —amenazó don Rafael.
—Sí, ya veo que te transformas en Moby Dick —se burló su amigo Gabriel, dándole palmadas a su panza—, vamos, ¡desde hace rato que quiero jugar!
Yo y mi suegro íbamos a comenzar, así que me retiré el pareo para ponerlo en el banquillo, iba a estar mucho más cómoda sin él. Cuando entré a la cancha, don Rafael me silbó para sacarme los colores.  
—¡Uy! ¡Vaya con la nuerita!
—¡Menudo bombón! —dijo don Gabriel, con una amplia sonrisa—, ¿aún hay posibilidad de que abandones a ese noviecito que tienes?
—Ni caso, quieren ponerte nerviosa, caramelito, ¡vamos a jugar!
Me pidió que sacara, y no puedo encontrar las palabras para describir el cosquilleo intenso que sentía con tanto piropo, era algo que probablemente lo decían para desconcentrarme, sí, pero me agradaba porque no eran groseros. El corazón se quería desbocar; abracé la pelota y sonreí como una tonta mientras los hombres se acomodaban en sus puestos.
—¡Dale, Rocío, saca y muéstrales de qué estás hecha!
—¡Sí, don Mig… papá!
Así que lancé la bola al aire, arqué mi espalda hacia atrás y, dibujando un semicírculo con el brazo, mandé el balón con un poderoso salto. Cuando seguí la trayectoria del balón con la mirada, me di cuenta de que tanto mi suegro como sus dos amigos preferían observarme a mí antes que a la pelota picando en el área contraria.
Estaban boquiabiertos y extrañados. En ese entonces pensé que simplemente fueron buenitos conmigo y me regalaron un punto fácil, para romper el hielo y tal.
—¡Punto, papá!
—Esto… —don Gabriel achinó los ojos.  
—¿Pero qué carajo estoy viend… ? —don Rafael me miraba a mí y luego a mi suegro alternativamente.
—B… Buen servicio, Rocío… ¡Buen servicio, comenzamos ganando, eso es… bueno, eso es muy bueno!  —se acercó y me tomó del hombro—. Y ponte el bikini, caramelito, se te ha caído la parte inferior.
Se me congeló la sangre. ¿Que qué había sucedido? Pues el lazo de la parte inferior de mi bañador se había desprendido, revelando mis carnecitas; lo primero que pensé fue que quería matar a mi novio ya que estuvo toda la maldita tarde intentando desprenderlas a modo de broma. Al haberlas aflojado, el cabronazo me sirvió en bandeja de plata a unos cincuentones; su padre y sus dos amigos vieron que la nuerita iba depilada a cero, amén de tener un tatuaje de una pequeña rosa en la cintura que estaba estratégicamente oculta por el bikini. Bueno, ahora ya nada estaba oculta…
Diez minutos después, cuando dejé de llorar a moco tendido en el banquillo de madera, siempre consolada por los tres señores que no paraban de quitarle hierro al asunto, decidí continuar con el vóley de marras. Me sequé las lágrimas y comencé a reír de los chistes que me decían para levantarme el ánimo. Eso sí, me ajusté cinco o seis veces las tiras en mi cintura, no fuera que me volviera a suceder otra debacle.
—Bueno, estamos ganando, caramelito. ¡Sácala!
—¡No te dejaré anotar esta vez, bomboncito! —se rio don Rafael.
Volví a sacar. La lancé muy fuerte, se fue afuera. Pero los señores, los tres arcángeles maduritos, prefirieron volver a verme antes que observar el balón picando hacia la playa. Creí que me iba a desmayar, es decir, no tenía ni idea de qué estaba mostrándoles ahora, tampoco es que estuviera emocionada por saberlo. Volvieron a repetir esos rostros estupefactos mientras yo empezaba a resoplar de manera nerviosa. 
—Okey, estoy se pone interesante —dijo don Gabriel, acomodándose el paquete, seguro que se estaba poniendo duro por mi culpa. Me sonrió.
—Caramelito, por favor no vuelvas a llorar… pero ahora la parte superior de tu bikini…
Cuando supe que el lazo del cuello de mi bikini había cedido, también por el intento de afloje de mi novio, me volví a derrumbar. La razón por la que llevé un bikini negro era simplemente para disimular los pequeños piercings en mis pezones… es decir, ocultarlas de sus padres. Pero allí estaban, mostrándose las barritas con bolillas en todo su esplendor, chispeando por el sol mientras la parte superior de mi bikini revoloteaba por la cancha…
Veinte minutos después, tras haberse acabado mis lágrimas y mocos, siempre rodeada y consolada por mis tres arcángeles, decidí volver a jugar el maldito partido de vóley. Esta vez, los tres hombres se prestaron a ayudarme para asegurar cada uno de los lazos de mi bikini. Don Gabriel llegó a bromear de que no me fiara de don Rafael, que seguro los iba a aflojar, pero por suerte eran solo chistes para subirme el ánimo.
Era el turno de que los contrarios sacaran la pelota. Y el juego se puso muy raro porque todos los balones me los mandaban a mí para que pudiera esforzarme y regalarles la vista no solo de frente sino detrás, cada vez que corría, saltaba y me lanzaba a por todos los envíos. Pero era evidente que no jugaba bien al vóley, siempre terminaba fallando mis remates, tropezándome y hasta gimiendo de dolor cada vez que los balones venían muy fuerte.
Por suerte no sucedió nada raro. Cuando terminó el primer set, que por cierto perdimos, nos volvimos para sentarnos en el banquillo. Ya estaba ocultándose el sol en el horizonte, tiñendo la playa de naranja, repletándolo de chispas doradas; las cervecitas empezaron a correr. Don Rafael me pasó una latita.
—Oye, Rocío, en serio eres muy guapa y divertida, el hijo de Miguel es un chico muy afortunado. Por lo general las chicas de hoy van de divas, pero me alegra que no sea tu caso.

—Muchas gracias, señor Rafael. Usted es muy gracioso, me hizo reír mucho con sus chistes.

—Es muy joven ese muchacho que tienes de novio, seguro que disfrutarás de alguien con más experiencia —picó don Gabriel, codeándome.
 —¡Eh, eh! ¡Piratas! Si está con mi hijo es porque le gusta él, y ahora que Rocío está pasando tiempo conmigo, verá que yo multiplico todas esas cualidades que ese muchacho imberbe heredó de mí. ¡Ja, aquí el suegro tiene la potestad!
—Maldita sea, yo tengo hijas, no hijos —don Gabriel se pasó la mano por su blanca cabellera, antes de rodearme la cintura con su brazo para apretarme contra su moreno cuerpo—. ¡Cómo quiero una nuerita como tú, bombón! ¿Cuánto tiempo más vas a estar por aquí?
—Hasta mañana, señor Gabriel —bebí la cervecita.  
—Miguel, sé buen amigo e invítala a ese lugarcito “especial”, ¿qué me dices? Mañana por la mañana.
—¡Jo! Rocío —mi suegro rodeó mis hombros con su brazo. Estaba atrapada entre dos maduritos; había más chispas entre nosotros que en el mar—. Mi esposa ya tiene planeado visitar mañana los humedales, seguramente irán las señoras de Gabriel y Rafael. ¿Quieres pasarla con ellas o con nosotros? No iremos a los humedales, sino a un lugar muy especial y secreto. Prometo que te va a encantar. 
—Uf, lo cierto es que tengo que aprovechar y pasar tiempo con su esposa también, que para eso he venido…
—Entiendo, Rocío. Es comprensible. Total, solo somos unos viejos venidos a menos.
—No… ¡No diga eso! Y no ponga esa carita, don Mig… quiero decir, papá —le dije acariciándole la pierna—. ¡Claro que les voy a hacer compañía, me haría mucha ilusión pasarla con ustedes!
—¿En serio? —don Gabriel, que seguía abrazando mi cinturita, apretó con fuerza—. Rocío, en serio caíste del cielo, ¿dónde están tus alitas? ¡Confiesa!
—¡Ya, exagerado!
Luego de un rato más bebiendo y riendo, volvimos mi suegro y yo a la finca porque ya estaba anocheciendo. Tomados de la mano como si fuéramos una pareja. Él súper sonriente y yo muy pegadita a su cuerpo, lo cierto es que me estaba encantando ese lado coqueto y picarón de ese hombre, ya ni decir de sus amigos. Los accidentes durante nuestro juego de vóley quedaron allí en la playa, como un secreto enterrado bajo la gruesa arena y las chispas del atardecer. Es más, las ganas de asesinar a mi novio se esfumaron y solo quería verlo cuanto antes.
Don Miguel preparó una fogata mientras yo me bañaba; luego se nos unieron mi novio con su mamá, que volvieron del museo del parque. Tras la cena, sus padres fueron a su carpa, mientras que yo contaba los segundos para que mi chico me tirara de la mano y me llevara a su tienda o a la mía, ¡pero ya! Y así fue. Dentro de su carpa, dibujando chispas sobre su pecho, maquillé un poco los sucesos de esa tarde.
—¡Así que les ganaste a los amigos de papá! ¡Vaya campeona!
—Uf, nene, ¿te parece si hacemos algo?
En ese momento escuchamos unos tímidos gemidos provenientes de la carpa de sus padres. Era evidente que ellos también, por la pinta, estaban queriendo “hacer algo”. Yo me reí pero mi chico quedó con la cara espantada. Le peiné con mis dedos:
—Christian, ¿te asquea que tus papás lo hagan o qué?
—Claro. Son mis padres, nena. ¡Qué incómodo! ¿Te parece si nos dormimos y continuamos mañana? —preguntó arropándose con una manta y cerrando los ojos. Ya no me hizo caso pese a que lo zarandeaba. Incluso metí mano para acariciarle el vientre pero no hubo caso, parecía que saber que sus padres tenían sexo le cortaba todo el rollo.
Así que salí de su tienda, bastante cabreada, y miré de reojo la carpa donde sus padres estaban haciéndolo. Gracias al brillo de una farola tras los árboles podía ver la silueta oscura de ambos allí adentro. Iba a irme a mi carpa, pero escuché a don Miguel rogándole a su señora:
—Mira, querida, mira cómo estoy, no me dejes así.
Descubrí, al acercarme silenciosamente, que no estaban teniendo sexo. Por la sombra que proyectaba, entendía que él estaba sobre su esposa, animándole a que tuvieran relaciones, pero la señora no quería saber nada.
—¿Pero qué te pasa, Miguel? Déjame dormir, me duele la cabeza.
—¿Pero estás viendo este pedazo de erección que tengo, Marisa?
Cuando dijo aquello, el señor se puso de rodillas, de perfil, y pude ver boquiabierta la polla de mi suegro (mejor dicho, la sombra). ¡Era enorme! ¡Pues claro, era una maldita sombra, normal que pareciera titánica, engañando mi percepción! Pero, ¿y si no? Madre mía, ¿por qué el hijo no heredó esa lanza? Empezó a estrujársela, parecía que buscaba la mano de su esposa para que ella comprobara su estado pero la mujer no quería saber nada de nada.
Me calenté tanto viendo aquella espada que no dudé en meter mano bajo mi short de algodón y tocarme. No lo podía creer, ese señor rogaba por sexo y su señora no lo quería contentar. Y yo le había implorado a mi novio que aplacara el calor que me tenía en ascuas.
Disfruté de las dos vertientes del voyerismo aquella vez. De tarde, exhibiéndome a unos señores que triplicaban mi edad. De noche, espiando a mi suegro masturbándose. Pensé, mientras mis finos dedos entraban y salían de mi húmeda gruta, que seguramente don Miguel estaba empalmado gracias a mí y mis accidentes durante el juego de vóley. Seguramente se tocaba imaginando mi cola, mi sexo, mis pezones anillados, recordando mis gemidos…
Me mordí un puño para no gemir porque el orgasmo que tuve fue inolvidable. Caí allí, en el suelo, retorciéndome y tensando mis dedos dentro de mí. Mientras recuperaba mi vista, que se había nublado durante el clímax, volví a mirar la tienda; el pobre hombre, por lo pinta, también se estaba corriendo en un pañuelo o camiseta que se acercó él mismo.
“Don Miguel…”, susurré con mis finos dedos haciendo ganchos en mi húmeda cueva, viendo chispas doradas en el cielo negro.
II. Exhibida, pervertida y follada por mi suegro y sus amigos
Al día siguiente, cuando mi suegro salió de su tienda para desperezarse, prácticamente me abalancé sobre él para darle los buenos días y llenarle la cara a besos. Me dijo, tomándome de los hombros, que desayunáramos rápido y nos escapáramos, que luego él llamaría a su esposa para decirles que hicimos un cambio de planes, que no iríamos con ella a los humedales.
Con camiseta holgada, short y sandalias, me adentré al bosque rumbo a una nueva aventura, siempre tomada de su cálida mano, siempre pegadita a su cuerpo.
La zona que quería enseñarme era una hermosa piscina natural por donde flotaban flores de loto; el lugar se alimenta de una pequeña pero alta cascada cuyo sonido era celestial; todo ese pequeño paraíso estaba escondido en medio de la espesura del bosque. Para mi sorpresa, ya estaban esperándonos don Gabriel y don Rafael, sentados en sillas plegadizas, pegados al agua prácticamente. Discutían entre bromas, no nos vieron llegar. 
—¡Buen día, señores! Tal como prometí, vine para pasarla con ustedes.
—¡Ah, Rocío, ven, siéntate sobre mi regazo! —dijo el guaperas de don Gabriel, mostrándome su sonrisa con hoyuelos—. Es el castigo por haber perdido ayer el partido de vóley. 
—Caramelito —mi suegro me tomó del hombro—. No quiero que te sientas incómoda o que pienses mal de nosotros. Sabes cómo somos, nos gusta bromear y picar, pero quiero que sepas que cuando sientas que algo no te gusta, puedes decirlo y te lo vamos a respetar.
—No pasa nada, “papá”, es lo que me toca por haber perdido.

Así que entre risas y aplausos me senté sobre el regazo de don Gabriel; rodeé sus hombros con mi brazo. Mi suegro repartió unos habanos, preguntándome antes si me iba a molestar que fumaran. Lo cierto es que no estoy acostumbrada a ello pero no iba a ser aguafiestas, les dije que no me importaba en lo más mínimo.

—Ahora es mi turno —dijo don Rafael, levantándose con unos trapitos blancos en mano, mordiendo su habano—. Mi castigo para Rocío, por haber perdido ayer, es que se ponga esto.
O me estaba gastando una broma o en serio pensaba que iba a ponerme esa tanga hilo de licra. ¡Era pequeñísima! Suelo usar tanga, pero para disfrute de mi chico, no para goce de unos cincuentones. Y no es que yo sea acomplejada, pero tengo cintura algo ancha, que… ¡sí, me acompleja a veces! Mostró luego un sujetador de media copa, a juego. La risita que solté evidenció mi nerviosismo.
—Se lo robé a mi nieta antes de venir aquí.
—¡Ya! ¡La llevan claro si piensan que voy a ponerme eso!
—Pero si eres tan guapa, ¿no nos vas a dar un alegrón? —preguntó don Gabriel, abrazándome para apretarme contra su moreno y fornido pecho, besándome toda la carita.
—Uf, ¡basta! No sé… No me gusta llevar bikinis tan… pequeños. Verán, tengo senos grandes… y luego está mi cintura, que es… bueno…
—¿Pero qué te sucede? —don Rafael se acercó con sus trapitos en mano—. No me digas que estás acomplejada, ¡si estás hecha un vicio! ¡Míranos, niña! ¡Nosotros no somos modelos precisamente!
—Hazle caso a Moby Dick —me dijo el señor Gabriel, besándome la nariz—. Si lo haces, te prometo que te llevará a un paseo por el Shopping, ¿qué me dices? Te compraré todas las ropitas que quieras.
—Suficiente, amigos, si mi nuera no quiere, pues ya está dicho… —mi suegro ahora se pasaba la mano por la cabellera, resoplando, visiblemente triste.
—¡Ya, ya! Al carajo con ustedes…
Así que me dirigí tras la cascada para cambiarme conforme me aplaudían y vitoreaban entre el denso humo de habano que les rodeaba. Me desnudé; short, blusita, sujetador y braguitas afuera. No podía ver bien a los señores ya que el agua de la cascada deformaba la visión, pero más o menos imaginé que podrían percibir mi desnudez, lo cual hacía que mi corazón apresurara latidos incontrolablemente.  
Comencé a subirme el tanga por mis piernas; era estrecha, no era mi talla, pero luché y conseguí ponérmela. Al acomodarme los bordes delanteros que cubrían mi sexo y acomodármela bien entre mis nalgas, no pude evitar un estremecimiento que me corrió desde mi vaginita hasta los hombros. Sentía cómo aquella tira se clavaba entre mis glúteos; la tela entre las piernas se hundía, metiéndose en medio de mi cuerpo, provocándome una sensación riquísima. Por delante, debido a lo ajustado que era, mis labios íntimos se delineaban groseramente debajo del pequeño triangulito de tela.
“Creo que lo mejor será quitármelo, es demasiado ajustado”, pensé, tratando de mirarme la cola. Veía como el hilito desparecía entre mis nalgas regordetas. En ese momento, sin esperármelo, alguien se adentró tras la cascada y se robó no solo mis ropas, sino el sostén que hacía juego con mi hilito. Salí inmediatamente, tapándome los grandes senos con un brazo.
—¡Don Rafael! ¡Es un mentiroso y además tramposo! ¡No me queda bien!
—¡Uy, madre mía! —dijo poniendo mis ropas sobre su hombro, retrocediendo hasta su asiento, riéndose en todo momento—. ¡Rocío, si te queda de puta madre!
Avancé hasta donde ellos estaban, ya sentados, riéndose cómodamente en esa espiral de humo gris que forjaron con sus habanos; mirándome de arriba para abajo sin ningún tipo de disimulo. A mí no me parecía nada gracioso, es más, mi ceño era bastante serio. Don Gabriel expelió el humo de su cigarro:
—No ha terminado el castigo. Vuelve sobre mi regazo.
—Quiero que me devuelvan mis ropas —dije sentándome donde me había ordenado, siempre tapando mis senos. Tosiendo también.
—Rocío, realmente eres una chica muy coqueta —dijo don Gabriel, abrazándome por la cintura, jugando con mi hilito.
—Nosotros cuando teníamos tu edad solíamos venir por acá —dijo mi suegro, habano en mano—, y traíamos a nuestras chicas para desnudarnos y disfrutar de la naturaleza. Viste que aquí no hay playa nudista, así que nos rebuscamos por un lugar especial. Ayer quisimos invitarlas pero prefirieron otros planes, como ves.
—Niña —dijo don Rafael, dándole una calada fuerte a su habano—. Lo de ayer fue muy especial, jugando al vóley, digo. Me encanta cuando una mujer exhibe su cuerpo con total naturalidad, cuando se muestra sin vergüenza. Dime, ayer, ¿lo hiciste adrede? ¿Te sentiste cómoda así, aunque sea por breves segundos, mostrándote naturalmente?
—No mencionen lo de ayer, por favor, no soy una exhibicionista ni nada de eso… —Los brazos se cansaban de sostener mis senos.  
—Nuestras señoras ya hace rato que se acomplejaron, no sé si de nosotros o de ellas mismas. Por eso no quisieron venir aquí. Pero al verte ayer tan coqueta, jugando con nosotros y mostrándote tan natural, mostrando esa colita preciosa que tienes… pues nos volvió la nostalgia, ¿qué quieres que te diga? ¿No te importaría que nos desnudemos, verdad?
—¿En serio, señores? ¿Se van a desnudar aquí?
—Míralo de esta forma, caramelito. Así emparejamos lo de ayer. Te vimos toda, ¿eh?
Don Rafael me besó el hombro y me volvió a traer contra su pecho. Por otro lado, mi suegro y don Rafael se levantaron para quitarse las ropas. Tenían sus sexos dormidos, aunque la del señor Gabriel se sentía palpitando bajo mis muslos. No voy a mentir, rodeada de maduritos, mi cuerpo se calentó, se mareó, se vio sobrepasado por la situación y el humo del habano. No sabía qué decir o hacer; la razón se me perdió en un tumulto avasallador.
—No tengas vergüenza, Rocío, baja tu brazo —me susurró mientras los otros dos señores entraban al agua, esperándome. Varios besos ruidosos volvieron a caerme. Mejilla, nariz, mentón, oreja, entre los ojos.
—Don Gabriel… Uf, ¡está bien, ya basta con los besitos!, pero a la mínima que se burlen voy a cortar con esto.
Así que cerré los ojos, resoplé y bajé el brazo, dejando que mis tetas cayeran lentamente y se mostraran en toda su plenitud, adornadas con aquellos piercings que destellaban al sol. Me levanté del regazo que me acobijaba. Estaba prácticamente desnuda, con ese hilito que nada hacía sino relucir mis vergüenzas, casi temblando ante señores que triplicaban mi edad. Mi suegro extendió la mano y me invitó para acompañarlos en esa piscina natural repleta de flores de loto. Destellos dorados por todos lados.
Estaba tan ensimismada al entrar que ni me di cuenta que pisé algún desnivel. Terminé resbalándome pero logré sostenerme de las piernas de mi suegro. Su sexo estaba despertando frente a mis ojos. Disimuladamente miré otro lado, pero allí donde observaba solo habían más vergas, y más duras incluso. Don Rafael me ayudó a reponerme, tomándome de la mano y tirándome contra su velludo pecho, pegándome contra su pancita de cervecero. La punta de su verga me golpeó el vientre.  
—¡Ahh! —chillé, arañando su pecho.
—Ups… Lo siento, niña, es que… ¡Mírate nada más, qué rica estás! Normal que levantes el ánimo.
—N-no pasa nada, don Rafael.
Le salpiqué agua a la cara para destensar el asunto. Los dos hombres detrás de mí se acercaron para rodearme, apartando las flores de loto a su paso, con sus mástiles completamente armados y apuntándome.
—Tenemos visita —susurró mi suegro—. Sobre nosotros, tras las rocas y arbustos, hay unos chicos observándonos. Vaya buitres, ¡ja!
Los miré de reojo, ocultos tras unos matojos, eran seis chicos. Evidentemente me pillaron viéndoles así que me sonrieron. Me alarmé y me volví a cubrir los senos. Les di la espalda y casi grité del susto antes de que los tres maduritos me rodearan para tranquilizarme. Miré a mi suegro.
—¡Don Miguel! ¡Espántelos, por dios! ¿No le asusta que nos estén mirando?
—Para nada, caramelito. Es más, me gusta que nos vean con una chica tan linda como tú.
—Pues a mí me parece incómodo… Madre mía, ¿y siguen mirando?
Roja como un tomate, recibí el abrazo de mi suegro. Iba a seguir rogando que les mandara a tomar por viento porque yo no les conocía. Pero antes de que dijera algo, me dio una fuerte nalgada que me hizo dar un respingo; apretó con sus dedos, fuerte, hundiéndolas en mis nalgas. Mi corazón empezó a desbocarse, ¡mi suegro estaba tocándome!… Y no me sentía mal. Confundida, sí, ¡montón!, pero no asqueada ni nada de eso.
—¡Auch! ¡Don Miguel!
—Tres.
—¿Qué?
—Tres chicos se están tocando.
—¿Se están tocando? Auch, me está apretando fuerte, don Miguel… mi cola… ¡la está apretando muy fuerte!
—Caramelito, es que en serio, tienes un culito fuera de serie, ¡uf! Excesivo, te van a multar un día de estos.

Estaba prácticamente sintiendo los latidos de su verga reposando contra mi vientre, pero lejos de sentirme indignada, sentía algo distinto, algo rico, especial, tabú, morboso, ¡algo! Pero no era plan de derretirme tan fácilmente. Quería salirme pero el señor me apretaba muy fuerte contra él.

—Se van a pajear esta noche pensando en tu cola. En… esta… jugosa… colita…
—¡Ahhh!
La cabeza se me arremolinaba en una amalgama de sensaciones contradictorias. Por un momento me imaginé en la situación. Seis completos desconocidos tocándose en la privacidad, o incluso en grupo, en la cala, en el bosque o cerca de algún humedal. Pensando en mí, dedicándome, ¿cuánto? ¿Cinco, diez minutos de sus vidas para descargarse? Yo, al menos durante un breve instante de sus vidas, sería la protagonista de las fantasías de unos completos anónimos. Mejor dicho, mi cola sería la protagonista… algo así revoluciona aún más una autoestima como la mía.
Destellos dorados cabrilleaban por la piscina natural, entre las flores de loto de errático andar. Todo comenzaba a vibrar, ¿o era solamente yo?
—¿Se van a… pajear… pensando en mí?
Desearía decir que seguí resistiendo, pero sinceramente me estaba gustando la idea de… mostrar mi colita a unos completos desconocidos mientras mi suegro me trataba así, como si fuera una zorrita. Ni sus nombres, ni sus edades, ni de dónde venían, ¡no sabía nada de ellos! Pero mi cuerpo sería foco de sus más oscuras fantasías. ¡Madre!
Estaba tan excitada, prácticamente me estaba restregando contra mi señor y sacando demasiado la cola. Sus dos manos agarraron, cada una, una nalga. Me susurró “Démosle algo especial”. No sabía qué iba a hacer, pero no me importaba, me estaba encantando ser guiada, ser pervertida por mi suegro. “¿Qué va a hacer, don Miguel?”, pregunté en otro susurro.
No sabría describir el placer que me recorrió todo el cuerpo cuando separó descaradamente mis nalgas, mostrando mis vergüenzas. Mi conejito asomando abajo, seguramente abultadito; depilado y húmedo, mi cola también. Abrí la boca y casi tuve un orgasmo descontrolado cuando me tocó el ano con uno de sus dedos, acariciando el anillo. Le mordí un hombro con el rostro arrugado de placer. 
—Qué linda, ¿estás teniendo un orgasmo sabiendo que unos desconocidos te miran?
—N-no… —mordí más fuerte.
Tras una sonora nalgada que rebotó por todo el bosque, me apartó de él. Estaba excitadísima, y colorada, y avergonzada, y muy curiosa, y, y, y… Pero no podía ni hablar. Don Miguel me tomó de los hombros y me giró para mostrarme a esos chicos voyeristas. “Míralos, allá arriba”, susurró. “Y baja tu brazo, muéstrales lo que tienes”.
—Que vean tu carita repleta de gozo —dijo don Gabriel, a mi lado derecho, agarrando mi manita y llevándola hasta su verga. Di un respingo al sentir su carne y él se rio de mí. Era caliente, durísima pero de piel suave. Era tan grande que mi manita ni siquiera se cerraba al agarrarla por el tronco.
—Que vean tus preciosos senos —susurró don Rafael, tomando mi otra mano para que le agarrara su tranca, casi toda escondida bajo su pancita de cervecero. Se sentía más grande aún, venosa y palpitante. La acaricié con dulzura—. Que miren tu hermoso coñito depilado… que se mueran de envidia de estos supuestos viejos y acabados de los que tanto se burlan cuando nos ven jugar en la playa.
Y les vi. Los seis chicos seguían sonriéndome, tocándose también… y yo les devolví mi sonrisa más sucia, repleta de vicio, pajeando la polla de Gabriel a mi derecha y la de Rafael a mi izquierda. Por accidente casi saqué toda la lengua para afuera mientras blanqueaba mis ojos cuando mi suegro me abrazó por detrás, pegando su poderosa erección contra mi colita, su fuerte pecho contra mi espalda, restregándose contra mí. Ladeando el triangulito que cubría mi vaginita, metió un par de sus gruesos y rugosos dedos dentro de mi gruta.
Me decía que le encantaba que tuviera una vagina tan abultadita, pues se podía pasar horas y horas entre mis carnosos labios rebuscando por mi agujerito. Me quería desmayar de placer, pero de algún lugar quité fuerzas para seguir allí, parada, masturbándole a dos viejos, siendo vaginalmente estimulada por otro.
—¿Te gusta que te vean, caramelito?
No respondí. Solo gemía y gemía ante la maestría de ese catedrático del sexo metiéndome dedos.  
—A nosotros nos gusta verte, ¿ves cómo nos estás poniendo con tu cuerpito? Y tú tan acomplejada por nada…
Estaba que no podía creerlo, si la cosa seguía así, no iba a tomar mucho tiempo para que ellos estuvieran metiéndome carne. Don Miguel me tomó de la mano que pajeaba a uno de sus colegas, y me apartó de ellos. “Voy a robarte de mis amigos un momento. Potestad del suegro”, dijo con una sonrisa, llevándome consigo. Atontada como estaba, me dejé llevar hasta la orilla.
Nos acostamos sobre la arena, un par de flores de loto estaban pegadas a mis muslos; me acosté encima del señor, lamiéndole la cara y arañándole ese pecho peludo mientras él me magreaba la cola. Él apretaba fuerte mis nalgas, las movía de forma circular y las separaba para mostrarle no solo a sus amigos sino a esos chicos curiosos. Yo me restregaba contra él, masajeándole su anhelante sexo como mejor podía, restregándola por mi vulva.
—¿Qué te pasa? ¿La quieres adentro, caramelito? —preguntó acomodando su cipote en la punta de mi húmeda almeja.
Gemí, afirmando ligeramente con mi cabeza pues mi voz estaba rota de placer. Acomodó la puntita de su polla, mojándose de mis juguitos, y lo sacó al verme la carita roja y boquiabierta. Le abracé con fuerza, rogándole por su carne. Volvió a meter, un poco más profundo, pero la sacó de nuevo. El cabrón estaba jugando conmigo, se divertía viéndome temblando de gusto sobre él.
Le rogué que me hiciera suya, restregándome fuerte contra su cuerpo; me apretó contra su cara y metió lengua hasta el fondo al tiempo que su espada se abría paso en mi interior, de manera lenta porque yo la tengo bien estrechita. Su gruesa lengua sabía a perverso habano; cuando dejó de besarme dijo que jamás en su vida había estado dentro de una chica tan apretadita como yo, tan calentita y jugosa por dentro. Mi panochita estaba contrayéndose del placer engullendo aquella verga.  
Lamentablemente me volví a correr, una vez más en mi vida, sin siquiera durar más de un minuto. Me retorcí y arrugué grotescamente mi rostro, encharcando su verga de mis juguitos. Se me nubló la visión y los demás sentidos mientras él seguía dándome rico. Cuando volví en mí, por poco no lloré sobre su pecho, pidiéndole una y otra vez mil disculpas porque me llegué de manera tan apresurada.
—¡Perdón, don Miguel!, ¡soy una estúpida sin experiencia!
—¿Cómo vas a decir eso, mi niña? A mí me pareces adorable, estás como casi sin estrenar, me encanta, mi hijo es el pendejo más afortunado que pueda existir.
Me acarició la caballera y empezó a salirse de adentro de mí. Ni siquiera tuve oportunidad de hacerle correr, otra vez en mi vida tenía que sentir cómo un hombre mayor se salía sin siquiera tener un orgasmo. La idea del sexo es reciprocidad, cosa que hasta ese día los hombres no solían encontrarlo conmigo.
—¡No!, ¡no se salga de adentro! ¡Por fa, no me lo voy a perdonar! Deme otra oportunidad, le juro que lo haré mejor.  
Me sequé las lágrimas disimuladamente, viéndole levantarse. Me puse de rodillas ante él, abrazándole las piernas, esperando que pudiera darse cuenta de que yo aún tenía mucho que ofrecerle. Besé su imponente verga, sus gruesos huevos luego, lamiendo por otra oportunidad. Cuando levanté la mirada, vi que Rafael le dio su habano. Me miró, expeliendo el humo hacia mí. 
—¿Quieres otra oportunidad? Depende. ¿Amas a mi hijo?
Se estrujó la verga y la restregó fuertemente por mis labios. Conseguí decirle que “sí” entre el líquido preseminal que se le escurría y ponía pegajosa mi boca. Y la mirada que le clavé; confianzuda, repleta de vicio y con promesas de vicio, terminaron por convencerle de seguir jugando conmigo.
—Bien, caramelito. Ponte de cuatro patas. La colita en pompa.
Dio un cabeceo afirmativo a uno de sus amigos cuando adopté la pose que ordenó. Otro, no supe quién, se acercó para lamerme la espalda. Desde entre los hombros, trazando una línea de saliva por todo mi cuerpo hasta llegar hasta mi cola. Aquella lengua era calentita y gruesa; cerró la faena besándome el ano; fuerte, pervertido, muy ruidoso. Otro, o tal vez el mismo, metió dedos en mi grutita que la sentía muy hinchada.  
—Todavía está mojadita, eso es bueno. ¿Quieres contentar a tu suegro, no? Pues a ver qué tal este otro agujerito que tienes…

Era don Gabriel. Me quitó la flor de loto adherida en un muslo y me abrió la cola; chupó mi culo de manera magistral, arrancándome fuertes berridos. Su gruesa lengua entraba y salía de mi ano, hacía ganchitos retorcidos dentro de mí. Arañé la arena, poniendo en pompa la cola para que siguiera metiendo más de aquella cálida carnecita.  

—¡Uf! ¡Delicioso! Su culo es un ojo de aguja, pero yo creo que lo podrás penetrar sin dramas, Miguel.
Mi suegro por su parte se arrodilló frente a mí. Su gloriosa polla estaba apuntándome la boca. Estaban planeando hacerme la cola; me asustaba la idea de practicar sexo anal, no todos saben hacerlo. Pero de nuevo, lo último que quería era dejar a esos tres señores insatisfechos, de evidenciarme como una maldita e inexperta cría.
—Aquí tienes tu nueva oportunidad, caramelito. ¿Quieres hacerlo? —preguntó mi suegro, masajeándose la polla frente a mi cara desencajada de placer.
Ni dudé, con lo viciosa que estaba ya no sabía ni cómo harían para apartarme la boca de esa verga. Tuve que abrir muchísimo, eso sí, para que me cupiera su gigantesco aparato. Una vez que metió el glande, me sujetó de la quijada y me pidió que lo mirara a los ojos; empezó a follarme la boca de manera lenta, siempre tratando de humedecerse bien, teniendo cuidado de no hacerme dar arcadas. 
Tras largo rato en donde mamé y me dejé besar por la cola por su colega, don Miguel se acostó en la arena, dejando su lanza apuntando al cielo. Don Rafael fue hasta las sillas, de donde trajo una cajita de condones; me la lanzó al suelo para que forrara a mi señor. “Tamaño grande, sabor frambuesa”.
Luego de colocarle el condón con sumo respeto y cuidado, mi suegro me pidió que me sentara sobre su verga, y que yo quedara de espaldas a él. Me coloqué en cuclillas, sujetándome firmemente de sus flexionadas rodillas. Sus amigos, parados a mis lados, empezaban a estrujarse sus vergas de manera demencial. Los chicos de arriba, más de lo mismo.
El señor reposó la punta de su tranca en mi colita, presta a empujar. Yo estaba desesperadísima, aunque disimulaba bravamente mis miedos. Tomó de mi cintura y empezó a tirar hacia sí.
Me quería morir de dolor, su glande era enorme y me forzaba el esfínter. Lagrimeé, enterrando mis uñas en sus rodillas, encorvando la espalda. Parecía que iba a partirme en dos, pensaba en rogarle que desistiera, pero seguí aunando fuerzas para aguantar. Como premio a mi valor, la presión cedió y la punta entró.
Empezó a bufar como un animal, me decía que mi cola estaba tan apretada que su polla iba a reventar. Sus colegas le animaban, pedían que aprovechara mi culito estrecho antes de que yo estuviera más acostumbradita a tragar vergas. Uno me tomó de la barbilla y me preguntó si yo me encontraba bien, pues las lágrimas corrían por mis mejillas de manera evidente.
—¡A-aguantaré, aguantaré!
—Qué linda, una campeona —dijo don Rafael, metiendo su grueso dedo corazón en mi boquita.  
—Esperaré un poco a que se dilate la cabecita dentro de tu cola.
Me dejó así, resoplando y lagrimeando mientras su glande palpitaba en mi culo, dejándome con la cara desencajada de dolor. Yo temblaba, realmente no quería continuar pero yo misma no me lo iba a perdonar si abortaba aquello, deseaba fuertemente que ese hombre tuviera un orgasmo dentro de mí. De repente, mi suegro tiró con más fuerza y su verga consiguió meter otra porción más que me arrancó un chillido terrible. Rafael se anticipó y sacó su dedo antes de que fuera cercenado por mis dientes. Botearon mis senos, saltaban lágrimas de mis ojos. Destellos dorados otra vez.
—¡Ay! ¡Madre…! Uf, ¡no la s-saque, no la saque, puedo aguantar!
—Tranquila, se nota que tu culito no está acostumbrado a comer vergas. Mejor lo dejo hasta aquí.
—Ahhh… ¡Mierda! ¡No se rinda, señor! ¡Sé que pue… ay, mierda, sé que puedo resistir!
—Está muy apretado, sí, realmente no es muy tragón tu culo.
Llegó la parte más gruesa de su polla y pensé que ya no iba a caber ni un centímetro más. Según mi suegro, era solo la mitad de su verga y desde luego la desesperación y el dolor hicieron que prácticamente llorara allí como una niña a moco tendido. Pero también me dijo que la parte más ancha ya había entrado por lo que lo peor había terminado. Entonces me volvió a sujetar; me mordí los dientes, cerré fuerte los ojos; tiró con fuerza hacia sí para que todo entrara de una vez, abriéndose paso de manera terrible.
Encorvé tanto la espalda que creía que iba a romperme una vértebra. Grité tanto que las palomas alrededor levantaron vuelo. No pude contenerme y meé descontroladamente sobre él, pero no pareció importarle, o simplemente no quiso sacarlo a colación para que no me sintiera más mal de lo que ya estaba.  
—¡Ay! ¡Dios! ¡P-perdón, no pude aguantarme!
—¡Listo, pequeña guarrilla!… Ni un centímetro afuera. Miren cómo quedó, amigos.  
Creí que iba a desfallecer, estaba llorando, temblando, seguía orinando, sudaba a mares; la saliva se me desbordaba de la comisura de los labios. Miré arriba y los chicos curiosos se tapaban la boca, uno incluso hizo la señal de la cruz. Los señores hicieron que me recostara sobre mi suegro, lentamente para que su verga dentro de mí no me dañara. Quedé con mi espalda contra su velludo pecho, ahora ambos mirábamos el imponente cielo celeste, aunque yo veía borroso debido a mis lágrimas.
—Caramelito, ¿estás bien? —preguntó, besándome el lóbulo. Empezó a masajearme las tetas, jugando con mis piercings.
—Perdón por orinarme toda, señor… soy una puerquita… pero me… encanta tenerlo adentro… le puedo sentir todo… cómo palpita adentro de mi cola… Uf, me quiero quedar así para siempre… —mentí. Realmente quería desmayarme, pero por nada del mundo dejaría ir esa verga hasta exprimirle todo. 
—¿Te excita que te vean, caramelito? ¿Te excita que mis amigos y además unos extraños se pajeen viéndote cómo te parto el culito?
—Ahhh… Ahhh… no. No es verdad, no invente cosas… ¡Auch, no tan fuerte, por fa!
—Chilla fuerte, pequeña exhibicionista, chilla para que te oigan. Mira cómo mis amigos también se están masturbando, se van a correr encima de ti… —sus gruesas y rugosas manos me acariciaban el vientre, calentándome a tope.
—¿No lo quieres admitir? —preguntó don Gabriel, siempre estrujándose el sexo—. Creo que te gusta, la forma que llamaste la atención de esos chicos, sonriéndoles mientras te tocábamos. Andar así con las tetas y tu panocha al aire sin pudor, siempre coqueta.
—Ahhh… No, no muestro todo, tengo un hilo p-puesto —me costaba hablar con una gigantesca verga pulsando en mis intestinos. Mi cara seguramente estaba toda deformada de dolor.
—Bueno —don Gabriel también seguía tocándose fuerte, viéndome sufrir—, pero es como si no lo tienes, se te ve todo, el hilo está metido entre esos enormes labios de tu vagina.
—¡N-no se burle de mí!
—Bombón, ¡es verdad! —don Gabriel se arrodilló y metió su mano entre mis piernas; dos de sus dedos se metieron en mi chochito, llevando consigo el hilito de mi bikini más adentro de mi cueva. Gemí de placer al sentir sus dedos entrando, y casi como un acto reflejo levanté mi cintura para que metiera más.
—Admítelo, caramelito —dijo mi suegro, arremetiendo para partirme en dos.
Y me sobrevino una visión cristalina de las cosas, como el segundo previo a un orgasmo. Las chispas doradas dando saltitos alrededor de un mar naranja, el cabrilleo del agua de una piscina natural repleta de flores de loto de errático andar. Toda mi aventura se agolpó en mis llorosos ojos, y la putita dentro de mí salió para bramar:

—¡Ahhh! ¡S-s-sí!  ¡Lo admito, me e-encanta… que me miren!

Y don Miguel tuvo un orgasmo, ¡un hombre mayor tuvo por fin un orgasmo dentro de mí! Podía sentir el calorcito de su semen contenido en el condón. Me abrazaba con fuerza contra su peludo cuerpo, bufaba, empujaba su polla, me chupaba el lóbulo, me apretaba las tetas mientras sus amigos apuraban sus pajas para correrse sobre mí, sobre mis senos, mi vientre y mi entrepierna. Me dejaron bañada de semen, cosa que para mí fue el pistoletazo para que la alegría se me desbordara: por primera vez estaba siendo recíproca antes hombres tan expertos.
Cuando la verga flácida salió de mí, el condón se quedó colgando desde adentro de mi cola. Lo señores felicitaron a mi suegro pues la cantidad de leche que caía desde ese forro era increíble, como si hubiera sido un jovencito quien se corrió allí. Lo quitaron lentamente y me lo mostraron. Prefiero no describir cómo estaba el forrito… pero ya no olía a frambuesas.
Me pidieron que me volviera a poner de cuatro patas porque querían mostrarle a esos chicos allá arriba cómo me habían dejado el culo; húmedo, enrojecido, totalmente abierto, roto, irreconocible ya de lo magullado. Tuve otro orgasmo demoledor sabiéndome observada, repleta de leche, temblando como posesa, de cuatro patitas mientras tres señores fumaban a mi alrededor, felicitándose entre ellos, viéndome tan putita y entregada, casi destruida ante la evidente experiencia de su madurez. Fue tan avasallador que me desmayé allí, sobre el charco de orín y semen, a los pies de mis tres arcángeles…
III. Adiós Santa Teresa
Cuando abrí los ojos, sin saber cuánto tiempo estuve inconsciente, me encontré ahora sí totalmente desnuda, sobre el regazo de mi suegro que fumaba su habano. No estábamos más que nosotros dos. La cola ya no me dolía tanto pero se sentía muy pringosa adentro. Varios días después descubrí, viendo las fotos que tomaron con sus móviles, que don Rafael aún tenía mucha carga, tanto así que se pajeó sobre mi cola mientras que don Gabriel abría mis nalgas, retándolo a jugar “Tiro al blanco”.
Lo primero que hizo mi adorado suegro, al verme despertar, fue invitarme a probar su habano. Tosí como una tonta, nunca me voy a acostumbrar a ese olor, sinceramente.
—Caramelito, ya es casi mediodía. Creo que tenemos que volver, seguro que mi esposa y mi hijo estarán de camino al campamento también. Tus ropas están aquí, desperézate un poco y ve poniéndotelas.
—Uf… ¿Y el señor Gabriel? ¿Y Rafael?
—Me ayudaron a bañarte, pero luego se fueron por el mismo motivo por el que debemos volver nosotros. No pongas esa carita, prometimos quedar de nuevo, pero en Montevideo, en un Shopping, para pasar un lindo domingo contigo. Eso sí, Gabriel llevó tu braguita, Rafael tu sostén. Y tu tanga hilo… pues ese sí que no sé dónde fue a parar… —silbó, revoloteando sus ojos.
—¡Ya! ¡Qué vivos!
—¡Ja! ¿Estás mejor ahora, caramelito?
—Sí… no veo la hora de encontrarnos nuevamente. Ojalá mi novio me tratara como ustedes, como a una reina —dije acariciándole la blanca cabellera, antes de darle un largo y tendido beso. Su lengua sabía a habano; a algo de whisky también; por lo visto bebieron para cerrar con broche de oro mi total entrega. Pero no me importaba, es más, me encantaba chupar esa lengua, mordérsela también; podría quedarme así toda la vida.
Concluí más tarde que lo mejor sería… maquillar los hechos y decirle a mi novio que simplemente su papá y yo nos la pasamos recorriendo el bosque, que conseguí ganarme su corazón. Aunque no sé si algo habrá sospechado debido a mi alientito a habano.
Cuando don Miguel conducía el coche que nos llevaba de nuevo a casa, sucedió algo llamativo. Yo estaba reposando mi cabeza en el hombro de mi chico, en el asiento de atrás, cuando su madre, adelante, se indignó por algo que vio en la ruta. Cuando yo y Christian observamos, notamos que un coche pasó a nuestro lado a gran velocidad, ocupado por seis jóvenes que cantaban y vitoreaban. El vehículo tenía un pedacito de tela ataviada a la antena de radio.
Era un tanga hilito de licra, color blanco. Sospechosamente similar a la que me puse en aquella piscina natural, y cuya desaparición estaba cobrando sentido.
Mi suegro se unió a la indignación de su esposa, comentando que la juventud de hoy día “está muy degenerada”. Se giró brevemente para decirme con un guiño cómplice.
—Me alegra haberte alejado de esos buitres, caramelito.
Muchas gracias a los que llegaron hasta aquí.

Relato erótico: “Memorias de un exhibicionista (Parte 9)” (POR TALIBOS)

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MEMORIAS DE UN EXHIBICIONISTA (Parte 9):
CAPÍTULO 17: LOS JUGUETES DE ALICIA:
Domingo por la mañana. No fueron precisamente las primeras luces del alba las que me sacaron del sueño. Más bien las del mediodía. O más tarde incluso. Estaba en modo vago total.
Me estiré en la cama, solazándome con lo bien que me encontraba después de una reparadora noche de descanso. Estiré brazos y piernas todo lo que pude, desperezándome y fue entonces cuando me di cuenta de que estaba solito en la cama.
Joder, debía haber estado en coma si no me había enterado de cuando Tatiana se había levantado, pues ella no solía ser discreta precisamente.
–          ¿Tati? – exclamé en voz alta, alzando a duras penas la cabeza de la almohada.
Escuché entonces un golpe sordo y unos ruidos procedentes del cuarto de baño anexo, lo que me reveló el paradero de la chica.
–          ¡Estoy en el baño! – me contestó, su voz amortiguada por la puerta que separaba ambas estancias.
–          ¿Estás en la ducha? – pregunté empezando a sentirme juguetón – ¡Voy a reunirme contigo!
–          ¡NO! – aulló la chica en voz todavía más alta, sorprendiéndome – ¡Ya casi he acabado! ¡Me visto en un segundo y ya salgo!
Resignado, me dejé caer de nuevo encima del colchón. Mi memoria regresó entonces a los acontecimientos del día anterior, lo que provocó que una sonrisilla estúpida se perfilara en mis labios. Como quien no quiere la cosa, deslicé una mano bajo las sábanas y la colé dentro de mi slip, comenzando a sobarme el falo, que empezaba a ponerse morcillón. No tenía verdaderas intenciones de masturbarme, era sólo que… me apetecía tocarme un poco los huevos.
Como había prometido, un par de minutos después la puerta del baño se abrió y apareció Tati, vestida con shorts y camiseta, con el pelo envuelto en una toalla. Me lamenté en silencio pues, si llega a llevar la toalla envolviéndole el cuerpo en vez de la cabeza, no habría tardado ni un segundo en arrancársela y empezar el día con alegría, como dicen por la tele.
–          Hola guapísima – le dije sonriente, cruzando las manos tras la nuca y mirándola divertido.
–          Bu… buenos días, cari – respondió ella bastante aturrullada – ¿Qué tal has dormido?
–          Estupendamente. Anoche estaba agotado. He dormido toda la noche de un tirón.
–          Sí y yo – asintió la chica – Estaba cansadísima.
Tati me miró un segundo, mientras charlábamos, pero, cuando nuestros ojos se encontraron, ella apartó la mirada, ruborizándose un poco.
–          ¿Estás bien? – pregunté un tanto inquieto.
–          Sí, sí, estupendamente.
Demasiado rápida su respuesta. Y seguía sin mirarme a los ojos.
–          Ya sé que es tarde, pero, ¿quieres que te prepare algo para desayunar? – dijo tratando de cambiar de tema – Puedes darte una ducha mientras tanto.
Y salió del dormitorio sin esperar siquiera mi respuesta. Mi nivel de inquietud subió considerablemente.
Minutos después, mientras me enjabonaba bajo el chorro de la ducha, mi cabeza no paraba de darle vueltas a la situación. ¿Se habría arrepentido de lo del día anterior? ¿Se sentiría avergonzada? ¿Iba a echarse atrás?
Joder. Sobre todo esperaba que no se sintiera molesta. Podría soportar que Tati decidiera abandonar el juego, pero, si la habíamos traumatizado de alguna forma…
Cuando me reuní con ella en la cocina, era yo el que se sentía aturrullado. Tenía la sensación de que podía irse todo al garete. Una pena, ahora que las cosas empezaban a ponerse de veras divertidas…
–          ¿Quieres café? – me preguntó mientras yo me sentaba a la mesa.
–          Sí, por favor.
Tras llenar mi taza, Tati se sentó enfrente de mí y empezamos a comernos unas tostadas. Yo la miraba en silencio, nervioso, temeroso de interrogarla sobre lo que estaba rondándome por la cabeza. Se había quitado la toalla de la cabeza y estaba super sexy, con los cabellos mojados empapando su camiseta.
–          ¿Cómo estás? – pregunté, armándome de valor.
–          Bien – dijo ella encogiéndose de hombros – Lo de ayer fue una locura.
–          Sí que lo fue. ¿Y no hay nada que quieras contarme?
Tati se quedó mirándome, con la tostada a medio camino hasta su boca. Me di cuenta de que tenía una pequeña mancha de mantequilla en la mejilla, lo que le daba un aire de inocencia conmovedor.
–          No. ¿A qué te refieres?
–          A lo de ayer. ¿Estás segura de que…?
–          ¿Otra vez con lo mismo? – exclamó la chica interrumpiéndome, poniendo los ojos en blanco – Ya te he dicho que estoy decidida a participar en esto. No voy a rendirme…
–          Vale, vale – respondí alzando las manos en señal de paz, sorprendido por el súbito arranque de Tati – Es sólo que me preocupo por ti. Y antes, cuando saliste del baño, me pareció que estabas un poco rara…
En cuanto dije esto, Tati, sin poder evitarlo, bajó la mirada, como si se avergonzase de algo.
–          ¿Lo ves? – exclamé triunfante – A ti te pasa algo. No lo niegues. Vamos nena, es necesario que seas sincera conmigo. Si no estás a gusto con esta historia…
–          Que no, tonto, que no es eso…
Me quedé parado. Había conseguido que admitiera que algo pasaba, ahora sólo faltaba sonsacarle qué era.
–          A ver – dijo ella suspirando resignada – Esta mañana, cuando iba a la ducha… Jo, cari, me da vergüenza decírtelo…
Aquello despertó todavía más mi interés.
–          No seas tonta. Puedes contarme lo que quieras – dije estirando una mano y aferrando la suya por encima de la mesa.

–          Bueno… pensé que… Lo de ayer… Ya sabes, las fotos y eso…
No tenía ni idea de adonde quería llegar. Pero algo me decía que no iba a ser un problema tal y como me temía minutos antes.
–          Venga, Tati, dímelo. Confía en mí.
–          Se me ha ocurrido… ya sabes… probar yo sola.
–          ¿Probar el qué?
–          Pues eso… Hacer unas fotos…
Sí, ya lo sé, tienes razón, parecía medio idiota. No sé cómo me costó tanto comprender a qué se refería. Esa mañana estaba bastante espesito, lo reconozco.
–          ¿Quieres decir que te has hecho unas fotos en el baño? – pregunté divertido, cuando por fin encajaron todas las piezas del puzzle.
Tati no contestó, sino que asintió con la cabeza en silencio, toda colorada, mientras bebía lentamente de su café.
–          ¡Tengo que ver eso inmediatamente! – exclamé poniéndome de pie de un salto – ¿Dónde está tu móvil?
La perspectiva de que Tati se hubiera hecho fotos ella solita me hizo abandonar el modo vago total y entrar directamente en el de verraco máximo. La sola idea de que mi novia, la vergonzosa Tatiana, se hubiera animado a hacerse fotos guarrillas, me excitaba terriblemente. Porque las fotos tenían que ser guarrillas, ¿verdad?
Tatiana no dijo ni mú mientras yo salía de la cocina e iba al salón, a revisar la mesita donde siempre dejábamos los teléfonos y las llaves. El suyo no estaba.
–          ¿Dónde has metido el teléfono? – aullé desde el salón.
Pero ella no contestó, lo que me hizo recelar.
Con la sospecha en mente, regresé a la cocina y la miré con suspicacia. Tati, tratando de disimular, no me miraba directamente, pretendiendo estar totalmente concentrada en su taza de café.
–          Lo llevas encima, ¿verdad? – inquirí juguetón.
Tati no dijo nada, pero sus labios se curvaron casi imperceptiblemente con una sonrisilla pícara.
–          Dámelo – canturreé, aproximándome muy despacio.
Tati, que no me quitaba ojo, sonreía cada vez más abiertamente, desplazando su silla por el suelo muy despacio, apartándose de mí. Yo, como el lobo de Caperucita, me acercaba dispuesto a atacarla en cualquier momento y ella, con disimulo, se preparaba para la fuga.
Finalmente, el depredador se arrojó sobe su presa, pero ésta, con agilidad pasmosa, se incorporó de un salto y, dando un gritito, salió disparada de la cocina, seguida de cerca por el lobo, que estaba cada vez más cachondo y no estaba pensando en comérsela precisamente.
La persecución duró poco. La pobre gacela fue arrinconada en el dormitorio y arrojada sobre el colchón, entre risas, mientras el lobo se encaramaba encima de ella (aprovechando el meneo para sobetearla a placer) y, tras sentarse sobre su estómago, sujetó sus manos junto a la cabecera de la cama, impidiéndole escapar.
Tatiana, riendo, se retorcía bajo mi cuerpo, tratando de librarse, pero yo no la dejaba. No me costó nada encontrar el teléfono, que estaba metido en la cinturilla de sus shorts. Ella dio un gritito cuando aferré el aparato, pero me las arreglé para sujetar sus dos manos con una sola de las mías, con lo que podía manipular el teléfono con la otra. Tatiana me miraba con una expresión medio lasciva, medio divertida, que me hizo estremecer.
Desbloqueando el móvil con el pulgar (ambos conocemos la clave del teléfono del otro) no tardé ni un segundo en acceder a la galería fotográfica, mientras Tati se retorcía muerta de la risa, intentando recuperar el aparato.
En cuanto empecé a ver las fotos, dejé de reírme. No, que va, no vayas a pensar que no me gustaron… es que me dejaron sin palabras.
Tatiana se había apuntado a la moda del “selfie” y se había hecho un montón de fotos en la intimidad del cuarto de baño. Para las primeras, había usado el espejo que hay encima del lavabo, haciéndose unas instantáneas, bastante inocentes, en ropa interior, sosteniendo el teléfono en una mano mientras adoptaba poses no demasiado sugerentes.
Pero la cosa se iba caldeando.
Pronto, el sujetador desapareció del panorama, pero, por desgracia, la chica no dejaba en ningún momento de taparse los senos con la mano libre, lo que he de reconocer resultaba super erótico.
Entonces comenzó una serie de fotos en las que no usó el espejo, los “selfies” propiamente dichos, en los que, estirando el brazo al máximo, se hacía fotos desde arriba, con una perspectiva cenital.
Joder, qué cachondo me puse; me encantaron esas tomas en las que la chica se fotografiaba su exquisita anatomía, tapándose pudorosamente los pechos con el brazo. En algunas, se atisbaba un poquito de areola, a punto de dejar entrever el pezón y eran esas las que me ponían malo.
La madre que la parió. Eso fue lo que pensé cuando, por fin, descubrió uno de sus senos permitiendo admirarlo en todo su esplendor, deleitándome con su forma y tamaño perfectos.
–          Veo que te gustan – escuché que decía Tatiana.
–          ¿Eh? – dije regresando por un instante al mundo real.
Miré a Tatiana y me encontré con que sonreía de oreja a oreja. Sin darme apenas cuenta,  había liberado sus manos, pues estaba manipulando el móvil con las dos mías, pero ella había desistido de intentar escapar, permitiéndome disfrutar del show fotográfico.
–          Te gustan, ¿eh? – repitió.
–          Pues claro. Joder, nena, no veas lo cachondo que me he puesto…
–          No, si ya lo veo.
Era verdad. En mis shorts se apreciaba un tremendo bulto que mostraba bien a las claras mi estado de excitación. Juguetona, Tati llevó una manita al bulto y apretó con ganas, haciéndome gemir de placer. Hasta me mareé un poco.
Una vez perdidas las fuerzas, derrotado como Sansón (seguro de que eso de que le cortaron el pelo es un rollo, yo supongo que Dalila se la chupó o algo así), me derrumbé al lado de Tatiana, que reía divertida.
Me recosté en la almohada, a su lado, mientras ella apoyaba su cabecita en mi pecho, mojando mi camiseta con su cabello todavía húmedo, mientras mi brazo la rodeaba, estrechándola contra mí.
–          Estás preciosa – le dije besándola en la frente.
Ella no dijo nada, simplemente ronroneó como una gatita y se apretó todavía más.
Sosteniendo el teléfono entre ambos, puse la pantalla de forma que los dos pudiéramos verla sin problemas. Fui pasando las fotos muy despacio, recreándome en ellas, mientras hacía comentarios sobre lo sexy que se veía Tati y lo increíblemente guapa que había salido.
Ella recibía mis piropos con evidente placer y claro, deseosa de que yo también estuviera contento, me alegró de la forma que más me gustaba…
Sin que me diera cuenta al principio, Tati dejó su manita apoyada sobre mi corazón, pero, después de haber pasado 2 o 3 fotos, me di cuenta de que la había movido mucho más al sur, lo que me hizo sonreír.
Un par de minutos después, ambos repasábamos el reportaje fotográfico, muy juntitos en la cama, su cabecita reposando en mi pecho y su mano dentro de mis shorts, aferrando con fuerza mi herramienta y masturbándola con cariño, haciéndome disfrutar todavía más de la sesión.
Pronto llegamos a las fotos de completa desnudez y en ellas, Tati aparecía con las tetas ya completamente al aire, pero tapándose el coñito como si le diera vergüenza. No engañaba a nadie.
Las instantáneas finales eran geniales, recién duchadita, con el pelo mojado y brillantes gotitas de agua refulgiendo sobre su piel y completamente despatarrada en el baño, con un pie subido al mármol del lavabo, enseñando su chochito a cámara sin ningún rubor.
–          Joder, nena, voy a tener que poner ésta como fondo de pantalla en mi móvil.
–          Ni se te ocurra cari, que como la vez alguien… – dijo ella apretando perturbadoramente su mano sobre mi erección.
–          Tranquila, cariño, que es broma – dije, obteniendo un notable alivio de presión.
Poco después me corría como una bestia, dando resoplidos y sosteniendo el móvil a duras penas.
Tatiana, habilidosa, no dejó de deslizar su manita por mi rabo mientras eyaculaba, alargando todo lo que pudo mi orgasmo. Cuando acabé, jadeante, le sonreí y ella me devolvió la sonrisa, guiñándome un ojo. Sacó entonces su mano de mi pantalón y la miró, pringosa de semen y dijo:
–          Voy a tener que lavarme de nuevo.
–          Co… como quieras – jadeé recobrando el aliento.
–          ¿Vienes?
¿Tú que crees que hice?
——————

Lunes. Me esperaba una semanita de aúpa. Si quería tener la tarde del miércoles libre, tenía que ponerme las pilas y acabar con el trabajo atrasado, amén de todo el follón que tenía para esa semana.
Sin embargo, por una vez, mi imbecilidad acudió al rescate. Tuve mucha suerte.
Tras un par de horas hasta el cuello de papeles, paré para echar un café unos segundos en la sala de descanso. Como un gilipollas, no se me ocurrió otra cosa que ponerme a repasar con el móvil unas cuantas fotos que había transferido desde el teléfono de Tatiana. Embelesado y excitado con las imágenes, no me di cuenta de que Jorge, un compañero, se acercaba a charlar un poco.
Y claro, me pilló mirando las fotos.
–          No me jodas, Víctor. ¿Esa es tu novia?
Ni te cuento el susto que me dio. Casi me da un infarto. Acojonado, me apresuré a esconder el teléfono, pero Jorge no iba a dejarme escapar.
–          Venga, tío, déjame verla…
Para qué voy a aburrirte con la conversación. El tío se pasó media mañana dándome el coñazo, mandándome correos y wassaps al móvil. Yo estaba bastante cabreado, sopesando ir a soltarle un buen par de hostias. Pero entonces, llegó un mensaje que decía: “No seas cabrón. Si me pasas la foto te hago el informe de zona de la semana pasada”
¿Qué crees que hice? Y no sólo con él. Esa mañana me busqué un par de ayudantes más. Me costó que vieran a mi novia en pelotas (bueno, ellos y Dios sabe cuanta gente más, pues, aunque juraron y perjuraron que no enseñarían la foto a nadie, no les creí ni por un momento). Pero bueno, todo fuera por una buena causa; lo cierto es que el miércoles tenía todo el papeleo listo y pude dedicarme a hacer visitas, con lo que, a las tres en punto, estaba introduciendo la llave en la cerradura de casa, deseando averiguar qué tenía preparado Alicia para ese día.
—————————–
Alicia no fue puntual; el tráfico al parecer, así que no empezamos a almorzar hasta las tres y media. Llegó cargada como una mula, con varias bolsas de plástico, el abrigo medio arrastrando, el bolso colgado del brazo y un maletín al hombro que, obviamente, contenía un ordenador portátil, supuse que del trabajo.
Tras ayudarla a descargar, traté de echar un subrepticio vistazo al contenido de las bolsas, para averiguar en qué consistían los tan cacareados juguetes, pero bastó una mirada admonitoria de Ali para hacerme desistir de mi empeño.
Nos sentamos a la mesa y empezamos a almorzar, charlando alegremente, del trabajo sobre todo, eludiendo, al menos momentáneamente, el auténtico motivo de aquella reunión informal.  Tati nos hizo reír contándonos que, tanto el lunes como el martes, varias compañeras habían adoptado la técnica de “sostenes fuera”, logrando incrementar las ventas en la sección de caballeros.
–          Pues está claro – dijo Alicia riendo – Lo que tienes que hacer es llevarte a Víctor al trabajo y ponerle a vender en la sección femenina con la picha asomando por la bragueta y os forráis con las comisiones.
–          Buena idea – dijo Tati con aplomo – Quizás lo haga.
Y nos partimos de risa.
Seguimos hablando un rato, con alabanzas (un pelín exageradas) a las habilidades culinarias de mi novia, cosa que ella agradeció enormemente, a pesar de saber perfectamente que no éramos sinceros al cien por cien.
Por una vez, no fui yo el encargado de llevar el peso de la conversación, sino que las chicas llevaban la voz cantante. Por mi parte, encontraba mucho más interesante deleitarme en silencio con la hermosura de mis dos acompañantes. La pelirroja voluptuosa y la bella morenita. Tati iba vestida para estar por casa, un pantalón y una camisa con las mangas remangadas, lo que le daba un aire casual muy atractivo. Ali, por su parte, iba vestida para el trabajo, falda ajustada, por encima de la rodilla de color beige y una blusa de color claro. Eficiente y sexy. Me sentía el más afortunado de los hombres rodeado de tanta beldad.
Alicia se quejó especialmente de una tal Claudia, la dueña de la agencia, que, al parecer, había abandonado su costumbre de no aparecer por el trabajo y ahora se pasaba el día metida en la oficina, dándole el coñazo a los empleados. Tanto Tati como yo nos solidarizamos con Alicia, pues ¿quién no ha tenido alguna vez a un imbécil por jefe?
Fue un almuerzo agradable, entre 3 amigos normales y corrientes, sin que nada demostrara que todos estábamos pensando constantemente en el auténtico motivo de la reunión. Era como si nos diera miedo abordar la cuestión.
Bueno, eso no es del todo cierto. Alicia simplemente estaba disfrutando del almuerzo y podría jurar que también de nuestro nerviosismo.
Tras almorzar, nos sentamos en el salón, en los mismos puestos que el sábado anterior, las chicas en el sofá y yo en el sillón de enfrente. Serví unos cafés… y me quedé esperando, a ver qué intenciones tenía Ali. Y Tatiana, idem de lo mismo.
Por aquel entonces, ya había quedado claro quien era el jefe de nuestro pequeño clan.
–          Bueno, bueno – dijo por fin Ali, atrayendo de manera inmediata nuestra atención – Os prometí que hoy iba a traeros unos juguetitos… Y aquí están.
Miré con curiosidad a Alicia, sintiendo una gran expectación. No sé qué esperaba que fueran los inventos de Alicia, un espectacular consolador positrónico o qué sé yo, por lo que debo admitir que no pude evitar sentirme un poquito decepcionado cuando Ali sacó de su bolso una pequeña bolsita y se la alargó a Tati.
Mi novia, interesada, abrió la bolsa y echó un vistazo, quedándose visiblemente sorprendida, mientras yo me mordía las uñas por la curiosidad. Introdujo entonces la mano en la bolsa y sacó un objeto que, de tan común que era, hizo que me quedara atónito.
–          ¿Unas gafas? – exclamamos Tati y yo con perfecta sincronía.
–          Ajá – respondió Ali mirándonos con malicia.
Tati, tan sorprendida como yo (quizás también había estado esperando el consolador positrónico) volvió a meter la mano en la bolsa y extrajo un nuevo par de gafas, alargándome las primeras.
Como dos monos de laboratorio, examinamos las lentes desde todos los ángulos, mirándolas con desconcierto.
–          Pero no son unas gafas cualquiera – dijo Ali sin dejar de sonreír – Ponéoslas.
–          Pero yo tengo la vista perfectamente – argumenté.
–          No te preocupes. Los cristales no están graduados.
Encogiéndome de hombros, imité a Tati que ya se había puesto las suyas y me miraba desconcertada. La miré y pude comprobar que las gafas, de montura negra, le quedaban realmente bien, dándole un aire intelectual bastante sexy.
Aunque qué coño, Tati habría estado sexy hasta con un palomo cagándose en su hombro.
Sin saber qué pensar, miré a Ali y vi que había extraído el portátil de su maletín y estaba manipulándolo. Miré a mi novia y, encogiéndome de hombros, me resigné a que Alicia se dignara en explicarnos en qué consistía todo aquello.
–          ¡Voilá! – exclamó por fin Alicia tras manipular el ordenador un par de minutos.
Girando el aparato, nos mostró la pantalla, en la que aparecían dos ventanitas de webcam ejecutadas y en ambas aparecía la propia Alicia, con el portátil sobre las rodillas, sonriendo de oreja a oreja.
–          ¡Anda, si es justo lo que estoy mirando! – exclamó Tati dándose cuenta un instante antes que yo.
–          Ostras, es verdad. Las gafas son cámaras…
Alucinado, me quité las gafas y volví a examinarlas. Perfectamente camuflado en el puente entre los dos cristales, se ocultaba un objetivo.
–          ¡Bingo! – exclamó Ali aplaudiendo entusiasmada.
Miré la pantalla y vi mi propio rostro en ambas ventanas desde dos ángulos diferentes, uno desde abajo, de la cámara de mis gafas y el otro desde el punto de vista de Tati, que me miraba alucinada.
–          ¿Te acuerdas del otro día, en el probador? – exclamó Ali – ¿Recuerdas que dijiste que te habría encantado grabar a las chicas que te miraban? ¡Pues con esto puedes hacerlo sin problemas!
–          No me jodas – dije ofuscado – Cómo coño se te ha ocurrido esto…
–          A ver – dijo Ali regodeándose – Inteligente que es una…
–          ¿Y de dónde demonios has sacado estas gafas?
–          Pues del mismo sitio que las demás cosas. Encontré una web, *******delespia.org donde puedes comprar un montón de cosas parecidas de forma anónima.
Tardé un par de segundos en que sus palabras calaran en mi mente.
–          ¿Las demás cosas? ¿Qué cosas?
–          Pues estas.
Alicia recogió la bolsa y acabó de vaciarla encima del sofá. Cuando acabó, sobre el cojín reposaban las dos camaritas más pequeñas que había visto en mi vida (cubos de unos dos centímetros de lado), un minúsculo auricular y lo que debía ser (aunque no lo pareciera) un diminuto micrófono.
–          No me jodas – balbuceé – ¿Qué pretendes? ¿Vamos a colarnos en la embajada soviética? Esto qué es, ¿Mission Impossible?
–          Vamos, no seas tonto, no me digas que no se te ocurren mil cositas que podemos hacer con estos cacharros – dijo Ali mirándome con picardía.
No, si el problema no era que no se me ocurrieran cosas que hacer con ellos, el problema era que sí que se me ocurrían cosas.
–          ¿Y cómo funcionan? – intervino Tati haciendo gala de un gran pragmatismo.
–          A ver. Todos los apartaos son inalámbricos. Según el fabricante, la calidad de la señal es alta en un radio de unos 50 metros…
–          Aunque eso dependerá de si hay paredes o muros por medio – dije con aire entendido mientras examinaba una de las micro cámaras.
–          Supongo. Pues bien, cada aparato emite por una “frecuencia” única, sintonizada con el software de éste portátil. Es decir, que la señal es sólo para este receptor, no puede captarla cualquiera que pase por allí con wifi.
–          Menos mal – dije para mí.
–          Y el micrófono está sintonizado con el auricular. También tiene 50 metros de alcance.
–          ¿En serio? – dijo Tati cogiendo ambos aparatos e intentando probarlos – ¿Hola? ¿Hola?
–          A ver, dame – dije tomando el micro de sus manos – Nena, ¿me oyes? – susurré en voz baja.
–          ¡Sí que te oigo! – exclamó entusiasmada, riendo como una niña.
–          Siento que haya sólo dos gafas y un único micro. Cuando los encargué, no sabía que ibas a unirte a nosotros – dijo Ali dirigiéndose a mi novia – Si nos van bien, podemos encargar alguna más.
–          ¿Y las cámaras?
–          Funcionan igual que las gafas. De hecho, es posible recibir la señal de las cuatro cámaras simultáneamente. Ya lo he probado y es verdad. Según el que me lo vendió, este trasto tiene potencia suficiente para manejar 7 u 8 cámaras sin problemas.
–          ¿También te has comprado el portátil?
–          Sí. Hace un par de días.
–          Joder, pues con todo esto creo que podemos rodar una peli, vaya – dije con filosofía.
–          Sí – dijo Ali mirándome con expresión enigmática – Una porno. De exhibicionistas….

CAPÍTULO 18: PROBANDO LOS JUGUETES:

¿Tú qué crees que hicimos? Pues claro. Obviamente, Alicia no nos había citado esa tarde sólo para enseñarnos los aparatos. Estaba deseando probarlos. Y, como imaginas, lo tenía todo calculado hasta el último detalle. Tati y yo éramos los reclutas, imprescindibles para la misión, pero obligados a obedecer órdenes. Sin voz ni voto, vaya.
Las dos chicas se refugiaron en el dormitorio, con las bolsas que Ali había traído, con intención de cambiarse de ropa. Yo hice lo mismo, librándome del traje y vistiéndome más cómodo, pantalón de sport, camiseta y camisa, calzado cómodo y una cazadora. Sin ropa interior, por supuesto, je, je.
Las chicas tardaron un buen rato en estar listas, lo que yo aproveché para juguetear un poco con los aparatejos. Tenía que reconocerlo, la idea de Ali me seducía. Se me ocurrían cientos de maneras de darles uso. El problema era que no estaba seguro de si mis sugerencias serían escuchadas.
Un buen rato después, cerca de las seis de la tarde, reaparecieron por fin las dos mujeres.
Ali se había cambiado únicamente la falda, poniéndose una minifalda mucho más corta (y mucho más sexy). Cuando se agachaba un poco, la faldita permitía atisbar el borde de encaje de sus medias, lo que resultaba bastante más que estimulante. Además, se había desabrochado un botón extra de la blusa, lo que aprecié inmediatamente, en cuanto la chica se inclinó ligeramente delante de mí para meter la otra falda en una de las bolsas, brindándome un excitante atisbo de un sujetador de color claro.
Tatiana apareció un instante después y, cuando lo hizo, me dejó completamente sin palabras. Ali no la había hecho cambiarse simplemente de ropa. La había transformado por completo.
Para empezar, le había puesto una peluca, de color negro intensísimo, liso y melena corta, a lo paje, por encima de los hombros. Después, le había puesto un top también negro, que le quedaba convenientemente ajustado, realzando su esplendoroso busto y encima una camisa blanca, con sólo un par de botones abrochados, por lo que sus pechos asomaban con descaro, embutidos en el top que parecía ser un par de tallas más pequeño de lo debido. Una minifalda parecida a la de Ali y unas medias super oscuras, coronado el conjunto por unas botas con hebillas. Para acabar, se puso una chaqueta de cuero que Ali sacó de una bolsa. Un look urbano, duro y moderno, bastante alejado de la imagen habitual de Tati, pero que, como todo lo que se ponía, le quedaba de putísima madre.
–          Estáis preciosas – dije tratando de ser caballero – Super sexys.
Alicia me dio las gracias sin hacerme mucho caso, mientras terminaba de recoger sus cosas, pero Tati sí que se sintió halagada, dedicándome una encantadora sonrisa.
–          Bueno, ¿qué? – dijo Ali incorporándose – ¿Nos vamos?
–          Claro. Pero, ¿adónde?
–          ¿Dónde queda la parada del metro más cercana?
En ese momento supe por fin qué nos había preparado Alicia para esa tarde.
—————————-
Media hora después, los tres estábamos sentados en un banco del andén de la estación de metro, esperando la llegada del siguiente convoy.
No había mucha gente con nosotros, de hecho quedaban algunos bancos libres, pero yo ya había advertido que mis dos acompañantes atraían irresistiblemente la atención de todos los tíos que había. Llegué a pensar en esconderlas un poquito, no fueran a distraer al conductor del tren y tuviéramos una desgracia.
Ali estaba dándonos los últimos detalles de la operación que tenía en mente. Por una vez, iba a ser yo el protagonista de la historia, lo que me puso bastante nervioso y tranquilizó visiblemente a Tati.
El plan de Ali era muy sencillo y con un nivel de riesgo escasísimo, pues se trataba únicamente de comprobar si los aparatos funcionaban bien. De fácil que era, no podíamos fallar; sin embargo, precisamente por lo bien que salió todo, acabé jorobando el invento. ¿Que cómo lo hice? Pues siendo un guarro, por supuesto.
Cuando llegó el tren, nos desplegamos tal y como habíamos decidido minutos antes. La situación era que ni pintada, pues, justo en los asientos que había al lado de la puerta, estaban sentadas dos guapas jóvenes de veintipocos años, charlando animadamente entre ellas.
Ocupaban los asientos que miran hacia el interior del vagón y, como sabrás, esos siempre van en grupos de tres, con lo que quedaba uno libre que fue inmediatamente ocupado por Tatiana, que llevaba una de las gafas puestas.
Ali, por su parte, se sentó justo enfrente, con el portátil abierto sobre las rodillas, procurando que nadie más que ella pudiera ver la pantalla y enfocando subrepticiamente hacia las chicas con una de las mini cámaras.
Las puertas se cerraron enseguida y yo ocupé tranquilamente mi posición. ¿Qué dónde fue eso? Pues está bastante claro. Me puse en pié, justo delante de las dos chicas y de Tatiana, agarrado distraídamente a una barra para no caerme, llevando puesto el segundo par de gafas. Simulando que no me había dado cuenta, la bragueta de mi pantalón estaba completamente abierta, permitiendo que, con un simple vistazo, cualquiera de las tres mujeres que había frente a mí pudiera vislumbrar mi pajarito.
Como ves, era un plan sin riesgo alguno. Lo normal era que ninguna de las chicas dijera nada y, si por un casual alguna se cabreaba y me reprendía, bastaría con simular embarazo y que todo había sido accidental (“Uy, gracias, no me había dado cuenta. Qué vergüenza”).
Un buen plan, con todo calculado, o al menos así lo creí al principio.
Simulando estar pensando en mis cosas, permanecí en pie frente a las tres mujeres. Tatiana, con una sonrisilla en los labios, me echaba disimuladas miraditas, divertida por la situación y procurando que en todo momento la cámara de las gafas apuntara a mi bragueta abierta.
Al principio me sentía bastante tranquilo, aquello no era nada especial comparado con anteriores experiencias, pero entonces sucedió algo: las chicas se dieron cuenta de que llevaba la cremallera abierta.
Sí, ya sé. Eso era lo que pretendíamos claro, así que podría decirse que todo iba a pedir de boca, pero…
Me di cuenta de que la conversación entre las mujeres había menguado bastante y entonces, percibí por el rabillo del ojo cómo una le daba un disimulado codazo a su compañera y le hacía un ligero gesto con la cabeza, apuntando hacia mí.
Me puse en tensión. Empecé a sudar. Fue justo entonces cuando me di cuenta del fallo del plan. Respirando hondo, traté de calmarme y recuperar la compostura. Resistiendo la tentación, logré no mirar directamente a las chicas, aparentando estar profundamente interesado en el oscuro túnel que desfilaba por la ventana.
Cuando no pude más, desvié los ojos hacia Tati, que seguía mirándome divertida, pero aquello no ayudó precisamente, pues mi novia había cruzado las piernas y el borde de sus medias asomaba eróticamente bajo su minifalda.
Joder. Mierda. Paquirrín en bañador. Notaba perfectamente cómo una gota de sudor se deslizaba por mi espalda, haciéndome cosquillas. No podía mirarlas directamente, pero mi visión periférica percibía cómo ambas chicas echaban disimuladas miraditas a la bragueta abierta. Y el monstruo, que estaba empezando a despertar, amenazaba con escaparse de la cueva de un momento a otro. Qué quieres, soy exhibicionista. Me excito cuando me miran.
Entonces se me ocurrió que podía al menos conseguir que aquello quedara bien registrado. Me quité las gafas y sacando un pañuelo del bolsillo, empecé a limpiar los cristales, procurando en todo momento que el objetivo apuntara hacia mis bellas compañeras y también no obstruirlo en ningún momento.
Cómo había podido olvidarme. La excitación de exhibirme. Ya no podía más.
Y sucedió. Mi polla, ya completamente erecta, tensando la tela del pantalón, se escapó bruscamente de la bragueta, bamboleando frente a los asombrados ojos de las chicas. Como ya me daba todo igual, las miré por fin directamente y juro que pude percibir un inconfundible brillo de lujuria en la mirada de la que estaba justo frente a mí.
Pero el momento pasó pronto. Escandalizada, su compañera la agarró del brazo y ambas se pusieron en pié, obligándome a apartarme. Con  habilidad, yo había devuelto mi pene al interior del pantalón y me había abrochado la cremallera, rezando porque las chicas no montaran un escándalo.
Por fortuna no fue así, pues justo en ese instante el tren llegó a otra estación, las puertas se abrieron y las chicas salieron de allí como alma que lleva el diablo. Excitado y un poquito asustado, me dejé caer en el asiento al lado de Tatiana, quien, tras mirarme divertida unos segundos, estalló en sonoras carcajadas, que fueron pronto secundadas por Alicia y, finalmente, también por mí.
Los otros pasajeros nos miraban como si estuviéramos locos (no iban muy desencaminados) pero, como ninguno se había apercibido de lo que había pasado, no nos hicieron mucho caso.
Ali se levantó y se cambió de asiento, sentándose entre nosotros, de forma que ocupamos los tres asientos. De esta forma, pudo mostrarnos las grabaciones que habíamos logrado con las cámaras sin que nadie más pudiera verlo.
Joder. Menuda maravilla. Teníamos tres tomas desde diferentes ángulos de nuestra primera aventura en metro. Mientras contemplaba las imágenes, en mi cabeza ya iba montando mentalmente el vídeo, escogiendo fragmentos de uno u otro para crear una secuencia.
La toma de Tati era buenísima, pues se las había apañado no sólo para filmar un buen plano de mi bragueta abierta (y de la aparición final del monstruo), sino que también había mirado de vez en cuando a nuestras acompañantes, logrando pillarlas un par de veces mirando con disimulo a mi entrepierna. Me excité muchísimo al verlo.
Por su parte, la de Ali no era tan buena, por razones obvias, ya que yo estaba justo en medio. Aún así, había logrado captar varias miradas de una de las chicas hacia la zona de conflicto que me encantaron.

Mi vídeo, por su parte, era bastante malo en su primera mitad, pues no me había atrevido a mirar a las chicas. Pero luego, cuando simulé lo de la limpieza, había logrado un morboso primer plano de las chicas mirándome con disimulo y, finalmente, cuando la cosa se estropeó, filmé también mi propia erección asomando con descaro de mi pantalón y el último vistazo que una de las chicas le dedicó. Morbo puro.
Alicia, mientras veíamos el vídeo, no paró de burlarse de mí por haberme empalmado de esa forma. Al principio, excitado por la situación y las imágenes grabadas, no me importó mucho, pero, cuando Tati se sumó a las bromitas, debo reconocer que me piqué un poco.
–          Pues a ver si te ríes tanto cuando te toque a ti – le solté haciéndola dejar de reír de repente.
–          Eso – asintió Ali mirándola enigmáticamente – Veremos si te ríes después.
Algo en su tono me puso un poquito nervioso.
Sin embargo, contra todo pronóstico, fue Ali la siguiente en probar la cámara.
Repetimos el numerito, con ella de pié, delante de un señor mayor, conmigo sentado al lado y Tatiana enfrente, manipulando el ordenador.
Ali, con habilidad, se había subido varios centímetros la minifalda, de forma que el borde de las medias podía verse a placer. Para taparse del resto de viajeros, se había puesto su querida gabardina, que la tapaba por detrás, por lo que el espectáculo quedaba reservado para mí y para el tipo que había a mi lado.
Y la verdad es que el tío no se quejó. De vez en cuando, traté de emular a Tati, obteniendo tomas del hombre, mirando hacia el lado con disimulo, aunque la verdad es que no era necesaria tanta precaución, pues el tío tenía clavados los ojos en las cachas de Ali con todo el descaro del mundo, sin alterarse lo más mínimo.
Ali, cada vez más en su salsa, decidió poner más carne en el asador. Inclinándose repentinamente, levantó un poco un pié del suelo, comenzando a rascarse el tobillo, como si la hubiese asaltado un irresistible picor. Enseguida retomó su posición frente a nosotros, pero habiendo logrado su objetivo: que la minifalda se le subiera todavía más.
Joder, qué sexy estaba. Qué morbazo. La corta faldita estaba ya tan subida que no sólo dejaba ver el borde de las medias (y un excitante liguero que yo no sabía que llevaba) sino que permitía atisbar por delante la braguita de la chica. No sé si sería mi imaginación, pero juraría que había una tenue manchita de humedad en la tela.
Miré de nuevo a mi compañero y, sorprendentemente, me encontré con sus ojos clavados en mí. Me quedé paralizado por un segundo, pensando que nos habían descubierto, pero el tipo lo que hizo fue dirigirme una mirada cómplice, resoplar y volver a fijar su atención en las cachas de Alicia.
Me reí por dentro e hice lo mismo. Regalarme con el morboso espectáculo que nos ofrecía la joven.
Seguimos así unos minutos más, en los que pude obtener incluso unas buenas imágenes del bulto que había empezado a formarse en el pantalón del hombre.
Entonces el metro se detuvo y subió bastante gente, poniendo punto y final a la diversión. Una mujer mayor ocupó el asiento libre al lado del tipo y claro, Ali no tuvo más remedio que ponerse bien la falda.
El hombre, un poquito apesadumbrado, hizo ademán de ir detrás de Ali, pero ella le dirigió una mirada indicándole que no estaba por la labor y, por fortuna, el tipo se comportó y no insistió.
Como quedaba una sola parada para llegar al fin de línea, nos bajamos los tres del tren, reuniéndonos un par de minutos después para repasar las grabaciones.
La de Tati estaba bastante bien, con buenas tomas de los ojos del tipo saliéndose de sus órbitas pues Ali, al tratarse de un único objetivo, no había tenido problema alguno en no interponerse ante la cámara.
Mi toma también era muy morbosa, aunque he de reconocer que grabé más que nada los muslos de Alicia. En cambio, la toma de Ali resultó ser espectacular, pues, en cuanto la chica cogió un poco de confianza, no tuvo reparo alguno en mirar directamente al hombre, pudiendo grabar magníficos planos en los que el tipo la desnudaba con la mirada.
–          Ya hora te toca a ti – dijo Ali entonces, cogiendo el portátil de las manos de Tatiana – Esto es lo que vamos a hacer…
Como me temía, su plan para Tati era un pelín más atrevido. Bueno. Un pelín no, un pelo entero.
—————————–
Cambiamos de línea, para disminuir el riesgo de encontrarnos con alguien que nos hubiera visto antes.
Yo no acababa de verlo claro, el plan de Ali me parecía demasiado arriesgado, pero bastó que me opusiera un  poco para que Tati saltara como un resorte, anunciando que lo haría. Qué podía hacer, eran dos contra uno.
Esta vez nos costó bastante encontrar la ocasión perfecta. Estuvimos más de una hora vagando por diferentes trenes, buscando las condiciones óptimas. Hasta que lo conseguimos.
Un vagón solitario, sólo un par de viajeros al fondo. Justo lo que necesitábamos.
Ali y yo nos fuimos otro extremo, lo más alejados posible de los otros viajeros, sentándonos juntos, con el portátil activado, simulando estar hablando de nuestras cosas, sin prestar atención a lo que nos rodeaba.
Mientras, Tatiana, visiblemente nerviosa, se las apañó para colocar con disimulo una de las mini cámaras bajo uno de los asientos que miraban hacia el interior del vagón, de forma que enfocara justo enfrente. Cuando la tuvo lista, simplemente se sentó en el asiento que quedaba delante del objetivo, al otro lado del vagón, por lo que pronto tuvimos su imagen en la pantalla del portátil, sentada con las piernas cruzadas y el cuerpo tan tenso que parecía estar a punto de saltar en cualquier momento.
–          Nena – oí que susurraba Alicia a mi lado – Hay que comprobar el encuadre. Ya sabes lo que hay que hacer.
Tardé un segundo en comprender que Ali había equipado a mi novia con el auricular y se había quedado el micro para darle instrucciones. La miré en silencio, su rostro exaltado, los ojos brillantes por la excitación. A aquella chica no le gustaba únicamente exhibirse; también le encantaba dar órdenes.
–          Vamos, Tati, enséñanos tu precioso coñito…
Aquellas palabras captaron mi atención. Pegando mi hombro a Ali, miré sin parpadear a la pantalla, el corazón latiéndome desaforado en el pecho.
Tati, toda ruborizada, miró subrepticiamente a los otros viajeros que iban en el vagón, pero, como además de estar retirados estaban sentados de espaldas a ella, logró tranquilizarse lo suficiente como para obedecer.
Madre mía. Cuando por fin Tatiana separó los muslos y aferró el borde de su minifalda, sentí cómo mi miembro daba un salto dentro del pantalón. Tenía de nuevo la boca seca.
Qué espectáculo, mi chica abierta de piernas en el vagón de metro, enseñándonos el coño a través de la cámara, pues, obviamente, Alicia le había ordenado que fuera sin bragas.
–          Vale, nena, encuadre perfecto – comunicó Ale – Ya puedes cerrar las piernas.
Cosa que Tatiana hizo inmediatamente. Ahora sólo faltaba esperar.
En la siguiente parada no tuvimos suerte. Se subió únicamente una pareja de ancianos que, por desgracia, se sentaron justo delante de Tatiana, tapándonos la cámara y amenazando con estropear todo el plan.
Pero la fortuna no nos había abandonado, pues se bajaron enseguida, sólo dos paradas más adelante, agarrados por el brazo y con andar tambaleante.
Y, precisamente en esa parada, subió a bordo el candidato ideal para la idea que Ali tenía en mente.
Un hombre joven, más próximo a los treinta que a los cuarenta, bien vestido, con un periódico en la mano. Entró al vagón y, como hubiera hecho cualquier tío en su lugar, al ver a la preciosa chica sentada y solitaria, se colocó justo enfrente, empezando a leer su periódico tras haberle echado un par de miradas apreciativas a Tatiana.
Alicia y yo no nos perdíamos detalle, pues, aunque sus piernas nos tapaban el objetivo de la cámara oculta bajo su asiento, teníamos una magnífica visión del tipo gracias a las gafas que llevaba puestas Tati.
–          Asegúrate de llamar su atención – siseó Ali por el micro.
Cosa fácil. Tatiana no tuvo más que cruzarse de piernas. De todos es bien sabido que, cuando una tía buena cruza las piernas, una alarma salta en el cerebro de los hombres que hay cerca. Y el tipo aquel no fue ninguna excepción. Asomándose por encima del periódico, lanzó una mirada admirativa a Tatiana, que simulaba no haberse dado cuenta de nada.
–          Adelante con el plan – dijo Ali.
El plan. Menudo plan era ese. Estuve a punto de pararlo todo en ese momento. Pero no lo hice, pues, he de reconocer que me moría por ver lo que iba a pasar.
Fue muy sencillo. Dejamos pasar un par de minutos y Tatiana (cuyas dotes de actriz me sorprendieron), empezó a dar cabezadas en su asiento. Gracias a su cámara pudimos comprobar que el tipo no se perdía detalle, aunque, por desgracia, no teníamos imagen de Tati en el ordenador.

–          Mierda – me susurró Ali – Pásame la otra cámara.
Entendiendo sus intenciones, saqué la segunda mini cámara del bolsillo y se la di. Ali, con mucho cuidado, la colocó en el respaldo del asiento que tenía delante, de forma que al menos pudiera registrar una imagen lateral de Tatiana fingiendo dormir. No era una toma muy buena, pero mejor eso que nada.
Otra parada. La suerte nos sonreía. No subió nadie. En cuanto el tren reanudó su marcha, Ali ordenó a Tatiana que diera un pasito más.
Tragué saliva, los ojos clavados en la pantalla del portátil, deseando ver si Tati se atrevía. Y vaya si se atrevió.
Mi chica, simulando estar ya completamente dormida, descruzó las piernas y, recostada contra la ventanilla que había a su espalda, permitió que sus muslos se separaran, dando vía libre a los lujuriosos ojos del viajero para regalarse con la hermosura que ocultaban.
En pantalla vimos cómo el hombre se ponía en tensión, sus manos se crisparon sobre el periódico, arrugándolo. No podía creerse lo que estaba viendo.
Con nerviosismo, miró a ambos lados, para asegurarse de que nadie le veía espiando bajo la faldita de Tatiana. Los otros viajeros seguían de espaldas y Ali y yo, con las cabezas inclinadas sobre el ordenador, simulábamos no estar dándonos cuenta de nada.
Más calmado, el tipo se inclinó levemente, agachando la cabeza para poder atisbar mejor bajo la falda de la chica. Al hacerlo, el hombre separó un poco los pies, lo que permitió que, durante unos instantes, pudiéramos ver en pantalla a Tati, despatarrada en su asiento, exhibiendo impúdicamente la hermosura que ocultaba entre sus piernas. Y aquel hombre parecía ser un rendido admirador de la hermosura.
Yo no dejaba de pensar en qué estaría pensando Tati en ese instante. ¿Estará asustada? ¿Excitada? Yo, por mi parte, ya portaba una erección de campeonato y sentía además un intenso escozor en los ojos, supongo que de esforzarme tanto en no parpadear.
Entonces el tipo fue un poco más allá. Dejando con mucho cuidado (para no hacer ruido) el periódico en el asiento de al lado, sacó su móvil del bolsillo y, subrepticiamente, consiguió unas buenas imágenes del chochito expuesto de mi novia. No me preocupó acabar viendo las imágenes en Internet, pues el disfraz de Tati era muy bueno. Mientras lo hacía, llevó una mano a su entrepierna y estrujó su propia erección por encima del pantalón. Por un momento, temí que se sacara la chorra allí mismo, pero se contuvo.
Me alegré de que Tati tuviera la suficiente presencia de ánimo para mantener los ojos bien cerrados, pues estoy seguro de que, si hubiese visto al tipo sobándose el falo delante de ella, hubiera sido incapaz de continuar con la farsa.
Estaba excitadísimo, no podía más. Me estaba poniendo cachondísimo sólo de ver cómo mi novia se exhibía. No sé, es posible que incluso más de cuando lo había hecho yo un par de horas antes.
Entonces se me ocurrió. Si estaba cachondo, ¿por qué iba a aguantarme? Total, nadie más que Ali podía verme… y la verdad, me apetecía que me viera.
Procurando que el tipo no se diera cuenta de mis maniobras (aunque los respaldos de los asientos nos ocultaban de su vista), me las apañé para sacar mi durísima polla de la bragueta del pantalón.
–          Pero, ¿qué coño haces? – siseó Ali mirándome sorprendida.
–          Estoy cachondo perdido. Voy a hacerme una paja.
Por toda respuesta, Ali se rió en silencio, aunque no pudo evitar echar un vistazo a mi erección, cosa que me encantó.
Procurando no hacer ruido ni movimientos bruscos, empecé a masturbarme lentamente, con los ojos de nuevo clavados en los acontecimientos de la pantalla.
Finalmente, el tipo se cansó de echar fotos o de grabar. Volvió a mirar a los lados. Algo se avecinaba.
–          Jo, ya va, ya va – susurraba Alicia in perderse detalle – Ahora tranquila Tatiana, no muevas ni un músculo…
Alicia no me había dicho que llegaríamos tan lejos, pero debería habérmelo imaginado. Sin embargo, a esas alturas y con lo excitado que estaba, no se me pasó por la mente ponerle fin a aquello. Mi mano empezó a deslizarse más deprisa sobre mi polla.
Con mucho cuidado, moviéndose muy despacito, el tipo se puso de pié, dando un sigiloso paso hacia la bella durmiente. En cuanto se movió, volvió a despejarse el plano de la mini cámara, por lo que pude regalarme con la visión de Tati despatarrada en su asiento. Joder, no me extrañaba que el tío se hubiera puesto en acción, el espectáculo no era para menos.
Inesperadamente, Alicia plantó su mano sobre mi polla, deteniendo mi paja. El corazón me latía desbocado, pues era eso precisamente lo que había estado deseando. La miré y me encontré con un indescriptible brillo de lujuria refulgiendo en el fondo de sus ojos.
No hizo falta que dijera nada. Mi mano soltó mi instrumento, que enseguida fue empuñado con firmeza por Alicia, haciéndome estremecer. Con mucho cuidado, deslicé mi mano bajo el portátil, que estaba en su regazo y, moviéndola con destreza, la colé bajo su falda, acariciando su cálida piel desnuda en el punto en que terminaban sus medias, haciéndola gemir en voz baja y obligándola a separar de forma inconsciente los muslos, facilitándome el acceso.

Con habilidad, colé un par de dedos bajos sus braguitas, deleitándome con la humedad y el calor que había entre sus piernas. Su mano, entretanto, no permaneció ociosa, comenzando a deslizarse lentamente sobre mi rezumante falo, haciéndome ver estrellitas por el placer.
Nuestro amigo, mientras tanto, se las había ingeniado para acuclillarse justo frente a las piernas abiertas de Tatiana, volviendo a usar su móvil para obtener unos buenos primeros planos.
–          No te muevas, Tati, tranquila – gimoteaba Alicia, tratando de ahogar los suspiros de placer que mis inquietos dedos le provocaban.
Por fin y con mucho cuidado, el hombre se sentó junto a Tati, que no movía ni un músculo. Se tomó entonces un pequeño respiro, sin dejar de sobarse la polla por encima del pantalón, volviendo a mirar a los lados, reuniendo valor suficiente para atreverse a más.
Alicia, con los ojos brillantes, no se perdía detalle y parecía estar a punto de gritarle al tipo que siguiera. Su excitación se traducía en la fiereza con que su mano me masturbaba, deslizándose sobre mi polla a toda velocidad. Traté de calmarla, sujetándola con mi otra mano, logrando que bajara un poco el ritmo.
Justo entonces, el tipo se atrevió. Con infinito cuidado, rozó suavemente una pierna de Tati, con los dedos, con el cuerpo en tensión, a punto de saltar. Tati, por su parte, también parecía tensa como una cuerda de piano, pero Alicia no iba a dejarla escapar, susurrándole palabras tranquilizadoras y recordándole que aquello lo estaba haciendo por mí.
Poco a poco y como Tatiana, no daba muestras de despertarse, el hombre fue ganado confianza, atreviéndose a posar su mano con decisión en el muslo de la chica, acariciándolo con mucho cuidado, pero llegando cada vez más arriba.
–          Así, cabrón, así – siseaba Alicia enfebrecida – Tócale el coño, vamos cabrón.
Joder, cómo se ponía. No sé por qué, pero el verla tan fuera de control me cortó un poco el rollo. Empecé a preocuparme al pensar en hasta donde sería capaz de llegar aquella mujer con tal de satisfacer sus deseos.
Entonces Alicia se corrió. Mis dedos, que instantes antes habían atrapado su clítoris entre sus yemas acariciándolo, parecieron arder por el intenso calor que brotaba de las entrañas de Ali. La chica bufó, soltando mi polla y tapándose la boca con la mano, para ahogar el grito de placer que había estado a punto de escapársele.
Nervioso, alcé la vista por si el tipo se había dado cuenta de algo, pero estaba tan concentrado en lo suyo que podríamos haber explotado un petardo sin que se enterara de nada. Mientras tanto, yo no había dejado de acariciar y estimular la vagina de Alicia, que se deshacía en un mar de humedad entre mis dedos, mientras sus caderas se movían agitadas por pequeños espasmos de placer.
Riendo, divertido por la intensidad de la corrida de Ali, agarré el portátil (que por poco no se había caído al suelo) y lo afirmé bien entre nosotros. Ni corto ni perezoso y una vez recuperada la imagen, agarré la muñeca de Alicia y atraje su mano hasta mi rabo, con intenciones obvias.
Una sonrisilla maliciosa se dibujó en sus labios, dedicándome un sensual guiño antes de reanudar la paja; pero, de repente, sus ojos se abrieron como platos, clavándose en la pantalla.
Justo en ese instante, el tipo llegó hasta el final. Envalentonado por la aparente falta de resistencia de Tati (y puede que habiendo notado que la chica fingía dormir mientras se dejaba meter mano) el tipejo deslizó su mano por completo bajo la minifalda de Tatiana, posándola por fin en su coño.
Según me contó Tati después, el hombre no se cortó un pelo y, tras percibir que estaba húmeda, no dudó en introducir uno de sus dedazos en el coñito de mi chica, clavándoselo hasta el fondo.
Y claro, aquello ya era demasiado para Tati, que, dando un respingo, trató de empujar al tipo y apartarlo de su cuerpo serrano.
Y pasó lo que tantas veces habíamos comentado Alicia y yo. El tipo no se detuvo.
Con un gruñido, se echó encima de Tatiana sobre el banco, aplastándola con su peso y obligándola a tumbarse en los asientos. Habiendo perdido por completo el control, el tipo le metía mano a la pobre chica por todas partes, mientras ella trataba de escapar con desespero.
Obviamente, me puse en acción, poniéndome en pié de un salto. Alicia, por un instante, me agarró por el brazo, como si intentara detenerme, aunque no lo hizo con mucha convicción. Daba igual, no habría podido pararme.
Un segundo después, estaba encima del tipejo ese y agarrándole por la chaqueta, lo quité de encima de Tatiana de un tirón, arrojándole contra los asientos que ocupaba minutos antes.
El pobre me miró asustado unos segundos sin reaccionar y fue una suerte para él que no lo hiciera, pues si llega a intentar algo lo tiro por una ventanilla.
Los otros viajeros, sorprendidos por el jaleo, se habían vuelto a mirarnos alucinados. El hombre, sin decir ni pío, se puso en pié a trompicones, justo en el instante en que llegábamos a otra parada.
Con una expresión de alivio casi cómica, el pobre tipo se dirigió a las puertas que se abrían y casi corriendo, salió disparado del tren, perdiéndose en la estación. Segundos después, los otros viajero, supongo que temerosos de verse mezclados en algún follón, se bajaron también, procurando no mirarnos en ningún momento.
–          ¿Estás bien? – pregunté volviéndome preocupado hacia Tatiana y ayudándola a sentarse derecha.
–          Sí, sí, no te preocupes…
–          ¿Te ha hecho daño?
–          No, no, estoy bien… Ha sido el susto.
Alicia apareció entonces a nuestro lado, sentándose en el asiento que quedaba libre.
–          Menuda pasada, Tatiana, lo has hecho increíblemente bien. No sabes cuánto se ha excitado Víctor mientras te miraba… Ha empezado a masturbarse…
–          La madre que la parió – pensé – ¿Se había vuelto loca?
–          No digas tonterías – le dije en tono muy serio – La cosa se nos ha ido de las manos. Una cosa es exhibirse con cuidado y otra lo que acaba de pasar. Lo mejor va a ser ponerle fin a esta locura…
Estaba enfadado. Y preocupado. Si nos dejábamos arrastrar, no podía imaginarme hasta donde sería capaz de llevarnos Alicia. Había que poner el freno.
–          Esto se acabó – dije – Lo mejor será que nos olvidemos de estos juegos y que…
Empecé a soltar mi discurso, argumentando apropiadamente lo que quería decir, dando sólidas razones de peso para poner fin a aquella locura.
Las muy…. zorras. Me dejaron hablar durante varios minutos sin decir ni pío, hasta que por fin me di cuenta de que las dos estaban aguantando las ganas de reír a duras penas.
–          ¿Se puede saber qué coño os pasa? ¿De qué cojones os reís?
Tati, con los ojos llorosos, aguantando como podía la risa, consiguió articular con el rostro ruborizado…
–          Cari… Tu pene…
Miré mi propia bragueta, mudo de estupor. Joder. Me había dejado la polla fuera. Y seguía bastante dura.
Las dos se echaron a reír abiertamente, mientras que yo, sintiéndome muy avergonzado, forcejeaba con la bragueta para esconder mi erección en mis pantalones.
–          ¿Así que no te habías puesto cachondo? – dijo Ali mirándome con sonrisa traviesa.
Derrotado, me dejé caer en el asiento, sabiendo que todos mis argumentos habían perdido su razón de ser. Las dos chicas, descojonadas, se partieron a mi costa un buen rato todavía.
Cuando llegamos a la última parada, nos bajamos del tren tras recuperar la cámara de debajo del asiento.
–          Bueno, chicos – dijo Ali – Me voy. Me esperan en casa para cenar. Mi prometido, ya sabéis…
Le devolvimos todos los cacharros y ella los guardó en el maletín del portátil.
–          ¿Quedamos mañana otra vez? – preguntó ilusionada.
–          Mañana no puedo – me apresuré a decir – Me toca coger el coche y hacer varias visitas fuera de la provincia. No volveré hasta la noche.
–          Sí, y yo mañana estoy de tarde. Una compañera me ha pedido que se lo cambiara…
–          Bueno, pues el viernes entonces – dijo mirando a Tatiana de forma enigmática.
–          Ok. Hablamos el viernes por la mañana – asentí.
Nos despedimos de Ali, que iba a tomar un taxi, pero, justo antes de marcharse, se acercó a mi novia y le dijo algo al oído que la hizo enrojecer.
Por fin, la joven se marchó con el portátil al hombro, lanzándonos un guiño cómplice y riéndose divertida.
–          ¿Qué te ha dicho? – pregunté intrigado.
Tatiana me miró fijamente un instante, muy colorada, antes de decidirse a responder.
–          Me ha dicho… Que no desperdicie esa erección.
—————————-
Un par de minutos después, con mucho sigilo, nos colamos en los servicios de caballeros de la estación. Y echamos un polvo de la hostia en uno de los retretes. Me la follé a lo bestia, apoyada contra la pared, sus piernas anudadas en torno a mi cintura, ahogando sus gritos de placer enterrando su rostro en mi cuello. Fue un polvazo, que alivió por fin la increíble excitación de la jornada.
Al día siguiente, por la noche, me enteré de que Tati me había mentido y que las palabras de Alicia al oído habían sido otras muy distintas.
TALIBOS

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¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 

Relato erótico: “Prostituto por error 7: Bob, un marido cornudo y mirón” (POR GOLFO)

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NUERA4
Bob me contrata:
 
Es curiosa la cantidad de formas que hay en español para definir a una prostituta: puta, ramera, cortesana, meretriz, buscona, fulana, furcia, zorra, , coima, pelandusca, buscona, pingo, mantenida, mesalina, hetaira, mujerzuela, pendón o siendo técnicos sexoservidora… y en cambio de todos esos apelativos solo unos pocos se pueden aplicar a un prostituto heterosexual. Por eso quiero reconocer ante todos que soy un gigoló, orgulloso de mi trabajo.
Sé que está mal visto pero, como dicen en mi barrio, me la suda. Muchos de los que me están leyendo, os cambiaríais de inmediato por mí. No solo tengo las mujeres que quiero sino que encima, gracias a ellas, vivo de puta madre. Desde que me dedico a esto, he descubierto aspectos de la sexualidad que jamás creí que iba a protagonizar. El caso más claro me ocurrió un lunes en el que Johana me llamó muerta de risa.
Recuerdo que acababa de salir del gimnasio, cuando sonó mi móvil y al ver que era la mujer que me conseguía las citas, contesté enseguida:
-Alonso, ¿Tienes algo que hacer a la hora de comer?-  preguntó sin siquiera saludarme.
Al contestarle que no, me soltó que me había concertado una reunión con un cliente. Por su tono supe que tenía gato encerrado y al darme cuenta que había dicho un y no una, me negué diciendo que no era bisexual.
-Tranquilo que lo sabe pero aun así quiere conocerte. Me ha pagado mil dólares solo por comer contigo, por lo visto quiere hacerte una proposición un tanto extraña-
-¿Mil dólares por comer? ¿Sabes que quiere plantearme?-
-No, ha sido muy específico. Solo te lo dirá a ti. Lo que te puedo decir es que está forrado y que nos lo ha mandado una antigua clienta tuya-
Tanta opacidad me mosqueó pero como la pasta es la pasta y a lo único que me comprometía era a oírle, decidí aceptar pero avisando a mi “madamme” que ante cualquier insinuación o avance por su parte me levantaría sin más. Johana se mostró de acuerdo y cerrando el trato, me dio la dirección del restaurante al que tenía que ir.
Como os podréis imaginar durante las dos horas que quedaban para mi extraña cita, pasaron por mi cabeza todo tipo de ideas desde que me iba a encontrar con un viejo maricón, a un transexual e incluso divagué sobre si todo era una broma de mi jefa, pero contra todo pronóstico al llegar al restaurante, me topé con que el tipo que me había contratado era un ejecutivo con muy buena pinta de unos cuarenta y cinco años. Un tanto cortado me acerqué hasta su mesa y sin saber realmente cómo actuar o qué decir, le saludé diciendo:
-Disculpa, ¿Eres Bob?-
El rubio, bastante avergonzado, me pidió que me sentara y antes de entrar al trapo llamó al camarero y preguntándome qué quería de beber, se encargó un whisky. Me di cuenta que estaba nervioso porque al ponérselo, se lo bebió de un golpe y sin que se hubiese retirado el empleado del restaurante, le pidió otra ronda.
-Tranquilo. Cómo sigas a este ritmo, te la vas a coger cuadrada- solté tratando de serenarlo.
-Tienes razón- contestó apurando los hielos de su vaso.
Mirándole me percaté que ese cuarentón no era gay y por eso, decidí permanecer callado para no incrementar su turbación. Se notaba a la legua que estaba pasando un mal rato. “Es la primera vez que contrata a un prostituto”, pensé mientras removía mi copa. Tengo que confesaros que estaba intrigado. Si no era homosexual: “¿Qué coño quería de mí?”.
Como sabía que no iba a tardar de salir de dudas, no me importó esperar.
-¿Te preguntaras que es lo que quiero?- preguntó al cabo de unos segundos.
-La verdad que si- respondí sin darle importancia.
-Verás, mañana martes es el cumpleaños de mi esposa y quiero hacerle un regalo especial-  lo estaba pasando mal y tomando otro sorbo de su whisky, prosiguió diciendo: -Mary lleva fantaseando con que la vea siendo poseída por otro hombre desde hace años y por eso he decidido complacerla. ¡Quiero que te acuestes con mi mujer!-
-Solo con tu esposa, ¿He entendido bien?-
-Sí-
Me quedé alucinado. Me parecía inconcebible que un hombre al que se le notaba acostumbrado a mandar, me estuviera pidiendo que me tirara a su señora pero, como me veía capaz de realizar ese trabajo, acepté sin tenerle que regatear ya que encima me iba a pagar espléndidamente.  Tratando de cerrar los flecos, pregunté:
-¿Y cómo quieres hacerlo?-
-Deseo que sea sorpresa, por eso le he dicho que desgraciadamente ese día tengo que invitar a cenar en casa a un inversor muy importante para mi empresa. Se ha enfadado pero al decirle que era un compromiso y que mi puesto dependía de complacerle, aceptó-
-No comprendo. ¿No le vas a decir que me has contratado?-
-Ahí está la gracia, deseo que la seduzcas sin que sepa nada y aprovechando que para ella, nuestro futuro dependerá de ti, quiero que la fuerces a acostarse contigo-
-Cuando dices forzar, ¿No querrás que la viole?-
-Para nada, la conozco y si cree que su bienestar está en peligro, será ella la que se lance-
-Una pregunta: ¿Estás seguro?, no quiero que luego te entren celos y me montes un numerito-
Increíblemente, el tipo me soltó:
-Antes te mentí. Soy yo el que lleva imaginándose que alguien se tira a mi esposa. No comprendo porqué pero ahora que te he puesto cara, me excita aún más que seas él que se la folle. Hasta ahora era una fantasía pero te puede asegurar que estoy deseando ver como la despatarras –
-¿Vas a mirar?-
-Sí, no sabes cómo me pone pensar en oír sus berridos mientras otro hombre la penetra-
-Tú mismo- contesté y buscando el evitar malos entendidos, le insistí: -Otra única cuestión: ¿Oral?, ¿Normal?, ¿Anal?-
-Hasta donde se deje. Si consigues desvirgarle el culo, ¡Pago doble!-
Soltando una carcajada, le respondí:
-¡Vete preparando la cartera!-
Como no teníamos nada más que hablar, me terminé la copa y despidiéndome, me marché. Nada más salir, llamé a Johana quejándome amargamente, en plan de guasa, de que cada día me lo ponía más difícil.
-No sé de qué te quejas, gracias a mí, te estás granjeando la reputación de ser el chulo más codiciado de Nueva York. A este paso tendré que agenciarme una secretaria para organizarte las citas-
-Perdona, pero creo que he puesto algo de mi parte. Tú en cambio te comprometes con cosas que cualquier otro se negaría. Si te hago un recuento, me has presentado a todo tipo de mujeres, no te ha importado que fueran gordas o flacas, maduras o jovencitas. Para ti todo es negocio y ahora has tenido las narices de cerrar un trato con un marido cornudo y mirón, pero nunca me has conseguido la que realmente quiero, mi máxima prueba-
Un tanto picada, me preguntó:
-A ver, guapo, ¿qué tipo de mujer quieres beneficiarte que todavía no te haya puesto en bandeja?-
-Fácil, una pelirroja de veinticuatro años que trabaja en la tienda de un hotel-
-¡Vete a la mierda!- contestó cabreada al saber que me refería a ella y sin darme tiempo a reaccionar me colgó.
 
La cena.
 
Al día siguiente, seguí con mi rutina normal que consistía en ir gimnasio, pintar y recorrer esa ciudad que me tenía enamorado. Estaba cerca de Central Park cuando mirando al reloj, comprendí que debía de volver a casa a prepararme para la cena. Siguiendo el plan preconcebido por el marido, me vestí para la ocasión con un traje negro de lana fría, uniforme habitual de los inversores de Wall Street y cogiendo un taxi, me dirigí al encuentro del matrimonio.
Estaba nervioso, jamás en mi vida me había tirado a una mujer con el consentimiento de su esposo y menos se me había pasado por la cabeza, el hacerlo con él enfrente. Como Bob y Mary vivían en un lujoso dúplex de la novena, el trayecto me llevó pocos minutos y antes de estar mentalmente preparado, me vi frente a su portal. Haciendo uso de lo aprendido durante unas clases de yoga, me relajé vaciando mi mente de los temores y prevenciones que ese encargo tan raro me provocaba y con determinación, marqué a su telefonillo. Me contestó el marido y abriéndome la puerta, cogí el ascensor hasta la decimonovena planta.
Enclaustrado en el estrecho habitáculo, no dejé de pensar en mi cliente. El muy cabrón lo tenía todo, trabajo, riqueza y según él una mujer bellísima y aun así no estaba contento. Cualquier otro se hubiera pegado con un canto en los dientes y en cambio él, me había contratado en busca de nuevas sensaciones.
“Nunca lo llegaré a comprender”, me dije mientras se abría la puerta que daba a su piso.
Al salir al descansillo, observé que me estaban esperando en la puerta. Viendo a su esposa, todavía comprendí menos a ese sujeto. Mary era más guapa de lo que me había dicho. Con una melena morena y la piel muy blanca, esa mujer era un bellezón. No solo tenía un tipo estupendo  y unas piernas de ensueño que el vestido azul con raja a un lado realzaba sin disimulo sino que sus ojos negros conferían a su mirada de una dulzura difícil de superar.
“Este tío es gilipollas”, pensé nada más verla.
Al acercarme a ella, me percaté de su altura. Esa preciosidad debía de medir cerca del uno ochenta, lo que no aminoraba su hermosura. Mary era perfecta. Incluso sus pechos, siendo pequeños, eran una delicia que llamaban a proteger y nunca a subastar al mejor postor. Cabreado por la pareja con la que se había casado, no pude abstraerme a que si todo iba según lo planeado esa mujer iba a estar en mis brazos. Bastante excitado, la saludé de un beso en la mejilla. Entonces fue cuando aspiré su aroma a violetas. Desde niño me había gustado la fragancia de esas flores y sin saber el porqué, le pregunté el nombre de su colonia.
-Daisy de Marc Jacobs- contestó con una voz grave pero profundamente femenina.
Creí desfallecer al escucharla. Reconozco que fue poco profesional y que me comporté como un puto novato (y nunca mejor dicho) pero no pude evitar que mi pene se revelara bajo mi pantalón, mostrando sin recato una erección de caballo. Sé que ella se dio cuenta porque se separó de mí al instante sin ser capaz de mirarme a los ojos.
“¡Puta madre! ¡Qué buena está!” exclamé mentalmente sin dejar de mirarle el culo mientras les seguía al interior de su vivienda.
Mary tenía un trasero hipnótico, nadie que hubiese fijado sus pupilas en semejante monumento podía retirar su mirada fácilmente y para colmo al verla menearlo por el pasillo, no me quedó ninguna duda que esa mujer, esa noche, se había puesto un tanga.
Aprovechando que se había separado unos metros, Bob me susurró al oído que todo marchaba a la perfección y que su  mujer estaba convencida que del éxito de esa cena dependía el futuro de él en la compañía.
-Perfecto- mascullé entre dientes mientras mi cerebro intentaba sosegarse porque lo que realmente me apetecía era pegarle dos hostias al marido y contarle a su mujer el plan que había urdido para satisfacer sus pervertidas necesidades.
Me estaba todavía reconcomiendo, por dentro, el papel que tenía que protagonizar en esa opereta cuando escuché que Mary me decía:
-¿Qué quieres?-
Juro que no lo había planeado pero con mi habitual forma de meter la pata, le solté:
-¿Se puede pedir una mujer tan bella como tú?-
Como habréis anticipado, Mary se quedó completamente cortada y tras unos momentos de turbación, pensó que era broma y soltando una carcajada, se rio de mi ocurrencia. Lo que no me esperaba y creo que ella tampoco, fue que bajo su vestido dos pequeños bultos hicieran su aparición. Incomprensiblemente mi piropo había conseguido su objetivo y esa señora de alta alcurnia no pudo evitar verse estimulada.
Su marido  creyó que era el inicio de mi ataque y sin recatarse, me contestó:
-Como dicen en la biblia, pedid y se os dará-
Mary completamente alucinada, fulminó con la mirada a su marido pero recomponiéndose al instante, me dijo:
-En serio, ¿qué deseas de beber?-
-Con una copa de vino me doy por satisfecho- contesté.
Desde mi lugar no pude dejar de contemplar ensimismado la gracia con la que abría la botella y me servía, de manera que al girarse para traerme la bebida, me pilló mirándole el trasero. Nuevamente la turbación apareció en su rostro y bastante incomoda, me alargó la copa. No sé si fue por el encargo o por la natural atracción que sentía por ella pero no fui capaz de contenerme y sin prever las consecuencias, acaricié su mano antes de retirar el vino y llevármelo a la boca.
-Delicioso- dije intentando romper el silencio que se había instalado en el salón.
-Pues espera a probar la cena- contestó Bob, un tanto intranquilo por lo lento que se estaban desarrollando los acontecimientos – Mi mujer, entre otros talentos, es una estupenda cocinera-
Supe a qué se refería y buscando que él fuera quien metiera la pata para de esa forma librarme de cumplir el acuerdo sin que me pudiera achacar a mí el resultado, pregunté sin retirar mis ojos de la aludida:
-¿Cuál son tus otros talentos?-
Aunque había realizado la pregunta a Mary, fue su marido quien contestó:
-Es una fiera en la cama-
Absolutamente sorprendida pero sobre todo indignada, su mujer se sonrojó y comportándose como debe hacer una dama,  pidió a Bob que la acompañase a la cocina sin hacer un escándalo. 
Tuve claro que iba a ocurrir y así fue…
Desde el salón escuché los gritos de la mujer quejándose al marido de su falta de tacto y de que parecía que me la estaba ofreciendo. También me esperaba su contestación y por eso no me extraño oírle contestar que de mi visita dependía su puesto y que ya que parecía que me sentía atraído por ella, no vendría mal que fuera un poco afectuosa conmigo. Como también fue lógico, alcancé a distinguir el sonido de un tortazo y creyendo que había acabado mi labor, esperé sentado a que Bob me confirmara ese extremo.
Tuve que aguardar al menos cinco minutos y cuando ya me empezaba a desesperar, vi a Mary entrando sola por la puerta:
-Disculpa mi tardanza. Mi marido se ha sentido indispuesto y no podrá acompañarnos pero me ha pedido que vayamos cenando los dos solos y que luego si se siente bien, nos acompaña-
-Por mí no hay problema pero no quiero ser una molestia, si lo prefieres lo dejamos para otro día- contesté encantado de cómo iba discurriendo la noche.
-No, por favor, quédate- suplicó pensando quizás en que mi partida repercutiría en su nivel de vida.
Conociendo de antemano que esa mujer no se negaría pero ante todo convencido de mi capacidad para seducirla, la seguí hasta el comedor. Se la veía asustada por la aberración que le había pedido su marido y temblando de miedo, me pidió que me sentara a su lado. Sonreí al reconocer en su actitud que esa mujer estaba luchando contra los principios que había mamado desde niña y sin provocar más aun su consternación, decidí esperar a que ella diese el primer paso.
No me acababa de terminar de aposentar en mi asiento cuando desde la puerta de la cocina salió la criada trayendo la cena. Al verla enfundada en un traje excesivamente estrecho para su talla y mostrando alegremente sus formas, no pude más que mirarla. Para ser latina, era una mujer alta pero lo que más me sorprendió fue que parecía una fulana de barrio bajo y no una doncella de un piso de la novena avenida.
Mary, que no era tonta, se fijó en mi mirada y sin poderse contener, me soltó en cuanto hubo desaparecido su empleada:
-¿Te gusta?-
-No es mi tipo-
-Pues a mi marido le encanta y creo que por eso la contrató. Se cree que no me he dado cuenta de que es su amante-
Eso sí que me pilló desprevenido y soltando una carcajada, la miré diciendo:
-Yo que tú lo mataría-
-¿Por ponerme los cuernos?-
-No, por andar con eso, teniéndote a ti –
-¿No entiendo?- me preguntó con los ojos entornados esperando un piropo.
Conociendo como conocía la naturaleza femenina, busqué en mi repertorio uno que fuera ad-hoc con la situación y cogiendo su mano entre las mías, le dije:
-Es como comparar el vuelo de un águila con el aletear de una gallina-
-¿Me estas llamando águila?-
-No pero a tu lado, me siento un ratón esperando ser devorado-
-Bobo- me contestó encantada de que la considerara peligrosa y antes de que me diera cuenta, me besó.
Fue un beso tímido casi se podría decir casto pero imbuido en una sensualidad sin límites que me hizo desear levantarme y tirar todo lo que hubiera en la mesa para hacerla el amor. Mary se puso colorada al reparar en lo que había hecho y sin ser capaz de mirarme a los ojos, me pidió que probara la sopa. Para el aquel entonces, mi mente pero ante todo mis sexo no podía concentrarse en la comida sino en cómo llevármela a la cama. Dándole tiempo al tiempo, empecé a cenar mientras miraba de reojo a mi anfitriona. La mujer de mi cliente seguía luchando contra sus valores pero en cambio sus pezones totalmente excitados estaban ansiosos por que los pellizcara.
“Esta belleza está a punto de caramelo” pensé sabiendo que se desmoronaría como un azucarillo ante cualquier ataque por mi parte y por eso mientras con mi mano le acariciaba una de sus piernas, le dije:
-Siento que tu marido se haya puesto malo pero la verdad es que lo prefiero así porque pocas veces tengo la oportunidad de cenar con una mujer como tú-
-Gracias- respondió con la voz entrecortada por la sorpresa de sentir mi caricia pero sin hacer ningún intento por retirarla.
Esta vez fui yo quien la besó. Al comprobar su aceptación la traje hacía mí y sin importarme que a buen seguro su marido nos estuviera viendo, rocé con mis dedos uno de sus pechos. Mary gimió como gata en celo al sentir mis yemas recorriendo su aureola y como impelida por un resorte se levantó de la mesa, rumbo a la cocina.
“La he cagado”, pensé al verla marchar pero antes de darme tiempo a seguir comiéndome la cabeza, la vi llegar sonriendo con el resto de la cena. Sin saber a qué atenerme, aguardé a que se sentara y entonces  con una expresión entre pícara y sensual, me dijo:
-He mandado a dormir a la sirvienta. No quiero que nadie nos moleste- y acercándose a mí, me soltó:-¿Dónde estábamos?-
No tuvo que insinuármelo dos veces, cogiéndola entre mis brazos la volví a besar pero en esta ocasión mis manos se apoderaron del trasero que llevaba casi media hora volviéndome loco. Ella, lejos de enfadarla mi magreo, se retorció pegando su vulva contra mi sexo y sin esperar a que yo se lo pidiera, dejó caer los tirantes de su vestido, liberando sus pechos. No os podéis imaginar lo que sentí al ver sus dos rosados botones a mi disposición y sin esperar a que me diera permiso, bajé mi cabeza hasta ellos y sacando la lengua empecé a jugar con sus bordes.
-Son tuyos- exclamó la mujer en cuanto sintió la humedad de mi boca.
Nada se puede comparar a una mujer deseosa de caricias restregándose contra ti mientras le mamas los senos y por eso, mi pene rebotando de  gozo se irguió inhiesto contra su entrepierna. Mary al sentir la presión contra su sexo, se levantó de la silla mientras dejaba caer su vestido al suelo. Me quedé sin resuello al disfrutar de su cuerpo desnudo y venciendo cualquier formulismo, hice lo que tanto deseaba: le pedí que se quitara el tanga y tras retirar los platos, la senté en la mesa frente a mí y  empecé a recorrer con mis besos sus piernas.
Tenía un objetivo claro, esa vulva perfectamente depilada cuyos escasos pelos parecían formar un árbol de navidad y alternando  de un muslo a otro, me fui acercando a mi meta. Mientras iba recorriendo los escasos centímetros que me separaban de su tesoro, no dejé de escuchar su gozo. Mary completamente entregada no pudo aguantar su excitación y pellizcándose los pezones me gritó:
-¡Cómeme el coño!-
Levanté mi mirada porque me extrañó oír de sus labios tan abrupta exclamación y al vislumbrar su deseo, dejé los preparativos y cogiendo su clítoris entre mis dientes, los mordisqueé suavemente.
-¡Qué gusto!- exclamó separando aún más sus rodillas.
Reforzando mi dominio, introduje un dedo en su interior sin dejar de recorrer con mi lengua el hinchado botón de su sexo. Mi doble caricia la volvió loca y forzando el contacto, presionó mi cabeza contra su vulva. Convencido de que esa mujer necesitaba desfogarse y de esa manera castigar a su esposo, aceleré mis maniobras mientras le introducía una segunda falange en su interior.
-Sigue por favor- chilló temblando por la pasión que la consumía –necesito correrme-
Lamida tras lamida de mi lengua, incursión tras incursión de mis dedos, sus defensas fueron cayendo una a una hasta que desplomándose sobre la mesa, la morena no pudo más y retorciéndose en el mantel, se corrió sonoramente. Sabiendo que había vencido la batalla pero necesitando salir victorioso de la guerra, seguí torturando su sexo mientras la esposa de mi cliente se derretía en mi boca.
-¡Qué maravilla!- articuló casi llorando al sentir que su orgasmo se prolongaba más allá de lo razonable.
Abstraído en la dulzura de su flujo, no me percaté de las cotas a las que estaba llegando esa mujer hasta que de improviso un chorro líquido se estrelló contra mi cara. No me costó reconocer la eyaculación femenina y como un poseso, hice que mi boca absorbiera ese maná que Mary expelía a espuertas, de manera que, orgasmo tras orgasmo me fui bebiendo su placer hasta que completamente agotada, me pidió que parara.
Levantándola, la senté en mis piernas y como si fuera su amante, la besé tiernamente mientras descansaba.  Tras unos minutos de caricias y mimos, mis arrumacos fueron más allá y queriendo satisfacer mis propias necesidades, volví a tocarla con una clara intención:
“Necesitaba tirármela”.
Fue entonces cuando la morena me soltó  mientras se levantaba:
-¡Acompáñame!-
-¿Dónde vamos?- pregunté extrañado del cambio de ubicación.
Mary con una triste pero firme determinación me contestó:
-Mi marido me ofreció como moneda de cambio y ahora quiero que vea que no solo le he complacido sino que disfruto con ello-
Analizando sus palabras, comprendí que esa mujer quería castigar a su marido, sin saber que lo que iba a hacer era darle gusto y facilitarle las cosas. Estuve a un tris de explicarle la verdadera situación pero temí que de decírselo me iba a quedar con las ganas de disfrutar de esa hermosura y por eso, la seguí sin hablar. Descalza y completamente desnuda llegó a la escalera que subía a las habitaciones y dándose la vuelta, mirándome, me pidió que me desnudara. No puse objeción alguna y lentamente me fui desabrochando la camisa mientras ella no perdía detalle desde la alfombra granate que cubría los escalones. Fue al quitarme la camisa y empezar a despojarme del pantalón cuando ella se sentó  y sin recato, comenzó a acariciarse con el ánimo de calentarme.
Aunque no lo necesitaba porque estaba de sobra estimulado, me encantó observarla pellizcándose los pezones mientras sus ojos se mantenían fijos en mí:
-¿Te gusta los que ves?- pregunté a la mujer pero sabiendo que desde el piso de arriba, escondido tras un sillón, su marido nos observaba.
-Si- contestó y soltando un suspiro de deseo, protestó diciendo: -Date prisa-
No quise complacerla, deseaba incrementar el morbo de su pareja y por eso, dejando lentamente mi pantalón en el suelo, le dije:
-Pídeme que quieres verme desnudo-
-No te basta con saber que estoy cachonda-
-No- respondí mientras me ponía de perfil para que valorara el tamaño de mi erección.
Mary, al comprobar con sus ojos el enorme bulto que se escondía bajo mi bóxer, no pudo más y llevando la mano a su entrepierna, se empezó a masturbar mientras me decía:
-Quiero ver el pene con el que voy a poner los cuernos a mi marido-
Su cara reflejaba a las claras lo salvajemente caliente que estaba esa morena. Con la boca entreabierta, se relamía pensando en mi extensión mientras en su frente unas gotas de sudor hicieron su aparición. Sabiendo que de nada me servía hacerla esperar, acercándome a Mary, puse mi cuerpo a su disposición. La mujer, al ver que me tenía a su alcance, cogió la tela de mi calzón  y la fue bajando lentamente mientras acercaba sus labios a mi piel. Nada más liberar mi miembro, se lo fue metiendo en el interior con una lentitud que me hizo temblar.
Comportándose como una zorra insaciable, no cejó hasta que su garganta lo absorbió por entero y entonces usando su boca, lo fue sacando y metiendo a una velocidad creciente mientras con la mano reanudaba la dulce tortura de su clítoris. Sintiéndome en el paraíso, levanté mi mirada deseando comprobar que mi cliente nos observaba. Aunque resulte ridículo y patético, ese tipejo se estaba haciendo una paja viendo cómo su mujer le estaba mamando el pene a un prostituto.
No me expliquéis porque al confirmar que el marido de esa preciosidad se estremecía con la entrega de su pareja, me cabreé. Con ganas de terminar, cogí a su parienta y tras darle la vuelta, la ensarté de un solo golpe. Lo imprevisto de mi actuación lejos de molestar a Mary, la terminó de enloquecer y berreando como una histérica, me rogó que la tomara. Satisfaciendo su lujuria, la tomé de los hombros y usándolos como agarre, la penetré una y otra vez. A cada estocada, la morena me respondía con un grito de pasión, por lo que pensé que era imposible que alguien que estuviera en esa casa no se enterara de lo que estaba ocurriendo en la escalera.
-¿Quieres que siga?- pregunté a la mujer dándole un sonoro azote en el trasero.
-Sí, ¡me encanta!- contestó moviendo sus caderas.
Con el propósito de satisfacer nuestras mutuas necesidades, incrementé tanto el ritmo como la profundidad de mis ataques de tal manera que, para no perder el equilibrio, Mary se afianzó agarrándose a la barandilla de la escalera. Al hacerlo, la nueva posición me permitió sumergirme aún más en su interior y con mi glande chocando contra la pared de su vagina, seguí  machacando su sexo mientras buscaba liberar la tensión acumulada. Paulatinamente, sus gemidos y sollozos se fueron transmutando en verdaderos aullidos hasta que convulsionando, la morena se corrió sobre la alfombra. Saturadas mis papilas con su olor a hembra y  con mi miembro a punto de explotar, seguí ampliando su orgasmo con prolongadas estocadas durante unos minutos. Cuando comprendí que estaba a punto y que mi eyaculación no tardaría en llegar, le pregunté si quería que me corriera en su interior.
-Lo necesito-
Su afirmación me liberó y descargando mi simiente dentro de ella, pregoné a voz en grito mi placer mientras anegaba su sexo con húmedas y blancas andanadas.
-¡Dios mio! – vociferó la morena al sentir que todo su cuerpo se estremecía y que sus piernas le fallaban por el placer acumulado  -¡Soy tuya!-
Exhaustos pero satisfechos nos dejamos caer sobre los escalones cuando de pronto, desde el piso de arriba, nos llegó el sonido de alguien corriéndose. Fue entonces cuando Mary se percató que no solo su marido había sido espectador de nuestra pasión sino que al muy maldito le había encantado verla follando. Hecha una furia, me pidió que la siguiera. Sin saber ni que hacer, la acompañé en silencio. Nuestra inoportuna llegada sorprendió a Bob con los pantalones bajados y con su pene en la mano.
Cabrada y humillada, la mujer le miró con desprecio y girándose hacía mí, me preguntó si tenía prisa:
-No- respondí cortado por la escena.
-Bien, ¿Puedes quedarte toda la noche?-
-Si- contesté sin saber a ciencia cierta que opinaría mi cliente.
Mary, soltando un sonoro bofetón a su esposo, le dijo:
-Ya que te gusta tanto mirar mientras me follan, ahora tendrás que soportar que le entregue a Alonso lo que nunca te he dado ni te voy a dar- y dirigiéndose a mí, me soltó: -¡Quiero que me desvirgues el culo!-
Llevándome a empujones hasta su cama, no tuve más remedio que satisfacerla. Esa noche no solo me acosté con una de las mujeres más bellas que conozco sino que al desflorarle su trasero, vi incrementada mi tarifa. Tarifa que aunque parezca imposible, su marido pago gustoso ya que según él, había sido la mejor experiencia de su vida. Desde entonces, sigo con el papel de inversor forrado y una vez al mes, ese matrimonio me invita a cenar, tras la cual, disfruto de Mary mientras su marido nos observa desde el sofá.


Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 

Relato erótico: “Prostituto 18 Follando en el Central Park” (POR GOLFO)

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SOMETIENDO 4
En contra de lo que se considera una norma no escrita sobre el sexo, hay personas que busca incrementar el morbo de una relación haciendo participes de sus andanzas a mucha gente. Estoy hablando de los exhibicionistas. Durante mi vida he hallado a muchas mujeres que les pone que alguien las contemple desnudas o haciendo el amor pero este no es el caso que os voy a narrar hoy sino el de una morena que solo conseguía excitarse viendo a otros en plena faena.
Pensareis que es raro pero no es así, todos tenemos algo de voyeur, pensad en si no os habéis puesto como una moto alguna vez con la mera observación de una película porno.
¡Qué tire la piedra quién no se haya hecho una paja viendo una escena subida de tono en la televisión!
Todos y cada uno de nosotros  somos de alguna manera unos mirones, pero jamás me encontré con nadie en la que esta inclinación estuviese tan marcada como en Claire por eso os voy a narrar los tres primeros días con ella.
 
 
1er día: La descubro.
Curiosamente no la conocí a través de Johana, mi jefa, sino un día que estaba corriendo en el Central Park. Normalmente nunca usaba ese lugar para correr, pero ese día decidí ir allí. Acababa de empezar a estirar cuando vi a un portento de la naturaleza haciendo lo mismo que yo. No os podéis imaginar su belleza. Con un cuerpo atlético producto de entrenamiento, esa monada era todo lo que uno puede desear de una mujer. Guapa hasta decir basta, estaba dotada por dios de un par de `pechos de ensueño, de esos que nada más contemplarlos uno ya desea hundir la cara en su canalillo. Al mirar hacía mi alrededor vi que al menos uno docena de corredores estaban tan embelesados como yo.
“¡Qué buena está!” exclamé mentalmente al verla agacharse y tocarse la punta de sus zapatillas.
Si su  rostro era precioso que os puedo decir de ese culo que involuntariamente puso en ese momento a mi disposición. Si quisiera describirlo tendría que gastar todos los seudónimos de bello y aun así me quedaría corto. Era sencillamente espectacular y para colmo, las mallas que llevaba lejos de taparlo, lo hacían aún más atractivo.
Desde mi posición, me quedé absorto disfrutando de los estiramientos de esa mujer. Os parecerá una exageración pero aunque he visto a muchas y he disfrutado de buena cantidad de ellas, ese primor era diferente. Parecía sacada de un concurso de belleza pero encima la forma en que se movía incrementaba el morbo de todos los que la observaban. Era una mezcla de pantera y gatita. Algo en ella te advertía del peligro pero a la vez al observarla uno solo podía pensar en cuidarla y protegerla. Mis hormonas estaban ya disparadas cuando habiendo terminado de calentar, esa cría salió corriendo y aunque yo no había hecho más que empezar, decidí seguirla aunque eso significara una lesión. No podía permitirme el lujo de perderla antes de conocerla y por eso trotando fui tras ella.
Su modo de correr tampoco me decepcionó porque marcando un ritmo lento esa criatura era impresionante. A cada zancada sus pechos rebotaban suavemente bajo su top, dando a su carrera una sensualidad sin límites. Incapaz de abordarla, seguí su estela durante media hora y digo su estela, porque manteniéndome a cinco metros de distancia, el aroma que desprendía me traía loco. No sé cuál era el perfume que llevaba pero, para mí en esos instantes, era un cúmulo de feromonas que me traían como perro en celo.
En un momento dado, se salió del camino  principal y se metió por una vereda entre árboles. Dudé en perseguirla porque bajo el amparo de los otros deportistas no había forma que me descubriera pero en mitad del bosque, sin duda se iba a dar cuenta de mi seguimiento. Afortunadamente  me dejé llevar por mi naturaleza y dándole una ventaja considerable, la seguí a campo través.
“¿Dónde Irá?” pensé al percatarme que esa mujer iba buscando algo por que de vez en cuando se paraba tras un árbol como si estuviera oteando una presa.
Su actitud me hizo incrementar mis precauciones y como un auténtico acosador, fui tras ella escondiéndome de su mirada. Llevaba unos cinco minutos en la arboleda cuando la vi pararse y esconderse detrás de una roca. Para el aquel entonces la curiosidad me había dominado por lo que imitándola, hice lo mismo pero buscando la protección de unos arbustos.
¿Qué coño está haciendo?” mascullé interiormente justo cuando descubrí que, unos metros más allá de la mujer, se encontraba una pareja haciendo el amor.
Os imaginareis mi sorpresa al comprender que esa maravilla se había internado en esa zona poco frecuentada para observar a la gente que, aprovechando la penumbra, daba rienda suelta a su pasión. Aunque estaba a menos de veinte metros de su posición, deseé tener unos prismáticos cuando creyendo que estaba sola, la morena se empezó a acariciar los pechos por encima de la tela.
No estoy muy orgulloso de mi actitud pero creo que disculpareis que me haya quedado agazapado allí, en cuanto os diga que esa muchacha se fue calentando poco a poco viendo a ese par follando hasta que sin poderlo evitar metió sus manos por debajo del pantalón y se empezó a masturbar.  Lo que en un inicio fueron leves toqueteos se fueron convirtiendo en una paja a toda regla, llegando incluso a tener que bajarse el pantalón para permitir que sus dedos recorrieran con más libertad su sexo. Su striptease involuntario me dio la oportunidad de disfrutar de ese culo formado por dos duras nalgas y un ojete rosado que desde ese momento supe que tenía que hollar.
“¡Dios!” rumié en silencio mientras mi propia mano se deslizaba por debajo de mi short.
Curiosamente mientras liberaba mi miembro, me percaté que estaba haciendo lo mismo que ella: Me estaba masturbando como un puto mirón y no me importó. El morbo de verla abierta de piernas, torturando con los dedos su hinchado clítoris mientras su otra mano pellizcaba alternativamente cada uno de sus pezones era demasiado para dejarlo pasar y por eso no tardé en sincronizar los movimientos de mi muñeca con los de sus yemas.
Gracias a que estaba tan enfrascada mirando a la pareja y a que esos dos berreaban con cada penetración, no se dio cuenta que al tratarme de acomodar pisé una rama e hice un ruido descomunal. Paralizado creí ser descubierto pero me tranquilicé al confirmar que esa monada seguía masturbándose como si nada. Desgraciadamente todo tiene un final y al escuchar que la mujer se corría calladamente, decidí escabullirme de allí, no fuera ser que me pillara.
Ya en la senda principal del parque y rodeado de una docena de corredores que garantizaban mi anonimato, giré mi cabeza hacia atrás y descubrí que la belleza había salido también del bosque y que como si nada había reiniciado su marcha. Pero lo que me dejó francamente impactado fue que al mirarle la cara, creí reconocer una mirada cómplice en ella y creyendo que todo era producto de mi imaginación, aceleré mi paso alejándome de ella.
Alejándome físicamente porque no mentalmente, ya que, incluso en la soledad de mi piso y cuando ya estaba bajo la ducha, mi cerebro seguía en mitad del Central Park soñando con estar entre sus brazos. El agua al caer sobre mi piel consiguió limpiar mi sudor pero no pudo alejar su recuerdo por lo que nuevamente, al ver la tremenda erección de mi sexo, me tuve que recrear en el placer onanista mientras tomaba la decisión de al día siguiente volver a ese parque.
 2º día: Vuelvo a donde la descubrí.
 

No os sorprenderá saber que a la misma hora y en el mismo sitio, estaba la mañana después. La verdad es que os tengo que confesar que llegué veinte minutos antes porque no quería perderme a esa belleza. Como no estaba, me puse tranquilamente a calentar los músculos contra una valla pero lo que realmente fue tomando temperatura fue mi mente con la perspectiva de volverla a ver.

Al llevar un buen rato allí, me empecé a desesperar al temer que no fuera a venir. La noche anterior cuando tomé la decisión pensé en que como toda corredora, lo más normal era que tuviese una rutina y que ese fuera el lugar donde usualmente hacía ejercicio y más cuando tratando de recordar, no encontré otro parque donde a primera hora del día hubiese parejitas follando pero su ausencia me llevó a pensar en lo peor y que su presencia hubiese sido solo producto de la casualidad.
Ya estaba a punto de darme por vencido cuando la vi llegar con un pantaloncito azul y un top rosa con el que se la veía más atractiva si cabe. Realmente mirándola bien, tuve que reconocer que me daba igual como viniera porque esa tipa estaría de infarto incluso con un burka. Lo único que difería del día anterior es que en esta ocasión, llevaba una cartuchera. Pero si algo me dejó impactado es que al pasar a mi lado y antes de ponerse a calentar me saludó con una sonrisa.
“¿Me habrá visto espiándola?” pensé creyendo que me había pillado pero tras pensarlo durante unos instantes, recapacité al advertir que si así fuera, su saludo no sería tan afectuoso.
Aunque yo ya estaba listo para salir a correr, me entretuve disimulando que estaba todavía frío mientras ella terminaba de estirar, de forma que nuevamente la seguí cuando ella empezó a correr.  La mujer volvió a coger el mismo ritmo pausado al trotar, de manera que sentí una especie de deja vu al irse desarrollando la mañana como cuando la descubrí.  Metro a metro, minuto a minuto, parecía una repetición y por eso al irnos acercando a donde ella había dejado la senda principal, me empecé a poner nervioso:
“Ojalá quiera espiar igual que ayer” pensé sin darme cuenta que ese deseo era exactamente lo que yo estaba haciendo.
Cuando la vi internarse en el bosque, mi corazón saltó de alegría y como un vulgar acosador la seguí en su carrera. Como ya sabía sus intenciones, permanecía alejado pero sin perderla de vista. No llevábamos más de tres minutos inmersos en la espesura cuando advertí que la morena había hallado a quien mirar y que sin temer si alguien la seguía se habría ocultado tras un enorme árbol.
Al fijarme en la pareja del medio del claro, descubrí con disgusto que eran un par de gays dándose por culo pero eso no fue óbice para que aprovechando una zanja del terreno me tumbara a observar a la mujer. Centrado únicamente en ella, me sorprendió que casi sin darme tiempo a acomodarme, la morena se hubiese desnudado completamente y sin recato alguno se empezara a masturbar.
“¡Le deben poner los maricones!” pensé mientras bajándome la bragueta yo hacía lo propio.
Si no llega a ser porque era imposible, hubiera pensado que se estaba exhibiendo ante mí ya que separó sus piernas en dirección a donde yo estaba, dejándome disfrutar de su sexo inmaculadamente depilado. No pude más que relamerme soñando con un día en que mi lengua recorriera los pliegues de esa obra de arte, antes que ella abriendo la cartuchera que había dejado en el suelo, sacara un consolador.
“¡No me lo puede creer!- pensé al mirar como con sus dedos apartaba los labios de su sexo para, sin más preparativo, meterse ese falo artificial hasta el fondo de sus entrañas.
Sin dejar de mirar a los homosexuales y usándolo a modo de cuchillo, se lo fue clavando en su interior mientras con los dedos se pellizcaba los pezones. Lo morboso de la escena, me volvió a cautivar y sin demora, saqué mi miembro y uniéndome a esa locura, me empecé a tocar con los ojos fijos en la belleza de esa chavala.
“Puta madre” exclamé mentalmente cuando esa cría se dio la vuelta y poniéndose a cuatro patas, se enfrascó el dildo por el ojete.
Esa acción derrumbó mi esperanza de ser yo el primero en darla por culo pero incrementó de sobremanera mi excitación y juro que de no estar paralizado por el miedo al rechazo, hubiera ido hasta ella y sacando ese invasor de su culo, lo hubiera sustituido por mi pene. Esa nueva postura enfatizó aún más si cabe su propia lujuria y sin importarle el ser oída por los dos hombres empezó a berrear de placer mientras desde mi  escondite, yo seguía erre que erre intentando liberar mi tensión.
Sus gritos alertaron a la pareja y cogiendo sus cosas del suelo, salieron huyendo del lugar pero su espantada no produjo el mismo efecto en la mujer que incrementando la velocidad con el que se metía una y otra vez el aparato siguió dándome un maravilloso espectáculo. No me expliquéis que fue lo que me motivo a levantarme de la zanja pero lo cierto fue que incorporándome y con mi polla entre las manos seguí pajeándome disfrutando de esa visión.
No llevaba más de un minuto en pie cuando ella llegó al orgasmo y mirándome a los ojos, me sonrió:
-Termina o tendré que masturbarme otra vez- dijo en voz alta para que lo oyera.
Asustado al haber sido descubierto, salí corriendo mientras escuchaba su carcajada a mis espaldas. Os reconozco que fui un cobarde pero no giré la cabeza hasta que salí de ese parque. Ya en mi casa me arrepentí de mi cobardía y mientras terminaba lo empezado, decidí volver al día siguiente.
3er día: Usado y follado en el Central Park.
Aterrorizado pero confieso que dominado con la idea de volver a verla, llegué  al día siguiente al Central Park. Me había pasado toda la noche pensando en ella y por mucho que intenté satisfacer mi lujuria a base de pajas, esa mañana me levanté con un mástil entre mis piernas. Ella ya estaba calentando cuando crucé las puertas de ese lugar. Al llegar me miró brevemente y sin hacer ningún comentario siguió estirando. Extrañado por su falta de reacción, di inicio a mis estiramientos de manera que cinco minutos después estaba listo.
Fue entonces cuando pasando por mi lado, me soltó:
-¿Me acompañas?-
No pude responderla. Ella ni siquiera lo esperaba porque sin mirar atrás salió corriendo por la vereda. Tras unos instantes de confusión, salí tras ella y gracias a su ritmo pausado no tardé en alcanzarla. Al llegar a su lado, le pregunté su nombre. Ella con un reproche en su rostro me contestó:
-Claire. Pero te pediría que no hables, estoy corriendo y no quiero distracciones-
Sus frías palabras me dejaron helado pero sumisamente seguí trotando a su lado pero esta vez siendo incapaz de mirarla. Mi mente intentaba analizar su actitud. No conseguía entender que me hubiera pedido que la acompañase y en cambio se mostrara tan reacia a entablar conversación. Tras pensarlo mientras corría, decidí que le seguiría la corriente y esperaría a ver qué ocurría. En silencio recorrimos los primeros kilómetros y cuando vi que nos acercábamos al lugar donde esa mujer se desviaba del camino, me empecé a poner nervioso sobre todo al comprobar de reojo que sus  pezones se marcaban bajo el top.
Al llegar a la curva, sin avisar, Claire se salió del camino. Al internarse en el bosque, me pidió que no hiciera ruido y sigilosamente fue en busca de alguien al que espiar. El frio de esa mañana en Nueva York hizo que tardáramos más de lo habitual en encontrar a alguien retozando en la espesura y cuando lo hayamos resultó ser un par de adolescentes. Recién salidos de la pubertad, un chaval y una chavala estaban besándose tranquilamente en un claro sin saber que en esos instantes eran objeto de nuestro escrutinio.

Mi acompañante al verlos, se dio la vuelta y me dijo:

-Menuda suerte. Conozco a esos críos y son unas máquinas-
Al decírmelo, me los quedé mirando y nada en ellos me hacía suponer ese extremo por lo que acomodándome al lado de Claire, dejé que transcurrieran los minutos. La lentitud con la que el muchacho se lo tomó, me permitió estudiar a la mujer que tenía a mi lado. Sentada sobre un tronco, no perdía comba de lo que esos críos estaban haciendo unos metros más allá pero lo más raro de todo es que parecía haberse olvidado de mi presencia.
-Mira, ahí van- me alertó.
Girándome hacia el claro, observé que el chaval estaba acariciando los pechos de su novia por encima de la camisa y al no ver nada extraordinario en ello, me quedé callado. Ajeno a estar siendo espiado, el muchacho se fue  desabrochando los botones de la camisa ante la mirada ansiosa de su novia, la cual esperó a que terminara de hacerlo para ella misma  irle despojando de su pantalón. Cuando ya tenía los pantalones en el suelo, el criajo se sacó el miembro y poniéndoselo en la boca, le exigió que se lo comiera. La rubita no espero a que se lo repitiera y con una sensualidad sin límites, sacó su lengua y mientras recorría con ella los bordes de su glande, cogió entre sus manos los testículos del chaval.
-¡Como me ponen estos críos!- susurró la voyeur acomodándose en el tronco.
Totalmente absorta contemplando a ambos niños, Claire empezó a acariciarse sus propios pechos mientras su rostro reflejaba que la excitación le empezaba a dominar. En ese momento dudé entre seguir observando a mi acompañante o centrarme en la cojonuda mamada  que esa bebé le estaba realizando a su pareja pero fue la mujer la que me sacó de dudas al decirme sin dejar de mirar hacia el claro:
-Tócame-
Supe lo que quería y no pude negarme. Colocándome en su espalda me senté tras ella y sin darle tiempo a negarse, empecé con mis manos a recorrer su cuerpo, mientras esa colegiala usaba su boca para darle placer a su enamorado. Claire al sentir mis yemas acariciando su piel, gimió calladamente con la mirada fija en la pareja. Su aceptación me permitió ser más osado y metiendo mi mano  por debajo de su top, cogí una de sus aureolas entre mis dedos.
Su pezón ya estaba erecto cuando llegué hasta él y como si fuera una invitación, lo pellizqué mientras mi otra mano se dirigía hacia la entrepierna de la mujer. Esta, sin girarse, separó sus rodillas dándome entrada a su vulva, la cual acaricié sin dudar, sacando sus primeros  suspiros. Entre tanto, el chaval había agarrado la cabeza de su novia y moviendo las caderas, le metía el falo hasta el fondo de su garganta.
-Me encanta- sollozó la voyeur y no contenta con ello, sin pedirme mi opinión se despojó del short y pasando su mano hacia tras, empezó a frotar mi miembro.
Haciendo lo propio, me quité el pantalón, tras lo cual, la levanté de su asiento y atrayéndola hacia mí, puse mi verga entre sus piernas. Ella se lo esperaba porque acomodándose sobre mí, dejó que mi glande forzara los pliegues de su sexo y de un solo arreón, se empaló sobre mí. Ni siquiera pestañeó al notar que mi extensión se abría camino por su interior y con la mirada fija en los muchachos, me dejó claro que tenía que ser yo quien tomara la iniciativa.
-Eres una puta pervertida- susurré a su oído mientras le pellizcaba los pezones –estoy seguro que te has corrido en multitud de ocasiones, mirando a esos críos follando-

-Sí- gimió moviendo su culo e iniciando un suave cabalgar, me pidió que siguiera diciéndole lo puta que era.

Comprendí al instante que a esa zorra le enloquecía el lenguaje mal sonante y por ello, le di un azote en el culo mientras le decía:
-¡Zorra! ¡No te da vergüenza excitarte viendo a alguien tan joven! ¡Deberían llevarte a la cárcel y ahí te violara una interna mientras las otras miraban-
La imagen de ella siendo usada por una mujer teniendo a un grupo numeroso observando, consiguió su objetivo y pegando un grito amortiguado, aceleró sus movimientos. Allá en el claro, el chaval ya había eyaculado en la boca de la niña pero gracias a su juventud, seguía con el pene totalmente tieso. Su novia no perdió la oportunidad y levantándose la falda, se quitó las bragas, para acto seguido ponerse a cuatro patas.
-Fóllame- gritó casi gritando.
El aludido obedeciendo se puso tras ella y tras tantear con su pene en los labios  de su sexo, forzó su entrada mientras yo hacía lo mismo con Claire. Mi acompañante al ver al adolescente penetrando a su pareja no pudo más y sin previo aviso se corrió entre mis piernas. Yo al sentir su flujo por mis muslos, le agarré la cabeza y llevándola hasta mi boca, le dije:
-Eres una guarra. Cuando termine de follarte, te daré por culo y después te exigiré que limpies con tu lengua tus meados-
Claire al oírme, aulló como una loba y retorciéndose sobre mi polla, prolongó su éxtasis.
-Dios- chilló al sentir mi dedo en su ojete- Dale a esta puta lo que se merece-
Su entrega me hizo cambiar de posición y obligándola a apoyarse contra una roca, empecé a tomarla olvidándome de los chavales. Usando mi pene a modo de garrote, fui golpeando su sexo con tanta dureza que mis huevos rebotaban contra su clítoris convertido en frontón.
-¡Más!, ¡dame más!- berreó a voz en grito.
Ese alarido descubrió nuestra presencia pero no me importó y obviando las miradas alucinadas del par, le agarré las tetas y usándolas como apoyo, proseguí martilleando su vulva.
-¡Me encanta!- sollozó llevando una de sus manos hasta su sexo -¡Folla a esta guarra mirona!-
Acelerando mi ritmo, lo convertí en infernal hasta que derramando mi simiente me corrí en las profundidades de su vagina. La voyeur chilló desesperada al sentir su interior sembrado y temblando desde la cabeza a los pies, se unió a mi gritando:
-¡Me corro!-
Habiendo vaciado mis huevos, la obligué a arrodillarse a mis pies y le solté mientras acercaba su boca a mi falo:

-Reanímalo que te voy a dar por culo-

Increíblemente, en ese instante, descubrí que los niños se habían acercado a donde estábamos y que sin dejar de mirarnos habían reiniciado su lujuria. Aunque suene rocambolesco, el muchacho se estaba follando a su novia nuevamente pero esta vez a escasos metros y sin dejar ninguno de los dos de tener los ojos fijos en lo que hacíamos.
-¡Mira puta! ¡Tenemos compañía!- le grité señalando a la dos –Ni se te ocurra defraudarlos-
Claire al comprobar mis palabras se dio más maña si cabe en avivar a mi miembro y tras haberlo conseguido, se dio la vuelta y separando sus nalgas, me imploró que la tomara. No fue necesario que insistiera porque mojando mi pene en el interior de su coño, usé su flujo como lubricante y de un solo empujón, clavé toda mi extensión en su culo.
-Ahhh- aulló de dolor al sentir forzada su entrada trasera pero no hizo ningún intento por evitar semejante agresión sino que esperó  a que yo imprimiera el ritmo.
Había decidido dejar que se habituara a tenerlo incrustado en sus intestinos cuando desde su posición escuche que la colegiaba me gritaba:
-¡Rómpeselo a lo bestia!-
Sus palabras azuzaron mi deseo y sacando y metiendo mi miembro con velocidad cumplí el deseo de esa rubita mientras mi acompañante se derretía siendo forzada hasta lo imposible.
-¡Azótale el culo! ¡Seguro que le gusta!- gritó esta vez el crío mientras su pene desaparecía una y otra vez en el sexo de su acompañante.
Cumpliendo su sugerencia, di una sonora cachetada en la nalga de la desprevenida Claire, sacando un berrido de su garganta. Alternando fui marcando un ritmo cada vez más veloz en las ancas de la mujer, mientras ella chillaba a los cuatro vientos su placer hasta que no pudiendo más se dejó caer sobre el suelo. Verla indefensa no aminoró mi lujuria y volviéndole a insertar mi extensión en su ojete, busqué mi liberación sin darle pausa.
La mujer volvió a convulsionar de gusto, al experimentar otra vez horadada su entrada trasera y con lágrimas en los ojos, me pidió que no me corriera aún. Pasado un minuto, comprendí su deseo cuando desde donde estaban los niños, escuché que la rubita se corría y entonces uniéndose a ella, se volvió a correr diciendo:
-Ahora, ¡córrete ahora!-
Impactado por el cumulo de sensaciones y en gran manera por los chillidos de la colegiala, mi pene explotó anegando el culo de la corredora.  Agotado me desplomé sobre la mujer, la cual me echó a un lado e incorporándose se empezó a vestir.
Sin comprender todavía lo que había pasado, me la quedé  mirando mientras se ponía el top. Fue entonces cuando el propio chaval me despejó mis dudas, diciendo:
-¡Hasta luego Claire!, ¡Nos vemos!-
La mujer sonrió y dirigiéndose a mí, me dijo antes de salir trotando del parque:
-A ti te espero mañana, no me falles o tendré que buscar otro mirón que me acompañe-
Alucinado por la situación, le dije adiós tras prometerle que allí estaría, tras lo cual y sin mirar atrás, esa mujer desapareció de mi vista. Convencido que había terminado por ese día, me empecé a vestir cuando, con una risa infantil, la niña me soltó:
-Nosotros no hemos terminado, si quieres puedes quedarte-
Aunque jamás lo creí posible, algo me obligó a quedarme en el sitio durante más de una hora viendo a esos dos follando una y otra vez pero lo más absurdo de todo es que me masturbé mientras lo hacían.

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